Koolau El Leproso
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Pgina literaria
Koolau, el leproso
Koolau the Leper
Jack London ()
Nos quitan la libertad porque
estamos enfermos. Hemos
respeta-do la ley. No hemos
hecho nada malo. Y, sin
embargo, quieren encarcelarnos.
estigma de la bestia.
Sentados en una noche luminosa
y perfumada, adornados con
guirnaldas de flores, sus labios
emitan sonidos guturales y sus
roncas gargantas aprobaban las
palabras de Koolau. Eran
criaturas que una vez fueron
hombres y mujeres, pero que ya
no lo eran.
Relato publicado en diciembre de
1909 en The Pacific Monthly.
Traduccin de Amparo Prez-
Gutirrez.
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Jack London
Eran monstruos, grotescas
caricaturas del cuerpo y rostro de
un ser humano. Espan-tosamente
mutilados y deformes, parecan
No busquemos el
enfrentamiento empez. Les
hemos pedido que nos dejen en
paz. Si no lo hacen, suyos sern
la culpa y el castigo. Como veis,
no tengo dedos levant los
muones de sus manos para que
todos pudieran verlos. Pero
an me queda un vestigio de
pulgar que puede apretar el gatillo
con la misma fuerza con que ayer
lo haca su desaparecido vecino.
Amamos Kauai. Vivamos o
muramos aqu, pero no va-yamos
nunca a la crcel de Molokai. La
enfermedad no es nuestra. No
hemos pecado.
Los que predicaban la palabra de
Dios y los que predicaban la
palabra del ron, la trajeron con los
esclavos coolies que trabajan las
tierras robadas. He sido juez.
Conozco la ley y la justicia y os
digo que es injusto robarle la
tierra a un hombre, hacerle enfermar con el mal chino y meterle en
prisin el resto de su vida.
La vida es corta, y los das
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sobre una estera al ritmo de la
cancin de la mujer. Era
inconfundible. El amor bailaba en
todos sus movimientos y
enseguida le acompa en su
danza sobre la estera una mujer
de anchas caderas y pechos
generosos, negados por su cara
corrompida por la enfermedad.
Era la danza de la muerte en vida
abandonarlo an conoca
gargantas entre el sinfn de picos
del refugio interior donde poda
llevar a sus seguidores y vivir. Y
ahora yaca con su fusil al lado,
vigilando a travs de una cortina
de follaje a los soldados en la
playa. Observ que tenan
grandes caones en cuya
superficie se reflejaba el sol como
en un espejo. Ante l se hallaba el
paso, estrecho como el filo de
una navaja. Poda ver hombres
que como puntos ne-Ars Medica.
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gros trepaban por el sendero que
llevaba hasta l. Saba que no
eran soldados, sino policas.
Cuando ellos fracasaran entraran
en juego los soldados.
Con su retorcida mano acarici
nivel.
Pero no dispar. No dara a
conocer su presencia hasta que
alcanzaran el comienzo del paso.
No se mostr, sino que habl a
travs de la espesura.
Qu queris? pregunt.
Queremos a Koolau, el leproso
contest el hombre que diriga
a los policas nati-vos, un
americano de ojos azules.
Dad la vuelta dijo Koolau.
insisti.
Me haces mal cuando intentas
encarcelarme fue la respuesta
. Y eres injusto conmigo
cuando pretendes los mil dlares
que ofrecen por mi cabeza. Si
quieres vivir, qudate donde
ests.
Tengo que cruzar el paso y
detenerte. Lo siento, pero es mi
deber.
Antes de cruzarlo morirs.
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bras los soldados disparaban y,
aunque permanecan cuerpo a
tierra e intentaban ocul-tarse tras
sus poco profundas
irregularidades, estaban a
descubierto. Las balas silbaban y
golpeaban con un ruido sordo a
su alrededor y a veces alguna
rebotaba y cruza-ba el aire con
un agudo silbido. Una abri un
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Koolau se olvid de todo y de
donde estaba; echado en el
suelo, maravillado por la rara
insistencia de estos haoles
dispuestos a imponer su voluntad
aunque el cielo ca-yera sobre
sendero descubierto y
descargaron sus fusiles sobre l
mientras trepaba por un camino
de vrtigo. Ms tarde encontraron
all restos de sangre y supieron
que estaba herido. Al cabo de
seis semanas abandonaron.
Soldados y policas volvieron a
Honolulu y el valle de Kalalau
volvi a ser suyo, aunque de vez
en cuando, y para su desgracia,
algn cazador de recompensas
se aventuraba tras l.
Dos aos despus, y por ltima
gatillo.
Cerr los ojos, porque con la
debilidad de su cuerpo y la
borrosa confusin de su cerebro,
supo que se acercaba su fin.
Como un animal salvaje, se
esconda para morir.
Semiinconsciente, errante sin
rumbo, revivi su prematura
madurez en Niihau. A medida que
su vida se apagaba y el goteo de
la lluvia le llegaba cada vez ms
dbil, le pareci que volva a estar