Norma Juridica
Norma Juridica
Norma Juridica
Las prescripciones son las directivas que están relacionadas con normas. No
toda prescripción es norma. Tampoco al revés.
Ejemplo Ejemplo
1. Las reglas Reglas de juego, 1. Normas
definitorias o de la gramática. ideales: no se
determinativas refieren a una
acción sino a un
modelo o patrón.
Un buen
abogado.
2. Las directivas o Presionar el 2. Costumbres:
reglas técnicas. botón de la especies o
Presuponen una izquierda es hábitos son
proposición condición prescripciones
anankástica: que el necesaria para anónimas,
medio es condición que el televisor implícitas, tienen
necesaria del fin. encienda (puede analogía con la
ser fal o ver. reglas
determinadas.
3. Prescripciones. 3. Normas
Emanan de la voluntad morales: difíciles
del emisor de la d identificar. Hay
norma. Elementos: concepción
autoridad normativa, teológica: como
sujeto normativo, emanadas de
promulgación y Dios; teleológica:
sanción eudemonismo –
es la felicidad del
individuo,
utilitarismo, el
bienestar de la
sociedad,
deontologismo:
como sui
generis.
3. Condición de aplicación: condición que tienen que darse para que exista
oportunidad de realizarse el contenido de la norma. Se clasifican en
categóricas (cierre la puerta) e hipotéticas (si llueve, cierre la puerta).
4. Autoridad.:
Heterónomas: son las que un agente da a otro y autónomas: las que el agente
se da asimismo.
1. Los juicios sobre el ser: son juicios enunciativos porque expresan lo que es,
o lo que ocurre o sucede. Tienen como fórmula S es P. están las leyes físicas o
naturales, que enuncian las relaciones necesarias entre los objetos que forman
el universo;
2. Los juicios sobre el deber ser: son juicios imperativos porque declaran Lo
que debe hacerse individual o socialmente. Su fórmula es S debe ser P.
Dentro de esta categoría están las normas, que por analogía con aquéllas, se
llaman también leyes, e indican cómo se debe obrar
Entre las leyes del mundo físico (leyes naturales), y las normas, existen
diferencias fundamentales, veámoslas:
1. Una regla de conducta porque traza una dirección al obrar. La norma que
manda no hacer daño a nadie prescribe cómo debemos comportarnos, cómo
hay que obrar o proceder.
Una norma es, pues, una regla de conducta imperativa. Esto es, de
obligatoria observancia.
Por ejemplo, el artículo 2341 del Código Civil dice que el que ha cometido un
delito o culpa, que ha inferido daño a otro, debe pagar los perjuicios causados.
En tal norma el supuesto normativo o la hipótesis es: “el que ha cometido un
delito o culpa, que ha inferido daño a otro”; la consecuencia jurídica es ‘pagar
los perjuicios causados”, y la cópula el verbo debe.
Muchas veces los legisladores, por cuestiones de redacción, omiten uno y hasta
dos de estos elementos, o escriben la cópula en forma indicativa.
Ello no quiere decir que falten esos elementos, simplemente van implícitos. Por
ejemplo, el artículo 58 de la Constitución Política dice: “Se garantizan la
propiedad privada y los demás derechos adquiridos con arreglo a las leyes
civiles...”. Aquí parece faltar el supuesto normativo y aun la cópula, pero es
que en realidad lo que se dice es lo siguiente: A las personas (naturales o
jurídicas) deben garantizárseles la propiedad privada y los demás derechos
adquiridos con justo título…
Las normas jurídicas presentan las siguientes características, que se siguen del
hecho de ser ellas la expresión del derecho o la fuente formal del mismo:
3. Bilateralidad. Las normas jurídicas, por regla general, enlazan entre sí a dos
o más personas, en el sentido de conferirle a una o a varias un derecho
(derecho en sentido subjetivo) e imponerle a otra u otras una obligación
correlativa. Así, el acreedor tiene el derecho de exigir el pago de la deuda y el
deudor la obligación correspondiente de cancelarla. Las normas jurídicas son,
por ello, bilaterales o imperativo-atributivas, a diferencia, como ya lo
destacamos, de las normas morales, que son puramente imperativas.
Como ya vimos, toda norma jurídica es una regla de conducta porque señala
una dirección del obrar. Ahora bien, como la observancia de tales normas se
estima necesaria para el orden social, suele acompañárselas por tal razón de
una sanción para el caso de que no sean espontáneamente acatadas,
asegurando de esta manera su vigencia.
Así, en casi todas las reglas jurídicas hay que distinguir dos partes:
2. La coaccción, que indica la sanción que debe aplicarse por el Estado cuando
es quebrantada, y que constituye la norma secundaria, puesto que es la
garantía de la eficacia de aquélla.
Nuestro Código Civil, en su artículo 1602, dice, por ejemplo, prescribe que
“todo contrato legalmente celebrado es una ley para los contratantes y no
puede ser invalidado sino por su consentimiento mutuo o por causas legales”,
es decir, que todo contrato debe ser cumplido por las partes (tal la dirección
del obrar o norma primaria); y el artículo 1546 señala la correspondiente
sanción (norma secundaria), expresando que, si una de las partes no cumplen,
la otra podrá pedir, a su arbitrio, la resolución o el cumplimiento del contrato
con indemnización de perjuicios.
Las normas jurídicas suelen configurarse según este esquema general: Dado A
(celebrado un contrato) debe ser B (debe cumplirse de buena fe), y si no es B
(si no es cumplido) debe ser C (procede la resolución o su cumplimiento
forzado).
Ocurre muchas veces, como en casi todas las normas penales, que los
legisladores omiten en su redacción la parte directiva (la norma primaria) por
estimarla evidente. Los códigos penales de todos los países, por ejemplo, no
declaran en forma expresa que el homicidio está prohibido; se limitan a
señalar la pena que debe imponerse a quienes incurran en tal delito. Eso no
quiere decir que en esos casos no exista la dirección, la regla de conducta. Ella
va implícita, subentendida, porque precisamente se sanciona el homicidio
porque está prohibido.
LA SANCION:
C+I+Ca
C+I
C+Ca
I+Ca
LA PENA:
Es la forma más característica del castigo. Son las sanciones tipificadas por el
Derecho penal.
Eugenio Cuello Calón señala que: “Es el sufrimiento impuesto por el Estado, en
ejecución de una sentencia, al culpable de una infracción penal”.
LA COACCION:
7. LA ANTIJURIDICIDAD.
Respecto de los juicios enunciativos cabe decir que son verdaderos o falsos.
Del juicio “todo libro es útil” podemos decir que es verdadero o falso.
Las normas jurídicas son de varias clases o tipos. Las agruparemos como
sigue:
Las normas supletivas son las que permiten a sus destinatarios disponer de
manera diversa de lo que en ellas se expresa, como la mayoría de las que
regulan la sucesión de las personas por causa de muerte, pues éstas pueden
disponer de sus bienes mediante un testamento, en forma diversa de como lo
hacen las leyes respectivas. No debe olvidarse, con todo, que en el derecho
sucesorio hay también leyes que tienen el carácter de orden público, que los
testadores no pueden eludir.
Las segundas (perfectae) son las que aparejan solamente la nulidad del acto,
como la contenida en el articulo 6 del Código Civil: “En materia civil son nulos
los actos ejecutados contra expresa prohibición de la ley…“
Las terceras (minus quam perfectae) son las que no impiden que el acto
violatorio produzca sus consecuencias, esto es, las que no generan la nulidad
del acto, pero acarrean algún tipo de sanción para el infractor. Por ejemplo,
los menores de edad no pueden contraer matrimonio sin el permiso expreso y
escrito de sus padres, y, a falta de éstos, del curador, Código Civil, arts. 117 y
120. La infracción de este precepto no invalida el matrimonio, pero quienes lo
hayan violado pueden ser desheredados, Código Civil, art. 124, y, además,
podrán revocárseles las donaciones que se les hubieren hecho, Código Civil,
art. 125.
Las cuartas (imperfectae) son las que carecen de sanción. Se les llama así
porque no constituyen Verdaderas normas jurídicas sino que careciendo de
sanciones no pueden imponerse cuando son quebrantadas.
1. Noción preliminar.
Dice Soriano: “El tema del deber jurídico, es quizá el más difícil y controvertido
de la teoría jurídica contemporánea; es, por otra parte, un tema nuevo, puesto
que hasta hace poco no se había planteado, de la mano del positivismo
formalista, un concepto de deber jurídico propiamente dicho e
independientemente del viejo concepto de deber moral. Ni siquiera en un autor
de la modernidad de Kant es posible encontrar una delimitación clara del
deber jurídico y del deber moral: para él el deber sigue siendo todavía un
deber moral indirectamente recogido y asumido en la norma jurídica
Dos son las teorías importantes que identifican el deber jurídico con el moral, y
según las cuales, por tanto, la noción de deber sería una sola.
Se sigue, entonces, que las leyes positivas, obra de los legisladores, no pueden
aparejar un deber porque son reglas de conducta heterónomas. Pero el
individuo puede, sin embargo, hacerlas suyas en virtud de su autonomía, es
decir, puede acatarlas como si hubieran sido dictadas por él mismo en virtud
de reconocerles un valor universal. Entonces, de reglas heterónomas se
convierten en reglas autónomas y, en esa virtud, generan un deber moral. De
esta suerte, pues, el deber jurídico indirectamente se convierte en un deber
moral.
Toda obligación sea autónoma, como ocurre con el deber moral y el jurídico,
no puede inferirse a que el fundamento de uno y otro sea el mismo, y que, por
consiguiente, no exista distinción entre estos dos tipos de deberes.
TEORÍAS QUE DISTINGUEN EL DEBER MORAL Y EL DEBER JURÍDICO.
a) Doctrina de Kelsen: Por la misma razón que Kelsen niega la existencia del
derecho subjetivo, reduciéndolo al derecho objetivo, niega también la
existencia del deber jurídico. “El deber jurídico—expresa — no es otra cosa que
la misma norma jurídica considerada desde el punto de vista de la conducta
que prescribe a un individuo determinado. Es la norma en relación con el
individuo, al cual prescribe la conducta vinculando una sanción a la conducta
contraria. El deber jurídico es pues la norma jurídica individualizada y por este
hecho no tiene ninguna relación con la noción del deber moral. Un individuo
está jurídicamente obligado a adoptar una conducta determinada en la medida
en que una norma jurídica hace de la conducta contraria la condición de un
acto de coacción llamado sanción”.
Pero, así como el derecho subjetivo es distinto del derecho objetivo, como
veremos pronto, de igual manera el deber jurídico es diferente de la norma
que le sirve de fundamento, porque no puede ser igual la obligación
consistente en realizar algo o abstenerse de algo, y la norma que determina tal
comportamiento. Aquélla es el efecto de ésta.
Para Recaséns Siches el deber jurídico es distinto del deber moral porque
aquél, a diferencia de éste, surge de la coacción, esto es, de la amenaza, del
empleo de la fuerza por parte del Estado contra el infractor de la norma.
No le encontramos fundamento a esta opinión. En primer lugar, porque ya
demostramos que la coacción no pertenece a la esencia del derecho, sino que
es algo que se agrega al mismo para imponerlo. De consiguiente, si la coacción
fuera el fundamento o la razón del deber de cumplir con la norma, resultaría
que tal fundamento sería extrínseco al derecho, esto es, que no se apoyaría en
la norma jurídica propiamente dicha, sino en algo fuera de ella; en otras
palabras: que el deber de cumplir una norma no provendría de la norma
misma sino de la garantía establecida para imponerla, lo que no es de recibo.
Para resolver esta difícil cuestión hay que tener presente, como también lo
destaca el autor citado, que una misma conducta puede ser objeto de una
reglamentación por normas de diferentes clases, originando de esta manera
deberes diversos. Por ejemplo, la obligación del deudor de pagar a su acreedor
lo debido es una conducta impuesta tanto por la regla moral como por la
jurídica y la convencional, pues las tres imponen al deudor ese mismo
proceder.
Se dan pues así, en este ejemplo, tres tipos de deberes: el moral, de un lado,
el jurídico del otro, y un tercero, que podemos llamar social, consecuencia de
la regla perteneciente a los usos sociales, que generan igualmente ese deber.
Mas no por ello podemos decir que todos esos deberes sean uno mismo. La
confusión en que incurren las doctrinas anteriores se debe a que no parten de
la distinción expuesta.
¿Por qué el deber moral de pagar nuestras deudas? Porque los valores en que
se apoyan las reglas morales así lo exigen. Pagar lo debido nos obliga en
conciencia porque ese acto lo reclama la justicia subjetivamente considerada,
es decir, como una virtud, cuya observancia perfecciona nuestro ser.
De otro lado, ¿por qué tenemos el deber jurídico de pagar nuestras deudas?.
¿Por qué tenemos el deber de cumplir la regla jurídica que así lo determina?.
La respuesta es obvia: porque los valores jurídicos, principalmente la justicia,
entendida como igualdad, así lo pide.
¿Por qué el deber social de pagar nuestras deudas? Porque las normas del
trato social, y los valores en que ellas se fundan, así también lo reclaman.
La diferencia o la esencia del deber jurídico, que lo distingue del deber moral y
del deber social, está, pues, en la diversidad de valores recogidos en las
respectivas normas: unos, en efecto, son los valores morales, y otros los
jurídicos y los sociales, que generan las obligaciones respectivas. Por estos
motivos, mientras los deberes morales son tanto internos como externos, los
deberes jurídicos y sociales son puramente externos. El cumplimiento del
deber moral compromete por igual el fuero interno y el externo de la conducta;
los deberes jurídicos y sociales solamente este último, porque ello basta para
dar satisfacción a los valores en que se apoyan. El deudor que paga su deuda,
obedeciendo la regla jurídica y la social, aunque sea de mala gana, inclusive
con mala intención, cumple con el valor justicia (dar a cada cual lo suyo) y con
el decoro social (presentándose como un hombre de bien)
Definición y Divisiones.
¿Cómo debe definirse la obligación jurídica? Los romanos nos dejaron una
definición bien precisa: obligatio est iuris vínculum quo necessitate
adstringimur alicujus solvendae rei, secundum nost rae civitatis jura (Las
instituciones de Justiniano definieron así la obligación: Es un lazo de derechos
que nos constriñe en la necesidad de pagar alguna cosa conforme al derecho
de nuestra ciudad). Una obligación es un vínculo jurídico por virtud del cual
una persona llamada deudor, queda unida a otra llamada acreedor, para que
de una prestación que puede ser dar algo, realizar una acción o mantener una
abstención.
Las primeras son las que implican transferir un derecho, como la del vendedor
respecto de la cosa vendida. Las segundas, las que suponen la ejecución de
algo, como la del contratista que asume la obligación de construir una
carretera o un edificio. Las últimas, las que implican una abstención. Éstas
pueden estar a cargo de una persona o de un grupo de personas determinadas
(obligadas frente a un derecho personal), o a cargo de un número de personas
indeterminadas. Éstas, denominadas obligaciones pasivamente universales,
son las correspondientes a los derechos subjetivos erga omnes, esto es, a los
derechos oponibles a todos, como los derechos fundamentales de la persona
humana (derecho a la vida, al honor, etc.) y los llamados derechos reales,
Código Civil, art. 665.
Fuentes.
¿Cuáles son las fuentes de estas obligaciones? ¿De dónde se originan? Es claro
que la fuente de ellas es la misma de los derechos subjetivos correlativos.
La doctrina tradicional, que proviene del derecho romano, reduce estas fuentes
a cinco, a saber: el contrato, el cuasi contrato, el delito, el cuasi delito y la ley.
Tal la teoría que aparece consignada en el artículo 1494 de nuestro Código
Civil que ha sido objeto de muchas críticas.
Planiol considera que sólo hay una fuente de las obligaciones que es la ley,
pues las cuatro adicionales de la doctrina romana son tales porque así lo
dispone la ley. Esta última, en efecto, es la fuente de los efectos del contrato,
del cuasi contrato, del delito y del cuasi delito.
Josserand, por su parte, piensa que tales fuentes son los actos jurídicos, los
actos ilícitos, el enriquecimiento sin causa y la ley.
Entre el acreedor y el deudor, por ejemplo, hay no sólo una relación social sino
también una relación jurídica, pues el titular de un derecho subjetivo, puede
exigirle a su deudor el pago de lo debido, quien, por tanto, tiene la obligación
jurídica de hacerlo.
Del Vecchio dice que: Es “Un vínculo entre personas, en virtud del cual, una de
ellas puede pretender algo a lo que la otra está obligada”.
c) Un vínculo entre dos o más personas bajo la forma de una facultad y una
obligación correlativa.
1. Noción Preliminar.
Desde entonces el vocablo latino íus se tomó en sentido subjetivo, y lex pasó a
significar la norma o el derecho objetivo.
1
Mirar lecturas sobre derechos humanos
a) La opinión de Duguit: “La noción de derecho subjetivo es de carácter
puramente metafísico y, en esa virtud, no es de recibo en los dominios de la
ciencia. Y es de índole metafísica, dice este autor (que, como ya sabemos,
sigue la dirección del positivismo), porque no puede comprenderse sino como:
Ha sostenido que la idea de derecho subjetivo responde a algo real, con todo,
sus partidarios no se han puesto de acuerdo sobre su naturaleza.
a) Según Gény: “sin ser algo real, es, sin embargo, un recurso técnico que, en
el momento actual de la ciencia jurídica, tiene utilidad práctica; que, por lo
mismo, carece de realidad, y si procede conservarlo es porque es útil a la
ciencia jurídica actual. Mas, por ser una pura cuestión de técnica jurídica, su
noción no puede ser inmutable. La noción de derecho subjetivo está sujeta a
cambios y aun puede llegar a desaparecer sí las necesidades científicas así lo
demandan.
El derecho subjetivo es, pues, algo real y no un puro recurso técnico creado
artificialmente por el derecho para conseguir una explicación del proceder de
los destinatarios de las normas.
Una es, en efecto, la norma que autoriza a sus destinatarios para proceder
conforme a ella, y otra el proceder de conformidad con la norma. Entre la
norma y sus resultados subjetivos existen diferencias esenciales.
Para resolver esta cuestión debemos colocarnos en dos puntos de vista. Uno es
el psicológico. Psicológicamente hablando, es decir, teniendo en cuenta el
orden o la procedencia de nuestros conocimientos, la verdad es que primero
adquirimos noticia de “nuestros derechos”, es decir, de los derechos
subjetivos, y después de las normas que los amparan y regulan. Pero otro es el
ontológico, más importante que el anterior. Ontológicamente hablando, vale
decir, teniendo en cuenta la jerarquía de los conceptos desde el punto de vista
del ser, la noción de derecho objetivo precede a la de derecho subjetivo,
porque lo que funda antecede a lo fundado. Es la norma, en efecto, la que
constituye el fundamento del derecho subjetivo o de los “derechos”. Éstos
derivan de aquéllas. Pero no vaya a incurrirse en el error de creer que se trata
de una derivación en el tiempo. En el orden temporal, el derecho objetivo y el
subjetivo son simultáneos, a menos que aquél subordine la adquisición de éste
a algún hecho, término o condición.
Los absolutos, llamados también erga omnes, son los que imponen a todos los
demás miembros de la comunidad el deber u obligación de respetarlos, en su
existencia y en su ejercicio, y, por tanto, permiten al titular de ellos exigirlos
de cualquier persona. Ya atrás mencionamos algunos ejemplos: el derecho a la
vida, a la libertad, al disfrute de la propiedad. Los que en el derecho privado se
llaman derechos reales pertenecen a esta categoría.
Los derechos relativos, en cambio, son los que sólo obligan correlativamente a
determinadas personas; son los denominados derechos personales.
Los derechos originarios son los que poseen sus titulares con independencia de
su actividad encaminada a adquirirlos, como los de contraer matrimonio,
celebrar contratos, otorgar testamento, etc., y los derivados son los que
sobrevienen en virtud de un hecho, es decir, de una actividad de la persona
que cae en la norma jurídica.
Durante el siglo XIX, que fue la época en que imperó el individualismo político
y jurídico, no cabía pensar que nadie pudiera abusar en el ejercicio de sus
derechos. Se pensaba que “quien su derecho ejerce a nadie ofende”, según la
máxima imperante. Fue ésta la teoría denominada del absolutismo de los
derechos. Pero esta doctrina es contraria a los intereses sociales e inmoral
también, porque a las personas no puede reconocérseles que puedan ejercer
sus derechos en forma que dañen los derechos de los demás o los intereses de
la sociedad. El derecho es un orden, y la idea de orden implica el ejercicio de
los derechos subjetivos bajo ciertas limitaciones para realizar la armonía
dentro de la sociedad. De esta suerte, a la doctrina del absolutismo de los
derechos se opuso, desde comienzos del siglo actual, la teoría del relativismo
de los derechos, según la cual los derechos subjetivos deben ejercerse sin
abuso, esto es, con limitaciones, no en forma absoluta.
El problema que aquí surge consiste en saber cuándo hay ejercicio abusivo de
un derecho, es decir, en qué casos la persona que causa un daño a otra como
resultado del ejercicio de un derecho está obligada a la correspondiente
indemnización.
b) Por tal razón dicha teoría se corrigió agregándole la conducta culposa. Hay
abuso, se dijo entonces, no solamente cuando alguien ejerce un derecho con
intención de dañar, sino también cuando, por el ejercicio culposo del mismo, es
decir, negligente o descuidado, se causa un daño a otro.
La TEORÍA del abuso del derecho ha pasado por diversas etapas en lo que
respecta a su tipificación. Primeramente fue concebido como el acto que se
ejerce con la intención de perjudicar a otro pero sin salirse de los límites y
condiciones del derecho que tiene la persona que lo ejerce; de manera que el
titular de la prerrogativa jurídica es el que ejerce este derecho subjetivo sin
salirse de los límites y condiciones pero con la intención de perjudicar a otro y
está obligada a la reparación del daño. Se trata de un criterio esencialmente
subjetivo y marca la primera etapa de la formulación de la teoría. Pero dentro
de este criterio existen diferentes matices por cuanto puede suceder y de
hecho sucede que una persona ejerza su derecho con la intención de dañar a
otro y simultáneamente con la intención de obtener cierta utilidad o beneficio
para sí. Los seguidores de esta teoría entienden que el titular está obligado a la
reparación del daño que causen dado que el acto por el hecho de que exista
una finalidad conexa con el propio beneficio no pierde su carácter abusivo y
por ende sancionable.-
Este criterio fue objeto de críticas por cuanto obliga al órgano jurisdiccional a
bucear en el ánimo de las partes, será inútil y peligrosa. Basta con pensar que
la prueba de la intención de perjudicar, a cargo del damnificado, será casi
siempre imposible, puesto que el accionado, en la mayoría de los casos,
invocará algún interés como motivo determinante de su acción.-
La tesis del fin económico – social del derecho- conforme a la cual el derecho
subjetivo debe ejercitarse sin contrariar el destino económico – social de ese
derecho bajo pena de caer en el ejercicio abusivo de la prerrogativa jurídica-
fue sostenidos por Saleilles y en nuestro país, Salas se encuentra conforme con
este criterio.-
Los actos abusivos serían aquellos que han sido cumplidos dentro de los
términos de la ley, conforme a la regla aplicable, pero con un espíritu que no
es el de la institución; en cambio los actos ilegales son incorrectos, pasando los
límites objetivos de su derecho; y los actos excesivos por el contrario, no
desconocen esos límites objetivos sino que observan los mismos pero causan
un perjuicio hacia terceros.-
Es por ello que la teoría del abuso del derecho no tiene ni puede tener
cabida en el plano lógico-jurídico. Una conducta es lícita si corresponde a
una norma jurídica, ilícita si la contradice. Dicho de otra manera: una persona
actúa jurídicamente si se comporta como debe comportarse según el
ordenamiento jurídico, y se comporta antijurídicamente si no se comporta
como debe hacerlo.-
Uno de los grandes problemas que plantea la aplicación de la teoría del abuso
de los derechos es el enorme problema que significa la participación en una
sanción legislativa de la teoría que pretende erradicar del ordenamiento
jurídico el ejercicio abusivo de los derechos. El valor seguridad se
desmoronaría si se instaurase la teoría.-
La instauración legislativa de la teoría del abuso significa sin más, una norma
de carácter general, una especie de filtro dentro del cual se colaría todo el
ordenamiento jurídico. Consecuentemente todo el derecho positivo vigente
resulta afectado por una norma de ese tipo. Y si ello es indiscutible ¿en qué
queda convertido el ordenamiento jurídico, sus regulaciones específicas, si el
órgano jurídico puede, en cualquier caso sometido a su consideración,
apartarse de las prescripciones de ese ordenamiento jurídico bajo la excusa de
que se ha abusado del derecho? ¿En qué se convierte la noción de derecho
todo si la teoría del abuso no significa sino su negación al imputar una sanción
a una conducta jurídicamente lícita?.
Los jueces crean derecho. Ello si tenemos en cuenta que la sentencia es una
creación de una norma individual dentro del marco de la ley por o a través de
un proceso de creación y aplicación de las normas que entraña la dinámica del
ordenamiento jurídico, de aplicación de una norma de grado superior y
creación de otra norma de jerarquía subalterna. Mediante la aplicación de la
teoría del abuso del derecho en forma genérica, el órgano mencionado va a
crear una norma sin fundamento jurídico, habida cuenta que no existe en el
plano superior ninguna norma que prohíba el comportamiento que el juzgante
sanciona como ilícito. Ahora bien, tal norma conceptúa el acto como permitido
y consecuentemente no prevé para tal supuesto ninguna sanción, por lo mismo
que lo actuado es lícito, pero con la aplicación de la teoría del abuso, el juez
puede arrogarse la facultad de sancionar tal conducta permitida, puesto que
considera que el titular de la prerrogativa ha abusado de la misma. A tales
contradicciones nos lleva la teoría del abuso. La consagración legislativa de la
teoría del abuso no implica que el ordenamiento jurídico, ese mismo
ordenamiento, no repudie la aplicación de la sanción a un acto
ontológicamente lícito. Ningún ordenamiento puede permitir un acto y a la vez
sancionarlo.-
Preliminares:
Esta teoría sobre la personalidad jurídica, entendida como ficción, fue acogida
por Don Andrés Bello, autor del Código chileno, que es el mismo Código Civil
nuestro, desde luego con adiciones y reformas que se le han hecho de acuerdo
con los tiempos.
En efecto, el artículo 73 dice que “las personas son naturales o jurídicas” a las
que también se les da el nombre de personas colectivas o morales. El artículo
74 agrega que “son personas todos los individuos de la especie humana,
cualquiera que sea su edad, sexo, estirpe o condición’, y, finalmente, el
articulo 633 expresa que “se denomina persona jurídica una persona ficticia,
capaz de ejercer derechos y contraer obligaciones civiles y de ser representada
judicial extrajudicialmente”.
De modo, pues que nuestro Código Civil, como toda la doctrina del siglo
pasado y comienzos del actual, considera como únicas personas reales a los
individuos de la especie humana, y, de consiguiente, a las personas jurídicas,
colectivas o morales, como entes ficticios, personalidad impuesta por las
necesidades de la técnica jurídica.
No es posible pensar que entes como el Estado, al igual que otros entes de
derecho público, o las poderosas sociedades multinacionales, y a las que no
tienen este carácter, no sean más que ficciones, imaginaciones, cuando la
verdad es que no hay persona natural que resista a sus presiones, que no
“vea” su existencia, su “realidad” patente. Podemos ciertamente no percibirlas
como dotadas de una existencia sensible pero sí sentirlas en su acción y
experimentarlas en realidad especial, al modo como se sienten las personas
naturales.
¿A qué obedece todo este debate en torno a lo que son las personas colectivas,
morales o jurídicas? Sencillamente a esto: si persona en sentido jurídico se
identifica con el concepto de persona en sentido biológico, necesariamente hay
que concluir que las llamadas personas jurídicas son entes ficticios, carentes de
una realidad. Pero, en cambio, si se admite, como es de rigor, que en sentido
biológico, o en otros términos, que en derecho la noción de persona, como
ente sujeto de derechos y obligaciones, se identifica con los individuos de la
especie humana, o sea, como llamadas por la doctrina tradicional personas
naturales, el problema planteado desaparecerá. No habrá, entonces, necesidad
de distinguir entre personas naturales y personas jurídicas.
Pero jurídicamente hablando, persona es otra cosa. Es el ente que puede ser
sujeto de derechos y obligaciones, donde este “poder depende del mismo
derecho”. Es el derecho, en efecto, el que confía la personalidad desde el punto
de vista jurídico, y el que, además la gradúa, extendiéndola en unos casos
hasta hacerla plena, restándola o limitándola en otros. En la antigüedad, por
ejemplo, esclavos no eran personas porque el derecho no los hacía sujetos de
derecho ni de obligaciones jurídicas. Tenían a su cargo obligaciones físicas,
como los animales: debían ejecutar lo que sus amos mandaran. En la Edad
Media, los siervos de la gleba tenían una personalidad jurídica recortada,
porque tenían derechos y obligaciones en sentido jurídico, pero nunca con la
amplitud de hombres libres. Entre nosotros, hasta la ley 28 de 1932, la mujer
casada era relativamente incapaz, es decir, tenía una personalidad en sentido
jurídico limitada por disposición del mismo derecho. Los impúberes, los
dementes y los sordomudos que no pueden darse entender por escrito, tienen
igualmente limitada su personalidad jurídica (apenas tienen capacidad de
goce) por disposición derecho. Y también los extranjeros, porque las normas
jurídicas les reconocen derechos políticos.
Es, pues, evidente que la noción de persona en sentido jurídico una creación
del derecho. Pero aclaremos esta idea. Queremos decir que la persona en
sentido jurídico es, primeramente, una creación del derecho natural. Si los
seres humanos son personas en sentido jurídico es porque el derecho natural
les confiere esa personalidad. Del derecho natural emanan precisamente los
llamados derechos fundamentales del hombre, al igual que sus obligaciones de
la misma índole. Al derecho positivo corresponde desarrollar personalidad y,
sobre todo, graduarla, como hemos dicho, teniendo en cuenta lo que es el
hombre a través de su desarrollo. Por ello derecho positivo de todos los
pueblos distingue entre los absolutamente y relativamente incapaces (con una
personalidad jurídica limitada frente a los plenamente capaces (con una mayor
personalidad jurídica). Ello resulta así porque el derecho natural lo exige
acuerdo con la naturaleza humana.
De todo lo anterior se sigue que la distinción tradicional, incorporada en
nuestro derecho, entre personas naturales (individuos la especie humana) y
personas jurídicas, morales o colectivas (restantes de la asociación de varias
personas naturales) carece fundamento. La personalidad, en sentido jurídico,
esto es, el sujeto de derechos y obligaciones, es una sola. No hay, pues, que
preguntarse qué realidad corresponde a las llamadas ‘personas jurídicas’ para
explicar por qué se les reconoce la personalidad.
Se ha dicho que toda norma es un juicio y que todo juicio está integrado por
conceptos. Así, el precepto jurídico es una estructura constituida por un
conjunto de conceptos vinculados entre sí.- Las partes o elementos de la
norma se denominan conceptos jurídicos que pueden ser:
o (cópula disyuntiva)