Sobre La Teoría Política
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Se expone aquí una visión general sobre la naturaleza de la teoría política. Se hace especial refe-
rencia a los dos términos del binomio, teoría y política. Se aborda la cuestión del estado de la Cien-
cia Política en el conjunto de las ciencias sociales y se llega a la conclusión de que la teoría políti-
ca sólo es inteligible en cuanto sumatorio de diferentes teorías políticas coexistentes. Esa pluralidad
es a veces conflictiva y ello refleja el carácter también conflictivo de la realidad político-social que
las teorías políticas pretenden explicar.
(*) Agradezco mucho las atinadas observaciones que los evaluadores anónimos de la RECP hicieron a este
trabajo y que he procurado seguir fielmente.
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1. «El verbo theorein surgió de la fusion de dos radicales, thea y horao. Thea (cf. teatro) es la apariencia
externa, el aspecto en que algo se muestra, la forma en que se manifiesta. Platón llama eidos a este aspecto
en el que lo que se manifiesta muestra lo que es. El hecho de haber visto este aspecto, eidenai, es el hecho
de saber. El segundo radical en theorein, es horao que significa mirar a algo atentamente, examinarlo, obser-
varlo de cerca. De aquí se sigue que theorein es thean horan, mirar atentamente a la apariencia externa por la
que lo que está presente se hace visible y mantener esa visión».
2. «El sentido o sentidos en que se entiende ‘teoría’ depende en buena parte de qué género de teorías se tiene
en mente, así como del dominio de objetos que una teoría se supone abarca. Lo primero depende generalmente
de lo segundo, pero aun dentro de un dominio de objetos especificado puede haber distintos géneros de teorías».
3. Popper cree que las conjeturas luchan por su supervivencia contra un entorno hostil y sólo lo consiguen
las verdaderas, no las más “aptas”.
4. Vitrubio lo predicaba de la arquitectura, pero valía para cualquier ciencia. Aristóteles suele referirse a ella
como sinónimo de “ciencia organizadora”; así traduce el término arquitectónico Jean Voilquin en su edición
de Aristóteles (Aristóteles, 1961: 269, n.188).
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6. En su ingenioso ensayo sobre “el experimento moderno”, Javier Roiz plantea una visión heterodoxa de la
relación entre la razón y la experiencia: «La razón es un tesoro incalculable en la Modernidad y su conexión
con la memoria ha producido considerables resultados. Claro que también ha dejado detrás una cantidad enor-
me de experiencia humana que no puede ser aprehendida sólo a través de la articulación de la razón» (Roiz,
1992: 87).
7. «No hay ni puede haber más que dos vías para la investigación y el conocimiento de la verdad: una que,
partiendo de la experiencia y de los hechos, se remonta enseguida a los principios más generales, y en virtud
de esos principios que adquieren una autoridad incontestable, juzga y establece las leyes secundarias (cuya vía
es la que ahora se sigue), y otra, que de la experiencia y de los hechos deduce las leyes, elevándose progre-
sivamente y sin sacudidas hasta los principios más generales que alcanza en último término. Ésta es la ver-
dadera vía; pero jamás se la ha puesto en práctica» (Bacon, 1979: 36).
8. Esta idea procedía ya de las reflexiones juveniles de Marx sobre la importancia del trabajo en la consti-
tución del hombre como “ser de especie”, también una concepción de Feuerbach (Marx, 1968: 113, 148 y
sigs.). Según el marxista yugoslavo Petrovic, la praxis es la «actividad auto-creativa universal por la que el
hombre se transforma a sí mismo y crea su mundo» (Petrovic, 1967: 78-79).
9. Desde su prisión se preguntaba el filósofo italiano si cabría decir de los pragmatistas italianos lo que
decía Engels de los agnósticos ingleses en el prefacio a la edición inglesa de su obra sobre el socialismo utó-
pico y el socialismo científico (Gramsci, 1966. Vol. IV: 162). Efectivamente, en el prefacio indicado, Engels
afirmaba que el agnosticismo inglés es un “materialismo vergonzante”. «La concepción de la naturaleza de los
agnósticos es completamente materialista», si bien después pone en solfa el prurito agnóstico de no pronun-
ciarse sobre la existencia o no existencia de las potencias celestiales (Marx/Engels, V.a., vol. 19: 524).
10. Son famosas las polémicas positivismo/teoría crítica de los años sesenta y setenta. Véase una recopilación
de textos de Garfinkel, Touraine, Bourdieu, Gellner, Habermas, Marcuse, etc en Giddens, 1974. En su contri-
bución a esta obra Habermas afirma: «En oposición al positivismo, quiero justificar el punto de vista de que
el proceso de investigación que llevan a cabo los sujetos humanos pertenece al contexto objetivo que, a su
vez, ha de reconocerse mediante un acto cognitivo» (Habermas, 1974: 218).
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11. «[…] a particular type of bourgeois socialism and of the state-capitalist model», dice Mansoor Hekmat
(Zhoobin Rasan), intelectual y dirigente comunista iraní en una entrevista publicada en 1992 en la revista
Internacional, órgano del Partido Comunista Iraní (edición en inglés) que se encuentra en http://www.wpi-
raq.net/english/2004/marxism120304.htm. Una lectura de esa entrevista recuerda los textos que publicaban los
intelectuales soviéticos en los años de 1970 y 1980, tratando de convencer a sus conciudadanos de que lo que
veían con sus propios ojos a través del cine y de la TV no era verdad sino propaganda burguesa y capitalista.
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re Leo Strauss, por ejemplo, la cosa es distinta y la realidad puede no solamente estar
equivocada, sino ser dolosamente errónea. El Jehová de la Biblia, que llueve “azufre y
fuego” sobre Sodoma y Gomorra (Gen., 19, 24-25), tenía en el peor de los conceptos a
aquellas ciudades, impías y corrompidas. Más o menos lo mismo que pensaba Lutero de
los católicos de su tiempo 12, algo parecido, mutatis mutandi a lo que pensaba Lenin del
capitalismo en su último estadio, un sistema corrupto, parasitario e inhumano 13 que había
que abolir a sangre y fuego revolucionario. Tres casos en que, cuando la teoría contradi-
ce a la realidad, las consecuencias las paga la realidad; pero no tres casos que quepa
admitir como ejemplos del método científico. A pesar de que el último de estos persona-
jes, Lenin, aseguraba que el marxismo era una ciencia en sentido estricto.
En cierta medida, esta actitud es el resultado de la influencia de Platón que recorre
todo el pensamiento occidental, en el que siempre hay alguna formulación de la dualidad
platónica entre las formas y las cosas, desde la entelequia aristotélica hasta la teoría de los
tipos ideales de Max Weber. Por supuesto, también puede encontrarse la explicación de
ese extraño procedimiento de negar la realidad atribuyéndoselo a la reconocida incapaci-
dad de los seres humanos de aceptar los hechos que contradicen sus suposiciones. No obs-
tante, este último juicio debe moderarse recordando que hubo teóricos marxistas que pasa-
ron años, incluso decenios, asegurando que el Estado soviético y los de los países de su
órbita no respondían a ninguna de las formas imaginadas de un Estado comunista, sino que
eran excrecencias burocráticas al decir de Ernest Mandel 14 o, en el caso de la Unión
Soviética, alguna forma de “despotismo asiático” 15. Fueran debidos a la influencia de Pla-
tón, en quien Popper ve al primer enemigo de la “sociedad abierta” pues el platonismo se
le antoja una forma de totalitarismo (Popper, 1966: passim) o a mera incuria intelectual,
estos enunciados hacían no falsables las hipótesis desde las que se emitían. Es decir, ha-
cían de la teoría algo inexperimentado y, por tanto, inexperimentable. Algo seráfico.
12. «Los papistas se vanaglorian de ser la Iglesia y de que tienen consigo la autoridad del Concilio. Quieren
reformarlo todo, no tienen ni idea de las Sagradas Escrituras y son peores que los saduceos, que tenían algún
sentido de la justicia. Los papistas, en cambio, son ateos completos, son viciosos y sodomitas y quieren refor-
mar la Iglesia con ceremonias y usos superficiales» (Lutero, 1981: 165).
13. En El imperialismo, fase superior del capitalismo, dice: «El Estado rentista es el Estado del capitalismo
parasitario y en descomposición» (Lenin, 1976: 473).
14. La referencia a este importante pensador marxista de orientación trostkysta permite aquilatar la capacidad
de predicción del marxismo incluso cuando se formulaba en los márgenes de la ortodoxia. Según Mandel, el
carácter burocrático del Estado soviético era el producto del estalinismo, pero tras la muerte de éste, «a medi-
da que los propios procesos van madurando en la URSS, ninguna fuerza exterior podrá frenar las oleadas de
la revolución política en Europa oriental y en URSS. La democracia soviética será restablecida. Cualquier
peligro de instauración del capitalismo será conjurado» (Mandel, 1977: 140). La democracia soviética, que se
consideraba difunta desde el tiempo en que precisamente Trotsky, Comisario de Guerra, aplastó la sublevación
de Kronstadt, en 1921, no se restableció jamás.
15. Según Rudolf Bahro, con la revolución bolchevique, Rusia pasó del “despotismo agrario” al “despotismo
industrial”, cosa nada rara, dado que el país mostraba caracteres “semiasiáticos”, ya al decir de Marx y Engels
(Bahro, 1979: 103 y ss.).
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16. Después de sostener que el término teoría prácticamente carece de significado, Merton define las middle
range theories como «teorías que se encuentran entre las hipótesis menores pero necesariamente operativas
que surgen abundantemente en la investigación cotidiana y el empeño sistemático y omnicomprensivo por ela-
borar una teoría unificada que explique todas las regularidades observadas del comportamiento social, la orga-
nización social y el cambio social» (Merton, 1967: 39).
17. «En cuanto la alta teoría dice orden, la sátira le contrapone la arbitrariedad (poniendo ejemplos). Intenta
la gran teoría hablar de «leyes» (nomoi), la crítica contesta refiriéndose a la naturaleza (physis). Si aquélla dice
Cosmos, los satíricos contestan: es posible que haya cosmos allí donde nosotros no estemos, en el espacio; pero
donde hay hombres, es mejor hablar de Caos. El pensador del orden ve la totalidad, el cínico también lo frag-
mentario; la gran teoría mira hacia lo elevado, la sátira también ve lo ridículo» (Sloterdijk, 1981: 529/530).
18. «La sociedad del riesgo, a diferencia de las de las épocas anteriores (incluida la sociedad industrial) se
caracteriza en lo esencial por una carencia: la imposibilidad del cálculo externo de las situaciones de peligro.
En contraposición con todas las culturas y fases anteriores de desarrollo social, que se veían amenazadas de
muchas formas, la sociedad contemporánea, al tratar de riesgos, se enfrenta a sí misma» (Beck, 1986: 300).
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moral sobre los males de la época. La corrupción del siglo puede llamarse como “catás-
trofe tecnológica”, “cambio climático”, etc.; en otros tiempos se llamó “corrupción de las
costumbres”. Se dirá que aquello eran imaginaciones y esto, realidad científica. Pero eso
está por ver; lo que no quiere decir, claro, que no llegue a verse.
Dando por buena la hipótesis de la sociedad del riesgo, conviene echar una ojeada
a las medidas que propugna el autor para remediar la situación o, en sus términos, para
restablecer el equilibrio roto por el desarrollo de la especie. Tales propuestas son:
retorno a la sociedad industrial, democratización del cambio tecnológico y «política
diferencial», bajo la cual entiende la necesidad de que la política pierda el monopolio
decisional que ejerce, ya que, de todos modos, «la política ya no es el único lugar, ni
siquiera el central, en el que se decide sobre la configuración del futuro social» (Beck,
1986: 359 y 371). Esta forma de hablar de la política produce cierta desazón entre los
politólogos, no porque creamos que sea un intento de arrebatar a la política un lugar
de preeminencia en el conjunto del saber ya que ese no existe, sino porque atribuye a
aquélla una sustancialidad de la que carece. La “configuración del futuro social” se ha
decidido siempre desde muy variadas instancias, desde los partidos políticos, las aso-
ciaciones empresariales, la banca, las iglesias, hasta los planes de caza de las hordas
primitivas, pasando por los intereses de las familias rivales, las ambiciones de gloria de
los creadores o la pasión por la verdad de los científicos y los descubridores. En ese
abigarrado quehacer de la especie humana, la política es todo y es nada. Resituarla
carece de sentido. Pero es que no más tiene la propuesta de “retornar a la sociedad
industrial”. Cualquier propuesta de “retorno” en asuntos sociopolíticos (en definitiva,
en todos los humanos) puede obedecer a dos tipos de impulso: uno es un empeño de
carácter poético/filosófico, al modo en que la poesía pastoril solicitaba el retorno de la
arcadia clásica o al de la escuela neokantiana del Zurück zu Kant, que pretendía pro-
fundizar en el legado kantiano precisamente en el terreno de la epistemología y la filo-
sofía de la ciencia 19. El otro impulso es de tipo político, como las ideas burguesas e
ilustradas del buen salvaje en Pablo y Virginia o Robinson Crusoe, o como el retorno
a míticos o imperiales pasados en el caso del nazismo 20 y el fascismo 21 o la vuelta a
los postulados de la teoría económica clásica en la pretensión de los llamados “neo-
clásicos”.
19. Hay que recordar la abundante obra de los más importantes neokantianos en ese territorio que, en buena
medida, han influido en las concepciones contemporáneas sobre la materia (Dilthey, 1981; Rickert, 1965).
20. Véanse las interesantes reflexiones de Franz Neumann sobre la pretensión de los nazis de revivir el Impe-
rio Germánico, a la que está dedicado el famoso poema de Stefan George, El séptimo sello, en el que se pro-
pugna el retorno al tiempo del imperio de los Hohenstaufen (Neumann, 1963: 132).
21. «Se trata de escoger entre las teorías brumosas, antivirales, antihistóricas y nuestro espíritu cuadrado,
romano, latino, que se da cuenta de la realidad, que toma la vida como un combate, y que está dispuesto a
morir cuando la idea llama y resuena la gran campana de la Historia», Benito Mussolini, Al pueblo de Cata-
nia, 11 de mayo de 1924 (Mussolini, 1976: 232).
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Llegados a este punto, no es exagerado sostener que nos encontramos en una situa-
ción anómica en las relaciones entre teoría y praxis en toda la provincia de las ciencias
sociales. Unas veces son los propios adalides de las teorías quienes no tienen el menor
interés en verlas contrastadas con la práctica. Por ejemplo, en la teoría de la globaliza-
ción, considérense las teorías económicas que se obstinan en proclamar la necesidad de
dejar de hacer lo que de todas formas sigue haciéndose. Existe un acuerdo casi univer-
sal respecto a la superioridad del libre cambio, compatible al parecer, con unas prácti-
cas generalizadamente proteccionistas (Cotarelo, 2006: 93 y ss.). Otras veces son terce-
ros quienes, so pretexto de inadecuación de las teorías a unas u otras características
culturales, las desactivan. Piénsese en las concepciones más evolucionadas en materia
de derechos humanos. La visión teórica (muy extendida, aunque no tanto como la cre-
encia en el libre mercado) de que éstos son primordiales en la acción política, de acuer-
do con el principio kantiano del carácter final del ser humano como individuo, corre
pareja con una práctica que los quebranta de hecho en muchos países y, en otros, per-
mite ignorar dicho quebranto en aras, por ejemplo, de unas lucrativas relaciones comer-
ciales.
Una parte importante del actual debate sobre el multiculturalismo gira en torno a
esta cuestión (Parekh, 2001: 727-748) 22. No hay base alguna de acuerdo de los teóricos
acerca de cómo abordar tan espinoso asunto. Basta recordar el enconado debate sobre la
existencia o inexistencia de los “derechos colectivos” que puedan amparar a minorías
del tipo que sea en sociedades liberales democráticas (López Calero, 2000) o, muy rela-
cionado con ello, la controversia entre el pensamiento liberal clásico y las tesis comu-
nitaristas, con su insistencia en la importancia de los factores colectivos en la acción
política, como analiza con gran detalle Will Kymlicka (Kymlicka, 1995: 242-247).
De todo ello sólo puede seguirse la necesidad de articular teorías sobre las distintas
formas de la acción humana, teorías que guarden una relación razonable con la prácti-
ca. Eso sucede en unas ciencias de forma más satisfactoria que en otras. En el proceso
general de las ciencias sociales de adoptar la metodología científica, unas disciplinas
van más avanzadas que otras. Innecesario decir que una de las más retrasadas es la
Ciencia Política. Esto es así en buena medida porque, si la elaboración teórica cuenta
con las dificultades ya señaladas en los demás campos, el objeto sobre el que esta ela-
boración teórica trabaja, esto es, la política, tiene unas características sumamente pecu-
liares que obligan a hacer una breve referencia a ella.
22. El autor vaticina un futuro de inoperancia a la teoría política dominante, el “liberalismo hegemónico” en
caso de que no se dé cuenta de esa realidad multicultural y lo acuña en una expresión ingeniosa, diciendo que
el liberalismo puede quedar reducido a un “esperanto ideológico” (Parekh, 2001: 738).
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23. El libro contiene los artículos periodísticos del autor sobre asuntos que podemos llamar de actualidad
política, si bien todos en una perspectiva teórica consistente del autor y que, en líneas generales, puede con-
siderarse como una argumentación de carácter progresista, liberal, laico y antinacionalista.
24. Suele contraponerse la vida activa (bios políticos) a la vida contemplativa (bios teoréticos), afirmándose
al tiempo la neta superioridad de la segunda sobre la primera. Pero el asunto no está tan claro, como se prue-
ba repasando el famoso trozo del libro VII de la Política en el que se afirma que vida activa no es necesa-
riamente «activa en relación a otros hombres, como piensan algunos, ni tampoco son sólo activos aquellos
procesos mentales que conducen a las cosas que derivan de la acción, sino, en mucha mayor medida, aquellas
especulaciones y pensamientos que son un fin en sí mismos y se llevan a cabo también por sí mismos». (Aris-
tóteles, 2000: 1325 b 15-20).
25. «La finalidad de los antiguos era compartir el poder social entre todos los ciudadanos de una misma
patria. Era eso a lo que llamaban libertad. El fin de los modernos es la seguridad en el bienestar privado; y
llamaban libertad a las garantías concedidas por las instituciones a dicho bienestar» (Constant, 1980: 502).
26. «El pluralismo, con la medida de libertad “negativa” que contiene me parece un ideal más verdadero y
humano que los fines de quienes buscan en las grandes estructuras disciplinadas y autoritarias el ideal de un
autodominio ‘positivo’ de las clases, de los pueblos o de toda la humanidad» (Berlin, 1958: 241).
27. Karl Loewenstein (1965): Political Power and the Governmental Process, Chicago, The University of
Chicago Press, págs. 5-6.
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que desdobla su quehacer en una actividad teórica y otra práctica en la medida en que
se ocupe de ella “en su condición categorial de relación” o bien atienda “a sus diversas
realizaciones” (Riezu, 2004: 240), con lo que se regresa a una concepción clásica de la
teoría política separada del comportamiento práctico de su objeto.
A esta propuesta suele hacérsele la conocida objeción de que, cuando se trata del
poder, quien sobre él teoriza, jamás le es ajeno, como lo es su objeto al científico natu-
ral. Es más, esta unidad del objeto y el sujeto de conocimiento en las ciencias sociales
es tan compacta que se manifiesta, incluso, cuando el objeto se considera en su exis-
tencia histórica. Ni los estudios sobre las manifestaciones más antiguas del poder, en la
civilización caldea, por ejemplo, pueden asegurar estar libres de ese sesgo de identidad.
En consecuencia, según esta crítica, no puede haber ciencia neutral o sea no puede
haber ciencia a secas y todo lo que conocemos al respecto es el uso de la política como
ciencia al servicio del poder, desde Maquiavelo 28 pasando por los que algún autor ha
llamado “los maquiavelistas modernos” 29, hasta la Ciencia Política contemporánea que,
en buena medida, puede verse como actividad legitimatoria del poder. Como politólo-
gos, nos resistimos a aceptar este veredicto que condena nuestras investigaciones al rin-
cón de los discursos justificativos. Subjetivamente ello no es así, claro está. Pero ¿y
objetivamente? Las decisiones sobre las estrategias de investigación, ¿no vienen en gran
medida determinadas por quienes las financian?
Pero la mayor dificultad que se plantea a este intento de acotar el objeto de la
política a la categoría del poder no arranca del hecho de tener que compartirlo con
otras ciencias, ya que esto sucede también en diversos ámbitos científicos, sino del
más problemático de que sigue sin tener fronteras delimitadas, desde el momento en
que se encuentra en todas las manifestaciones humanas. El poder es ubicuo, como
Dios. Las concepciones de Foucault se atienen estrictamente a la idea de que el poder
se ejerce en todos los ámbitos de la acción humana, con lo que el objeto de la políti-
ca vuelve a universalizarse hasta hacerse prácticamente invisible 30. De cratología se
ha calificado asimismo la concepción foucaultiana del poder (Merquior, 1985: 98-
118), la expresión de Karl Löwenstein. Algunos autores consideran que la «teoría
política todavía tiene que absorber y evaluar plenamente esa imagen del poder como
28. No debe olvidarse que El Príncipe es un tratado acerca de cómo deben gobernarse y conservarse los prin-
cipados, que son de los que trata el libro, con exclusión de las repúblicas (Maquiavelo, 1971: 117).
29. Burnham, 1988 y Faul, 1961, quien considera «maquiavelistas» a Helvecio, los marxistas, Nietzsche,
Sorel, Pareto, el fascismo y Hitler.
— que el poder es coextensivo al cuerpo social; no existen, entre las mallas de la red, playas de liberta-
des elementales;
— que las relaciones de poder están imbricadas en otros tipos de relación (de producción, de alianza, de
familia, de sexualidad) donde juegan un papel a la vez condicionante y condicionado…» (Foucault,
1978: 170-171).
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De esta dualidad entre una política mínima y una política máxima, por así decirlo,
se derivan consecuencias que interesa aclarar. Pudiera pensarse que de las teorías de la
política en sentido amplio se siguieran prácticas de igual alcance y, a la inversa, las de
corto alcance se relacionarían con teorías de la política en sentido restringido, esto es,
algo parecido al cuadro que propone Klaus von Beyme, en el que divide la aplicación
de las teorías entre un “nivel macro” y un “nivel micro”, mientras que en su constitu-
ción, aquellas se subdividen en un “enfoque sistémico” y uno “de agencia” (del indivi-
dualismo metodológico), con lo que obtiene una matriz de doble entrada en la que cla-
sifica los enfoques teóricos de la disciplina.
CUADRO 1
NIVEL MACRO
política
económica teoría de la
cibernética comunicación
ENFOQUE ENFOQUE
SISTÉMICO DE AGENCIA
(Habermas)
freudo- teorías del
teoría de la
marxismo mundo vital
acción
(Weber)
cultura elección
marxista racional
interaccionismo
conductismo
ortodoxo
NIVEL MICRO
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modo en que lo entendía Ludwig von Mises 31 en su sentido más general, y está funda-
mentada asimismo en una filosofía basada igualmente en una antropología utilitarista 32.
En el marco de esta teoría se han formulado las críticas más contundentes al Estado del
bienestar. Estas críticas se concentran en dos tipos de reproches: el reproche de la inefi-
ciencia del Estado del bienestar y su incapacidad para alcanzar los objetivos que él
mismo se marca y el reproche de su deriva totalitaria. Es en esencia el meollo de la
argumentación de la obra más importante a nuestro juicio de Friedrich von Hayek, dis-
cípulo de Von Mises, quien sostiene que el Estado del bienestar, llevado a sus últimas
consecuencias, es contrario al Estado de derecho 33.
Este reproche se ha mantenido como pieza de artillería pesada en la práctica políti-
ca neoliberal y conservadora hasta el día de hoy. Lo curioso es que dicha práctica, pro-
pugna una línea de acción consistente en restar campo a la política, reducir las dimen-
siones del Estado y abrir camino a la sociedad civil o las relaciones entre personas
privadas, con preferencia a las de éstas con el Estado 34. No es difícil ver en la llamada
“Revolución conservadora” de los años ochenta la plasmación práctica de la praxeología
de Von Mises y de su descendiente, la teoría de la decisión racional.
Curiosamente, como si de tratara de una simetría conceptual, también en el campo
de la teoría política liberal de consuno en esto con la socialdemócrata, se articula una
crítica creciente a lo que se percibe como una deriva autoritaria del Estado de derecho,
en la lucha que éste libra contra un enemigo de difícil concreción como es el llamado
“terrorismo”. La pregunta sobre si las prácticas políticas de algunos gobiernos occiden-
tales son compatibles con los principios del Estado de derecho tiene, cuando menos, la
misma vigencia que la que se le hacía al Estado del bienestar. Y de nuevo lo curioso es
que una teoría política como la liberal y en buena medida la socialdemócrata especial-
31. Praxeología es el término que para esta disciplina omnicomprensiva de lo social acuña Von Mises, padre
de la escuela austriaca de economía y filosofía política e inspirador de la teoría de la decisión racional. «La
praxeología trata de la acción humana como tal de una forma general y universal» (Von Mises, 1966: 646).
32. Verdad es que los teóricos de la decisión racional suelen negar que su doctrina esté relacionada con el uti-
litarismo (Buchanan y Tullock, 1980: 53-54). Pero, en el fondo, este intento de disociación está fundamenta-
do en un argumento no muy convincente. Dicen los autores de la decisión racional que no comparten la visión
teleológica del utilitarismo tradicional en el sentido de “la mayor felicidad del mayor número”. Pero que no
compartan la visión teleológica, final, no quiere decir que no coincidan en los presupuestos: el cálculo del
egoísmo racional, de la maximización de los beneficios y la minimización de las pérdidas.
33. «Todavía tenemos pendiente la última batalla contra el poder arbitrario, la lucha contra el socialismo y
por la abolición de todo poder coactivo para dirigir los esfuerzos individuales y distribuir sus resultados.
Espero llegue el tiempo cuando todos entiendan este carácter totalitario y esencialmente arbitrario del socia-
lismo, que es como el del comunismo y el fascismo y que se erijan barreras constitucionales contra todo
intento de conseguir tales poderes totalitarios con el pretexto que sea» (Hayek, 1980: 152).
34. Pérez Díaz (1987). En esta obra, el sociólogo español, muy influido por las posiciones neoliberales, estu-
dia el proceso de transición española poniendo de manifiesto la importancia de las decisiones de distintos pero
muy importantes elementos de la sociedad civil frente al Estado: las organizaciones neocorporativas, los
mesogobiernos autonómicos, los empresarios, los sindicatos, la enseñanza superior, la profesión médica, los
agricultores y la Iglesia.
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35. Madison, Hamilton y Jay, 1961: 309. La advertencia en concreto es de Madison y subyace al concepto de
la llamada “democracia madisoniana”, vale decir, “democracia restringida”.
36. Weber, 1918. Hay traducción española con un buen estudio crítico de Joaquín Abellán, en Alianza, 1991.
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“Estado mínimo”, de Robert Nozick 37 y hasta aun más escuálido, en vías de desapari-
ción en las concepciones de los llamados “anarcocapitalistas”, última expresión de la
escuela austriaca 38.
A su vez, en las concepciones socialdemócratas del Estado del bienestar suele hacer-
se mayor hincapié en una visión más activista del Estado de derecho, según la cual el
Estado de derecho tiene una función redistributiva fundamentada en un criterio ético
kantiano. Brian Barry, que ha dedicado un enorme esfuerzo a sistematizar las teorías del
justicia en el ámbito de la teoría política contemporánea (Barry, 1989), considera al día
de hoy que la obra de Rawls marca un hito en el desarrollo de la teoría política occi-
dental, a lo que llama “el canon del pensamiento político” (Barry, 2001: 774). Dado que
Rawls contribuyó, sobre todo, a insuflar energía a las concepciones redistributivas del
Estado, es natural que, desde esa perspectiva política se haya intentado subrayar su rele-
vancia para el mundo contemporáneo (Sen, 1992). Pero, ¿cabe ignorar que en el otro
campo de la teoría política, el neoliberal u opuesto a las concepciones socialdemócratas,
la obra de Rawls no solamente no goza de este prestigio, sino que puede llegar a verse
vituperada? 39.
En el terreno práctico, así como las concepciones austriacas, de la decisión racional,
del anarcocapitalismo o del neoliberalismo han cristalizado en las políticas de restric-
ción del Estado del bienestar en prácticamente todo el planeta, la teoría del Estado del
bienestar, en su versión rawlsiana o en cualquiera de los intentos posteriores de revisión
y adaptación a las condiciones del último cuarto del siglo XX, trató de justificar el man-
tenimiento del Estado del bienestar a base de intentar una síntesis entre, diríamos, la
“izquierda” y la “derecha” de la teoría política 40. Esta especie de misión justiciera (que
la escuela austriaca niega vehementemente 41) ha cristalizado en el famoso artículo 9, 2
de la Constitución española que, a su vez, es un calco del mismo artículo 9 de la Cons-
titución italiana vigente, artículos que encargan a los poderes públicos que pongan en
37. En una de las últimas formulaciones del filósofo, en polémica con una famosa propuesta de Ayn Rand
sobre financiación del Estado, éste no tiene otras funciones que «proteger a los ciudadanos contra la violen-
cia, el robo, el fraude y obligar al cumplimiento de los contratos, pero se excluyen específicamente las tareas
redistributivas» (Nozick, 2000: 380).
38. Uno de sus más destacados adalides, Murray Rothbard, propone la privatización de la policía y los tribu-
nales en una sociedad libertaria (Rothbard, 1996: 215 y ss.).
39. Los ataques a la obra de Rawls han sido, a veces, brutales. Uno de los más agresivos se contenía en la
crítica que en su día le hizo Ayn Rand quien, con su intransigencia habitual, empezaba por confesar paladi-
namente que no lo había leído, pero sostenía que ello no le hacía falta para poner en solfa una de las presun-
ciones fundamentales del libro: el concepto de deber, extraído de la filosofía kantiana. Sobre este asunto Cota-
relo, 2004: 39.
40. Intentos que cuajaron finalmente en la concepción de la “tercera vía” (Giddens, 1999); intento que venía
de antes (Gould, 1985). El autor de este ensayo propuso ya una síntesis entre las concepciones neoliberales y
las del Estado del bienestar (Cotarelo, 1986 y 1987).
41. Véanse los ataques de Hayek a la “justicia social” (Hayek, 1980, vol. II: 139 y ss.).
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Es muy difícil, desde luego, que se alcance un estatuto científico para la política,
sobre todo si se toma en consideración que la relación que se establece entre la teoría y
la praxis es sui generis. Es decir, la praxis de la política no está movida (sólo) por el
conocimiento sino, en muchos casos, por no decir siempre, por la voluntad. Voluntad en
el sentido de Schopenhauer 43, es decir, algo ajeno a la razón.
43. «El mundo con todo lo que contiene es un juego de una necesidad eterna sin sentido y por lo tanto
incomprensible» (Schopenhauer . S.d.: 253).
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44. Mueller, 1996. Más de la mitad del libro de Mueller está dedicada al estudio de la elección pública en
contextos de democracia directa y democracia representativa.
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ción del feminismo cuestionó este monopolio que se arrogaban los hombres de repre-
sentación del género humano y que, como se sabe, llegaba al extremo de designar como
“sufragio universal” al que únicamente lo era masculino. Con la teoría política feminis-
ta que, en palabras de Amelia Valcárcel es un «hijo no querido del igualitarismo ilus-
trado» 45. La imagen es más o menos afortunada, pero traduce bien a las claras de qué
se trata: hay una incompatibilidad subjetiva entre la teoría política feminista y la teoría
política a secas 46. El sujeto del feminismo, las mujeres, se postula en la medida en que
se siente excluido de las otras elaboraciones teóricas. Lo que quiere decir que se trata
de una especie de teoría política “a plazo” por cuanto, una vez incluidas las mujeres en
igualdad de condiciones en las demás teorías políticas, pareciera lógico que se extin-
guiera por realización de su objetivo. Sin embargo, el asunto no es tan sencillo dado
que cabe acusar al sujeto del feminismo del mismo “imperialismo subjetivo” de que se
acusa a las teorías políticas tradicionales porque ¿qué sucede con aquellas mujeres que
aceptan el lugar que un orden político y social masculino ha reservado para ellas? Las
mujeres católicas admitirán su condición capitidisminuida en el cuerpo eclesiástico en
tanto la Iglesia mantenga sus actuales criterios en lo relativo al sacerdocio, por ejemplo.
Si estas mujeres militan en partidos demócratas-cristianos se opondrán a una extensión
de las tesis feministas. Desde el punto de vista del feminismo podrá darse cuenta de
esta situación recurriendo a la explicación de la “falta de conciencia feminista” de tales
mujeres, carencia que podrá resolverse con los adecuados medios de ilustración y con-
vicción, es decir, de propaganda. Pero justamente, esa situación pone de manifiesto la
imposibilidad de reducir la teoría política feminista a un territorio en común con las
demás teorías políticas.
Algo similar sucede con otra teoría política de prometedor futuro, el ecologismo.
Aquí la falta de coincidencia no está en el sujeto, sino en el objeto que en el ecologis-
mo no es el de las relaciones de los seres humanos entre sí, sino las relaciones del ser
humano con el planeta. Dichas relaciones no pueden ignorar que en buena medida
dependen de las que los seres humanos establezcan entre sí, pero éste no es el aspecto
determinante. Una ya larga experiencia de los partidos y movimientos verdes, lo que se
llama la teoría política verde (Valencia Sáiz, 2004: 181 y ss.) prueba que, no hay espe-
ciales vínculos entre la teoría política verde y la izquierda. El desastre medioambiental
que el hundimiento del comunismo dejó tras de sí (Cotarelo, 1990b), muestra que tal
vínculo no puede darse por descontado. A favor del vínculo parecería hablar la coalición
rojiverde que gobernó Alemania entre 1998 y 2005. Pero también puede tratarse de un
hecho excepcional. Es cierto que la coalición no hubiera podido repetirse tras las elec-
ciones de 2005 por insuficiencia de escaños y que, al ser en tal caso necesaria la cola-
46. Sobre las complejas relaciones entre el feminismo y la teoría liberal/comunitarista/marxista de la justicia
es sumamente ilustrativo el estudio de Kymlicka, 1995: 259 y ss.
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boración del nuevo partido de izquierda creado por la fusión de las formaciones previas
de Oskar Lafontaine y Gregor Gysi, las situaciones no son comparables pero, en todo
caso, no se dio y, en general, los partidos verdes tienden a formar grupos parlamenta-
rios propios 47.
Retornando al terreno más habitual de las teorías políticas tradicionales, es habitual
que versen sobre objetos no solamente no coincidentes sino directamente contrapuestos
y que postulen valores distintos y hasta antagónicos. Efectivamente, no es infrecuente
que estas teorías tengan aspectos normativos. Casi todo el debate del último cuarto del
siglo XX en torno a la Teoría de la justicia de Rawls es un debate sobre valores. Los
“ideales” de que habla Sartori más arriba sólo pueden entenderse en términos axiológi-
cos. Y eso mismo sucede con una obra ya clásica en la materia de Kelsen de la que
arranca buena parte de la teoría posterior de la democracia (Kelsen, 1920). El autor de
este trabajo propuso hace unos años, en un breve ensayo sobre la democracia, una acep-
ción procedimental de ésta o que cabría llamar “mínima” (Cotarelo, 1990a), pero no se
le oculta que hasta las teorías más estrictamente procedimentales, las que se limitan a
hacer elaboraciones sobre la regla de la mayoría, requieren algún tipo de fundamenta-
ción axiológica. ¿Por qué aceptar la regla de la mayoría y no la de los más sabios, por
ejemplo? Se trata de un cuestión que afecta al meollo del tema aquí tratado por cuanto
la justificación que en su origen se daba a la teoría política era la de buscar la mejor
forma de gobierno. Tal era la finalidad de la política en la obra clásica de Aristóteles,
quien entendía que la mejor constitución era la politeia que, como es sabido, traducimos
hoy por “democracia”, sin dejar de advertir que el estagirita reservaba este nombre para
una de las formas corruptas de gobierno (Aristóteles, 2000: 1279 b 5). Al darse hoy día
un acuerdo bastante amplio sobre la democracia como la mejor forma de gobierno,
habrá de concluirse que no puede haber más teoría política que la de la democracia.
Esa conclusión, sin embargo, podría resultar precipitada porque en principio, no hay
razones de validez objetiva y universal para dar preferencia a una teoría política de la
democracia que a una de otra forma de gobierno, una aristocracia, por ejemplo, o una
forma de dictadura. Ésta no se cultiva hoy por cuanto ha caído en desuso la institución
que constituía su objeto. Pero no en desuso como, por ejemplo, cayó en desuso la teo-
ría del flogisto en física, por haberse demostrado palmariamente su falsedad, sino al
modo en que caen en desuso las modas. No existe garantía alguna de que no vuelva a
estar en boga pasado algún tiempo, como lo estuvo en su día en Europa y no hace tanto.
Se trata de un problema grave: ¿cómo sostener que la teoría de la democracia es supe-
rior a la teoría de la dictadura si no es por criterios morales, axiológicos, valorativos, es
decir, no científicos?
A la vista, pues, de la intrínseca diversidad de las teorías políticas parece más acer-
tado referirse a ellas en plural que en singular o, si se quiere, reservar el singular de
47. Para un buen análisis del origen de los partidos verdes, Dobson, 2002: 147-161.
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Teoría Política para un concepto jerárquicamente superior, al modo de los entes omni-
comprensivos, que contienen en su seno la amplia variedad de los otros, debidamente
jerarquizados. Una inteligente forma de adaptarse a esta dificultad es adoptar un crite-
rio propio de la metodología Verstehen, como lo propone Ramón Máiz (Máiz, 2001:
59-66), abordando siempre la teoría política como una teoría política contextualista,
esto es, «destinada a entender, explicar y evaluar normativamente las normas y prácti-
cas de justicia de los ciudadanos en diversos contextos temporales y sociales» (Máiz,
2001: 23).
Un repaso a los textos que los estudiosos de este vasto campo que es la teoría polí-
tica publican corrobora la necesidad, legitimidad y/o conveniencia del pluralismo teóri-
co. Por continuar con el ejemplo utilizado más arriba, la teoría de la democracia, enten-
dida básicamente desde la perspectiva institucional, tiene un objeto colectivo y la teoría
de la decisión racional uno individual. Precisamente por ser tan distintas es importante
que estas teorías coexistan porque se influyen mutuamente. Algunos autores, ya clási-
cos, procedentes del campo de la teoría económica, como Anthony Downs, consideran
que la teoría de la democracia consiste en estudiar los agregados de preferencias indivi-
duales cuyo conocimiento nos facilita la perspectiva de la decisión racional (Downs,
1956), mientras que, en otros casos, la democracia aparece como un valor o, si se quie-
re, una praxis deseable que sólo cabe alcanzar mediando determinado tipo de compor-
tamiento normativamente determinado 48.
En un libro colectivo sobre la historia de la teoría política, su coordinador, Fernan-
do Vallespín ya advertía en el prólogo de la imposibilidad de justificar de modo entera-
mente satisfactorio por qué se había escogido la expresión “teoría política” antes que
otras también empleadas en español, como “ideas políticas”, “filosofía política” o pen-
samiento político (Vallespín, 1990-95). La obra, que tiene seis volúmenes, sigue un cri-
terio cronológico, por tratarse de una historia, pero tampoco estricto, abarcando desde
las ideas políticas en el mundo griego y el islam en el primero hasta la caída del comu-
nismo y las teorías políticas contemporáneas. En el capítulo primero, “Aspectos meto-
dológicos en la Historia de la Teoría Política” Vallespín, apoyándose en el célebre de
George H. Sabine sobre la teoría política, defiende su tratamiento histórico. El libro del
propio Sabine lleva el título de Historia de la teoría política y su contenido, puede
48. Es el caso de la muy citada (sobre todo entre los teóricos de izquierda) Carole Pateman (Pateman, 1970).
La autora sostiene que cabe aspirar a una realización de la democracia participativa, poniendo como uno de
los ejemplos empíricos que sustentan tal aserto el caso de la autogestión industrial en la Yugoslavia comunis-
ta, un sistema que muchos otros considerarían no democrático en modo alguno y que, en todo caso, ha per-
dido su virtualidad empírica por haber desaparecido.
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«Si observamos los modelos, paradigmas, estructuras conceptuales que rigen diversas concep-
ciones consciente o inconscientemente y comparamos los diversos conceptos y categorías de que
se trate con respecto, por ejemplo, a su consistencia interna o a su poder explicativo, lo que esta-
mos haciendo no es psicología, sociología, lógica o epistemología sino teoría moral, social o polí-
tica, o todas ellas al mismo tiempo, según que nos limitemos a los asuntos clasificados como
políticos o los tratemos a todos» [Berlin, 1998: 84-85].
Esta concepción pluridisciplinar de Berlin corre paralela con la idea de que la teoría
política ha de abordar asimismo un vastísimo campo, cosa que le garantiza una rica
existencia:
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«En realidad, algunas de las más significativas aplicaciones de las matemáticas al estudio de
la política han sido hechas por economistas y no por politólogos, y cabe argüir que las concep-
tualizaciones que resultan útiles para el estudio de la economía no lo son, sin más, para el estu-
dio de la política» [Meehan, 1973: 254].
En una obra más reciente, que lleva el título de Teoría política del siglo XX, Klaus
von Beyme, dedica unas brillantes páginas del prólogo a sostener que existe una teoría
política y que goza de buena salud, aun cuando todavía no haya conseguido separarse
satisfactoriamente de la filosofía política. Su tratamiento es vagamente cronológico,
pues distingue tres momentos en la formulación de la teoría política: el premoderno, el
moderno y el postmoderno (Beyme, 1994: 17), pero afirma por otro lado que «los pen-
sadores posteriores a la modernidad no son quienes superan, sino quienes completan la
modernidad» (Beyme, 1994: 176) lo que, añadido al hecho de que dedique también muy
sugestivas reflexiones al pensamiento postmoderno como rebelión artística contra el
racionalismo científico (Beyme, 1994: 157-160), no contribuye a facilitar las cosas. En
cierto modo, podría decirse que la obra de Von Beyme complementa la de Meehan, por
cuanto trata las teorías sistémicas (bajo la expresión de autopoiesis, de frecuente apari-
ción en Luhmann) y la respuesta al estructuralismo funcional. Pero, al mismo tiempo,
aumenta notablemente la confusión al incluir en el campo de la teoría política contem-
poránea no solamente lo que designa como “mundo de la vida” (el Lebenswelt de los
fenomenólogos), sino también el feminismo, los nuevos movimientos sociales y la teo-
ría de la sociedad del riesgo (Beyme, 1994: 310).
También relativamente cronológico, aunque mucho más sistemático es el interesante
y concienzudo trabajo reciente de Ricard Zapata (Zapata, 2005: 35-74), que acomete un
intento de cartografía de la teoría política claramente diferenciada, pero considerada
como un «tipo de actividad de segundo orden eminentemente analítica» (Zapata, 2005:
41). Esta teoría política se ramifica después (no al modo de los disjecta membra como
aparecen en otras visiones menos integrales de la disciplina) sino al de un frondoso
árbol cuyas ramas serán después las distintas teorías políticas, aquí consideradas como
“programas de investigación” que giran en torno a un triángulo básico: ciudadanía/mul-
ticulturalismo/democracia liberal (Zapata, 2005: 60). Por cierto, muy en esta línea de la
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«Teoría es una palabra imprecisa y elástica […]. Se ha creado de este modo una diferencia-
ción excesiva entre una teoría filosófica que es toda ideas y nada hechos, y una ciencia empírica
toda hechos y nada ideas. A esta diferenciación yo contrapongo una teoría intermedia, una teoría
vinculante en la cual las ideas son verificadas por los hechos y, viceversa, los hechos son incor-
porados en las ideas» [Sartori, 1992: 9-10].
Con todo, el tratamiento que de la materia hace Sartori no tiene nada que ver con
los precedentes. Elementos quiere decir exactamente “elementos”, al modo de las piezas
de un rompecabezas, de forma que lo que la obra aborda son los conceptos de que se
valen las teorías políticas, esto es, parlamentos, gobiernos, Constitución, dictadura,
igualdad, etc. Y, probablemente para hacer más aséptico el tratamiento, los aborda por
estricto orden alfabético. No puede negarse originalidad al enfoque, pero cualquier pare-
cido entre el concepto “teoría política” de la obra de Sartori y la de Von Beyme, ambos
reputados maestros en la disciplina, es mera coincidencia.
La confusión parece crecer a medida que avanzamos algo más en el tiempo, hasta
nuestros días. Una obra de Will Kymlicka, trata los temas siguientes: el utilitarismo, la
“igualdad liberal” (básicamente Rawls y Dworkin), el libertarismo (una cara de la teo-
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se trata de «ese discurso que es perfectamente consciente de sus limitaciones para defi-
nir una ideología totalmente congruente, no contradictoria, opuesta a un enemigo que se
puede definir teóricamente y contra el que sería legítimo combatir de manera violenta y
fanática» (Moreno del Río, 2002: 193).
Algo similar sucede con el último libro colectivo sobre la materia de teoría política
publicado en nuestro país y coordinado por Ángel Valencia y Fernando Fernández-Lle-
brez, La teoría política frente a los problemas del siglo XXI. En él se abordan temas
como el neokantismo en la filosofía política actual, el multiculturalismo, el género y la
sexualidad, la globalización, el nacionalismo, el ecologismo, la sociedad del riesgo, la
literatura y el neoliberalismo y la utopía (Valencia, 2004), todas ellas cuestiones de
sumo interés y con algunos contactos entre sí pero que también hablan de una multipli-
cidad de enfoques, criterios, métodos.
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Debe hacerse aquí una reserva para plantear un subproblema típico de la teoría y de
la ciencia política que normalmente aparece en otros contextos: el del carácter del con-
flicto o las relaciones entre la política y la guerra y, por ende, de la ciencia política y la
ciencia de la guerra 49. Los paralelismos se han mantenido a lo largo de los siglos. Se ini-
cian ya en los inciertos siglos anteriores a Cristo de la China de los Reinos Combatientes
y llegan hasta el día de hoy. En el origen, la obra de Sun Tzu, El arte de la guerra 50
tiene tanto de ciencia militar como de sabiduría política y no resulta sorprendente que
sea libro de texto no sólo en las academias militares, sino en muchas escuelas de nego-
cios. Para llegar a nuestro tiempo manteniendo esta relación es necesario, pero no sufi-
ciente, recordar el tantas veces citado aserto de Clausewitz acerca de que la guerra sea la
continuación de la política por otros medios 51 y no lo es porque recientemente Foucault
tuvo la ocurrencia de darle la vuelta 52, afirmando que la política es la continuación de la
guerra por otros medios. En la medida en que, efectivamente, sean otros medios, esa será
la provincia de la teoría política, entendida como conjunto de teorías políticas. Pudiera
pensarse que se trate de una especie de exageración por parte de Foucault. Pero es prác-
ticamente la misma conclusión a la que llega Rupert Smith, general británico al mando
de las tropas de la ONU en Bosnia y comandante adjunto de la OTAN en la guerra de
Kosovo, para quien «la clave del éxito en esta forma nueva de guerra reside en que la
fuerza militar se utilice al servicio de objetivos políticos realizables» 53.
Esa relación ha dejado una profunda huella. Basta con pensar en el decisionismo de
Carl Schmitt y la visión del amigo/enemigo 54 que fue preponderante entre guerras en el
siglo XX y nunca ha estado del todo ausente entre los teóricos políticos posteriores,
49. No deja de ser curioso que de ambas actividades, la guerra y la política, se haya predicado que se trata
de una ciencia y un arte, cosa extraña dado que no hay nada más opuesto que las ciencias y las artes en el
terreno cognitivo.
50. Un examen de las condiciones de Sun Tzu para la victoria militar permite ver que son también las de la
victoria política (Tzu, 1972: 119) y en ambas actividades probablemente sea cierto que «Todo el arte de la
guerra se basa en el engaño» (Tzu, 1972: 99). Exactamente lo mismo que decía el censor de libros políticos
en la imaginaria república literaria que visita Diego de Saavedra Fajardo: «porque todo el estudio de los polí-
ticos se emplea en cubrille el rostro a la mentira y que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazar los
desinios» (Saavedra Fajardo, s.d.: 87).
51. Dice más el general: «Así vemos que la guerra no es solamente un acto político, sino un verdadero ins-
trumento político, una continuación de la interacción de la política, una continuación de esta por otros medios.
Lo que resta de peculiar a la guerra se refiere exclusivamente a la peculiaridad de sus medios» (Clausewitz,
http://gutenberg.spiegel.de/clausewz/krieg/buch01.htm)
52. (Foucault, 2003). Debo esta referencia a mi buen amigo el profesor Heriberto Cairo.
54. «La distinción propiamente política es la distinción entre el amigo y el enemigo. Ella da a los actos y a
los motivos humanos sentido político; a ella se refieren en último término todas las acciones y motivos polí-
ticos y ella, en fin, hace posible una definición conceptual, una diferencia específica, un criterio» (Schmitt,
1941: 111).
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hasta el día de hoy en que todavía se percibe la influencia de Schmitt en los neocon-
servadores norteamericanos, a través de la que en ellos ejerció Leo Strauss. Strauss
coincidía con Schmitt en muchas cosas, hasta el punto de que hoy se llama humorísti-
camente a muchos “neocons”, “Leocons” 55. También en las más recientes polémicas se
acusa la influencia de aquella relación, como se ve en la polémica sobre cosmopolitis-
mo y realismo (dos típicas teóricas políticas) cuando se plantea la idea de que la demo-
cracia es superior porque las democracias entre sí no guerrean 56. Es interesante encon-
trar un intento de justificación de la democracia que no descanse en un enunciado
inmediatamente axiológico pero, a los efectos que aquí nos interesan lo importante es
levantar constancia de su carácter excepcional: puede que las democracias sean los úni-
cos sistemas que (de momento) no guerrean entre ellos, cosa que está todavía por veri-
ficar. Pero sí lo hacen con otras formas políticas que, a su vez, serán democracias o no,
en gran medida, según el punto de vista que se adopte. No obstante, es dudoso que
quepa validar este aserto extendiendo la democracia a base de guerras.
Tratándose, pues, de teorías políticas formuladas en sociedades conflictivas, siendo
bastantes de ellas antagónicas unas con otras, se acumula así una tercera y última razón,
nada desdeñable, para tratar nuestro objeto de conocimiento en plural, como “teorías
políticas” antes que en singular.
CONCLUSIÓN
La Teoría Política goza de buena salud, siempre que no se pierda de vista el carác-
ter problemático de la Ciencia Política, en la que el “anarquismo metodológico” parece
una actitud más prudente que un estricto monismo. Hablaremos, pues, de Teoría Políti-
ca en cuanto compendio de diferentes y, a veces, conflictivas teorías políticas. Esa con-
flictividad es trasunto de la que rige en la realidad social. Frente al relativismo ético en
que se corre el peligro de incurrir al imponerse la obligación del respeto a la pluralidad
teórica, sólo ofrece alguna garantía la actitud que instrumentaliza la teoría política al
servicio de la emancipación humana. Sin perder de vista que también ese objetivo está
sometido a la cuchilla de la crítica en función de su propia ambición.
55. Esto es más o menos justo. Para hacerse una idea cabal, conviene consultar el trabajo de uno de los mejo-
res conocedores del pensamiento de Leo Strauss, Roiz (2000: 27-58).
56. Esta reciente tesis parece haber sido propuesta en primer lugar por el Prof. estadounidense de la Univer-
sidad de Hawai, R. J. Rummel hacia 1995, y desde entonces ha suscitado un muy acalorado debate. La mejor
exposición de la tesis se encuentra en http://www.hawaii.edu/powerkills/PK.APPEN1.1.HTM. Una meticulosa
refutación de Matthew White que, además de señalar posibles —y muchas— excepciones a la tesis, ahonda
en el problema, más interesante para nosotros, de la multivocidad del término “democracia”, en
http://users.rcn.com/mwhite28/demowar.htm. Por último, una cumplida respuesta a White de Rummel en
http://freedomspeace.blogspot.com/2005/07/still-no-wars-between-democracies.html.
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RAMÓN COTARELO
[email protected]
http://www.cotarelo.blogspot.com
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid.
Ha trabajado en diversos campos de las disciplinas politológicas, como el Estado del bien-
estar, los partidos políticos, las cuestiones metodológicas y las ideologías políticas. Su
última publicación es La izquierda en el siglo XXI. Bogotá: Universidad Externado, 2006.
Es catedrático en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
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