Un Mendigo Manuel Rojas

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UN MENDIGO

Manuel Rojas
FUE UN da de invierno, alumbrado por un sol transparente y seco, color
tafetn, cuando Lucas Ramrez, despus de franquear la puerta del hospital, se
encontr en la calle. Parpade, deslumbrado por la luz fuerte y libre que
resplandeca en las paredes blanqueadas; luego, inmvil en la orilla de la
acera, reflexion. No lo hizo mucho rato; ya en el ltimo mes de su estada en
el establecimiento haba pensado bastante sobre el momento de su salida y
saba que su vida, al abandonar el hospital, estara amarrada a dos hilos: la
punta de uno de ellos remataba en el hospicio; la del otro, en esa gran
institucin ambulante y pblica que se llama mendicidad.
Pero nunca haba imaginado la diferencia que haba y hay entre el hecho de
decir: Cuando yo salga del hospital. ." y el de encontrarse fuera realmente. La
calle, cuyo aspecto y movimiento casi tena olvidados despus de sus varios
meses de enfermedad, desfilaba ante l caminando hacia los campos. Le
pareci de pronto, vista desde su ngulo de invlido, una desolada e inmensa
planicie, batida por un viento helado, cruzada de profundas quebradas y
penosas pendientes, en la cual aquel cuyos pies no se asentaban bien en
tierra, vacilaba, se perda, caa y no se levantaba. La vida y el mundo estaban
al final de esa imagen.
Ah, si l hubiera tenido en ese momento sus piernas, sus elsticas y
firmes piernas de antes, con qu placer habra echado a andar, el alto pecho
levantado, con la agilidad y decisin con que los hombres vigorosos caminan
en las maanas de invierno! Mir hacia ambos lados de la calle, como eligiendo
rumbo, aunque para l eran iguales todos, el del norte o el del Sur, hacia
levante o hacia poniente; para donde fuera y por mucho que caminara,
aquellos dos hilos lo seguiran, sin soltarlo, desovillndose, alargndose
mientras l marchaba y recogindose cuando retrocediera, tirando ambos de l
hacia sus puntos de trmino. Solamente un acontecimiento imprevisto,
absurdo, podra cortar aquellas amarras invisibles. En busca de l se decidi a
marchar. Eligi para irse la acera contraria a aquella en que se encontraba y
que apareca enlucida por una atmsfera brillante, dentro de la cual las
personas se movan como envueltas en una gelatina dorada. Antes de
atravesar la calle mir hacia arriba y hacia abajo; no venia ningn vehculo.
Avanz un pie, luego otro y camin, camin con aquel andar que la
enfermedad le haba dado, horrible andar de mueco que ha perdido su aserrn
y que haca volver la cabeza a los transentes. Cuando avanzaba la pierna
derecha, el hombro del mismo lado descenda hacia la cintura, mientras el pie
izquierdo, rezagado, esperaba el tirn que le hara emparejarse al otro;
despus, el hombro derecho surga, recobrando el cuerpo su posicin de firme
y reuniendo fuerza para el otro paso. El bastn, torcido y lleno de nudos,
marcaba con iscronos golpes los movimientos de aquella mquina, a la que la
enfermedad haba roto un resorte esencial. Camin as entre la multitud que

llenaba las aceras. Pareca un extraviado, un hombre que ha perdido la


orientacin y la memoria y que marcha sin saber por dnde, procurando
recordar la calle y el sitio en que est su casa, su hogar. Iba hacia todos lados
y hacia ninguno.
Estaba solo. De sus aos de infancia pasados en la capital. No tena sino
vagos recuerdos de personas y familias, todas ellas sin posicin econmica
slida y con las cuales no le ligaba sino esa amistad ocasional de la vecindad,
que desaparece con una ausencia prolongada. Su familia, escasa y pobre. era
del norte y resida all. Se detena en las esquinas y miraba: hacia all iba una
calle, hacia ac otra, por all una, por all otra, y contemplbalas huir
vertiginosamente, sin saber cul era la suya, sin poder elegir una, pues todas
eran iguales y ninguna le recordaba algo que lo llamara. As transcurri la
maana y vino la tarde. Grandes nubes pardas y blancas, que el viento,
desorientado como Lucas Ramrez, tan pronto haba estado empujando hacia
un lado como hacia otro, se reunieron por fin, cubriendo el trozo de cielo que
corresponda a la ciudad y dando a la atmsfera un tono amarillo helado.
Descendi despus el viento y sopl a lo largo de las calles. La gente march
ms deprisa. Los cafs, los bares y las confiteras arrojaban hacia las aceras su
vaho oloroso y tibio, absorbiendo con l a los que marchaban distrados. Lucas
Ramrez, golpeando con su bastn lamentable las baldosas hmedas,
caminaba desesperanzado, casi abandonado, sintiendo que el hilo del hospicio
se pona cada vez ms tenso. Cay la tarde. Reemplazndola el crepsculo, un
crepsculo breve y fro, salpicado por las luces que se encendan y se llamaban
entre s a travs de los alambres y los cables. Las vidrieras se llenaron de luz y
los automviles abrieron sus ojos deslumbrantes, agujereando las masas de
sombra que caan del cielo.
El viento afin su soplo, helndolo ms, y empuj a los transentes hacia el
refugio de los hogares. Se apag el crepsculo y las calles fueron perdiendo su
animacin comercial. Los espaoles y los ingleses cerraron sus negocios y slo
de trecho en trecho algunas vitrinas arrojaban sus cuadrados luminosos sobre
las aceras. Los ciegos, despus de haber estado todo el da tocando sus
instrumentos y exponiendo sus ojos como naturalezas muertas, regresaron a
sus covachas, hablando de cosas que no haban visto.
De pronto, Lucas Ramrez se detuvo sorprendido. Un recuerdo, uno, haba
brotado en su mente, y era precisamente el que necesitaba. Desde que sali
del hospital haba buscado en su cerebro algo, una idea, un recuerdo, un
recurso, una salida, sin encontrar nada, y he aqu que repentinamente surga,
como un hongo despus de la lluvia, solitario e imprevisto, este recuerdo.
Meses atrs, un da de visita en el hospital, estando l acostado, pas ante su
cama un hombre cuyo rostro le pareci conocido, aunque olvidado. -En la
soledad en qu se encontraba, un amigo o un conocido constituan un
acontecimiento; y lo mir sonriendo, invitndolo con la risa a detenerse y
hablar. Se detuvo el que pasaba, mirndolo entre serio y sonriente, convencido
al mismo tiempo que dudoso, hasta que se reconocieron.
Lucas Ramrez!

Esteban! Era un antiguo amigo suyo, condiscpulo, a quien no vea desde mucho tiempo,
desde antes de dejar la capital e irse con su padre a las tierras del norte, de
donde l regresara, despus de varios aos, solo y enfermo. Conversaron
solamente breves instantes, pues el que pasaba iba a visitar a un amigo
enfermo en una sala vecina. Se fue, prometindole volver a verlo y dejndole
su direccin, por si alguna vez quera visitarlo, cuando se mejorara. No volvi
ms. Pero eso no importaba ahora, pues tenga su direccin, es decir, crea
tenerla. Registr sus bolsillos y hurg en su cartera, buscando la tarjeta en que
estaba anotada la direccin de la casa en que viva su amigo; no encontr
nada. Acudi entonces a su memoria y no le fue difcil acordarse del nombre de
la calle. S, quedaba cerca de donde se encontraba ahora. Pero y el nmero?
El nmero... Era 64 164, no estaba bien seguro, pero era una cifra de dos
nmeros o de tres y terminaba en 64; tal vez en la primera o segunda
cuadra. . . Pero de todos modos, le sera fcil dar con l, pues, adems de los
datos que recordaba, en la puerta de la basa en que viva deba haber una
plancha que indicara el nombre y la profesin de su amigo. Era dentista.
Ech a andar y parecile que lo haca con ms soltura. Haba encontrado un
amigo y seguramente l le proporcionara lo que necesitaba y que tan poco
era: un plato de sopa y un rincn! Sonrea alegremente y hasta le daban ganas
de gritar para expresar su regocijo.
Lleg pronto a la calle buscada, desembocando en ella a la altura de la
segunda cuadra. Habra podido empezar desde all la bsqueda, pero no quiso;
quera sentir la voluptuosidad de principiar desde la primera casa, paso a paso,
nmero por nmero, saboreando su placer lentamente, -hasta encontrar el
nmero. Fue hasta donde empezaba la calle y parndose en la acera de los
nmeros pares, comenz a buscar, despacio, as como sin ganas, como quien
tiene la firme seguridad de que lo que desea vendr cuando l quiera.
Anduvo baldosa por baldosa, mirando los nmeros de las casas y- leyendo
las planchas que relucan aqu y all al costado de las puertas. No encontr el
nmero 64. Lleg hasta el 80 y, creyendo no haber mirado bien, volvi sobre
sus pasos y empez a buscar de nuevo, esta vez con atencin, asustado, como
aquel a quien han dado a guardar una suma exacta de dinero y que a la hora
de devolverla se encuentra con que le faltan cien pesos y vuelve a contarla
nerviosamente. Cincuenta, cincuenta y dos, cincuenta y ocho. sesenta y
ocho... Nada.
Se detuvo, contrariado. Estaba seguro de que no era un nmero impar, sino
par, como 64. Sin embargo, mir hacia la otra acera; altas, obscuras, severas
las fachadas, cerradas las puertas, en ninguna de ellas se divisaba el reflejo
bronceado de una plancha. Se desanim algo, pero en seguida se sobrepuso,
pensando en que tal vez estaba equivocado y que la cifra sera de tres
nmeros, terminada en 64. Atraves la bocacalle y empez de nuevo la
bsqueda, ya anhelante, mirando los nmeros con mirada fija e inquisitiva.

En esa cuadra, el nmero 164 caa en un almacn de pianos. Esto lo des


concert casi por completo y lo hizo dudar de su buena memoria. Sera 64 el
nmero? De eso estaba seguro.
Hay veces en que al querer recordar un nmero o un nombre, recordamos
uno y se uno nos parece el autntico y hasta creemos que es imposible que
sea otro, y cuando la verdad nos viene a demostrar que estbamos
equivocados, protestamos y afirmamos que el nmero o el nombre han sido
cambiados y que el verdadero, el que se trataba de recordar, era el que
nosotros decamos. Pero si se era el nmero, cmo no lo encontraba donde
deba estar? O no sera sa la calle? Bien pudiera ser que se hubiera
equivocado en la calle y no en el nmero. Pero equivocarse en la calle era
perderlo todo: cincuenta calles corran paralela s a aquella en que se
encontraba y cada una de ellas, igual que sta, poda ser la que necesitaba. En
recomeras todas, con su paso tardo y torpe, demorara unos ocho das.
Esto acab con su entusiasmo y su nimo: sin embargo, se resisti a renunciar.
Seguira buscando. Ya que forzosamente tena que caminar, aprovechara su
marcha para seguir sus
investigaciones.
*
Pero estaba cansado en extremo y su pobre cuerpo no corresponda a su
resolucin. Se haba fatigado antes que l y negbase a avanzar: pareca que
los hilos invisibles lo envolvan como en una red de araa cazadora.
Impidindole moverse con soltura. Anduvo an dos cuadras ms. El nmero y
la casa deseada no aparecieron. Se detuvo en una esquina, mirando hacia lo
lejos, dejando correr su nublada pupila por la alta hilera de focos que
parpadeaban en la noche. Senta ganas de llorar, de dejarse caer al suelo.
irreflexivamente, abandonndose. Cerca de donde estaba, haba un
restaurante con dos focos a la puerta y una gran vitrina iluminada, a travs de
la cual se vea, en medio de un resplandor rojizo, cmo los pollos se doraban a
fuego lento, ensartados en un asador que giraba, chorreando gruesas gotas de
dorada grasa. Se abri la puerta y un caballero alto, gordo, enfundado en
grueso sobretodo, sali; se detuvo en la puerta mirando al cielo, subise el
cuello del sobretodo y echo a andar. En este momento lo vio Lucas Ramrez: no
lo haba visto salir del restaurante, sino que se dio vuelta al sentir pasos en la
acera. Se le ocurri una idea. Preguntar a ese seor que vena tan de prisa,
por lo que l buscaba. El transitar por ah indicaba que viva en la misma calle
o en las inmediaciones y bien pudiera ser que conociera a su amigo. Con un
gesto sencillo, con el gesto que cualquiera hace al detener a una persona y
preguntarle algo, lo detuvo. El caballero se par en seco y le mir de arriba
abajo, con mirada interrogadora, y lo vio tan miserable, tan vacilante, tan
deshecho, que cuando Lucas Ramrez empez a decirle:
Seor, yo quisiera...
Sin dejarlo concluir la frase, contestle:
Cmo no, amigo!
Desabrochase el sobretodo, por la abertura meti la mano en direccin al
bolsillo derecho del chaleco, recogi todas las monedas que en l tena y en la

mano que Lucas Ramrez haba extendido y abierto para detenerlo, las dej
caer voluptuosamente, diciendo:
Tome. compaero.
Y se fue, abrochndose rpidamente el sobretodo.
Lucas Ramrez se qued como si hubiera recibido una bofetada sin motivo
alguno y estuvo un momento sin saber qu hacer, qu pensar ni qu decir.
Despus le dio rabia y volvise como para llamar al caballero y devolverle sus
monedas, pero el otro iba ya a media cuadra de distancia y si l lo hubiera
llamado, aqul no habra vuelto sino la cabeza, pensando:
Qu mendigo fastidioso! Le he dado todo el sencillo que llevaba y todava me
llama...No poda correr detrs de l; si hubiera podido hacerlo, lo habra hecho,
seguramente. Pens entonces en tirar las monedas, pero con gran sorpresa de
l mismo, aunque hizo el ademn de arrojarlas, la mano en que las tena no se
abri para soltarlas. Aquello estaba fuera de su voluntad. Se qued all parado
y de pronto empez a llorar suavemente, con pequeos gemidos, as como
lloran esos perrillos, a altas horas de la noche, delante de una puerta que han
cerrado sin acordarse de que ellos estn afuera.
Se abri nuevamente la puerta del restaurante y dos jvenes salieron a la
calle, hablando fuerte y riendo, tomando la misma direccin que tomara el que
haba salido antes. Cuando llegaron junto a l, lo sintieron llorar y se
detuvieron. La risa se les hel en la boca, como quemada por el aire fro. Se
miraron, sin atreverse a hablarlo. El no los habla sentido y slo se vino a dar
cuenta de su presencia cuando la mano de uno de ellos busc la suya
cariosamente. Y como era la derecha la buscada y en ella tena las monedas
que le habla dado el seor gordo, inconscientemente, sin darse cuenta de lo
que haca, dio media vuelta y present la mano izquierda... La ddiva fue ms
subida que la anterior y l debi dar las gracias, pero no supo hacerlo, no se le
ocurri. Y es que no se consideraba an un mendigo; crea que lo que le
pasaba era un accidente, una cosa pasajera. Pero cuando cambi a la mano
izquierda las monedas que tena en la derecha y viendo que ya abultaban, !as
meti al bolsillo, y cuando puso el odo alerta para escuchar los pasos de los
que salan del restaurante, y a uno que le dio varias monedas le dijo: Muchas
gracias, ....... Dios se lo pague..., se tranquiliz tanto, como si hubiera
encontrado a su amigo, convencido ya de la ruta que deba seguir y sintiendo
qu uno de los hilos que lo sujetaban se cortaba vibrando en la noche.
*
A la otra noche y a las siguientes, las personas que comieron en ese
restaurante encontraron a la salida a un hombre contrahecho, miserable, que
les quera preguntar por algo que nunca supieron lo que era, pues jams lo
dejaron terminar su pregunta. Aquel hombre ejerca una atraccin irresistible
sobre el dinero sencillo que llevaban encima.
Lucas Ramrez, que se haba dado cuenta de esto, y de que la gente es
generosa cuando hace fro y ha comido bien.
Pensaba que era necesario aprovechar bien el invierno.

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