Monzó, Quim - El Porqué de Las Cosas
Monzó, Quim - El Porqué de Las Cosas
Monzó, Quim - El Porqué de Las Cosas
Quim Monz
Traduccin de Marcelo Cohen Ttulo de la edicin original: El perqu de tot plegat Quaderns Crema Barcelona, 1993 Joaquim Monz, 1992 EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 1994 Pedr de la Creu, 58 08034 Barcelona ISBN: 84-339-0964-9 Depsito Legal: B. 413-1994 Printed in Spain Libergraf, S.L., Constituci, 19, 08014 Barcelona
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Jean Giraudoux (en Siegfried et le Limousin, captulo 2) plante la interesante cuestin de cmo, a veces, los pequeos misterios con que se tropieza en la vida se aclaran de repente, aunque con retraso. Agrega: No renuncio a ver cmo, en Oceana o en Mxico, se resuelven algn da ciertos enigmas de mi pasado; los nudos siempre acaban deshacindose por simple desgana de ser nudos. Por lo dems, el nico que me preocupa verdaderamente es el enigma Tornielli; este embajador en ejercicio, a quien vi por primera vez durante la entrega de premios del concurso general, me hizo una sea para que me acercase y me desliz en la mano un huevo duro. De momento, mi intensa investigacin sobre el enigma Tornielli slo ha producido la informacin de que el conde Giuseppe Tornielli Brusati di Vergano (1836-1908) fue embajador italiano en Pars desde 1895 hasta 1908. Las preguntas obviamente no contestadas son: es cierto que el embajador de una potencia extranjera le dio a Giraudoux un huevo duro?, o ste jug al lector la treta francesa de disociar al narrador del autor? En el primer caso, muri Giraudoux sin resolver el enigma Tornielli? Quiz lo ha aclarado alguna otra persona? Me pregunto si alguno de los lectores conoce las respuestas. Carta del marqus de Tamarn publicada en el Times Litterary Supplement el 28 de enero de 1983.
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LA HONESTIDAD
Empujando un carrito con una bandeja en la que hay un vaso de agua, un frasco de cpsulas, un termmetro y una carpeta, la enfermera entra en la habitacin 93, dice Buenas tardes y se acerca a la cama del enfermo, que yace con los ojos cerrados. Lo mira sin excesivo inters, consulta las indicaciones colgadas a los pies de la cama, saca una cpsula del frasco que lleva en el carrito y, mientras coge el vaso de agua, dice: Seor Rdz, es hora de la cpsula. El seor Rdz no mueve ni un prpado. La enfermera le toca el brazo. Vamos, seor Rdz. Con los presentimientos ms negros, la enfermera coge la mueca del enfermo para tomarle el pulso. No tiene. Est muerto. Guarda la cpsula en el frasco, arrincona el carrito y sale de la habitacin. Corre hasta el mostrador de control de esa ala del hospital (la D) y le anuncia a la enfermera jefe que el paciente de la habitacin 93 ha muerto. La enfermera jefe mira el reloj. No le va nada bien que se le haya muerto un paciente en este momento. Le falta un cuarto de hora para irse, y hoy ms que nunca le interesa salir rpido porque al fin ha conseguido que el novio de su mejor amiga le haya dicho que se vieran, justamente con la excusa de hablar de su amiga. Aunque ella sabe (precisamente por las confesiones de esa amiga suya) que es hombre que no se anda por las ramas y que hablar es lo que menos le interesa en el mundo, y que si la ha invitado a cenar en su casa es, sin la menor duda, para empalarla a los pocos minutos, encima de la mesa mismo, entre las velas y los platos de espaguetis, si es que, como casi siempre (lo sabe por su amiga), ha preparado espaguetis para cenar. Y lo espera con ansia. Por eso, si anuncia que el enfermo de la habitacin 93 se ha muerto, lo quiera o no tendr que quedarse un rato ms, aunque ya haya llegado el turno siguiente, el que empieza justo dentro de un cuarto de hora. Los muertos traen papeleo. Son cosas que no se solucionan en un momento. Y eso significa llegar tarde a la cita. Claro que puede llamar al novio de su amiga, explicarle lo que le pasa y proponerle que se vean ms tarde, u otro da. Pero la experiencia le ha enseado que los aplazamientos de las primeras citas suelen ser fatdicos. Que cuando una cita se aplaza por un motivo, la vez siguiente se aplaza por otro. Y, hoy por una cosa y maana por otra, el aplazamiento se vuelve definitivo. Adems, ha sido un da terrible y tiene unas ganas locas de acabar, ir a casa de l y abandonarse. Si se tuviesen ms confianza, podra decirle (a la enfermera que ha encontrado al paciente muerto), que haga como que no se ha dado cuenta. As lo descubrira una de las enfermeras del prximo turno, y de las complicaciones posteriores se encargara la siguiente enfermera jefe. A los del prximo turno lo mismo les da. Apenas habrn comenzado a trabajar, y un muerto no les desbaratar la jornada. De esta manera ella se librara del asunto y llegara puntual a la cita. Pero no tiene mucha confianza con la enfermera. Es nueva y hasta existe el peligro de que padezca esa especie de devocin a la tica que a veces tienen los principiantes. Adems, puede que no la padezca pero se apunte el dato y un da, cuando le convenga, lo utilice en beneficio propio. La enfermera jefe vuelve a mirar el reloj. Est cada vez ms nerviosa. Las agujas avanzan inexorables hacia la hora de salida, hacia la cita que por nada del mundo quiere perderse. Qu hacer? Tiene que decidirse rpido, porque la enfermera que ha encontrado al muerto empieza a mirarla con cara de no entender por qu se queda
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quieta, boquiabierta e indecisa. Le dice que ya se encargar ella y que siga con el recorrido. Tampoco puede pedirle el favor a la enfermera jefe del prximo turno. No porque la mujer tenga veleidades ticas sino porque, lamentablemente para la resolucin del trago en que se encuentra, hay un odio mutuo que dura desde el da en que se conocieron. Si no encuentra ninguna solucin, va a quedarse de brazos cruzados y renunciar a la cita? Por nada del mundo. Pero el desasosiego no la deja pensar con claridad. Cada vez lo ve todo ms negro. Justo en el peor momento, cuando la preocupacin est a punto de impedirle encontrar una salida, ve la solucin entrando por la puerta: el mdico nuevo, que trabaja en el hospital desde hace poco y siempre le sonre, con una sonrisa entre insinuante e interrogativa. Es la nica posibilidad. Se acercar al mdico joven, le contar que tiene un compromiso ineludible y le pedir que le haga un favor: encargarse l del muerto. Por ms que sepa que, a cambio del favor, las sonrisas insinuantes se convertirn en proposiciones concretas. Le apetece acceder a las proposiciones concretas de ese mdico? Nunca lo ha pensado en serio. En principio habra dicho que no. Pero, despus de hacerse la composicin de lugar y mirarlo una vez ms, por qu no? Adems, si realmente no le apeteciera nada, hasta podra decirle que no. Un favor se hace a cambio de nada. Un favor que se paga ya no es un favor. Pero cuanto ms lo piensa menos le apetece decirle que no. De hecho, le apetece decirle que s. Es ms: tiene muchas ganas de que le haga proposiciones. Tantas ganas que cada vez piensa menos en el hombre con quien est citada ms tarde y al cual se imagina empalndola sobre la mesa, entre los espaguetis. Se le acerca, abre la boca y se esfuerza por no quedarse muda. Los labios del mdico la trastornan. Son carnosos, tersos. Los mordera all mismo. En vez de eso le pide el favor. El mdico le sonre, le dice que no se preocupe y que se vaya tranquila: l se encargar. La enfermera jefe se aleja por el pasillo y, antes de entrar en el vestuario, se vuelve por ltima vez para mirarlo y comprobar que, efectivamente, l tambin la ha estado mirando; la mira an, se sonren y ella entra en el vestuario. Se cambia deprisa: ya pasan dos minutos de su hora de marcharse! Sale a la calle. Levanta un brazo para parar un taxi pero lo piensa mejor, lo baja y se queda un instante quieta. Despus echa a andar, busca una cabina telefnica y, mientras llama al novio de la amiga para musitarle una excusa poco creble, calcula cunto tardar el mdico nuevo en hacerle proposiciones, y cmo har para incitarlo si ve que tarda mucho.
EL AMOR
La archivera es una mujer alta, guapa, con rasgos faciales grandes y vivos. Es inteligente, divertida y tiene lo que la gente llama carcter. El futbolista es un hombre alto, guapo, con rasgos faciales grandes y vivos. Es inteligente, divertido y tiene lo que la gente llama carcter. La archivera trata al futbolista con desdn. Se muestra seca, displicente. De tanto en tanto, cuando l la llama (siempre es l quien la llama, ella a l no lo llama nunca), aunque no tenga nada que hacer le dice que ese da no le va bien que se vean. Da a entender que tiene otros amantes, para que el futbolista no se crea con ningn
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derecho. Alguna vez ha cavilado (tampoco mucho, no fuera a darse cuenta de que se estaba equivocando) y llegado a la conclusin de que lo trata con desdn porque en el fondo lo quiere mucho y teme que, si no lo tratara con desdn, caera en la trampa y se enamorara de l tanto como l est enamorado de ella. Cada vez que la archivera decide que se acuesten, el futbolista se pone tan contento que le cuesta creerlo y llora de alegra, como con ninguna otra mujer. Por qu? No lo sabe, pero cree que el desprecio con que lo trata la archivera no lo es todo. De ninguna manera es el factor decisivo. Sabe que en el fondo ella lo quiere, y sabe que si finge dureza es para no caer en la trampa, para no enamorarse de l tanto como l est enamorado de ella. El futbolista querra que la archivera lo tratase sin desdn o, como mnimo, con un poco menos. Porque as vera, por un lado, que sa no es la nica forma de relacin posible entre los dos y, por otro, que no debe tener ningn miedo de enamorarse de l. Porque l amara la ternura de la archivera, esa ternura que ahora le da miedo mostrar. A veces el futbolista sale con otras mujeres. Porque le parece que ha llegado al lmite, porque decide que ya no soporta ms que lo trate como un jarro, que casi no lo mire, que lo utilice de cepillo y despus lo ignore. Pero siempre vuelve. No es que las otras no le interesen lo suficiente. Todo lo contrario: son muchachas esplndidas, inteligentes, guapas y consideradas. Pero ninguna le da el placer que le da ella. Un da (una tarde, mientras la archivera fuma y lo observa desvestirse), el futbolista se decide y le habla. Le dice que no debera ser tan seca, tan huraa, que l la quiere tanto que no debe tener miedo de mostrarse tal como es. Que no se aprovechara de ninguna debilidad de ella. Que si fuese tierna (y l sabe que lo es, y que finge no serlo) la querra an ms. Airada, ella le dice que quin se ha credo que es para decirle lo que tiene que hacer y lo que no; le dice que se siente y lo abofetea. Esa tarde, el futbolista disfruta ms que nunca. Pero, otro da que se ven, inopinadamente ella no es tan malcarada como de costumbre. El futbolista se sorprende. A lo mejor lo ha pensado y, sin decirle nada, empieza a hacerle caso. Al da siguiente es incluso tierna. El futbolista se alegra mucho. Por fin ha entendido que no tena por qu tener miedo. Que mostrarse tal como es no va a reportarle ningn mal. Estn en la cama. El futbolista est tan emocionado que se conmueve con cada gesto, con cada caricia. En cada mimo encuentra un placer especial. Es tal la ternura que ni tiene ganas de follar: les basta con abrazarse y decirse que se quieren (ahora, ella se lo dice a cada momento). La archivera no vuelve a tratarlo con desprecio nunca ms. Est tan enamorada del futbolista que se lo dice por la maana, por la tarde, por la noche. Le regala camisas, libros. Se le entrega siempre que l quiere. Es ella quien lo llama, cada vez ms, para que se vean todos los das. Y una noche le propone que se vayan a vivir juntos. El futbolista la observa framente, con la mirada vidriosa. Hasta no hace mucho hubiera dado el brazo derecho porque ella le propusiese lo que acaba de proponerle.
VIDA MATRIMONIAL
A fin de firmar unos documentos, Zgdt y Bst (casados desde hace ocho aos) tienen que ir a una ciudad lejana. Llegan a media tarde. Como no podrn resolver el asunto hasta el da siguiente, buscan un hotel donde pasar la noche. Les dan una habitacin
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con dos camas individuales, dos mesillas de noche, una mesa para escribir (hay sobres y papel de carta con el membrete del hotel, en una carpeta), una silla y un minibar con un televisor encima. Cenan, pasean por la orilla del ro y, cuando vuelven al hotel, cada uno se mete en su cama y coge un libro. Pocos minutos ms tarde oyen que en la habitacin de al lado estn follando. Oyen claramente el chirrido del somier, los gemidos de la mujer y, ms bajo, los bufidos del hombre. Zgdt y Bst se miran, sonren, hacen algn comentario chistoso, se desean buenas noches y apagan la luz. Zgdt, caliente por la follada que sigue oyendo a travs de la pared, piensa en decirle algo a Bst. A lo mejor ella se ha puesto tan caliente como l. Podra acercrsele, sentarse en la cama, bromear sobre los vecinos y, como quien no quiere la cosa, acariciarle primero el pelo y la cara y a continuacin los pechos. Muy probablemente, Bst se apuntara en seguida. Pero y si no se apunta? Y si le retira la mano y chasca la lengua o, peor todava, le dice No tengo ganas? Hace aos no habra dudado. Habra sabido, justo antes de apagar la luz, si Bst tena ganas, si los gemidos de la habitacin de al lado la haban encendido o no. Pero ahora, con tantos aos de telaraas encima, nada est claro. Zgdt se vuelve de lado y se masturba procurando no hacer ruido. Diez minutos despus de que haya acabado, Bst le pregunta si est dormido. Zgdt le dice que todava no. En la habitacin de al lado ya no gimen. Ahora se oye una conversacin en voz baja y risas sofocadas. Bst se levanta y va a la cama de Zgdt. Aparta las sbanas, se tiende y empieza a acariciarle la espalda. La mano baja desde la espalda hasta las nalgas. Sin coraje para decirle que se acaba de masturbar, Zgdt le dice que no tiene ganas. Bst deja de acariciarlo, hay un silencio breve, largusimo, y se vuelve a su cama. Zgdt oye cmo aparta las sbanas, cmo se mete dentro, cmo se revuelve. A cada revuelta, a Zgdt se le multiplican los remordimientos por haberse masturbado sin haber intentado antes saber si Bst querra follar. Adems, se siente culpable de no haberle dicho la verdad. Tan poca confianza se tienen , tan extraos son ya el uno para el otro, que ni eso puede decirle? Precisamente para demostrar que no son del todo extraos, que an hay una chispa de confianza, que quiz puede reavivar la hoguera, rene coraje, se vuelve hacia ella y le confiesa que hace unos minutos se ha masturbado porque pensaba que ella no tendra ganas de follar. Bst no dice nada. Minutos despus, por los sonidos disimulados que le llegan, Zgdt supone que Bst se est masturbando. Siente una tristeza inmensa, piensa que la vida es grotesca e injusta y rompe a llorar. Llora contra la almohada, hundiendo la cara todo lo que puede. Las lgrimas son abundantes y calientes. Y cuando oye que Bst ahoga el gemido final contra el pulpejo de la mano, grita con un grito que es el grito que ella se muerde.
LA SUMISIN
La mujer que est tomando un helado de vainilla en la primera mesa de este caf ha tenido siempre las cosas muy claras. Busca (y buscar hasta que lo encuentre) lo que ella llama un hombre de verdad, que vaya al grano, que no pierda el tiempo en detalles galantes, en gentilezas intiles. Quiere un hombre que no preste atencin a lo que ella pueda contarle, pongamos, en la mesa, mientras comen. No soporta a los que intentan hacerse los comprensivos y, con cara de angelitos, le dicen que quieren compartir los problemas de ella. Quiere un hombre que no se preocupe por los sentimientos que ella
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pueda tener. Desde pber huy de los pipiolos que se pasaban el da hablndole de amor. De amor! Quiere un hombre que nunca hable de amor, que no le diga nunca que la quiere. Le resulta ridculo, un hombre con los ojos enamorados y dicindole: Te quiero. Ya se lo dir ella (y se lo dir a menudo, porque lo querr de veras), y cuando se lo haya dicho recibir complacida la mirada de compasin que l le dirigir. sa es la clase de hombre que quiere. Un hombre que en la cama la use como se le antoje, sin preocuparse por ella, porque el placer de ella ser el que l obtenga. Nada la saca ms de quicio que esos hombres que, en un momento u otro de la cpula, se interesan por si ha llegado o no al orgasmo. Eso s: tiene que ser un hombre inteligente, que tenga xito, con una vida propia e intensa. Que no est pendiente de ella. Que viaje, y que (no hace falta que lo haga muy a escondidas) tenga otras mujeres adems de ella. A ella no le importa, porque ese hombre sabr que, con un simple silbido, siempre la tendr a sus pies para lo que quiera mandar. Porque quiere que la mande. Quiere un hombre que la meta en cintura, que la domine. Que (cuando le d la gana) la manosee sin miramientos delante de todo el mundo. Y que, si por esas cosas de la vida ella tiene un acceso de pudor, le estampe una bofetada sin pensar si los estn mirando o no. Quiere que tambin le pegue en casa, en parte porque le gusta (disfruta como una loca cuando le pegan) y en parte porque est convencida de que con toda esta oferta no podr prescindir jams de ella.
EL CICLO MENSTRUAL
En tercero de biolgicas, Grmpf est enamorada de Pti y Pti de Grmpf. Pero como Pti tiene un no s qu entre tmido y orgulloso, no le dice nada a Grmpf y Grmpf termina por creer que en realidad no est enamorado de ella. Por eso, con gran esfuerzo, intenta quitrselo de la cabeza. Le cuesta Dios y ayuda, porque est locamente enamorada, pero al fin consigue medio olvidarlo. Sobre todo desde que conoce a Xevi y se interesa por l. A Xevi la cosa no le viene nada mal, porque se habra agarrado a un clavo ardiente: acaba de romper con Mari y se siente absolutamente solo. Con la aceleracin propia de quien quiere enterrar el pasado lo antes posible, Xevi y Grmpf se casan en seguida. Cuando Pti se entera, se hunde por completo: de golpe comprende que estaba locamente enamorado de Grmpf. Espera a la puerta de la casa de ella y, cuando ve que Xevi se va, llama. Grmpf abre la puerta y se queda de piedra al ver a Pti con una rodilla en el suelo y declarndosele. Se le trastocan los sentimientos, est a punto de caer en la duda, pero es fuerte, inspira hondo y le dice que es demasiado tarde. Pti calla, se incorpora y se va, desesperado y para que ella no vea que est llorando. Mientras tanto, en el camino a la oficina, Xevi se ha encontrado con Mari. Ah, qu encuentro. Les basta mirarse a los ojos para darse cuenta de que romper fue un error. Se abrazan y se prometen amor eterno. Pero Mari sufre por Xevi: no puede acabar de creer que se haya dado cuenta tan rpido que es a ella a quien quiere y no a Grmpf. Xevi insiste en que s, en que es a ella a quien quiere, y para demostrrselo vuelve a casa cuando calcula que Grmpf no est; hace la maleta y deja una nota donde le dice lo que pasa y se excusa. Cuando Grmpf llega a casa, ve la nota y se desespera. Qu imbcil ha sido en no aceptar la propuesta de Pti. Abre una botella de vodka. Se la bebe toda. Eso le da valor. Llama a Pti, le dice que lo ha pensado mejor y que lo quiere. Al otro extremo de la lnea, silencio. Por fin, Pti se aclara la garganta y habla. Le explica que la declaracin llega tarde porque, cuando ella le dijo que no, se qued tan
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destrozado que inici de inmediato el proceso de denigracin y, como es un hombre rpido, en unos momentos ya ha destruido la buena opinin que tena de ella y ha transformado por completo el amor que haba sentido por ella hasta aquella misma tarde. Ahora lo nico que siente es odio, un odio intenso que le permite despedirla sin contemplaciones y colgar. Con el auricular en la mano, Grmpf llora, y en seguida le viene fiebre: de golpe tiene treinta y nueve grados y dos dcimas. Al da siguiente no va al trabajo. La misma tarde, precedido por un ramo de flores, aparece Toni, un compaero del despacho que ha venido a interesarse por su salud, por si necesita algo. Grmpf se da cuenta de que detrs de ese inters y de ese montn de flores hay una chispa de amor. Pero no es el momento. Ahora ella no puede pensar ms que en Xevi, hasta que se cicatrice la herida. La herida se cicatriza, Grmpf se repone del todo y Toni insiste: la saca a pasear, la lleva a cenar, van al cine. l querra algo ms, pero desde el principio ella deja claro que slo sern buenos amigos. Toni se conforma con eso. Se conforma porque es comprensivo. Comprende que Grmpf todava tiene los sentimientos en carne viva y que no es cosa de jugar. Todos los sbados, a la vuelta del cine o el restaurante, la deja en la puerta de casa y se despiden con un beso en la mejilla. Hasta que un da Toni conoce a Anni. Es lo que se llama amor a primera vista. Se enrollan inmediatamente y Toni deja de ver a Grmpf. Molesta, Grmpf decide que Toni ya no sale con ella porque lo nico que quera era llevrsela a la cama y como no se la llevaba ya no quiere salir con ella. Ah est la prueba: como no es una mujer fcil, termina con la hipocresa de las cenas, las salidas al cine y esa frase que deca siempre: No me importa. Entiendo que todava ests dolida por lo de Xevi; no me molesta que no nos acostemos. De veras. Hipcrita. Para vengarse, Grmpf se va a un bar y se acuesta con el primero que encuentra, un escocs llamado Eric, que acaba de llegar de Aberdeen y piensa estar aqu una semana para quitarse de la cabeza a una chica llamada Fiona.
LA INOPIA
La profesora universitaria va a almorzar a casa del profesor universitario. Trabajaron juntos har unos doce aos y de vez en cuando (cada ao o cada dos aos) almuerzan juntos y se cuentan cmo les ha ido desde la ltima vez que se vieron. Esta vez hace casi tres aos que no se ven: desde antes de que ella se divorciase. La profesora universitaria pasa todo el rato hablando nicamente de si la gente est buena o no. A ti te parece que Kim Bassinger est buena?, pregunta. No me parece que Mickey Rourke est tan bueno. Bruce Willis s est bueno. En mi facultad hay un profesor que est buensimo. T crees que Andreu est bueno? Es la caricatura en negativo de un determinado tipo de hombres, cuando hablan de mujeres. Pero con ciertos detalles que la convierten en ridcula. Los hombres que ella inconscientemente caricaturiza nunca preguntaran si tal o cual mujer est buena. Lo sabran desde el momento mismo de verlas, fuera en el cine, en una revista o en la facultad. Tampoco diran siempre est buena, como nica frase del repertorio, y tendran cincuenta frases ms, desde poticas a groseras, para describir todos y cada uno de los detalles anatmicos o el potencial lascivo que intuyeran en cada caso. Despus de aos y aos de estar absolutamente casada, ahora (despus del divorcio) ha descubierto el Mediterrneo. Pero tantos aos de falta de prctica han
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hecho que olvidase cmo se nada, o que lo haga con tan poca destreza que no pueda adentrarse mucho en el mar. No se est quieta en la silla. Enciende un cigarrillo tras otro y los aspira con intensidad. Lleva los labios pintados de rojo intenso. Antes de divorciarse no se los pintaba. No se pona nada de maquillaje. Ahora, en cambio, lleva la cara como un cromo. Cuando sonre (sonre todo el rato), el maquillaje le hace un pliegue como de cartn en las comisuras de los labios. Y el pelo lo lleva cortado a la perfeccin, teido de un castao rojizo que en las canas se vuelve cobre grisceo. Mientras toman caf, el profesor universitario la escucha y la observa. Se estar reprochando todos los aos perdidos en la fe monogmica? Estar haciendo la lista de la cantidad de hombres que podra haberse tirado y no se ha tirado? Ser consciente de que, fiel a la fidelidad, se le ha aflojado la carne, le han salido arrugas y gente que hace diez aos hubiera querido follar con ella ahora ni lo considera? Por qu me miras tan fijo? dice ella de golpe. No te me querrs insinuar?
LA FE
Quiz es que no me quieres. Te quiero. Cmo lo sabes? No lo s. Lo siento. Lo noto. Cmo puedes estar seguro de que lo que notas es que me quieres y no otra cosa? Te quiero porque eres diferente de todas las mujeres que he conocido en mi vida. Te quiero como nunca he querido a nadie, y como nunca podr querer. Te quiero ms que a m mismo. Por ti dara la vida, me dejara despellejar vivo, permitira que jugasen con mis ojos como si fuesen canicas. Que me tirasen a un mar de salfumn. Te quiero. Quiero cada pliegue de tu cuerpo. Me basta mirarte a los ojos para ser feliz. En tus pupilas me veo yo, pequeito. Ella mueve la cabeza, inquieta. Lo dices de verdad? Oh, Ral, si supieses que me quieres de veras, que te puedo creer, que no te engaas sin saberlo y por lo tanto me engaas a m... De verdad me quieres? S. Te quiero como nadie ha sido capaz de querer nunca. Te querra aunque me rechazaras, aunque no quisieras ni verme. Te querra en silencio, a escondidas. Esperara que salieses del trabajo nada ms que para verte de lejos. Cmo es posible que dudes de que te quiera? Cmo quieres que no dude? Qu prueba real tengo de que me quieres? S, t dices que me quieres. Pero son palabras, y las palabras son convenciones. Yo s que a ti te quiero mucho. Pero cmo puedo tener la certeza de que t me quieres a m? Mirndome a los ojos. No eres capaz de leer en ellos que te quiero de verdad? Mrame a los ojos. Crees que podran engaarte? Me decepcionas. Te decepciono? No ser mucho lo que me quieres si te decepcionas por tan poco. Y todava me preguntas por qu dudo de tu amor? El hombre la mira a los ojos y le coge las manos. Te quiero. Me oyes bien? Te quie ro. Oh, te quiero, te quiero... Es muy fcil decir te quiero. Qu quieres que haga? Que me mate para demostrrtelo?
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No seas melodramtico. No me gusta nada ese tono. Pierdes la paciencia enseguida. Si me quisieras de verdad no la perderas tan fcilmente. Yo no pierdo nada. Slo te pregunto una cosa: qu te demostrara que te quiero? No soy yo la que tiene que decirlo. Tiene que salir de ti. Las cosas no son tan fciles como parecen. Hace una pausa. Contempla a Ral y suspira. A lo mejor tendra que creerte. Pues claro que tienes que creerme! Pero por qu? Qu me asegura que no me engaas o, incluso, que t mismo ests convencido de que me quieres pero en el fondo, sin t saberlo, no me quieres de verdad? Bien puede ser que te equivoques. No creo que vayas con mala fe. Creo que cuando dices que me quieres es porque lo crees. Pero y si te equivocas? Y si lo que sientes por m no es amor sino afecto, o algo parecido? Cmo sabes que es amor de verdad? Me aturdes. Perdona. Yo lo nico que s es que te quiero y t me desconciertas con preguntas. Me hartas. Quiz es que no me quieres.
PIGMALIN
Es una adolescente tan bella que, en cuanto la conoce, Pigmalin quiere hacer una escultura. La lleva al estudio y se pasa horas (dibujndola primero, pintndola despus) antes de hacer la primera prueba en barro. Al contrario que en la pelcula, la chica no es ignorante ni habla mal. Cuando termina la escultura se han enamorado uno del otro. En la cama, Pigmalin descubre que es tan bella y educada como inexperta. Consciente de su papel en la historia, le ensea todo lo que sabe, sorprendido por la facilidad con que la chica aprende. Hasta que la convierte en la amante perfecta, consciente de serlo: la que siempre haba soado. Se amolda a cualquier juego a que l la someta, hasta que la ha sometido a todos los que conoce. Espoleado por la receptividad de la chica, hurga en el saco de las fantasas que nunca ha llevado a la prctica. Hasta que ya no es slo l quien propone, sino que entre los dos construyen un crescendo de exitaciones. Ahora la chica est a sus pies, con la boca abierta y los ojos encendidos. Con una cuchara, Pigmalin recoge la mezcla de semen y lgrimas que resbala por la cara de la chica y se la mete en la boca, alimentndola como a un beb. Hechizado e inquieto, Pigmalin mira cmo lame la cuchara. Qu ms puede hacerle? La chica le implora que le haga lo que quiera. Basta que me lo digas y me arrastrar por las calles; si quieres traer hombres a casa, para que veas cmo me follan. Llmame puta; t me has hecho as. Es cierto. Sabe que, slo con que se lo ordene, se arrastrar por las calles. Pero tambin sabe que, aunque no se lo ordene, lo har igualmente. No hay ms que mirarla. Cualquiera que la mire a los ojos ver un volcn de lascivia. Que no slo no se negar nunca a nada, sino que aprovechar la primera posibilidad de traicionarlo para disfrutar del placer de engaar a quien ha sido su maestro. Y si ya ha empezado a traicionarlo y, sabiendo que a l le gustara saberlo y conocer todos los detalles, por pura perversin no se lo dice? Lo vuelve loco la posibilidad de que se la clave otro
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hombre sin estar l delante, y perdrselo. La mira con rabia y pasin. Tira la cuchara a un lado, se levanta; cuando la vuelve a mirar el corazn le late desbocadamente. En un arrebato coge las cuatro cosas que la muchacha tiene en el estudio (un cepillo para el pelo, unos pendientes, un pintalabios, un libro), las mete en una bolsa, agarra a la chica por la mueca, le incrusta la bolsa en el sobaco, abre la puerta, la echa y cierra de un portazo. Puta!
LA INMOLACIN
Marido y mujer contemplan la silueta de la torre. La mujer se siente especialmente tierna y abraza al marido. Tena muchas ganas de hacer este viaje. Se besan. El marido acaricia el pelo de la mujer. Vuelven a mirar la torre. A qu hora tenemos que estar en Florencia? dice la mujer. Por la noche. Tienes hambre, ahora? Cogemos el coche y vamos a comer a algn sitio cerca de aqu? S. Pero primero subamos a la torre. A la torre? Ni hablar. Cmo que no? A ver si hemos venido a Pisa y nos vamos a ir sin subir a la torre. Pues claro que no. Lo que es yo, no subo. Por qu no? Porque no es segura. No me hara ninguna gracia que se cayera justo cuando subimos nosotros a hacer la visita turstica. Cmo se va a caer? Hace siglos que se aguanta as. No pensars que se va a derrumbar precisamente cuando subimos nosotros? Hace siglos que est inclinada. Pero no es verdad que haga siglos que est tan inclinada. Lo est cada vez ms. Y algn da se va a derrumbar. Todo el mundo dir: Ya ves, ha sido hoy, quin iba a decirlo? Pero yo no quiero estar dentro el da que pase. No ves que la han tenido cerrada durante aos hasta que se han asegurado de que no pasaba nada, hasta que un comit de gelogos, arquitectos y no s qu ms ha decidido que no haba peligro? Precisamente, que la hayan tenido cerrada tantos aos quiere decir que es peligrosa. Cuando se caiga dejar de haber peligro. Ya no podr subir nadie. El problema es mientras no se cae. Adems, lo nico que han hecho es fajarla con unos anillos de acero, anclarla a una plataforma de cemento y ponerle un contrapeso de plomo. Y el hecho de que slo pueda subir un nmero determinado y reducido de personas por turno confirma que no lo han solucionado. No. Lo que confirma es que han tomado las medidas de seguridad necesarias. Ahora ya no puede pasar nada. Al contrario. Ahora pueden pasar ms cosas que antes. Antes, con el correr del tiempo, la torre se haba ido estabilizando. Ahora, con tanto anillo de acero y tanto parche, lo nico que han conseguido es quitarle incluso su relativa estabilidad. Ahora es cuando ms se puede caer. En el momento menos pensado. Me dejas de piedra. De verdad no quieres subir? Hemos venido a Pisa y no vas a subir a la torre conmigo?
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Es un riesgo innecesario. Todo es un riesgo innecesario. Subir a un avin. Ir en coche. Fumar. Incluso quedarte en casa. Puede ser que la vecina de abajo no haya apagado bien el gas, que alguien encienda una cerilla y estalle todo el edificio. Eres una pelma. Yo subo. Si quieres, me esperas aqu. El viento sopla de manera pavorosa. El pauelo que la mujer lleva al cuello se le pega a la cara. Lo aparta con una mano; mira al marido con rictus ofendido. El marido comprende que negarse sera abrir la primera grieta en el muro que los une, un muro que han ido construyendo a fuerza de aos. Porque hara cualquier cosa porque el muro no se agrietase, acepta. Venga, vamos dice. La mujer sonre, lo abraza por la cintura, van hacia la torre, empiezan a subir y no tiene tiempo ni de darse cuenta de esa prueba de amor.
LA SENSATEZ
Cada vez que la mujer juiciosa se acuesta con alguien le cuenta al novio que lo ha hecho no por un ataque circunstancial de lubricidad, sino porque se ha enamorado. No es que tenga que sentirse culpable (al respecto, la mujer y su novio tienen un pacto de lo ms claro y elstico), pero si cuando se acuesta con alguien remarca que lo hace enamorada, es como si se sintiese ms limpia. En cambio, cada vez que su novio se enrolla con alguien, la mujer considera que lo hace por pura lubricidad, y eso la irrita. No es que se ponga celosa. No. No es celosa en absoluto. Simplemente le molesta que su novio sea tan vulgar, tan carnal. El novio s que se pone celoso cuando sabe que ella se acuesta con otro. Pero son celos comprensibles: porque ella se enamora. Y si la persona con la cual (ms o menos elstico) tienes un pacto de convivencia se enamora de otro, es lgico tener celos. Qu escala aplica la mujer para decidir que sus asuntos de cama son producto del amor y los del novio de la lujuria? El novio dice que una escala muy sencilla: que ella es ella misma (y por lo tanto se lo justifica todo) y l no slo no es ella, sino que es hombre, con la carga histrica que eso comporta. La mujer lo niega, aunque los aos le hayan enseado que, en general, hombres y mujeres se comportan de manera diferente. Pero no lo dice porque, aunque es una creencia sobre la cual tiene cada vez menos dudas, es generalizadora. Y siempre hay excepciones, aunque nunca se ha visto tan cerca de reconocer que la frase hecha que asegura que todos los hombres son iguales, aun siendo tpica (y por lo tanto repugnante) es, cuando menos parcialmente, cierta: quiz no todos, pero la inmensa mayora de los hombres s que son iguales. La mujer juiciosa sabe de qu habla: se ha enamorado de muchos, y todos, indefectiblemente y por mucho que lo adornen, en el fondo ligan con ella llevados por la lubricidad. Lubricidad a la cual ella cede a menudo porque (es forzoso reconocerlo) desde muy pequea ha sido terriblemente enamoradiza y el amor la embriaga de tal manera que no bien un hombre le pasa el brazo por los hombros, le besa el lbulo de la oreja y le pone la mano entre las piernas, por ms que abra la boca para decir que no, nunca le sale el no y siempre dice que s.
LA DETERMINACIN
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Quim Monz
Por la tarde, la mujer fatal y el hombre irresistible se encuentran en un caf de paredes color ocre. Se miran a los ojos; saben que esta vez ser la ltima. Desde hace semanas, a uno y otra se les viene haciendo evidente la fragilidad del hilo que los ha unido desde hace ms de tres aos y que los haca llamarse a todas horas, vivir el uno para el otro; una agitacin tal que ni las tardes de domingo eran aburridas. Ahora el hilo est a punto de romperse. Ha llegado el momento de poner en duda el amor que se tienen y, en consecuencia, acabar. Antes se vean casi todos los das, y cuando no se vean se llamaban por telfono aunque fuera en mitad de un congreso en Nueva Escocia. En las ltimas semanas apenas se han visto tres veces, y los encuentros no han sido alegres. Sin habrselo dicho, los dos saben que el encuentro de hoy es para despedirse irremisiblemente. Han llegado a tal grado de compenetracin que a ninguno de los dos le hace falta explicitar que se aburre; los dos se percatan simultneamente. Se cogen de la mano y recuerdan (cada cual para s, en silencio) la perfeccin fornicatoria a que han llegado ltimamente: ellos mismos se maravillan. No es extrao que al lado de semejantes acrobacias el resto de sus vidas les parezca inspido. Toman el caf, se dicen adis y se va cada uno por su lado. Ella se ha citado a cenar con un hombre; l se ha citado a cenar con una mujer. Despus de los postres, la mujer fatal tarda una hora y media en irse a la cama con el hombre con el que se ha citado. El hombre irresistible tarda tres en irse a la cama con su acompaante. Ambos se descubren hacindolo con tanta torpeza que se emocionan. Qu pasividad! Qu impericia! Cunta ansiedad! Cunta impaciencia! Les queda por recorrer un camino muy largo antes de llegar con los nuevos amantes a la perfeccin a la cual han dicho adis esta tarde, con un caf.
LA ADMIRACIN
Boquiabierta, la chica escucha al novelista crptico leer un captulo de su ltima novela. Cuando termina, mientras la gente aplaude, ella aprovecha para situarse en una posicin estratgica y, cuando el novelista sale de la sala, charlando con ste y aqul y estrechando alguna mano, lo aborda. Le dice que est muy interesada en lo que hace y que, si fuese posible, le gustara conocerlo ms a fondo. La chica es bonita, y al novelista le gustan las chicas bonitas. Mientras la mira, la chica le sostiene la mirada y le sonre. El novelista acepta; se deshace de los organizadores y van a cenar a un restaurante. Es un restaurante sencillo, porque el novelista, aunque es muy bueno (o precisamente porque lo es) no tiene suficiente xito comercial como para permitirse restaurantes de lujo. Eso a ella le da lo mismo. Est (se da cuenta mientra lo mira a los ojos) absolutamente enamorada. l charla y charla sin parar, y a ella le gusta lo que le cuenta. Se re mucho y salen del restaurante abrazados. Van a casa de l, que vive en un ltimo piso sin ascensor (Cmo en las pelculas!, se entusiasma ella) y all pasan la noche. Al da siguiente vuelven a verse. Terminan por vivir juntos. Al cabo de cuatro meses, ella queda embarazada. Tienen un nio. El piso se les hace no slo pequeo, sino demasiado incmodo para criar un hijo. Una noche, el novelista crptico toma una decisin: debe aumentar los ingresos como sea. Las novelas crpticas a duras penas dan nada. Y la suma de lo que cobra l
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Quim Monz
por hacer reseas de ajedrez en el diario y de lo que cobra ella como dependienta en una perfumera es una miseria. Por suerte, un amigo (que hace aos public un par de libros de poesa y ahora es montador de spots) le encuentra un puesto en una agencia de publicidad. Entra como redactor de textos. Ingenio no le ha faltado nunca, y escribir sabe de sobras. Tanto que los directivos lo valoran enseguida. Las cosas mejoran, econmica y profesionalmente. Al fin pueden mudarse. Ella vuelve a quedar embarazada. De tanto en tanto l recuerda la poca en que escriba novelas crpticas. Es una poca cada vez ms lejana. Es una etapa concluida, y en ocasiones le parece imposible haberse dedicado nunca a la novela crptica. No volvera a eso por nada del mundo. Ahora la literatura se le antoja apolillada, un arte de siglos pretritos. El futuro, el presente, no estn en los libros, que ya no lee nadie, sino en los diarios, en la televisin, en la radio. Y la publicidad, porque se prostituye conscientemente, es el arte ms excelso. Y en ese arte excelso l est triunfando. Hasta el punto de que tres aos despus ya tiene agencia propia, y cada da llega a casa totalmente agotado, con el tiempo justo de darles un beso a las nenas antes de tumbarse en el sof, resoplar y contarle a su mujer, a ritmo de ametralladora, los mil trfagos del da. La mujer lo mira con lstima. Sabe que l no echa en falta la poca en que escriba novelas crpticas. Sabe que cada da lucha de sol a sol por sacar la casa adelante, que lo hace con alegra y que, adems, ha tenido xito, y eso le satisface. Seguro que l no entendera que ella sintiera lstima, pero es lo que siente. Por eso, cuando se acuestan y l se duerme enseguida, ella sigue con la luz encendida, leyendo una novela. Es una novela enrevesada (es la nueva tendencia; las novelas crpticas ya no se llevan) que ha salido hace dos semanas y que slo en estas dos semanas se ha convertido en un xito, un gran xito dentro del mundo residual de la literatura. Le resulta apasionante, tanto que no piensa perderse la conferencia que maana por la tarde dar el novelista en un prestigioso centro cultural de la ciudad.
POR QU LAS AGUJAS DE LOS RELOJES GIRAN EN EL SENTIDO DE LAS AGUJAS DE LOS RELOJES?
El hombre azul est en el caf, moviendo la cucharilla dentro de una taza de poleo. Se le acerca un hombre magenta, de apariencia angustiada. Tengo que hablar con usted. Puedo sentarme? Sintese. No s por dnde empezar. Por el principio. El mes pasado seduje a su mujer. A mi mujer? S. El hombre azul tarda cuatro segundos en contestar. Por qu viene a contrmelo? Porque desde ese da no vivo. Por qu? La quiere tanto que quiere vivir con ella? Ella no lo quiere y eso lo angustia? No. Ser remordimiento, quiz? -15-
Quim Monz
No. Lo que pasa es que no me deja vivir. Me llama da y noche. Y si no contesto viene a mi casa. Y si no estoy me busca por todas partes. Me viene a ver al trabajo, dice que no puede vivir sin m. Y? He perdido la tranquilidad. Desde que la conoc no he podido quitrmela de encima un solo da. Usted no ha notado nada? Cundo la conoci? Hace un mes y medio. Usted estaba en Roma. En efecto, hace un mes y medio el hombre azul estuvo en Roma. Usted cmo sabe que yo estaba en Roma? No me cree? Me lo dijo ella, cuando la conoc. La conoc en un cursillo de informtica. En efecto, aprovechando que el hombre azul estaba en Roma, la mujer hizo un curso de informtica. Bueno, y qu quiere? Que me ayude a zafarme. No es que su mujer no me guste. Es extraordinaria, inteligente, sensual. Qu voy a decirle? Pero... Es muy absorbente. Verdad que s? dice, contento, el hombre magenta al ver que el hombre azul lo comprende. Tiene ganas de quitrsela de encima. Francamente, s. No lo deja en paz ni un momento, no? Si lo ve solo, fumando, tomando el fresco, leyendo el diario, estudiando, mirando el programa de televisin que ms le gusta, inmediatamente se le echa encima y empieza a hacerle carantoas. Adems, si no ests absolutamente pendiente de ella cree que molesta y se pone de esa manera que se pone. Por eso, aunque s que no tengo ningn derecho, quiero pedirle un favor: hable con ella, mntele una escena de celos, amencela. Lo que sea. Cualquier cosa con tal de que no nos veamos ms. De veras se la quiere quitar de encima? S, por favor. Nada ms fcil. Haga como yo. Deje de rehuirla, no se esconda, sea amable, tierno, considerado. Hgale ms caso que ella a usted. Llmela, dgale que la quiere como no ha querido nunca. Promtale que le dedicar la vida entera. Csense.
LOS CELOS
Tamar pasa una vez ms la lengua y, muy lentamente, levanta los ojos hasta encontrar los de Onn. Me gusta mucho tu polla. Est extenuada. Cierra los ojos. Al cabo de un rato se ha dormido, con la cabeza sobre el pubis del hombre, que no para de pensar en ello. Me gusta mucho tu polla. Me gusta mucho tu polla... Por qu siempre le dice lo mismo? Desde que se conocieron, cuntas veces se lo ha dicho mientras descansan? Innumerables. En cambio, nunca le ha dicho que le gusta mucho su brazo derecho, o los omplatos.
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Siempre lo mismo: la polla. A veces, Tamar la sostiene en la palma de la mano y la frase es diferente: Tienes una polla preciosa. Ahora ella duerme y el hombre se ha vuelto de lado. Para hacerlo ha tenido que apartarle la cabeza. Dormitando y todo, todava se aferra a ella. Qu mana con la polla. Es que, de l, slo le gusta la polla? Y l, no le gusta? Eso no lo dice nunca. Al principio le haba hecho gracia esa dedicacin. Era tierna y excitante. Como cuando l le deca: Me gusta mucho estar dentro de tu coo. Pero poco a poco la cosa fue cobrando un cariz obsesivo. Es cierto que su polla le gusta mucho. Se lo nota en los ojos, en cmo la observa, en el ritmo de las frases, en la manera de enfatizar la palabra mucho: muuucho. A la maana siguiente lo despierta la boca de Tamar, acaricindolo. Onn se aparta, como herido. Qu haces? Me gusta mucho. Te gusta mucho? S. Hay un instante de pausa. Me gusta mucho tu polla. Otra vez lo mismo. Si no tuviese polla, me querras igual? Lo mira de reojo. Qu te ha pasado? Qu quieres que me pase? No hablas de nada ms que de mi polla. De tu polla. A m nunca me dices si te gusto. De un golpe seco, le retira la mano. Tamar se levanta. Est preciosa e indignada. Te has vuelto loco. Loco no. Pero yo tambin existo. Y adrede, para que suene ridculo, agrega en tono agudo: No te parece? Tamar se apresura a vestirse. Cierra de un portazo. Los pasos de la mujer resuenan escaleras abajo, cada vez ms lejos. Onn se sienta en la cama, se pone la mano derecha debajo del miembro, flccido, lo levanta un poco y lo contempla, entre exasperado y curioso.
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Quim Monz
Estas promesas los emocionan todava ms. A las dos de la maana se duermen en el sof, cansados, uno en brazos del otro. Se levantan al medioda, con resaca. Se duchan, se visten, salen a la calle con gafas de sol. Vamos a comer? dice l. S. Por m poca cosa. Con un par de tapas me basta. Pero t debes de tener mucha hambre. l est a punto de decir que no, que cualquier cosa le va bien, pero recuerda la promesa. S. Tengo hambre. Pero me conformo con unas tapas. T comes un par y yo como ms. No. T debes querer sentarte a una mesa. No prefieres que vayamos a un restaurante? Han prometido ser completamente sinceros uno con otro. Por tanto no puede decirle lo que le habra dicho: que ya le va bien tomar unas tapas en un bar. Ahora tiene que reconocer que realmente prefiere ir a un restaurante y sentarse a una mesa. Pues vamos dice ella. Vamos a aquel restaurante japons donde fuimos hace una semana y que te gust tanto? La semana pasada todava no se haban prometido ser completamente sinceros el uno con el otro. Adems, l nunca dijo que el restaurante japons le hubiese gustado. Lo recuerda con claridad: a instancias de ella, haba dicho que el restaurante le haba parecido bien, frmula que no expresaba el entusiasmo que ahora ella pone en su boca. Te dije que me haba parecido bien, no que me hubiese gustado. Es decir: no te gust. Tiene que confesrselo: Odio la comida japonesa. Ella lo mira a los ojos, ceuda: Sabes que a m me gusta mucho. Lo s. Duda si la promesa lo exige o no, pero como prefiere traicionarla por exceso que por defecto declara el resto de lo que piensa: que precisamente una de las cosas que le disgustan de ella (y que tiene que ver con cierta actitud que ella considera esnob pero que en el fondo no es ms que chabacana) es su aficin a ir siempre a esos restaurantes que sustituyen la buena cocina por las relaciones pblicas. Ella le dice que es un imbcil. l se ve obligado a decirle que no se siente nada imbcil y que est convencido de que, si hubiese que demostrar quin posee un cerebro ms potente, el de ella no saldra ganador. Estas palabras terminan de ofender a la muchacha, que lo abofetea, iracunda, mientras vuelve a decirle que es un imbcil, un imbcil crnico, que lo ser toda la vida y que no quiere volver a verlo nunca ms, propuesta con la que l est inmediatamente de acuerdo.
LA INESTABILIDAD
Harto de que le arrancaran una y otra vez la radio del coche, el seor Trujillo se hizo instalar una que se poda sacar y poner. As no se la robaran nunca ms.
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Quim Monz
Sali del taller de reparaciones al volante del coche y escuchando una emisora. Era una buena radio. Cuando llegase a casa y dejase el coche en el aparcamiento comunitario, siempre sacara la radio, se la metera bajo el brazo y subira a casa. Lo mismo hara cuando fuese a la oficina. El caso era, pues, que llevara la radio bajo el brazo muy poco tiempo. Del aparcamiento comunitario a su piso y del aparcamiento de la oficina a la oficina: en ambos casos cortos viajes en ascensor. Por eso no le preocupaba mucho tener que llevarla bajo el brazo. Si hubiese tenido que llevarla por la calle lo habra pensado mejor. Siempre haba despreciado a los que van a todas partes con la radio del coche bajo el brazo. Le daba rabia verlos en las barras de los bares con el aparato al lado de la copa. O en las tiendas, arrastrndolo de un mostrador a otro, sin perderlo de vista un instante aunque el dependiente le pusiera encima quince camisas. Por eso, una semana y media ms tarde se detuvo de golpe en medio de la calle y se mir el sobaco. Qu haca l con la radio del coche bajo el brazo? Cmo era posible que no se hubiese dado cuenta hasta haberse alejado quince metros? Haba ido de compras al centro de la ciudad y, luego de dar vueltas y vueltas durante un rato exasperante sin encontrar dnde aparcar, cuando al fin haba encontrado un sitio, haba sacado la radio de manera mecnica. La tensin acumulada por la dificultad de encontrar aparcamiento le haba llevado a que el cerebro, autnomo, considerase (por un instante) que esa reticencia suya a andar por la calle con la radio bajo el brazo era una tontera. Por eso no se haba percatado hasta quince metros ms all. Se senta ridculo. Volvi atrs, abri el coche, se sent con la radio en las manos. Dnde poda dejarla? Debajo del asiento? Tal vez el posible ladrn la viese por las ventanillas de atrs. En la guantera? Ech una mirada a la calle para ver si haba alguien observndolo. Nadie. Abri la guantera, meti la radio dentro y la cerr de nuevo. Baj del coche. Se asegur de que la puerta estaba bien cerrada y fue a la primera tienda. Compr un par de zapatos verdes. Cuando, tres cuartos de hora despus, volvi cargado de bolsas se encontr con que le haban roto el vidrio de la ventanilla izquierda y le haban robado la radio. Al da siguiente regres al taller de reparaciones. Hizo que le volviesen a poner el vidrio de la ventanilla y otra radio. Por la tarde pas a recoger el coche y volvi a casa con dudas. Qu hara de ahora en adelante? Si slo se trataba de ir a casa o a la oficina, no haba problema: llevara la radio puesta y, al llegar, la sacara para subirla a casa o a la oficina. Pero si iba a cualquier otro lado (de compras, al restaurante) no la dejara en el coche, porque si la dejaba se la robaran. Por eso, a la noche siguiente se encontr circulando en coche sin radio. Cosa que odiaba. Le gustaba mucho or msica mientras conduca. Adems, para qu se haba hecho poner una radio si a fin de cuentas tena que dejarla en casa? Decidi que, mientras no resolviese el dilema, dejara el coche en el aparcamiento y circulara en taxi. Precisamente en un taxi, cinco das ms tarde, lleg a la conclusin de que era idiota gastarse una fortuna diaria en taxis mientras el coche se quedaba en el aparcamiento, acumulando polvo. Pens en venderlo. Pero enseguida descart la idea: slo era fruto de su indignacin y, por tanto, desmesurada. Tena que haber una solucin que quiz la angustia le impeda encontrar. Por el momento hara una cosa: como le reventaba tomar taxis teniendo el coche en el aparcamiento (para no tener que coger el coche sin la radio, ni con la radio si luego tena que llevarla encima) se quedara en casa, sin salir.
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Quim Monz
Adems, en caso de necesidad imperiosa, le quedaba la posibilidad de ir a pie al bar, a la tienda o al restaurante donde fuera que quisiese ir. Esta determinacin, no obstante, le limitaba mucho el campo de accin. A menos que aceptase tardar tres horas para ir a un lugar y tres horas para volver. Al octavo da de quedarse en casa todas las noches, aburrindose, sac el televisor del cuarto de los trastos, donde lo haba dejado unas semanas antes, cuando haba empezado a salir con aquella chica que consideraba que no ver la tele volva a estar bien. Le quit el polvo. Lo enchuf. Daban una pelcula con Jean-Louis Trintignant. Al cuarto de hora la pantalla se puso magenta. Apag el televisor. Lo desenchuf, volvi a dejarlo en el cuarto de los trastos. Cogi la americana, sali a la calle, camin hasta un bazar que haba tres calles ms all, compr un televisor (de pantalla rectangular, enorme), volvi a casa acompaado del instalador, lo conect (el televisor) y busc el canal donde daban la pelcula de Jean-Louis Trintignant. Cuando termin la pelcula pasaron un telefilm cuyo protagonista era el hijo de un polica que, sin que el padre se diera cuenta, lo ayudaba a resolver los casos. Despus las noticias. Despus un concurso de adivinar palabras. Para participar, previamente haba que enviar una etiqueta de una conocida marca de conservas vegetales en un sobre con el nombre, la direccin y el telfono. De una pila sacaban un sobre. Si era el tuyo, te telefoneaban y tenas que responder (en directo) a una pregunta sencillita. Si acertabas podas participar en el juego y tratar de adivinar, letra a letra, qu palabra formaban los cuadrados en blanco que haba en un plafn. Cada cuadrado, una letra y una foto. Las fotos: de diversas cantidades de dinero, de un apartamento en la costa, de un lote de electrodomsticos, de un templo de Bangkok, de una cmara de vdeo, de una bicicleta, de un coche y de una playa caribea. Cada una indicaba el premio obtenido. Cuanto ms fcil la letra, ms bajo el premio. Cuanto menos habitual, el premio ms importante. Si el concursante optaba por vocales o consonantes fciles, poca cosa sacara. Si para conseguir premios altos deca letras poco corrientes, probablemente no acertara y se quedara sin completar la palabra, lo cual le impedira conseguir todos los premios posibles. Al da siguiente compr un frasco de conservas vegetales de la marca requerida, recort la etiqueta y la envi. Una semana ms tarde vio cmo sacaban su carta. En seguida le telefonearon. Le hicieron la pregunta sencillita. De cul de los siguientes productos la marca patrocinadora no haca conservas: de guisantes, de judas verdes, de atn o de zanahorias? Respondi correctamente: de atn. Pasaron el plafn con la palabra misteriosa. El seor Trujillo fue diciendo letras. Complet la palabra: inestabilidad. En las aes haba fajos de veinticinco mil pesetas. En las es fajos de cincuenta mil. En las des fajos de cien mil, y en la te un fajo de ciento veinticinco mil. En la ese un televisor con teletexto y en la ene un apartamento en la costa. El apartamento estaba en una casa de tres pisos, con jardn comunitario. El vecino del piso de abajo era un holands calvo que se pasaba el da cuidando las flores, uno de esos jubilados nrdicos que deciden pasar sus ltimos aos de vida en un pas clido y barato, donde el dinero de la jubilacin se alarga con facilidad. Los vecinos del piso de arriba eran una pareja. A menudo se los encontraba en la escalera, o los oa moverse por el piso. Llegaban los sbados por la maana y se iban los domingos por la tarde. El seor Trujillo iba todos los fines de semana. Sala de la ciudad el viernes por la tarde (con el coche y la radio encendida) y volva el domingo, cuando oscureca.
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Quim Monz
Un sbado los vecinos de arriba lo invitaron a cenar. Acept. Ella se llamaba Raquel. l, Bplzznt. Cenaron aguacates con gambas y salsa rosa y rosbif con salsa marrn. Bebieron dos botellas de vino. El matrimonio bail. Despus, mientras Bplzznt preparaba unos whiskies, Raquel, rindose, oblig al seor Trujillo a que bailase con ella. La cercana de la mujer lo excit. Acabada la cancin, se sent en el sof. La pareja tambin se sent. Le contaron de qu trabajaban, cunto haca que estaban casados. Queran tener muchos nios. El seor Trujillo se fue a la una de la madrugada. Se durmi oyendo cmo la pareja charlaba durante un buen rato. Al da siguiente al medioda llamaron a la puerta. Eran Raquel y Bplzznt, que se iban a la playa. Lo invitaron a unrseles. Como no tena nada que hacer, acept. Fueron a una cala que conocan Raquel y Bplzznt, escondida y con tres rocas grandes en el agua, equidistantes. En la cala no haba nadie ms. Se tumbaron en las toallas. La pareja fue a baarse. Se alejaron hasta una de las rocas, unos cien metros mar adentro. El seor Trujillo se adormil. Lo despertaron unos gritos. Se levant. A pocos metros de la roca, Raquel agitaba los brazos pidiendo auxilio. El seor Trujillo se tir al agua. No era muy buen nadador. Cuando lleg se senta agotado, pero se uni a los esfuerzos de Raquel para encontrar a Bplzznt. Infructuosos. De vuelta en la playa, Raquel le cont entre sollozos que Bplzznt haba empezado a nadar hacia otra roca y a medio camino haba empezado a pedir ayuda. Seguramente un calambre. La polica encontr el cadver unas horas ms tarde. Lo enterraron dos das despus. Durante tres fines de semana la mujer no fue al apartamento. Al cuarto s. Cuando oy pasos en el piso de arriba, el seor Trujillo subi. La mujer se le ech a los brazos y estall en llanto. La cercana de la mujer lo excitaba. De las caricias en el pelo para consolarla pas a los besos. Se sentaron en el sof cogidos de las manos. De vez en cuando, ahora uno ahora otro soltaba una de las manos, coga el pauelo y se secaba las lgrimas. Aquella misma noche decidieron casarse. Se casaron el viernes siguiente. Una vez casados, decidieron vender uno de los dos apartamentos. Se deshicieron del seor Trujillo, porque si se deshacan del de Raquel para ocupar el del seor Trujillo poda pasarles que los nuevos vecinos de arriba fuesen ruidosos. Con el dinero que obtuvieron acondicionaron el piso que el seor Trujillo tena en la ciudad. Dos aos ms tarde tuvieron un nio. Le pusieron Bplzznt, en recuerdo del marido muerto. Al cabo de un ao tuvieron una nia. La parejita! Le pusieron Clara, que era el nombre de la madre del seor Trujillo. El tercer hijo (dos aos despus) tambin fue nia. Le pusieron Chachach. Todas las maanas de das laborables, antes de ir a la oficina, el seor Trujillo coge la cartera y al nio con una mano y a las nias con la otra y los lleva a la escuela. Ahora Bplzznt ya tiene seis aos, Clara cinco y Chachach tres. Primero deja al nio en primero de bsica. Despus a la nia mayor en el parvulario y a la pequea en la guardera. A continuacin, el seor Trujillo baja la escalera, saluda a algn padre o alguna madre que se encuentra por el camino, le hace cosquillas en la cabeza a algn nio que conoce y se va hacia el aparcamiento. Se sienta en el coche y saca la radio de la cartera: se la ha comprado, la cartera, para llevar la radio escondida cuando lleva a los nios al colegio. Encaja la radio en su lugar, la enciende, sintoniza una emisora, se cubre la cara con las dos manos y, con todas las fuerzas de que es capaz, intenta llorar, pero nunca lo consigue.
SAN VALENTN
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Quim Monz
El hombre que no se enamora nunca sale del museo y se sienta en un banco de la plaza que hay enfrente. En el museo, mirando un dibujo de Manolo Hugu ha conocido a una mujer de ojos limpios, profundos y con un punto de malicia, y ha pensado que de esa mujer quiz podra enamorarse. Tambin ha pensado que no son slo los ojos limpios y el punto de malicia lo que le gusta de ella. Es tambin la forma de hablar. En todo el rato que han estado hablando, en el museo, no ha dicho una sola obviedad ni ha recitado ningn dogma aprendido de memoria. Por eso, despus de que se despidieran la ha seguido, a distancia, hasta que la ha visto entrar en un portal; ahora est esperando. Desde muy pequeo, el hombre que no se enamora nunca intuy que encontrar a la mujer soada no iba a ser cosa fcil. Ya de beb miraba con deseo las piernas con calcetines blancos de la canguro, y en su interior algo le deca que el camino sera agreste. Sobre todo porque no tena una idea clara de cmo tena que ser la mujer soada, ni si (en realidad) habra una. No tena preferencias. No la imaginaba ni alta ni baja, ni rubia ni morena. Tampoco suspiraba porque fuese especialmente inteligente, ni boba, como quieren algunos. A los cinco aos se enamor de la hija de los de la papelera de cerca de su casa, donde compraba los lpices, las gomas, las plumas, las plumillas, la tinta y los cuadernos de espiral. Como es evidente, no le dijo nada. Fue un amor secreto que le haca pasar las noches en vela, revolvindose en la cama y con la imagen de la librera en la retina: aquellos ojos limpios, con un punto de malicia. Todava hoy, cuando piensa en la mujer de quien podra enamorarse, piensa en aquellos ojos limpios y con un punto de malicia. Un da, no obstante, los de la papelera se la vendieron, se fueron de la ciudad y nunca ms supo nada de ellos. La aoraba. Al extremo de lamentar ms no saber nada de ella que tenerla delante y no atreverse a declarrsele. No se volvi a enamorar hasta los ocho aos. l lo ignoraba, pero iba a ser la ltima vez que se enamorase. Se enamor de una amiga de su hermana mayor, que a menudo iba a su casa a jugar. Se senta culpable de haberse enamorado: le pareca una traicin a la de la papelera. La amiga de su hermana deba de andar por los doce y l, un nio de ocho, no tena ninguna posibilidad. A lo mejor cuando fuera mayor y las distancias que ahora parecan abismales se relativizaran... Despus, los aos pasaron a cien por hora, cada vez ms deprisa. Ahora ya tiene diecinueve. Desde hace un ao es mayor de edad. Un ao ms y tendr veinte. Veinte! Jams habra pensado que iba a llegar, l, que entre los doce y los catorce haba hecho una mstica del hecho de morir antes de los veinte: en accidente de coche o de moto, o cuando menos suicidndose. La duda es: no se volver a enamorar nunca ms? Hace ya dos lustros que no se enamora de nadie y empieza a echar de menos las noches en blanco, las vueltas en la cama con la imagen de la amada en la retina. Tal vez hacerse adulto sea precisamente eso. En definitiva, cavila, enamorarse es una muestra de inmadurez, una seal de que uno no es lo bastante independiente. Lo que no entiende es cmo echa de menos algo racionalmente tan nefasto. Cmo es que se siente vaco? Por qu no se ha enamorado de Marta, esa chica que conoci en la clase de dibujo? Virtudes no le faltan. Tampoco defectos. Son defectos perdonables. Como todos los defectos: al fin y al cabo todos los defectos se pueden perdonar. Es lo que pens cuando decidi romper con ella. Pero por qu perdonar los de Marta y no los de cualquier otra? Si tiene que querer a alguien, si querer es realmente lo que supone, no pueden irritarlo
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defectos nimios. Y los defectos de Marta lo irritan. Es arrogante y obsesiva. Claro que es clida, comprensiva, acogedora. Pero tambin Neus es clida, comprensiva y acogedora. En cambio Neus tiene el inconveniente de ser demasiado banal, de no haber tenido nunca un solo pensamiento original. Este inconveniente lo completa con el de (por inseguridad) mostrarse agresiva. Ese tipo de agresividad tpica de los que frecuentan discotecas y, en poco tiempo y con la msica a todo volumen, tienen que demostrar que son interesantes. La imagen de interesantes la construyen a fuerza de frases cortantes, prefabricadas, siempre a punto para ser colocadas en donde sea. Y Tessa ? Tessa es inteligente, ingeniosa, divertida. Y se compenetran. Les basta mirarse de una punta a otra de una mesa de restaurante para saber, sin decirse nada, qu piensan, de quin se burlan. Adems, en la cama se entienden de maravilla. Pero en cambio es una nia malcriada, que se enfada cuando se le niega un capricho. Adems, es perezosa y se pasa el da estirada en el sof, fumando lnguidamente un cigarrillo que no se acaba nunca. Todo lo contrario de Anna, que siempre est haciendo algo. Es una dinamo que contagia ganas de vivir. Pero cul es el defecto de Anna? Que es posesiva como ninguna mujer que haya conocido, que los meses que han salido lo ha controlado da y noche, que siempre pona en duda que l la quisiera tanto como ella a l. Y es verdad. Porque l no ha conseguido quererla por ms que lo ha intentado. La aprecia, le gusta. Pero quererla, quererla... Y no es que busque ideales inalcanzables. No es tan imbcil como para creer que encontrar a alguien sin defectos. Si de veras se quiere a alguien, los defectos se guardan en un cajn para no echarlos en cara a cada momento. Ha intentado quererla. Lo mismo que ha intentado querer a Tessa, Neus y Marta. Dara la vida por enamorarse de cualquiera de ellas. Porque de cualquiera de ellas valdra la pena enamorarse; si no fuera porque, por ms que lo intenta, no lo consigue. Por qu no puede ser como todo el mundo? Sefa (otra chica digna de despertar el amor de cualquiera con dos dedos de frente) le dice que seguro que es un trauma de infancia. Que es como es porque ni su madre ni su padre debieron de demostrarle suficiente amor. Otra opinin original es la de Cuqui, que el ltimo da, antes del adis final, le dijo que lo que le pasa es que no puede querer a nadie porque slo se quiere a s mismo. Porque es un egosta indigno del amor de las mujeres que se enamoran de l. Ah, qu gran conclusin, si fuese del todo cierta! Y sa es otra: muchas mujeres se enamoran de l. No acaba de entenderlo. Por qu todas se enamoran con esa pasin desmesurada? Por qu l es incapaz de enamorarse, en justa correspondencia, de ninguna de ellas? Mientras medita esto, el hombre que no se enamora nunca ve que la chica que ha conocido en el museo sale del portal y dobla por una calle. l se levanta de un salto. La sigue. Cuanto ms la mira caminar delante de l, ms le gusta, y por lo que ha notado en el museo, l a ella no le disgusta. Y si esta vez fuese de verdad? Est justo detrs de ella; la tiene al alcance de la mano. Bastara con tocarle el hombro para que se volviese.
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viste, cierra la puerta de su casa, entra en el ascensor silbando, sale en la planta baja, por la calle esquiva a la gente y entra en una estacin de metro que est a dos pasos. Mete la tarjeta en una de las bocas del cancelador, la recoge en la otra boca, pasa por el molinete; mientras baja las escaleras oye que el metro arranca un ro de gente inunda las escaleras de subida: tanto las mecnicas como las fijas. Aprovecha para, en el andn, mirar los carteles de cine. Llega un nuevo metro. Se abren las puertas, entra, se coge a la barra y observa la cara de un hombre con los prpados hinchados y cerrados. Desva la mirada y la fija en un nio que lo mira a l, muy serio. El hombre que en la infancia tuvo cierta fe religiosa sonre al nio. El nio le saca la lengua. El hombre, que adems de tener cierta fe religiosa durante la infancia tuvo inters por las matemticas, se re. Aparece el revisor pidiendo los billetes. El hombre que en la infancia se interes por las matemticas se asombra de que todava haya revisores. Haca aos que no vea ninguno. Lo piensa mientras se revuelve los bolsillos, buscando la tarjeta que ha marcado. No la encuentra. Ni en el bolsillo interior de la americana (que es donde debera estar) ni en los exteriores, ni en los del pantaln. No est en ninguna parte; el revisor se impacienta. El hombre que en la infancia se haba interesado tanto por las matemticas como por la religin saca la cartera del bolsillo y la abre, si bien no recuerda haber guardado la tarjeta all. En efecto, no est. Debe de haberla perdido. Eso es lo que le dice al revisor: La debo de haber perdido. El revisor lo multa. El hombre que, adems de interesarse por la religin y las matemticas, en la infancia tuvo problemas de inadaptacin, paga la multa, sale a la calle, sube a la oficina. Se quita la americana, se sienta ante el escritorio pensando an en el revisor y en la nostalgia (agradable) que le ha causado comprobar que todava los hay. Mira la pila de carpetas que se amontonan delante de l. Abre la primera y se aplica al trabajo. Ocho horas ms tarde levanta la cabeza, se despega de la silla, se pone la americana, sale a la calle y vuelve al metro. Llega a su casa; su hijo menor sale a recibirlo llorando. Se le abraza a la cintura. El perro se ha muerto; al nio las lgrimas le inundan las mejillas. El hombre que en la infancia tuvo ciertos problemas de inadaptacin se agacha, abraza al hijo y trata de consolarlo. Le dice que el perro era muy viejo, que comprarn otro, tan bonito como el que se ha muerto. Cuando su hija llega de clase de ingls, procura darle la noticia de la manera ms delicada posible. Cuando los dos se han acostado y l y su mujer se sientan en el sof, frente a la tele, coge mano de la mujer y le dice que es con estas pequeas desgracias como los nios se van haciendo adultos. La mujer se bebe una ginebra doble. El hombre que, adems de ciertos problemas de inadaptacin, de joven tuvo una cazadora de piel que todava recuerda, cuando ve a su mujer bebindose una ginebra doble le dan ganas de salir a tomar una copa. Le propone llamar a la canguro y salir los dos. La mujer vuelve a llenar el vaso de ginebra y le dice que vaya l; ella no tiene ganas de salir. As pues, sale. Va al bar de siempre. Est dos horas, bebiendo, hablando, flirteando. Se marcha cuando cierran. Una mujer conocida sale al mismo tiempo que l. El hombre que tuvo una cazadora que todava recuerda le pregunta si quiere que la lleve. Ella le dice que no porque ha trado el coche. Cada cual se sube al suyo y arrancan. Un
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par de calles ms all se encuentran ante un semforo en rojo, uno al lado del otro. Se miran por la ventanilla. Sonren. El semforo se pone verde. Vuelven a avanzar. En cada semforo en rojo vuelven a encontrarse y se sonren. El hombre que de joven tuvo una cazadora que todava recuerda mira a la mujer con falsos ojos enamorados. Es una tcnica que, dice, le da buenos resultados. Pero en uno de los semforos en rojo se distrae al mirarla, no frena a tiempo y choca con el coche de delante, cuyo conductor se baja indignado, agitando los brazos. El hombre que de joven, adems de haber tenido una cazadora que todava recuerda, en el ltimo ao de bachillerato fue a Mallorca en viaje de fin de curso, tambin se baja del coche, con una sonrisa conciliadora en los labios, mientras ve cmo la mujer se aleja, rindose y dicindole adis con el brazo. El golpe ha sido flojo. Los coches estn un poco abollados y nada ms. Habra podido ser peor. Llenan el informe para la aseguradora e intercambian nombres y telfonos. Al da siguiente, el hombre que en el ltimo ao del bachillerato fue a Mallorca en viaje de fin de curso se apresura a llevar el coche al taller. Slo falta una semana para las vacaciones y tiene que tenerlo a punto. Le dicen que lo pase a recoger dentro de dos das. Dos das ms tarde llama al mecnico: a ver si lo tiene a punto. El mecnico le dice que tiene que hablar con l personalmente. Que pase por all. Pasa: el taller se ha incendiado y los tres coches que haba dentro se han quemado. Uno de los tres era el suyo. Sale del taller perplejo. Piensa en alquilar un coche para irse de vacaciones. Pero su mujer no est de acuerdo: cree que ha sido un mal presagio. El corazn le dice que si alquilan un coche tendrn un accidente mortal. Pero tambin le dice que de igual manera lo tendrn si viajan en avin, en tren o en autobs. El hombre que fue de viaje de fin de curso a Mallorca cree relativamente en las sensaciones premonitorias de su mujer, pero no tiene ganas de discutir. Deciden que ese ao no irn de vacaciones para evitar que las premoniciones se cumplan. Un mes entero encerrados en el piso, sin ir a ninguna parte y con los dos nios, les provoca claustrofobia; las tensiones que hay entre los dos desde hace tiempo estallan. De repente todo es fastidioso; discuten por minucias. La ira se apodera de ellos. Un da la mujer levanta la mano y abofetea al hombre. El hombre le devuelve la bofetada. De inmediato se apaciguan. Coinciden en que as no pueden continuar. Deciden separarse. Se separan a comienzos de otoo. l hace las maletas y se va a un piso (pequeo) que ha alquilado. Lo amuebla enseguida. Pide un crdito para el sof, el vdeo, la nevera, las mesas, las sillas, las camas. Est contento: el coche (le han dicho que probablemente los de la aseguradora no lo considerarn siniestro total y se lo podrn arreglar) se lo ha quedado l. El hombre que, adems de haber ido en viaje de fin de curso del ltimo ao de bachillerato a Mallorca, de adolescente se probaba los sostenes de su madre frente al espejo del armario, no hace ms que pensar en lo acertado de su decisin de separarse. Lo maravilla que (pese a todas las evidencias en contra) la funesta costumbre de aparejarse y convivir persevere a lo largo de los siglos. Todo esto lo piensa mientras sube las escaleras de unos grandes almacenes adonde ha ido a comprarse ropa. En la seccin de camisas conoce a una chica encantadora. Se
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sienten inmediatamente atrados el uno por el otro. Tres horas ms tarde, en una cafetera de la Diagonal, el hombre que de adolescente se probaba los sostenes de su madre le propone ir a su casa (la de l). Van. La chica se ofrece a preparar ella misma los whiskies. Follan. Terminan enseguida. Al hombre le parece que no ha sido un polvo especialmente maravilloso. Pero ya se sabe que con frecuencia los primeros no son muy logrados; por eso hay que dejar la puerta abierta a la esperanza. Se duerme. Cuando al da siguiente se despierta, a media maana, la casa est vaca: se han llevado (no ha podido llevrselos ella sola), el dinero, las tarjetas de crdito, el televisor, el vdeo, el sof, las sillas, las mesas, la nevera y hasta las botellas de whisky. Una semana ms tarde, mientras se ducha, se descubre en el glande un grano enorme, de un blanco amarillento. Va al mdico, que le receta abstinencia durante un tiempo prudencial que oscilar entre cuatro meses y un ao, unas inyecciones y una pomada. Est en casa, en el cuarto de bao, ponindose la pomada; suena el telfono. Llaman de la aseguradora del coche: hechas las evaluaciones necesarias, han decidido que el siniestro ha sido total y por tal motivo le darn el ochenta por ciento del valor venal, una miseria que da como entrada de un coche de segunda mano, que acabar de pagar con letras mensuales, durante tres aos, y con el cual dos das despus tendr un accidente en la autopista. Lo ingresan en el hospital, lo operan de inmediato, le amputan el brazo derecho. El hombre que, adems de probarse ante el espejo del armario los sostenes de su madre, tuvo su primera novia a los quince aos, vende el coche a un precio irrisorio para obtener el dinero necesario para ponerse una prtesis. Una vez vendido el coche y hechas las pruebas pertinentes, el dinero que ha sacado apenas le sirve para pagar las pruebas necesarias para decidir qu brazo ortopdico le conviene, brazo que queda, pues, fuera de su alcance econmico. A partir de ese momento los hechos se precipitan. Cuando vuelve al trabajo se encuentra con un reajuste de plantilla, provocado por la crisis econmica que se viene arrastrando desde hace aos pero que desde hace uno se manifiesta cada vez ms claramente. Lo despiden: le aseguran que el despido nada tiene que ver con la prdida del brazo, pero hasta l (que dara el otro brazo porque fuese verdad) se da cuenta de que no lo dicen muy convencidos. El hombre que tuvo su primera novia a los quince aos intenta apreciar la cara buena de la situacin: durante unos meses cobrar el paro. No se alegra porque va a poder gandulear. Se alegra porque as tendr el tiempo necesario para rehacer su vida. Llama a su mujer. Ahora que tiene tiempo libre querra ver ms a sus hijos (la nia y el pequeo), a los que francamente no ha dedicado todo el tiempo que hubiera sido deseable. Su hija le dice que no quiere verlo ms, que lo repudia. El hombre que tuvo su primera novia a los quince aos y cobr su primer sueldo a los diecisis cuelga el telfono; por la mejilla le resbala una lgrima. El hombre mira por la ventana: hay un grupo de policas cargando contra un grupo de manifestantes. La segunda vez que va a cobrar el paro le dicen que el paro se ha acabado. La situacin econmica y poltica no permite la beneficencia pblica. El hombre que cobr su primer sueldo a los diecisis aos se encuentra con que no puede pagar el alquiler del piso y tiene que abandonarlo. Vive de lo que le da la gente en el metro. Elige siempre los vagones ms llenos. Entra y, con dignidad, se quita la boina (se ha
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procurado una; es imprescindible) y recita: Seoras y seores, perdonen que les moleste un instante. Soy manco, padre de familia, con mujer y dos hijos: una nia y un nio pequeo. Acabo de salir de la crcel y apelo a su caridad para no tener que robar de nuevo. Si es triste verse obligado a pedir, ms lo es tener que robar lo que los dems han ganado con el duro trabajo diario. Lo que sea me va bien, gracias. Alarga la boina y va pasando por delante de los pasajeros. Hasta que un da encuentra uno que, conmovido, le habla de una asociacin de invlidos que se dedica a vender una lotera. l es uno de los principales impulsores y har las gestiones necesarias para que lo admitan. Esto pasa por la maana. Por la tarde ya lo han admitido. Al hombre que cobr su primer sueldo a los diecisis aos le asignan un puestecito en una calle, cerca de un chafln, por donde pasan muchos coches y poca gente. Por eso se las ingenia para (a la manera de ciertos restaurantes de comida rpida, que sirven a los clientes sin que tengan que bajar del coche) orientar el puestecito hacia los conductores y venderles los cupones sin que tengan que bajar del coche. Los automovilistas paran junto a la acera y, al volante, compran el cupn. Es un xito total. l se pone justo al borde de la acera, entre dos contenedores de basura, con los cupones prendidos a la camisa con pinzas de tender. Los autos pasan casi rozndole. Algunos se paran. Hay quien se queja porque el lugar donde est hace que los coches se paren en un carril donde no est permitido pararse. Pero como al poco tiempo racionan la gasolina, pronto empiezan a circular muchos menos coches y los que circulan no tienen ganas de complicarse la vida. Pronto no circula ninguno; slo tanques. El hombre que, adems de haber tenido su primera novia a los quince aos y cobrado su primer sueldo a los diecisis, no acab un master de empresariales sigue con el puestecito, esperanzado, hasta que un tanque conducido por un soldado bromista se lo aplasta. Ahora s que el hombre que no acab un master se indigna, pero la sensatez lo lleva a decidirse por el disimulo cuando se entera (por una mujer que pasa corriendo, pegada a la pared) que a las ocho y media de la maana ha estallado la guerra. La guerra! Como es manco no lo recluan. Eso s: vive en la indigencia, se alimenta de los restos comestibles que encuentra en los contenedores de basura de los barrios altos (si tiene la suerte de que antes no haya pasado otro en su misma situacin) y duerme en las bocas de metro. En el metro, ahora es intil pedir limosna porque todo el mundo est igual y nadie da nada. Los meses pasan como si fueran aos y un da (casi como para dar la razn a quienes dicen que el momento ms oscuro siempre precede al alba) termina la guerra. Como siempre, ganan los otros, que evidentemente ocupan el pas e imponen costumbres nuevas. El hombre que no termin un master de empresariales y, adems, durante tres aos jug regularmente a ftbol sala con sus compaeros de trabajo, se alegra. La guerra ha terminado y, haya ganado quien haya ganado, es la mejor noticia posible. Sin embargo, muchos de sus conciudadanos no piensan como l. Antes, dicen, al menos tenan la esperanza de que un da se acabara la guerra. Ahora, como ya ha terminado, no les queda ni siquiera esa esperanza. La desesperacin es tan grande que abundan los suicidios. De las azoteas y de los balcones de las casas se lanzan hombres
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a la calle, vestidos y con sombrero. Bajo las ruedas de los trenes y de los tranvas se tiran las madres con las hijas cogidas de la mano. Los viejos eligen el gas. Los tmidos se atan al cuello una piedra grande y se arrojan al mar. Los estudiantes de bachillerato meten los dedos en los enchufes, intentando electrocutarse. El hombre que durante tres aos jug regularmente con los compaeros de trabajo sufre cada vez que tropieza con un suicida o ve que se abre un balcn y alguien se tira. Si pudiese correr y salvarlos... Pero los cuerpos caen a gran velocidad y cuando l llega ya se han reventado en el suelo. Si pudiese decirles que es cuestin de no descorazonarse, de no dejarse vencer por la adversidad... Si se hace frente al infortunio, el viento siempre sopla a favor. Por eso, cuando el hombre que, adems de haber jugado regularmente a ftbol sala durante tres aos con sus compaeros de trabajo, siempre se saltaba las pginas de economa de los diarios se ve ante la posibilidad de salvar a un suicida no lo duda ni un segundo. Como docenas de veces antes, oye los gritos que lanza la gente cuando alguien se tira o est a punto de tirarse por la ventana. Pero esta vez la ventana no est lejos, sino en el mismo edificio junto al cual l guarda sus pertenencias en una caja de cartn. Alza los ojos al cielo y ve a una mujer que abandona el antepecho de una ventana del piso veintisiete. Sin pensarlo un instante, calcula la vertical de cada y se pone debajo, con los brazos abiertos para recogerla. Del impacto, el hombre que siempre se saltaba las pginas de economa de los diarios queda aplastado en el suelo como un chicle sanguinolento. La mujer, que contra su voluntad se ha salvado, lo maldice y, loca de rabia y de frustracin, salta sobre el cadver, y eso hace que el alma inmortal del hombre que, adems de no leer las pginas de economa de los diarios, antes de casarse todas las semanas se gastaba dos o tres mil pesetas en lotera se apresure a abandonar el cuerpo mortal y se eleve, atraviese la capa de cirrocmulos que cubre la ciudad, atraviese la estratosfera, la ionosfera y la exosfera, llegue al espacio exterior, salga del sistema solar, de la galaxia y, unos cuantos aos luz ms all, se pare y, mientras esquiva meteoritos, busque infructuosamente un lugar donde reposar.
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Perdname. Lo siento. Pero es que necesitaba llamarte ahora. No poda esperar hasta maana, en el trabajo. Hay una pausa. Es el hombre quien la rompe. Por qu? Porque esta situacin me hace sufrir mucho. Qu situacin? La nuestra. Cul va a ser? Pero... A ver si nos entendemos... No! No. No digas nada. No hace falta. Intenta ser irnica y no lo consigue. Podra orte. Ahora no me oye. Escucha... Creo que ha llegado el momento de tomar una decisin. Qu decisin? No te la imaginas? No tengo ganas de jugar a las adivinanzas, Maria. Tengo que elegir. Entre t y l. Y? Y como t no me puedes dar todo lo que quiero... No nos engaemos: para ti yo nunca ser nada ms que... Respira hondo. A lo lejos se oye una ambulancia. No quieres dejarla verdad? No s ni por qu te lo pregunto. Ya conozco la respuesta. Qu es todo ese ruido? Te llamo desde una cabina. Hemos hablado de esto mil veces. Siempre he sido sincero contigo. Nunca te he escondido cmo estaban las cosas. T y yo nos caemos bien, no? Pues... Pero yo estoy muy colgada de ti. T ya s que no lo ests nada de m. Siempre te he dicho que no quiero hacerte ningn dao. Nunca te he prometido nada. Alguna vez te he prometido algo? No. Tienes que ser t quien decida qu debemos hacer. S. Te he dicho o no te he dicho siempre que tienes que ser t quien decida qu debemos hacer? S. Por eso te llamo. Porque ya he tomado una decisin. Siempre he jugado limpio contigo. Se detiene. Qu decisin has tomado? He decidido... dejar de verte. La mujer lo dice y se echa a llorar. Llora durante un buen rato. Poco a poco los sollozos disminuyen. El hombre aprovecha para hablar. Lo siento. Pero si realmente esto es lo que... La mujer lo interrumpe: Pero no entiendes que no quiero dejaaar de veerteee? Cuando el hombre deja de or el llanto, habla: Maria... No. Se suena. Prefiero que no digas nada. De golpe el hombre sube el tono de voz. Hombre, yo ms bien elegira un coche que te asegurase mejor rendimiento. Qu?
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Sobre todo si tienes que hacer tantos kilmetros. Se para un momento. S. Hace otra pau sa. S, ya lo entiendo. Yo, claro, en eso no s qu aconsejarte. Pero me parece que lo que te convendra sera un coche con mucha ms..., con mucha ms... Simula buscar la palabra. S, de acuerdo. Pero consume demasiado. No puedes hablar? No, claro. La tienes cerca? S. Enfrente? S. Pero este modelo no tiene tanta diferencia de precio con los japoneses. Y los japoneses... T con tu mujer enfrente y yo aqu, sentada sin saber qu hacer. Cada vez ms indignada. Sin decidirme de una vez y acabar con esta desazn. Lo ideal son cuatro puertas. Para vosotros, cuatro puertas. Ves como no hay otra solucin? As no podemos seguir. No podemos tener ni una conversacin civilizada. Pero se gasta unos seis litros y medio. T hablando de coches, de litros de gasolina, de si cuatro puertas, y yo sin decidirme siquiera a colgar. Un momento. El hombre ha tapado el auricular con la mano. La mujer oye un dilogo amortiguado. Dice que... Vuelve a tapar el auricular con la mano. Vuelve a retirar la mano. Dile a Llusa que dice Anna que el pastel le qued perfecto. Con quin cree que hablas? En fin, ya nos veremos. Quieres que cuelge o...? Pero antes de colgar dime si maana nos veremos. S. No tengo remedio. Llamo para decirte que hemos terminado y acabo preguntndote si maana... Quedamos donde siempre? S. A la hora de siempre? Exacto. Y ahora habla con voz melosa haremos como siempre? Te imagino de rodillas, delante de m, subindome la falda... Me lamers? Me morders? Me hars mucho dao? S. De golpe vuelve a hablar bajo, Hostia, Maria! Por poco se da cuenta. Ahora est en la cocina, pero en cualquier momento puede volver. Y si me hubiese pedido el auricular para hablar contigo? Y por qu tendra que hablar conmigo? No quiero decir contigo, quiero decir con quien cree que hablaba yo. No hay quien te entienda. Y no hay quien me entienda a m. No me entiendo ni yo misma. Estoy que me reconcomo, decido terminar y basta que oiga tu voz para que se me esfumen todas las decisiones. Me gustara mucho estar ahora contigo. Ven. No puedes? Claro que no. No pasa nada. Es cuando no puedo escucharte cuando me angustio. Me quieres? Claro que s. Ms vale que cuelgue. Adis. Dnde ests?
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En un bar; ya te lo he dicho. No. Me has dicho que estabas en una cabina. Y si sabas que estaba en una cabina, para qu me lo vuelves a preguntar? Pero no ests en una cabina sino en un bar. Eso es al menos lo que dices ahora. Un bar, una cabina: lo mismo da. Oh, lo mismo da, lo mismo da... Oye: basta! Y ahora qu piensas hacer? Ahora? Quieres decir con lo nuestro? No. Quiero decir ahora mismo. Piensas ir al cine? Ya has comido? Tienes que ir a clase de actuacin? Oye: cuelgo. Espera un momento. Es que... A veces, Maria, pienso que slo con que quisiramos, slo con que nos lo propusisemos de verdad, podramos conseguir que todo marchase de otra manera, sin tantas tensiones. Vale, pues s. S, qu? S. Qu te pasa? No puedes hablar? Hay alguien y por eso no puedes hablar? Mm... S. Has quedado con l en un bar y ya ha llegado. O estaba contigo y ahora se ha acercado al telfono. S o no? O qu? Ya te devolver el libro. Qudate tranquila. Ahora me tratas en femenino. Bueno, hasta luego. Llmame. Y recurdame que te devuelva el libro. Ah, no. Ahora no cuelgues! T me has hecho soportar la angustia de escucharte sin poder contestar ms que estupideces y ahora... se no lo conozco. Qu ttulo dices que tiene? Perfecto. Lo ests haciendo muy bien. Ahora dirs el ttulo del libro. O no? Ya... Muy bien ese ya. Da verosimilitud, hace real el dilogo con esa chica con la que se supone que hablas. El amor por la tarde? Qu es ese ttulo: una indirecta, una invitacin? Pero mucho mejor que El amor por la tarde era Las cien cruces. Vaya, al menos para m. se, ves?, no lo he ledo. Tambin es una novela? Las cien cruces aburrida? De repente el hombre vuelve a hablar con voz grave. Hombre, ya te lo he dicho. Consume menos que el otro. Pero la protagonista de El amor por la tarde es ms verosmil. Y cmo es que una empresa como la Peugeot no tiene previsto un caso as? Pero eso pasaba en Ahora estamos los dos igual. Me equivoco? En absoluto. Y entonces?
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Nada. Hay una pausa breve. Ves como no hay nada que hacer? Ahora ya puedo hablar de nuevo Vuelve a haber una pausa. No dices nada? Se te acab la charla o quieres dejar el ramo del automvil y pasar a otro? Yo tambin vuelvo a estar solo. Pues adis. Tienes razn. Ms vale que nos digamos adis. Antes tengo que decirte algo. Di. Estoy embarazada. l no responde. Me oyes? Estoy embarazada. De ti. Cmo que de m? Cmo sabes que es de m? Porque desde la ltima regla slo me he acostado contigo, imbcil! Y ese novio que te puede dar todo lo que yo no puedo darte? Resulta que no...? Perdona. Qu piensas hacer? Cmo que qu pienso hacer? Es que t no tienes nada que decir? Yo? No. Por fin. Por fin veo bien claro cmo eres. Por fin me doy cuenta de que, si alguna vez me encontrase en esa situacin, te desentenderas totalmente. Qu quiere decir si alguna vez me encontrase? Quiere decir que, evidentemente, no estoy embarazada. Te crees que soy tonta? Se me ha ocurrido de golpe, para ver cmo reaccionaras en una situacin as. Acaso crees que si de veras hubiese estado embarazada te habra pedido opinin sobre lo que tena o no tena que hacer? La voz de l suena irritada: Oye, Maria...! La mujer lo desafa: Qu? Qu tengo que or? Sabes que no tolero que me hables en ese tono, ni que me torees! Ah, no? Te partir la cara. Ah, s? Te hinchar los morros a puetazos. S... Hasta que chilles. S... Te atar a las patas de la cama. S, s... Te escupir en la boca. S! Y te dar de bofetadas hasta que sangres. S! S! Y te obligar a... A qu? A qu? Te obligar... A qu? Te llenar la boca. Y te obligar a tragrtelo todo: no dejars caer ni una gota.
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Ni una. La mujer respira agitadamente. El hombre est excitado. Ni una, he dicho! Lmete esa que te resbala por el labio de abajo. Guarra, dime guarra. Guarra. Arrodllate y abre la boca. La mujer resopla. Basta. Tengo que decrtelo pase lo que pase. No tiene sentido hacerlo durar ms. Calla un momento, como para tomar impulso. Escchame: no soy Maria. Qu quiere decir que no eres Maria? Que no soy Maria: eso quiere decir. Maria est... Maria me ha pedido que te llamara y que te hablase como si fuera ella. Me ests tomando el pelo. Ha tenido que irse. Y quera que... Irse adnde? Fuera de la ciudad. Quera que creyeras que estaba aqu y no... Es que... No puedo seguir fingiendo. Mira: Maria y yo nos conocemos de las clases de actuacin. Yo tambin estudio en el instituto del teatro. Me ha pedido que te llamara y me lo montase de manera que nos pelesemos. Porque maana tenais que veros y ella todava no habr vuelto. Me oyes? Dnde est? Se ha ido una semana. Con un novio. Con quin? Con Jaume. Con Jaume? S. Con qu Jaume? Jaume Ibarra. Oye, pero si Jaume Ibarra soy yo. Con quin creas que estabas hablando? A qu nmero has llamado? T eres Jaume? S. Hostia. Con quin pensabas que estabas hablando? Con Joan. Con Joan? O sea que Maria y Joan... Ahora me doy cuenta: he confundido los nmeros. Y cmo es que tienes mi nmero de telfono? Es que Maria me apunt los dos, uno justo encima del otro, y me he equivocado: he marcado uno en vez del otro. Por qu te apunt mi nmero si a m no tenas que llamarme? O tambin me tenas que llamar? Pero si has dicho que pensabas que se haba ido conmigo... Si te lo explicase no me creeras. Dime una cosa, ee... Cmo te llamas? Carme. Carme, dime una... La mujer lo interrumpe.
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Un momento. De verdad eres Jaume? Pero si Jaume no vive con nadie El que vive con su mujer es Joan! Por qu me has dicho que tenas a tu mujer enfrente? T tampoco eres la verdad personificada. Si te creas que estabas hablando con Maria, por qu queras hacerme creer que vivas con una mujer? Es que con Maria a veces (ltimamente no mucho, por cierto, pero a veces) hacemos cosas as. Como juegos. No me lo haba dicho nunca. Por qu te lo iba a decir? Es que os lo contis todo? Casi. Ah, s? Y qu te dice de m? Uf. Qu quiere decir ese uf? Quiere decir que lo interesante me lo cuenta todo. Con pelos y seales? Con pelos, seales y lo que haga falta. Dnde ests? En un bar, ya te lo he dicho. Tambin me has dicho que estabas en una cabina. Y dale con la cabina! Qu haces ahora? Ya me lo has preguntado antes. Cuando eras Maria. Ahora que eres Carme, puede que tengas que hacer otra cosa. Adems, cuando eras Maria tampoco me has contestado la pregunta. El hombre se muerde un labio. Por qu no nos vemos? Cundo? Hoy? Tendr que ser por la noche. Por la tarde tengo clase. Por la noche, pues. Dnde? En el bar del Ritz? De acuerdo. A las ocho? A las ocho salgo de clase. Quedamos a las ocho y media. Cmo te reconocer? Llevar una chaqueta de piel, la que le regalaste un mes antes... Llevar la chaqueta de piel. Un mes antes de qu? La mujer calla. La chaqueta: se la regal un mes antes de qu? Jaume, tengo que decrtelo. Si no voy a reventar. Dmelo pues. Maria est muerta. La chaqueta se la regalaste un mes antes de que se muriese. Escucha... No tendra que... Yo saba cmo os querais. Y cuando se muri decid, decidimos, toda la clase... Me parece una broma de muy mal gusto. Encontrmonos y hablemos. A las ocho y media, vale? O si quieres me salto la clase.
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La vi la semana pasada. Hace cinco meses que est muerta. Estos ltimos cinco meses la he visto muchas veces. La semana pasada estuve con ella. Y estaba bien viva, guapa a ms no poder. No era ningn fantasma. Hace cinco meses que sales con una Maria que no es Maria. Y segn t, quin ha hecho de Maria todo este tiempo? Yo. Me habra dado cuenta. Te estoy diciendo la verdad. Si fuese verdad, por qu habras decidido que maana no queras venir a la cita? Estoy harta de hacer de Maria. Sin embargo ahora has aceptado que nos veamos. Porque ahora voy haciendo de Carme, no de Maria. Jaume, por favor, te lo explicar despus. Y cmo no te has dado cuenta de que yo no era Joan sino Jaume? Te crees que no saba a quin llamaba? Claro que eres Jaume. Te conozco perfectamente. Te he tenido de novio durante cinco meses. Y cinco meses dan para mucho. Incluso para saber que... la voz de la mujer se quiebra, que me he enamorado de ti como una imbcil. Y quiero acabar con esta farsa. No creo nada de todo esto. Cmo habras podido hacer, todas las veces que nos hemos visto (que t dices que nos hemos visto), para que no notase que no eras Maria? Piensa que estudio teatro. Por mucho teatro que estudies! Cmo quieres hacerme creer que no me habra dado cuenta de la diferencia? Lo nico que me faltara es que me salieras con el cuento de la gem... Oye, pero Maria tiene, tena, una hermana gemela. Soy yo. No la he visto nunca. Ya lo creo que la has visto. Quiero decir: ya lo creo que me has visto! Desde hace cinco meses, un par de veces por semana. Algunas semanas una sola vez: justamente de eso tendramos que hablar. Porque yo te quiero ver ms a menudo. Quedamos como hemos quedado? A las ocho y media? De verdad te llamas Carme? A las ocho y media, de acuerdo? S. Te quiero mucho. Si alguna vez dejara de quererte me morira.
EL AFN DE SUPERACIN
Dorotea est sentada ante su tocador. Se pasa el cepillo por el pelo, lentamente, mientras observa por el espejo cmo Tintn se quita el jersey con desgana, cmo lo tira al sof con desgana, cmo con desgana se pasa la mano por la barba, a contrapelo, y cmo se va hacia la ducha. Dorotea se levanta, se quita la bata, la deja sobre el taburete, se mete en la cama y escucha correr el agua. Considera la posibilidad de coger el libro que estuvo leyendo ayer y leer un rato ahora, pero en realidad no tiene ganas. Es mejor dejarlo donde estaba, encima de la mesilla, y esperar que su marido salga de la ducha. Tintn y ella podran hablar un rato. Cuando Tintn vuelve, todava
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secndose, Dorotea lo ve tan cansado que piensa que no le apetecer nada charlar un rato. Le pregunta si est cansado. Tintn dice que s, se mete en la cama, dice buenas noches, apaga la luz y, siete segundos despus (mientras Dorotea lo contempla, dudando entre apagar tambin la luz o, volviendo a la idea anterior, leer un rato), deja escapar el primer ronquido. Hace tiempo que no es como al principio. Cunto hace que no follan? Dorotea se estira la piel del brazo. Est floja. Se acaricia los pechos. Le cuelgan. Nunca han sido unos grandes pechos, pero al menos antes eran firmes. Quiz es por eso. Su amiga Carlota dice que estas cosas suelen pasar. Aparta la sbana, se levanta, apaga la luz de la mesilla y va a la sala. Enciende un cigarrillo y, mientras suelta anillas de humo por la boca (lo aprendi de su primer novio, a los diecisiete aos), se mira en el vidrio del balcn, que le refleja la imagen en pijama. Se pasa la mano por la cara. Nunca se ha considerado guapa. Esos labios delgados... Esas cejas demasiado espesas... Esa nariz puntiaguda... Cmo quiere que Tintn la desee? Mientras se es joven, la suavidad de la piel, el calor de la carne, compensan la discrecin de la cara. Cuando se pasa de los cuarenta la cosa cambia. Por eso decide ir a la esteticista. Va al da siguiente. Se hace arreglar las cejas. Se pasa la maana entera y sale encantada. Se mira en el vidrio del escaparate de una zapatera. En cuanto la ve, su amiga Carlota se lo dice: con las cejas menos espesas y, sobre todo, separadas, la cara le gana mucho. Llega a su casa con una mezcla de ilusin y miedo. Ilusin de que Tintn la vea, la encuentre bellsima y vuelvan a estar igual de enamorados que al comienzo. Y miedo de que la vea, el cambio no le guste y la repudie por frvola, por banal. O, peor todava, que se ra. Pero Tintn vuelve a casa y ni se da cuenta. Una semana ms tarde Dorotea va a ver a un cirujano esttico. Le dice que los labios que tiene no le gustan: delgados, fros, sin gracia. Se hace inyectar silicona. Le quedan unos labios gruesos, sensuales, vidos. Carlota le dice que es un cambio excepcional y le pregunta si piensa hacerse algn otro. Pese a la aprobacin de la amiga, por culpa de la experiencia del da de las cejas Dorotea vuelve a su casa sin grandes esperanzas. Se equivoca: esta vez Tintn lo nota enseguida. Despus de meses, copulan. Alentada por el xito, Dorotea vuelve a ver al cirujano. Se hace inyectar silicona en los pechos. Le quedan preciosos. Erguidos, tensos, de un tamao ideal. Esta vez a Carlota no le parece bien. Le pregunta si est segura de no estar pasndose, si, en cierta medida, con todo eso no est dejando de ser ella misma para convertirse en una mujer de plstico, como las que salen en las pelculas y las revistas que compran los hombres. Sigue siendo ella misma a pesar de las cejas, los labios hinchados y los pechos con silicona? No tiene la sensacin de haberse vuelto un poco androide? Dorotea se ofende. Desde luego que es ella misma. Quin, si no? Decide que a lo mejor lo que pasa es que Carlota empieza a envidiarle las mejoras. Dorotea vuelve a ver al cirujano. A estas alturas de la relacin profesional ya existe lo que podramos llamar confianza. Por eso es el propio cirujano quien le dice que el paso siguiente ha de ser la nariz. Dorotea piensa si esa manera de decirle que tiene una nariz horrorosa no tendra que molestarla; pero recapacita: ofenderse es una tontera. El mdico tiene
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razn; ella lo sabe, y sabe que si se lo dice es por su bien (el de ella). Se acorta la nariz. La naricita respingona vuelve a excitar la lubricidad de Tintn, salvajemente. Pero justo despus de la cpula la mira con desconfianza: Para quin te arreglas tanto? Para complacer a quin te has hecho arreglar los labios, los pechos, la nariz? Dorotea, no me engaes. Dorotea apoya la cabeza en el bceps marital. No se arregla para nadie, le dice. Slo para l, aunque le parezca mentira. Y una vez que lo ha dicho empieza a fantasear. Tal vez ahora, con esa cara nueva y esos pechos turgentes, obnubilar a todos los hombres que quiera. Pero es eso lo que quiere? No es eso lo que quiere. Lo que quiere es complacer cada vez ms a su marido. Por eso, acto seguido se hace un lifting. Y luego un cambio de caderas. Se lo ha recomendado el cirujano. Es una tcnica nueva, inimaginable hasta hace pocos aos, que permite cambiarle las anchsimas caderas de antes por unas nuevas, hechas de una materia medio orgnica. De este modo se olvidar para siempre de la celulitis y las liposucciones. Antes, sin embargo, se hace cambiar las piernas (le ponen unas esbeltsimas), los brazos, las arterias, el cuello. Que todos estos cambios son un xito se lo confirma el hecho de que un da, mientras ella sale de la clnica, ve que Carlota entra, se dirige a la recepcin y pide hora. Pese a todas sus prevenciones ha acabado yendo al cirujano! A estas alturas, Dorotea ha cambiado tanto que se permite el lujo de observar a Carlota sin que la reconozca. Al da siguiente Dorotea vuelve a la clnica. Para mejorar el contorno de los pmulos le cambian el crneo, debido a lo cual durante unos das se siente rara. Sobre todo por el pequeo circuito integrado que, implantado entre los dos hemisferios cerebrales, le permite hacer escner de lo que la rodea, ver en la oscuridad, analizar como con rayos X el interior de las personas. Cuando le quitan las vendas da una vuelta por el pasillo. Mdicos, pacientes y visitantes la repasan de arriba abajo. Si supiesen que las piernas son prefabricadas, las caderas de una materia medio orgnica y las cejas y los pmulos modificados, si supiesen que hasta tiene implantado en el cerebro un pequeo circuito integrado gracias al cual puede leer en las pantallitas que son sus ojos las obscenidades que piensan cuando la ven. Tampoco lo sabe Tintn; por eso, cuando esa noche la visita en la clnica (ms tarde de lo que le haba dicho) y para justificar la tardanza da una excusa banal, en las pantallitas que son sus ojos Dorotea descubre que a Tintn le ha costado mucho decidirse pero que, finalmente, esa noche (de ah el retraso) le ha dicho a Carlota que no se vern ms.
EL JURAMENTO HIPOCRTICO
Al hombre sin entraas le ha costado mucho hacer beber desmedidamente a su amigo y, con la excusa de dejarlo durmiendo en su casa, acceder a escuchar las quejas de su mujer, harta de un marido bebedor. El hombre sin entraas las escucha, las comprende y a continuacin invita a la mujer a una copa que se convierte en una serie. Hasta que, despus de haberla hecho beber desmedidamente, estn en la cama; ella diciendo que quiere irse. Es entonces cuando, de pronto, al hombre sin entraas le estalla el hgado: en diez mil trocitos que salpican la pared, el techo, las sbanas y la mujer ebria a la que est a punto de violentar y que se resiste a medias y repite: Por
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qu me haces esto? Por qu me lo haces? Ni se ha dado cuenta de que al hombre le ha estallado el hgado y ella tiene el cuerpo cubierto de trozos. Despavorido, el hombre sin entraas se levanta con miedo a caerse. Va al cuarto de bao. Contempla en el espejo el agujero que tiene ahora a la derecha del cuerpo, bajo el costillar. Donde haba estado el hgado hay un boquete enorme y oscuro. Ha llegado, pues, el momento que ao tras ao (desde los diecisis, exactamente) le han anunciado profetas en bata de mdico. Por fin se cumplen los vaticinios y las dcadas consagradas al alcohol producen el mal devastador que se les atribuye. La muerte, pues, es inminente. En cualquier momento perder el conocimiento y se desplomar. Nadie puede sobrevivir mucho tiempo con semejante agujero en el flanco. De hecho, lo extrao es que an no se haya desplomado. Cmo es que sigue vivo? Cmo es que sigue razonando? Cmo es que el resto de su cuerpo funciona sin resentirse, como si no hubiera pasado nada? Acaba de perder uno de los rganos indispensables y est vivo, en el cuarto de bao y atnito. Tal vez porque, aun siendo un rgano indispensable, no es el ms indispensable de todos. Digmoslo claro: no es el corazn lo que le ha estallado. Seguro que si hubiese sido el corazn ya estara muerto hace rato. Es evidente que hay rganos indispensables y rganos indispensables pero no tanto, dado lo cual dejan, en la prctica, de ser indispensables. Se ve a la legua que en el grupo de indispensables no del todo indispensables entra el hgado, ese hgado que ha pasado a formar parte de la decoracin del dormitorio. Desde donde le llegan los delirios de borracha de la mujer, que ya no le pregunta por qu se lo hace sino: Dnde ests? Por qu me has dejado sola? Vuelve al lado de ella. Si tiene que morir, nada mejor que morir en plan violento. En cuanto se pone manos a la obra, la mujer vuelve a preguntar una y otra vez: Por qu me lo haces? Una vez satisfecho, el hombre sin entraas va al cuarto de bao, orina largamente, se felicita por el ptimo estado de sus riones (siempre ha estado orgulloso de ellos), se lava la cara, agarra a la mujer por el cogote, la levanta, la sienta en la butaca, cambia las sbanas salpicadas de hgado por unas limpias y se acuesta. Al cabo de un rato, la mujer se levanta de la butaca y va hasta la cama a tientas, porque no puede ni abrir los ojos. Se acuesta junto al hombre y le pregunta si es Frederic. Al da siguiente, el hombre sin entraas se levanta con la cabeza despejadsima. Y la resaca que debera tener? Se acuerda del estallido del hgado y no tiene tiempo de suponer siquiera que ha sido un sueo porque enseguida comprueba que no: mete la mano en el boquete que tiene en el costado derecho. Es ancho, cosa de un palmo, sanguinolento pero no tanto como la noche anterior. Puede tocar perfectamente las costillas inferiores. Se seca la mano en la colcha y se da cuenta de que a su lado duerme la mujer. Vuelve a forzarla. Esta vez ella le pide: No me lo hagas ms. Por favor, no me lo hagas ms. El hombre sin entraas se ducha, se viste y le dice a la mujer que se vista. Mientras bajan la escalera, la mujer vomita dos veces. En cambio el hombre sin entraas est fresco. La mete en el coche; por si lo ha olvidado le recuerda el estado en que el da anterior le lleg el marido a casa y la deja cerca de una boca de metro. Despus va a una librera a hojear libros sobre enfermedades hepticas. Llega al bar ms temprano que de costumbre. Pide la primera copa temiendo que se le salga por el agujero. No se le sale. El boquete ha cicatrizado de una forma repugnante pero rpida. Cuando empiezan a llegar los amigos, el hombre sin entraas hace horas que est bebiendo. Durante toda la noche bebe cuanto se le antoja y no
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tiene ninguna de las sensaciones desagradables que se tienen cuando se bebe sin medida. Y al da siguiente, ni pizca de resaca. Bebe todo lo que quiere, siempre, y no acusa ningn efecto negativo. Ha llegado a la conclusin de que el hgado es una especie de aliengena instalado en el cuerpo humano. Muy al contrario de lo que dicen (que el alcohol, su exceso, es el culpable de los males del hgado), es el hgado el culpable de los males del bebedor. Y el nico camino sensato es incrementar el consumo de alcohol al mximo, no prestar atencin a las advertencias de los profetas mdicos y esperar con anhelo el estallido. El estallido del hgado es un escaln ms, natural y lgico, del proceso humano, lo mismo que la cada de los dientes de leche, las primeras poluciones nocturnas, la descalcificacin de los huesos o la menopausia. Lo que ocurre es que, por lo general, la gente, atemorizada por los consejos de los mdicos, un da se para, deja de beber o reduce las dosis. He aqu el error: porque bebiendo menos se detiene el proceso hacia el estallido deseable y el individuo malvive entre sufrimientos y mala conciencia. Que el estallido es cosa normal lo demuestra el hecho de que el boquete se haya cicatrizado de forma espontnea, sin el menor problema. Todo lo contrario de lo que le habra pasado si el hgado se lo hubiera arrancado un mdico en una operacin quirrgica, artificial. Noche a noche el hombre sin entraas ve caer a sus amigos, uno tras otros, borrachos. Siempre llega un da en que, abrumados por las molestias, van al mdico e indefectiblemente siguen sus consejos. Vctimas de sus hgados, moderan el consumo de alcohol. Una noche, el hombre sin entraas les aconseja que beban mucho ms, cada vez ms, hasta que el hgado les estalle. Si lo consiguen, el alcohol ya nunca ser problema. Es algo que saben todos los mdicos, pero se han confabulado para no decirlo jams. Los amigos no le creen, beben un poco ms y, borrachos, se van a sus casas, arrastrndose. Nunca vuelve a darles un consejo. Cuando mueren de cirrosis o de hepatitis por no haber sido capaces de deshacerse de sus hgados, l les lleva coronas de flores, acompaa a las viudas al funeral y despus, con la excusa de ahogar la pena, las hace beber desmesuradamente.
LA MICOLOGA
Al rayar el alba el setero sale de su casa con un bastn y una cesta. Toma la carretera y, un rato ms tarde, un camino, hasta que llega a un pinar. De tanto en tanto se para. Aparta con el bastn la capa de pinocha seca y descubre nscalos. Se agacha, los recoge y los mete en la cesta. Sigue andando y, ms all, encuentra rebozuelos, oronjas y agricos. Con la cesta llena, empieza a desandar el camino. De golpe ve el sombrero redondeado, escarlata y jaspeado de blanco, de la amanita muscaria. Para que nadie la coja le da un puntapi. En medio de la nube de polvo que la seta forma en el aire al desintegrarse, plop, aparece un gnomo con gorro verde, barba blanca y botas puntiagudas con cascabeles, flotando a medio metro del suelo. Buenos das, buen hombre. Soy el gnomo de la suerte que nace de algunas amanitas cuando se desintegran. Eres un hombre afortunado. Slo en una de cada cien mil amanitas hay un gnomo de la suerte. Formula un deseo y te lo conceder. El setero lo mira despavorido. Eso slo pasa en los cuentos.
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No responde el gnomo. Tambin pasa en la realidad. Anda, formula un deseo y te lo conceder. No me lo puedo creer. Te lo creers. Formula un deseo y vers como, pidas lo que pidas, aunque parezca inmenso o inalcanzable, te lo conceder. Cmo puedo pedirte algo si no consigo creer que haya gnomos que puedan concederme cualquier cosa que les pida? Tienes ante ti un hombrecito de barba blanca, con gorro verde y botas con cascabeles en las puntas, flotando a medio metro del suelo, y no te lo crees? Venga, formula un deseo. Nunca se habra imaginado en una situacin as. Qu pedir? Riquezas? Mujeres? Salud? Felicidad? El gnomo le lee el pensamiento. Pide cosas tangibles. Nada de abstracciones. Si quieres riquezas, pide tal cantidad de oro, o un palacio, o una empresa de tales y cuales caractersticas. Si quieres mujeres, di cules en concreto. Si luego lo que pides te hace o no realmente feliz, es cosa tuya. El setero duda. Cosas tangibles? Un Range Rover? Una mansin? Un yate? Una compaa area? Elizabeth McGovern? Kelly McGillis? Debora Caprioglio? El trono de un pas de los Balcanes? El gnomo pone cara de impaciencia. No puedo esperar eternamente. Antes no te lo he dicho porque pensaba que no tardaras tanto, pero tenas cinco minutos para decidirte. Ya han pasado tres. As pues, slo le quedan dos. El setero empieza a inquietarse. Debe decidir qu quiere y debe decidirlo en seguida. Quiero... Ha dicho quiero sin saber todava qu va a pedir, slo para que el gnomo no se exaspere. Qu quieres? Di. Es que elegir as, a toda prisa, es una barbaridad. En una ocasin como sta, tal vez nica en la vida, hace falta tiempo para decidirse. No se puede pedir lo primero que a uno le pase por la cabeza. Te queda un minuto y medio. Quiz, ms que cosas, lo mejor sera pedir dinero: una cifra concreta. Mil billones de pesetas, por ejemplo. Con mil billones de pesetas podra tenerlo todo. Y por qu no diez mil, o cien mil billones? O un trilln. No se decide por ninguna cifra porque, en realidad, en una situacin como sta, tan cargada de magia, pedir dinero le parece vulgar, poco sutil, nada ingenioso. Un minuto. La rapidez con que pasa el tiempo le impide razonar framente. Es injusto. Y si pidiera poder? Treinta segundos. Cuanto ms lo apremia el tiempo ms le cuesta decidirse. Quince segundos. El trilln, entonces? O un milln de trillones? Y un trilln de trillones? Cuatro segundos. Renuncia definitivamente al dinero. Un deseo tan excepcional como ste debe ser ms sofisticado, ms inteligente. Dos segundos. Di.
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Quiero otro gnomo como t. Se acaba el tiempo. El gnomo se esfuma en el aire y de inmediato, plop, en el lugar exacto que ocupaba aparece otro gnomo, igualito al anterior. Por un momento el buscador de setas duda de si es o no el mismo gnomo de antes, pero no debe de serlo porque repite la misma cantinela que el otro y si fuese el mismo, piensa, se la ahorrara: Buenos das, buen hombre. Soy el gnomo de la suerte que nace de algunas amanitas cuando se desintegran. Eres un hombre afortunado. Slo en una de cada cien mil amanitas hay un gnomo de la suerte. Formula un deseo y te lo conceder. Han empezado a pasar los cinco nuevos minutos para decidir qu quiere. Sabe que si no le alcanzan le queda la posibilidad de pedir un nuevo gnomo igual a ste, pero eso no lo libra de la angustia.
EL SA P O
De color azul, el prncipe slo lleva los pantalones, ajustados, que le marcan las nalgas, unas nalgas pequeas y duras que hacen que las muchachas y los pederastas se vuelvan a mirarlo y se muerdan el labio inferior. Tambin lleva un jubn de colorines, una capa corta y roja, una gorra ancha, gris y con una pluma verde, y botas de media caa por encima de los pantalones azules y ajustados. Le gusta pasear a caballo. A menudo monta cuando nace el da, despus de haber desayunado, y se pierde por los bosques, que son todos de conferas, densos y hmedos y con brumas bajas. Muy de vez en cuando, en el centro de una explanada, en la cumbre de una colina o junto a un abeto cien veces ms alto que l, el prncipe detiene el caballo, que relincha, y se pone a meditar. Qu medita el prncipe? Medita qu har en el futuro, cuando herede el reino, cmo gobernar, qu innovaciones introducir y qu mujer elegir para que se siente a su lado, en el trono. El trono de ese reino es de dos plazas, tapizado de terciopelo granate, muy parecido a un sof o una Cayes logue. No es que le haga falta casarse para heredar el reino. Su abuelo, por ejemplo, lo hered soltero, y soltero sigui los primeros ocho aos de reinado, hasta que conoci a una princesa digna y equilibrada, la abuela del prncipe. No le hace falta, pues, pero prefiere dejar la cuestin resuelta para, desde el momento en que lo coronen rey, poder dedicarse por entero a gobernar el pas. Pero eso de encontrar una mujer suficientemente digna y equilibrada pinta muy difcil. El prncipe sale poco. Sus amigos, prncipes como l, salen todas las noches, de taberna en taberna y de fiesta en fiesta, hasta las tantas, a veces sin ocultar la condicin principesca y a veces disfrazados de plebeyos. En las fiestas y las tabernas se hartan de conocer a princesas y plebeyas. Todos los mediodas, despus de levantarse, los prncipes se encuentran para tomar el aperitivo, con los ojos enrojecidos escondidos tras gafas de sol y la cabeza como una losa. Comentan con pelos y seales a cul o cules se han tirado la noche anterior, y cmo se las han tirado. Siempre llegan a una misma conclusin: princesas o plebeyas, tanto da; son todas unas marranas. Tal concesin al igualitarismo es tan inslita como, con grandes carcajadas, celebrada por todos. Menos por el prncipe de los pantalones azules. El prncipe lamenta, no slo que comparen frvolamente a princesas con plebeyas, sino que dictaminen que no hay mujer que no sea una marrana.
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Por eso no sale nunca con los dems prncipes, que para convencerlo le dicen que una noche vaya con ellos. Si accediese comprobara que las cosas son tal como dicen. l se niega. No se niega porque no les crea. Se niega porque le da miedo acompaarlos y descubrir que, efectivamente, tienen razn. Y est convencido de que, si no desfallece, encontrar a la princesa pura que busca desde la pubertad. En cambio, si llegara a la conviccin de que princesas y plebeyas son todas iguales, ya no podra encontrarla nunca. Nunca ha confesado a nadie cmo espera encontrar a su princesa ideal. Porque sabe que se reiran. La encontrar encantada: en forma de sapo. Est convencido. Precisamente por eso ser diferente de todas las dems, porque se habr mantenido alejada de la banalidad y la degradacin de los humanos. Lo ha ledo en los cuentos, desde muy pequeo, y, aunque ya entonces los otros prncipes (los mismos que ahora se encuentran todos los mediodas para tomar el aperitivo) se burlaban de esas historias, l crea en ellas con conviccin. Conviccin que con el curso de los aos ha ido reforzndosele con un hecho curioso y sintomtico: nunca ha logrado ver un solo sapo. Desde nio los ha buscado con ardor. Sabe cmo son por las ilustraciones y las fotos de los libros de ciencias naturales, pero nunca ha encontrado ninguno. Por eso, la maana que, tras horas de galopar, se detiene a orillas de un ro para que el caballo abreve y ve un sapo sobre una roca cubierta de musgo (un sapo brillante, gordo, entre verdoso y morado), echa pie a tierra con el corazn desbocado. Por fin ha encontrado un sapo, cara a cara, en directo. El sapo lo saluda: Croac. Es un bicho an ms asqueroso de lo que se ha imaginado por las ilustraciones y las fotos de los libros. Pero ni por un instante duda de que es a ese bicho al que debe darle un beso. Despus de aos de bsqueda es el primer sapo que consigue ver, y por eso sabe que no es un sapo y nada ms sino una princesa encantada, no echada a perder por la vida mundana. Ata las riendas del caballo al tronco de un chopo y avanza con miedo. Miedo de la decepcin que tendr si, a despecho de su conviccin, resulta que el sapo no es sino un sapo, da un salto y se mete en el agua. Se arrodilla junto a la roca. Croac hace el animal por segunda vez. El prncipe inclina el cuerpo y adelanta la cara. El sapo est justo frente a l. La papada se le hincha y deshincha sin cesar. Ahora que lo ve tan de cerca siente que lo invade el asco; pero no tarda en reponerse y acerca los labios al morro del anfibio. Mua. En menos de una milsima de segundo, con un ruido ensordecedor, el sapo se convierte en un prisma de cien mil colores, que multiplica infinitamente las caras, hasta que todas las caras y colores se convierten en una muchacha de cabellos dorados. Y una corona encima que demuestra la nobleza de su linaje. Por fin el prncipe ha encontrado a la mujer que siempre ha buscado, esa con la que compartir el trono y la vida. Por fin has llegado dice ella. Si supieras cmo he esperado al prncipe que deba librarme del hechizo. Lo comprendo. Te he buscado siempre, desde que era nio. Y siempre he sabido que te encontrara. Se miran a los ojos, se cogen las manos. Es para siempre, y los dos son conscientes de ello.
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Era como si este momento no fuera a llegar nunca dice ella. Pues ya ha llegado. S. Qu bien, no? Ests contento? S. Y t? Yo tambin. El prncipe mira el reloj. Qu ms debe decirle? De qu deben hablar? Debe invitarla en seguida a su casa o se lo tomar a mal? En realidad no hay ninguna prisa. Tienen toda la vida por delante. En fin... S. Ya ves... Tanto esperar y de repente, plaf, ya est. S, ya est. Qu bien, no?
LA BELLA DURMIENTE
En medio de un claro, el caballero ve el cuerpo de la muchacha, que duerme sobre una litera hecha con ramas de roble y rodeada de flores de todos los colores. Desmonta rpidamente y se arrodilla a su lado. Le coge una mano. Est fra. Tiene el rostro blanco como el de una muerta. Y los labios finos y amoratados. Consciente de su papel en la historia, el caballero la besa con dulzura. De inmediato la muchacha abre los ojos, unos ojos grandes, almendrados y oscuros, y lo mira: con una mirada de sorpresa que enseguida (una vez ha meditado quin es y dnde est y por qu est all y quin ser ese hombre que tiene al lado y que, supone, acaba de besarla) se tie de ternura. Los labios van perdiendo el tono morado y, una vez recobrado el rojo de la vida, se abren en una sonrisa. Tiene unos dientes bellsimos. El caballero no lamenta nada tener que casarse con ella, como estipula la tradicin. Es ms: ya se ve casado, siempre junto a ella, compartindolo todo, teniendo un primer hijo, luego una nena y por fin otro nio. Vivirn una vida feliz y envejecern juntos. Las mejillas de la muchacha han perdido la blancura de la muerte y ya son rosadas, sensuales, para morderlas. l se incorpora y le alarga las manos, las dos, para que se coja a ellas y pueda levantarse. Y entonces, mientras (sin dejar de mirarlo a los ojos, enamorada) la muchacha (dbil por todo el tiempo que ha pasado acostada) se incorpora gracias a la fuerza de los brazos masculinos, el caballero se da cuenta de que (unos veinte o treinta metros ms all, antes de que el claro d paso al bosque) hay otra muchacha dormida, tan bella como la que acaba de despertar, igualmente acostada en una litera de ramas de roble y rodeada de flores de todos los colores.
LA MONARQUA
Todo gracias a aquel zapato que perdi cuando tuvo que irse del baile a toda prisa porque a las doce se acababa el hechizo, el vestido retornaba a la condicin de harapos, la carroza dejaba de ser carroza y volva a ser calabaza, los caballos ratones, -43-
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etctera. Siempre la ha maravillado que slo a ella el zapato le calzase a la perfeccin, porque su pie (un 36) no es en absoluto inusual y otras chicas de la poblacin deben de tener la misma talla. Todava recuerda la expresin de asombro de sus dos hermanastras cuando vieron que era ella la que se casaba con el prncipe y (unos aos despus, cuando murieron los reyes) se converta en la nueva reina. El rey ha sido un marido atento y fogoso. Ha sido una vida de ensueo hasta el da que ha descubierto una mancha de carmn en la camisa real. El suelo se le ha hundido bajo los pies. Qu desazn! Cmo ha de reaccionar, ella, que siempre ha actuado honestamente, sin malicia, que es la virtud en persona? De que el rey tiene una amante no hay duda. Las manchas de carmn en las camisas siempre han sido prueba clara de adulterio. Quin puede ser la amante de su marido? Debe decirle que lo ha descubierto o bien disimular, como sabe que es tradicin entre las reinas, en casos as, para no poner en peligro la institucin monrquica? Y por qu el rey se ha buscado una amante? Acaso ella no lo satisface suficientemente? Quiz porque se niega a prcticas que considera perversas (sodoma y ducha dorada, bsicamente) l las busca fuera de casa? Decide callar. Tambin calla el da que el rey no llega a la alcoba real hasta las ocho de la maana, con ojeras de un palmo y oliendo a mujer. (Dnde se encuentran? En un hotel, en casa de ella, en el mismo palacio? Hay tantas habitaciones en este palacio, que fcilmente podra permitirse tener a la amante en cualquiera de las dependencias que ella desconoce.) Tampoco dice nada cuando los contactos carnales que antes establecan con regularidad de metrnomo (noche s, noche no) se van espaciando hasta que un da se percata de que, desde la ltima vez, han pasado ms de dos meses. En la habitacin real, llora cada noche en silencio; porque ahora el rey ya no se acuesta nunca con ella. La soledad la reseca. Habra preferido no ir nunca a aquel baile, o que el zapato hubiese calzado en el pie de cualquier otra muchacha antes que en el suyo. As, cumplida la misin, el enviado del prncipe no hubiera llegado nunca a su casa. Y en caso de que hubiera llegado, habra preferido incluso que alguna de sus hermanastras calzara el 36 en vez del 40 y 41, nmeros demasiado grandes para una muchacha. As el enviado no habra hecho la pregunta que ahora, destrozada por la infidelidad del marido, le parece fatdica: si adems de la madrastra y las dos hermanastras haba en la casa alguna otra muchacha. De qu le sirve ser reina si no tiene el amor del rey? Lo dara todo por ser la mujer con la cual el rey copula extraconyugalmente. Mil veces preferira protagonizar las noches de amor adltero del monarca que yacer en el vaco del lecho conyugal. Antes querida que reina. Decide avenirse a la tradicin y no decirle al rey lo que ha descubierto. Actuar de forma sibilina. La noche siguiente, cuando tras la cena el rey se despide educadamente, ella lo sigue. Lo sigue por pasillos que desconoce, por ignoradas alas del palacio, hacia estancias cuya existencia ni siquiera imaginaba. El rey la precede con una antorcha. Finalmente se encierra en una habitacin y ella se queda en el pasillo, a oscuras. Pronto oye voces. La de su marido, sin duda. Y la risa gallincea de una mujer. Pero superpuesta a esa risa oye tambin la de otra mujer. Est con dos? Poco a poco, procurando no hacer ruido, entreabre la puerta. Se echa en el suelo para que no la vean desde la cama; mete medio cuerpo en la habitacin. La luz de los candelabros proyecta en las paredes las sombras de tres cuerpos que se acoplan. Le gustara
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Quim Monz
levantarse para ver quin est en la cama, porque las risas y los susurros no le permiten identificar a las mujeres. Desde donde est, echada en el suelo, no puede ver casi nada ms; slo, a los pies de la cama, tirados de cualquier manera, los zapatos de su marido y dos pares de zapatos de mujer, de tacn altsimo, unos negros del 40 y otros rojos del 41.
LA FAUNA
El gato persigue al ratn por toda la casa y cae, una tras otra, en todas las trampas que l mismo le pone al roedor. Cae dentro del bote de brea, resbala en la piel de pltano y va a parar a la picadora de carne, que lo hace trizas. Cuando todava no se ha recuperado, toca el pomo de la puerta sin saber que el ratn lo ha conectado a la corriente elctrica: se le erizan todos los pelos, pasa del negro al blanco, al amarillo, al violeta, los ojos se le salen de las rbitas y dan dieciocho vueltas, la lengua se le dobla y desdobla en zigzag, se desploma chamuscado y se convierte en un montn de cenizas humeantes. Hasta que llega la seora con una escoba y una pala, lo recoge y lo echa al cubo de la basura. Pero enseguida vuelve a estar al acecho. Ah! Qu no dara por desembarazarse de ese ratn miserable que no debera despertar la simpata de nadie. Por qu nunca gana l? Por qu quien se salva es siempre el animalejo pequeo? El gato sabe, adems, que los ratones le dan asco a una buena parte de la humanidad. De todas las peripecias de la guerra, la que muchos hombres recuerdan con ms espanto (ms que las bombas, ms que las balas dumdum, ms que las noches sin dormir, ms que los das sin comer y las travesas sin zapatos, con los pies envueltos en trapos) son las ratas. Por qu entonces determinados humanos se olvidan de ese asco y se ponen de parte del ratn? Slo porque es el animal ms pequeo? El gato vuelve a la carga. Una vez ms jura que esta vez el ratn no se escapar. Incendia la casa. Se quema todo pero el ratn se salva. Y cuando vuelve del trabajo, el dueo persigue al gato a escobazos. El gato no desiste. Vuelve a perseguir al ratn. Finalmente lo atrapa, lo mete en una mezcladora de cemento y, cuando est a punto de ponerla en marcha, aparece el perro. Por una ley tan incomprensible como atvica, el perro siempre es amigo del ratn. Este perro lleva en la mano un mazo desmesurado. Lo descarga en la cabeza del gato, que queda plano como una hoja de papel. Pero enseguida se rehace; ahora recibe un paquete por correo y sonre. Llena de plvora la madriguera del ratn y le prende fuego. Estalla todo, justo a tiempo de que el gato se d cuenta de que el ratn no estaba dentro, de que est observndolo desde la puerta de la casa con una risa repugnante. Siempre lo mismo. Hasta que un da sorprendente, muchos episodios ms tarde, el gato triunfa. Despus de una persecucin por el pasillo de la casa (una persecucin como tantas), atrapa al ratn. Sin embargo, ha ocurrido tantas veces... Tantas veces el gato ha tenido al ratn en el puo, como ahora, y el ratn se le ha escapado, que ni el mismo gato se cree del todo que esta vez vaya de veras. Ensarta al ratn con un tenedor de tres puntas, y de cada una de las tres heridas brota un chorro de sangre. El gato enciende el fuego. Pone encima una sartn. Vierte aceite. Cuando el aceite est hirviendo, pone en l al ratn, que se fre poco a poco, entre chillidos tan frenticos que el propio gato tiene que taparse los odos con tapones de corcho. Entonces empieza a darse cuenta
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de que esta vez pasa algo raro. Esta vez va de veras. El cuerpo del ratn se acartona, cada vez ms negro y humeante. El ratn mira al gato con unos ojos que ste no olvidar nunca y se muere. El gato sigue friendo el cadver. Despus lo saca de la sartn y lo quema directamente en las llamas, hasta que no es sino un pellejo negro y arrugado. Lo saca del fuego, lo mira de cerca, lo toca con los dedos: se le deshace en diez mil motas carbonizadas que el viento, arremolinado, dispersa hacia los cuatro puntos cardinales. Por un instante se siente inmensamente feliz.
LA FUERZA DE VOLUNTAD
El hombre porfiado sabe que se trata simplemente de tener (y mantener durante el tiempo necesario) la firme voluntad de lograrlo. No hay ms que eso, ni enigmas de ninguna clase. Se arrodilla, inclina el torso hasta que la cara le queda a un palmo de la piedra (una piedra un peln oblonga, redondeada, decididamente gris) y vocaliza con claridad: Pa. Durante un rato mira la piedra fijamente, clavando los ojos en cada irregularidad, intentando captarla completamente, establecer una comunicacin absoluta, hasta que la piedra se convierta en una prolongacin de l mismo a un palmo de distancia. Es medioda; la brisa compensa el esplendor del sol. Parsimonioso, vuelve a abrir los labios. Pa. Ha elegido pa porque siempre ha odo que es lo primero que dicen los nios, la eclosin con que sorprenden a los padres, la slaba ms fcil para arrancar a hablar. Pa. La piedra contina en silencio. El hombre porfiado sonre. No se rinde fcilmente a las adversidades. Ha tomado la decisin de ensear a hablar a la piedra sabiendo que no ser tarea fcil. Sabe que, durante siglos, los hombres han menospreciado las posibilidades verbales del reino mineral y, por ello, tal vez sea sta la primera vez en muchos aos que un hombre sobrio se encuentra frente a frente con una piedra, tratando de hacerla hablar. Si a esto aadimos la tradicional desidia del alumnado, la dificultad de la empresa es patente. Pa insiste el hombre porfiado. La piedra calla. El hombre echa un instante la cabeza hacia atrs para, de inmediato, adelantarla de nuevo hasta plantar la cara a unos centmetros de la piedra: Pa pa pa pa pa. Pa! Ninguna respuesta. El hombre vuelve a sonrer, se acaricia la barbilla, yergue el torso, se pone en pie, saca del bolsillo un paquete de cigarrillos y enciende uno. Fuma observando la piedra. Cmo tiene que establecer el contacto? Cmo debe comunicarse? Con los dedos dispara el cigarrillo contra un rbol y (como un luchador sobre el contrincante) se abalanza sobre la piedra gritando: PAAA!!! La aparente indiferencia del mineral lo enternece. Lo acaricia con las puntas de los dedos. Ahora le habla con voz seductora. Piedra. Hola, piedra. Piedra? Pie dra. P i e d r a. Piedra... No deja de acariciarla. Alterna la lentitud con la rapidez. Ora la acaricia suavemente, ora con frenes.
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Venga, di: pa. La piedra no dice nada. El hombre porfiado le da un beso. S que puedes, no s si escucharme, pero s entenderme. Me entiendes? Me captas? S que puedes decirlo. S que puedes decir pa. S que puedes hablar, aunque slo sea un poco. S tambin que para ti es difcil, porque quiz nunca nadie te ha dicho nada ni te ha pedido que le hablaras y, si uno no est acostumbrado, al principio estas cosas cuestan. De todo eso soy consciente. Por eso soy comprensivo; no te pido nada que no puedas hacer con un poco de esfuerzo. Ahora lo repetir otra vez. Y enseguida t lo repetirs conmigo. De acuerdo? Venga, vamos. No es fcil, pero tampoco imposible. Anda, di: pa. Pa. Pa. Pone la oreja contra la superficie de la piedra, a ver si los esfuerzos de sta se traducen aunque slo sea en un susurro. Pero no: silencio. El silencio ms absoluto. El hombre porfiado inspira profundamente y vuelve a la carga. Ofrece a la piedra nuevos argumentos, le explica por qu debe de costarle tanto hablar y cmo tiene que hacer para conseguirlo. Cuando anochece, la coge con las manos y le quita la tierra que le ha quedado adherida a la parte inferior. Se lleva la piedra a casa. La pone sobre la mesa del comedor, se asegura de que est cmoda. La deja descansar toda la noche. A la maana siguiente le da los buenos das, la limpia con cuidado bajo el chorro del grifo, con agua tibia: ni demasiado fra ni demasiado caliente. Luego la saca al balcn. Desde el balcn se ve todo el valle, con los dispersos chalets de los veraneantes, una punta del lago y, a lo lejos, las luces de la autopista. Deja la piedra sobre la mesa y se sienta en una silla. Anda, di: pa. Tres das ms tarde, el hombre porfiado finge mosquearse: Muy bien. No hables si no quieres. Te crees que no advierto tu desprecio tcito? Para transmitir desdn no es preciso decir nada. Lo nico que te digo es esto: de m no se burla nadie. El hombre porfiado agarra la piedra con la mano derecha, la aprieta (tanto que la cara acaba por ponrsele roja) y finalmente la tira con fuerza. En el cielo, la piedra describe un arco: por encima del valle, de los chalets y las piscinas de los veraneantes, por encima del hombre que maneja la cortadora de csped, por encima de la carretera en obras, por encima de la autopista bastante vaca de coches, por encima de la zona de desarrollo industrial, por encima del campo de ftbol donde un equipo vestido con camiseta verde y pantalones blancos empata con otro vestido con camiseta amarilla y pantalones azules, por encima de los edificios de la ciudad provinciana; hasta que cae en el centro de una plaza, a los pies de unos turistas alemanes que estn fotografiando la catedral con tanta atencin que no advierten la cada de la piedra, que choca contra los adoquines y, rompindose, deja escapar un sonido seco bastante parecido a pa!.
LA FISONOMA
El intelectualista es incapaz de recordar ninguna cara. Por la calle, cuando se encuentra con alguien que lo saluda, nunca sabe quin es ni de qu lo conoce. Tal vez alguna cara le suena, pero no es capaz de adjudicarle ningn nombre ni de acertar de dnde la conoce. Tan experto se ha hecho en evitar los trances difciles que esa mala memoria comporta inevitablemente que (para que los dems no descubran que no los
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conoce) saluda a todos los que lo saludan. Con total impasibilidad, con tanta naturalidad que nadie advierte que en realidad no lo ha reconocido. Hasta es capaz de mantener conversaciones sobre temas generales (y no tan generales) y, cuando por fin se despiden, con palmaditas en la espalda o apretones de mano, el desconocido se va persuadido de que ni por un instante ha dudado de quin era. Sobre todo es preciso demostrar desde el principio una gran alegra. Que ni por un segundo lo asalte la duda. Lo primero que hace, cuando se ve reconocido, es exclamar bien fuerte: Qu tal? Cmo va eso? Nada ms pernicioso que poner cara de desconcierto o saludar en voz baja, porque el desconocido lo mirara con recelo y formulara la pregunta fatdica: No te acuerdas de m, verdad? Pregunta ante la cual es intil mentir, porque significa que es evidentsimo que el interrogado no tiene la menor idea de quin es el que tiene delante. Nunca ha recordado una cara. Ni de pequeo. En el colegio deduca quin era el maestro porque era ms alto y gordo que el resto de los que ocupaban el aula. Y a los compaeros de clase, como eran todos bajitos (ms o menos de la misma estatura que l), no los identificaba. Cada uno con una cara diferente; cmo queran que se acordara de todas y supiese cul era de cada uno? En casa, por suerte, saba quin era su padre porque era el alto y grande de la familia. Y, aunque se afeitase todos los das, se le notaba la barba, sobre todo cuando le daba un beso. En cambio su madre no tena barba, y su piel era muy suave. Generalmente llevaba falda, lo cual facilitaba an ms el reconocimiento. Tal vez por eso, cuando la mujer se pona pantalones l se desconcertaba momentneamente, hasta que se fijaba en las manos esbeltas, en la suavidad de las mejillas. A su hermano lo identificaba fcilmente: era el otro nio, el otro bajito de la casa. De haber habido ms adultos o ms hermanos habran empezado los problemas. Y lo mismo le pasaba cada maana, cuando se enfrentaba con el espejo y se encontraba una cara que no reconoca. Evidentemente era la suya, pero si la hubiese visto entre cinco caras ms no habra sabido reconocerla. Por eso se queda helado el da que, al entrar en la estacin de metro de al lado de su casa, ve que sale una mujer y la reconoce. Nunca han cruzado una sola palabra, pero recuerda con precisin que la vio, apenas un instante, hace treinta y ocho aos, la maana que fue a recoger el diploma de licenciado. Ella sala de secretara, vestida con una chaqueta de punto azul, una blusa blanca y una falda gris. Por primera vez en la vida ha reconocido una cara, una cara que slo vio una vez hace muchos aos. Eso lo admira. (Habra debido bajar del metro para seguir a la mujer y contarle que la recordaba de aos atrs, de un da que ella sala de la secretara de la facultad? Habra sido absurdo. Lo ms probable es que la mujer se lo hubiera tomado como una argucia barata para intentar una aproximacin y no le hubiese hecho el menor caso.) No consigue resignarse: la nica cara que ha reconocido hasta ahora, a lo largo de su vida, es justamente la de una mujer que slo vio una vez hace treinta y ocho aos. Deduce que esto tendra que despertarle alguna suposicin sobre su manera de ser, sobre la falta de facultades fisonmicas que lo ha acompaado siempre. Est convencido de que precisamente en este enigma debe radicar la clave que da sentido a su vida, una vida de xito pero marcada irreversiblemente por la incapacidad de recordar ningn rostro. En modo alguno puede deberse al azar que la nica vez que ha vuelto a encontrarse con esa mujer no haya tenido el menor problema para identificarla de inmediato. Sin embargo, por ms vueltas que le da no logra descubrir ninguna clave. Pasan los das, las semanas, los
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aos. Durante el resto de su vida sigue sin recordar ningn rostro. A menudo medita sobre eso. Esa mujer es la demostracin de que l es capaz de recordar una cara: a ella s supo reconocerla la vez que la vio saliendo de la estacin de metro, piensa siempre, esperanzado; sin saber que, porque vive desde siempre en la misma calle que l (exactamente a dos casas de la suya), la ha visto cientos de veces, antes y despus de aquel da en que la reconoci en el metro.
LA DIVINA PROVIDENCIA
El erudito que, de manera paciente y ordenada, ha dedicado cincuenta de sus sesenta y ocho aos de vida a escribir la Gran Obra (de la que hasta el momento tiene a punto setenta y dos volmenes) se da cuenta, una maana, de que la tinta de las letras de las primeras pginas del primer volumen est empezando a desaparecer. El negro pierde intensidad y se vuelve grisceo. Como ha adquirido la costumbre de repasar a menudo todos los volmenes escritos hasta el momento, cuando se percata de la desgracia slo se han estropeado las dos primeras pginas, las primeras que escribi hace cincuenta aos. Y adems, en la segunda pgina las letras de las lneas inferiores todava son un poco legibles. Se apresura a rehacer una por una las letras borradas. Con tinta china y paciencia sigue el trazo hasta rehacer palabras, lneas y prrafos. Pero cuando termina advierte que ahora tambin han desaparecido las palabras de las ltimas lneas de la pgina 2 y toda la pgina 3 (que cuando inici la reparacin estaban unas en buen estado y otras en estado relativamente bueno). Esto le confirma que la enfermedad es progresiva. Hace cincuenta aos, cuando decidi consagrar su vida a escribir la Gran Obra, el erudito ya era consciente de que debera prescindir de toda actividad que le robase aunque slo fuera un poco de tiempo, de que deba vivir clibe y sin televisor. La Gran Obra sera realmente tan Grande que no podra perder ni un minuto en nada de lo que pudiera privarse. Y de hecho se poda privar de todo menos de la Gran Obra. Por eso mismo decidi no perder ni un minuto buscando editor. El futuro se lo encontrara. Tan seguro estaba de la validez de lo que se haba propuesto, que saba que, indefectiblemente, cuando alguien descubriese los volmenes mecanografiados de la Gran Obra, uno al lado de otro en los estantes del pasillo de su casa, el primer editor que tuviera noticia (fuera quien fuese) en seguida comprendera la importancia de lo que tena ante s. Pero si ahora se le borran las letras, qu va a quedar de la Gran Obra? La degradacin no para. En cuanto ha rehecho las tres primeras pginas, descubre que tambin desaparecen las letras de las pginas 4, 5 y 6. Cuando he rehecho las de las pginas 4, 5 y 6, se encuentra con que se han borrado completamente las de las 7, 8, 9 y 10. Rehechas la 7, la 8, la 9 y la 10, ve que se le han borrado desde la 11 hasta la 27. No puede perder tiempo intentando averiguar por qu se borran las letras. Se apresura a rehacer el primer volumen (los primeros volmenes: pronto observa que la degradacin afecta asimismo a los volmenes segundo y tercero) y advierte que el tiempo que dedica a esto le impide continuar la redaccin de los ltimos volmenes. Y sin el colofn que debe dar sentido magnfico a los volmenes ya escritos, los cincuenta aos de dedicacin no habrn servido de nada. Los volmenes iniciales no son sino el andamiaje, necesario para situar las cosas en su lugar pero no esencial,
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sobre el cual ahora debe construir las propuestas autnticamente innovadoras: las de los ltimos volmenes. Sin stas, la Gran Obra no ser nunca una Gran Obra. De ah la duda: no es preferible quiz dejar que los primeros volmenes se vayan borrando, no perder tiempo en rehacerlos? No es mejor aplicarse a luchar contra el tiempo y acabar de una vez los ltimos volmenes (cuntos faltan exactamente: seis, siete?) para culminar as la Gran Obra, aun a riesgo de que algunos de los primeros volmenes se borren para siempre? De los setenta y dos que ha escrito hasta ahora, bien puede aceptar la prdida de los siete u ocho primeros, que, aunque le permitieron tomar impulso, no aportan nada esencialmente nuevo. Sin embargo, he aqu otra duda: cuando haya puesto el punto final, se habrn borrado solamente los siete u ocho primeros volmenes? Decidido a no perder ni un minuto, se sumerge en el trabajo. Muy pronto se detiene. Cmo no se ha dado cuenta hasta ahora de que, si l muere y ese alguien que debe descubrir la Gran Obra y presentrsela a un editor tarda demasiado en descubrirla, los volmenes estropeados no sern slo siete u ocho sino todos? Qu hacer, entonces: interrumpirse y empezar a buscar editor ahora mismo para evitar ese peligro, por mucho que sin los volmenes finales resulte imposible demostrarle que lo que se trae entre manos es de autntica importancia? Pero, si dedica esfuerzo y tiempo a buscar editor, no podr dedicar el tiempo necesario a rehacer los volmenes a medida que se vayan estropeando ni podr dedicarse a escribir los volmenes finales. Qu debe hacer? Se angustia. Es posible que toda una vida de trabajo haya sido en vano? Lo es. De qu han servido tantos esfuerzos, la dedicacin exclusiva, el celibato, los sacrificios? Le parece una burla gigantesca. Siente nacer el odio dentro de l: odio a s mismo por haber malgastado la vida. Y no poder recuperar el tiempo perdido no le da tanto pnico como la certeza de que a estas alturas no estar a tiempo de saber cmo aprovechar el que le queda.
EL CUENTO
A media tarde el hombre se sienta ante su escritorio, coge una hoja de papel en blanco, la pone en la mquina y empieza a escribir. La frase inicial le sale enseguida. La segunda tambin. Entre la segunda y la tercera hay unos segundos de duda. Llena una pgina, saca la hoja del carro de la mquina y la deja a un lado, con la cara en blanco hacia arriba. A esta primera hoja agrega otra, y luego otra. De vez en cuando relee lo que ha escrito, tacha palabras, cambia el orden de otras dentro de las frases, elimina prrafos, tira hojas enteras a la papelera. De golpe retira la mquina, coge la pila de hojas escritas, la vuelve del derecho y con un bolgrafo tacha, cambia, aade, suprime. Coloca la pila de hojas corregidas a la derecha, vuelve a acercarse la mquina y reescribe la historia de principio a fin. Una vez ha acabado, vuelve a corregirla a mano y a reescribirla a mquina. Ya entrada la noche la relee por ensima vez. Es un cuento. Le gusta mucho. Tanto, que llora de alegra. Es feliz. Tal vez sea el mejor cuento que ha escrito nunca. Le parece casi perfecto. Casi, porque le falta el ttulo. Cuando encuentre el ttulo adecuado ser un cuento inmejorable. Medita qu ttulo ponerle. Se le ocurre uno. Lo escribe en una hoja, a ver qu le parece. No acaba de funcionar. Bien mirado, no funciona en absoluto. Lo tacha. Piensa otro. Cuando lo relee tambin lo tacha. Todos los ttulos que se le ocurren le destrozan el cuento: o son obvios o hacen caer la historia en un surrealismo que rompe la sencillez. O bien son insensateces que lo
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echan a perder. Por un momento piensa en ponerle Sin ttulo, pero eso lo estropea todava ms. Piensa tambin en la posibilidad de realmente no ponerle ttulo, y dejar en blanco el espacio que se le reserva. Pero esta solucin es la peor de todas: tal vez haya algn cuento que no necesite ttulo, pero no es ste; ste necesita uno muy preciso: el ttulo que, de cuento casi perfecto, lo convertira en un cuento perfecto por completo: el mejor que haya escrito nunca. Al amanecer se da por vencido: no hay ningn ttulo suficientemente perfecto para ese cuento tan perfecto que ningn ttulo es lo bastante bueno para l, lo cual impide que sea perfecto del todo. Resignado (y sabiendo que no puede hacer otra cosa), coge las hojas donde ha escrito el cuento, las rompe por la mitad y rompe cada una de esas mitades por la mitad; y as sucesivamente hasta hacerlo pedazos.
~FIN~
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