Alsino
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Alsino
~Los PAjaros Errantesn (poemas>1915. aLos Diem (poema)-Ig~g. (Ensayos sobre arquitectura y poesia >-I 9 I 6.
a Alsino a-1920.
te consagro ALSINO; antes no tuve nada digno de ti. Lo dedico, tambih, -~ a nuestro hijo Pedro y a sus siete hermanos menores; y perdona si aun lo ofrezco a esta vieja casa de adobes, a 10s &-boles silenciosos que la circundan y a la torre que se eleva sobre las bodegas abandonadas.
DRIANA:
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RIMERA PARTE
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EN LA NOCHE noche cubre 10s campos como un agua oscura y sutil. Despds de haber penetrado hasta en las iiltimas concavidades de las dunas, eleva silenciosamente su nivel mil veces por encima de las mas altas montafias.) Una niebla delgada, que el viento empuja contra el mar, vela 10s contornos de las cosas y hace que ellas se compenetren. La luna, que cae hacia el poniente, brilla phlida tras la niebla. En torno de la luna se ven dos nacarados y enormes circulos concbntricos. Aigujenson- dos ondas ha tafiido-esa-canipana-de- plata: sonoras que se propagan por 10s dominios--de la-no- --Algufen ha arrojado la luna, como che sil&ciosa. una moneda de oro, contra las mansas aguas del
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infinito; su caida ha hecho nacer esos circulos crecientes y gigantescos. El mar, convertido en una sombra sonora, canta; su voz se mezcla a la niebla que brota de s~ seno, a la niebla dCbil que se opone, sin fuerzas, a1 viento frio y cortante que baja de las nevadas cordilleras. . Por angosto desaguadero un lago pugna por vaciar su tributo en el mar; per0 las olas, desde la muerte del invierno, han vencido y ahora elevan y mantienen una constante valla de arena. Las aguas del lago, buscando cumplir con su destino, se filtran calladamente; per0 van con tanto despacio, que se espesan y pudren, y Ias innumerables fosforescencias que vagan en la noche como fuegos fatuos por encima de 10s pantanos, juegan y danzan sobre ellas como nifios alegres y caprichosos. MAS all& del desaguadero el lago es puro y transparente. Cerca de 10s trhmulos pajonales, y en un sitio que nadie comce, 10s flamencos, sentados a horcajadas en sus altos nidos de barro, empollan y duermen. Los huillines, que en el dia pasaron en sus escondidos lechos de hierba, ahora aprovechan la p5lida vislumbre de la luna y pescan confiados y pacientes. Y del mismo modo que las iglesias guardan las melodias de las oraciones y de 10s c5nticos que en ellas se elevaron, la enorme cuenca que forman las colinas que rodean el lago, est&llena de una dulzura que s610 se atribuye a la placidez del agua que duerme, cuando ella est& formada por 10s til-
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timos ecos de 10s melanc6licos cantos de 10s pidenes y de todas las aves que, desde incontables atardeceres, aqui se reunen para elevar sus oraciones cuando aun brillan las tlltimas horas rosadas y luminosas. Como nadie las ve, las dunas avanzan con m8s prisa que la que tienen cuando el sol brilla. Hay una misera aldea de pescadores y labriegos que las dunas estrechan contra el desaguadero, donde las miasmas se incorporan a las densas nieblas del pantano. Las chozas, construidas con ramas trafdas de la montaiia, todavia no pierden sus hojas y su fragancia cuando, antes del afio, ceden a1 peso de la arena que se ha ido acumulando contra 10s d6biIes tabiques. Entonces es precis0 volver a la montaiia por otras ramas y construir una nueva y pasajera morada. Una vez, una vaca que vagaba extraviada en la noche por 10s arenales, lleg6 a este caserio. Hambrienta y ciega por la oscuridad, bajando por el declive de la duna, dib con la frhgil y engafiosa techumbre de una choza medio sepultada. Cuando comia con ansia las hojas secas, dentro 10s habitantes de la choza se santiguaban a1 no descifrar 10s ruidos extraiios de la techumbre. Y cuando, a1 avanzar otro paso, cay6 con estrCpito en medio de la habitacibn, arrastrando consigo las ramas rotas, sus bramidos de angustia y su gran cabeza armada de enormes astas, que sacudia en su de-
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sesperacibn, hicieron creer a 10s aterrados moradores en la visita del Seiior de 10s Infiernos. Esta noche, en cada choza tambien se oye un ruido. Es el chisporroteo fino y constante que hacen 10s granos de arena a1 chocar contra las hojas secas y coriAceas. Ni por un segundo el tremolo cesa; ya es casi imperceptible como debil llovizna que se cierne y cae; ya sube de tono m8s y mAs hasta semejar el ruido de la grasa hirviendo; ya se atenda y cesa, casi no se le oye, per0 es preciso perder la esperanza de que alguna vez concluya, porque siempre hay un grano de arena que resbala. Hacia el oriente, en la Gltima choza, duermen una anciana y dos niiios. Uno de 10s niiios despierta y abre, abre desmesuradamente 10s ojos en la oscuridad. El paso de su propia sangre le finge rojas alucinaciones, apagados fulgores que 61 Cree se desprenden de las tinieblas circundantes. El miedo le turba, cierra 10s pArpados con fuerza y esconde su cabeza entre las mantas. El otro niiio, tal vez embriagado con el perfume violento de las ramas de boldo que forman la choza, tiene un ensueiio a la vez sencillo y maravilloso. Suefia que volar es una hazaiia que no requiere esfuerzo alguno; sueiia que volar es un hecho fAcil para todo aquel que deje su peso en tierra. Se asombra de no haber tenido antes tal ocurrencia, y una y otra vez, s610 con la fuerza de su propia voluntad, se desprende suavemente del suelo; poco
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a poco se eleva, y va y viene, con rapidez, por el aire. Pasa por encima de la choza y de la aldea, pasa por sobre 10s montes de arena y cruza el lago a gran altura, sonriendo de 10s arroyos que, a la luz de la luna, vierten en 61 sus aguas. Desde alIi se divisan tan pequeiios y brillantes, que s610 parecen rastros dejados por 10s caracoles entre las hierbas.
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ALSINO Y POL1 dia que comienza aun tiene el frio de la sombra de la noche. Dos muchachos campesinos hablan, en esa madrugada, sas incomprensibles. Las palabras que dicen sa1 envueltas en un blanco vapor. EstAn detrSs unos matorrales que huelen muy suaves con la :scura del alba. -Anoche, otra vez, Poli, vol6. -Volaste sofiando. -Per0 volC. VolC sobre la casa y el lago. Y era n fhcil, que yo me decia:maiiana, cuando despier, no me olvidar6 de todo lo que debo hacer para llar. --CY lo recuerdas? -Si. Per0 parece que las cosas deben haber camado.
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-No te entiendo. -Mira, anoche queria volar y volaba. No hacia 'nada, no movia 10s brazos, no saltaba. Sblo queria d volar y volaba; y ahora, t6 ves, digo: iquiero volar! y no me muevo. -jAlsino! jPoli! Se oye la voz de la abuela. Alsino hace un gesto de inteligencia a su hermano para que no responda. Se ocultan mAs aun tras 10s matorrales. La abuela aparece trayendo del cabestro a un caballejo mulato, de crines descuidadas, flaco y peludo. La vieja cubre su pequefia cabeza con un gran sombrero de paja adornado de destefiidas flores de trapo y abalorios que brillan con 10s primeros rayos del sol. Dos trenzas escuAlidas y cenicientas caen sobre sus espaldas. -jAlsino! jPoli! A pasos lentos, seguida del caballo, que se resiste caprichoso, va de un lado a +otro, busdndolos. Los muchachos cuchichean y no responden; parece que entre ellos hay cierto compromiso. Alsino dice a su hermano: -Ayer le traje chilcas para que saque cerote y venda a 10s zapateros, y chamico para que fume todo el afio. Ahora no voy. Poli, en cuclillas, sonrie burlesco y se restrega las manos entumecidas. La abuela se aleja refunfufiando. En voz alta profiere amenazas, que ella comprende deben ser
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escuc:hadas. En su mal humor sacude, con una varilla, repetidos golpes en la cabeza de su viejo caballo, que se echa atr5s y amusga las orejas con rabia. Los muchachos prestan atenci6n a1 ruido que levantan 10s cascos que se alejan. Y cuando perciben, en el claro silencio de la maiiana, sonar de remos en el agua, salen de su escondrijo y veri a la abuela en el bote plano, atravesando el desaguadero. Atado con el cordel a1 bote, el caballo, del que s610 se divisa la cabeza, revuelve, a1 nadar, las aguas tersas y perezosas. -Te digo que si-continha Alsino-como yo acompafio a la abuela, lo he visto tantas veces. Los p5jaros grandes, cuando comienzan el vuelo desde tierra, corren y mueven mucho las alas, pero, cuando lo emprenden desde un Qrbol alto, apenas si dan dos o tres golpes. Un buitre, a gran altura, describiendo un enorme circulo, avanza con rapidez, abiertas las grandes alas inm6viles. Su yuelo sereno, f&cil-y-amplio, llena de curiosidad a 10s nifios como si fuera la Gnica vez que lo hubiesen contemplado. -Algbn animal muerto-insinha Poli. Alsino no habla, no podria hablar. Le sigue con 10s ojos, anhelante, fascinado. Cuando la sombra que arroja el buitre, no lejos de ellos, corre por sobre la ondulada y suave superficie de las dunas, salta gritando : -iYa ~ 6 iya ! ~ 6 ! Y se pone como a danzar, y parece que va a llorar
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y a reir. Brillan sus ojos con resuelta alegria. Poli se siente sojuzgado; y aunque pide mayores explicaciones, sin exito, obediente, temeroso, sigue a su hermano, cuando Cste lo toma de un brazo y io arrastra consigo. Caminan corto trecho, descienden el Gltimo faldeo arenoso, atraviesan la callejuela que forman 10s escasos ranchos de la aldea, alcanzan la orilla del Iago y se detienen, por fin, a1 pie de un roble. Es un gran Arbol solitario. Los Gltimos huracanes han tronchado una de sus ramas que cae, todavia, sobre el camino. Su forma es extrafia, adusta y severa. Dia y noche el viento muerde su escaso follaje. La humedad ha hecho crecer, en las rugosidades de su corteza, grandes escrecencias amarillentas y duras. -iMira!-explica Alsino y sacude a su hermano, mientras le echa, sobre el rostro esquivo, el aliento quemante de su certeza de poseido. -iMira. . . ! Volar. . .Oh! Espera. . .Para volar.. . Y sus palabras se precipitan, sus explicaciones vuelven sobre si, se confunden, se embrollan y se hacen dolorosas hasta que el frenesi creciente le ata la lengua y lo ahoga en un tembloroso silencio. Cuando logra desembarazarse, por s610 un segurido, de su terrible mudez, grita oscuramente. -,Veri! iSube! iVen! Poli trGmulo, avasallado, sonrie con un terror naciente, que no logra impedir el que obedezca ciego. Trepan p?r la rama rota hasta llegar a su arran-
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el tronco. ApoyBndose en 10s hongos duros, ramas dCbiles, en no importa cuBl saliente, con dificultad, per0 sin vacilaciones. Y a 3 que suben comienzan a reir. Poli princi. --..----convencerse. Alsino, lleno de ardor, va e 0. Cuando vuelve e inclina la cabeza, mihacia abajo, Poli exagera sus Bnimos y le jubir cada vez m8s alto. Divisan, muy arria rama que avanza lateralmente, alej8ndose --. cizo de la copa. A ella se propone llegar. Ascienden y ascienden. En sus cabelleras negras y espesas se pegan telarafias cubiertas de polvo y se clavan ramillas y hojas secas. Con las manos y 10s pies magullados, y con nuevos jirones en sus viejas ropas, Ilegan a1 sitio previsto. Avanzan caminando sobre el gancho que se extiende horizontalmente, apoyBndose en la ramaz6n vecina. Cuando les sorprende un espacio libre, lo salvan con resoluci6n y rapidez. La rama oscila. Sobrecogidos, toman aliento. Los corazones golpean 10s pechos juveniles como si quisiesen volar. La sangre circula atropellada y hace un ruido que se confunde con el del viento de la altura que agita 10s filtimos y escuetos varillajes. Ese h8lito frio seca r8pidamente el sudor de sus rostros. Muchas veces ellos han trepado a cerros mBs altos que ese roble, muchas veces han buscado en otros Brboles nidos ocultos; per0 nunca se han visto suspendidos, a tal altura, sobre algo tan frB gil. PJada m8s que aire en torno. Las mismas osciIacioines de la rama tienen algo de un vuelo que
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se inicia. iY qui. delgado y dCbil es el aire! Hasta las leves hojas que se desprenden lo atraviesan. Los ojos no lo ven, no lo pueden ver. Las miradas que lo buscan, sin advertirlo, lo traspasan y s610 se detienen cuando tropiezan en alguna cosa que est6 detrhs de 61. Poli sufre de una incomodidad creciente. Un vQtigo lo embriaga, y se inclina. Asustado, se sienta a horcajadas en la rama, y cierra 10s ojos para no caer. Asi se Cree mAs seguro; per0 le turba el extrafio peso de sus piernas que cuelgan sobre el abismo. -iNo mires- abajo!-le grita Alsino. Mira lejos y no caerAs! Entonces observan el circulo del horizonte. Se ve, all5 distante, otro lago y , entre ambos, una pradera verdepor la que ondula un cam'no. -2No es la abuela? -Oye, Poli, all5 va la abuela. -iAbuela! jAbuela !-gritan con alegre desprecio. En la orilla opuesta, y a1 extremo del desaguadero, hay otro villorrio. Es el puerto de Llico; bien lo conocen 10s nifios. DetrAs de 61, por entre las filtimas ramas de la copa, divisan lomas rojas y desnudas con algunos eucaliptus nepos; a1 frente, las interminables dunas cenicientas; y, mAs all& de las bodegas abandonadas, el mar azul y solitario. Se distinguen las blancas espumas de las rompientes y las gaviotas que vuelan sin rumbo. Alsino mira a lo alto del cielo, ahora ernpafiado por nubecillas largas y d6biles que esfuman el sol.
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in 10s ojos el buitre; per0 6ste ha desapaPoli, libre del vertigo, ha quedado como 1, tri:mulo y vacilante. indo su hermapo lo anima, indichndole c&no debe abrir 10s brazos y tomar las alas de la chaqueta, dice: -Por qui: no volamos hacia el otro lado; abajo hay arena. -No ; all5 no!-replica A1sino.-No hay bastante altura; no tomariamos aire. qui:? 2Tienes miedo ? -No, pero.. . -Te dig0 que yo si: como se vuela. Me acuerdo, ahora, claramente de todo lo que hice anoche. -2Pero no decias. . . ? -Yo no he dicho nada, nada zentiendes? Espera. Ya veri% cbmo se vuela. Tomando con las manos 10s faldones de su chaqueta, y abriendo 10s brazos, forma algo asi como dos alas improvisadas. Y phlido, sonriente y confiado, sin quitar la vista del lejano horizonte, de un salto, y moviendo 10s brazos, se lanzb a1 vacio. Per0 si una de sus manos se agitb intrkpida y< libre, ansiosa de vuelo, la otra, tr6mula y crispada,) en el Gltinio instante, se aferr6, con fuerzas, de una) rama vecina. Pendiendo del brazo a medio descoyuntar, tal un triste guiiiapo, convulso como un ahorcado, Alsino l a n d espantosos gritos roncos e incomrensibles. A duras penas consigui6 enlazar con
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sus piernas, en una de sus contorsiones, la rama firme. Foli, paralizado por el terror, miraba mudo, atdnito. Como sonambulos, 10s muchachos comenzaron el descenso, desgarrandose las carnes contra la Aspera y nudosa corteza. Bajaban rhpidos, sin reparar en cosa alguna, huyendo enloquecidos. AI llegar a tierra, como Alsino pareciera desorientado, y echase a andar hacia la laguna, Foli lo tom6 cuicladosamente de un brazo, escogihdole la parte mas suave del sendero. Una angustia terrible y creciente comenzd a dominar a 10s dos hermanos. Sollozos incontenibles, a1 sacudirlos, desviiibanlos del camino, y lagrimas abundantes tejieron un vel0 que les impidi6 ver. Detenidos o dando tropezones, como ebrios, avanzaban penosamente.
LA CAIDA maizales y vifiedos que rodean la Huerta del Mataquito, por ambas feraces riberas del rio, hasta Licanth; desde la miserable Caleta de Iloca, a todo lo largo de esa costa escarpada, batida por un mar siempre solitario, hasta las salinas y lagunas de Boyeruca y Bucalemu; por las risuefias aldeas de Alchntara y Paredones, y otras mhs, de tierra adentro; en 10s caserios que se extienden a orillas del estero de Las Garzas y de tantas otras aguas puras y tranquilas; desde el Alto de1 Perdiguero a la Puntilla de Hidalgos, y mhs all&de la sombria quebrada de 10s Galaces ; desbordhndose por todos 10s caminos que cruzan la cuesta de La Lajuela, y las peligrosas Sierras de Colhue, corre la fama de la vieja medica de Los Conchas.
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En su abandon0 de todo el verano, mientras 10s padres de 10s muchachos trabajan en las salinas de Bucalemu, sblo en Alsino tiene la abuela ayuda. Es 61 el que la acompafia a buscar hierbas medicinales que venden, despu&, en 10s pueblos vecinos, o guardan en casa para recetar a 10s numerosos enfermos que acuden atraidos por el renombre creciente de la vieja curandera. Y ojalA la anciana no contase sino con la compaiiia del menor de sus nietos; porque cuando llegan su hijo ysu nuera, han de pasar borrachos un dia y col6ricos el otro, y entonces vienen las palabras ruines, 10s trabajos y malos tratos, y el largo padecer en silencio. LlAmanla vieja bruja, y, porque la creen podeSer bruja, rosa en sortilegios, esperan algo de ella; y, como poderosa, la temen en maleficios, fraguan, borrachos, su tierra espritu muerte. Cuando estAn asi, perdidos, la abuela tiembla y se d e j a acompaiiada de Alsino. La abuela una vez, mientras por 10s caminos llevaba a su nieto a la grupa del caballo, exclamb: -Como hijo de borrachos, eres triste, Alsino, y como eres trisLe, te quedas pensando! No todos 10s hijos de borrachos son asi; t u hermano es callado. Poli es torpe y flojo. < N o se pasa 10s dias tendido en la arena, durmiendo? T u hermano duerme las borracheras de tus padres. Cuando a ti te engendraron, ellos estaban en el comienzo de esa mala vida y quiz5 todavia tuvieran fuerzas de verguenza. Recuerdo que entre si se culpaban, y la ira de ellos era por desesperacibn. Querian ser otros de lo que iban siendo. T6 heredaste su tristeza y 10s deseos
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y de cambiar. 2No andas, tii, Alsino, queser como 10s pQjaros? Pobre nifio; bebiste iala leche de tu madre las visiones de sus [eras!
e vuelve la abuela del pueblo vecino, a dona vender pacientes encajes y remedios mi<.Vuelve fatigada por su vejez y por la ve,u caballo. Todo es mal humor en su bestia, chos repentinos, y tropezones peligrosos; y ella despierta una furia ciega, y un maldein menudear varillazos por la cabeza y por curtido cuerpo del caballejo. Entra ya la z del verano. Alsino y Poli pQsanlo erranmsca de moras y de nidos de pQjaros. Hacia del mar.se levanta una niebla espesa; el re rojo y sin brillo. Antes de tiempo ya la y el frio avanzan, rodando, por las dunas nables y por las desoladas colinas. MQs claarece venir de la laguna que del cielo. El lgor de las aguas guia la marcha de la
erma soledad, que acrecienta la llegada del de la noche, va poniendo paz entre la abuela tballo; y aun cuando ella no profiere ninilabra amable de desagravio, ambos, ante nparo que 10s circunda, se sienten solidasi lo da a entender el aspecto del caballo, ndo resignado con la cabeza baja y el pelaje
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erizado por el viento, y $1 de la vieja, silenciosa, arropada en su p a f i o h , tr6mulas las flores descoloridas de su sombrero y las trenzas flacas y cenicientas. Callados y friolentos, siguen por la orilla del desaguadero, cuando el caballo endereza las orejas y se detiene, intranquilo, resoplando. Vuelve la ira a reemplazar la fatigade la abuela, y furiosos varillazos y maldiciones caen sobre la cabezota del terco animal. Creyendo oir un quejido, la abuela interrumpe su castigo. Bajo el roble solitario que crece a la entrada del pueblo, un pequefio bulto se agita y gime. No pudiendo conseguir que su caballo avance, la vieja se desmonta. Tirando fatigosamente de las bridas se acerca a1 roble. Un paso mas, y da un grito y suelta las riendas del caballo que escapa hacia el pueblo con su trote arrastrado y cans6n. Implorando a grandes voces auxilio, la anciana tan pronto se hinca, llamando a Alsino, alli tendido, como se pone de pie, pidiend o ayuda a todos 10s santos. El pueblo est&cerca; per0 las voces de la abuela son debiles, y el viento que viene del mar, deform&ndolas,las hace bailar y lleva, en ronda, hacia la laguna. Con Alsino $n brazos, las piernas fl&cidas, trazando surcos en el sendero' arenoso, la abuela arrastra penosamente el cuerpo de su nieto. Los pro-
Nacla temAis ahora, hierbas medicinales, que vivis en el silencio de las carnpizas. No ir&en vuestra busca la vieja bruja, porque cada dla enceguece m8s y m8s y comete, entre vosotras, grotescas confusiones. No ir&, tampoco, el muchachuelo de Alsin0 clue os perseguia sin descanso. El muy loco ino h a persistido en volar? El c h e q u h , desde hoy, guardara para si su savia, Y no para 10s ojos enfermos; el jug0 blanco de la picho: no ir& a quitar verrugas de las manos femenin as; madurarh en paz 10s frutos del hinojo, sin te:mer que las madres entristecidas busquen en ellos i-emedio para sus pechos exhaustos; y el inocente quilmai no andarA mezclado en uniones clandestin as, ayudando a las mozas a perder el fruto de a niores veleidosos.
aqu le habla a las hierbas.
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acQ, Poli. Tu hermano duerme. DCjalo! Te dig0 que vengas! Di, confiesa, it6 lo acompaiiaste? Todo el dia has paifuera, huyendo. Nada temas; acCrcate.';De crbeme, no te hare nada! 1 mamita, yo no lo acornpafie. Es decir, si; 0 esta vez. IuC dices ? otro dia, si, lo acompaiib; y trepamos a1 roble para volar. 'ara volar ? tenia miedo, y Alsino, no; per0 61, a1 dar el le una mano qued6 tomado del Qrbol; por pudo caer. Ahora no lo acornpafie; no quise
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acompaiiarlo. Todos 10s dias ensayaba en las dunas. Un dia vol63,nngQ. -No mientas, chiquillo; no mientas! -Si, mamita. TI^ suefias. iC6mo puede haber volado! -Alsino me llam6 y fuimos a la parte m8s a k a de un cerro de arena que el viento ha carcomido en arc0 de media luna. Desde alli salt6 a1 aire y dijo que casi habia volado. Y fu6 cierto. Cay6 muy despacio. Quise yo hacer lo mismo, y me di un gran golpe, y la boca se me Hen6 de arena, y todo el dia estuve mascando granitos duros que crujian . -Calla! Parece que tu hermano llama. La abuela y el nieto entraron a1 rancho. En un camastro, Alsino gemia. -jQuit tienes, nifio ? -Mamita jquit ruido es ese? -;Ruido? no hay ninguno. -Lo oigo sin ceszr. -SerA la arena que se cuela a travCs de las rendijas. Pero jes posible que la oigas? ;Ves? por alli entra. Un hilo de arena penetraba silencioso y blando. Formaba un montecillo inestable que crecia hasta ahogar el chorro; de pronto, calladamente, se derrumbaba el montecillo y el chorro continuaba fluyendo inagotable. -No es la arena la que oigo; es un campanilleo. -Ah! niiio; tienes raz6n; acaban de pasar dos
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)illas de mulas de las salinas. Las yeguas maias hacian sonar 10s cencerros. -No, no es ruido de cencerros. A veces el mur110 parece que viene de fuera; pero, despues, le como de dentro. -Alg6n pololo habrB sido, hijo. DCjame ver, que esos animalitos hacen gran dafio en el oido. -No, mamita; no es en un solo oido, es en 10s dos; peiietra y suena muy adentro de mi cabeza, y a veces, dijera, que cone por mi cuerpo. Son como lanillas, muy pequefias y distantes, que se lle1 sonando y bailaran. Si cierro 10s ojos, comlo que e s t h muy lejos; pero siempre, siempre '0 de mi. %y! hijo. abuela, inclin8ndose teniblorosa, piensa en mdiera ser el campanilleo de la muerte. !%be :uando la muerte se acerca, se escucha un tindCbil y persistente. Zuisiera levantarme y salir-esclama inquiekino. Me vienen deseos terribles de correr y r. Correria cada vez m8s lejos, por toda la Ah! si. rranquilizate, nifio; es la fiebre. Y a pasar8. trae la olla. i oloroso cocimiento de hojas de huingBn pus0 uela en la espalda y el pecho del nifio enfermo. ITe alivia? 3,pero siempre me duele. ;No te gust6 ser loco? Te has torcido el espiy vas a quedar curcuncho para toda la vida.
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-2Quedari. curcuncho? dices. -Si, nifio; per0 muy poco, nada casi. Bendigamos a Dios que no te mataste. -Ay! gcuhndo podri. levantarme? -Ni pienses en ello. CAllate! Duerme! Cuando la abuela y Poli lo creen dormido y salen y cierran la puerta, Alsino lleva sus manos a la espalda y, bajo el pafio caliente y hbmedo, por sobre las hojas de huingAn adheridas a su piel, se lleva largo rato, dificultosamente, palpando su espalda hinchada y dolorida.
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LA FUGA
en el rancho, a la caida de la tarde, salta del lecho como presa del delirio, y gesticula y habla atropelladamente. -&toy solo, per0 volver8n pronto. Han ido por agua. Poli golpeaba su tarro vacio como un tambor, m8s todo el ruido posible no apaga este otro que crece en mi y me recorre como un calofrio. Llega a mi cabeza y pienso y deseo cosas que nunca imaginara; llega a mi lengua y no puedo impedir que hable, hable y hable. Todas las palabras que antes escuchara, o leyera en la escuela, acuden y piden que las pronuncie. Todas piden lo mismo. Y si el calofrio Ilega a mis piernas, mis piernas se agitan impac:ientes. 2C L&ndo me vesti? No lo sk. iDbs mio! Per0
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iqu6 es esto? Mis brazos trabajan libres de mis mandatos. CGmo puede mi abuela decir que estoy enfermo? Mis piernas se van. iDbnde van? Ligado a ellas, sobre ellas voy. CEnfermo yo? ZCuAndo he tenido facilidad mayor en el juego de mi cuerpo? No, por este camino, no, piernas locas; por e1 sendero que orilla las dunas, por el sendero. iCosa admirable, mis piernas son mias, pero no estoy en ellas! Trepado, si, sobre ellas voy, como en un caballito lleno de voluntad. Contemplo su fAcil obediencia. Avanza una y la otra la sobrepasa, y la primera llega miis Iejos, y siguen en colnpetencia interminable. Sobre ellas caniino ajeno a toda fatiga. Escondido en mi cuerpo, como en una casita que rueda, me asomo por las claras ventanas. iQu6 estratias ideas tengo! y acuden sin cesar y se atropellan. Ni si. a dGnde voy, ni lo que busco. Los caminos se ofrecen y ayudan. Antes 10s creia inmbviles; ahora fos veo ir y venir; adivino que-desean que siga por ellos. Todos solicitan igual cosa. Vamos! irk contigo, viejo. Perdonad; n o _ j en___c_S?mpai%a+decortos spcfeLos. El me ofrece acornpacarme mAs tiempo. iVt5is aquellos cerros que ocultan el mar? Por encima de ellos me ofrece ir. No, es imposible! Per0 no cre& que os dejo sin pena. Como 10s rios que reparten sus aguas por canales y acequias cantoras, y van por todos a la vez, por cada uno de 10s caminos y senderos quisiera dispersarme. Mis ojos 10s recorren y vuelven con tristeza como perros inquietos que, por adelantarse a la marcha del duefio, husmeando
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legres, se extravian y vuelven rhpidos y defrauados. ;Alguien se acerca? ;Me esconderb? A caballo n una mula viene. Es un desconocido, un lefiador quiz&, viejo y serio. ? M e saluda? -Ad&, sefior! Ah! es verdad; es el saludo de 10s caminantes. Unos van, otros vienen ; desconocidos y silenciosos, 10s viajeros, a1 encontrarse en 10s campos solitarios, se saludan y pasan. Los phjaros huyen a1 oirme. No puedo callar; perdonadme! Hablando voy en voz alta, como un borracho. U no es posible contenerme. i Q g m g do ---- es-_ viajar asi, sobre piernas entusiastas! Puedo pensar en cosas distantes y, sin preocuparme de la marcha, tener confianza en que mis ojos escogerhn la mejor parte del camino; en que mis manos apartarhn las ramas que se entrecrucen, y en que mis piernas se moverhn diligentes e infatigables. Nunca he estado mejor servido. Me recojo a1 interior de mi pequeiia morada y, perezoso, diria que me recuesto y dejo mecer por una paz soiioI
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k hay? iQu6 pasa? Mis ojos me avisan y me bn. El sol poniente arroja contra el suelo mi sombra. ;Mi nueva sombra? Si; ellos se han ado, y la verdad es que esta sombra es algo a de la que yo, antes, tenia. Nada traje y, bargo, veo por ella que llevo a la espalda la
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alforja de 10s peregrinos. La alforja de 10s que salen a rodar tierras. Mi abuela decia que en vez de deshincharse parece que mi joroba crece. Bajo mi manta ella hace un bulto pequeiio. Desde hace dias, cuando la toco, siento dos pequefias cosas duras e insensibles que salen fuera de la piel. iSerAn mis huesos rotos que asoman? Hoy 10s tengo m5s salidos aGn. Toda mi joroba est5 caliente y arde como un huevo empollhdose. NingGn dolor tengo ya. S610 siento en ella como una inquietud. Algo asi como cuando se nos duerme un brazo: un hormigueo que come sin descanso. iCbmo! 2Ya hemos llegado a la cumbre de 10s cerros? Hay bruma sobre el mar. El sol rojo toca el horizonte. iQu6 extraiias formas! iNo parece una campana y ahora un barril? Ya es una isla toda de oro, ardiendo, y tan lejos! Ah! si pudiese ir hacia ella volando. . . La noche llega sobre estas sofedades; 10s ratones salen de sus cuevas y no me huyen. Os reconozco uno a uno Arboles, matorrales y hierbas, que mi abuela me ensefi6 a distinguir para pediros ayuda en nuestras enfermedades. Nada tern& de mi. Antes, s610 de pensar en 10s caminos lejanos, metidos en la noche, temblaba de miedo. Ahora, cu5n acompafiado me siento! iPor qu6 es esto? Caminari. a h largas horas; ni hambre, ni fatiga tengo, s610 la alegria de marchar, cada vez mAs Ejos, por comarcas desconocidas que se suceden inagotables.
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Viejo camino ;vas a las salinas? No quiero ir; a1!I& e s t h mis padres. Pudiera encontrarfos. Buena G P aliza me darian. Te dejo; pero, en verdad, te dejo? E s un modo de decir; bien si: que, a1 tomar este 0'tro camino que desciende a la quebrada, por ti I Tiismo voy. Todos 10s caminos se unen y forman C(m o una red sobre la tierra; por ellos circulan 10s dieseos inexpresables.
EGUNDA PARTE
VI LOS TORDOS
una sementera de trigo, que cubria ondulados lornajes, una maiiana de Enero Clara y ardiente, Alsino cruzaba en demarda del agua de un arroyo que se veia resplandecer entre las sombrias arboledas de un pequefio y cercano valle. Aires tibios, densos y arremolinados peinaban y despeinaban la sementera. Tan pronto se la veia de color pardo mate, a1 mostrar las espigas maduras; luego, brillante, a1 refulgir el sol en las pajas amarillas y barnizadas. En el cambio de color y en el murmullo que hacian al chocar las espigas sumisas, se podia seguir las corrientes del aire vagabundo. Ya encendian, en el apagado color de una ladera, un chispazo creciente y veloz de
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or0 vivo; ya iban, como un rio de luz, en grandes y caprichosas revueltas. Alsino admiraba el cambiante resplandor y la mbsica de las infinitas espigas. Grandes y obscuras bandadas de tordos se levantaban a su paso, volando torpes y pesadas a1 elevarse ahitas. -Eh! Tb, nifio.! cuidado! no espantes 10s pfijaros. Alsino se detuvo intranquilo. De entre las espigas asomb un viejo, cubierta la cabeza con un pafiuelo azul de hierbas. Sus ojos turbios, sanguinolentos y deshechos, se veian acuosos; grandes barbas desgrefiadas, de un ceniza amarillento, rellenaban sus mejillas enjutas. Por su caniiseta entreabierta divisfibanse en el nacimiento del pecho, de un ocre obscuro, las culebras de las venas y 10s gruesos tendones descarnados cubiertos de pie1 arrugada y seca. -Tengo varias ramas untadas de Iiga para 10s tordos, mfis all&, en el camino que sigues. Espera un rato, nifio. Luego iremos a ver. ;A dbnde ibas? -'Qee'ngo sed; busco llegar a1 estero. -;No eres de aqui? -No--dijo Alsino. Quedaron un momento en silencio. A1 lado de una manta y de unas grandes jaulas vacias, de cafia, en un saquillo mugriento, algo se agitaba. -2Pil16, ya, algunos pfijaros? -,jQu6?-dijo el viejo. Y luego, comprendiendo, agregb-iEcharias, t6,los tordos en un saco? iVamos! Camina! A1 hombro la deshilachada manta de color inde-
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fin&le, las jaulas en arnbjas manos, el viejo antececli6 a Alsino, que iba IIeno de curiosidad. En un sitiio donde el caminito se ensanchaba, piaban, daindo impotentes aletazos, un sinnGmero de tordo:s, presos de las patas por la liga que 10s retenia :rtemente. fut-Ven! AyGdame!-dijo el viejo a A1sino.- No 10s asustes. Se pueden pegar de Ias alas, y, enices, no hay mAs remedio que arrancarles las pldLS sucias. Espera! D6jame a mi solo. Estos chiiilos no saben nada! HablBiidoles con palabras entrecortadas, mitad sliDos, mitad sucias interjecciones, dichas con voz ir6nica y meliflua, el viejo fuC tomando con cuidado 10s tordos que picoteaban con furia sus manos tiesas y encallecidas. -Pica, pica tordito 1indo;ya verBs c6mo o5edecesI Con un trapo suci3, empapado en uli liquid0 de olor penetrante, que vaci6 de una botella, fu6 limpiando Ias patas .de 10s pAjaros. Luego parecia acariciarlos entre sus manos duras. Algo se oia crujir. Ya en las jaulas, 10s tordos, apretujados, abrian sus alas tremulas. -2Quieres llevarlos? iNo vas a1 pueblo? -<Que pueblo ? -iC6mo? Ah! si. No conoces estas comarcas, dijiste. Bien; entonces, dime <quit buscas? -Nadadijo con tranquilidad Alsino. El viejo se detuvo y contemp16 a1 muchacho. -Ah! Ah! Te dolieron 10s palos que te di6 t u padre. Bonita te pusieron la espalda!
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-No me han pegado-dijo Alsino. -iNo? y te dejaron curcuncho. -Me cai desde un Brbol. Bajaron por laderas de tierra lavada, cmbiertas, apenas, de espigas dispersas, $&bilesy vanas. Bordeando 10s terrenos fofos horadados por conejos y ratones, despues de cruzar 10s tajos profundos de varias torrentera;, por el fondo de una d e ellas, donde las aguas del invierno habian descarnado agudos pedernales blancos y amarillen tos, el viejo y el niiio conversaban con frases incoherentes. -Si; se siente la necesidad. 2No oyes? 2Eres sordo ? -;No oyes?-volvi6 a repetir el viejo. -No, no soy sordo-dijo Alsino. Estoy lleno de ruido. -2Lleno de que? -Nadie sabe quit cosa sea. Oigo un murmullo constante. Parece que siempre, en torno mio, estuviesen hablando. -7'6 est& loco. -Ad lo creo, a veces, yo tambien-asinti6 el joven, sonriendo. --Entonces no lo est&-exclamb el viejo, soltando una risotada. Lejos, en el fondo del valle, humaredas grises se fundian con el aire azul .que llenaba las hondonadas de 10s montes. -Corta una varilla-orden6 el viejo, a1 pasar cerca de un Brbol solitario. At6, luego, en ella un largo bramante. AI dar
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la vue1Ita a un monticulo, divisaron, muy prdximo, un pu eblo grande. Brillaban a1 sol techos nuevos de callamina entre pardos tejados, y un murmu110, an tes imperceptible, se escuchb claro y distinto. Sonaba como un canto, y era iormado con la amalgama del rodar de lejanos carros, del golpear de las hebrrerias, de 10s gritos de 10s vendedores, de ladrid os de perros ocultos. Por un camino orillado de altos y tupidos Alamos, 1que rumoreaban con el viento, por la fresca sombra, oyendo el canto cristalino de las aguas corrieintes, siguieron en demanda de la ciudad. De brucesen el polvo, llenb Alsino su sombrero de agila fresca y bebi6 con delicia. Alc;inzaron una larga fila de solemnes carretas. Cargadas de leiia de espino, recikn trozada, dejaban el airc: perfumado a montaaa. A ambos lados del camin0, ranchos cada vez mAs numerosos fueron aparec:iendo por entre 10s troncos de 10s Blamos, 5 humaredas salian de 10s humildes hogares, Azule: Y Per fumes acres de fritangas avivaban el apetito de 10s, viajeros. Por un suburbio triste penetraron a la ciudad. --P idibs! fio Nazario, grit6 una mujer. El viejo saludc5 sonriendo. AI llegar a calles mAs ckntricas el an( ziano sac6 10s tordos de las jaulas y 10s dej6 en libertad. El asombro de Alsino fu6 desconcertante a1 ver que n inguno de ellos atinaba a volar. S6lo algunos corrian con las alas entreabiertas, mAs un seguro gobe del bramante, que formaba con la varilla
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una larga fusta, a1 envolverse en las pa.tas del pr fugo, le dejaba pseso y lo volvia a1 grupo. Antecedidcs por la cscura procesicin de 10s t cirdos, y en medio de la curiosidad de 10s transeunt es que se detenian a contemplar el extraiio desfille, el viejo y Alsino, instintivarnente, adoptaron, a1 caminar, aires llenos de gravedad. Se sentian se50res de esos-sien vasallos que iban, nados del vuelo y vestidos (je . Reflejos azules y profu ndos, y brillos metAlicos, despedian a1 sol las aves que iban silenciosas.
LAS ALAS busque berros en las represas de :ua Clara, que corte pencas y tallos d e trdo-exclama, solitario, A1sino.-De las malezas iniitiles vivimos. De lo que crece en 10s caminos, erL 10s pedregales de 10s rios, en 10s cerros desiertos. Y all5 va 61. AI lecho del estero se dirige. Este viejo Nazario me busca, y yo le busco. Desde finesi del verano lo acornpaiio, y ya llegan las primera:j Iluvias. Y ni 61 es mi amigo, ni yo me siento izfecto a 61. Se burla de mi, de todos y de 61 mismc), y yo casi no le oigo, en espera de poder valer'me solo. Aqui, en el claro de este bosquecillo pudido, donde nadie* acude, quiero desentumecer mi espalda.
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Fuera la manta! Fuera la chaqueta, siempre inAada por pasar colgando de mi joroba que aumenta cada dia. jMi joroba! Aqucllas duras puntas salientes, c6mo han crccido ! Todos 10s dias pensaba en ellas. Con temor pensaba. 2Scria posible? iDios mio! qui. inquictud m5s espantosa! Por 10s campos solitarios vagaba con mQs tranquilidad ; per0 a1 llegar a 10s pueblos, donde vamos a vender tantas cosas y frutos cxtrafios, qui. temor de que descubricsen mi secrcto! MQs de una mujer triste ha pasado su mano por mi joroba, en busca de suerte; mAs de un infcliz, a1 salir de su casa y encontrarme el primer0 en su camino, ha sonreido lleno de esperanza. S610 10s niiios y 10s muchachos se burlan de mi, y me hacen saludos hirientcs. Per0 10s amantcs melanc6licos1 10s jugadores arruinados me ofrecen con sus ojos cordial acogida, mientras se accrcan cautelosos a tocar lo que ellos crecn de bucn augurio. Mas nadie me quiere por mi, sino porque yo les hago brillar sus esperanzas! Las mozas me miran pensando en sus amores; me besarian una vez, si estuviesen ciertas de lograr, por ese medio, besar cien veces a sus amantes; y hasta 10s mendigos me darian un centavo si creyeran seguro el sembrar, asi, para ellos, la semilla de una gran fortuna. Per0 yo 10s huyo, 10s huyo siempre. Todos, entonces, se mofan y piensan que les esquivo y me alejo porque voy herido y avcrgonzado de mi desgracia. Ninguno sabe el miedo terrible, el calofrio de pavor que me sacude cuando, ensimismado en un rinc6n que creia solitario, siento
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mano trgmula acaricia, llena de fe, suaveni triste espalda! 11 de invierno! en el claro de este bosqueicioso, desnudo te recibo, y veo que tu ,e ajusta a mi cuerpo mil veces mhs suave :acta que mi burda camisa. Eres siempie traje de justa medida que se amolda y a uno mis miembros, dejhndolos abrigados escondido como un pAjaro nuevo, quiero iecer mis pequeiias alas crecientes. jMis posible! Dia y noche ellas pasan plegadas espalda. Mil veces me vienen irnperiosos : abrirlas y agitarlas ai aire, lleno de deseos ;as, de las dukes maiianas.. . io Nazario, desde que una vez vi6 que se ti joroba, malicia algo. Culpi: entonces a1 le curioseaba en mi chaqueta; per0 el viejo de engaiiar. En cuAntas ocasiones le he x-carse sospechoso! Es preciso que huya mis alas no puedo seguir oculthndolas. A tiemblan y se estremecen, aunque sobre ian mi camisa, mi chaqueta, mi manta. pena me da ver ajadas y revueltas las imas grises. Con qui: delicia, ahora, las lentamente y abro el varillaje de sus j abanicos. Una y otra vez las cierro y las ); y cuando, desentumecidas, afluye a ellas nente mi sangre, vibran como si pasara 30 del viento.
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Dobl6guense las hierbas dkbiles, vuelen y cobren vida imaginaria las hojas secas, y salga y huya de la espesura toda brizna libre! jDejen su obscuro abandon0 inerte y dancen, y suban, y vuelen en el torrente que de mi ser, por mis alas, fluye! Pequeiias son a h para elevar mi cuerpo; per0 lo sobrado grandes para mantener lejos, en el aire, en caprichosas y febriles rondas, de hojas secas, a un vasto y palpitante enjambre. Y tambi6n puedo haceros cantar, matorrales, arbustos y pequefios Brboles! Los quilos silban, 10s boldos nuevos estrujan sedas, 10s maitenes simplemente Iloran. Ah! he aqui que en medio de la algazara aparecen plumas que un dia ayudaran a volar, ahora destinadas a podrirse en la humedad. Arriba, pobrecillas! que el viento os enjute y os haga revivir, ya que para 61 nacisteis. Torpemente se incorporan a la danza mdltiples despojos. Vamos! a volar tambiCn! Un vilano cobarde busca en la espesura un refugio. Roto y sucio est&, hermano, per0 aun conservas t u corazbn. No puedes hacer otra cosa que obedecer. Anda y v6, no temas regalarlo, que si nb CI se desprendera de ti y , entonces, volarias, es cierto, y sin temor a la menor brisa; per0 ide que te sirviera volar, asi, toda tu vida? Otro aparece y otro y otro. En buena hora llego y os enardezco. Me siento feliz de que todo esto ocurra. Cumpla cada cual y no rehuya su destino. Aprovechad el vivo soplo que de mis alas nace.
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Calo sin desearlo. Mis alas baten el pere: en calma, lo truecan en brisa suave y luego en rafagas impetuosas. Desde 10s ientos hasta 10s huracanes de tempestad, cuerdan este ardor que fluye de las alas 1 aire pasa. Acaso cuando ellos sop!an, Dios, cerca de nosotros, invisible, vuela!
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-Ah! Si. Es este ruido que nunca concluye el que no me deja oir-contesta A1sino.--Mi cabeza suena como un caracol. Terrible cosa! dia y noche! Cada vez estoy como m8s lleno de voces. Hay momentos en que no cabe otra nueva. ;C6mo oirte? T e lo he dicho cien veces. -Bien, asi debe ser; no s6 de qu6 mal padeces; per0 desde hace dias sospecho que quieres dejarme solo. Confiesa! iNo contestas? -Para que negar.. . -iLo ves! Me gusta que seas asi. Dos hombres libres, cuando viven juntos, se preocupan poco el uno del otro; per0 a1 ir a separarse, se regalan con lo mejor que tienen. <Que me d a d s t G ? -Yo? iqu6 puedo darte? Ni t G te has cuidado de mi, ni yo he reparado en ti. T G lo dijiste primero, y es la verdad. Acaso t G me debas algo, porque me has hecho trabajar buscando hierbas en t u beneficia. Per0 todo, aunque por largos meses, ha sido Ilevadero. No te conozco aGn; mas sabes tales argucias que, sin hacerme bien, a menudo me has hecho reir y pensar, y ya es algo. -La verdad es, Curcunchito, que yo te tengo cariiio-dijo el viejo.-El hombre m&s libre gusta de despertar admiracidn, y acaso porque tG ibas a reparar en lo que hacia, realice mil triquifiuelas. ZBuscaba retenerte? 2Valerme de t i ? No lo s6 bien. Ahora te convido a bajar a1 valle que est& tras de esa Gltima cuesta. Maiiana, en la tarde, a la caida de las oraciones, estariamos all&.Eres joven; pihsalo bien! Te repito que es un hermoso lugar,
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lleno de mujeres preciosas, hijas adulterinas de grand es sefiorones de la comarca. Con decirte que ~610 e5 1 duefio de la hacienda de (<ElOiivar)) tiene veinti d6s carreteros, todos hijos suyos. AISino sonreia ir6nico. -2 No vienes?-Y tomando a1 azar dos piedras de la mina abandonada, agreg&Al menos, sigamos hasta el portezuelo. LlCvame hasta all5 estas piedras. Son pequefias, nada pesan. HarC con ellas, aunqiie s610 sea por pocos dias, feliz a un ambicioso, Y YO tendrC donde comer y dormir en paz por una G tienes todavia semarla. <Sonries?No es engafio. T unas ideas inGtiles. 2 Acho una mina no vale nada? 2 Nad;a una esperanza de or0 puro? 2Cobro muy car0 por vender esta, a1 precio de una cama SLicia y restos de comida, que sblo rob0 a 10s perro:j ? Po1. el camino van ahora el viejo y el joven. Aunq ue toman por atajos para abreviar las largas revue ltas innecesarias, sienten cuAn poco avanzan a1 ir por entre las enormes y quietas montaiias. . De v c:z en cuando conversan, con largos intervalos, en v(IZ baja, palabras interrumpidas que mAs bien E;e adivinan que se oyen. -2 De veras? C ;i; quisiera saberlo. -2 Y por qu6 no? Te explicari. todo. 1 Jo olvides lo de 10s tordos. ;C6mo puedes amaef jtrarlos con s610 poner las manos en ellos?dijo fLlsino. -i Niiio inocente! ;No adivinas? Si 10s acaricio
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es para zafarles un huesito del ala. Algunos, muy pocos, quedan, a1 comienzo, adoloridos y permanecen con las alas entreabiertas; despuks nada muestran. Les doy libertad a1 llegar a 10s pueblos y ellos, que s610 pueden andar, andan y corren dando saltos. Y las gentes que 10s observan dicen: si no vuelan es porque estBn amaestrados. Y como es ya mucho milagro que un pBjaro muestre sus alas y no vuele, nada de extraiio tiene si imaginan que esos tordos saben, tambikn, muchas otras cosas. --iLes quiebras las alas? -No, se las zafo, un huesito.. . Te ensefiark a hacer liga de quintral para que 10s caces. Ah! y mira, Curcunchito; fijate en que 10s pBjaros gustan del fruto del quintral, y ellos mismos son 10s que llevan las semillas a otros Brboles, y all& prende el quintral, y arruina a1 Brbol del cual vive. Es una planta endemoniada ; tiene hermosas Aores rojas que las mujeres buscan y venden a buen precio en las ciudades. Es asi que a todos por un Iado hace bien y por el otro mal. Si, Curcunchito; diablos! la vida es dificil; pero no tanto para 10s hombres libres. -Si es asi-dijo Alsino-2 por qu6 donde quiera que vamos has de robar algo? -Pues, por eso mismo, hijo de Dios. No sabes que 10s posaderos calculan sus precios teniendo en cuenta 10s robos que unos u otros viajeros van a hacerles? Si nadie les robara, ellos robarian, entonces, a todo el mundo; y para librar a 10s demAs de ese mal, y para dar tambikn a esos posade-
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gustazo despuks de un mal rato, les robo. ue si ellos claman contra 10s ladrones, en .ior, despuks, sonrien satisfechos de su inte, a1 recordar que todo, hasta 10s robos, lo previsfo. Haciendo bien a tanta gente p o ) yo cometer una acci6n sencilla que si me a, trac, en cambio, tan general equilibrio? todo el mundo se hiciera esas reflexiones!. . . uieres callarte? Y o procedo de acuerdo con jucede y no con lo que pudiera suceder. He t costumbre sensata. Porque son pocos 10s )an, hago yo un bien robando lo que para eto estaba destinado. ;Comprendes? Para plicar est0 cuando si todas las gentes lo n de palabra, lo aceptan a1 proceder. . . fesarias tti, Curcunchito, que has comido de campo? Nunca! Que asco, dice la gente; un atrevido afirma, sin temor, y con h i m 0 loner su conviccih, que 10s ratones de 10s cururos 0, mejor aun, 10s two-tuco, ?nos; ti$ que guardabas ese secreto, timido res, es posible que Fntonces lo confieses y gas de su lado. Y cu5ntos hemos comido, Verdad que cualquiera de ellos tiene came la que 10s conejos? Como que son m8s h&conocen las raices dulces. iciaba el viejo un saquillo que llevaba colI cuello. En 61 un quique prisionero, animae es el terror de 10s ratones, se estremecia xido roce de la mano, creyendo, tal vez, iban a pedir, una vez mas, sacase de sus
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cuevas a 10s pacificos ratones campesinos, ratones pardos de colas largas como pequeiios escobillones. Por largo tiempo 10s viajeros siguieron mudos. S610 muy de tarde en tarde asornaba, en palabras, ya en uno o en otro, el curso interior de meditaciones aisladas, vagas e intraducibles. -2 Que?-preguntaba entonces el viejo. -2 Qui& ?-averiguaba Alsino. -Si ;quC decias? -Yo no he dicho palabra. En realidad eran como exclamaciones. -No puede ser, es imposible.. . ;A que se referia el viejo? Alsino, inquieto, prestaba atenci6n ; per0 Nazario no agregaba otras palabras explicativas. Ascendian hacia el portezuelo. Una enorme grieta, que ocupaba a lo largo el camino, 10s oblig6 a ir por el borde peligroso que daba hacia Ia quebrada. Una quebrada profunda cubierta de bosques. Era ya tarde. Todas las laderas de 10s cerros estaban en sombra. Uno que otro alto picacho recibia 10s rayos cardenos del sol oculto. Ligerisimas nieblas nacientes comenzaban a velar*la oscura sima desde donde ascendia un halito frio y oloroso. Muy abajo, un ave de rapiiia volaba solitaria; y cantos breves y tristes de phjaros invisibles, levantaban ligerisimos ecos que se disolvian, dbbiles, en 10s vastos aires de esa soledad. S610 el lejano y cristalino rumor de las aguas de un torrente oculto, persistia imperturbable, pareciendo hacerse mas sonoro a medida que las sombras avanzaban.
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-Cu&n itas cosas, Curcunchito, pudiera haberte ensefiado. iSabes convertir monedas sucias en sortijas 1)rillantes y aros de plata? ;&ut5 debes hacer palra que tu jilguero gane en las carreras en que se apuesta a cual de las aves da m8s cantos o repique tes de llamada en menos tiempo? Muchas otras cOE ;as pudieras saber; cosas pequefias, si, pero que bastan para que vivan gentes libres, como nosotros, que se contentan con poco. Llegab:in a la parte m&s alta del camino. Algo m8s abajt3 6ste se bifurcaba. Uno se dirigia a1 llano distante. Desde la altura, el valle se veia dividido por linde s de zarzamora y alamedas desnudas, en pastales verdes y potreros pardos reci6n arados. La nochc: comenzaba a velarlo con las primeras neblinas. Un caserio, a1 pie de las azules y oscuras montafia:i del norte, se denunciaba por pequefias y cristali nas luces. S610 en el cielo del poniente, y en 10s lagunajos que dejaron 10s filtimos aguaceros, briillaba una frr'a claridad amsriilenta. El otrc1 camino, siempre a gran altura, seguia a media f alda de 10s cerros para despu6s internarse en nuevacj serranias, Ilenas, a esa hora, de una apariencia in quietante. -iSer; 5 seguro ese camino para que vayas por 61 de noche?-pregunt6 con sorna el viejo Nazario. -Tfi clebes saberlo-dijo Alsino. -Esta regidn tiene malisima fama, y si algunos desalmad os se encuentran contigo, de seguro, al verte en la oscuridad, van a creer que llevas un
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sac0 a la espalda. Por quitArtel0 serian capaces de todo. -No tengo miedo-dijo, con naturalidad, AIsino.-Buscar6 un rinc6n cualquiera para dormir. Aqui tienes tus piedras. -Mira, Curcunchito, antes de separarnos, d6jame darte un 6ltimo consejo. Cuando encuentres en tu camino hombres desconocidos, ten cuidado si son solicitos y se ofrecen, risueiios, a acompaiiarte. Desconfia! pueden ser ladrones. Toma por compaiiero improvisado de viaje a aquel que reciba tu ofrecimiento con mayor turbaci6n y temor. El, a su vez, teme que t6 le robes. Per0 como nada de eso suceder8, t6, indirectamente, a1 fin del viaje, le harAs ver que sus sospechas te han herido. El, entonces, timido, no sabr8 donde ocultarse, y para escapar pronto a su verguenza, te dar8 m8s de lo que ti5 le hubieses podido robar. Y con la agradable consecuencia que donde le encuentres huirA de ti, lleno de confusi6n. Est0 es muy de desear, porque un buen compaiiero de viaje es, a menudo, un estorbo en la ciudad. iAdibs, Curcunchito! Alsino ri6 regocijado de tan peregrinas advertencias. Desmafiadamente, y sin otras exteriores demostraciones, se despidieron el viejo y el joven. AI proseguir solos, cada cual por su camino, comenzaron a sentir ligera desazbn, que aumentaba con el silencio y la oscuridad de la noche naciente.
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REVELACION
la 6ltima moneda compr6 un trozo de pan, y sali6 del villorrio. Ya en 10s , afueras, no pudo reconocer, en el hilo sucio, cenagoso y callado, a1 alegre arro$1 que mAs arriba bebiese. o entre riridos lomajes, que las lindes de dades cruzaban, dormia el pueblo hosco rrimo.' Veianse arboledas achaparradas ; negruzcos y ruinosos ; construcciones maue no llegaron mris all&de paredes de adobe altura, carcomidas de lluvias y de vientos, s de in6tiles esfuerzos, desplomrindose. ihanchos y gallinas, vagaban escasos por juelas torcidas y desiertas. io en soledad, Alsino no sabia amarla conION
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tinuamente. El lastimoso aspect0 de ese lugart:jo le trajo mayor angustia. Unos muchachos, jugando con una rdstica (:arreta fabricada con un caj6n viejo y unas ruedlas llenas, formaban gran algazara a1 permanec:er atascados en 10s profundos carriles pantano:;os que habia en el camino antes de que itste iniciatra el repecho. Alsino, curioso, se acerc6 a ellos. Tres mucf iachos, enj aezados como caballos, forcejeaban clesesperados. El que en el interior del caj6n haczia el rol de cochero, no dejaba en paz la huasca. Un mocetbn, que venia con una yunta de buey arrastrando ramas traidas de la montaiia, a1 T. obstruido el trhsito, se detuvo. Con la aijada c hiesta, delante de 10s bueyes, afirmado en el yus aguardaba molesto. -Que les ayude el curcuncho!-grit6. Aludido Alsino, de buenas ganas se dispuso a prestar auxilio a 10s muchachos. Diitronle el si tio del caballo de varas. De un vigoroso envi6n, pudo sacar del atolladc:ro o r una de las ruedas, y ya de por medio su amL propio, logr6 sacar la otra. . AI trote, cuesta arriba, iba arrastrando el canret6n. Los chiquillos, felices de encontrar tan bu en caballo, gritando alegres quisieron, todos a la v(:Z, meterse dentro del vehiculo. Como Alsino con tamafio peso pudiera apen as seguir cuesta arriba, comenzaron a propinarle cle-
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nuestos gr0seros, y golpes con 10s terrones que tenian a m2in0. Acezando se detuvo el jorobado. El carretero, que iba a 1,a siga, uni6 sus gruesos improperios a iuchachos impacientes. Envalentonados 10s de 10s nCstos, escogieron piedras en vez de terrones, y 10s menores, saliendo del carretbn, petulantes y provocativos, se acercaron al caballo maiioso, dhdole con la huas ca por las piernas. Extraiiad,o y molesto, logr6 coger Alsino a uno de ellos poi+ el brazo, y se lo apret6 con fuerzas. Phose el chico a berrear desesperado. -Eh! Eh ! anda curco!-grit6 el carretero, dhndole con la ai.jada un fuerte puntazo en las espaldas. Alsino, d cdorido y colQico, a1 sacarse con rapidez 10s imIxovisados arneses de cordeles, enred6 en ellos su F)oncho, y, por zafarse de algo que lo embarazaba, SC! despoj6, a la vez, de todo estorbo, quedando desnudo con sus alas vibrantes en ira. Espantados h uyeron 10s muchachos. El carretero, a t h i t o , conio quien ve a1 diablo, dej6 caer la aijada y escap6 ve,102. :rsecuci&n fu6 AIsino corriendo y agiEn su p~ tando sus a las. Per0 como si se mantuviera en un gran salto (:ontinuado, not6, de pronto, que sus pies no tocaiban tierra. De trecho en trecho, breves, fueron repitiendose sus primeros vuelos. Tan graride impresi6n recibi6 ante el nuevo poder que : ;e le revelaba que, olvidado de ofensas de carreterc)s felones y haraganes crueles, intent6 emprender un vuelo mayor y libre; mas estaba 5
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tan fatigado, que apenas si por un corto instalite se desprendi6 del suelo. El estruendo que hacia su corazbn, aleteando en su pecho, era el de las aves bravas cuando se (le baten furiosas en su jaula. La sangre que deellas, entonces, mana, parecia ser la que cegaba a A Isino con un velo rojo. Tambaleandose como un ebrio, volvib adoride quedara abandonada la carreta de 10s niiios. Ilesenredando su poncho, con 61 otra vez cubier'to, no dud6 en escoger un atajo que se dirigia a la m c3ntafia solitaria.
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UPJ REFUGIO EN LA NOCHE
lomajes y serranias abruptas, domiando, a veces, borizontes abiertos sobre alles brumosos; bajando a las aldeas y caserios de: puertas cerradas y ojos inquisidores; donde se oyen voces de mujeres ocultas que ame----ll-.. lldddll, iioros de nifios y cantos de gallos que anuncian el paso del tiempo; por caminos llenos de barro, entre paredones ruinosos e interminables, con Qlamnq ----- trnnrhados Y tristes que renuevan en el extremo he 10s rnuiiones sus debiles varillajes; pox- anchos cauces profundos y estQiles de rios muertos; atravesando torrentes impetuosos y turbios que pulen pied:ras o cristalinos esteros que se deslizan silenciosos por blandos lechos de arena, entre Arboles quietos y sombrios; por todas partes, durante largos dias , ha vagado Alsino.
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Si baja a 10s pueblos es para volver, con maycires ansias, a las solitarias montaiias. Alli tranquil() Y confiado puede desplegar sus alas y contemplai:las y acariciar las finas y suaves plumas. Y cuandc) le acontece, de improviso, a1 subir a un elevado si tio, divisar en lontananza el asombro que trae la visi6n repentina y olvidada del mar, del mar inmensc' Y resplandeciente, le sacuden temblores de loc ura y llora de no poder a6n volar y obedecer a1 llam:ido que para 61 parece venir desde la m8s inconcebible lejania. En casas abandonadas de campesinos a quienes hicieron huir salteos o maleficios, entre matorrzdes de quilas espesas o en esas grutas que hasta las mAs severas de las montafias, ofrecen, Alsino bu sca abrigo en las frias noches del otofio. Ahora e stA en una de ellas: una cueva escondida entre 10s Qrboles. Afuera, en el cielo nocturno, lleno de nu bes negras que pasan veIoces, se ve como huye poseido d e terror el cardumen de las claras estrellas. Pa:;an d e una nube a otra, ocultQndose como pececi'110s de plata enIoquecidos por un tragic0 aviso; y aiunque toda la noche interminable nadan con igual frenesi, lejos de ir avanzando, la fuerza invisible del rio de obscura eternidad que buscan remonf :ar, 10s vence y 10s oculta y 10s arroja, lentamerlte, trQs de las montaiias que se ven hacia el sitio 13or donde el sol se puso. Alsino contempla las palpi tatantes estrellas, y a1 esconderse derrotada algima por 61 preferida, que sigui6 con la vista hasta. el borde de la sierra, vislumbra, a1 avanzar rApicdaS
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Ias nubeis en esa direccibn, que las montafias, de pronto, se deciden y salen a su encuentro. Las nubes, a sombradas, se detienen. Y en rnedio de un siIenci0 desconcertante, las montafias, solemnes, arremetcm y galopan. Embe lesado contempla Alsino la grandiosa y callada batalla. 2Qui6n creerA despuks Fn sus reIatos? A, esa hora 10s leiiadores y carboneros que pudiera haber en 10s bosques, duermen fatigados, Y si algim a partida de bandidos aprovechando las tiniebla: i de la noche, busca valerse de ellas para escapar sin peligro del sitio de sus hazafias, ningdn bandolei-0tendrA el Animo dispuesto para observar tan extiraiio especthculo. <Y qui& es aquel que viviendc) entre montaiias se ha dado cuenta, una vez siqu iera que, en noches de nubes enloquecidas, las moritafias solemnes y calladas, majestuosas, vuelan? SOPlOls de vientos bajan y estremecen 10s Arboles. Las aves despiertan y pian. Alsino busca el abrigo de la cuLeva. Tras 61 entra una procesidn de hojas secas. L as que en el interior, agrupadas en el rinc6n mhs osc:uro, dormian, se contagian con la alegria que trac:n las nuevas compafieras, y en el fondo de la gruta se arremolinan y rozan, ebrias, el cielo de roca. Mas de una, en su apresuramiento, a1 entrar, no evit: la pequeiia fogata que encendiera Alsino y se chamusca y muere como una mariposa. Alsinc1 ese dia ha recorrido leguas, ha comido ~610frutos silvestres y siente que el sueiio, suave-
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mente, lo rinde. Cuando busca dormir en el lecho de hojas secas, 6stas comienzan, de nuevo, a danzar en brazos de vientos galantes que vienen a convidarlas. U bailan hasta sobre el cuerpo y el rostro de Alsino que, con tales caricias, no p e d e conciliar el suefio. Por un instante no sabe si es fantasia o realidad; per0 el 'murmullo creciente y continuo que lo persigue, desde su aventura con 10s muchachos, a ratos coni0 que se aclara y convierte en palabras. Ahora escucha anhelante. $on las hojas las que hablan? jEs posible? Si; parece que son las hojas, y el viento, y las rocas, y el agua que se filtra gota a gota, y el fuego que aun arde afuera. -2Sois vosotras las que hablhis, hojas ?-pregunta, tr6mulo, Alsino. AI oir la voz, una gran zozobra detiene la zarabanda. Las hojas, inm6viles, escuchan. -Ah!-dice, feliz, Alsino. -2Quii.n es?-indaga una vocecilla. -Es el hombre que ha entrado en la grutacontestan varias. -Si, es el hombre, hojas y d e m h invitados a la fiesta. jOh maravilla!-exclama emocionad0.Cuanto terror y curiosa alegria me trae el saber que ya podemos entendernos. Durante largo, muy largo tiempo, todo ha sido ruido confuso para mi, mas ahora 61, por fin, se aclara. Y erais vosotras, hojas; y erais vosotras rocas, aguas y llamas; y eras t6, viento; y eran acaso todas las cosas de la tierra, y quizas del mundo, las que hacian en mi
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ese ruido! Bien me parecia adivinarlo! Mi sospecha S61() me tuvo confuso y taciturno. Hojas locas! sorP'? ndi lo que tramabais en mi contra, a1 burlaros, hac,iCndome cosquillas en el rostro y las manos. I k1 oir esto ninguna hoja se mueve. Los vientos, aProvechando ser invisibles, se escurren medrosos a I(is m8s oscuros rincones. --2Por quC sois tan timidas? Todas mudas y quietas. Nada os hark. 2C6mo recobrar vuestra con fianza? 2QuerCis que os refiera una historia? -Si, si-dicen las innumerables vocecillas de las hojas. IJos vientos reaparecen confiados y se aproximan. Alsino, con voz Clara e insinuante y ademanes sencillos, les refiere la historia de nunca acabar, quf: asi dice: Sali caminando un dia, sali caminando a pie, y e n el camino encontr6 un letrero que decia: sali caminando un dia, sali caminando a pie, y en el camino encontrC un letrero que decia: sali caminando un dia
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ceremoniosa seriedad, la interminable historia, puede verse, a 10sGltimos resplandores que lanzan las llamas curiosas, el ir y venir de las hojas inquietas que suben y bajan por las ropas del narrador, no encontrando nunca, tan nerviosas son, un sitio lo bastante apropiado para oir con comodidad esa historia maravillosa. La inagotable repetici6n poco a poco va venciendo a todos. . . Cuando se extinguen las llamas, y 10s vientos duermen, Ias hojas se agrupan amodorradas. Alsino, sonriendo, sofioliento tambikn, evitando oprimir sus alas, termina por acostarse en el blando y crujiente colch6n que, todas las hojas juntas, forman.
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de la sana alegria del amanecer, por campos cubiertos de alfilerillo olorosos a almizcle, va Alsino una maiiana en que aun brilla el llanto de la noche sobre las hierbas. A su paso las vacas se desperezan y se levantan, arqu ean el lomo y mugen suavemente. s obre 10s bueyes que reposan, tiuques bulliciosos se af anan en sacar las costras hechas por recientes marc.as a fuego. M;a s lejos, en una ligera hondonada, sorprende un g rupo de jotes mal olientes que graznan y bailan en t c)rno de una yegua muerta. Celebran el extraiio ritua 1 que antecede a1 grosero banquete. Aun sblo danzan en ronda. No sin gracia levantan las patas,
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y con las alas entreabiertas avanzan dando saltos ritmicos. Las mollejas y las pequeiias y calvas testas comienzan a colorearse. Antes de que arda en ellos la sangre espesa de la gula, antes de que hundan en el animal muerto 10s afilados picos y largos cuellos y extraigan las entraiias descompuestas, Alsino se aleja con rapidez de tan innoble festin. AI pasar entre las altas y vigilantes malezas, cadillos y frutos de amores secos se han ido pegando a sus ropas y viajan clandestinarnente. Cuando mAs aIejado se Cree de 10s pueblos, a1 dar una revuelta, el camino emboca por una garganta y cruza un larguisimo puente tendido sobre el cauce de un estero de aguas escasas. Un pueblo se agrupa en la opuesta ribera. Abajo, unas mujeres, metidas las rollizas y rosadas piernas en el agua, lavan dando fuertes golpetazos sobre las ropas y conversan a gritos y rien ruidosas. Como el puente es ancho y cubre la parte enjuta del lecho del estero, las carretas que traen 10s frutos a la pequeiia ciudad, pernoctan bajo 61 e improvisan una posada. A trav6s de las tablas del puente sube el hum0 de las fogatas. De codos en la baranda, Alsino contempla el correr de lasaguas y sonrie ante el alarde de las lavanderas que provocan con sus punzantes risas a 10s carreteros. Estos quieren demostrar indiferencia ; per0 m&s atentos estan a esas desenfadadas mujeres que a las fogatas que se extinguen y a 10s bueyes que se dispersan y beben perezosos.
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io, hallando medio de esquivar la ciudad la calle exterior, que se dirigia a un molino :e, orillas del estero, por alll' se fuC. 3s 10s BrboIes de 10s huertos, vecinos a la a construcci6n, olorosa con la molienda del se veian blanquear por el impalpable polvo de harina depositada en ellos. En la puerta del establecimiento un grupo de molineros, ociosos y blanqueados que, entre risas y gruesos chascarros, 22-r--ltabandel aire libre y de la pereza, se mofaron
2Traes trigo que moler ?-le preguntaron. Deja con nosotros tu sac0 y habla con el patr6n. lVaya con una joroba!-exciam6 admirado de el1os.-En mi vida he visto nada igual. jino, haciitndose el que nada oia, sigui6 su ca. Dos perros, azuzados por 10s molineros, viN n a Iadrarle con furia repentina y amenazadora. jorobado, indiferente, caminaba sin darse . Los perros, contenidos por tal desprecio, antenian a distancia, per0 ladrando sin cesar. la algarabia, otros perros, salidos quiCn sabe onde, acudieron con mayor ira; y como uno Ilos, m8s atrevido, baboseara 10s harapos de LO, 6ste se detuvo, y mirando la jauria rabiosa, mt6 con una voz sencilla: 2Qu6 querCis de mi? chas por otro esas pocas palabras inofensivas, nprensibles para 10s perros, hubiesen avivado revimiento y la rabia que ardia en ellos; per0 ) Alsino ya se daba a entender a las cosas y
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a 10s animales, todos 10s perros, a1 oirlo, enmudecieron a la vez; y, sin responder, detenidos, temerosos, con 10s pelajes erizados, moscrando en sonrisas forzadas 10s aibos y puntiagudos dientes, 10s espinazos en arco, las colas entre las piernas, volvieron grupas y tomaron trotecillos de traves, que fueron avivhndose mhs y mAs hasta transformarse en carreras ciegas y sin freno, huyendo a la desbandada por atajos y veredas, por albaiiales y escondrijos.
EL VUELO incierta la hora, porque el cielo estaba cubierto de obscuras nubes azules. Cuando ya se creia en la llegada de la noche, un;a claridad imprevista apareci6 por el poniente, Y lm segundo despues, 10s rayos vivisimos del sol tocbaron el altozano sobre el cual se elevaba el caserio. La pequeiia ciudad, construida de adobes y lad rillos de roja tierra, despert6 a1 encenderse corno un vasto incendio que ardiese entre montes sornbrios, y contra el cielo tempestuoso y obscuro del oriente. 1 ,as torres de la iglesia, 10s altos y pequefios edificios, 10s Arboles y 10s hombres y animales, sorPreadidos por el fulgor resplandeciente, acusaron,
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en colores nitidos, relieves poderosos y detalles increibles y precisos. Desde el llano sombrio, por donde iba Alsino, el espectaculo de la fpequefia ciudad era de una magnificencia fantAstica. No podia 61 reconocer en esos castillos de or0 resplandeciente, las torres de la iglesia parroquial, el molino ruinoso, las casas vulgares, y las zahurdas miserrimas. Y poco mas all&, a1 bordear un pantano, sobre el cual volaban innumerables golondrinas, y ver reflejarse en el agua la inmensa llamarada que formaban la colina y el caserio, la sinti6 aGn mAs cegadora, quizas por brillar entre el cieno de Ias orillas y 10s obscuros pajonales. Lentamen te fu6 apagandose la luminosa visi6n; mas, como si el fuego hubiese prendido en el aire, por largo tiempo una claridad rosa baii6 el ambiente. Parecia por momentos que llegaban nuevos grupos de golondrinas. Eran tantas las que se habian reunido sobre el pantano a cazar, en rApidos giros, 10s zancudos y mariposas crepusculares, que ellas, a su vez, desde la distancia, parecian, por su nGmero, mosquitos en el aire de las bodegas. Alsino comenz6 a prestar atenci6n a lo que hablaban, y con dificultad, por pasar las golondrinas en vuelos veloces, pudo saber que todas las de la regi6n se habian reunido ese dia para emigrar. Como un torbellino que se elevara en el aire, las miriadas de golondrinas, despu6s del incendio albergado en el pantano, eran negras y livianas cenizas que aventara el cierzo naciente de la tarde.
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E:n miles de estridentes y finos chillidos confean las ansias que tenian de ir hacia las cAlidas sab, tier ras del norte. Chand0 las filtimas rezagadas vinieron a incorpor,arse, el negro enjambre he remont6 despacio en Iel aire hasta llegar a gran altura, gir6 despuCs cinc:o veces sobre si mismo, con el v6rtigo de una hon da silbadora y desapareci6, en seguida, llevado Por rapidisimo vuelo, rumbo a las remotas comarcas tropicales. T1h a agitaci6n angustiosa sinti6 Alsino. Su sangre ardia, sus ojos contemplaban el sitio impreciso del aire por el cual desaparecieron, invisibles, las inn1umerables golondrinas. S#in darse cuenta de sus actos, se encontr6 con, sus grandes alas desnudas, abiertas y temblorosas. ' Las plumas agitadas hacian un rumor semejante ' a1 d e 10s pajonales. Di6 un grito ahogado y terrible;, lo estrangul6 a medias la angustia que le oprimia la erarganta, y sus alas enardecidas con un furor: de Cxtasis o muerte, engancharon en e1 aire. Elevan do el cuerpo, rnientras 10s ojos se entrecerraban,i y 1 : L cabeza, en desmayo, echada at&, recibia el rocc:de blandos vientos, ellas prosiguieron ritmicas, 1 seremas y poderosas. E:n su semi-inconsciencia, Alsino sentia el vertigo del abismo del cielo hacia el cual, elevhdose, caia. Lleingbanse de IAgrimas sus delicados ojos con la alta. y fria atmbsfera, que rasgaban en un choque fort isimo y continuo. El aire inm6vil se trocaba par,a Cl en un viento de tempestad.
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Cuando vuelto en si, 10s cabellos flotantes, cara fria, 10s ojos doloridos, mirb en contorno, vi6 abajo sino una incierta bruma blanquecii llenhdolo todo. Como islas emergian, en ese n flotante y silencioso, las cumbres de 10s cerros. Hacia el este, un resplandor creciente hizo co prender a Alsino que la luna salia. -jOh luna de las solitarias alturas!--excla delirante-perdona que te sorprenda, perdona q sin haber sabido c6mo1 haya llegado a esta regj desierta donde t6, quizas confiada, enseiies mas secretos encantos. Perdbname! mas ZquC pol hacer! Un dial ligado a mis piernas, las vi move y llevarme a cumplir con un secret0 destino. I vez, ardiendo de curiosidad, feliz de sentirme lit libre de toda posibie libertad, no alcancC a expt mentar a1 mismo tiempo este terror de verme un a algo que ahora me arrastra mas all&de 10s limi de accibn fijados a mi vida. Como un dia mis piernas, ahora mis alas las sit to como que son y no son mias. A ellas va mi sang y ellas, a su vez, todo entero, me Ilevan. Cuar nos sentimos arrastrados por el cauce maravillo mente oculto de nuestro destino, todo es expec cibn confusa, y se llega a ignorar si algo, en verd< nos pertenece. iOh luna! c6mo se irisa el mar de nubes que ocultan la tierra. Para 10s hombres ahora ser5 no( oscura, mientras el otro costado invisible de mismas nubes que les impiden contemplarte,
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llena i[oh Dios mio! de esta luminosa y perdida bekzi3. Y n o hai dispuesto, pensando en mi, tal espectAculo Es esa la causa de mi temor y m i alegria; he aqui ciue sorprendo una cosa ignorada, que no estaba hecha para mi! iC61mo chispea ese mar blanco de luz corp6rea! i Q U C es eso que corre sobre 6 1 jEs acaso la sombra que arrojo mientras vuelo? Una mancha pequeiia e incierta va y viene sobre las compactas nubes plateadas. iHe ahi lo que yo doy cuando til brillas;! Misi alas fatigadas me Ilevan, nuevamente, hacia la tierra. No necesitaria de ellas para conocer el camino que a la tierra conduce. Entre mhs alto subo, m8s poderoso y dificil de seguir desplegando siento el fuerte resorte que parece unirme a ella. Ya vuelo desorientado entre la niebIa resplandeciente. Per0 iquC importa! me basta dejarme arrastrar, para 1ir por el camino que conduce a la tierra. Ya til, lUlna, te esfumas y me eres invisible. Las nubes e s t h sobre mi cabeza. Diviso el resplandor de las ciudacdes iluminadas en la noche. Mas jc6mo explicar lo? iSoy yo el que vuelo hacia la tierra, o es la tielrra la que veo ascender hacia mi? S C que yo vuelo y til, tierra, permaneces indiferente, y juraria, dando credit0 a mis ojos, que tus ciudaides se alzan, y t G con ellas, para venir a mi encuentro! i Oh cosas incomprensibles! Cuando iba caminando sobre ti, bien sabia quiCn era el que se movia, mhs arhora cuando vuelo, confuso veo que la tierra,
1 .
ERCERA PARTE
EL CANTO
7 4 1 buen , tiempo se anuncia. Las noches +@ son m$s templadas. A las lluvias el sol !as a vence y las convierte en pasajeros y bu50s
chubascos, y aun sorprende e ilumina a las tables gotas cuando todavia vienen volando 1 aire. Vientos tibios y olorosos, de un perfuue no es el de ninguna flor, per0 que las rea a todas, pasan por 10s bosques cuajados de s, y van y dispersan a grandes nubes que hu7 arrojan sombras cambiantes sobre las dilapraderas. un dia tibio y hdmedo, de aire luminoso, Alvuela, a gran altura, sobre una enorme ciuRefulgen 10s cristales de las claraboyas, brim& suaves, lagunas quietas, escondidas entre
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bosquecillos de grandes Arboles. Suben de 10s par ques y jardines, donde deben abrirse ]as primera: flores, rAfagas de perfumes espesos. Alsino las as pira con ansia, y sin medir el peligro que hay par; Cl en cruzar, volando, sobre una ciudad; acaso in consciente por la belleza del dia, y atraido por e taiiido de las campanas, que abajo celebran qui& sabe qui5 fiestas, prosigue su vuelo curioso y feliz Asi dice: -Oh! embriaguez; volar siempre en silencio nc es posible. Si las alas con s610 volar ya hacen su can to, tambiCn obligan a poner todo el s6r a1 mismc diapas6n. Incansable, mi voz acude y se mezclz a1 gran murmullo de mi vuelo. Acuden las incon. tables palabras, 10s m6ltiples sentimientos 10s in finitos deseos, y mil y mil otros espejismos pugnar por encarnarse y acompaiiarme. Solo vuelo, y st diria que vuela una multitud! 2No hay en estos can tos, dihlogos inverosimiles, voces que afirman J buscan y anhelan cosas contradictorias? 2 Y no ha> otras, amigas, que asienten y confirman las opi niones? Cuando callo, si mis voces se apagan, sui ecos siguen siempre volando en derredor mio, comc un numeroso cor0 de cjnticos que se alejan. Todo desfila en rhpida sucesi6n. Cuhn poco tiem PO mientras vuelo, est& bajo mi vista una ciudad Me acerco m8s a tierra, y ya no es el taiiido de la: campanas el que llega a mis oidos. Ahora escuchc la paz que sube de las calladas campiiias y el mu gido de 10s toros en celo. Mis ojos, que se han idc robusteciendo con el baiio de 10s frios y fuerte:
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ntos, y con el espect5culo cambiante de amplios vie] hor izontes, 10sdistinguen claramente, mientras van Y V ienen por 10s potreros en flor. cIantemos joh! voces joh! sentimientos joh! deseos-1 inccsmprensibles; ayudadme todos y cantemos a la\$ vez , a1 compAs de las alas y del aire que van haciendo melodioso; cantemos esta necesidad de volar, y ar! iQue las alas se necesitan s610 para ciertas vol; ocasiones! Asi lo creia yo, pobre de mi! Cuando lo desee, vola&, decia. Y ha ocurrido que las alas no se 1resignan y piden constantemente ir por el aire arriiba. Con el crecimiento de ellas vino alentando; 5 y mAs, esta ansia de decir y de cantar! m& c:antemosjoh! voces el deseo primero: el deseo de cantar. Cantemos la libertad que por su medio, encuentra no se qu6 tirAnico y oculto poder. Y cbmo, sin pensarlo, todo nos resulta un canto cuando el cor; azbn, a1 agitarse por el esfuerzo del vuelo, lleva a 1as palabras su poderoso aliento entrecortado, obi:iga decir sblo lo principal, y, dando un ritmo varialde, agrupa las voces que se suceden justas, sencilli3s y musicales.
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AVENTURAS adelgaza,. S u rostro palido y curtido muestra Unos ojos fijos, abiertos y penetrantes; s mejillas e s t h enjutas; sus labios, frios y descoridos. Cuando baja a beber en 10s claros y est$:os remansos, contempla su imagen reflejada. El bello negro, abundante y crecido, ondula rizado )r el oleaje que el viento imprimiera en 61. Sus ro- ' i s despedazadas cubren a medias 10s m6sculos ce- ' . dos y recios, que se afinan en una engafiosa y desada apariencia. Cuando marcha buscando frutos .<' ,..vestres, el peso de sus grandes alas lo inclina lilmente a tierra, y toman sus pasos el vaivbn de2 cargadores. a vida para 61 va siendo cada vez mas dificil.
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A menudo, y quiz& enervado por la primavera, t ian llena de flores y pobre de frutos, pasa 10s dias s,in probar alimento. En un principio, no reparando en el asombro y en el peligroso terror que iba a infundir, llegaba tranquilamente en sus vuelos de pleino dia, hasta las chozas de 10s campesinos y pescadorc2s. A1 divisarlo, 10s perros ladraban huyendo ; 10s cabla110s atados cortaban las bridas y, a galope tendid10, iban a campo traviesa; las gallinas cloqueaban 1 1amando a sus polluelos, y con las alas entreabiert as y las plumas erizadas, valientes, cubrian su pro le. Cuando, a1 ruido, asomAbanse viejas y mozas, y dc5spuks de contemplar el azoramiento de 10s pajarillos y demas animales, divisaban a Alsino, agrandacdo por sus alas desplegadas, Ilegarse volando, mudas de terror no atinaban sin0 a atrancar puertas y ve ntanas. Por unos segundos todo en ellas era terril:)le expectacion ; encendian, despuks, velas a 10s sant os y, luego de quemar palma bendita, rezaban en a1ta voz, sin atinar con las palabras, que todas era n : misericordia! misericordia! Y se golpeaban el pecho, y abrian 10s brazos en cruz, y besaban el suelo dando alaridos. Suerte tuvo Alsino de acudir a 10s hogares de esa gente sencilla, porque si nada le dieron, tampo co recibi6 alg6n escopetazo que pudieran habei-le disparado, a haber sido esas personas mfis cult:3% de las que siempre saben a que atenerse sobre di ablos, aparecidos y demAs seres ignorados o misl:eriosos. Temiendo por su vida, se dirigib nuevamente a
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las serranias desiertas. Una tarde a1 bajar y posarse no 1lejos de la cumbre de un cerro Brido, llevado alli Pol- inconsciente y caprichososa decisihn, mientras miraba unas enormes pefias, sin atender mucho a lo cp e contemplaban sus ojos, distinguib, un viejeci 110 de largas y enmarafiadas barbas, cubierto a meclias de remendados harapos que, abriendo 10s bra:zos, exclam6 : -jGracias, Dios Santo, por haber atendido la slip lica del liltimo de tus siervos y haberle envia(lo uno de tus celestes mensajeros! ASsino, comprendiendo a medias, no atinaba a hac1er o decir cosa alguna, y como el viejecito, enflaquecido por las privaciones, no era de temer, y la soledad del sitio mostrAbase absoluta, se entretuvo en contemplar a1 anciano postrado de rodillas, en e~1suelo lleno de guijas, 10s brazos cruzados sobre el Pecho, la cabeza inclinada, las barbas humildes besancJo tierra, orando con un fervor que movia a compasii6n. L,as palabras truncas, reveladoras de la fe expectan.te de ese hombre humilde, conmovieron a Alsino. C'omo si se encontrase ante un emisario de Dios, con prolijidad angustiosa detallaba 10s m&s amargos trances de su vida an6nima, con voz ya fuerte, Ya 1llorosa o desfalleciente. C'uhnta crueldad para con su propio dolor a1 abrir, una vez mhs, viejas heridas y hurgar en ellas midierido su profundidad sangrante! -Si, Dios mio! fui falso y perjuro, rob6 y asesine si no de obra a1 menos de pensamiento. Per0
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tan negros fueron mis criminales anhelos, que la fortuna codiciada vino a mis manos, despub de haberse extinguido la vida de su poseedor, envenenada por mis ocultos y feroces deseos. ;Tend& yo perd6n a l g h dia? Veinte aiios llevo de penitencia, meditando y orando, en este cerro antes poblado de &-boles y hierbas, hoy estkril y triste por la ponzoiia de mi aliento. Y cuando creia que ni cien vidas de remordimiento fuesen capaces de lavarme, tii ioh Dios misericordioso! me envias, en sefial de tregua, a uno de tus Angeles. Alsino sintib a1 oir tales confesiones una tristeza enorme y desconocida. Lamentando no saber aliviar con palabras engaiiosas la tortura del anacoreta, avergonzado del papel que a pesar de sus alas alli hacia, en el mayor silencio se escabull6 detras de las rocas. Y mientras el anciano, hundida la faz en tierra, daba, en alta voz, nuevos detalles sobre otros, tal vez, ilusorios pecados, volando riipidamente, Alsino se alej6 de ese sitio como turbado para siempre.
XV
EL ALBA
la primera claridad del alba, a1 igual de 10s p&jaros,Alsino despertaba y para cada amanecer, tenia una nueva alegria y un nuevo canto. Es en un bosque de peumos y quillayes. La algarabfa estridente de una bandada de choroyes crece con el palor del alba. La locuacidad de esas aves les ha hecho fAcil, desde la tarde anterior, intimar con Alsino. -Buenos dias! buenos dias!-repiten, saludando. Fresca la noche perdad? ZHa tenido usted miedo? iQu6 viento el que vino a molestarnos! Era imposible conciliar el sueiio. Gracias a que tenemos bueY usted? ltom6 nas garras! otros hubiesen caido. i sus precauciones? JA! j&! jA! asi no es posible caer.
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;No nos acompafia a 10s barrancos? Alli tenemo nuestras casas. Las viera! son pequefias. Es IAstim; que no pueda entrar en ellas. Las tenemos llenas de comodidades. ; Imagina que le tuvimos miedo? Estos peumos no acaban nunca de madurar. Nosotros sabemos lo que decimos. Para qu6 ibamos a engafiarlo. Oiga usted! Y hablan y hablan sin esperar respuesta, sin saber si se les escucha. Cuando Alsino se despide de ellos, no le oyen, y creyendole siempre presente, sin percatarse de lo que hablan, llevados por la fuerza de su necesidad de ch&chara, siguen riendo y ofreciendo una y otra cosa, preguntando asuntos inverosimiles y dAndose ellos mismos, las m&s disparatadas contestaciones. Per0 Alsino va I6jos. No puede oir ya el parloteo de 10s choroyes. Concluye el bosque. Se ve el cielo lleno de cfimulos soberbios que dora el sol naciente. Todos 10s que una vez han mirado las grandes y redondeadas nubes cuando el alba o el crepfisculo las enciende, habrAn deseado, aunque sea fugazmente, temerosos de pensar en imposibles, habrAn deseado joh si! ir hacia ellas, caminar y recostarse en su muelle blandura y vagar pcr esos montes de ensuefio; y de 10s senos, azules de sombra, subir alli donde brilla en 10s atardeceres la luz cambiante que va pasando del topacio a1 rubi, del rubi a una PAlida amatista y que, por fin, largamente brilla con el desvanecido resplandor de una inmensa perla enferma. Mas, ahora es el sol de la mafiana el que enciende
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las nu bes. De grises y opacas ellas comienzan a fulgir como brasas que pierden su ceniza y se enciendeln en un fuego mBs y mBs vivo. El bosque, que cubre escarpadas montafias, est& en un resto de la fria penumbra de la noche. Ater idas por el hielo nocturno, todas las aves, tan pronto divisan 10s palidos rayos del sol en la cima del cielo, dejan el refugio de 10s Brboles y volando suben a recibirlos; y a1 llegar a1 aire alto ascienden y baja n en ese rio luminoso, y se persiguen jugando como 1los nifios, y rien, y gritan. Sus cantos hacen una gregueria que parece prolongar el tr6molo cristalino que del aire, a1 entibiarse, en ondas imperceptibles, lentamente fluye. AlsiIio tambiCn asciende en busca del sol, y mientras VLiela canta: -jA .usente dueiio! t u s pasos presiento venir; 10s escucho con oidos tremulos de siervo que quiere compkicer y que no sabe cui51 serA el mandato. Mi tribula ci6n me hiere y hiere, duda de si serC capaz de connplacerte. Viajlero en 10s aires suspendido, entre brisas pasajeras;, adivino tu cercana majestad que viene. MA s all&de lo quevemos, ciego somos, s610 lazarill0 ein el misterio, el olvidado coraz6n advierte. Cuaindo arda el cielo y tus rayos sobre 10s montes caigan iay de mi! si en la negra sombra que sigue a1 des1umbramiento, extravio, en la vertiginosa ascensi6i1, t u s huellas. Cuando a traves de mis pBrpados, que busquen tu visii6n impedir, brille mAs roja, mezclBndose a
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mi sangre, la luz inextinguible de tu hoguera, la expectaci6n ser6 para mi cuerpo dolor desconocido y sobrehumano. U cuando arrebatado por ti me impregne d e t u luz y en ella brille, surgirh 10s cantos que saludan el esplendor de t u eterna aurora. Aurora eterna, si; porque siempre est& surgiendo, para alguna comarca de la tierra, sobre el horizonte de su oriente. Mi voz sei% la tuya, buscar& mi aliento, y confundido en 41 la multitud que encierras, ha& que en vasto y amplio cor0 se torne la sola y debil voz de un hombre. Destinado en secret0 a grandes hechos, recibir6 temblando tus dones y tu amor. Del solitario valle, hmdo asilo a silenciosa vida, volando subo hacia tu encuentro. Y en medio del asombro de menudas avecillas, desatinado, ebrio de Iocura, sabihdome elegido, no pod& mirarte cara a cara. Per0 el destino arrastrimdome a1 delirio, me har& creerme para el instante digno, y arrebatado por fin en mi deliquio, ajeno a mi existencia que conquistas, sere entre tus brazos, en olvido, no mAs que tu placer, en el que acrecenthdome me abismo.. . Os escucho venir. Todo est& dispuesto. El coraz6n en el misterio acecha. Mis brazos se tienden y juntan impacientes, y rasgan 10s aires como arietes. Mis alas reman anhelantes, mis voces surgen como abejas que anteceden mi vuelo. Mis miradas agudas, como sondas, escrutan el abismo celeste.
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cuerpo todo lentamente vibra en un temblor iente. egad ioh sol! la escoria de mi cuerpo t u sacro o aguarda. a pierdo toda Clara nocibn. Obedezco, si, obem o ! Y mientras crece mi deseo de ti, extraviado imbro que se acerca la luz de tu eternidad!
XV
UNA MARANA DE PRIMAVERA
suaves y aterciopelados lomajes, cubiertos de hierbas y flores efimeras que las lluvias del invierno hicieron naUII duke sol en maiiana h6meda de prima; sol nuevo, claro y tibio, de luz que vibra ) el lejano sonido de trompetas resplandees. Brisas de altura, aires livianos, puros y >s, que en si guardan y a1 besar dejan el D sabor y 10s libres suefios del ocean0 que an de cruzar. Distante, apagado y profundo xcha el estruendo de las olas. Cefiido en debiles as, el mar loas se le adivina por sus voces que ve; borroso se diluye y mezcla, en armoniosa 1ci6n, con el cielo que se eleva inconmensurable. :I oriente, las cordilleras remotas, cubiertas con
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el fuego blanco de las altas nieves espejeantes, a diluir sus cumbres en el aire diAfano que resplan dece, logran, por fin, fundirse con el cielo. El mundo entero se disuelve en la luz jocunda, J la alegria de ser domina a toda cosa, y se expandc y crece avasalladora! Alsino, que viene despertando, ya sonrie, y aur cuando pasara la hora del alba en laque, a1 igua de las aves, canta, tal vez ninguna de sus oracione: matutinas equivaldrh en fervor a la dulzura aco gedora de su sonrisa percibiendo, esa mafiana, e alegre ritmo de su sangre a1 deslizarse hasta PO sus dltimas vena's. Sale de bajo 10s matorrales, y, desperezhdosc con un placer prolongado, estira lenta y forzada mente uno y otro brazo, unayotra ala; y echandc fuera el pecho, la cabeza inclinada hacia a t r h mientras cierra 10s ojos y aspira el aire oloroso, sir dejar el suelo, agita sus alas como en una bienvenida Un estruendo que no es del mar, escuchan su oidos sutiles. Oteando hacia la otra vertiente de altozano ve, muy cerca, cruzar grandes manada de caballos que retozan en la alegria del amanecer Van en desordenado galope, 10s cuellos en arco, la largas crines a1 viento. Veloces con la cabeza entrj las patas delanteras, 10s belfos rozan las flores y la abiertas narices aspiran su perfume. A1 divisar a Alsino, mermando la velocidad, in terrogativas, echan hacia adelante las orejas, en derezan 10s cuellos, yerguen las colas y a gran tra
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te, Paso de una eIegancia altiva y acompasada, acuden curiosos. s c)n potros nuevos, gruesas yeguas de cria y potrillc1s de cuerpo menudo y patas desproporcios que copian, presuntuosos, 10s ademanes de ' nadai sus Inayores. Iriresolutos ISS animales se detienen. Brillan sus gran des ojos atentos. AI sino, acogikndolos con zalameras y engaiiosas Ilalabras, trata de que se acerquen mQs. 1 potr6n oscuro da, de improviso, un bote de u 1 cost:ido, atropella a 10s vecinos; y todos, tras 61, se alejain entre corcovos y contenidos relinchos. AIsino, con 10s saltos lentos de las grandes aves cuan do corren en tierra, sale a la siga, remonta, por fill, t:I vuelo y rApido inicia la persecuci6n. L C1s caballos, presintiendo un peligro, van a carrera t tmdida, estrechhdose para salvarse mejor. Pr.onto Alsino les da alcance; vuela sobre la manadat en fuga. Auriga que azuza 10s corceles de su carrc invisible, 10s azota con gritos violentos que zum'ban en el aire como el IAtigo de una fusta implac;3ble que restalla. S Lis ojos escogen entre ellos, y cae sobre el lomo del 1lreferido corn0 un Bguila que cabalgara. El potro : se encabrita desesperado ; per0 Alsino enreda sus Imanos en las crines, aprieta sus piernas como tena zas, inclina su tronco y en la oreja del bruto, que Izsquiva la cabeza, arroja sus voces como ascuas ardic:rites. Sus alas, que el vientoenarca, tras 61, gigantes, tremolan.
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Cegado de espanto el potro demora en recol se, y a1 ver distante a la manada, arranca velc \su demanda. / Jinete en su corcel, que por dar alcance i ;compaiieros, se dirige en derechura a ellos, sal jdo en saltos descomunales enormes grietas, A igoza hasta el paroxismo de la alegria que tr jdominio avasallador. Cuando ve que el potro, sudoroso, comien ;cubrirse de espuma, y , lejos de mermar la dist; I $que lo separa de sus compaiieros, va quedando ,vez m5s y m5s distanciado, abre sus alas, afloj ipiernas, y, despreciativo, dej5ndolo libre, lo i ' dona para escoger presa m5s digna. ' Poseido de ira entusiasta, Qgil vuela y proni canza nuevamente a la manada. De un salto, I una fiera, se deja caer sobre un altivo potro to , que guia delantero. Corren vecinos a las barrancas que dan sol: mar. Atr6.s y distantes 10s potrillos relinchan didos. El potro que Alsino escogiera, se revuelve COI brinca como un poseido. Se alza en dos pat tanto se yergue que va desplom5ndose. Alsir un salto y esquiva que lo aplaste. El potro va espaldas, y se derrumba con el estruendo dc f torre que viniese a tierra. ' Cuando el animal, aturdido, se pone nuevan : de pie sobre las patas abiertas y tremulas, otr ;Alsino, de un vuelo, cae sobre el lomo donde iieron sus matices, hierbas y flores reventada
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briuto, que ahogado resopla, mete la cabeza entre las miinos y sale disparado. Gritale Alsino, per0 nada advierte, ciego avanza i como una exhalacibn, llega a1 borde del barranco y aun sigue galopando largo trecho por el aire, entre ' lasI gaviotas que graznan y huyen sorprendidas. AIsin0 da un alarido y lo abandona. Vuela espan-j taldo, y ve c6mo el potro cae veloz hacia el mar, oye el choque que hace a1 hundirse y desaparecer entre i 1 la:j olas, y contempla la enorme columna de espuma q ule se levanta!
XVI I
EL MAR
va por la orilla del mar donde las olas lanzan sus zarpazos y aprisionan el aire y brota la espuma. Sube por altas rocas grit;es, con pozas de agua cristalina donde cuajan 10s grumos deslumbrantes de la sal. MAS all& de las 6ltimas grietas del granito inclemente, defendida del viento y s610 cruzada por sombras de gaviotas que vuelan, duerme, reclinada, una playa de muc:rtos caracoles marinos, blanco cementerio de esos silenciosos pobladores del mar, sitio preferido de iinvisibles corrientes submarinas.
LSINO
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Aldominar el mar desde mayor altura, y oir el ofrecimiento que se extiende y desenvuelve por z$US amplias y azules Ilanadas, como un canto sube! Y llega hasta Alsino un deseo de vuelo. Abre sus alas; da con ellas a1 aire dos o tres golpes, y se lanza hacia Io alto, firme y rQpido. Cuando para sus finos oidos el Qspero sonar de la resaca se convierte en suave murmullo, 16jos Y a de 10s cuervos marinos y de las Qguilaspescador as, entre grandes pausas, con voz entrecortada, en10cionado exclama : -iMar! jmar! Desde aqui veo tus grandes y pequefios rios :rail de plata que hundes en la tierra joh! bosque az ahora florid0 de espumas; flores las m&s grand blancas, hermosas y efimeras del mundo. iOh padre! por dos d6biles alas que yo poseo, en cada ola tii despliegas, curvadas por el ansia y el viento, alas gigantes de inmensas aves desconoicidas que naufragan. No s610 su caudal traen hasta ti 10s rios; en ell como un legamo invisible, viene la sabidurfa c recogieron a1 cruzar la tierra. Altiveces de erguidas montaiias acuden hacia ti disueltas como un tributo. Filos de rocas lima1.on t u s puros diamantes. Teiiidas en paz de campi]Ea, te manda la tierra dulzura. Sobrevive el reflejo de todas las flores en t u tono cambiante; y el aroma de incontables jardines, aceite oloroso caido en las aguas, contribuye con s610 una nota en el vasto c(Incierto de tu sacro e infinito perfume. .
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Mas viles ciudades te mandan su cieno. Flotando rios oscuros, hombres que tristes, a manos ocultas ajenas murieron, sus cuerpos te envian. Barcos I velas que la muerte guia, iinico piloto de todas , naves que nunca retornan. Mas tii siempre arrojas de nuevo a la tierra todo que flota. Todo lo que teme tus hondos abismos, i donde el tiempo trabaja y convierte a tus aguas, e absorben y crecen, las mil variedades de form2 justancia que pueblan el mundo. Del hombre retienes su espiritu. Mil veces viajeros en busca del or0 o el suefio de remotas comarcas, en naves un dia gallardas, el otro deshechas por las tempestades, a tus aguas cayeron, bregaron nadando. La angustia espantosa de tu abismo y misterio, y el misterio y abismo de la muerte postrera, hicieron que miles y olvidados recuerdos llegaran volando. Y a1 hundirse, con el Gltimo aliento, todos esos sueiios, a tus aguas, por siempre, quedaron mezclados. Cuando nuevos viajeros recorren, en barcos que avanzan solemnes, tus soledades, creen que s610 son aves las que eternas siguen en pos de la ruta de todo navio; y a1 sentir una vaga tristeza, la atribuyen a tu vasto y desierto horizonte. .. Si reflejas a1 cielo, tit recuerdas a Dios. Tii perduras viviendo aquel dia primero del mundo, cuando Dios te tifiera de eterno a1 pasar sobre ti con su sombra y su acento, y en las cimas joh padre! que forman 10s montes mayores, te hundiera y atara por siempre!
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Si lo imprecas, tuvoz, su voz, recuerda; te revue ves airado y deseperas, y'tus olas gigantes rernemc ran su clamide agitada!
XVIII EN EL VERANO SILENCIOSO en la soledad de unas cumbres calvas y roquefias, Alsino tiene que salir de ese seguro retiro y volar en pleno dia. El viuelo, en un comienzo, algfin fresco le proporciona1, per0 el esfuerzo desplegado luego le trae mayor t)ochorno. Abre infitilmente la boca buscando alivic en beber el aire; per0 mAs se resecan asi sus fauces enjutas, y una saliva ligosa hace insoportable con su viscosidad, la sed que le atenaza. Arde 61 aire. En oleadas sube de la tierra reseca, comcI halitos de horno. Los cerros desnudos, a trav6s d e las ondas calientes, 10s ve agitarse temblorosos comc1 monstruos echados que acesaran. En 10s repliegues de las lomas se van destacando las nnanchas redondeadas y oscuras de 10s matoEDIENTO,
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rrales. Siguen la humedad de las quebradas y d c 10s hilos de agua que en la 6poca de las lluvias PO ahi van. Espesando mas y mas, a medida que l a hondonadas descienden, 10s matorrales aumentan ! crecen hasta convertirse en bosques de 6rboles alto y tupidos. Quietos bajo esa tarde canicular, que ninguna brisi recorre, hay en su inmovilidad la actitud de una es pera angustiosa. Alsino 10s contempla, y viendo que entre elloS espejea el agua de un remanso, comienza a baja r en busca de la sombra y la frescura que le ofrecen Divisa. un claro en el bosque y en 61 desciende Bajo 10s arboles que rodean el descampado, echa das, sestean unas vacas. AI divisar a1 intruso, in tranquilas, van levantandose pesadamente. AlsincD les habla y las sosiega. Las m5s nuevas y ariscas, que comenzaban a huiI , se detienen y vuelven la cabeza. Cuando despues de atravesar el claro de tierr a suelta y quemante, cubierto de bostas secas, Alsinl0 se interna bajo 10s &boles, las vacas, que lo siguein con sus miradas, mugen maternalmente. Por el sonido que hace cantarina el agua, pront 0 da en el arroyo que cruza el bosque, alii donde 1a espesura es miis sombria. Con 10s destellos del diamante sobre la tierra ne gra de su cauce, lamiendo las rakes contorsionada y revueltas, como serpientes en lucha por bebei brilla la linfa pura. A las hojas secas que caen, c arroyo las acoge y transforma en barquichuelos qu
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derivaiI, joviales, siguiendo la loca y r5pida corriente. Aprcwechando una alta y angosta cascada, las pierna:j abiertas como un puente sobre el arroyo, Alsino cierra 10s ojos y estira la cabeza, abierta la boca s(:dienta. El agua penetra en el, fresca a1 igual de la riieve. Siente c6mo va bajando por su pecho, que se ensancha para recibir tal alegria. Goza de un placer intenso, a1 que, interminablemente, se entrega g:oloso. s u s piernas cansadas tiemblan, sus ojos tanto tiempo cerrados, traenle sensaciones vagas; y, como un son kmbulo, inconsciente se inclina. Brusca az6tale, d c2 Ileno, el agua el rostro. Ribndose sorprendido estira Ijus brazos para no caer y se apoya, inseguro, en ramias que lo pinchan y en peiias agudas. Y la cascada lo bafia por entero. Cuaindo se aleja, como calofrios que le recorrieran la piel, siente el escurrirse de las gotas de agua que de&la su cabellera y que bajan serpenteando por su pecho y su espalda. Risa s claras y voces alegres lo hacen detenerse asustac30. Tras el grueso tronco de una patagua, escrut: 1 el sitio de donde las voces vienen, y distingue en el amplio remanso, que el arroyo, mAs abajo, forina, a unas j6venes baiihdose. Furt ivamente se aproxima pidiendo ayuda a cada tronco . Se detiene curioso. Cerca de 61, blancas y apabul ladas est5n las ropas de las baI;iistas. Busca un sitic3 mAs seguro y observa sonriente. Son dos niiias. Como el remanso tiene escaso fondo, el a gua, a la menor, la cubre apenas hasta el arranI
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que de ~ O S muslos. Cuando la mBs alta, que persigue a su compaiiera lanzjndole pufiados de agua, un instante se endereza, el sol, que refulge en su cuerpo hfimedo, la hace invisible en fuerza de resplandecer sobre ella. Brilla cegadora, como una hoguera emergiendo de las aguas. Es un vivisimo fuego blanco encendido en el oscuro corazdn del bosque. Alsino, deslumbrado, aparta de ella sus ojos heridos, per0 donde quiera que pose, en seguida, sus miradas, un velo de sangre, que vuela presuroso, va ocultandole toda cosa. La pequeiia laguna, que siempre durmiera en duke quietud, ahora tiembla con las ondas que nacen de esos jdvenes cuerpos agitados. Pequefiitos oleajes llegan a besar las orillas y cantan suavemente. Alsino, que entiende la voz de las cosas, a1 escuchar lo que dicen, experimenta una nueva sed, y su sonrisa, antes despreocupada, adquiere un gesto sombrio. Llegan desde larga distancia, repetidos por 10s ecos del bosque, isdcronos e iguales, 10s golpes interminables del hacha de un lefiador. Los phjaros, en el sopor de la siesta, callan ; sumidos en quietud, estBn 10s Brboles. Todo lo dominan, reinas en la floresta, las alegres voces de las bafiistas. La mayor, aviesa, juega pesadas bromas a su compafiera. Ya la acosa con pufiados de agua, ya sigue tras ella sin dejarla un instante en paz, ya se zabulle y, tomandola de las piernas, la hace hundirse bajo el agua.
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La pequefia, sofocada, sale llorosa y la insulta; y aunlque la mayor quiere impedirlo, la ofendida logra a lcanzar la ribera, y, sin dejar su enojo y sus Ihgrirnas, camina en busca de su ropa. Rapida va vi stikndose. -T Jerhs!-amenaza-te acusark a Lorenzo. -1 lnda! tonta-respbndele la otra, desdeiiosa. -1 inda y dile! iQu6 me importa tu hermano? -2 No te importa? iNo oyes su hacha? Corriendo ir6 a su lado. ;Si alcanzara a llegar antes de que salieras del agua y te viese, asi, desnuda! -4 Iorre en su busca, que aqui lo espero. Lo Crees muy Icerca, y antes de que llegue tendr6 tiempo para seguiir aiin bafihndome largo rato, y vestirme, y llegat. tranquila a mi casa. La pequeiia sale corriendo y grita: -7 t o le dir6 que eres mala, muy mala, y Lorenzo no te querrh mhs. Nunca, nunca te hara otros regalos . . . CU, ando la oendida desaparece, la otra joven, aunqile sigue bafihndose, se ve que ha quedado nerviosa.. Aumhtanse sus dudas y cruza el remanso apartando violentamente las aguas a1 ir corriendo con d ificultad en penosas zancadas. Se toma de las rama:j pendientes y trepa a la orilla. Alsino, sin darse cuenta de sus actos, sale de su exon dite y va a su encuentro. AI oir un roce entre las -- rR .-mas, la joven vuelve ligera el rostro Ilevando, rapid;a, una mano a sus verguepzas. AI divisar a un hombIre que, timido y sonriente, se acerca, lanza un grito de terror y huye a escape. Como Cree que la
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persigue, sin dejar de correr, mira hacia atras, tropieza con un Arbol, y se da tan recio golpe en la cabeza que, tambaleante, se detiene, gira sobre si misma y cae sobre el talud cubierto de hojas secas. Alsino, asustado, se detiene. Per0 a1 oir que lastimera gime, el coraz6n salthdole en el pecho, se va acercando lentarnente. Por all$ el arroyo cae en el remanso. Se inclina y toma entre sus manos, como en una copa, el agua fresca y vuelve donde la joven para vertirla en su boca. El agua no pasa mas all& de sus apretados dientes, derramhdose por sus mejillas que empalidecen. Vuelve nuevamente al arroyo; cuando regresa, a1 contemplar el cuerpo desnudo de la joven, se queda inm6vi1, observandolo en muda alegria. AI inclinarse para darle nuevamente el agua, observa que toda ella se le ha escurrido entre 10s dedos. El sol, que atraviesa el follaje, cae en discos de or0 atigrando el cuerpo desnudo de Ia joven; y una claridad mayor baiia su vientre terso, donde, como diamantes, brillan las gotas de agua que destellan. Algunas hojas que en la caida volaron, han quedado pegadas a 1 cuerpo htimedo. AIsino se inclina. TrCmulo toma una de las hojas que est&entre 10s pechos ntibiles, y, cuidadoso, la desprende. Mas y mAs confiado en su habilidad, va limpiando ese cuerpo desnudo de toda impureza. Camo algunas ramillas son muy pequefias, sus dedos, para sacarlas, tienen que acariciar la piel. Un escarabajo, confiadamente, trepa por uno de 10s muslos. Alsino lo ve y persigue sin piedad ;cuando
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ya cr'ee encontrar a d o , es cogido y lanzado lejos. Un ruido de ramas agitadas hace que Alsino se incorpore vacilante. Una vaca viene perezosa en de:manda del agua. Re hecho de su impresibn, furioso Alsino toma una 1piedra y, violento, la arroja contra la intrusa. AI t r ote huye la vaca con gran estrkpito de ramas tronc hadas. La joven lanza un quejido y vuelve la cabeza. A travCs de 10s piirpados, apenas entreabiertos, se ven Ijus ojos clavados como 10s de una muerta. Alsino, temeroso, se inclina sobre ella. Buscando el sitio de su corazh, para escuchar si latia, vino a colocar su oreja sobre el pecho izquierdo. Como nada oyeraL,dej6 apoyar todo el peso de su cabeza en ese suavt:cojin turgente. La pie1 estaba h6meda y fria, per0 desde el interior, junto con unos vagos latidos, senti;3 subir una duke tibieza. Fu 6 girando su rostro y, antes de mucho, no escuDsaalguna,porque era su boca la que ahora apoch6 cc yaba sobre el pecho. Y fu6 beshdola aqui y all&, en ca da disco de sol, como si quisiera con sus labios hastaL de ellos limpiarla. La raz6n perdida, se recost6 sobre la joven como en u n blando lecho. Enervado fu6 enderezhdose sobre sus rodillas ; y cuando, acometido del furor, pGsose :sobre ella, agitado, a temblar, sus alas vibraron rApid'as como en un vuelo. SZU ejiibase mAs dulcemente la joven. Abriendo sus c)jos parecia mirar desde un mundo distante.. . Ibixn aquiethdose las alas; y las hojas, que vola1
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ban suspendidas, principiaban nuevamente a cac Caian sobre ella, leves como suaves e interminabl caricias que la besaban por todas partes. Cuando Alsino se inclinb a expiar el rostro de joven que volvia en si, oy6 ruido de pasos en la hoj rasca. Temiendo el regreso de la otra nifia, y c hermano de ella, sali6 volando por el hueco que 1 &-boleshacian sobre el remanso. AI mirar hacia ab jo vi6 en el agua, ahora quieta y dormida, otro s a 61 parecido que volaba alej5ndose hacia las pr fundidades de la tierra. Una suave laxitud comenzb a envolverlo. Ganac cada vez m5s por un dulce suefio, en pleno vuelo cerraron, lentos, sus ojos.
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de suaves y tibias brisas, dormirA recibiendo la luz de las estrellas y el fresco polvo del invisible rocio que desciende. -j Oh noches inagotables!-canta-otra vez volvCis I Interrumpidos quedan 10s surcos, paralizadas las labores y vendimias. Una vez mas, el dia que acaba de pasar, no ha cumplido las esperanzas que en 61 se pusieron. Nuevamente defraudados, 10s hombres todos, comienzan a esta hora, como avaros que se mueven en las sombras, a trasladar el tesoro de sus ilusiones, a1 dfa por venir. Moradores viviendo a Ia orilla de un rio que se desborda y sube incansable, van mudando sus bienes de 10s sitios que las aguas aniegan, a otros mas y mQ elevados. Noche de abril, olorosa a vifias cuajadas de racimos, no s6lo frutos abundantes madura en ti el oto50, tikndense t a m b i h a dormir 10s hombres bajo tu espesa sombra, cual semillas cubiertas de tierra oscura y liviana. MAS de un? que triste y cansado cay6 en tu surco, joh noche! mafiana, se despertarh florid0 como una amapola. Y estas horas negras, idCnticas a tantas otras, se alzarAn despuks en su recuerdo, como una montafia que se interpuso y torci6 el curso de sus aguas. Per0 jay! como rio subterrheo, tambiCn por tus entraiias sigue su marcha, y mAs invisible, el tiempo. El tiempo que aun en el dia es ya tan transparel Y 10s dolores que para muchos dormidos se aprcDxi-
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1 vienen, como peregrinos y romeros por man, PO r 6 un cami no real. LlegarAn con el alba, y tan rendidos, y tan miiserables, que sus hukspedes, aunque quieran expulsar.los, no tendran jam& el valor necesario. ;Qui6n sin0 es cada cu81, prestara albergue a sus propios dolores? MQs compasivo que el destino, el hombre no 10s abandona y termina por sentarlos cada di;3 a su mesa. Ya se apagan las filtimas fogatasde 10s campesinos y se extinguen las luces de 10s dispersos hogares. Distant e y dhbil, surge apenas de la tierra el fulgor de las (:iudades lejanas que pretenden, vanidosas, ioh noc'he! vencerte. No SC \lo son sombras, lo que t6, a la tierra y sus moradoires, traes. Madre de toda cosa impenetrable, tu oscuridad se presenta a1 igual de un viento imprevisto, avivando las innumerables interrogaciones clue el hombre perennemente se hace. Ellas brillan como chispas que brotan de una hoguendida en la negrura de la montaiia. Gritos ra ence: de perd idos caminantes, oraciones te cruzan y SUben invisibles. Traspasado de todas ellas, quedo en mis vuc:los de cada noche. En sus ansias de llegar a la allIura, flechas ciegas disparadas a1 cielo, las que en ;su camino me encuentran, sutiles y terribles me atra viesan. Por las heridas que me hacen las incontabl es oraciones de 10s hombres, canta mi ser, , a1 igual de ahora, en vuelo silencioso joh cuando, noche! te voy cruzando. Cuan do un pez nada en las profundas y 16bregas simas d el ocbano, con it1 tropiezan las burbujas IleI
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nas de aire triste que suben por largos meses de 10s buques nhufragos. Asi cada voz y cada ruido que ahora a mi llegan, llenos vienen de algo mAs liviano y penetrante que la noche ha depositado en ellos. Sube el sonido de 10s besos de amor, en lejano crepitar de incendio; ascienden 10s vagidos de 10s que nacen a la vida,como balar de rebafios extraviados; trepan 10s dltimos suspiros de 10s moribundos, con el leve quejido de 10s cierzos invernales. Oigo a todos ellos a la vez, y risas perdidas y llantos tenaces. Y tal si la vida se paralizara, todos juntos forman un acorde siempre sostenido y constante. Un segundo se confunde con todos y cada uno de 10s segundos que siguen, y una noche viene a ser, asi, la negra noche de siempre. jDios mio! joh trhgica angustia, la de saber en este vuelo nocturno, que no hay sino presente! El est& ante mi tan inmutable y eternamente idhtico, que se diria tu rostro. El tiempo no es sino la medida de 10s breves pasos de un hombre, recorriendo un camino que reposa, por siempre, a si mismo, igual!
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LA TEMPESTAD
el amanecer oscuro, el aire viciado por inmovilidad, caliente y turbio, denso hasta la angustia, soportaba, rendido, el peso aSru,mador de una inmensa y monstruosa nube negra (iue Ilenaba, sin resquicio, el dilatado drculo del cielo. Hebdiondo, de una fetidez vaga y desconocida, ni resid uos de 10s valles, campos lejanos apenas visibles; ni lagunas de aguas pfitridas; ni fermentos ignoraclos de frutos ponzoiiosos que alli, en la montaka, pudiese haber, serian capaces de producir ese olor Iextraiio que despertaba en Alsino, en las aves
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y en 10s animales, el pavor expectante de un ance tral y remoto recuerdo sobre el anuncio vecino ( ineludibles cataclismos. Cuando 10s toros bravios salieron inquietos de espesura y, vigilantes, lanzaron poderosos bran dos de alerta; cuando las alimafias dejaron sus cu vas, e iban sin rumbo enloquecidas, ya hacia tier PO que las aves, en bandadas, volaban inquiet: dando estridentes voces. En el silencio tragic0 de la contenida expectaci6 libre y sin freno, un ruido profundo sub% de las e trafias mismas de 10s montes, y, sordo, poderoso interminable, fu6 creciendo, hasta la exasperaci6 en hondura y terrorifica potencia. La tierra oscil6 temblando. Como si bajo el pasasen las olas del mar, en ondulaciones vi lentas de serpientes en fuga, 10s montes, antes qul tos, danzaron en desorden como barcos anclados una bahfa insegura. Una luz carminea, tal el reflejo de lejano ince dio, tifii6 el cielo ensombrecido. Abajo, el Qspero e trechocarse de las ramas de 10s Brboles, ponia fuga a 10s pequeiios pajarillos, que volaban veloc dando agudos y breves silbos. Como si 10s remecieran manos Qvidas de traer tierra 10s frutos inalcanzables, 10s bosques eran I cudidos por el temblor con impetu continuac Chasquidos secos, crujimientos penetrantes, y cai ramas quebradas en la refriega. Y mientras algun Brboles, crecidos en el borde mismo de 10s barrancc
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se derrumbaban con estritpito, arrastrando consigo 10s 1:errones y las piedras que abrazaban sus raices, de t odos 10s bosques estremecidos, en lluvia suave mdante, se desprendian las hojas interminables. P asado un tiempo indefinible en extensih, la tierr-a ces6 de moverse. Los animales, todavia inquiettos, azotaban con las colas sus ijares nerviosos y jadeantes. Las aves aun volaban sobre 10s monites, como tbbanos en espera de que se aquiete el ICbmo de sus victimas. Dlistante y perdido, un trueno que venia del norte, hizo volver todos 10s ojos en esa direcci6n. E1 silencio que siguici fuit acrecentado por la inmo\ Tilidad en acecho. Vivido relampago cruz6 en zig-zag de fuego contra las nubes oscuras. Fugazmente todo el valle, que desde la altura se divisaba, se iluminb con su respilandor verdoso y espectral. R/IAs sombria, tras su luz cegadora, quedb Ia maiian, a cenicienta. En el silencio, un nuevo trueno rod6 arrastrado, dest acando, soberbio, su Aspero sonido retumbante, Iwolongado y hondo. Lejanos, otros selbmpagos dieron su luz rapida, Y t rsuenos menores siguieron en s6n de batalla. Comen26 a soplar, en rbfagascalientes y secas, un viento repentino. En ellas se hacia mayor esa feticiez extraiia que anuncia la tempestad. Lentas principiason a disgregarse las nubes. Unas, bajzis, blancas, deshechas a jirones, pasaron velo-
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ces; trayendo la ilusi6n de que las' otras, mAs altas y oscuras, volaban en direcci6n contraria. Uno, dos, tres claros se hicieron entre 10s nubarrones filtimos; y trozos de cielo, de un azul puro y sereno, se abrieron remotos. Alsino vi6 caer las primeras gotas de una lluvia pasajera. Gotas dispersas que no dejaron huella, secadas por el h&litoardiente del huracAn que se desencadenaba. Invisible, en trombas frenhticas, el viento, antecedido por su ulular, avanzaba apagando 10s bramidos de 10s toros en fuga y 10s gritos extraiios de 10s animales salvajes. Aves arrebatadas y revueltas con ramas desprendidas, todas entre un turbi6n de hojas, pasan r6pidas hacia a1 sur embarazadas por sus propias alas. Cuando 10s &-bolesgimen silbando como las cuerdas de 10s navios y torbellinos de polvo cruzan sofocantes en giros vertiginosos, Alsino, 10s ojos ardientes, secos 10s labios, la ondulada cabellera tre molando como negra llama, inquietas las alas enor mes que a1 entreabrirse lo arrastran, sin contene por mAs tiempo el estremecimiento de locura quc lo sacude, obediente a 10s deseos desenfrenados qui en 61 libertan las fuerzas tumultuosas, dando ala ridos de frenesi y deseoso de la terrible alegria qui trae el impetu de la vida a1 desbordarse, abre S U I alas y, sin esfuerzo, se entrega como las hojas des prendidas y el polvo de la tierra, a2 torrente invi sible del viento de la tempestad!
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21 como una camera cuesta abajo, excitado por FA( fa vel'ocidad mBs y mBs acelerada del huracan, Alsino jiente la embriaguez de ir cayendo en inconscienci a. S610 queda en su coraz6n una felicidad fiera y desencadenada, abierta a 10s deseos mhximos que se le ofrecen sumisos y rendidos. NO con voz humana, extrafio, ronco, grita: -7 Joy si, voy! Mas lejos! Fuera de mi! Maduro como fruto que estalla y arroja sus sabias semillas a1 vicento, mi alma anhelante rompe su cArcel. VuelaL infinita y dispersa. RBpida busca todo confirl ! i Salve! joh viento divino! Td excitas y obligas a cortair las amarras a todas las naves y a todos 10s hombIres. Td llenas sus vidas de ardores terribles que riunca, por otro emisario, reciben! ii6n despierta y aviva esta furia del 6xtasis? iQ1 Delat a tu paso presencia divina. S610 ella es capaz de es te fuego sagrado. Ti5 naces de alas supremas en vu elo! El viento espantoso lo arrastra veloz, lo encumbra, 1o suelta, lo vuelve a tomar y lo arroja iracundc)! Rasga y muerde las plumas, busca arrancarle las alas, y brama! Bajo sus garras las alas vibran y rugen como grandes arpas! El dia turbio se oscurece m8s y mBs. Repentina se d escuelga una lluvia torrencial. Alsino gozoso la recibe y canta. ! ivido de ti, desnudo y danzando en 10s altos vientcIS,me encuentras joh amplio bautismo! Unge
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mi cuerpo: mi cabeza, mi espalda, mi pecho, m alas, mis brazos, mis piernas! En mis labios, vierte tus aguas. Ni vaso, ni cuenc de mano se mezclen. Directa mi boca las beba. N es sed, que es ansia! Diez gotas asi yo reciba y s( diento de todo perdure. . ! La lluvia prosigue terrible. De tibia que era, pa: a ser fria y cortante. Caen las gotas como alfilert de hielo que pinchan las carnes desnudas de Alsinc S u cuerpo caliente, la lluvia evapora. El agua enceguese su vuelo, y hace pesadas SL alas. A1 viento mismo lo abruma y l o vence. Atrc nadora cae una manga de granizo. Alsino, herido por 10s pedriscos, desciende. En la cumbre de un monte, bajo 10s Brboles espl sos, lo rodea un bIanco nimbo de vapor que fluj de su cuerpo ardoroso empapado de lluvia. Contempla, la mirada incierta, el caer del agu< Es una cortina que se hace mhs y m&s impen1 trable. Un vel0 que va esfumando desde lejanas altas sierras, desde llanos profundos y oscuros, has1 rocas pr6ximas; y todo ello con un crepitar en cre cendo que se mantiene mkximo, por horas y hora hasta turbar el Bnimo. Se forman hilos de agua que culebrean, arroyul 10s que ios reciben e hinchan y se desploman mi gidores en torrentes que cavan grietas profundas c las laderas. En cataratas sonoras, se despefian 1: aguas espesas y rojizas. Despu6s de largas horas de batalla, por instant1 parece que declina el turbihn, y cuando ya comieni
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a nacei una esperanza, otra vez, y mAs fuerte que antes, arrecia ensordecedor un diluvio que ocupa cielo y tierra, llenando inagotable las horas que caminan lentas y rendidas bajo su azote. Arboles descarnadc3s de la tierra en que afirmaban sus raigamaen a 10s improvisados torrentes, bajan r5bres, c; pidos Jr luego se atascan en otros que forman diques. Choca espumosa el agua en ellos, y sube, y batalla sin cesar buscando paso. Abrese una brecha con el dierrumbe de una puntilla, y el agua impetuosa arrastr;3 consigo 10s Brboles que descienden a las llanuraS. Akin o dej6 hace ya tiempo su primer refugio. Se ha guai-ecidobajo unas rocas que le dan mas seguro reparo. Impr.evisto, otro recio temblor sacude la tierra y parec:e que disloca 10s montes. El v iento que espiaba, nuevamente comienza. Jia suelta sus IAtigos y busca contenerlo. La 'Ilu~ Confundido, el viento vacila, mas luego acomete furioso., Las nubes se dispersan en fuga. Cae el chubasco. Iluminado por el sol poniente es una inmensa red de araiia, toda de plata desde 10s cielc3s tendida. El viento la hace flamear. Las Imontaiias, hfimedas y oscuras, parecen islas que emergen de 10s valles inundados con el desborde de 10s grandes rios. Siempre en persecuci6n de la Iluvia, el viento va lejos. SI U ausencia, mayor dulzura deja en el sosiego del aire.
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En esa mansedumbre se percibe, frio, el perfu.,--de 10s bosques y de la noche que viene. Nubes olvidadas por altas, comienzan suaves, lentas, puras, en silenciosa esplendidez, una sinfonia crepuscular que se eleva resplandeciente. Alsino la oye. Habla su coraz6n, mientras el, el Animo embargado, lo escucha : -Ved en nubes tenidas por vanas, unos tras otros 10s vivos matices de todas las flores y de todas las cosas que en tierra encarnan belleza; ved c6mo adquieren las mil y una forma de todos 10s cuerpos que saben de actitudes divinas. Es mundo formado de s610 las cosas mejores que nunca descansan en tedio de rasgos, por siempre, seguros y quietos. Jam& satisfecho, ondula buscando, por todo un abierto e infinito camino, las formas futuras de ensuefio. Sin advertirlo la emoci6n interior, a1 ir creciendo, se hace en Alsino, ritmo y voz y vuelo. Asciende recto y extasiado hacia las nubes. Un inmenso cor0 desvanecido sube de las hierbas que dan su olor, de las aguas que lanzan su brillo, de 10s p5jaros que elevan sus voces, de la paz que vuelve a regir, mAs solemne y completa, sobre 10s campos vencidos. Cuando ya en la altura inmensa, a Alsino lo 1 vuelve el resplandor luminoso de 10s castillos niebla, y mira un instante hacia la tierra, at6ni sin percatarse de que es el rojo crepfisculo el que refleja en las vastas llanuras inundadas, de que
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las imhgenes de las nubes las que se ven luciendo bajo 10s cerros sombrios, exclama: -i Dios! Huracanes, diluvios y terribies temblores han dislocado la tierra. i Oh trhgica maravilla! vec c6mo vuelan dispersas'entre las nubes resplandecientes, y acuden en poderosa ascensibn, las enorme:s y oscuras montafias! Por el sutil ocean0 del airc2, libres vienen, como inmensas islas en vueloI
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rra, todavia hdmeda, s610 se levantaban la caida de la tarde; volando AlI una noche, noche de grandes nubes y luna fuva, creyb ver, en la comarca que tenia bajo sus i, un paisaje familiar. 'on intranquila alegria fui reconociendo las laas de Torca y de Vichuquen; 10s lomajes y 10s 3dos; el puerto de Llico, donde clareaban la6 imas del mar; y, a orillas del desaguadero, os3 y triste, el grupo de chozas de la aldea donde es viviera. :ra alta noche pasada. Los gallos cantaban danlas horas. El alba venia cerca.
mas dibiles a
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Alsino, emocionado, baj6 a las dunas, y fatigosa mente fuC por 10s oscuros repliegues y hondonada S de las blandas arenas. En sus filtimas estribaciones, 10s medanos incons tantes habian cambiado. La choza de sus padres s inclinaba bajo el peso de las arenas que alcanzaban por un Iado, hasta el techo de carrizo. Dos horcone la apuntalaban por el costado opuesto. Todo dormia tranquilo. Bajo el cobertizo, placi dos, rumiaban unos bueyes. Alsino se acerc6 a la puerta de su casa. A trav6S de las rendijas salia una dkbil luz. Asomandose a 1, a mhs ancha grieta, divis6 en el interior del cuarto un a vela de sebo casi consumida, ardiendo con una larga y humeante llama inm6vil. Empotrada en el gollete d e una botella, sobre un caj6n que servia de mesa d e noche, la vela iluminaba la pieza con luz rojiz a que hacia mAs negras y profundas las sombras. E n .el lecho de Poli no habia nadie. Los rotos colchone'S testaban doblados. En el de la abuela se veia a 1a vieja medio recostada. Sus ojos parecian brillai.. Un resoplido vago, cansado y gangoso, que mecia sU cuerpo, se escuchaba apenas. S u s manos intranquilas iban y venian sobre las ropas hurgandc' ~7 Y sacudiendo las descoloridas frazadas en una bu!sca constante. Alsino, intranquilo, la espiaba. Vefa, (:on asombro, el rostro de la anciana casi inconocible por lo flaco y desencajado. Cuando la vieja pernnaneci6 un rat0 con las manos quietas, y uno de 10s brazos se desliz6 hasta quedar pendiente fuera del lecho, la tuvo por dormida.
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E ntonces meti6 la mano por entre las tablas fIojas (3e la puerta e hizo resbalar la tranca. E ntreabriendo, temeroso, la puerta, inspeccion6 10s I-intones. E n uno estaba la vieja silla de montar con sus man diles rotos impregnados a sudor de caballo, olor fuer te y agrio. De las vigas enhollinadas colgaban la Ftisma jaula vacia y 10s mismos envoltorios polvoriientos que 61 viera por tantos aiios. ElI brasero apagado y la negra tetera; estaban bajo la mesa. Ropas colgando en el rinc6n mAs oscuro y sobre varias cajas, encima de sacos medio vacios, dormian unas gallinas. Nada inspiraba rece lo. A Ihino con sus pies descalzos, que se posaban sin ruid 0, se fu6 acercando a1 lecho de su abuela. Se detu vo a1 ver que &ta, 10s ojos vagos y extrafios, lo mira.ba y miraba. C Izsb la vieja un instante en el acesar de su fatigosa respiraci6n, y sus ojillos hundidos e inseguros, se qiuedaron observando con m&sClara atenci6n a Alsirio desnudo y a sus enormes alas grises. Nada dijo cuando su nieto le tom6 la mano colgante y la retwvo entre las suyas. Despu6s sus miradas contern$ Aaron largamente la gran sombra que arrojaba. -Alsino ! Alsino!-Fu6 ella quien primero habl6, con voz apagada como un murmullo. Alsino! -Si, soy y o . . . ;Est& sola? AI oir la voz de su nieto la vieja di6 un d6bil grito, y cri spada por el espanto, como cperiendo huir, se
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incorporb en el lecho, retirando su mano con ihsospechado vigor. -Soy yo; soy Alsino, no tema. -iDios mio! iAlsino! 2Eres td?-y cerr6 10s ojos y doblb la cabeza, desfallecida como presa de un sincope. Inclinado sobre el lecho, Alsino, confundido, no atinaba sin0 hablarle y hablarle. Buscb a tientas algo en su ayuda por el cuarto. Sobre una mesa, habia, en una olla de greda, cocimientos de hierbas aromAticas. Encima del cajbn, encontrb una cuchara irnpregnada del mismo olor. La abuela se movib en el lecho. RApido Alsino volvib hacia ella. -Ven! niiio, ven! 2D6nde estamos? Llegb sin saber!. . . iMuerta ya! Bendito sea Dios! -No, si est&viva. No tema. Est&aqui, en su casa. -Alsino! CPara qu6 engafiarme? Poli ; bandido de t u hermano! me abandonb. g Y tus padres? <Sabes tii dbnde est&? Sola, enferma, meses aqui en cama.. . Si no hubiese sido por mi vecina. Ah! per0 que tonta soy, td debes saberlo. ;No ven ustedes todo Io que ocurre en la tierra? Dime 2cbmo moriste? iCuAnto te he buscado, niiio! Sblo tu sombrr ro encontr6 flotando entre 10s juncos. -Pero, gentonces Cree?. . . murmura. Alsino. -iQu6 alas tienes! 2 Y debes de andar asi de nudo? iPobre niiio! iVen! 2No tienes frio? Acu6 tate y abrigate; abrigate aqui conmigo, como cuanc eras nifio! Pero, no! No te acerques! Tengo miedi
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i Dios mio! Retirate! ;Qu6 es esto?-Y comienza a solloz:ar implorante.-;Dime, Alsino, eres t G ? -C3, soy yo, que he venido a verla, ipor quC se asust a ? -i Entonces ya estoy muerta? 2Muerta yo? iAnimas E,enditas! ;Y estemiedo? jAlsino!-gritarendida, Y va desfalleciendo, y se turban sus ojos, y sus manos iiiquietas se agitan, y su pecho da resoplidos de ahogc1. DespuCs, sosegadamente, entra en un sopor, exclaimando con voz entrecortada y estropajosa: -4 Me has venido a buscar?. . . Y ya eres todo un Qr igel. . . No lo hubiese creido de ti. . . JA! j8!. . . No te enojes... Eras bueno, si, si, muy bueno; per0 ... no lo entiendo. . Y c d n t a s cosas sabras. . . Vamos! cuent a . . . ! ;Podrias dejarme terminar esa frazada? Alsinlo!. . . ;QuC debo hacer? Espera. . . ;QuC pasa? iHijo !. . . ihijo mio!. . .-Sus ojos buscan 10s de su nieto. Hacen un signo incomprensible. Alsino le toma una mano. Ella parece asentir. De su garganta salen voces incbmprensibles y glG-g16s, como de una r)otella en la cual el agua, invisible, sube. Y1o mira con sus ojos m8s y m8s opacos que giran lento:;en las 6rbitas profundas. La mano que Alsino tiene entre las suyas, adquiere, de pronto, un peso extra 60; Alsino se estremece. Quiere comprender ; per0 no la sueIta, y siente como se va enfriando. -1 lbuela, soy yo! iQu6 tiene? -i La he muerto!-exclama entre sollozos.-iNo me di;jo ella que estaba enferma? Iba a morir pronto, e: ;ta misma noche, tal vez. Y no ha creido en mi! 1 de tiene por muerto.
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Silencioso llora. AI salir se sobresalta porque la luna empalidece con el alba que se avecina. Terne lo sorprendan. Vuelve a entrar confundido, y luego sale irresoluto de la choza. zC6mo enterrar a la pobre vieja? Si, en las arenas. AHi es f6cil. Tropieza con 10s horcones que apuntalan la miserable vivienda. Se detiene dudoso. Luego toma uno de 10s horcones y, con gran esfuerzo, lo saca de su sitio. La choza cruje bamboleante y se inclina. Toma el otro, y lo quita r6pido. Entonces las quinchas ceden y se quiebran con ruido. Las arenas sobre ellas se derrumban y sepultan la choza, Alsino emprende el vuelo. Va silencioso entre 10s p6jaros que celebran el nuevo amanecer.
XXII
EL P ~ N I C O
ni de dia ni de noche, deja de haber arrieros que vayan viajando por todos 10s caminos. Asi sea por atajos o despepeligrosos, por sendas desconocidas o amplios caminos reales, ellos, noche y dia, van y vienen t:ras de las mulas y las yeguas madrinas, adormiktdos por el tintineo de las esquilas. De vez en cuando, a1 detenerse las tropillas para ramonea.r en 10s polvorientos matorrales, 10s arriean gritos que turban la soledad. Las mulas ros lanz; prosiguen su marcha, y ellos, encajados en sus altas y estrechas monturas, vueltos a1 vaivCn cansh 1que les imprime el paso de sus caballejos, oyendo el eterno sonar de 10s cencerros, recobran su mutic;mo y por leguas y leguas, camino adelante,
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piensan, o dejan de pensar, en qui6n sabe qu6 cosas. Son ellos y 10s carreteros que van en caravanas, en viajes que hacen interminables el tardo paso de 10s bueyes; son 10s faltes que recorren vendiendo gCneros, baratijas y quincallas por 10s mAs apartados villorrios y lugarejos, 10s que traen y llevan por todos 10s rincones de la comarca, la extrafia historia. Mas, sucede que cuando ellos comienzan a relatar el misterioso asunto, 10s posaderos y campesinos, que conocen nuevos detaIles, les interrumpen y no quieren oir nada hasta no desembuchar primer0 lo que ellos saben. S610 asi, y no sin el deseo de volver a comenzar, se resignan a oir tranquilos el extrafio suceso. De boca en boca corre la nueva del Angel o demonio que, volando por 10s aires, visita la regi6n. Se diria que nunca han aullado tanto 10s perros. Aun a medio dia, o cuando mAs tarde a1 entrarse el sol, con uno que d6 el alerta, por todos 10s ranchos corre el calofrio del misterio a1 oir como, en aullidos incontables, 10s perros lloran en la indefensa soledad de 10s campos. La noticia sube a las cordilleras, donde 10s mineros viven entre las riie. ves y las eternas rocas; baja a las playas, y en las miseras caletas de pescadores, el misterio del nmar hace mayor el phico. Los trenes que en el silencio de la noche cruican 10s campos, se diria que lanzan con sus sirenas n1Qs angustiosos e interrninables alaridos ; 10s jine tes ya no confian en sus caballos, antes tranquil 0%
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porcp e 6stos, a cada instante, ainusgan las orejas y se e 5jpantan de una roca, de un Brbol, de una sombra cualquiera, flenos de presentimientos. Se comen ta con pavor en las posesiones de inquilinos c6rno han recrudecido 10s robos y 10s asesinatos. AI entrarse el sol, ya'esth las puertas atrancadas, y bi en pueden pedir auxilio 10s caminantes incr6duloIS, nadie saldra a favorecerlos. Aunque a la med ia noche se sientan pasos furtivos y cloqueos de E:allinas, todos prefieren perder sus aves y sus mise:ros bienes, antes que encontrarse cara a cara con el demonio. Un peri6dico de provincia comenta la historia con tal ingenuidad, que 10s grandes diarios de las ciudades la aprovechan por varios dias para burlarsc: de 61 y aumentar el tiraje de sus ediciones. Por una semana escasa es el tema de 10s rnAs risuefios comentarios. Ccmo un sefior tenido por desequilibrztdo y espiritista, publica articulcs ampulcsos trat;mdo de engarzar el asunto en bien de su credo, Y C(n o no faltan frailes de aldeas que, sin creer en C4, lo aprcvechan para aternorizar a sus feligreses descarriados , hombres de ciencia, j6venes y fervorosos, salen a rebatirlos y confiesan en largos artic:ulcs, el rubor que sienten ante la ilustraci6n de 1Jn pueblo que acoge tales patrafias. Prueban de Ima manera evidente la .imposibilidad del suceso y refieren otras ilusiones colectivas, de 6pocas pasatdas, que mantuvieron el engafio scbre grandes masas de ignorantes y cretinos.
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Una noche de fines de invierno, en un berna y almacen de trapos y comestibles, en de esos clhsicos boliches que'nunca faltan en el de dos qminos, un sargento y dos polidas ri aprovechan la celebraci6n del santo de una c niiias de la casa, y a1 mismo tiempo que evit cansancio y el peligro de la vigilancia noct beben, comen y hacen el amor entre las bonda y fhciles mujeres. Y la verdad es que no s610 el miedo, 10s y las depredaciones han aumentado. Para es notorio que el amor va requiriendo meno: lindres y escarceos, como si todo el mundc miendo oir la trompeta del juicio final, t c prisa en despedirse de la vida dejando satisf sus apetitos. El dueiio de casa est& enfermo en cama, guardianes tienen asi mayor libertad, y alardt de heroicos ante las mujeres, aseguran, con n fuerza entre mhs beben, que quisieran enconl con el mismisimo demonio. Las puertas est&n bien cerradas. N i n g h ni luz sale a1 exterior. Duermen en torno I casa, grandes y espesos sauces, y tras de el extiende, negro, un huerto de naranjos. Como la primavera reci6n comienza, no ha] para Alsino frutos maduros. La vida le es ( y hostil, pues sospecha el miedo que por partes infunde. En un comienzo llevado p c necesidad; luego, cada vez m&s tranquil0 c costumbre, y siempre a1 amparo del silenci
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que duermen 10s ranchos, una noche aqui, otra lejos, 7Jisita 10s gallineros y soberados Ilevhndose consigo huevos, quesillos y lo que pueda servirle de alimiento en esa su vida cada vez m4s frugal. Es Posible que nadie hubiese reparado en tan insignif icantes robos, per0 son muchos 10s que se aproirenhan del p h i c o y quieren beneficiarse. Sin embargo 61 resulta, siempre, el dnico sospechoso. Esa noche volaba buscando alguna casa solitaria. A pesar de la oscuridad, sus ojos experimentad os descubrieron en el repliegue de 10s montes fin2L aislada por leguas de las mas vecinas, y escondida entre grandes &-boles. Baj6, llevado por su seguro instinto, entre 10s naranjos de un huerto, y no le.jos de un corredor donde, sobre escaleras y barriles abandonados, dormian unas gallinas. En c-uatro pies, y todo lo encogido que le era posible andar, se acercaba, cuando un perro oculto en un Ik c 6 n oscuro, sin titubear, se lam6 resuelto a atacairlo, levantando en el silencio de la noche gran d lesconcierto con sus Qsperos y furiosos ladridos. Uno de 10s guardianes, que en ese mismo e, contra uno de 10s pilares en sombra, instant1 desaloj;2ba la cerveza bebida, vi6 a pesar de su naciente borrachera que, seguido del perro, alguien I:iuia hacia el interior del huerto. Aligerad0 de su peso y valiente por el alcohol, se lanz6 tras el posible ladr6n. Akin o corriendo desesperado por entre 10s Qrboles que le impedian volar, por segundos enlazado en 10s altos hierbajos y sus recias marafias, trope-
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zando en 10s troncos con sus alas, que el viento Ide la velocidad de la carrera entreabria, recibi6, ide pronto, de algo firme e invisible, tan recio go1Pe en el pecho, que cay6 bruscamente de espald:is. Habia chocado contra un alambre bajo tendiido entre 10s Arboles, donde, olvidadas, pendian : 31gunas piezas de ropa puestas a secar. El perro, envalentonado, de un salto cay6 sohr e Alsino alcanzando a darle en un brazo dos o t r.es feroces mordiscos, antes de que el guardiAn, q ue 1 . gritaba llamando a sus compafieros, llegase hasta 6 Con la algarabia y el estruendo de 10s dispar'OS de carabina de 10s otros policiales, a1 acudir en auxilio 10s pajarillos dejaban 10s Arboles y hui an en la oscuridad estrellandose contra las altas I-amas hasta caer despavoridos en la maleza. Aprovechando el encontrarlo tumbado y meclio inconsciente, todos le dieron a Alsino despiadad10s pufietazos y puntapiPls, mirando por mantener c:se casi aturdimiento, propicio a la seguridad y a la obediencia. -Mire, mi sargento! iataditos no se llevaba un10s pavos el sinverguenza ? -Espanten el perro!---grit6 otro. -Toma, mafioso!-dijo un tercero. dhndole una descomunal bofetada. -Traigan luz! luz! -Arriba, cochino! j os Y Por entre la cerrada oscuridad de 10s naran.; fueron 10s policias demostrando con sus gritos
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go11oes el entusiasmo que les despertaba la hazafia que venian de realizar. A1 llegar a1 corredor una SOS]secha sacudi6 a1 sargento; y cuando todos, den tro de la pieza iluminada, vieron a1 preso y O Y eron 10s gritos de espanto de las mujeres enloq1uecidas que volcaban las copas, un calofrio de terror y de misterio 10s posey6, a1 ver que el I.atero era un joven desnudo y esbelto, de pie1 rub ia como la miel, de flotante cabellera y de enormes alas grises y entreabiertas, que levantabanL un pequefio ruido a1 rasmillar, temblorosas, las paredes. --i Dios mio!-grit6 despavorida la vieja duefia de casa, mientras, en alto, y como dos armas que aPuintaran contra el prisionero, hacia con 10s dedos en ambas manos, la sefial de la cruz. T.Jn sollozo contenido se escap6 a Alsino y, sin poder remediarlo, IAgrimas silenciosas se desprendieron de sus ojos. Iba sintiendo, cada vez mAs vivame]ite, las mordeduras del perro. Inquieto de dolor m ovia el brazo herido. --Per0 6ste no es el diablo, mi sargento-dijo uric1 de 10s policias; un chico moreno y recio que batallaba por espantar su borrachera.' --Mire como lo ha dejado el perro! ;No ve que est:i llorando ?-Y como a1 acercarse envalentonado, a A&iino, &e, timido y encogido escondiera el rostro,, queriendo lucirse ante las mujeres, de improvis( 1 le di6 un empuj6n que casi trajo a ambos por tier'ra .
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-No me hagan dafio-exclarn6 Alsino. 2Por qu6 me maltratan? -Deja10 ipor Dios! Evaristo-grit6 la vieja. --Per0 no ve, sefiora-dijo, medio enderezAndose, el guardih--que este mafioso anda asi por la pura fantasia? i Y le sale sangre, y se queja, y pide que no le hagamos nada? iVa a ser el diablo este sinverguenza, sin cola y llorando como un maricueca? El sargento y el otro soldado, intranquilos, no se cansaban de contemplar a Alsino, per0 al ver que el rostro del preso comenzaba a hincharse y a ponerse morado con 10s tremendos golpes que antes le propinaran, renaci6 en ellos la confianza. -Vaya la carita que va luciendo con 10s machuconeskiijo el sargento. -Traigan un cordel y lo Ilevamos, no faltaba m&s!-agreg6 Evaristo, el chico intrepido. Convenientemente atado, las manos a la espaida, aprisionando asi las alas, sacaron a Alsino. -2Y nos dejan solas?-gritaron las ninias, p8lidas de temor. -Yo las acompafio-dijo el otro guardi8n. -D&jelo, mi sargento. Estoy seguro-argument6 Evaristo, el chico bravo, empinAndose a1 pasar un gran vas0 de vino-que 6ste es un falso y nada mhs. Ya verA cuando lo manipulee en el cuartel! QuCdate, si quieres, Eustaquio. --]Per0 de alba est& en el retCn-orden6 el sargento. Lo hago s610 por usted, comadrita, y por las nifias.
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Mientras 10s dos guardianes van por 10s caminos, :udii.ndole de vez en cuando algunos rebencazos ilsino, que marcha fatigosamente amarrado a la cha del caballo de Evaristo, el otro guard&, staquio, aprovecha el desorden que en 10s Lmimos las mujeres dejara tan extraiio suceso, y las )tege entre sus brazos. ?ero las jbvenes, si se abandonan fkiles, no laran grandemente en las burdas caricias del icia. Han quedado como deslumbradas con la irici6n del cuerpo fino y desnudo de aquel .moso mancebo de pie1 rubia como la miel.
XXIII
PRISIONERO ret6n de policia ocupaba 10s restos que quedaban habitables de una vieja casa de fundo. Separada del camino por canal de aguas ocres, rapidas y murmuradoras, y - una reja destartalada, cubierta de enredaderas .ias, todo el ruinoso edificio, 10s arbolillos ennques y 10s restos miserables de un jardin mijculo, estaban cubiertos de verdin y hierbas as. El invierno habia sido copioso en lluvias. De noche su aspect0 era desagradable por la raordinaria quietud que parecia vivir en ace3 entre 10s muros in6tiles y 10s tijerales descardos, en las piezas sin puertas ni ventanas, abieri a1 alto cielo. Esa noche, cas0 extrafio en la estaci6n fria,
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en ellas cantaban 10s grillos, per0 pequefios terrones, empujados por una mano invisible, caian de 10s muros haciCndolos, a ratos, enmudecer y Ilenhdo10s de pasajera zozobra. A esta casa triste han llevado a Alsino. En el cuarto mAs con fortable tienen su dormitorio 10s guardianes, y en el vecino encierran a 10s presos. E n medio de la habitacibn, a media vara de altura, encajada en s6lidos soportes, hay una barra de hierro donde no s610 amarran de 10s pies a 10s presos temibles, sino a todos 10s inelices que alli caen; porque la habitacibn no ofrece seguridad alguna con sus puertas rotas y el techo podrido, con grandes claros por donde se divisa el firmamen to. Esta noche hay, adem& de Alsino, tres hukspedes a medio colgar de la barra. Un borracho, que durmiendo rezonga ; un ratero experto en hurtos de gallinas y pequefieces; y un hombrecito desconocido, gafi8n de poncho que se hizo sospechoso, por que, a1 preguntarle la policia si era forastero, dit6 explicaciones tan largas y embrolladas que caust6 un fastidio peligroso. Para mayor seguridad, a Alsino, con la tijera qu'e tusan 10s caballos, Evaristo, el guardihn, le ha des puntado las alas. -Vamos aver, gallinita loba.. .-le dijo. Y estu vo despuCs, bromeando con tanta alegria que se re tir6 sin darles a 10s presos el puntapi6 de despedida seguridad y revisibn que en 61 era de reglamentc todas las noches.
Dje algunos de 10s gruesos caiiones de las plumas de filsine, salcn lentas y espesas gotas de sangre. La postura forzada, y para 61 desesperadamente inch moda, le obliga a estar de espaldas sobre sus alas mutiladas. Una congoja terrible lo desespera. De :ara a1 cielo ve, por entre las vigas y tijerales desriudos, el vuelo casi imperceptible de unas rem(Itas y pequeiiitas estrellas. c 1uando 10s pasos de Evaristo ya no se escuchan, el r; itero pregunta a Alsino: --Digame, herrnanito, iquC era lo que le decia ese 'bandido ? AIlsino, en la oscuridad de la habitacibn, oye su voz como en sueiios y no responde. -.No se apene tanto, amigo-sigui6 el ratero.Si, 1lo tengo visto, es por temporadas. Hay aiios en que las gallinas no gritan ; pero hay otros, en que Por diestro que uno sea, han de cacarear antes de 9 ue se las toque. LO pillaron con las rnanos en la m asa? iCu5ntas traia? -2YO? -Si, Vaya. . . ! -Yo no traia ninguna. -jBuen dar! ;Es primerizo? No sabe 10 que le pasa del susto. . . AIhino callb. -Lo bien engreido que ha salido el roto-sigui6 el ra tero.- Niega y despuCs se calla.-Y precipit4ndose en 61 una ira violenta, exclam6 fanfarr6n:Espt:ra que salga de 6sta y te encuentre por ahi! Estc)s pata de perro son 10s peores. No dejan a
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nadie tranquilo, llegan, roban y se van; y despi cargan con uno! Afuera se sentian pasos que se acercaban. Er el sargento y Evaristo. Venian a toda prisa d puks de referir a1 duefio del fundo y subdelegac la extrafia captura. Encendieron una vela. Con trabajo desatar a Alsino. Sobre sus pies, que las amarras dejar hinchados e insensibles, apenas podia sostener En silencio, las manos nuevamente atadas a espalda, sin que ellas pudieran ahora retener alas cortadas, Alsino, arrastrado con fuerza de brazos, camin6 con rapidez, entre 10s guardian hacia el fondo de la casa abandonada. Atravesan un potrerillo infitil, con Arboles dispersos y viej a1 parecer higueras y perales, tal vez sobrevivientes de un antiguo huerto, llegaron a un puente tendido sobre un canal seco. A pesar de la oscuridad se dibujaba, alli cerca, la silueta de una enorme rueda hidrilulica de la que caian chorrillos de agua sonando cristalinos y armoniosos a1 chocar contra las piedras descarnadas del cauce. Por una puertecilla escondida entre la zarzamora, pasaron, a traves de gruesos tapiales, a un bosque extraordinariamente oscuro y quieto. No disminuyeron por eso la rapidez de la marcha. -2Se habrA levantado y a ? pregunt6 el sargento. Evaristo no contest6 Iban por un camino parejo y fAcil, per0 en la negra espesura no se veia nada.
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AI foncio pareci6 brillar una luz. Perros ladraron. dianes dieron voces. Los guar1 -Mala tcara! CapitAn! La luz era la de un farol. Colgado en uno de 10s pilares d c? un corredor, diseiiaba en la penumbra de la noc:he, una enorme casa de dos pisos. Hacia 10s costatdos, medio ocultas entre 10s Arboles, otras coristrucciones, vastas y confusas, fundidas en las SO]mbras, se adivinaban apenas. En el c;egundo piso, una puerta se abria sobre el corredor de 10s altos,y una claridad d6bil se vi6 brillar enI .el interior. Alguien grit6: -Suba in! Unos Fierros se acercaron y siguieron, entre zalameros y desconfiados, tras Alsino y 10s guardianes, olfatehd010s cuidadosamente. AI entiear a la pieza donde brillaba la luz, sintieron la agradable sensaci6n de una atmbfera tibia y t ranquila. Era, sin embargo, una habitaci6n enor me y casi desmantelada, con s610 un estante y Ima mesa. Un seiior de poncho, bufanda a1 cuello y sombrero puesto, se adelant6 hacia ellos. Los cordones sin atar de sus zapatos, a cada paso, azo1taban suavemente las tablas desnudas del piso. -Este es el reo, patr6n. -Ach cate!-le dijo a Alsino el sefior del poncho. Tom6 la vela que brillaba sobre la mesa, y la mantuvo en arlto. -2C6n no te llamas? -Me (licen Alsino.
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-;Robando gallinas, ah? ;Por qu6 andas dt3Snudo? ;Y qu6 es eso de las alas? <Aver? Los guardianes se apresuraron a hacer girar a1 prisionero para que mostrase la espalda. El seiior del poncho examinaba, con asombro Y curiosidad, las alas cortadas llenas de pegotes de barro amasado con sangre. -2Qu6 significa esto?-dijo alumbrando miUY de cerca la cara de A1sino.-Estas alas ;de d6nde 12s sacaste? ;Por que tienen sangre? jVuelas? 1 6 -Si, volaba.. . Me las han cortado-mascu' 1 Alsino. -Yo se las despunt6, patr6n-interrumpi6 Evaristo.-Primer0 se las quise sacar, creyendo que eran s610 humorada del roto. -Per0 ;de d6nde te vienen? ;de d6nde pueden haberte venido? Con temor y reticencias, despuh m&s tranquilo, a1 asegurarle que nada se le haria, Alsino fu6 contando, contando, con voz entrecortada, algo de su extrafia existencia. El curso del breve y maravilloso relato serena ba 10s incddulos semblantes. Los policias perdiain, con su tendencia irbnica, 10s Gltimos restos de la embriaguez. Se escuchaban toses sofocadas en el cuarto vecino, y d6biles crujidos de un lecho, en el que, pesadamente, alguien se revolvfa. Un murmullo imperceptible, en torno de la cat fu6 creciendo m&s y m&s. -Espera, dijo el emponchado. A s h a t e Evaristo. ;Est& lloviendo?
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Evaristo desde el corredor, respondi6 : 0, don Javier. Es el vientoque se levanta y mueve 10s Arboles. Parece, si, que va a Ilover. -B ueno. Lleven a este muchacho a donde Banegas. A loja tfi con ellos. Oyelo bien jnada de brutalidade5j! -N o temas-dijo dirigihdose a Alsino. Te vas a quedar aqui en la casa. Per0 jay de ti si tratas d e escapar! Y usted, sargento, pidale a la Candelaria una manta vieja y se la da, mientras tanto, a este muchacho. -21 V o tienes frio? le preguntb a Alsino. -N 0 , sefior. -B ien, vAyanse! Los ptijaros, afuera, comenzaban a cantar. --c 6mo! lest8 amaneciendo? -Si i, ya comienza a aclarar. -E ntonces ll6venlo all& y me esperan. El I;efior del poncho, penetr6 en una pieza vecina, tibrib las vent an as,^ a la vaga claridad del alba se lav6 y fu6 vistihdose, no sin dificultad por lo escaso de la luz y el desorden en que se encontraban sus ropas revueltas y dispersas sobre el lecho y las sillas.
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VEGA D E REINOSO el camino hacia el portillo de Maltusado, en la provincia de X. desde 10s primeros contrafuertes de la Cordillera Cic 10s Andes, por verdes ensenadas, abras angostas, cerros suaves y redondos, cubiertos de retazos de bosque indfgena, y otros altivos y desnudos, s610 erizados de rocas amenazantes y de espinudos quiscos, se extiende la hacienda de Vega de Reinoso. Escasa en tierras de riego, fertiles potreros vecinos a las barrancas del rio; rica en rulos trigueros; con viejos viiiedos de fama lugareiia; abundante en montaiias virgenes; y con leguas y leguas de serranias, aptas para pastoreo de temn n * i A q , es un feudo valioso y pintoresco.
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Viniendo del pueblo, a1 pasar el portezuelo, ya desde la cruz de madera alli plantada para remenlorar un alevoso asesinato, cruz a la que siempre a lumbran velas humildes que comienzan a brillar m 5s y mhs a medida que el crepfisculo se entenebrece, divisanse, aun distantes, en la oscura hondoinada de este lado del rio, que a esa hora refleja el mortecino resplandor de 10s arreboles, m a s 1luces que pestafiean amigas tras confusos arbokidos. Son las de las casas de la hacienda. El raro viajero que cruza por esa solitark1 regi6n, comenzada ya la noche, a1 sentir en sus carnes el primer escozor del vientecillo helado que se levanta, mientras sigue camino adelante, contempla largamente, con ojos de envidia, el cLuke reclamo de esas luces. Un callej6n breve y oscuro, metido entre 1tupidos zarzales y Blamos viejos cubiertos de quin tral, siempre inundado por el desborde de las aceq uias, va recto hacia una plazuela, sombreada por acacios y olmos aiiosos, extendida en semicirculo en frente de extensas y aparragadas construcciones de ad obes y tejas : antiguas bodegas, galpones ruinosos, Pesebreras improvisadas, graneros y amplios corrales. Hacia un extremo asoman las enormes casas de habitacibn de dos pisos, rodeadas por correclores interminables. Dueiio de esas casas,y de tod!o lo que encerraban leguas y leguas circundalntes, fu6 don Javier Saldias. Don Javier era un hornbre fuerte, grueso y simpAtico, de ojos azules, tez tostada y lozana, y con una cabellera rev1ielta
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como si ikcabase de recibir en ella un gran golpe de vientc1. Hospitalario y generoso, tomaba, sin embargo, a sus favorecidos de una temporada, per motivos insignificantes, odios de no despreciables caInsecuencias. En su hacienda, cultivada rutinariamente, implantaba, por convencimientos precipitados, noQedades 2xtraiias y mejoras costosas en detalles de tercer orden. Pas6 un tiempo con marcada preferencia p c)r 10s afanes mechicos. De alli naci6 la instalaci6n de la enorme rueda hidriiulica que, cerca del ret& de policia, iba, inm6vi1, pudrihdose. Nunca qued6 terminada la toneleria y taller que la rueda debia servir. La rotura de una abrazadera, luego de otras piezas mAs importantes, y las dificultades 1para encontrar herreros competentes, hicieron que, un buen dia, colerico, echase rueda y todo, a1 cliablo! Alli quedaron . . . Sus relriciones de familia y su audacia en el manejo electoral, abrianle atenciones y facilidades. Asi la mu nicipalidad de Reinoso era hechura suya, y la policia, un cuerpo de su servidumbre. Sin sentido si%do de la realidad,seguia siendo el muchacho altivo de su juventud, acrecentado, con la costuntbre, un d6n envidiable: el de imponerse, sin gran esfuerzo, en toda clase de reuniones. :rte de su madre-allf, en la hacienda,La mu una anci:ma octogenaria, ocurrida el mismo aiio, Y POCO dc2spuks de la muerte de su mujer, una tfmida seiiora, sobre la cual pasaron, doblhdola, 10s huracimes de su marido, le dej6 solo y confuso
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con sus dos hijos. Sus hermanas vinie-9IJ a v,erlo. El, necesitado de compafiia, no las dej6 regresar. La sefiora Dolores, viuda, sin hijos, se re:;ign6 pronto, encontrando en la descuidada educ;ici6n orita de sus sobrinos un trabajo preferente. La sei% Matilde, la hermana mayor de 10s tres que, Por su solteria e ingenuidad, siempre fuC miracla Y tenida por una menor incapaz, de vez en cua.ndo, a regafiadientes, volvia a protestar de su destierr0 ; per0 a sus quejas nadie, nunca, les prest6 aten ci6n. La verdad es que sonaban, siempre, tan a destiempo, que apenas si hacian sonreir indiferentes. Las particiones entre ellos fueron confusas. Si la sefiora Dolores se conform6 con las embr.olladas condiciones impuestas por su hermanc), la ente, sefiorita Matilde seguia alimen tando, secretam1 la idea de que le habian robado; per0 habia per.dido el hAbito de hablar en 10s casos diffciles. Sentada en el corredor de 10s altos, en intcmninables costuras y tejidos, enteraba 10s dias. Precavida, moviase poco, pues le corrian agujas por el cuerpo. En su gordura blanda y fofa, corn.o la de una almohada, llevaba ocultas tres o CLiatro agujas. Enterradas en distintas ocasiones, des;sparecieron en sus carnes con tal rapidez, que! fuC imposible extrahrselas. A juzgar por 10s dolores imprevistos que sentia, las agujas, dispersas, iban muy Iejos de 10s sitios por donde penetr;uon. La sefiorita Matilde temia que, tarde o tempirano, le pinchasen su corazbn. La sefiora Dolores era una mujer fea y des-
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g a r btda, con un comienzo de bocio en el cuello deforme, de voz agria y continente antipitico. Se levantaba cada dia m8s de madrugada, cuando el pr imer toque de campana, llamando a 10s peones, era devuelto por 10s ecos de 10s montes. Vig i l hdolo todo, en perpetuos trajines, tenia una const:ancia abrumadora para repetir, sin ira, sus brdexies anteriores aun no obedecidas. Los empleados, sin quererla, la acataban, pues siemlwe se sentian confusos ante ella. Naci6 asi un r iespeto que fuC fortalecihdose y que super6 a1 qule demostraban hacia su hermano. Don Javier, orgulloso, no queria darse por enterado de tal supre?macia y en la mesa y, m8s aun, si habia comens,ales extraiios, burl8base groseramente de ella. La cjeiiora Dolores deciale, en respuesta, cosas insiginificantes. Per0 como su vida vacia necesitaba empEearla, por ser de naturaleza laboriosa, sin titubear ponia en todo un poco de orden y de actividad. Pa deciendo de con tinuados insomnios, ocupaba 10s 1; argos silencios nocturnos en idear mejor sus futur'os afanes. Cuando en algunas noches d8base a Pensar, tristemente, en si misma, la sorprendia el alt)a sin pegar 10s ojos. Mas, las jornadas que seguiari a tales meditaciones, eran de una actividad tan 1extraordinaria, que su cuerpo y su espiritu, casti! gados con el esfuerzo, recuperaban en la prbxima nioche el olvido del sueiio. Akbigail, su sobrina, la respetaba, pero, a1 igual de c t 3dos, no sentia gran afecto hacia ella. S610, a vec:es, en algunas tardes, cuando ante lo apacible
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de la hora quedaban inadvertidos lo agrio de ! voz y lo desmedrado de su figura, las palabr, serenas de su tia, impregnadas de olvido y sac] ficio, perturbaban su alegre vida inconscient Entonces Abigail haciale, con timidez, una carici pero, en seguida, por largo tiempo, parecia emp Aada en huirle. Siempre jugando con su hermano Ricardo, pobre ser tardio, como con una muiieca grande, a fuer de consentida en todos sus caprichos, era alegre y traviesa como un pi5jaro. Cuando llegaba la noche, a su padre, que tenia sus ribetes de sibarita y que gustaba, antes de dormir, que ella le rascase la cabeza, dAbale, de pronto, furiosos besos y abrazos, como 10s de una enamorada. Don Javier, ajeno su versi5til espfritu a preocupaciones y compromisos, se dormia sonriente. Asi ocurrib la bltima noche. AI despertar, con motivo de la captura de Alsino, vinieron nuevamente a atenazarle mil quebraderos de ca'beza. El trigo y la cebada crecian mezquinos. Deudas hipotecarias mal servidas, le hacian contratar pr6stamos particulares para cancelar dividendos atrasados. Estaba en visperas de un nuevo pago, por tres veces postergado, merced a peligrosas maniobras; y era abn imposible pretender la venta en verde del trigo, a 10s molineros, unos tales Soloveras, godos avaros, que operzban muy so-
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breseguro. 2QuC ayuda podia esperar de sus vecinos, si todos parecian alegrarse de su situacibn? ch a n d 0 don Javier caia en tales sospechas, montaba en ira sorda que iba acrecentando la sittiacibn desarmada en que la falta de dinero le tenia. Pero, hombre de recursos inagotables, sin repetir las venganzas, iba desde chanchos en senibrado ajeno, cercas rotas, o incendiadas, hasta hac'er que el canal mediero rompiese pretiles y tuv iese en seco, por no poco tiempo, a 10s vecinos mo:lestos. F -'ara colmo de afanes, desde el afio anterior hiibia sentido la debilidad de meterse en negocios d c: minas. Cayeron en buen momento 10s descubiridores de una veta de cobre situada en el solit atrio cajbn de Las Loicas, en su propia hacienda. Y ahi estaba, maldiciendo el dinero gastado, y 61 9'l e aun habia que invertir para salvar el anterior. Lle alentaba la remota posibilidad de poder endosar el negocio a unos yanquis, que habian anunciado u 1 I viaje de estudio por esa comarca. La captura del extrafio prisionero, hirib vivam ente su imaginacibn, haciendole concebir espera.mas descabelladas. Pens6 exhibirlo ; per0 el inibecil de Evaristo le habia cortado las alas. Despues de todo, qui& sabe si m5.s valia esperar! N o fuesen a llegar, en su ausencia, 10s yanquis. M[ientras se vestia a la luz de ese gris amanecer, dfibase a pensar en lo dificil que le seria mantener el secreto. Afortunadamente el invierno habfa
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roto puentes y caminos, y toda la regi6n estaba aislada. Cuando sali6 afuera, en busca del prisionero, sonri6 complacido, como si el aire fresco hubiese disipado sus dltimas incertidumbres.
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EN EL HUERTO
sefiora Dolores y la sefiorita Matilde entraron juntas en espera del desayuno. A esa hora, y por lo oscuro del dfa cenicien to, en el comedor reinaba una claridad escasa. En el aire viciado flotaban el olor rancio y desvanl ecido de cigarros fumados en la noche anterior , el agrio aroma de restos de licores que quedaban en las copas, y el perfume mortecino y sombrio de flores mustias que se deshojaban silenciosas sob1 -e la mesa. En aparadores y trinches, muebles enormes y OSCliros, adosados a la pared del fondo, clareaban ape] nas 10s espejos. La gran mesa, flanqueada de numerosas sillas
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que quedaron en desorden, estaba a6n llena de migas de pan y de servilletas revueltas. -iMargarita! iD6nde se ha metido esta muchacha? exclam6 la sefiora Dolores, indignada ante tal incuria. Se sintieron pasos en el corredor y apareci6 don Javier, gritando: -Gran noticia! gran noticia! gustedes eran las que no creian en el diablo o 5ngel que tantos h-. ,abian visto volando?. jEran ustedes? Pues venga.n ; siganme. Mucho secreto. Anoche, la policia le ech6 el guante. --Javier, por Dios! -Lo tengo aqui a1 cuidado de Banegas. -;Per0 es cierto? Una joven, seguida de un nifio venia bajanldo rApidamente la escalera que comunicaba con el piso alto de la casa. -jPapfi!-grit6 la joven, corriendo hacia dlon Javier.-g Dbnde? <Deveras 7-Avanzaba esbelta Y graciosa ; era blanca, de dorados cabellos castaficIS. .. Cuando se lleg6 a su padre, y beshndolo en la meJIIla, di6le 10s buenos dias, su rostro se coloreat,a, y la agitaci6n de la carrera seguia meciendo api-esuradamente su pecho y entreabria su boca de labios encendidos y htimedos dientecillos. -2Quien te cont6? -iVaya! si lo saben todos. -iQu6 gente! exclam6 disgustado don Javif:r. Lleg6 a juntarse con ellos el nifio: una pobire criatura blanducha, de piernas que cedian a1 pe'S0
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de1 cuerpo y con una cabezota poco firme sobre el pescuezo, delgado y dCbil. Tenia la mirada vaga, la expresi6n sonriente y desvanecida. Todos se dirigieron hacia la posesi6n de Banegas, el hortelano. Las casas estaban separadas del huerto por una f i l i3 compacta de Qlamos colosales. Habia entre 10s ;Llamas y la casa un patio exteriso, abierto y olvidado. Grandes encinas, acaciais nacidos en desorden, zarzas creciendo en enre(iados ovillos, cicutas olorosas y multitud de librces malezas, Vivian alli entre viejas e inlitiles m:tquinarias agricolas, arrumbadas en desorden, a 1las que la humedad y la herrumbre mordian sin descanso. Sobre las segadoras abandonadas, en 10s grandes ra:jtrillos de la siega, en arados rotos y carretillas tu1rnbadas, trepaban las gallinas ociosas. De un m o n t h de guano salia un vaho blanquecirio. Unas carretas vacias, esperaban. Los bueY es, aburridos, se entretenian en rumiar. Algunos, eclhados en e1 suelo, dejaban a1 compaiiero de yugo qu e permaneciera en posici6n forzada, el cuello to1rcido e inm6vil. AI llegar a la casa de Banegas, en el deslinde entre el patio y el huerto, no divisaron a nadie. El cielo del cuarto era un empolvado jerg6n ro'to y lleno de grandes manchas. Cuando se asomiwon a la puerta, varios ratones, que se paseaban m f xi6ndose en la tela como maromeros en la red, arirancaron veloces.
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Se desprendi6 del jerg6n estremecido un PO vi110 lento y silencioso. Por la puerta que daba a la arboleda, penetrara con prisa dos mujeres. Confusas, a1 ser sorprend das, trataron de pasar rhpidas, con la cabeza baj; -Margarha, ZquC andas haciendo? Per0 ya la interpelada corria por el patio hac1 las casas. -2D6nde est&?pregunt6 don Javier deteniend a la mas vieja de las dos mujeres. -Est& a1 lado de 10s alm&cigos.. . iPor Dim seiiorita . . .-s6io pudo exclamar la anciana, dir giCndose a la seiiorita Matilde. En el huerto no apuntaba aim la primaver S610 de 10s altos Blamos, bajaba el fuerte olor almizcle de 10s brotes nuevos; y de unas enormc mimosas en flor, entre un zumbar de abejas, flu' una duke fragancia. Tratando de ocultarse tras las malezas, d c hombres buscaban pasar sin ser vistos. -A ver, Calixto; y tb, R6gulo1 adrquense! Don Javier se retir6 aparte y, col&ico, di6 6 denes estrictas a1 campaiiista y mayordomo c no meterse donde no 10s Ilamaban. Ahora, a gua dar silencio! El primer0 que en el fundo anduvie! con cuentos, se Ie expulsaria. Las seiioras mayores, prudentes, se habfan qui dado aguardando a don Javier. -Abigail, espera!-gritaron, Per0 la joven, imp: ciente, prosegufa su marcha llamando a su hermanl -2Tienes miedo, Ricardo? No seas tonto. iVe~
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Des;pubs de recorrer el largo parrbn desnudo aun de haijas, cerca de unos almicigos en abandono, en un claro que habia hacia el poniente, divisaron a Bartegas con su pala de regador a1 hombro. Det:ras, sobre unos terrones, a1 borde de la acequia, vieron a un joven sentado. En torno de 61 habia un semicirculo de perros grandes y pequeiios. Iieconocieron entre ellos a 10s perros de las casas. Alli estaban, entre otros forasteros, Malacara, la Popea y C a p i t h . En derredor del joven de pie, o sentados en sus cuartc1s traseros, no le quitaban 10s ojos, pacientes como jauria que bloquea una cueva impracticable dcmde se acaba de ocultar un zorro. A k unos se relamian y estornudaban nerviosos, restrelgQndoseel hocico con las patas. Otros, aullando brceves, permanecian quietos. Per10, de pronto, todos, en silencio, comenzaron a mover. las colas, azotandose 10s flancos. Nerviosos hacfarI ondular sus cuerpos en contorsiones de serpienteI, tan atentos y preocupados del joven, como si agu, ardasen que les lanzara un bocado. La joven y el niiio, que se acercaban temerosos, oyeroiI con asombro la voz muy natural y tranquila del joven dirigiendose a 10s perros, como si con ellos 3onversara. Baniegas bajb su pala. Afirmado en el mango, no sinI recelo, se pus0 a observar, con expectantes ojos, escena tan extraordinaria. Un ruido entre la maleza, hi20 que el joven
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enmudeciera. Eran don Javier y las seiioras tilde y Dolores que llegaban. Banegas, a1 ver a sus patrones, quiso sonreir, y sonri6, per0 con falsedad. Lo incomprensible le preocupaba por sobre todo otro miramiento. El prisionero, a1 divisar a 10s recien llegados, se pus0 de pie. Bajo la manta, demasiado grande, parecia un jorobado. Con sus ojos hdmedos y timidos como 10s de un ciervo, contemplaba a una y otra de las personas que le rodeaban. Los perros, demostrando descontento, intranquilos, lo cercaban estrechamente. -Banegas, quitale la manta-orden6 don Jav ier. -N6. <Que vas a hacer?-repar6 preocupada la seiiorita Matilde. Per0 ya el mismo prisionero se sacaba la marita. De unos grandes, viejos y grotescos pantalor ies, surgia su esbelto tronco desnudo. Los cabe 110s largos y revueltos, caianle sobre 10s hombros. En su rostro alargado y enjuto, brillaban 10s grandes ojos negros, dukes y penetrantes. La nariz era recia, aguda y fina, de aletas teml,lorosas. La boca grande, de labios extraordinairiamente delgados, que se cerraban firmes, hacia pensar en una enorme cicatriz. Los espectadores dieron la vuelta en contorno del joven y contemplaron sus espaldas. Ya se ha bia lavado las alas mutiladas; per0 ellas aun con:jervaban algunos costrones, y se veian sucias y miserables. Las costillas disefihbanse claramente b ajo
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la pi el, modelhdose, en acusado relieve, fino y neto, hasta 10s m8s pequeiios mfisculos. Pasaba el tiempo y nadie era capaz de pronunciar una paiabra. Por fin, don Javier orden6 que pieran. lo si T ras 61 fu6 Banegas, con el prisionero. Rodeado de IC)s solicitos perros, Alsino marchaba con dificulta d, acariciando fa cabeza de 10s miis pr6ximos. Cuarido algiin sarmientc colgante del p a r r h , )a sus espaldas desnudas, rapid0 y temeroso toca volviendo el rostro, contemplaba a las seiioras que iban piilidas, a1 niiio que le sonreia inconsciente, la joven que l o miraba con 10s ojos llenos de Y a ] lagriimas.
XXVI
PESAR
Banegas, ganado por la mansedumbre del prisionero, lo dejaba en libertad dentro del recinto de la arboleda.' Pero, hortelano afanoso y querend6n de su oficio y de esa parcela de tierra que 61 mulliera por tantos aiios, trat6 de sacar algtin partido de su huksped. FuC asi como Alsino qued6 encargado del riego, mientras 41, sin tregua, dedidbase a perseguir las malezas de la primavera, que amena- h n ahogar almiicigos y plantios.
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Era alli, a1 lado de las melgas de hortaliz: mientras el agua corriente venia por las acequi de regadio para caer en ellas con cristalino rum( atento a las basuras que se atascaban, y solici a trazar pequefios regatos que llevasen el agua a las partes altas, donde Alsino referia, nostalgico, 10s recuerdos de su vida. Para esos j6venes sedientos de maravillas, eran historias mAs preciadas que todos 10s cuentos y consejas que antes buscaban oir de labios de las viejas sirvientes. Como por el estorbo de sus grandes alas, Alsino no podia usar ni una mala camisa, y resultandole embarazoso y demasiado abrigador, ante la tibieza de 10s dias primaverales, el poncho de castilla que le habian asignado, de medio cuerpo arriba, se pasaba desnudo. Embotados por el habit0 sus sencillos pudores, Abigail fu6 acostumbrandose, no sin embarazo, a contemplar a Alsino con sus alas desnudas. Es cerca de medio dia. Los dos hermanos estan sentados en un oloroso m o n t h de malezas secas. Abigail muerde con sus finos y blancos dientes, una ramilla que tiene un sabor singular. Ricardito, con su vaga sonrisa de siempre, y sus ojos que danzan lentos y tristes, oye absorto. -iCuAndo 7 -No lo sC, per0 vend&. -2Le han ocultado su visita a don Javier? -El nada sabe. Asegura tia Dolores que el I:,Arroco lo librara a usted del maleficio que sufre.
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.iViene a ponerme en libertad? .No; a exorcisarlo. -iQuC dice? -.Anoche comentaba con mis tias sus terribles amenIturas. Lo dura que le es la vida cuando llega vierno y comienzan a escasear y luego se agotan el i.n' 10s frutos silvestres y, rechazado por el miedo de las gentes, tiene usted que soportar el frio, iambre y la soledad. Confundidas, rezamos el 1 usted. Nunca dejaremos de destinarle una r PO iuestras oraciones. Tia Matilde, que es una de 1 sali ta, pidiendole a Dios por s u suerte, ha pensado, cp e papa se enoje, que nadie podia hacerle aun m: tY or bien que nuestro p8rroco. Es un viejito tan bu erio. <Par qu6 no ha de librarlo 61 de todo daiio? AIkino escucha emocionado y mudo. -Y 2quC piensan hacer conmigo? --Mi padre 21-10lo ha adivinado? quiere exhibir. I C) como a un monstruo, Alsino! Quiere llevarlo paraL que lo vean las gentes de las grandes ciudades. Perc16nel0, pap& est& enfermo. Si usted supiera c6mo las deudas le roban el sueiio. Ahora ha ido a la ciudad. -2No est% 6 1 aqui? -Sali6 en la madrugada. EstarLi varios dias ausemte. FuC a vender en verde sus siembras a 10s Inolineros. No le aceptar8n. Per0 61 va dispuesto a CIialquier cosa. Necesita dinero para detener la ruina. Luego espera resarcirse con creces exhibiendolc a usted.
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-2Cree 61 que las gentes tendrjn inter& en verme? -iOh! si. 2Quii.n lo duda? todo el mundo b uscar6 contemplarlo, tocar sus alas, hablarle, esccuchar lo que usted diga; y en 10s recintos cerracios de 10s grandes teakros, sentir entre el silencio de la multitud, el ruido de sus alas. -Se diria que usted refiere algo que ya ha vis,to. -iHe pensado en ello tanto! Tal vez por 4?SO ya no pod& ser. Nunca sera; porque cuanido el destino descubre que se le adivina, dice tia Dolores, tuerce el rumbo. -2C6mo es posible que quien asl sabe talita cosa oculta, se entretenga oyendo las aventu ras de mi vida? -<Que es lo que yo sC? No se burle. i Y c6mo no escuchar lo que refiere? Si nada dijera, y perma neciese siempre mudo, asi, con sus alas a la vis:ta, iquC de cosas extraiias no haria imaginar a quien Io viese! ;De qu6 le serviria callar? iExplota,110 como a un monstruo! Aun cuando pap6 se clisguste, pediremos a1 pArroco que venga en su ayulda. -En mis relatos-comienza a decir Alsinc)he hablado con mayor viveza de mis sufrimientos que de toda otra cosa. Las cicatrices son pliegues que no se borran, por eso las tenemos siemlPre presentes; 10s pliegues que hace la alegria pro]nto desaparecen. Todos esos dolores fueron verdiad; per0 vea que placer ahora me regalan, a1 prop#orcionarme medios para encadenar su atencl6n.
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refiriendo. De qu6 gran bien estaria privado me hubiesen herido! si La. desgracia de mi prisidn y de mis alas cortadas, han hecho posibles el oir su voz, y saber ioh Dios mio! por primera vez, que en la mujer, de la que mis vuelos y mi soledad me alejaban, hay una dulzura desconocida. No sblo se conduela usted de mi, alCgrese tarnbih. La joven se ha puesto de pie. -iQu6 hace? iOh! no se vaya!-exclama Alsino. iigail, acompafiada de su hermano, como si At nalezas enlazaran sus pies, se aleja camilas r nandlo con extrafio esfuerzo. LaLS bandadas de chirigiies, que cantaban hasta aturcIirse, posadas en 10s durazneros desnudos, se asusitan a su paso y emprenden atropellado vuelo. Al sin0 sigue con 10s ojos a Abigail e, indife: a lo que le rodea, no ve como, de las melgas rent< inun dadas, el agua comienza a rebalsar silenciosamen1te . .... .......................................... V Chieron las enormes bandadas de chirigiies, cant,ando aturdidos hasta desgafiitarse, como alegres borrachos que hiciesen tintinear las copas. AIsino, atento al riego, qued6 todo el dia interminztble en espera de algo desconocido. El sol comenzaba a esconderse. Pronto las grandes nubes se descoloraron. Y: i oscurecia, cuando de la tierra en sombra, nt1
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en la melga que regaba, sali6 una viva clarida de plata, cabrilleando resplandeciente. El agua d riego al avanzar bajo 10s copudos y negros naranjo que impedian ver a Alsino que la luna se levantab; habia recibido su reflejo.
LA AYUDA PARROQUIAL
rodar del carruaje del cura. Cuando se asomaron a1 corredor de 10s altos, penetr a h r5pido al patio de las casas. La conocida la overa, que arrastraba con vivo trote el liye@ vian o cochecillo de dos ruedas, nerviosa a1 oir 10s 1adridos de 10s perros que salian a su encuentro, lanz6 inquietos relinchos. Cruzando a1 galope el a n dio port6n de entrada, la cabeza baja, entre 10s I3erros que lo acosaban, apareci6, respondiendo a la maclre, un potrillo ya crecido que se acerc6, jadeante, a1 coche. S:ilieron 10s sirvientes espantando a 10s perros. AYU dado por el muchacho que le servia de cochero, clescendi6 del carruaje, con lentitud y dificul-
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tad, un anciano moreno ya ligeramente encorvadc Mientras se encontraba la llave del salbn, la sefioras y Abigail vinieron respetuosas a saluda a1 seiior cura. Como las cuncunillas llegaban a las mismas casas y anduviesen hasta por 10s ladrillos del corredor hablaron de la magnitud que alcanzaba ese afic tal plaga. : Se encontr6, por fin, la llave. A1 penetrar a 1 pieza oscura, olorosa a moho, vieron con asombrc que por sobre la vieja alfombra amarillenta con grandes ramos descoloridos de flores rojas, caminaban varias orugas. Como si se hubiesen desprendido y aniniado 10s flecos de las antiguas cortinas defelpa, ibztn Y venlan. Cuando, para abrir las ventanas, retir;iron de su sitio algunas sillas enfundadas, tres o cu atro mariposas de alas rojas y negras revoloteiiron por el interior de la pieza, y Puego saliersn a1 hatio por entre 10s barrotes de las ventanas. -Parece mentira!-dijo el cura, observtindola1s.Menos mal, que este aiio serti de mariposa Y Ricardito podrti cazarlas por docenas. Sonrieron las seiioras, asintiendo. -Bien;-exclam6 de pronto el phrroco-' aqui estoy, deseoso gpor qui. no decirlo? de ver a ese ladr6n con alas. -Oh! seiior cura, no es un ladrhn, es un desigraciado-dijo la sefiora Dolores.-Javier lo t:iene preso. Es tan extraiio todo lo que ocurre! E 2j U n pen muchacho tlmido y bueno, a1 que 10s perros si$
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con insistencia mortificante. Per0 61 posee una paciiencia de santo! Les habla sin fatiga. Se diriia que entre ellos se entienden; porque, sin abu rrirse, 10s perros no lo abandonan por horas y hor: is, corn0 escuchAndole. -2No se tratar8-dijo ri6ndose burlesco el cura -dl e un cas0 de hechiceria? --No lo creemos; aunque iqui6n sabe!-nlurmur6 dudosa la sefiorita Matilde. --2D6nde est&? --Abigail, dile a Banegas que lo traiga. Est& en c:I huerto, sefior cura. Y sabe tanto de hierbas med.icinales! Ha hecho curaciones milagrosas. --2 Recuerda usted-interrumpi6 la seiiora Dos-el panadizo que tenia la Benita? Ya le tolore: mat,a la mano y el brazo; p e s , 61, con cataplasmas de c.abello de Angel, la ha sanado en cuatro o cinco dias -Per0 sucede-agrega la seiiorita Matilde-que obre sufre de tanta soledad y privaciones. . .
M[ientras Ias seiioras dan mayores explicaciones a1 r)&rroco, Abigail, qui& sabe por qu6 motivo, sin ; atreverse a ir sola a1 huerto, busca a Don %co, el CIxhero, y se hace acompaiiar por 61. Golpean en la casa de Banegas, y como nadie acwle, llaman a1 hortelano con grandes voces. S( 2 oye el chasquido de unas ojotas y pronto la llavce gira en la cerradura.
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-Banegas, lleg6 el cura,-exclama nerviosa Ab'1gail . -Mis tias dicen que lleve a Alsino a las casa.s. A1 extremo del parr6n, trepado en una r6stic:a escalera, Alsino, el tronco desnudo, est& colocandlo unos tarritos debajo de 10s grues6s sarmientc)S reci6n podados, para cuando despuks destilen gra11des gotas de &via. Es un remedio inmejorab le para las nubes de 10s ojos. -Las seiioritas dicen que vaya-le comunic:a Banegas. Alsino mira a todos inquieto, y espera de Abiga.il una respuesta a su muda interrogacih Per0 1la joven calla. Confundida, baja la cabeza y caminL a adelan te. -Amigo-le dice burl& Don mico, d h d ole un codazo--jen esa facha va doiide el cura? Alsino se averguenza. CBlase, a1 pasar por la casa de Banegas, su grueso poncho, y sigue entire 10s hombres que lo custodian. Abigail se apresura y camina cada vez m; rfipida hasta llegar corriendo a1 sal6n. -Ahi viene-dice con una agitaciitn que no 1es s6l0 la de su carrera. El cura contaba su enfermedad, lo mal que lo tratara el invierno. Dia a dia mBs delgado, y uria debilidad creciente, y un apetito continuo. :0 -En las noches-dice-me sube un cosquillc espantoso a la garganta, que me ahoga y me ha1:e toser como un desesperado. El anuncio de Abigail interrumpe de golpe 1,
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con1rersaciones. Las sefioras cruzan sus manos sobre las faldas y esperan. somando el busto, don Rico, con el sombrero A! en 1:3 mano, la cara maliciosa y grave, en voz baja, corno si trasmitiera un secret0 peligroso, murmura : -Aqui lo tenemos. --Que pase!-ordena el cura. anegas y don mico qu6danse de guardia en la B, puei-ta. Akino avanza dos o tres pasos, y sonrie nervioso. Todos callan. --Parece un jorobado gigant-omenta el cura. -Son las alas-explica Abigail-las que bajo el ponezho le hacen ese bulto. --Acercate, niiio; - invita el cura-no tengas miecjo. Ya conozco algo de tu historia. ;Per0 de d6nide eres? -iYo? Soy de Las Conchas, cerca de Llico. -2Un caserio de tres o cuatro ranchos que hay a la orilla de la laguna ? -Si, seiior. --Vaya, vaya. . . conozco esa regi6n. Cuando f ui cura de Paredones-explica, dirigikndose a las seiicwas-varias veces alcanc6 por esos lados. iQu6 curioso! i No habia ahi una vieja m6dica yerbatera, que todos la tenian por bruja? A kino no responde. E 1 cura da toses prolongadas. --Recuerdo haber oido-prosigue con voz que le hL a quedado en falsete-historias terribles sobre daiios y maleficios que hacia esa mujer. Yendo una
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vez de viaje, me toc6 asistir en San Pedro de Alc h t a r a a una infeliz que se decia enferma poir la malas artes de esa mujer. 2C6mo;no has oido n;zda sobre tal bruja? iEs extrafio! Alsino, que calla entristecido, exclama : -No era bruja. No habia m8s mkdica, por a 118, que mi pobre abuela. -&uC dices?. . . iD6nde iba a figurarme!. . . VI ean ustedes! Ahora me explico. iPobre muchacho! Pas6 un calofrio por 10s circunstantes. AI cura yolvi6 a sacudirlo otro acceso de I:os; pero tan sostenido y violento que, asfixi8ndcxe, qued6 largo rat0 con el rostro congestionado, rojo y azul. Como el acceso volviera persistente y prolonga.do, sali6 a escape don Rice en busca de un vas0 de agua. Cuando volvi6, el viejo pArroco, que aurL se debatia bajo el ahogo, a pesar de 61, porfiadamerite, buscando hablar lo hacia ccmo a tropezones, la voz velada y silbante. -No debi salir. . . soplaba un vientecillo erI el portezuelo. . . aqui entre ventanas abiertas . . . estamos en una corriente de aire. . . 3u1Las sefioras, confundidas, no atinaban a dfsc parse. -Bien, bien;-dijo dirigihdose a Alsino-ya 1JOlverC por ti. . . Con la ayuda de D ~ G s . . te litr a remos de todo maleficio. Se pus0 de pie. Nuevas toses lo sacudieron. AUstedes me van a perdonar.. . He quedisdo rendido.. . Crei ahogarme. Aun veo estrel las.
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Me zzimban 10s oidos. Per0 no teman, vendr6 pronto . . . aliviaremos a este desgraciado.. . Corn10 el cura, a1 pretender andar, vacilara, Alsino alargb sus manos para sostenerlo; per0 don ico, meloso, p6sose de por medio. El anciano, sonrierite, lo rechazb y, rodeado por las sefioras, fu6 en busca de su cochecillo, no sin detenerse, aun pcmeido de la angustia, dos o tres veces en el trayecl10 para tomar aliento.
XXVI I I
UN A N 0 TRISTE
a1 parroco varios dias; y quien lleg6 fuC don Javier, y d e un humor de 10s demonios. Resignadas, las seiioras aguardaban una ocasi6n propicia, cuando, una maiiana el cochero, a1 volver del pueblo, a donde a noticia de fuera por la correspondencia, trajo P la enfermedad del cura. Relegado a su lecho, continuhbanle, cada vez m8s seguidos, 10s cosquilleos, las toses y !os ahogos. El aiio amenazaba seguir pr6digo en calamidades. Desde el otofio pasado, que se despidiera con unos dias thrridos, las cosas iban de mal en peor. Antes de llegar el invierno, vino una lluvia breve, y la atmhsfera, que quedara limpia como una lente, pareci6 concentrar mejor 10s rayos del sol. En la
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tarde de una jornada sudorosa, mientras 10s a$ :uazales, apozados aqui y all& como trozos de espejos caidos, fermentaban a1 igual de 10s vinos, a una misma hora, por combusti6n interna, se ha1San incendiado las enormes parvas de paja que, ci3mo pequefias y rubias colinas, se veian dispersas Por 10s potreros del valle. Despues de una noche Clara, amaneci6 un dia negro. Tal si hubiese estado largo tiempo I-ontenido, ya maduro, resuelto e impetuoso se desbord6 el invierno. Trope1 de vendavales despoj:iron a 10s drboles de sus Gltimas hojas. Y de un dia a1 siguiente, el valle cambi6 de aspecto. Y vinic2ron las Iluvias, unas tras Ias otras, cada vez m&s contagiosas. Asi transcurrieron 10s meses de Juniio ' y Julio. Per0 ya en Agosto comenzaron a Iucir 1 mos soles muy hermosos; y para el dia del T r hsito, cuando todos tenian por agotado el mal tiennpo, una semana entera, despues de un temporal desatado, cay6 un aguacero lento, continuo, de ru mor imperceptible, monbtono y hondo como el d e la melancolia, sonando de tal manera intermin; tble, que una sensaci6n desolada, como de abandlono, como de olvido, como de trastorno de todas las Ieyes naturales, fu6 alimentando una angListia creciente. Los campesinos en sus ranchos, tardle de la noche, insomnes, maldiciendo sus labores perdidas, se revolvian en sus lechos, oyendo afuer'a el desplome del agua. En la oscuridad de las humildes habitacioInes, comenzaban entre maridos y mujeres, dial13gos
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trunciDS y desolados. PudriCndose en 10s barbechos empantanados, cuanto grano de trigo se logr6 sembl-ar, la nieve bajando hasta el plan, muertos 10s cerros circundantes, como envueltos en blancas mort2tjas, el rio fu6 creciendo cada vez mas ; y aqu6l su alcsgre s6n a1 despeiiarse, alterandose, a1 aurnenttir las aguas y rodar las rocas, lleg6 hasta ser rolnco y poderoso como la fuga desalada de un ejCrcito en derrota. Lo: ; animales calados por el agua, vagaban . arPrirjos y hambrientos por 10s potreros convertidos en lagunas. AI caer una tarde, en medio de un diiluvio deshecho, comenzaron a acudir hacia las c ztsas de Reinoso. Era una peregrinaci6n extrafia e incontenible. Llegadas hasta 10s mismos correclores, las vacas escualidas y humeantes, de gi-andes y tristes ojos, comenzaron a mugir estruc3ndosas. Qw.madas las parvas de paja, vendido y entregad0 el pasto, no habia cosa alguna que dar a 10s anim:tles desesperados. Entonces bajaron 10s zapallos; de guarda, rasgaron sacos de trigo, ofreci6ronle:; las hojas de maiz escogidas para hacer colchcmes. P O I- una hora, o mas, 10s anirnales callaron, mientras iinsiosos comian; pero esa noche nadie logr6 cerrai- 10s ojos en las casas de la hacienda. Pasjos blandos y broncos se deslizaban por 10s correclores, y de vez en vez, un mugido tragic0 y pro101 ngado apagaba el estruendo de la lluvia torrericial.
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Cuando lleg6, una tregua de escasos dias, cc)menzaron a caer, como cuervos sobre un cam13 0 d _e _ batalla, las noticias abrumadoras : 10s filtimos puentes, que aun resistian, estaban rotos; 10s caminos, cortados por grietas y derrumbes; y cuadras Y cuadras, de las mAs feraces tierras riberefias, carcomidas y tragadas por el turbi6n del rio. La mitad del poblado de Las Juntas, alli donde el Reinoso recibe el torrente de las Loicas, habia desaparecido. Faltaban dos nifios y algunos animales. Desolaci6n cayendo sobre miserias. Bajaron las aguas, y las islas que formaban 10s brazos del rio, antes f6rtiles y sonrientes, cubiertas de chilca!es, veianse arrasadas y convertidas en pedreros esteriles y blancos como osamentas. Rotas las bocatomas de 10s canales de regadio, entrada ya la primavera, una sequia irremediable en el primer tiempo, se dej6 sentir. Per0 ella bast6, junto con el regreso de un ardiente sol, para que comenzasen las epidemias en el ganado. Y fu6 tan contagiosa la epizotia en ese afio, que no hubo en toda Vega de Reinoso una yunta de bueyes para emprender las labores de la estacibn. Bast6 despu6s una tarde templada para que el tr6bol nuevo y tibio, que comian 10s animale:; convalecientes, fermentase en ellos. Hinchados, como odres repletos, 10s novillos arremetian f u riosos contra 10s vaqueros que venian a aliviarlos. No pasaba dia sin que Calixto, el campafiista, a1 regresar a las casas, no llevara la noticia de: nuevos animales muertos. En tal abundancia (:aian,
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que fu6 imposible aprovechar la carne, y prepararla corn0 chIarqui. Ni 10s cueros pudieron lograrse, porque 1m a plaga de perros vagabundos, destrozaba en I[as noches a 10s bueyes muertos y abandonados erL 10s solitarios potreros. En las abundantes pozas, Ilenas de agua verde, restos de 10s copiosos aguaceros, bebieron las ovejas. Pronto, 2ipirigiiinadas, cada tarde, a1 volver a 10s apriscos, como beodas, comenzaban con la cabeza baja, 10s ojos vagos y tristes, a dar vueltas y mBs vueltas, como perros que buscaran echarse. Enton tecidcis, sin comer, morian por cientos. Como si las calamidades fuesen adn escasas, sin saber' la causa, las gallinas de Vega de Reinoso y de tocla la comarca, amanecian muertas a1 pie de 10s iirboles donde pernoctaban, caidas como fru'tas maduras. Que solos, mudos y tristes, quedhbanse los campos sin 10s clarines de 10s gallos! Los amimeceres entraban silenciosos, apenas coreados p or las d6biles voces de pajarillos menudos. Lleg6 Septiembre. Eos Brboles empezaron tardiamente a fiorecer, y una larga serie de dias frios y cenicientos, con nubes locas y caprichosas ventoh a s , despojaron de sus bltima&lores a 10s perales y durazrieros. Todo el patio de las casas y corredores, vieronse cubierto? j de p6talos blancos y rosados, tan timidos, que h u tin a1 menor soplo. Per0 otros nuevos seguian c;iyendo de lo alto, inagotables como las plumilla: j de una nevada fragante. Todos venian del huerto, la prisi6n de Alsino,
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y si algunos seguian errantes, y otros clued3)arise prendidos a las rudas zarzas, a la veleta del peq uefio campanario, o se colaban hasta 10s nidos del palomar, hubo dos o tres, tan afortunados, w e lograron, suavemente, engarzarse a 10s cal: )ellos de Abigail. No se detuvieron aqui 10s azotes caidos.. No pas6 un mes cuando una epidemia de fiebres incoercibles comenz6 a cundir entre 10s poblaidores de esos remotos campos. Arropados en gr uesas mantas, las cabezas envueltas en grandes bufztndas o pafiuelos, la tez verdosa y hbmeda, 10s ojos hundidos y brillantes, recorridos por calofrios iincontenibles, llegaban 10s campesinos enfermosi del nuevo mal. El 6xito logrado con la curaci6n del panadi zo de la sefiora Benita, esparci6 la noticia sobre la$ j maravillosas dotes de Alsino. No tardaron en i Jenir. , ocultamente a1 recinto de las casas, algunos pacientes que, por intermedio de Abigail, lograron ver a1 prisionero. Acometida por un aire, medio rostro paralizado, acudi6, la primera, la mujer del ovejero. Una infeliz flaca, dEtbil y descolorida, con el rostro en el mhs ridiculo jesto: un ojo medio fruncido abierto a1 soslayo, tirante la mejilla derecha, la boca forzadamente abierta a1 sesgo, prolonghdose en la actitud regocijada de quien va a decir, con fingido disimulo, un chiste grueso y picante. S610 en SUS ,--ojos, que nadie contemplaba, ojos extraviadnq como 10s que asoman por 10s agujeros de una careI
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ta, st3 percibfa la trAgica angustia de quien sitbese presa de una burla del destino. AP licaciones de salvia blanca y pasta de musgos fritos en aceite, fueron mejoritndola lentamente. Los (10s chiquillos entecos y mugrientos, que traia siemlire pegados a las sucias pretinas, comenzaron a dejar de mirarla con el asombro que en ellos producia. el jesto endiablado de su madre. Ve ntosilla para el flato, a Morencio el bodeguero, que lesde afios atr& venia sufriendo de una dispepsia crbnica; infusiones de zarzaparrilla y catapla smas de cabello de Angel, a don R&gulo, el sota, para librar su grueso rostro, siempre cubierto de r(jjas erupciones y granos pertinaces, fueron dandlo a Alsino un prestigio poco menos que milagro so. Un a tarde, Margarita, la doncella de Abigail, nti6 mal, con fuertes dolores de cabeza, la se si, boca seca, la mirada extrafia, el cuerpo flojo y el pa so tan inseguro, que cay6 de golpe sobre 10s ladril10s de la cocina. Abigail vi6 reproducirse en ella 10s mismos sintoimas de 10s enfermos de 10s filtimos dias. Por intermedio de don mica logrbque Banegas dejase a Alsino libre para que acudiese a su llamado. La noche estaba fresca y silenciosa, s610 cruzada por 6:I chillido de 10s murcidagos. Llegaba de 10s potre ros vecinos el perfume de 10s tr6boles en flor. AI divisar a Alsino, Abigail, nerviosa e intranquila, f L16 a su encuentro, dicihdole con voz velada: -1 U'enga pronto! Margarita est6 muy enferma.
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Y detenibndose en medio de la noche se acercaba a 61. En sus ojos htlmedos, abiertos e implorantes, brillaban unos puntos luminosos, acaso el reflejo de las remotas estrellas. Alsino paralizado, contemplihdola, no atinaba a seguirla. -;Per0 qub hace? Venga! Y Abigail, con una de sus pequeI?as manos suaves y frescas, cogi6 una de las ardientes manos del prisionero. Los dedos de Alsino fueron cerrhdose en torno de 10s de la joven, como las llamas de una hoguera cuando buscan encender la olorosa madera que cae entre ellas. Margarita dormia en un cuartucho obscuro del piso bajo, enfrente de unos jazmineros floridos que embalsamaban todo ese rinc6n del patio. A1 entrar y encender la vela, un piar de pollitos nuevos salib de debajo de la cama; y varios, por entre 10s flecos de la colcha y las frazadas caidas, se asomaron curiosos.
XXIX
EL CANTO DEL AMOR
dos 10s rosales estBn floridos. Desde temprano 10s campesinos acuden a la esia del pueblo. En las casas de Vega de Reinoso, igl Parece que s610 ha quedado la vieja cocinera. Ua no se oye el rodar del coche donde van 10s patrones. Alsino, en el huerto, recibe eI influjo de la priwera y se ve envuelto por esa quietud creciente e ampara 10s rumores ocultos. El nada sabe que )igail, enferma, ha quedado en el lecho. A1 igual de 10s Brboles que con la brisa, sin poder co1ntenerse, cantan, Alsino, despues de larga mudez,
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QS
una maiiana de domingo, domingo en el campo, silencio acrecentado por labores abandonadas. Comienza Noviembre y to-
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cae en ese su antiguo frenesi, y, vihdose s010, tembloroso exclama : -iQuemante jbbilo, ardoroso aliento, cuan incontenible estallas ! En ti me sumerjo, aire diAfano de la primavera,, todo saturado de luz. Luz esplendorosa, cuando asi' de pura y viva desciendes sobre el mundo, eres 1 1 ~ ivia sutil de incorp6reos hilos de plata que se aproxirnan y unen y confunden, hasta forrnar este imporiderable vel0 palpitante que destella. Las nubes que flotan engarzadas a las eimasj de 10s montes, a1 anegarse en ti, resplandecen blaricas y efimeras, como espuma liviana adherida a 10s bordes del vaso. Oigo el claro estallar de 10s ITdes de invisibles burbujas que haces, mientras fermentas, licor del fuego, y adivino que ofreces la suprema embriaguez a quien acerque a sus la bios la inmensa copa del cielo en que yaces y hierves. Atraido por tu fulgor, que todo Io soju zga, caigo en 4 incrementando tu hoguera divina. D6jame trasparente y puro; hazme como increado! Que tus rayos sutiies me atraviesen, Iiero la infinita vibraci6n de todos ellos, ve porque (juede sonando en mis palabras. El dormitorio de Abigail, en 10s altos de la casa, mira al huerto. La enferrna que escucha esa voz desconocida en Alsino, salta del ]echo, y tras; de 10s visillos espia intranquila. -iAh! si yo ahora volara, y al unisono de tus r; 1yos vertiera este canto sobre el mundo, todo 61 reverberaria como un clarin. AI oir su voz anunciadora,
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las flores innumerables de esta primavera echarian a v 1uelo sus pintadas y pequejias campanas, repicam30, ebrias, por valles y montaiias. U n extenso clamor jubiloso se elevaria desde el ras de la tierra; y 10s trabajadores y vagabundos Genes sorprendiera, por sordos que fuesen a la a 9 1 voz de las cosas, quedarian intranquilos escuchando. voces truncas, deseos inexpresados, esperanzas entrev istas, sueiios fantBsticos; todo un vasto murmu1lo perturbador que haria abandonar labores Y v,agancias y suspirar a ancianos y mancebos, abu elas y doncellas. Buscando 10s abiertos hogares que 10s Brboles ofrecen; queriendo acordar a la cantinela de las as corrientes, el fluir inagotable de 10s pensaagu, mieintos ; caerian en estBtica contemplaci6n ante la I$anta pereza de las hierbas, agrupadas como huniildes multitudes orantes. Cada mal, desde un sitic) propicio, recibiria el enorme y vag0 ensueiio d que la primavera vierte sobre id vida. A un llegada la noche, no vendria para elIos el rep()so ; porque todas las flores, 10s Brboles, las aguas, la rnisma tierra y sus rocas esteriles, exprimiendo en Iel aire tibio su mBximo perfume, harian enloque1cer a hombres y mujeres que, sin conciliar el sueiio, caerian en el deseo inagotable de luchar tod;i s las batallas del amor. 0lh! Abigail, si la voz de cualquiera, entre estas morItaftas, levanta fBciImente un eco iqu6 no desper1:aria mi canto, cuando yo s6 las palabras por todi3s las cosas comprendidas ? Abigail i alguien que
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se diga como yo, prendido al sortilegio de tu amor, podriaofrecer el dia de la boda, una fiesta semejanlte? Cuando Abigail llega hasta este huerto, que la primavera viste, hace como que busca solamente flores. En pausados giros y revueltas llega y va aproximBndose fatalmente, a cortar las que lucen cerca del sitio donde yo, inmhvil, la espero. Viene seria y silenciosa; per0 si ella sabe que yo distingo hasta lo que dice una brizna de hierba ipor qu6 no sospecha que su callar resulta inlitil para mis oidos? Cuando reci6n cruza la linde del huerto, antes que el leve ruido de sus pasos, oigo el que hacen sus palabras ocultas; y cuando llega a mi vera, aunque sus ojos parecen distraidos, todos sus pensamientos vienen y se posan en mi. Como un Brbol desnudo, a1 que elige una bandada de jilgueros, cubierto de ellos, tembloroso de sus cantos, enmudecido quedo. Abigail, un aura rodea a toda cosa; en la incomparable que de tu cuerpo fluye, am0 cobijarme! PBjaro herido soy que busca asilo en el coraz6n de un Brbol frondoso. Conmigo ;que te vale callar? S6 aun si en la noche pasada has pensado en mi. Una vez te sofiaste volando. Tus alas no eran grises y opacas como las mias, sino resplandecientes y de 10s m6s vivos colores. Oh! Abigail; nunca a t u mo lado he permanecido en mayor mutismo! C61 escuchaba ese tu suefio que jam& por t u s palab ras hubiese conocido! C6mo olvidar el recuerdo de t u vasta alegria a1 poder volar m8s Agil y ligera c1ue
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S610 seguirC sufriendo la tristeza lancinante de vanas y profundas caricias que, en pleno vuelo, recordabas te hiciera. 1J n campesino si descabalga, a1 pisar nuevamente tierra, vese pequefio y entrabado; mil vec:es miis reducida y confusa te encontrabas t G a 1 dia siguiente de aquel vuelo fantiistico. 1Tobre Abigail! tan grande fuC mi dolor a1 saber tu desencanto, que mis palabras traicionaron algo de mi secreto. Desde entonces me miras con mayor tennor y oigo joh crueles! las razones que vienen a Prc)barte que soy un ser extrafio y despreciable. Pel-0 ah! tambiCn salen pensamientos tuyos en mi def ensa, y son tan ardorososyexaltados que a mi mi:jmo infGndenme pavor. IZsta tarde, cuando vengas como todos 10s dias, YO acechar6 el momento en que ellos vayan venciCindote, y extenderemis brazos y mis labios para recibirte. 1 \To son mis alas cortadas las que aqui me tienen recluido. Siempre hay una fuga para cada prisioner0. Es tu amor, Abigail, el que me enlaza. Entre est;as altas murallas de zarzas, preso como un pBjar1D altivo que enmudece, ya ganado por tus afanes, sabIiCndote distante, ensayo en la soledad mi canto o hidado!
XL
ENTREVISTAS
el aiio con dias revueltos. Los trigales, a media madurez veianse, en 10s lomajes, de un verde tornasolado de pardo Y aniarillo. Pa sada Pascua de Navidad, principiaron a prepara r 10s graneros, quemando en ellos la apestante y flcirida manzanilla. El aire, antes puro, p ~ s o s e hedicmdo con el humo espeso que ahuyenta y mata a 10s gorgojos. Er1 un dia fresco, muy de madrugada, dos sefiores clesconocidos, lograron, nadie sup0 c6mo, colarse hasta el huerto. B2tjo su poncho, Alsino, que habl'a dormido mal, veia con agrado aquel amanecer de estio, prometedor de u na jornada Ilevadera.
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Las visitas de Abigail a1 huerto eran cada vt?Z m8s escasas, y un cambio desconcertante habia c:n su nueva actitud. La joven, pareciendo huirle, raira vez le hablaba. Per0 Alsino siempre creia escuch; xr en sus palabras un rumor m8s vasto de VOCI es ocultas. Como don Javier andaba ausente, la vigilancia sobre it1 era mas estricta; y por Banegas sup0 que las seiioras no veian con buenos ojos Ias visitas de Abigail a1 huerto. El prisionero, absorto, contemplaba sin gran interes 10s saltos de una langosta entre 10s toronjiles, cuando una tos fingida, y un suave golpe dado en su brazo, le distrajeron. Dos sefiores saludaban sonrientes. Uno, joven bajo, moreno, de gordura rozagante y aire extraordinariamente amable; y otro, envejecido y seco, riendo de un modo falso, tal vez por cortedad de espiritu o para mejor ocultar sus dientes dispersos, negros y podridos. -Amigo,-dijo el moreno, en voz baja y precavida, como la de un conspirador-soy periodista. el -Duefio de El Eco de la Provincia-aclar6 vejete, con cierta prosopopeya. -Trabajo nos ha costado dar con usted-siguib el anterior-per0 jvamos! conozco mi oficio y no era a mi, seguramente, a quien iban a impedir distancias, malos caminos o torpes carceleros, el tenpr una entrevista con usted. Alsino, que le llevaba en altura mas de dos cuairtas a1 gordito, a1 ver que itste, a1 hablar, contone5n-
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dos,e, jesticulaba con gran vivacidad, no pudo meno: , de sonreir entre curioso y burlesco. --Ah! ah!-grit6 el periodista, observandolo con que ya, desde lejos, lo suatenci6n-confesar4 pus;e. iVamos! no podia ser otra cosa. , ii Alsino produciale un verdadero cosquilleo la nerviosa actitud de ese hombrecito gordo, que le abr ia ojos llenos de malicia. --iDiablo de don Javier! jQu4 hombre tan fantas.tico! Soy su mAs irreconciliable enemigo politicc1 ; pero debo confesar que, en combinaciones abdas, me deja muy at&. Amigo, amigo, confiese! sur1 i q u16 majaderias ha hurdido 61 con usted? iAlas? 2 vuielos? CuAl es el objeto oculto de todo esto? 2 Negocio ? i. Fines electorales ? Phino, sin poderse contener, reia abiertamente. --Diga! confikselo sin temor-susurrb el vejeteserf:mos generosos con usted-y puso, con gravedad, uncis billetes en las manos del prisionero. -Su reir lo vende, amigo mio,-dijo el gordito, omhdolo carifiosamente de un brazo, exclam64 Y tl 2u6 supercheria tan grosera!-Luego, corrigih- i! dose quiso agregar:-Pero de ridicula llega a ser gram ciosa, graciosisima. En todas partes no se habla sin() de ella. T.tepentinamente callb. Con el codo, a1 agitarse, a t; r a d s del poncho, habia tocado las alas ocultas d e .Alsino. Corno se agachara queriendo ver quC cosas fuesen, el prisionero di6 un salto atras rogando: -No! no! dkjenme! -2Por q u e ? Ah! Bien lo decia yo! Per0 no encuen-
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tra ser una idiotez andar el santo dia, con estos calores, cargando unas plumas sucias. Y un jorob ado iqu6 diablos! no anda derecho. iVamos! Hay que falsificar mejor las cosas. Un jorobado camina de este modo. Vea! Sus piernas son flojas, su cuello es dilbil, la cabeza la hunde entre 10s hombrorj Y, luego, tiene en la espalda un bulto proporcion;ido. Cr6ame que si el hombre tuviese alas, no le ha1rian un promontorio tan desinedido. Y seguia, en un ir y venir, irnitando a maral el andar de un verdadero jorobado. E s una tramoya mal ideada, amigo. {Pero objeto tiene? ft a1 Alsino, con Animo de alegre desdiln, se acercc gordito, e inclinAndose, le deslizb a1 oido un largo secreto. El pequefio y panzudo periodista, que empin&base regocijado y no queria perder palabra, lam6 una sonora carcajada. Temiendo ser oido, rapida llev6 una de las manos a su boca, y tomando con la otra, de un brazo, a Alsino, por entre unos macizos de rosas lo arrastrb consigo. El vejete, intrigado y de mal humor, 10s segufa a distancia. -VCalas! 2 Verdad que no estAn mal ?-decia .le Alsino, y levantando el poncho, mostraba las p untas de sus alas. -Hombre, hombre! Aguarde . . . Veamos . . . Per0 no seria mejor escoger plumas de un ave men'os conocida?
Resulta dificil, porque necesito de tantasr-contestt el prisionero. -2Y cuhndo comenzarA la gira? -Tengo que ensayarme al[ln. Mireme, amigo-orden6 el gordito. -Mas, prile alarg6 unas mer: imente, tome! guArdese est-y monledas-Es una tonteria lo que hacen ustedes, per0 quedo tranquilo, porque no tiene fines politiccE. Lo malo es que, tarde o temprano, el pdblieo, engaiiado, le darh a usted una paliza; y a la chrcel! 'Si, a la cArcel ititngalo por seguro! -2 Lo Cree ?-pregunt6 Alsino, fingiendo temor.-i No me prometeria guardar el secreto? Qui. puedo hacer!-Y como temeroso de ofenderlo, dijo:-de las g;anancias, algo me tocarA. . . Por mi parte. . . si me atyuda. . . le ofrezco ir por mitades. El, chiro gordo arrug6 el gesto con dignidad, pbsose serio y tosi6. Inclinado, estuvo desprendihdose una ramita de rosa que se engarzara a sus pant alones. Di6 unas pataditas; y ya, a1 enderezarraia un rostro completamente desconocido, lleno se, t: de dlulzona bondad, de aire ingenuo y humilde, y tan phdico, que estaba ligeramente sonrosado. -Pobre muchacho!-balbuce6, acariciando a Alsino .-Esta vida rnoderna! El desposeido tiene que ingeniarse. Que la suerte le ayude! Pierda cuidado. No lo vender& Seremos buenos amigos y , ejitm! ejenI! quedamos convenidos ino es asi? Di6 un silbido breve, como redamo de perdiz, y apaI-eci6, con aire grave, el viejo wellanado. E1 director de El EGOde la Provincia lo tom6 de
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un brazo con gran autoridad. Levantando 1 it1 sus ojos severos, hizo, moviendo pensativo SI beza, un gesto de rendido asonbro. -Ya te contar6, Jer6nimoi FigGrate; ha qul engaiiarnos. . . per0 lo he visto. Es un fen61 maravilloso. Quit cosas nos es dado contempla 10s dias que pasan!. . . El viejo, incritdulo, se resistia, protestand su lado el gordito, a cada instante, con mayor vez, lo remolcaba hacia afuera del huerto. Alsino s610 alcanz6 a oir cuando el chico le 1 a su compaiiero: -Siempre tan testarucio, Jerhnimo! Los periodistas no debian ir muy lejos del hu cuando Banegas lleg6 corriendo. -El patrbn! El patrbn! ahi viene-grit6 a n voz, y qued6se mirando con asombro las mor y billetes que el prisionero aun conservaba el manos entreabiertas. Alsino, riendo, se las regal6. Un instante despuits, don Javier llegaba. 1 lejos venia preguntando : -2D6nde est& Alsino? -2C6mo te vat muchacho?-dijo don Javi encontrarlo, golpe&ndoleafectuosamente el hor 2Te han cuidado durante mi ausencia? No te PI quejar. Veo que est& muy gordo.-Y, riendo, naz6: -Ad, bribbn, menos podrAs volar. -Escucha-dijo deteniitndose, y con aire sei Varnos a ir donde unos caballeros que desean certe. on dos yanquis. Vinieron de Santiago
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migo, anoche, y alojaron aqui. Me proponen un G negoci o endiabladamente raro, per0 sin riesgo. T me va s ayudar ino es verdad? -S i, seiior, respondi6 Alsino. -& T o te extraiies de lo que digan. Y o defender6 tus in tereses. Te vas a reir, muchacho. -B anegas-gri td-acomp Aiianos ! A1 Ejalir a1 patio, Alsino divisd a Abigail que estaba (;on el cabello suelto, y de codos en la balaustr;sda del corredor de 10s altos. Ella, a1 verlo, incorpIorAndose, le hizo con la mano un gesto amigo En el saldn, la h i c a pieza habitable del piso bajo, se detuvieron. -E kp6renme aqui-ordend a1 franquear la puerta, don Javier. Alsino y Banegas, por la hoja entreabierta, divisaron a 10s dos extranjeros. Uno de ellos, rubio y fornid0,sentado en una silla puesta del rev&, con sus Fiusculosos brazos apoyados sobre el respaldo, fr unciendo el ojo izquierdo para esquivar el humil'lo que fluia de su pipa, atenazada entre recios dientes, escuchaba inmdvil y sin pestaiiear. Rep)antigad0 cdmodamente en un amplio silldn, el otrc yanqui, que a pesar de tener ya grises 10s cabellos, , lucia una tez lozana y tersa, entrecruzados 10s dc:dos, sostenia con ambas manos una pierna a cab:d o de la otra. En la abierta ventana del frente, se balanceaban con suiavidad las viejas cortinas de encajes, dejando
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divisar, por momentos, un sombrio rinc6n del pa.tio. -Vamos a ver-seguia meloso don Javier-of rezcan ustedes. -Nosotros no ofrecemos nada. -C6mo. . . jes decir que mis minas no tienen ning6n valor? -ValdrAn. . . -2Cu5nto ? -Diez, veinte, cien mil pesos!. . . . -Eso es una miseria-vocifer6.Y que quieren deck con eso de diez, veinte cien mil? jEn c u h t o quedamos ? -En que no nos interesan. -Per0 una buena compra siempre depende del precio. He gastado m5s de veinte mil pesos s610 en el nuevo socavbn de la primera mina. -Tal vez-seguia, lac6nico, el yanqui. -Yo quisiera dejar terminado este asunto primero, y luego veremos a1 fenbmeno-dijo don Javier. -Este asunto ya est5 terminado. -No entiendo. -Sus minas no nos interesan-finiquit6 el mayor yanqui; y, como para dejarlo m5s en evidencia, cambio de postura haciendo cabalgar la otra pierna. Don Javier se mordi6 10s labios. -2Es la Gitima palabra? No vengan, desyLs con proposiciones tardias . . . LOSextranjeros siguieron en silencio. El qw: fumaba di6 una sonora chupada. Como no sa.liese
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uri instante. En seguida, sin miramientos, se pus0 golpearla contra el respaldo de su silla, hasta que a, toda la ceniza cay6 sobre la alfombra. -Banegas ique entre Alsino!--grit6 el hacendaido. El prisionero, empujando la puerta, asom6 el rostro. -Adelante! AcCrcate!-sigui6 mal humorado don .vier.-iQuC haces que no te sacas la manta? Ja Alsino obedeci6 con un pudor extraiio. Los yanq rlis, para observarlo, ni se movieron de sus asientoS. -Vuelvete de espaldas y abre tus alas!-orden6 dc)n Javier. Herido por la frialdad de 10s extranjeros, el orilloso hacendado se prometi6 callar a su vez. Alta?rias con CI! Gringos tales por cuales . . . ! -2Quiere usted venir con nosotros? Le pagarem os bien-dijo el yanqui de la pipa, directamente a Alsino. -<Que proposici6n es esa?-estall6 don Javier. -2Se figuran encontrarse en Africa? Este muchacho est A aqui preso por ladr6n, entiendan! Bonita cosa! M!e pareceagreg6 ir6nico-que no era eso, preciisamente, de lo que hablamos. -Si es ladr6n no nos conviene, tampoco, a noscitros. -Bien. Le damos cien d6lares por su esqueletoof 'reci6 el otro yanqui a Alsino, poniendose de pie,
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y prescindiendo, una vez mAs, del dueiio de cas Este lanz6 una risotada formidable y se inte puso. -Bonita clase de negociantes! Quieren robar a este pobre muchacho! ;Te contentarias, t6, con semejante miseria ?-preguntb a Alsino. -Mi esqueleto? . . . 2 venderlo?. . . no comprendo, seiior. -No te asustes, si no te van a matar! SerAs bruto! T u esqueleto, para cuando mueras, se entiende. -Ah !-exclam6 sonriendo grotescamente, el prisioner0.- Entonces. . . bien. Si. -jC6mo! jaceptas? T6 eres un imbCcil. -Vamos a pagark-dicen 10s yanquis.-Busque dos testigos.-Y, asomhdose a la puerta, llamaron a Eanegas. -2Quiere usted venir, hombrecito ? -No faltaba otra cosa-salt6 don Javier.-En mi casa nadie viene a pasar por sobre mi, y a mandar a mis empleados. 0 pagan ustedes quinientos d6lares, o se van! Y o no puedo permitir semejante despojo ! Los yanquis se detienen, se miran y recapacitan. -Bien, aceptamos-dicen, sin demostrar mayor molestia por la imposici6n. Don Javier, a1 oirlos, se arrepiente de no haber pedido mAs. El documento lo redact6 el yanqui de cabellos cenicientos, con su pluma fuente, en IapAgina de una gran libreta que llevaba consigo.
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ilsino, confuso, lo firm6 sonriente. Fueron tes1 s de 61 el yanqui m8s joven, que no figuraba io cornprador, y don Javier, que se guard6 el que.
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LA FIESTA DESCONOCIDA
dial un dfa de Enero, amanecib nublado y fresco, con un airecillo retoz6n y alegre. Desde las primeras horas comenzaron a cruzar oarretas que bajaban a1 llano. Con toldos curvos, en un arrastre lento y continuo, y con su yunta de bueyes delantera, parecian, a la distancia, perezoso desfile de caracoles. Fueron apareciendo ligeros cochecillos arqastrados a 1 trote vivo de caballos que participaban de la alegrfa general, y pesados breaks y antiguos coches de trompa de 10s fundos vecinos, que iban rApidos llevados por tiros briosos. Los peatones, a1 acercarse un alud de jinetes, flameantes las mantas multicolores, buscaban refugio entre 10s boldos resecos y polvorientos que
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bordeaban el camino, o trepando con prisa por VE reditas que subian a 10s faldeos, esperaban que, aba jo, en la carretera, terminase el desfile ruidoso d caballos espoleados por la vanidad de 10s jinete: en un deseo de conpetencia y lucimiento. Las jC venes campesinas, que iban en las carretas, ahoga das por el p o h interrumpiendo sus canciones protestaban furiosas. Cuando la nube de tierra sue] ta comenzaba a ser barrida por una rafaga de vien to alegre, distinguianse a perros extraviados, grises sucios e inconocibles, corriendo sin descanso tra de sus amos perdidos. Si 10s peatones se disponian a bajar para proseguir su camino, aparecian en una revuelta do: so tres coches queriendo cada cual antecederse, Ilevados por c a b a h espantadizos que se atropelIlaban en galopes desenfrenados. Zumbaban tas hu ascas. Excitados 10s cocheros, desoian 10s pedidos ; angustiosos de las j6venes. En el interior de 10s vehiculos, ternerosas, sacudidas violentamente 1 lor 10s hoyos del amino, lanzaban gritos de esparIt0 cuando 10s carruajes, sorteando Brboles, piedra:; Y matorrales, para abreviar distancia, amenazat,an tumbarse a1 ser lanzados por atajos en declive. Pasado el peke, 10s campesinos, hombres Y mujeres, que arrastraban tras de si sus hijos rnenor- o 10s llevaban en brazos, con canastas piznran su mardientes y saquillos a1 hombro, prosegul cha. Ligeras trombas de polvo, naciendo repentin as, avanzaban sobre ellos en giros veloces, dejBndo'10s sofocados y ciegos, con las caras terrosas y opac:as,
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cruz;idas por la humedad oscura de las 16grimas que fldaiI de sus ojos doloridos. Reinoso, pueblo notable por sus uvas de guarda, sus Ihuesillos y descarozados, que podian competir con 10s mAs famosos de las provincias del norte, habkt dado un piloto a la aviacibn. D Esde hacia tiempo, el hijo de Reinoso venia anuncianclo una visita a su pueblo natal. Demoras invencible:3, debido a las comunicaciones tanto tiempo corta.das, por lo riguroso del invierno, tenfan a todos en u na espera enervante. Elegido por 10s notables del F:iueblo un potrero del llano, apropiado para el aterr izaje, el aviador habia anunciado su visita para ese clia. Para 61 ;qu6 valia el bloqueo que aun cercaba a su P ueblo? Despu6s de todas las calamidades sufrida s por 10s habitantes de las vegas y regiones comarcanas la fiesta anunciada, adem& de lo desconociclo del caso, a1 ser como un respiro necesario entre tanta fatalidad, fuC acogida por ricos y pobres, con un entusiasmo dos veces desbordado. M a?tido entre lomas trigueras, divisando apenas el vitlle, Reinoso era un viejo caserio de amplias casorias de adobes y tejas, con corredores abiertos haciat el camino. Arboles frondosos asomaban sobre las t zipias, y un sosiego perfumado, de grandes huertos f rutales tenidos en abandono, Io envolvia en una 1plenitud de paz y de abundancia. Uri gran movimiento habia en el pueblo: tilburis y catiallos detenidos frente a las puertas de las casas, risas ruidosas, llamados imperativos y carreb
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ras a1 interior de las habitaciones, acarreo de licores y comestibles, sillas traidas para que trep asen a las carretas las seiioras mayores, ensayo de c;ibalgaduras en rapidos galopes y revueltas, iras ne1iviosas, compras olvidadas en 10s almacenes, 41 un cerrar con estr6pito de cien puertas y vent2mas. dejando el pueblo vacio y silencioso. Cuando atravesaron el portezuelo vieron que, como hormigas por 10s caminos distantes o y a en grupos en el llano, 10s vivientes de 10s campos se Jes habfan anticipado. Don Javier, la seiiora Matilde y la seiiorita DOlores, Abigail y su hermano, salieron recien aljmorzados en el breack de las casas. Don mico gu iaba con consumada destreza la piara de yeguas bzwas, todas iguales en pelo, tamaiio, bondad y hirfos. Calixto, montado en un potr6n aun de rieridas, que estaba adiestrando, iba a la siga para abrir las puertas de tranca. En vez de dar la larga e inoficiosa revuelt: 1 del portezuelo, todos 10s inquilinos de Vega de Reinoso subian por empinados caminos de herradura y senderos de travesia trasmontando 10s cerros. Banegas, a instancias de Florencio, el bodegiiero, accedi6 a acompaiiarlo, siempre que llevaran con ellos a Alsino. No se atrevia a dejarlo solo. Mientras el bodeguero, de contrabando, iba sobre un caballito talajero, sin mhs bridas que un bozi31 de cordel, a su lado Banegas y Alsino"*caminabana. pie, todos por el interior del fundo. Para abreviar distancia, salvaban las cercas, cruzando boquetes tra-
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ba:j adc1s por el tiempo y 10s animales golosos. A su pa!30,1perdices y becasinas huian silbando. 4 1 (Iivisar el valle y ver las nubecillas de polvo pintorescos grupos de 10s que esperaban la 10s Y ller:ad; 3 del piloto, escucharon un rumor lejano y cre:cierite como de un moscard6n. Siguieron desceridiendo; pero, sin atreverse a bajar hasta el misrnc) Ila no, para no ser vistos de 10s patrones, se acomcldar.on, vecinos a otros curiosos, a la sombra de un as 1rocas y tupidos matojos. L J n grito aisfado de expectaci6n subi6 de entre 10s q'se, abajo, esperaban. Otras exclamaciones, pri meiro indecisas e interrogativas, luego de segurid ad ante el hallazgo, pronto prendieron r&pidas P ni _.. tre la multitud; atenta s610 a inspeccionar el cielo, era sacudida por una creciente y nerviosa conmoci6n. -A 11&! all&!-y sefialando con 10s brazos, arriba, hacia el poniente, 10s que primer0 vieron a1 aeroplano, orgullosos, sentian un enorme desprecio ante la inaiudita ceguera de 10s que nunca lograban divisarlo. -A l b . all&! Las nubes delgadas dejaban filtrarse una resolana nnolesta que, a1 levantar la vista, hacia llorar. -2 ILo ves?--dijo Banegas. Alsino no contest6 Absorto y sin pestafiar, no lastimQndole las pupilas, ese, para 61, d6bil fulgor del sol, sebguia atento el vuelo bullicioso del aeroplano que sf acercaba r&pido y comenzaba a virar descendie=do.
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Florencio, sin contenerse. mont6 de un salto er caballito y, hostigandole las costillas con 10s ti nes, para que bajase a la carrera, quiso llegarse hz el sitio elegido para el aterrizaje. -2Asl volabas tii ?-pregunt6 Banegas, no sorna, a su compafiero. Alsino, abrumado por el calor, ocultas sus : cortadas bajo la manta, grotesco por su enol joroba, volvi6 hacia el hortelano el rostro sudorc sGbitamente empalidecido. Per0 era tan tr su mirar, y habia tal desolaci6n en 10s F gues de su boca, que Banegas, confundido, esqL la cara, turbado ante la dolorosa angustia que rt !aba. Cuando el piloto descendi6, casi todos 10s veni acudieron a verlo, per0 no faltaron algunos cansa o inseguros de piernas, por lo borrachos, que quedasen donde estaban, incapaces, ademas, desairar la comilona y el grueso vino de la montz Grupos de campesinos conocidos que pasa saludhdoios y, tal vez, Florencio, siempre inca de guardar reserva, hicieron que entre algunos culos corriese la noticia de que por alli se enc traba el hombre con alas que tenian pres0 en V de Reinoso. Pasando por alli cerca un jorobado, pobre ii tal de enorme bocio colgante, y mirar acaricia de iluminado, un ebrio, oyendo el rumor que cor di6 la noticia del hallazgo. -Nifios, niiios, aqui est& el volador! Reuni6ronse algunos en torno del cretino, y c(
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no quisiese volar, en un dos por tres lo desnuy diCronle de golpes. ron da Mas como llegara por alli un hombrecito, diciendo U le conocia a Alsino, y acababa de verlo m&sarriba, excitados, fueron todos en su busca. Banegas, que s610 habia oido un destemplado gr itar, qued6 mudo de sorpresa a1 ver una veintena de campesinos ebrios que se Ilegaban, violentos, ro de5ndolos. -iEste es! -Ah! hermano, pbngale usted tambih!. . . -Vamos, arriba! -Que vuele! que vuele! -No faltaba m&s, negarse el roto. . . -Arriba.. ! Banegas, que tra t6 de interponerse, fuC acogotado lr dos o tres y tendido a golpes. Alsino, trkmulo, buscaba por donde huir ; per0 lo:i borrachos, violentos, fuQonsele encima y arranC&ndole la manta, a riesgo de estrangularlo, lo arroj airon a1 suelo. Un hombronazo brutal y siniestro dicSle de patadas hasta que nuevamente se pus0 de pic3. S610 cuando vieron que Alsino abria sus alas cortadas, dispuesto a acceder, cesaron 10s golpes y a u llidos e hicieron espacio libre a su alrededor. En su desesperacibn, Alsino, emprendiendo la carrera, di6 fuertes aietazos y, a.tropellando a algunoIS, se elev6 tres o cuatro metros para caer, muy Pronto, en el tajo de un barranco vecino. Los gritos, vivas y juramentos de 10s ebrios se
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vuelto por temor a don Javier, que no se mueve de la hacienda desde el comienzo de las cosechas. La reclusi6n del prisionero poco a poco ha ido relaj6ndose. Banegas, ante el t6cito asentimiento de su patrbn, ha terminado por traer a Alsino consigo cada noche, cuando, tarde ya, llega la hora en que 10s empleados de la hacienda, que a ello tienen derecho, vienen con 10s criados a comer en la cocina de las casas. Alli preside don Regulo, el sota o mayordomo, viejo solter6n, un poco solemne, parco en palabras y sentencioso; hombre de cejas tupidas y descoj munales bigotes, que Ileva, s6Io como insignia de rriando, ya que no sabe ver la hora, un enorme reio.i de niquel, pesado como una piedra, y una gruesa cadena de plata, donde las rnonedas colgantes suenan argentirias, cuando 61, sintiendose olvid:ido, tose, estentbreo, para llamar la atenci6n. Si preside don RCgulo, quien en realidad ma nda es la cocinera, la sefiora Candelaria. Una viejecita morena, seca y arrugada como UR huesillo. Ti ene el genio vivo y la respuesta pronta. Gasta esc:asa paciencia; y, aunque hace cincuenta y cinco a iios que es cocinera, ha rabiado todos y cada uno de 10s fdias innumerables que caben en ese largo meal" siglo, qued6ndole por llenar con iguales afanes Y colCricas voces, y mon6logos interminables, quien sabe a h cuantos afios m8s. El cabello de un b h c o amarillento, le va escaseando. El mofio le results Pequefio hasta la ridiculez; y si sus manos, blancas en las palmas y overas en 10s dorsos, dan 1
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dable imp resi6n de carnes que las aguas reblandecen y descoloran, su rostro moreno, surcado por infinitas a.rrugas, donde brillan claros sus ojos cenicientos, trae el recuerdo de 10s trabajados campos de labIranza, llegada la 6poca de 10s barbechos, cuando br.illan, con las primeras Iluvias, entre la Oscura tia-ra arada, las claras y pequeiias pozas de agua. Nunca falta Calixto, el domador y campaiiista. Tieso y d uro, con manos tan encallecidas por el 3ce de las riendas, que sus dedos s610 puelazo y el r( de doblarl[os a medias. Cuando alguien lo saluda, siente que estrecha no la mano de un hombre, sin0 algo rudo , seco y c6rneo como una garra. Es un hombre fe 0,con bigotes de bagre, bruto e inocent6n. Gusta del amor a su manera. Aun a sus aiios es el tenorio de la hacienda; un tenorio que no habla, que no corteja, que s610 procede. Nadie puede adivinar su edad; porque la cAscara de su cuerpo, como la de sus manos, es tan dura, que 10s afios no SIon capaces de romperla y salirle afuera. Aunque no tiene derecho a la comida, Florencio, el bodegut:ro, desde que la vendimia principi6, figura en la re:uni6n en calidad de asimilado. S u rancho de inquilirIO queda lejos. Tiene que vigilar la llegada de la uva , la molienda en 10s antiguos lagares de cuero; y es 61 el que desdobla la cola, ahora hueca, We antes perteneci6 a un pacific0 buey, y hace que Por ella, c:om0 por un caiio, salga la lagrimilla que resultd de la danza de 10s muchachos medio desnudes sobre el lagar colmado de negros racimos. Es
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teniCndcd o entre sus brazos, lo mece y le canta. Ambos se van adormilando. Ea cabeza de la madrecita, ya dormida, se inclina e inclina, y si510 se detiene CLiando el rostro tropieza en el cuerpecito de su hijo. A veces despierta; per0 otras se queda, asi, dormid:L, largas horas, como beshndolo. Es UIl a muchacha de diez y ocho aiios escasos, per0 su juventud est& tan ajada que s610 cuando rie, bril la. Ha quedado temerosa de Ios hombres, y 10s miira con un recelo y un asombro que la hacen seable a sus galanes. mLs de! No saibe lo que quiere. Tal vez su sueiio seria convertirse en otra seiiorita Abigail. Como bien a m prende 4que eso no serB nunca, se dedica a cuidar con celo a cju joven patrona. Tiene por ella un afecto tan sinsgular ; no es raro el dia en que, por insignificantes modales de la seiiorita, no ria feliz o no llore ocultamiente, y de tan desconsolada manera que quisiera morir. Est5 d6bil y p5lida. Tiene las manos rojas y estropead as. En sus ojos grandes y muy negros, se reflejan claramente, como en dos pequefiitos espejos, tod o lo que ella, con ese su modo de son&mbula, ccintempla. MAS t arde aun, baja doiia Benita, la mama de Abigail, la mama que fuE: de la sefiora Dolores y de la sefiorita Matilde, la mama de don Javier y mama, asimism.o, de dos hermanitos del patr6n, muertos en la in fancia.. En Vega de Reinoso es contemporhea de la sefiora c: indelaria; per0 sobre la mayor antigiiedad,
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que cada una para si se asigna, hay dudas que nadie puede resolver. Las dos ancianas se odian. Es una pasi6n que el tiempo se ha declarado incapaz de agotar. Tratando de despistar lo que sobre ellas se piensa, se hacen sus obsequios y otras manifestaciones de mutuo seiiorio y acatamiento. SbIo de cuando en cuando estalla entre ambas un altercado formidable que nadie, ni 10s patrones, consiguen apaciguar. Despub, por semanas, una desde abajo, encerrada en su cocina, la otra desde 10s corredores de 10s altos, siguen, cada cual por su cuenta, hablando sobre el asunto. De pronto una se calla: ha ofdo lo que la otra dice. Se reanuda la tormenta que, en ocasiones, hasta 10s perros corean. Ambas van donde 10s patrones y amenazan, y lloran, ydicen que se van y se van. La experiencia advierte que nada de ello sucedera. <A dbnde se irian? DoAa Benita es obesa, casi ciega, y muy dada a las golosinas. Compensa su gula teniendo siempre presente a la muerte. Todos 10s dias reza su rosario, y durante el mes de la Virgen, lo reza de quince casas. Todas las noches se acuesta, no metida en una camisa comlin, sino en su mortaja. Abigail es su idolo; cuAnto dinero le pagan, suelen pagarle, lo invierte en regalos para su nifia. Desconfia de 10s sirvientes y 10s sirvientes la a b rrecen. Cuando cada noche penetra en la cocina, en busca de su indispensable azdcar tostada, las conversaciones se callan. Ella, porfiadamente, pro-
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a sin objeto su estadia. Por fin sale, y muy molong, lesta.. A su cuerpo obeso lo engrosan aun m& las Polk:ras de gran ruedo. Con el gran paiiol6n de rebozo, que en la noche, temiendo el sereno, lo hace colgiir como un manto desde su cabeza, desaparece por 1la puerta que da a1 patio oscuro. En el silencio ye el leve chasquido que van haciendo sus zase 0: patolnes de paiio. C Cx c a de Alsino est& Banegas. Banegas, adem& de h ortelano, es el matancero del fundo. Es el que degiiella 10s corderos para el consumo de la casa y Prepiara el charqui, cuando, en primavera, algiin vacLino muere empastado. ;un si es no es fil6sofo. A Alsino le aconsejaba E! que sus heridas no se las dejase lamer por 10s perros. --No hay nada mejor-afirm6-que orinarse en ellas Ha descubierto un remedio para obstruir las cuevas de las ratas, impidiendo que a1 no encontrar libre! paso por ellas, desistan de abrir otras. Es usado especialmente en 10s graneros de Vega de Reinoso. El I)rocedimiento se reduce a colocar, firmemente aseguradas, laminas de vidrio que tapen las salidas de 1as cuevas. Los ratones, aunque son listos, a1 choc:ar en ellas, se resisten a creer que eso transparente e incoloro les impida el paso, y se llevan toda una noche hociquehdolas. Cuando el remedio ya no (la resultado, es fAcil comprobar que el crista1 est& sucio. Banegas habla poco. En ocasiones, podria afirmar se que durante meses no ha dicho una palabra.
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Per0 sabe reir, y rie sosegada y beatificamente, cscuchando las historias que alli en la cocina se refieren. ViCndolo en esa actitud, produce un verdadero bienestar. Es algo sedante, que trae a la memoria cosas gratas, amplias y apacibles. La seiiora Candelaria, terminada ya la comida, ha comenzado infatigable a lavar las ollas. Margarita, que debia ayudarla, se distrae escuchando. Don RCgulo, muy serio, trata de permanecer inmune a1 asombro. Gestos inconcebibles recorren la faz de Florencio ; arrugando y desarrugando la frente, rapid0 frunce y abre sus ojos. Tieso, como tallado en madera, Calixto trabajosamente se embebe en lo que oye. Cosa que logre penetrarlo, en 61 quedar& para siempre. Acaba de contarles el hallazgo que hizo de un cementerio de guanacos. Lo escondido e inaccesible de ese rinc6n cordillerano donde, uno a uno, 10s guanacos de una tribu, que se sienten enfermos o heridos por 10s cazadores, acuden a morir. Ante 10s ojos Bvidos de esos labriegos y montaiieses, se ha desplegado Ia riqueza perdida de ese sitio oculto. Les parece ver 10s numerosos guanacos muertos, vaciados por 10s chdores, conservar intactas las deseadas pieles, debido a1 aire enrarecido y seco de la altura. Alsino comienza una nueva historia: -Corn0 a fuerza de acostumbrarme en la oscuridad, distingo en ella claramente, esa noche, cuando buscaba en 10s nidales de las gallinas, divisC a
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un zorro que, venia a hacer su agosto en cercado ajeno. I5n cuclillas, mis alas arrastraban por el suelo. I<I zorro, un zorro enorme, el mAs grande que en mi vida haya visto, me qued6 mirando receloso. Bajio el alero que protegfa 10s nidales, la sombra era a6ri mAs espesa, y, por ello, no se debe achacar a inconnpetencia suya, el que me confundiese con un Pal7 0 . c:om0 es de rigor en esos casos, el zorro hizo una veniia, y otra y otra; luego di6 unos pasos como alejBn dose. Ya distante, se volvi6 para repetir el salud0. Encamin6se, en seguida, en derechura hacia mi, a saltitos cortos, con la gracia del mAs consumaldo bailarin. Mientras 61, sin dejar de aproxima rse, miraba hacia otro Iado para despistarme, yo, que: seguia sus giros con el rabo del ojo, confieso que connencC a emborracharme, ante tales y prolijas mu saraiias. -Vaya con el maldito!--exclam6 Florencio. -En el instante menos pensado, salt6 el zorro sobre mi, per0 logr6 darle un feroz puntapiC en las 1 mismo tiempo, irguihdome cuAn alto quijadas, y, a era , daba con mi cabeza en las latas sueltas del cober tizo, que se vinieron con gran ruido a tierra. 2 zorro es5;aItando 10s restos de viejos tapiales, e 16 a 1 potrero vecino. cap lo, furioso, habia roto en la refriega 10s 6nicos 1 hutYOS encontrados, sali tras 61 volando. I21 potrero era extenso, llano y sin Brboles. En la
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noche negra, s610 ojos capaces podian distinguir un bosquecillo lejano que seguia el curso del estero. El zorro, que se habia detenido para recobrarse de su asombro, a1 ver que sobre 61 venia volando un pAjaro descomunal, huy6 patitas para que te quiero. Ah! Todo fu6 inGtil; pronto le di alcance. Esquivando las dentelladas que, a1 acercArme, bruscamente lanzaba a mis piernas, fui sobre 61 como un jinete empinado en 10s estribos, espoleando sin descanso sus ijares; y al igual del domador que guia una bestia brava, tapandole uno u otro ojo con la manta, yo dirigia su carrera a fuerza de aletazos que lo cegaban. Sin acordarme que nos habiamos encontrado en el gallinero con intenciones parecidas, lo apostrof6 con un entusiasmo creciente. -2orro ladrbn! le gritaba. Viejo ladino! 2Tratabas de emborracharme? iMe tomaste por un pavo? A t u cueva ino me querias llevar? LlGvame, ahora, asi, jinetehdote! Apura, apura, que me gustan 10s caballitos corredores! Mis voces, el ruido y 10s golpes de mis alas, y el menudear de mis pies sobre su lomo, sumados a su natural espanto, hicieron que, vencido, comenzase a gemir lastimero. Semejante verguenza me pus0 furioso. En un descuido, cuando el zorro, ya extenuado, parecia echar afuera 10s bofes, lo tom6 de la cola y subi con 61. Desde lo alto lo l a n d a1 aire. Cay6 dando volteretas, y a1 estrellarse contra el suelo, son6 como un sac0 que se derrumba y revienta. Gritos de alegria, risotadas, golpes formidables
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en la 1mesa y en las espaldas del vecino, en sefial de entusiasta aprobacibn, acogieron el final de la histori,a. Don Regulo, olvidado de si, reia abiertamente; Baneg:2s y la seiiora Candelaria, como buenos ami-, gos se! miraban complacidos de verse tan alegres. Margarita esquivaba 10s recios codazos que d&bale C alixto en seiial de regocijo por relato tan de su gusto. Florencio, cogido por el entusiasmo. en plena tartamudez, refa hasta Ilorar. -D' on R6gulo--dijo, por fin-esto no puede quedar asi. Est0 merece trago. . . . Buen dar con el zorro i ndigno! Banegas, acompAiiame a la bodega. Si don RCgulo no dice nada. . . -21 ramos?--dije Banegas a Alsino. Los tres salieron a1 patio. Era noche sin luna, llena de estrellas, coreada por la! ;letanias de 10s sapos. De 10s potreros vecinos, donde en el dia se hiciera la cosecha del pasto, venia el perfume incomparable del tr6bol seco . La 13odega ocupaba el sitio de una antigua capilla. Muerta la madre de don Javier, dejAronse de deccir misas en ella; despds, por ser recinto adecuaido para guardar restos de maquinarias y cosechas, fu6 perdiendo, lentamente, su carkter. Cuand o la viiia nueva estuvo frutal, don Javier, sin escr6pulo, por una transicibn que el tiempo propiciarai, utilizb la antigua capilla para cosechar el vino. Moritones Bcidos de escobajos, canastos pringo-
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sos, barriles y tinajas, veianse cerca de I a puerta de entrada. En 10s alrededores unas cam:tas dormian tranquilas, mientras una de ellas vigil;iba atenta con el pCrtigo en alto, apuntando a las constelaciones. Florencio abrib el port6n de entrada. Ericendiendo un farolillo porthtil, fue, seguido por Bianegas y Alsino, entre las sombras cambiantes qucE: arrojaban las grandes cubas fermentadoras. Se 01 ia el hervir del mosto. De una de las cubas, corcmada de espuma compacta y carminosa, comenzalla a derramarse el vino nuevo. Por entre las enormes barricas asomat)an, pintados en las paredes, atributos religiosos dc3 la antigua capilla,y santos grotescos, obras de EiIg6n artista campesino. Teiiidos por las chorreras de la lagrimilla desbordada en numerosas vendi1nias, 10s santos comenzaban a desvanecerse. De unos barriles pequefios fuC probandc) Florencio el vino aiiejo, antes de decidirse. Bane:gas, con el farol en alto, alumbraba. Una prensa cle orujos destilaba en una tinaja, empotrada en el Imelo, un claro hilillo de vino. La luz del farol se cpebraba i caer en en el chorro como en un rubi liquido; y a 1 la tinaja poniase a cantar con una voz t:an pura como la de un pijaro. Sorteando barriles, mangueras y carret ilIas que obstruian el paso, fuCronse silenciosos con un gran cintaro Ileno de vino. Medio asfixiados por 10s gases de la fa mnentacibn, a1 salir respiraron con placer el ail:e frio Y
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p r o de la noche. Deslizandose contra las paredes, tratar*onde Ilegar, sin ser vistos. Se detuvieron temerosos. Unas sombras, antecedi&idoles, entraron en la cocina. Desde el exterior hiusmearon con cautela por el ojo de la llave. -4 ii es don mico que trae a don Santiago, el ciego , y a Felipillo!-murmur6 enderezhndose, jubiloso , F1orencio.- Estamos con toda la buena! Ea hi1cimos completa! Calixto y don Rico, 10s recibieron con gran algazara, mientras don RCgulo, para mejor disimulo, PdSOSle a liar un cigarrillo. 1 Jh! uh! uh!-balbuceaba, alargando el hocico, FeIipcf el lazarillo, como si olfateara el vino. EraL un pobre imbecil de cara simiesca y edad indetcfrminada. Atado por la cintura ai ciego, sostenia entre sus manos el guitarr6n de su amo. Doli Santiago, el ciego, Iirico vagabundo, conocidisiino en toda la r e g i h , jam& dejaba de recorrer una a una las haciendas, cuando llegaba el but?n tiempo de las cosechas. Hombre grueso y sangu ineo, picado de viruelas, de cuyas resultas ceg4 poseia un repertorio picante y cinico, muy del gtisto de 10s hombres. Las mujeres, si protestaban die sus canciones, era, tal vez, porque a1 oirlas, reian de un modo tan desatado que resultAbales peligr OSQ. -F igtrense-explicaba don firico-que aqui, el arnigcI , queria seguir de largo! Venia yo del pueblo d cespubs de dejar al patr6n, cuando, en la revuelta de Paso Hondo, 10s caballos se espantan.
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2CreerAn que don Santiago, alli, solo en esta no& oscura, estaba canta que te canta? -JA! jA!--ri6 el ciego.-ZSabia yo si el cocht que oia rodar era de amigos? Ech6 un reclamo como 10s jilgueros. -Y era de amigos, caramba-repuso el cochero. -iVamos! arriba! les dije. Y Felipillo, el muy infeliz, resistihdose; que no y no. De un huascazo le hice subir; y hemos venido a todo galope, por 10s caminos, cantando. No es verdad Cacaseno?-Y atiz6 por las piernas un latigazo a1 lazarillo. -Uy! uy! uy!-grit6, lagrimeando el cretino; y como no entendiese bien, creyendo, con la costumbre, que eso era lo que de 61 deseaban, phose a bailar grotescamente. Rieron y gritaron 10s contertulios, mofhdose de las contorsiones del pobre diablo. Antes de que se lo pidieran, cogi6 el ciego su guitarr6n y, rasgueando sus cueidas, di6se a cantar entre el acompasado cor0 de Florencio y Don R ico . Ay! ay! que yo se lo pido, ay! ay! que yo no me atrevo.. . Siempre, dudando, de nuevo, el tiempo p a d , y iay!. . jsi! y iay!. . jno!.. . ichingado el tonto qued6! -Bien merecido lo tuvo. . . Aprendan, niiios' no se apure, comDadre. grit6 don Nico.-Pero Vamos, primero, aclarando la voz.
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Y lTolvieron a beber.
Hay en el campo una hierba de la borraja Ilamada,
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Se I.eanudaron las canciones. Per0 luego comenz6 a fleg: L r el olvido, y pronto la alegria y la buena libertad I. Luego, callados, envueltos en ese recogimiento ue se inician las borracheras, tal si pertenecon 9' ciesen a un rito solemne, fueron bebiendo todos larga Y F)arsirnoniosarnente. AIsi no, inconsciente, bebfa mAs que todos. Sintiendo calor se sac6 el poncho. Acoometido por una locura sbbita, pijsose a danzar medio desnudo, mientr,as, con voz incomprensible, entonaba, desafinadamiente, viejas canciones de su infancia. Nad ie se cuidaba de nadie, como no fuese Calixto de Mairgarita. Llevado por un ardor incontenible, Alsino proseguia su baile frenetico. Volc6 una mesa, vinibronse a f suelo las copas. Enred:ido en una silIa, cay6 sobre 10s ladrillos del pisi 0,quedando con las alas extendidas y sin movimien to, como un enorme pAjaro muerto. Rud a tarea comenzb para la seiiora Candelaria, cuandc) pretendib echar a 10s borrachos de la cocina. Salieron, por fin. Alsirio entre la cocinera y Banegas, abrazando a ambos con sus alas, la cabeza descoyuntada y OScilante como un pendulo, salid el dltimo. En mitad
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del patio se detuvo, y con voz profundl pajosa comenz6 una nueva canci6n que terminar.
XXXIII
OTORO
y deseoso fuC, tras la sefiora Bartola, subiendo la escalera que llevaba a1 segundo piso. Desde la lejana noche de su ca ptura, Alsino no habia vuelto a esa parte de las cixsas. Largos dias habian pasado sin que Abigail 6;e asomara por el huerto. Estando enferma, habizi encomendado a la sefiora Benita que llamase a1 pr-isionero. raves6 en 10s altos el corredor del norte, con At] sus t ablas podridas y rotas, y el extenso corredor del o riente, sombrio por 10s viejos acacios en otoiio, que (jejaban filtrar una resolana quieta y dorada. Toda 61 estaba cubierto con las frutas Slltimamente recog,idas. Caminando con cuidado por un angosto pasill o que dejaran libre, iba a la siga de la anciana,
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contemplando la abundancia de 10s maravil loses dones del extenso huerto. Alli estaban las nueces arrugadas y secas, rota y podrida la primera envoltura; vecinas, en un gran mont6n que habia deshecho el trajin de 10s sirvientes, las castafias brillaban como reci6n barnizridas; mits adelante, en extensi6n considerable, dispuestas por clases, lucian manzanas amarillas y chatas, manzanas verdes, gordas y enormes, manzanas ter: ;as y rozagantes de un carmin trasparente y luminoso como el de 10s azulejos, y todas ellas exhalando un perfume fresco y muy grato. Contiguas a las Gltimas manzanas agrupitbanse las peras loicas, pequefias y pecosas, con su gran mancha roja; las de guarda, verdes y tersas; la secci6n de las enormes peras de agua, ya con claros abiertos por el consumo diario. Y ,por todas partes, abandonadas y dispersas, habia grandes cantidades de frutas lacias, deshechas y podridas. Cediendo a su propio peso, aplastitndose contra las tablas, hacian pasar hacia abajo, por grietas y junturas, lagrimones de miel. Un terciopelo de hongos blanquecinos crecia silencioso sobre esas frutas que, sobrepasada la plena madurez, comienzan a derretirse como blanda cera. En el limite del corredor, custodiando a las frutas menudas, gordos y grotescos, la pie1 gruesa Y rugosa, plegada como la de 10s paquidermos, enormes zapallos, de un gris verde azulino, de------h"" solemnes. Y por sobre este magnifico tapiz de uns
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abunciancia, colgaban de las vigas del corredor, grand es racimos de uvas de guarda negras y rosadas, (xidadosamente defendidas por el tordo de la seiiora Benita. EriL 6ste un viejo pajarraco de plumaje medio deslustrardo, gran ladrcin de ovillos y otras chucherias. Habillidoso como todo guardiAn jay! del zorzal que se at1-eviese a venir a merodear entre 10s racimos; io lo perseguia, sin descanso. De regreso, fafurioz tigadc3, cobraba su trabajo regahdose hasta la sacieclad, de las frutas confiadas a su vigilancia. c o rno m8s adelante el trAnsito estaba obstruido os primeros duraznos abrilefios, siguieron por por 1 1 el int erior de las piezas. En el escritorio de don Javier, sobre la mesa, en detsorden o ensartados en clavos sobre las paredes,legajos de papeles comenzaban a amarillear. En unas mesillas de arrimo, encima de escasos libros, rotos y desencuadernados, habia piedras de minai9. Un olor fresco a fierro y maquinarias subia del Pis0 bajo a trav6s de las grietas del entablado. La pieza vecina era la de Abigail. AI abrir la puerta, 1 ; is bisagras cantaron suavemente. Como ese dormitorio caia sobre el departamento del primer piso cdonde guardaban la harina candeal, un ligero y san10 aroma a trigo maduro flotaba en e1 aire. ;ino, timido, asomci la cabeza. AIS Abigail en su lecho, mAs hermosa por 10s colores que i1 sus mejillas prestaba la fiebre, le Ham6 sonriend 0.
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-Venga y abra la puerta del corredor; me muero de sofocaci6n! El picaporte, mohoso, se resistia. kas maderas hinchadas se negaban a desprenderse. AI ceder, por fin, crujiendo, con la luz dorada que filtraban 10s acacios, rodaron bulliciosas hacia el interior del cuarto las manzanas que afuera, estaban apoyadas contra 10s batientes. Abigail ri6 alborozada. -No las recojan. Ellas tambiCn vienen a verme! Alchncenme una. QuC bien huelen!--dijo acercando a su rostro la que le pasara Alsino. a Cste.-AlIB no. Aqui. Me -SiCntese--orden6 aburro cuando estoy enferma. No soy capaz de leer, me duele la cabeza. He pensado que hoy podria conocer una nueva historia suya. Recuerde alguna que yo no sepa. -2 Est6 enferma?-pregunt6 Alsino-2 tiene fiebre? Seiiora Benita ipor qu6 no me habia dicho nada? iAh, no quiso creerrne! iQuC objeto tenia el pasarse todo el tiempo, primer0 con Margarita, y, luego, con 10s enfermos que siguen llegando cada dia? Y est0 $que es?-dijo aspirando el olor que despedia una p6cirna que estaba sobre la mesita de noche. -E1 patr6n no Cree en sus remedios-farfull6 la sefiora Benita.-Ayer, antes de irse con Ricardito a Santiago, que se zaf6 un brazo por querer volar como usted, se enoj6 conmigo. A mi hija darle esaS tonterias! grit6, y, quithndomelos de las manos, Ian26 lejos la yerba duke que traia para 10s labios de la pobrecita. iMire usted como 10s tiene? le sangran
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de secos y agrietados. Y idios santo! le est8n dando remecdios indtiles que traen del pueblo. Recetas que prep; ira ese borrachin hereje del boticario. AI5;in0 se sent6. El cefio contraido, miraba con insist.encia el suelo. -1 Pobre pap&!me ve enferma y se confunde. Per0 estoy mejor gno lo Cree?-y Abigail le alarg6 la mano como a un mCdico. Huimilde, Alsino se acerc6 a ella, tomimdola de la miiiieca. Medio ensordecido por 10s golpes de su propio corazbn, p6sose a contemplar esa mano pequeii; 8 y fina de dedos aguzados, y uiias sonrosadas y flo1ridas de puntos blancos como gotas de leche. c uando volvi6 a sentarse, qued6 m8s adherida que Lma brasa a las yemas de sus dedos el fuego de la fiebre de Abigail. Como permaneciera callado, la enferma, intranquila, lo espiaba. Alsino escuchd sus F)ensamientos de zozobra, y, haciendo un esfuerzl0 , sonrib. -1 Vo tiene casi nada-dijo.-i&uk remedio darie ? No h ay cosa alguna mejor que la goma de card6n. La seiiora Benita, sonriendo, sac6 del envoltorio en qule traia su interminable tejido, un frasco pequefi0.
un -i Ah!-exclam6 regocijado A1sino.-Acerque vas0 con agua. Aqui hay. Espere! Beba sin miedo! Que ponga agua nueva porque habia flores en el vaso. Son crisantemos, mejor que mejor. Beba! Asi! Per0 qui: gesto hace; es el dejo a1 alcanfor. Afisera se sinti6 un r8pido batir de alas, y un claro
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y pasajero fulgor baa6 la pieza. Era el Teflejo despedido por palomas en vuelo, a1 cruzar por el sire baiiado de sol. AI otro lado del lecho, cerca de la puerta, acomod h d o s e en una silla baja, la seiiora Benita, desenred6 su lana y su crochet, y plisose a tejer. -Yo no lo IlamC, Alsino, para que estuviese caIlado-exclam6 burlesca y con afecto Abigail. -iQuk puedo referirle? ZAun una nueva historia? 2 No le contk, liltimamente, mi aventura con 10s ladrones, y la que tuve con unos buitres cuando reciCn volaba? 2 no le he relatado la del tristabaco, y la historia con las llacas y comadrejas que tenian como, casapropia la capilla del Totoral? 2 Y tantas, y tantas otras? (Que quiere que aun le cuente? <El juramento de 10s picaflores ? ;Lo ha olvidado? 2 No conoce tambikn mi caida a1 mar? ;No? Es extraiio. S610 ahora recuerdo que no la he referido. Ah! cu5n insaciable es. Debiera haber sufrido yo otros mil percances, y usted todavia no quedaria satisfecha. iAun otra historia! ZSe mofa? 2Acaso no es asi? Abigail reia ruidosamente. Alsino, en silencio, la contemplaba. Contagiado, termin6 por reir a su vez. -Una tarde--comenz64rase en el tiempo en que yo reciCn iniciaba mis vuelos, aun presa del loco entusiasmo de mi nuevo poder, sin reparar en obstkulos y espoleado por deseos inagotables, mil veces superiores a mis fuerzas, volando sobre serranias, divisk tras ellas el resplandor del mar. Era POCO m6s de medio dia, hora en que las olas ruedan
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tra nquilas y rhejor reflejan, como las escamas de Pla t a de un pez gigante, la luz cegadora del sol. (3uando estuve encima de las playas cornend a bajlar, internandome sobre las rompientes. Llegal)a hasta mis labios el rocio de 10s enormes tumbot; de la mar boba, a1 chocar contra Ias rocas. GU stands su frescura salina, como si bebiese el mQs PO(jeroso de 10s licores, cai en uno de esos mis antig UQS arrebatos de alegria desbordada. Durante s no cabia dentro de mi mismo, y, por eso, en el elk1 air( e, danzaba frenCtico como si quisiese dar libertac1 a mis alas, a rnis brazos y mis piernas que bai. labIan enloquecidos. Descendiendo, cada vez mQs, muiy cerca de las rocas, volaba rozando las aguas hir vientes: olas colosales que se erguian abrumadoras como montaiias. Ah! cuQn feliz era a1 retozar en1:re la chisperia tornasolada de 10s tumbos desPethzados! Mis alas hlimedas resplandecian a1 sol 1 21 divisar el nacimiento de una nueva ola soberbia., y ver que por el agua de su cumbre, de una inde(:ible claridad verdosa, cada vez mas trasparente, cr uizaba el rekimpago de un pez, me vino el mismo der;eo incontenible de 10s piqueros cuando se dejan cat:r en el mar. Sin atender a1 peligro, cerr6 mis alas Y 7ieloz, como una flecha, me hundi profundamente en el agua, logrando aprisionar entre mis manos a1 Pe(:ecillo. Nunca lo hiciera! Medio aturdido por 10s tumbo!3, con mis alas empapadas, sdlo cuando log& ab1rirlas sobre la superficie de las aguas, pude po-
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nerme, dificultosamente, a flote. Una nueva ola cogihdome por la espalda, me hizo pasar, envuelto en espumas hirvientes, por un desfiladero de rocas cortadas a pico, cubiertas de algas resbaladizas que se me escurrian. Sali impelido, con las hltimas espumas, a una bahia pequeiia y tranquila. Magullado por las rocas, sin conservar entre mis manos a1 pececillo que se me escabullera; al levantar penosamente una de mis alas heridas, el viento de la tarde comenz6 a dar en ella, y cada vez con mayor rapidez, como un barco que alza su velamen, iba deslizdndome sin esfuerzo hacia la playa distante. Satisfecho de mi descubrimiento contemplaba complacido el desfile de las rompientes, cuando distingui, entre las rocas que cerraban la bahia hacia el sur, a innumerables lobos marinos que tomaban el sol. A1 divisarme, asustados, creyendo que se acercaba una chalupa, comenzaron a dejarse caer a1 mar. Hubiese podido apaciguarles con mis voces, per0 era tan hermoso el espectAculo of recido por su terror que, encorvando mis pies como timones, y disponiendo mejor mi ala erguida, en1dered rumbo hacia ellos. No me fu6 posible darles alcance. Algunos f~iachos que cubrian la retirada, parecieron dispue:jtoS a acometerme. Les grit& Intranquilos se detutTieron, dando lamentosos bramidos. Cuando pude ccmvencerles, se me acercaron llenos de precauciones. S610 algunos lobos viejos cubiertos de cicatrices, recuerdos de sus luchas amorosas, dejaro n caer
A
; sus hocicos las
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piedras que traian para su defensa. edias que disparan lejos, levanthdose sobre s olas, cuando 10s cazadores fos atacan. Luego vieron todos en torno de mi ; hasta 10s lobeznos, que mfis se apartan de sus madres. Maravillados, giban y giraban, nadando a mi alrededor. A1 divisar sus cabezas redondas, que algo recuerin las nuestras, y ver brillar sus ojos inteligentes, e parecieron hombres encadenados por un male:io a vivir en el mar. Cuando vir6 dirigikndome a la playa, todos me guieron curiosos; y durante el largo tiempo que tuve fuera del agua, desentumecikndome, sobre las enas calientes, 10s lobos, hasta que 11eg6 el creisculo, entre las olas tornasoladas, en un ir y venir, smaron por cosas aun para mi incomprensibles. A1 alejarme de esa playa desierta, rumbo a mi leva de la montaiia, voI6 algdn trecho sobre el ar. Los lobos, para verme mejor, sacaban sus ca'zas fuera del agua; y como llegaran hasta mis dos sus trtigicos bramidos de angustiosas y oscus interrogaciones ; y como sus cuerpos h6medos viesen negros surgiendo de entre las olas rojas ie parecian llamas de un mar de fuego, pens6 ner ante mi vista a otros desconocidos morados de un infierno. El narrador habia ido entusiasmhdose durante curso de su propio relato. Cuando le dib tkrmino, vivificado su recuerdo por su potencia evocadora, s ojos y todo su aspect0 eran 10s de un hombre
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que viene de salvar 10s riesgos de una ext aventura. Abigail, profundamente atenta, sin interrum una vez siquiera, tambiitn parecia haberla prt ciado. La seiiora Benita, sorda e indiferente, adc IAndose por el bochorno de la siesta, comenza cabecear. -Alsino-dijo Abigail, con voz emociona me parece haber estado en su compafiia El tordo entr6 a saltitos. DespuCs de dirigir : tas miradas hacia 10s rincones, de un picotazo e t6 el ovillo caido de la sefiora Benita, y sali6 C I sin que nadie lo advirtiese. -Oy6ndolo1 me parece que yo tarnbiCn he lado alguna vez!--continu6 la enferma. El narrador, eonfuso y agradecido, sonreia. -Ah! si yo tuviese alas, qu6 de aventuras n c rreriamos juntos!--dijo alegremente la joven.casariamos 2verdad Alsino? -pregunt6 burl Porque, asi, yo sin alas y usted con ellas, bonit, reja . . . . Que le venian ganas de volar; pues : quedarme plantada. Si volaba conmigo a CUE no subiria alto ni llegaria lejos. Si se resigna permanecer siempre a m i lado, entre las gent podria ir medio desnudo; y si se cubria las iqu6 joroba! iDios mio! Los chiquillos nos segui lanzhdonos piedras! Riendo ruidosamente de su fantasia, con es borozo efimero y superficial que sienten las . nes ante 10s problemas ficticios de un amor
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TOSiamente
ario, Abigail no repar6 en c6mo se contraia dologin, la frente de Alsino. I,a sefiora Benita roncaba plbcida. El calor de la tarcd e y el voluptuoso perfume de las frutas, llenaban el iaposento Como la enferma se quejara nuevame nte de calor, no encontrando Alsino en parte alguria el abanico que la joven le pidiera, se sac6 su manta, y abriendo una de sus alas mutiladas le di6 airc3 con ella. 1lbigail, gozosa ante la gran frescura que la en\iolvia, cerr6 dulcemente 10s ojos. S610 Alsino vi6 salir, de debajo de 10s muebles, grandes y liviano? ; globos de pelusas que comenzaron a damar silen ciosamente.. .
XXXIV
ERRANTE
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nuo, apenas perceptible por el vasto rumor d e 10s Blamos que mecia el viento de la noche. De vez en vez, gritos perdidos turbaban n Llevamente el sosiego de 10s campos. AI poner en ellos atenci6n, escuchabanse leves crujimientas, golpes incomprensibles, lejanos y sordos, y, distante, el ruido perenne de la cascada del canal. Un ratbn, alli cerca, roia tranquilamente. Contagiado por su serenidad, Alsino comenzaba a tranquilizarse, cuando un lamento desgarrador y penetrante pas6 por el aire, volando como una negra ave fatidica. Todo quedb inmbvil, en una crispacibn tan dolorosa, que hasta el ratoncillo detuvo su trabajo. Entreabriendo el ventanuco, por entre 10s gruesos barrotes y sunchos entretejidos, Alsino, a la luz rojiza de la luna menguante, vi6 a 10s perros, que dormian en 10s corredores de las casas, incorportznrarse con actitud extraiia. O Uno en pos de otro, las cabezas pendientes cornL agobiadas, las orejas lacias y cafdas, todo el cuerpIO desmadejhdose humilde, como ante un amo inv1sible, a paso lento y arrastrado, iban por entre I()S montones de maiz, hasta el centro ibre del patic3 Irguiendo repentinos 10s cuellos, y cara a cara a 1la luna, comenzaron, con 10s pelajes erizados, a la11zar siniestros aullidos. OyCndolos, un calofrio recorrib a Alsino. La larg:a enferrnedad de Abigail, y el no haber tenido de ellla noticias claras en esos 6ltimos dias, intranquiliz;3ron a1 prisionero. Una sospecha desolada lo sacud ib
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a1 1divisar un ir y venir de luces en las piezas de 10s alt os. <Sin despertar a Banegas sali6 a 1 huerto; per0 ante las altas y espesas zarzamoras, qued6 irresoluto. Qu is0 pasar a travCs de ellas por el albafial de la accquia de regadio, mas las gruesas y firmes espina:3, aferrAndose tenaces a su poncho, le retuvieron. Retrocedi6 penosamente ; luego, desnudo, hizo una nuleva tentativa. Volvieron a retenerlo Ias agudas esFh a s ; pero, aunque desgarraban su cuer-po y sus alas, sigui6 resuelto. 1 91 cruzar la plazoleta, donde se hacia la cosecha del maiz, entre fogatas humeantes que iban extinguiibndose, oy6 a 10s innumerables grillos venidos de 10s potreros, ocultos entre las hojas de 10s choclos, allj', por miles, cantar reunidos. IVadie vi6 a Alsino deslizAndose por el corredor de 10s altos, sin cuidarse de las frutas dispersas, if rec eloso en demanda del dormitorio de Abigail. I 41 aproximarse a el, lo sorprendi6 un murmullo d e oraciones, entre un grato perfume a cera quemada Y ' m a hfimeda fragancia a rosas y alcanfores. Vi6 cirios ardierido en la pieza oscura. Divis6 gentes de rodillas ; invisibles 10s rostros inclinados. Toses histericas y llantos agudos, que culminaban en ala ridos, venian de la pieza vecina. roda la casa y el aire de la noche estaban mecidols por lamentos y oraciones. En ese instante hasta el mugir de una vaca en el establo son6 como una n u eva plegaria. A1 lado de la puerta, en un rincbn, de pie, mu-
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a d . 0
dos, 10s sombreros pendiendo de las manos que colgaban pesadamente, estaban don Rhgulo, Calixto y don i%co. Como un sonAmbulo, el ceiio inquieto, la mirada en espanto, Alsino se Ileg6 a ellos interrogativo. Nadie dijo nada. S610 don mico levant6 la vista. En sus ojos se irisaban la luz de 10s cirios, y en sus mejillas habia rastros brillantes. -iAve Maria Purisima. , . ! -entonaba, temblorosa, la voz de la seiiora Dolores. -iSanta Maria. . . ! -coreaban las otras mujeres arrodilladas. Distinto y enhrgico, entre se distinguia el acento rotundo de la seiiora Candelaria. Desnudo y sangriento por 10s araiiazos que le hicieran las zarzas, la actitud resuelta, 10s ojos extraiios, Alsino ante 10s cirios y las flores que rodeaban el lecho de Abigail, qued6 desconcertado. Como 10s pBjaros cuando husmean en un sitio desconocido, estiraba el cuello, atentos 10s oidos sutiles Di6 un paso adelante. Todos, a1 levantar la eabeza, quedaron inm6viles ante su trBgica aparicidn. Don mico, obedeciendo un gesto de la sefiorita Matilde, se acerc6 a1 prisionero, lo tom6 de un brazo y quiso hacerle salir de la pieza. Alsino, sin comprender, contemplhdolo todo con terribles ojos de ausente, presa de inesperada violencia, frenCtico y resuelto, arrojd lejos a1 cochero. De un salto, con furia extrafia, derribando uno de 10s candelabras, se acerc6 a1 lecho de Abigail; las mujeres d i e m gritos, incorporAndose, temerosas, a1 arrimo de las
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paredes oscuras. Contemplaban despavoridas a Alsino desnudo, y el erguirse tembloroso de sus alas que despedian negras y grandes sombras En el silencio angustioso se oian crujir bajo 10s pies desnudos del prisionero, las flores caidas alrededor del lecho. Los hilos de sangre que cruzaban su cuerpo resplandecian a la luz de 10s cirios. Al divisar el duke y pAlido rostro de la muerta, Alsino di6 un grito penetrante y salvaje; aullido gutural que removi6 hasta las mAs ocultas fibras de las entrafias. Entre sollozos enormes, con voz desconocida, Alsino suplicaba : -Abigail! Abigail! jEs posible? iDios mio! jCaIlas? iNo es tu voz oculta la que ahora te rodea! Es otra desvanecida e igual a la de tantas cosas inertes. Abigail jno me engafias? jdbnde escondes ese rumor que te envolvia? iEra como uno de esos velos sutiles que trasparentan mejor las formas ocultas! Estrujhndcse desesperado las manos, como deseoso de arrojar lejos su dolor impotente, sigui6 con voz ,quebrada: -Pareces dormida. Mas, como la niebla que en la noche brota del do, un halo, visible para mi, del que duerme se eleva. Los sollozos, ahoghdole, le hicieron caer de rodillas a1 pie del lecho. -i Malditos Sean mis pensamientos incapacesgrit6 iracundo-que no supieron, como 10s tuyos, brillar en torno mio y ser reveladores de mi secreto! jMaldita sea mi cobardia que me hizo callar! Pas6 el
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ci6n y de locura, como quedase abierta la puerta que daba hacia el campo, fueron tras 61, por 10s caminos sumidos en la noche, balando lastimeras.
UINTA PARTE
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xxxv
LA HIJA DEL LEONERO el rio Plomo recibe el agua de las quebrada de Las Siete Lagunas, en esa angosta abra de cordillera; cerca de las minas de Maltusado y del portillo del mismo nombre, paso solitario por el que s6l0 cruzan 10s contrabandistas de ganado argentino; no lejos de las primeras nieves y en lo alto de la linica loma que, un aiio si y el otro n6, ostenta una pequefia sementera de trigo, entre unos durazneros torcidos y un salic0 frondoso, hay un rancho de piedras techado de ramas y de latas viejas. En la sementera, las cafias del rastrojo asoman entre la tierra arnarilla como barba de ocho dias. Aun no caen las primeras iluvias, y las nieves siguen altas.
L L ~ donde
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P e d r o
Hacia el tajo por donde corre el ReinclDv,ldy unos maitenes. En las frias maiianas, cuando la niebla, como un aliento del rio, sube y espesa, y va oCultando las serranias de la otra orilla, aquellos &boles solitarios se llenan de una tr5gica melancolia, porque parecen arraigar en el extremo filtimo de la tierra, a1 borde del gran abismo. Y quien a esa hora asi 10s cobtempla y asi 10s siente, ve c6mo ese agreste y remoto r i n d n cordillerano, firme de rocas y de silueta altivo, avanza contra la niebla insondable como si fuera la proa misma de la tierra. El rio, abajo, olvidado, despeiihdose, truena. AI oir su voz y sentir el viento que se levanta s610 se piensa en el rasguido de invisibles olas desconocidas. A ese rancho miserable, aun mAs empequeiiecido por estar en medio de aquellas moles abrumadoras coronadas de nieves y de rocas, vino a dar Alsino. Era la ~ l t i m a vivienda que habia en la hijuela de cordillera de la hacienda llamada de Trasmalal. Si bien la conocian con el nombre de cda casa del leonero)), ya hacia tiempo que no ladraba en torno de ella la valiente jauria. Muerto el perro maestro, desaparecidos 0-dispersos 10s restantes, 10s pumas bajaban con las primeras nieves, y pronto 10s Potrillos, terneros y el ganado menor comenzaban a desaparecer . El dueiio de casa, enfermo desde hacia tiemPo, sin poder bajar por sus mismas dolencias hasta casas de la distante hacienda de Reinoso, en busca
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de aquel hombre extraordinario, cuya fama alcanzara a sus oidos, le vi6 alcanzar una tarde hasta su P"opio hogar. Cotoipa, su hijo, a1 verlo, tremulo lleg6 corriendo ha sta su silla de enfermo. Mudos ambos por el estuP Or ye1 miedo, per0 poco a poco ganados por la vo z bondadosa de aquel hombre desnudo, diCronle ho spitalidad. Y cuando las nifias llegaron de las compras que venian de hacer en el pueblo para surtir el pequefio allnacCn que servia a cateadores de minas y contr: ibandistas, ruborosas, intranquilas, esquivando la$ ; miradas de Alsino, entraban y salian de las curas habitaciones. os1 Eran dos muchachas con belleza de juventud, y no sin pr6ctica real en lides amorosas; pero, montaifieses ingenuas, sin saberlo, serviales mi%, para el gusto de 10s hombres de esa tierra, cierta fadidad a1 rubor y a la timidez. El padre, viejo, enfermo y fatalista, no se habia solbresaltado cuando, el afio anterior, Rosa, la menor de ellas, di6 a luz un hijo. Y no tuvo, despuks, Para el reciCn nacido, ni desvio ni ternura. Llevando en las sienes parches de torrejas de papas, entekaba 10si dias sentado en su silla de totora, con la cabeza in(:linada ante 10s montes, mascullando, muy de talrde en tarde, unas escasas palabras. Etelvina, lamayor, atendia de preferencia el pequefio negocio. Rosa cuidaba de su guagua, y ambas Y( Iotoipa, del cultivo de la tierra y de 10s quehaceres de la casa.
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Sintiendo el viejo leonero alguna mejoiria con 10s-remedios de Alsino, trataba de retenerlo. Lentamente la noticia de que alli se encontraba el famoso curandero de Reinoso, fu6 extendihdose, y comenzaron a llegar hasta su rancho, enfermos .Y peregrinos que hacian algunos gastosen el bo1iche, y eran, ademas, portadores de d8divas: aveS, quesos y frutas de la tierra. Las j6venes Rosa y E telvina, ante tal inesperada ayuda, se ingeniaron pa ra retener a1 huesped. Rosa, a 1 comenzar con Alsino una v ida de mayor acercamiento, perdiendo 10s temores y 10s resabios de 10s primeros dias, fuil cayendo (je inter&, en curiosidad; de curiosidad en asomk)ro creciente y continuados pensamientos, que I-esbalaron, sin tregua, hasta dar en un caprichosc) amor.. Con sus alas aun incapaces, triste y tac:i turno, Alsino mirabalo todo con un aire de ausencia y de f atiga. Indiferente a la pasibn que despertara, iluminado apenas por una sonrisa desolada, contestahla a las palabras de Rosa sin darse Clara cuenta d e ellas, clavando en cualquier parte fijamente sus grandes ojos para dejar vagar, lejos, sus pensamier 1tos. Cerca de la ruca del leonero, a mitad del carnino hacia Reinoso, y poco antes de llegar a1 Por tezuelo, en unos terrenos anegadizos, orillados de siawes Y de mimbres, con queltehues en constante algarabia, vivia otro inquilino: don Cleofe, el cestero. La eguas Y madre de 41, la m8s famosa curandera por 1(
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Icguas en contorno, habfa visto decrecer su clientela desde la llegada de Alsino a Reinoso. Amargada por el desaire, y empobrecida por el abandono, vi6 una mafiana, muy de madrugada, llegar en su busca a la menor de las hijas del leonero. Andando, andando, fueron internfindose bajo 10s sauces que amarilleaban con e1 otoiio. Pasado largo tiempo, volvieron aparecer ; conversaban a h . -Si, hija, si. Te querra toda la vida. No ha habido cas0 imposible. No lo compres donde el boticario-decia la anciana-no te Io venderia; per0 mi comadre debe tener. 2No la conoces? Vive en el crucero que hace el callej6n largo, con el camino que va a Reinoso. No hay otra casa. C6mprale a ella. Basta una poca cosa: un frasquito pequeiio. Y de C1 s610 ocuparas la mitad; porque, antes, debes vaciar algo sobre una piedra que haya sido guarida de lagartos, per0 que ya no 10s cobije, y el resto, en el frasco, lo dejarfis sobre esa misma piedra, de modo que reciba la luna de toda una noche. Hoy puedes hacerlo. que si no se levanta viento y corre el nublado, bril1arA la luna. Cuando Cl duerma, vacia rfipidamente en sus ojos el frasco. En 10s dos a un mismo tiempo. Porque si asi no lo haces, y uno de ellos queda libre, por 61 te burlara. Con cuanto carifio, desde entonces, ellos te miraran! En 10s dos, no olvides. iVer&s!En adelante, te seguira a todas partes como un perro. Continuamente buscar& alcanzar tu compafifa. No se ha visto cas0 en que asf
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no ocurra. Como un perrillo, hija, un perrill0 hambriento a tu siga..! A la caida del sol, Rosa, en su caballo Reinoso con el filtro de amor en su faltriquera, recordando una a una las advertencias de la vieja bruja. Tosa esa noche brill6 el frasco a la luz de: laluna, sobre una piedra que 10s lagartos abandonaron. Cuando aun no amanecia, oculta ya la luna, Rosa, en camisa, sali6 del rancho. Corria el puelche, viento helado que la hizo darse mbs prisa. Rgpida volvi6. Metida nuevamente en su lechc3 , estuvo esperando, llena de impaciencia, que colmenzara a clarear el dia. Cuando el primer fulgor, colhdose por ias rendijas, ilumin6 con vaguedad cenicienta el oscuro aposento, en gran silencio, fu6 a1 cuarto vecino. AI borde del camastro, molesto por sus grandes alas, la ropa caida, medio desnudo, con 10s ojos cerrados y la boca entreabierta, en la triste quietud de esa luz espectral, AIsino parecia I;in muerto. Un grito espantoso estremeci6 el ranc ho. Incorporhndose de un salto, Alsino llevaba a.mbas ma,*.- *..^ nos a sus ojos. Enredado en las ropas caiaaz, ~ 1 " pezando en la oscuridad, sacudido por aullidos gU* turales, como p r e s de una' espantosa pesadilla, parecia enloquecer de dolor sintiendo en SuS 0jos dos llagas ardientes. Con sus brazos abier tados atropellbndolo todo, logrb salir del -A1 oir aquellos desgarradores lamento>.
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ecos, le siguieron prestando acogida. o infitilmente volvia a todas partes su rostro; habia visto desplegarse en torno suyo una lena de sombras m6s impenetrables.
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XXXVI
CIEGQ
del leonero. A cada instante necesitaba de su mano para que le guiara. Los dLias para 6 1 se fundieron en una noche eterna. E ' cada despertar era como volver a la pesadilla de un pertmne insomnio, siempre en espera del alba que tar'daba. Veia que el iiempo, como si se sirviera de sus ojos in6tiles, iba tan leiitamente, que parecia caminar lleno de presentimientos. MAS de una vez, la raz6n extraviada, arafii6 imPotentc3 su rostro, buscando romper la espesa somtb
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- P r a d
bra que le cegaba. S610 cuando sus prop)ias uiias le herian, el dolor, a1 despertarlo de su Iocura, le hacia caer en un terrible marasmo. La angustia de su ceguera se encaz126 en mayor deseo de soledad y de mutismo. r(vlientras la infeliz muchacha, instrumento de la v enganza de una bruja, aun temblaba desesperada por el daiio inmenso que habia causado, Alsino, iIim6vil por horas y horas, tendido frente a1 ranchc1, recibia el delgado y tibio sol de otoiio. Y del mismo modo que el ruiseiior, cuando dejan de dolerle 10s ojos heridos y ciegos, canita mAs seguidamente, Alsino, a1 cicatrizarse sus 1lagas, aclarad0 ya el misterio de su desgracia irremediable, comenzaba, a menudo, con una voz ape1las perceptible, el murmullo de nuevas canciones. 3 un ruido Asi como a1 incubarse en 61 las ala! nacib, y a1 volar 61 se fuC aclarando, desde el dia de su ceguera escuchaba otro gran murmullo; y como relAmpagos que perforasen la noche, por momentos le parecia ver mQs allA de la vida y del mundo. En las tardes, acompafiando a Cotoip:I que le servia de lazarillo, iba en busca de UI ia vaquilla voluntariosa que lechaban cada maiiana. Cotoipa, sin fuerzas, despuCs de enlazarla, entrega.ba la soga a Alsino. -0 del hijo En el dia, a veces, a1 oir el 1101 de Rosa, el ciego se dirigia a tientas, hasta la cuna, y tomQndole en sus brazos, para aquietid o , lecantaba. Y cada vez era una canci6n divema.
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Una tarde de ese otoiio revuelto, mientras a r k fagas Ilovia, asi le cantb: -2Por que lloras y Iloras? iVen, pequeiiito! Ah? bribonzuelo, c6mo te gusta acomodarte en 10s braZOS de Alsino. AI oirme callas como por milagro. Y cuAn justamente calzas en el nido que te ofrezco! Que buscas en mi pecho, hijo? 2Estas loco? Es verdad que s610 falta que yo te amamante. Queda tranquilo. Espera, te conozco; a falta de leche te dare mis caricias y canciones. Mis manos aman el roce de tu rostro, de tan grata suavidad e inefable tibieza, que ellas quedanse deseando no tocar en adelante cosa alguna, para que perdure, limpio y sin mezcla, el d6n divino que a tu s610 contact0 reciben. Si me inclino y bebo tu aliento, respiro el aire mAs puro del mundo. La maiiana sabe ofrecerlo rejuvenecido, la primavera lo perfuma; per0 s610 el que fluye del pecho del niiio, por venir abn mezclado a1 soplo creador de Dios, huele a tan infinita esperanza. Ciego, triste y sediento me inclino y lo aspiro, y como un ebrio comienzo a sonreir a1 embriagarme de ese inmenso y sutil aroma que deja en mis venas una IAnguida ternura de confianza y santidad. jTan pequeiiito que eres, hijo! 2c6mo puedes ser capaz de vestir a la vez todas las desmesuradas tGnicas de ilusi6n que 10s que te aman te regalan? Por sabio o necio, por noble o ruin que en ade-
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P r a d o
lante resultes ioh ser insigpificante! 2 c6mo hates para Ilevar, con tan igual dlignidad, cualquier gran ensueiio que, sobre tus de:biles hombros, ponen iAh, te aquietas! adivino que otra vez descubres ese extrafio ruido. Ya no c,yes mi voz por quedar s610 atento a 61. Asi como vas, sobre mi birazo izquierdo y contra mi pecho, Io escuchas claramente. Es mi corazbn! 2Acaso entiendes lo que 61 Idice? 2Por qu6 entonces lo prefieres? Ningtin cantc te adormece como el suyo. Ciego soy y, sin embargc), claramente s6 cuando entre mis brazos comienzas a dormirte. Tus mei y doblan mustios, tu nudos miembros se aflojar: cabeza rueda y pende l8ngiuida, y una vez mAs me turba ioh nifio mio! que tu cuerpecillo, antes liviano, pese ahora tan profunclamente como el de un muerto. El silencio que dej6 la c:ancibn, fu6 enriquecido por el susurro de la Iluvia. Rosa, tirnida, a1 oir a1 ciego, venia aproximanuuscAlsino, sintiendo su presencia, asegu16 con uno de sus brazos a1 nifio y estirando el otro hacia ella, pus0 paternalmente su mano sobre 10s cabellos de la madrecita, y enseguida acaricib su rostro, Como sintiera entre sus dedos humeclad de 16grimas, alz6 vivamente su cabeza y dijo: -2Aun Iloras, Rosa? 2Por qu6 te tortu bi6n mis ojos ciegos saben de Iitgrirnas; 3 ojos, m8s que para ver, nos fueron dados p
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La joven, sollozando, se inclinb hacia 61 y que&ron ambos m& juntos y enmudecidos. -Chit !-susurrb Alsino. -No Io despiertes-y puso, suavemente, entre 10s brazos de la madre, a1 hijo dormido.
XXXVI I
LOS PEREGRINOS angosto camino labrado en la falda del cerro daba una revuelta, y metiendose entre grandes pefiascos y &-boles enanos, por 1;irgo trecho seguia a la sombrai Respiraron complacidas las pobres mujeres a1 dej ar el sal ardiente que las llevaba rendidas y sudorosas. El niiio enfermo, mustio y phlido, que trasportatban en brazos, a1 no sentir el azote de la luz cegaciora, abrib 10s phrpados amoratados; y con sus grandes ojos negros y tristes, paseb una mirada indife?rente por el rostro de las mujeres, por 10s arbustc)s vecinos y por el valle profundo que se extendia verde y silencioso. La bufanda de lana azul y Ias largas y flacas piernas del niiio, de vez en cuando, arrastraban por tierra.
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La mujer que lo trasportaba, dando una sacudida, veia por cogerlo mejor y llevarlo m&s en alto. La m&s anciana desprendia la bufanda engarzada a Ias ramas salientes de 10s espinos, y las dos mujeres, perlados 10s rostros de sudor, bajo 10s negros mantos, proseguian su marcha levantando una nubecilla de polvo con el arrastre de sus largas POlleras sucias y raidas. Un viejo de barba.abundante y entrecana, montad0 en una min6scula yegua mulata, flaca y vivaracha, traia a las ancas de su cabalgadura a una joven aon el rostro hinchado, lleno de costras repugnantes. Hicieronse a un lado las mujeres para darles paso. Rendidas y calladas, se sentaron en unas piedras. AI reanudar su marcha vieron, con gran angustia, que el camino salia nuevamente a pleno sol. Per0 les di6 Animos para seguir en su peregrinacibn, divisar, no lejos de ellas, en el bosque prbximo, humos de fogatas, y ver a grupos de campesinos y caballos. Bajaron las mujeres por un sender0 empinado y nesbaladizo, cubierto de hojas secas. En una gran extensi6n el bosque habia sido derribado. Era dificultosa la marcha entre las ramas caidas y el t erreno descepado de litres y quillayes. Un horno 1de carb6n desprendia por sus agujeros humillos acn3. Bajo una sombra mezquina, en mitad del dc:S__ campado, en unas parihuelas, fabricadas con r a m 3 aun verdes, que languidecian, estaba recostada mujer octojenaria de extraordinaria flacura. A no ser por el temblor continuo de una mano res,eta,
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asomada entre las mantas, se la tuviera por muerta. A su lado, arropada la cabeza en un rojo paiiuelo de hjerbas, un hombre ya maduro, y un muchach6n indiferente, descansando en cuclillas, fumaban. Por el suelo habia un sac0 pequeiio a medio Ilenar, y, tal vez sencilla ofrenda, dos gallinas atadas. A un grupo de caballos, las cabezas gachas, las bridas pendientes, se les veia inm6viles bajo la sombra de unos perales solitarios. Humillos de fogatas azules y olorosos subian apacibles por entre 10s Brboles del bosque. Un hombre entre dos muletas, que llevaba encogida y colgando una de sus piernas, toda fajada en vendajes sucios y purulentos, penetraba en la espesura. DiQonle alcance las mujeres. -Si, s i 4 i j o el cojo, contestando-alli est&. Se escuchaba, indistinto, un murmullo de voces. Y salieron a otro descampado en declive. En la parte baja y sornbria, apoyBndose en sus hachas y en 10s troncos retorcidos de 10s filtimos Brboles, estaban 10s leiiadores y carboneros. Delante de ellos, en pequeiios grupos, numerosos enfermos y lisiados, en compaiiia de sus deudos, escuchaban con un aire de fe y de clarovidente tristeza. Entre 10s peregrinos, destaciindose por su elevada estatura, sobresalia un anciano calvo, tieso y erguido, que sostenia en uno de sus hombros un pequeiio fajo de trapos de donde brotaba el lloro de un niiio; per0 un lloro tan d6bil y gastado que no duraria largo tiempo.
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Arrebujhndose hasta la cabeza en una manta, un hombre joven y amarillo como un lim6In, en compaiiia de una muchacha, trataba de esquivar la vecindad de un infeliz pestoso medio caidlo en tierra, que se estremecia con 10s calofrios dt: la fiebre. 1 atenta, una pobre mujer revelaba Solfcita, s610 a 6 con su actitud ser su madre. Chiquillos tifiosos y cubiertos por las asquerosas erupciones que provoca la sombra del litre, ignorantes de la repugnancia que inspiraban, iban deslizandose como sabandijas por entre las fogatas y 10s enfermos. S610 se detuvieron a1 contemplar en un cajbn con ruedas, a un monstruo sin brazos ni piernas, informe como un odre medio vacio, de donde saliera una cabeza pequeiia de piel, plegada en mil arrugas, de barbas ralas, negras y desgrefiadas, y de ojos profundos, de un mirar pertinaz y tragico. Las toses cascadas de 10s enfermos, y 10s relinchos de un caballo atado en la espesura, interrumpian de vez en vez a Alsino. Reclinado contra el tronco de un Brbol, el ciego, enflaquecido y medio cubierto de harapos, apoyaba, por momentos, su mano pBlida sobre la cabeza de Cotoipa, que estaba a su lado. Tras 61, un hilo de agua caia con fresco murmullo, y rapid0 derivaba, por entre 10s helechos, hacia el bosque. Bra El sol dhbale en 10s pies, per0 como ya comenz; a soplar el viento de la tarde, a1 entreabrirse, I?or instantes, las ramas, se iluminaban con vigor 10s
serecj miserables agrupados en ese sombrio recinto de 12t floresta. L C1s ojos muertos de Alsino parpadeaban rApidos, Y sus alas, aunque grises, daban un fugaz destello. A 1x i h d o s e paso dificultosamente entre 10s peregrinos, llegaron hasta 61 las mujeres que tr'aian a1 n ifio enfermo. En actitud humilde, como dispuestas a prosternarse, tironearon 10s harapos de Alsir10 para advertirle de su presencia, a1 mismo tiem PO que imploraban para su hijo un remedio milagroso. El1 ciego, alzando uno de sus brazos, a tientas, alcairlz6 el rostro del pequeiio doliente. Sl1 mano inquieta y liviana como una mariposa, Palp aba con tri.mu1a rapidez el cuello, .as mejillas, la frente del nifio. No teman4ijo.-Este niiio mejorarA pronto. Le han dado infusion de doradilla? Si, y nada le ha hecho. Pues bien, vuelvan a hacer lo mismo e insistan en el1 1 0 siempre. 'or <E qui. callan? ;Murmuran? {No han quedado satisfechas? Las madres y las abuelas nunca lo quecIan. Pobres mujeres! Es mi hijo, dicen, y cada cual implora por el suyo como si fuera el h i c o tesoro del mundo. Y 10s hijos van absorbiendo la vida de 10s padr'es, y 10s padres quCdanse vacios de obras. U hay quienes sbio sirven para que cuiden de sus hijos; tos, a su vez, cuando les llegue el tiempo, para y 6s. que de 10s propios hijos cuiden. Y unos y otros van
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sucedihdose estkriles como caminos. si ; por generaciones de generaciones la vida en ellos s,jlo en trhnsito pasa. Miles de seres, sin saberlo, gastan su existencia atentos a1 hijo que aguardan, hombre verdadero por quien tantos y tantos se han sacrificado; y cuando por fin llega el hijo inconscientemente ansiado, nadie 10 reconoce y nadie lo comprende, y todos lo tienen por un ser ajeno y extrafio. 2Para qu6, entonces, pobres mujeres, ese afhn en conservar el vuestro, cuando no vhis, por su intermedio, sino en busca de ese otro que OS ser5 distante e incomprensible ? Cail6 Alsino. Las reciCn llegadas, confusas, sin comprender, poseidas de vergiienza, experimentaron algo asi como un temor desconocido. El ciego, como si continuase una conversacidn interrumpida, prosigui6 : -Todos tratan jai! de defender sus vidas miserables, y yo entre ellos jDios mio! Y muchos de 10s que aqui vienen por enfermos llorarhn a 10s que. ahora, sanos les acompafian. Y serhn 10s jbvenes, 10s que reciCn dejan la adolescencia, 10s que morirhn primero. Nadie escucha, y tan claros y distintos que suenan 10s pasos de la tragedia que viene' iPor que enturbiar vuestra tranquila sodera' Hermanos, fatalmente, a1 despertarse, ya el hombre tiene su dia lleno de realidades, que va recogiendo como monedas caidas. Ellas le aguardan, ni una mhs ni una menos; per0 mientras se acerca a' sitio en que reposan, fanthstico ssleiia con su nfimer0 y su calidad.
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)s el largo sueiio. much& i Y c6mo eludirla? Y a todos ios que en ella interven gan lesserh fatal. Que 10s victoriosos quedarAn, a1 igu: tl de 10s vencidos, dominados por lejanos pue7 s610 sangre infitil y ruina habrh por todas blos; : partes Y v,endrhn tiempos de confusibn, y ios mismos pueblc1s dominado&s fermentarhn como las cubas donde hierve el mosto. E n ellos lo que est5 arriba estar5 abajo; y lo de abajo, arriba; y lo que debiera. estar Ijobre todo, vivir5 eclipsado, invisible por el vel0 q ue la sangre vertida pone ante 10s ojos de 10s hombr'es. Pro1i t o todo danzarh en torno de la pr,opia hoguera del muindo, y como 10s lefios a1 consumirse fingen graciosas actitudes, habrh pasajeras acciones, bellas ides, pero todas efimeras, tal el resplandor Y gra* de las brasas que se hunden. A a que1 crepfisculo sangriento seguirh la era de una lairga noche, en Ia que 10s hombres ser5n presas de ter ribles alucinaciones. Y cuando llegue el dia ansiad'0, nadie lo reconocer5, y seguirB la confusidn y el clesencanto. Como 10s padres que vienen procreanclo para dar a luz el hijo definitivo, 10s hombres, 2inte la propia obra de sus manos, quedarhn irresol utos y atemorizados. sufrido en tan eter-i I'ara esto!-dir5n-hemos na ba ta!la!
aIce dlel suelo, que a 61 lo a l z a r h , sin que 61 lo advierta.. Si, viene sobre nosotros la guerra, y para
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ISi, para eso. Y se vera que :a uespreclaaa vanldad hizo su buena obra, y la ambici6n la suya, que aquellos instintos tenidos por bajos, laboraron fieles y necesarios. Nada debera ser, en adelante, despreciado. Y cuando est0 se haya conseguido, siglos mediante, no tardara mil aHos el mar en volver a recuperar estos valles. i C u h lejano estara ese tiempo, si pensamos que, entonces, nadie, como ahora, buscar& librarse de la muerte! Como aquel que terminada la diaria labor, vuelve con la hltima luz del dia, pensando en proseguirla al alba siguiente, cada cual buscar5 descansar durante la pasajera noche que se ofrece entre ambas claridades. Un balar de cabras vino aproximhdose. Curiosas metian sus cabezas barbudas entre 10s enfermos. Tras ellas apareci6 el cabrero; un muchacho cobrizo, de cabello hirsuto y ensortijado. -;No entendeis lo que estos animales dicen?exclam6 Alsino. Y llegara el dia en que todos lo entiendan, y a1 asombro seguira la tristeza de tantos siglos de sordera. El hombre quedara vergonzoso de sus viejas crueldades, y rodeado de 10s animales despreciados, aprendera de ellos todo un nuevo y extraiio saber. Se abrirhn antes sus ojos horizontes profundos, y tendra una nueva conciencia de la verdad, del bien, y del mal. Entonces habra menester de mas misericordia para si que para 10s demas; y como jinete que no puede dominar una bestia arkca, le atenazarh 10s remordimientos de sus obras,
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crudamente iluminadas por su conciencia enriquecida. Se morder6 las manos de desesperacih, y echando cadenas a sus propios pies, gran parte de su vida la gastar6 en quedar atento y vigilante sobre si mismo. Poco a poco la presente civilizacibn se irA despojando de sus vistosas vestiduras. i CuAntos, por desconocerla, cornenzar6.n a llorarla por perdida! iY ella, invisible y desnuda, permanecera entre 10s hombres! Cuando nuevamente sea fecundada, su presencia se harA resplandeciente, y todos comprend e r h , por fin, la mayor y suprema belleza que, desnuda, fuerte y pr6diga, ofrece a la dltima sed! Aunque no comprend Ais claramente, enfermos y rudos campesinos, nifios inconscientes, pobres mujeres, leiiadores y cabreros, os hablo de todas las cosas que Ifenan la negra noche en que vivo. Los tristes y 10s humildes entienden mejor que 10s falsos sabios las nuevas verdades, porque ponen en juego, no su atenci6n razonadora, sino su s6r todo, vibrante como un p6jaro nuevo a1 borde del nido que desea abandonar. Los rayos del sol se filtraban rojos por entre 10s troncos de 10s &boles. El cabrero, 10s enfermos y peregrinos, cada cual portador de sencillas ofrendas, fueron rodeando mAs estrechamente a Alsino. El ciego, sentado en una pefia, con un brazo colgante, una mano hundida en el arroyo, sintiendo el suave roce del agua, acariciaba con la otra a 10s perros de 10s campesinos, y a 10s cabritos nuevos que acudian a balar entre sus rodillas.
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Los pAjaros cantaban en fas altas copas baiiadas de sol dorado, y el caballo que antes impaciente relinchara, saliendo de la espesura, se acerc6 arrastrando sus bridas rotas.
XXXVI I I
ABANDONADO Alsino y Cotoipa en busca de la vaca salieron a1 camino, les sorprendi6 el extraordinario calor que aun hacia. El sol acababa de ocultarse. Dos solitarios maitenes, que siempre meciera el viento de la altura, se veian quietos. Ni un soplo de aire movia las grises cicutas y 10s hinojos polvorientos. Un penetrante aroma de anis se exparcia lento por el aire, si la varilla de Cotoipa alcanzaba las cicutas, tronchhdolas. De las laderas de 10s cerros, del polvo suelto y de las grandes rocas desprendidas de la cumbre y dispersas por todas partes, fluia, intenso, un calor seco. Atravesaron el torrente y se les hizo m&s dura
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la marcha cuesta arriba con el recuercIuban de las aguas frescas y bulliciosas que aun seguian escuchando. -2 Est&cerca?-pregunt6 Alsino. El niiio permanecia en silencio. Miraba cui&doso en contorno. Escrutando 10s matorrales y las pequeiias quebradas, ]lev6 sus pesquisas hasta 10s farellones de la altura. -No est&--dijo.-Aunque. . . Espera!. . . No, no es. Nuevamente ha pasado la cerca el maldito animal. Alsino a1 estrechar una mano del lazarillo la sentia caliente y sudorosa. Se detuvo y, sachndose con cuidado su manta deshilachada, sacudi6 las alas. AI ir, oprimiendo sus espaldas, dhbanle excesivo calor. A tientas busc6 una piedra conocida donde sentarse. Qued6 sobre ella inm6vi1, con las alas entreabiertas. Sus ojos blancos, deshechos y lacrimosos, se revolvian sin descanso entre 10s parpados enrojecidos. Una mueca de constante expectacih Ilema nhbale de arrugas la frente, y dibujaba una son?-" perdida en su boca silenciosa y en sus mejillas enjutas. A1 igual del zorzal cuando en 10s huertos hbmecAOS oye a 10s gusanos que caminan bajo la tierra, Alsino, con la cabeza un tanto inclinada sobre el homlbro )teizquierdo, parecia escuchar algo oculto y SUI rr&neo que se deslizase. El nifio se distrajo observando 10s hormigo nes
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del cerro que acudian a sus cuevas en negras hileras con 10s abd6menes en alto, la actitud amenazante, trayendo briznas de paja y quebrados granos de trigo. -Cotoipa--dijo Alsino-en vez de tener que subir a pie con este calor molesto iquieres que vayamos volando? Si supieras el fresco que a1 volar nace! En un instante estariamos mas alto que 10s cerros. Te seria muy f k i l ver, desde arriba, donde se ha metido la vaca. -2Ya puedes volar? -jOh! si. Ademas de aferrarte de mi, yo te 1Ievarfa entre mis brazos. iPor quC no vamos? Basta& que me indiques el camino y me digas d6nde puedo bajar, para no estrellarme con 10s arboles o las rocas. -Tengo miedo-dijo Cotoipa, vacilando. -Una vez que vueles, aun cuando pases susto, despuCs desearas siempre volar. -;Per0 t G me sujetas? -Si, hombre ivamos!-y Alsino extendi6 sus brazos. El niiio, miedoso, di6 dos pasos atras. -No, otro dia. . , -Pues otro dia tzmbi6n lo haremos. Si t~ supieras, Cotoipa, cuanto deseo volar! Hace ya tiempo que mis alas crecidas, estan, otra vez, capaces. Ven! te llevar6 con gran cuidado. Iremos volando despacio. Tan suavemente! Si vieras, iantes 10s vefa yo! si vieras c6mo se divisan las montaiias, 10s rios, las casas, 10s hombres, desde arriba. . . ! Asi de peque-
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iios! Todo parecer6 juguete a tus ojos. Ningi habr& tenido para si regalo semejante. -iDe qu6 tamaiio se ven las vacas? -No mayores que 10s ratones. -2Y las casas? -Ven! las ver6s. -2Como las casuchas de las abejas? -MAS pequefias. --Bah! yo tambi6n las he visto, y mAs desde lo alto de 10s cerros. -Cualquiera lo Cree y, sin embargo, es tinto! Rgpidamente todo se te ofrece del que quieres. A1 ir subiendo, las gentes s e r h ro, muiiecos, luego, hormigas, despues, si 10 llegaremos donde ellas desaparecer6n cor gadas por la tierra. Y j c h o lo recuerdo! n t6 qui. gran sensaci6n llega a1 contemplar en soledad.. . -Subiria si vamos despacio. Muy alto, quiero ver las gentes como estm hormigo mAs. Alsino, sonriente, se despoj6 de 10s hara podian entorpecer su vuelo. Estrechando eptre sus brazos a1 nifio q 1 con te dando, termin6 por aferrarse a 6 ciego, feliz, movia r6pido 10s p6rpados con pequeiias alas. Luego emprendi6 uno de grandes vuelos olvidados. -Primero, vamos a subir y subir-deci: diendo-luego t6 dirhs hacia donde deberr girnos.
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Sin que el peso de su carga pareciese molestarle, Alsino volaba como una enorme ave de rapiiia llevando su presa. El niiio, hundido el rostro en el pecho del ciego, asustado, no lo despegaba de el. -Mira hacia abajo, nifio; mira y dime lo que debo hacer. Tan s610 a medias di6 vuelta Cotoipa su rostro. A 1 saber a sus pies sin apoyo y verse a tal altura, el vertigo le di6 su zarpazo. En su desvanecimiento s610 atin6 a lanzar terribles alaridos. -Bajemos! Bajemos! Revolviendose como un gusano, hasta el extremo de estorbar con sus contorsiones el vuelo de Alsino, no cesaba de proferir con voz oscurecida por el terror, lamentos de angustia delirante. -Bajemos!. . . Bajemos!. . . -Estate quieto, ya vamos a bajar. Per0 ;dime d6nde? Poseido de inconsciencia, el niiio no atin6 ya cosa alguna ; y debati&dose con fuerzas acrecentadas por el furor del espanto, cay6 en locura ciega. Batallando desesperadamente, Alsino veia por retener entre sus brazos a1 muchacho que, perturbada la raz6n, s610 forcejeaba incansable por desprenderse de ellos. Ganhndolo a1 fin la fatiga, desesperado, inici6 rbpida bajada. Mayores fueron las contorsiones de Cotoipa
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a1 experimentar la fria angustia del descei trelazando con sus piernas el cuerpo del alcanzand., con sus manos, por breves s c una de las alas, entorpeci6 el vuelo. Alsino lanz6 un grito. En ese instanite tocaban las copas de unos &-boles; y ambos rodaron, entre ramas y piedras sueltas, a1 fondo de 1ma quebrada. No bien Cotoipa se vi6 en tierra firme, rrialtrecho y todo, se Ianzb a escape huyendo sin rumibo y sin reparar en 10s matorrales que rompian sus ropas. Alsino , a1 volver en si del aturdimientc3 que le causaran 10s golpes recibidos, en profunda s quejas que no podia refrenar, se lament6 de fuertes dolores a la pierna y costado izquierdos. AI llevar sus manos a 10s sitios doloridos, c:omprendi6 que manaba su sangre, tibia y abund:ante, de heridas que debieron hacerle Ias ramas de 10s 6,boles. Con valerosa decisi6n se extrajo, resuel[to y r5pido, una enorme astilla que le alsufialeaba el muslo. '. En la -Cotoipa! Cotoipa!---grit6 desfallecido ia hondonada que formaban 10s cerros se hac mayor el silencio inquietante de 10s campos solitari;OS. Toda voz era d6bil ante 61, y 10s ecos sucesivos que despertaban 10s lamentos del ciego, a1 irse alejando, parecian dejarlo mhs abandonado. Quiso ponerse de pie, per0 el dolor lo oblig6 a perrnanecer quieto.
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-iCotoipa! -Va lejos, no volverB. -Fiarse de un nifio. . . -Estira tu brazo, estoy cerca de ti. Lava tus heridas. Eran 10s pAjaros, 10s Brboles y una vertiente 10s que asi hablaban. -2D6nde estoy? pregunt6 Alsino. -Est& aqui, en la montaiia. -;A1 otro lado del portezuelo? -iQuC portezuelo? -<El del camino que va a Vega de Reinoso? -Queda muy distante. -2C6mo puede ser, si volC tancorto tiempo? -Per0 vuelas tan rBpido! Y , ciego jc6m0 quieres saber! Vega de Reinoso, el porteeuelo, est&n lejos; lejos toda vivienda. -;Que pasa?-preguntaban las aves que venian llegando. Posadas en las altas ramas, se inclinaban terne<rosas mirando hacia la sombria quebrada. Eran loicas y turcas, luego unos zorzales. -<Que pasa? La novedad era incitante. Como si las atrajera el anuncio de una culebra, todas las aves de la regi6n, que venian a pernoctar en esos bosques, acudian unas tras las otras. Hasta 10s boldos secos, a 10s que 10s torrentes del invierno habianles descarnado las rakes, vieron poblarse su triste ramaz6n de pBjaros inquietos, pe19
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queiios y bulliciosos como hojas propias agitadas por el viento. Hubo chercanes que formaron altercados ocupar un sitio c6modo. Mecidos por ligeros y encontrados vaivenes, que las aves motivaban, todos 10s Qrboles, en torno de Alsino. inclinaban sus ramas con esa languidez que s610 alcanzan cuando oscilan bajo el peso de las frutas maduras. -2Q.6 pasa? De uno a otro corrfa la noticia de que alli, bajo ellos, estaba herido y abandonado ese joven ciego, de quien habian oido decir que hablaba con voz comprensible. -2Es 6l? -Si, es 61. Venia volando. Traia un niiio entre 10s brazos. El niiio enloqueci6. La historia de la caida era precis0 referirla una y otra vez a 10s Gltimos Ilegados. Algunas aves volaron hasta posarse en el suelo en derredor de Alsino. Estiraban 10s cuellos, moviendo las cabezas acompasadamente en saludos engafiosos, que eran sb10 de prolija observacibn. El ciego, por la sangre perdida, comenzaba a desmayarse. Volaron las aves a Ias altas ramas con 10s plumajes erizados. Lenta, una vasta y melanc6lica greglieria comenzb a brotar de sus pequeiias gargant:1s. O!vidandc las tribulaciones propias, las aves (xuparon las oraciones de aquella tarde en rogar por f:se joven herido, alli, bajo ellos, ciego y en abandon0
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E(ntrada la noche, lleg6 el zorro. Silencioso se ace1.c6 a Alsino, y pGsose a lamer, cuidadosamente, las Iheridas de la pierna y el costado.
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LA HUMILDE AYUDA pasada la alegria del amanecer, iban lejos las aves en busca del aliment0 diariw, cerca de Alsino quedaba de guardia una vieja tenca casi desplumada, que tenia, para Iargas distancias, el vuelo dificil y penoso. Imitando a maravilla el canto de casi todos 10s phjaros ausentes, iba y venia en torno de Alsino, quien, creyendose siempre acompaiiado de sus pequefios amigos, recobraba por instantes, per0 no sin esfuerzo, el poder de sonreir. A la izquierda del ciego, cantando con todo el acento variable de un tordo presumido y sentencioso; luego a la derecha, la voz golpeada y cristalina, monedas cayendo en agua limpida, a imitaci6n de 10s vigorosos gorjeos de la diuca; ya a la espalda del
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herido, ensayando con mediano 6xito el dificil repiquete de 10s jilgueros; terminaba, casi en 10s pies de Alsino, no sin gracia burlesca, por preguntarle una y otra vez por el tio Agustin, ese damoso e ilusorio tio Agustin de 10s chincoles. Desde el chillido agrio y disonante de 10s chercanes, desde el silbo acusador de soledad y alejamiento de las turcas, llegaba en su pretensi611, poniendo en medio espesura de ramaje, para que el engafio no fuese notado, hasta imitar el dificil canto del lirico zorzal. Y aunque su voz no tuviese la dulzura, la variedad, ni la potencia requerida para tal hazafia, y aunque lo que iba diciendo no podia menos de quedar teiiido por su carActer ligero y burlbn, hacia su efecto en Alsino. BastAbale a1 ciego, en su estado, rnuy poca cosa para que fuesen heridas y quedasen libres su profunda melancolia y la tensi6n constante de sus febriles ensueiios. A la caida del sol comenzaban a llegar las aves. Si las mindsculas tijeritas, que visitan 10s jardines, s610 traian alguna flor, menos que eso, p6talos olorosos ; si las t6rtolas cordilleranas no hacian sin0 en lamentaciones llorar su olvido; en cambio el quete-quete o martin pescador nunca dejaba de traer plateados pejerreyes ;y el tiuque, groserote y ladr6n, dejaba en las propias manm de Alsino tiras de charqui robadas, sin eschpulas, de las que 10s campesinos ponen a secar en 10s techos de totora de sus ranchos. MQs tarde, casi siempre el dltimo, aparecia un
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hermosisimo zorzal mero, constante portador de unas uvas doradas incomparables ; valioso regal0 por lo avanzado del otoiio. Y entre tantas y tantas aves que venian a hacer compaiiia y aliviar a1 ciego, no faltaban el caminante, contando chismes sobre 10s dltimos viajeros y noticias de Vega de Reinoso; y tampoco la agachadera y 10s bailarines que le hacian r6pidas y ceremoniosas genuflexiones y extraiias danzas, que si bien no eran vistas y apreciadas por Alsino, d4b a d e olvido y alegria cantagiosa a1 escuchar la celebraci6n que hacian de ellas las dem& aves y oir 10s curiosos dichos y canciones que les ponian por acompaiiamiento. Tardede la noche, la luz rojiza de la luna menguante penetraba en la espesura interrumpiendo el intranquiIo sueiio del herido que se revolvia quejoso. Entonces las torcazas, maternalmente, comenzaban a arrullarlo en su desvelo.
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NUEVAS VOCES la maiiana que sigui6 a la noche en la que vino el puma, y cerca de Alsino estuvo echado e inm6vi1, contemplhndolo como un perro que piensa, dolorido de no comprender; cuando 10s c6ndores innumerables volaban intranquilos desde la cima del cielo en gigantescas espirales, sin atreverse a bajar a1 sitio donde el ciego se encontraba; debilmente, con el melancdlico gorjear de un ave herida, Alsino decia: -Entre todos 10s dias de mi vida ye te seiiaIar6 a ti, dia de dolor. Celebrar6 t u aniversario con mayor regocijo que el de mi nacimiento. Buscarii siempre referirme a ti. Todo irA mezclado y unido a tu recuerdo. SerAs como el centro que coordina y d a unidad a !as cosas aparentemente dispersas y fragURANTE
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mentarias. Como un corazbn latiendo oculto se extendera tu poder por mi sangre y mi vida. Te creia cruel e indiferente, y has sido hecho tan a la medida de mis fuerzas, que pude sobrellevarte. T e juzgui. implacable; mas, cuando creciste demasiado, t6 mismo regalabas la fatiga necesaria para que viniese en mi ayuda una dulce inconsciencia. Dos grandes heridas cruzan mi costado y mi pierna. Inmbvil en el suelo, como si por mis heridas pasasen clavos monstruosos que me aferraran a1 mismo sitio, quieto y sumiso, yacia agarrotado. Si movia un brazo, el dolor, espiando como un buitre, me clavaba su zarpa. Debia renunciar a todo movimiento y fingirme muerto. Se incrustaban en mis carnes 10s guijarros incontables, y mi cuerpo joven y CigiI, hecho para la lucha y e! vuelo, permanecia mas inmbvil que una piedra. Mas, bendito sea Aqui.1 que ha derramado, hasta en el mal, el bien; y que hace que 10s goces supremos no dependan de una orgullosa plenitud. Con mayor despacio que el que gasta una oruga para arrastrarse, Ientamente, sobre mi mismo fui girando. Burlaba temeroso a mi dolor vinilante, hasta que pude ofrecer a mi cuerpo un 1igerisimo cambio. Y ioh sabiduria inalcanzable! oculta en todos 10s pliegues de nuestra existencia: s610 por el logro de
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mi nueva actitud, vino a mi corazbn el m8s profundo e imprevisto goce, la m8s intensa felicidad de toda esta mi vida ardorosa. Mi pecho se ensanch6 ante la repentina dulzura del aire, y abrumado por aquel bien inefable, fui sintiendo que se dibujaba en p i rostro ioh Dios mio! como si el tuyo bondadoso contemplara, cada vez m8s profunda, una imborrable sonrisa de beatitud.
Mi razbn, ahora insatisfecha, es el cotidiano alimento de mi inquietud. La verdad no se compone de hojarascas de palabras, de sombras de pensamientos, de razones insaciadas. Saber no es poder probar a otros, ni aun a si mismo. Saber es convivir. Entonces se est8 mudo y temblorosamente cierto. Cuando las pequefias verdades tiemblan, la verdad perenne se avecina. DCjame ioh, Dios mio! alabar la limitada raz6n que t6 me has dado, porque 10 cercano de sus estrechos limites es lo que la hace dudar m8s pronto de si misma; y donde ella duda, un sendero nace: un sendero que va, serpenteando, en t u busca.
iSefior! yo ardi m&s inflamable que una brizna d e paja en el jitbilo que vertiste sobre la vida y el mundo. Ebrio, una y mil veces, me hundi en el cielo como en el monstruoso c&liz de una flor.
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Pero, a1 igual de un sitio donde todos 10s caminos se cruzaran, fui hollado, a la vez, por tcIdas y cada una de las ansias infinitas. P ahanrlnnt\ Cuando volaba sobre el mar, nunca mL l.uv. el-recuerdo de la tierra ;y cuando me dirigi derecho hacia tus astros, siempre me supe ligado a ella. Jamas a nada pude entregarme por completo: una de mis alas 1levAbame a la derecha; la otra, a la izquierda; mi peso a la tierra; y mis ojos hacia todos 10s Ambitos! Siempre el vuelo fuC para mi un goce doloroso! Hecho a vuestra semejanza, perdbname, Sefior, si yo tambiCn senti el ansia de estar en toda cosa!
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Una noche de otofio, en el tiempo en que las aves comienzan a emigrar, atraido por 10s canticos de 10s incontables pAjaros fugitivos, acercAndome a su ruta, en vuelo contenido, me mantuve a la orilla de ese rio oscuro y sonoro que cruzahn 1~ noche. Ensimismadas en sus oraciones intermiriables, ninguna de las aves respondi6 a mis preg untas. Hambrientas del nuevo dial volaban y volat)an. . . Mas jai de ellas! cuandodivisaron, en el b i t e de las tinieblas, la viva luz de un faro. Perclido el vuelo vertiginoso h:xcia el rumbo, se dirigieron refulgente haz de rayos. -Venid! venid!--decian -Se ha roto la vieja a . Por tela de la noche. A1 otro lado brilla la luz eternL
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donde su resplandor pasa, por alli nosotras cruzaremos hacia el dia inmortal! Venid! Volando altos sobre las negras olas, por entre las espesas sombras, iban veloces las aves enloquecidas. Sordas a mis voces. ninguna de ellas quiso atender mis sfiplicas delirantes. A1 ruido del choque de 10s psjaros contra 10s cristales de la linterna, salid el guardiQn del faro pretendiendo, infitilmente, espantarlos. Caian y caian, en torno, aves incontables con las alas rotas. S610 cuando la sangre vertida contra 10s cristales de la linterna fuC espesQndose, y la luz del faro parecid extinguirse, el resto de las aves siguid su curso. Sefior, esta eterna e insondable noche, tambien para mi se rompe y deja filtrar algunos de tus vivisimos y eternos rayos! MQs feliz que las ciegas aves que emigran, permite ioh, Dios mio! que ellos me guien, y por el mismo sitio donde las tinieblas se rasgan, pase yo a tu reino!
XLI EL FUEGO de que el zorro vino solicito a lamer durante varias noches las heridas; aun cuando las min6sculas araiiitas rojas tejan ahora, incansables, sobre ellas, las finas telas que saben hacer, buscando secar el liquid0 seroso que las Ilagas vierten; pese al avellano que lo cobija y que ha trasformado la rama tronchada por la caida en un abanico que oscila a1 paso de 10s vientos SOlicitos, Alsino, quemado por la fiebre, se empeora y consume. Los abejones sihestres, antes que las arafias pusieranse en labor, vertieron en las heridas gotas de miel; 10s pi5jaros no lo desamparan; las,Mas y puras aguas de la vertiente, abriendo nuevo lecho, un tiempo bafiaron el flanco enfermo de Alsino.
PESAR
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Per0 el ciego, ahora, quemado por la fiebre!, delira y vaga cojeando por la Bspera quebrada Por momentos, lticido, cae en profunda tris'teza; per0 luego es poseido, nuevamente, del delirio. Un frenesi arrebatador le lleva a cantar, en siniestros aullidos, cosas incomprensibles que atemorizan a las aves y a 10s animales, que hace aquietarse a 10s Brboles y enmudecer a las aguas y a 10s suaves vientos. -2Dormir7 iSigue aun de noche? Oigo a 10s p8jaros que cantan las canciones de la tarde. iC6mo huelen la tierra y 10s BrboIes despub de la terrible lluvia de 'ayer! Desnudo como voy, ella ha reblandecido 10s costrones de mis heridas, que ahora se desprenden fBciles. ;Per0 qub dicen 10s pfijaros? iRuegan por mi? ;Con quibn hablan? iDios? ;Conversan con C1? Amigos inocentes! que sabais? Dios s610 es visible cuando llegamos a1 fondo de la m8xima tristeza. Ved a que abismo es necesario descender! 0 cuando logramos realizar la m8s alta espepanza, y aun nues-'tros ojos miran hacia arriba! Ni las vuestras, n'I 1111> alas, son capaces de escalar una cumbre semejante. Todo para mi ha sido soledad ; ha caido comc una maldici6n este vuelo limitado. Alas que no puieden llevar mBs lejos que ellas mismas. . . Por donde paso todo es sobresalto y ruina , cotoipa ipobre nifio! loco para siempre, dice el (:aminante. Y yo que s610 creia darle un placer inmenso! deros Una noche en que volaba sobre unos desfila! en la cordillera, no reparb en una tropa de mu1as de las que bajan metal. Mi vuelo les produjo un Piinico
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terrible. Aun las veo despeiiarse, y oigo el grito de angustia del arriero, cayendo a la negra sima. Mi vuelo donde quiera, llevaba el desconcierto; per0 yo necesitaba volar y volar! Para todos fui asombro, y curiosidad, y miedo! Los hombres, a1 encontrarse ante sus semejantes, se ven en ellos reflejados como en un espejo; sblo yo no he visto, a1 llegarme ante ser alguno a mi par e d o , estas alas solitarias. jAmor! el mio como las aves ingenuas que se extravian sobre el mar, no encontrb donde pasarse. Y todo 61 estaba ansioso de no morir! Cuando Ileg6 esta Gltirna primavera, y hasta 10s efinieros mosquitos volaban en parejas, yo sentia unas ansias infinitas! Sblo cuando vino el otofio, all& en Vega de Reinoso, y toda la vieja casa estaba olorosa a las frutas maduras, pude dar, con mis alas cortadas, aire a una duke nifia enferma. Entonces joh sueiios! el amor me pareciij posible. Mi iiltimo vuelo Io hice ciego. Subir o bajar, todo era lo mismo; s610 por abrirseme crueles heridas vine a saber que estaba ya en la tierra. Da unos pasos. Parece que un sincope lo sacudiera. El dia fu6 ardiente y hiirnedo. Alargadas y espesas nubes azules se ciernen sobre el amarillento y p5.lido cielo del ocaso. Gravitando inmbviles y extrafias, se aureolan de un fulgor cardeno y or0 cada vez m5.s mortecino. El aire estA extraordinariamente limpid0 y quieto, y todo 1 5 1saturado, hasta la saciedad, del graso y tibio olor de las hojas maduras que
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fermentan, y de la tierra hiimeda que pudre 10s despojos del bosque. AI oriente, mAs allA del angosto valle, por sobre otros cerros, se yergue la visibn de las cordilleras nevadas. Las altas cumbres estAn en sombra. La nieve, en ellas, es de un blanco verdoso, prilido y sutii. El invisible sol poniente baiia, de la inmensa mole andina, s610 la base de las laderas abruptas que arden en un rajo carmesi, acusando en rasgos netos, de un contraste violento, las caprichosas quebradas llenas de profundas sombras violetas. kentos suben hacia Io alto 10s rayos del sol. Las nieves se encienden; y mientras por la base de las montaiias, con cendales de bruma, trepa, azul, la noche, a esa hora todos 10s valles de Chile se iluminan lentos con el resplandor de las altas nieves lejanas. Es una luz rosa, suave e incierta, como la primera que fluye, dCbil, de las lhmparas encendidas a1 crepiisculo. Las cordilleras lentamente se apagan. Grises, parecen aun mhs lejanas. Detrhs de ellas, con un12 . suavidad inenarrable, en marea avasalladora, 1la noche asciende con sus aguas sutiles, de un inefab le verde azul, pleno de quietud y trasparencia. Ua han nacido y brillan innumerables estrellaS. En el aire lavado por la Iluvia, hasta a 10s astrc)S mAs pequeiios se les distingue con claridad. TodcIS respIandecen nitidos. Parece que a esa noche [a alumbrara un nGmero doblemente infinito de mu1Idos desconocidos. aAlsino. bafiado de sudor, sale de su ensimism< miento y exclama, la razbn perturbada:
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-Uf! qui: sofocaci6n. La vertiente hace subir sus aguas hasta mi cabeza. C6mo corren por mi espalda y mi pecho! Pero vienen tibias! i C u h desagradables! Suben y suben, y s e meten por narices, oidos y boca. Extiende sus alas. -Per0 ;qui. es esto? Es precis0 salvarse. ivamos! No podr6 volar. jQu6 engafio! Ensaya comer entrelos Brboles. Llevado por su poderoso instinto, logra salir volando, aire arriba, por un claro del bosque. Espantando a las solitarias aves nocturnas, Alsino, ciego y febril, recto hacia la alta noche negra, asciende agitando sus alas enormes en un vuelo poderoso y trAgico. Sus voces delirantes hieren el profundo silencio de 10s campos, como 10s graznidos penetrantes de una inmensa ave agorera. Abajo, montes y pequeiios valles, Arboles y animales, brisas nocturnas y aguas corrientes, escuchan sumidos en un marasrno angustioso esas 6nicas voces de hombre que ellos comprenden. Contra el cielo, todo florido de luminarias de plata, ven subir y reducirse cada vez mAs, hasta desaparecer fundida en la noche, la 6ltima y pequefikima sombra incierta del ciego volando. Ajeno a la realidad, Alsino va profiriendo voces entrecortadas que traducen, fugaces, el desvarfo de sus extrafios pensamientos. -~Volando?--exclama.-iOtra vez vuelve esta pesadilla! 2Hasta cuando soiiar6 que vuelo? i Y cuBn fAcil es! iVamos! m5s y mas alto. . . Hoy quiero llegar hasta la cumbre 6ltima del cielo. M&sy mas alto!
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;Que dir& Poli mafiana? Quisiera tenerlo aqui para que se convenciese. Es tan testarudo! <Nome crc!es? Pues, espera; y volar6 ante su asombro. Poingo toda la atacibn posible para no olvidar nada cuajndo despierte 2 Y por quC no Ilamar, tambih, a la abluela? Si, volar6 ante ellos, y ante todos 10s que dud en. J&!j&! me rio de sus caras de espanto; las mo: ;cas entrar6n sin recelo en las bocas abiertas. Hace ya horas que Alsino asciende sin cesar. Se encuentra a una altura vertiginosa, dos veces Inayor que la que alcanzan 10s iiltimos cbndores . Y sigue, sigue en su vuelo imperturbable. El aire, extraordinariamente delgado, Io fatiiga ; per0 61 continiia en arrebatada furia. Los go1!pes de su coraz6n corren por su cuerpo como 10s tafiidos ensordecedores de una campana. En su estrue ndo se aturde su conciencia enloquecida. Una mortal sensacibn de ahogo lleva a1 filtimo destello de! su mente la sensaci6n de ser presa de la m6s esI:iantosa pesadilla. -A despertar! A despertar!-exclama. En el aire enrarecido no tienen ecos sus palab ras. -Oh!. . . Despertar. . . .! Y como quien desata sus ligaduras, extiende t embloroso sus manos, y echando sus alas hacia del2inte y hacia abajo, en su desesperacibn, las toma y aprieta entre sus brazos como en un circuIo de hierro. Siibitamente cae con una velocidad espantcosa, que se va acelerando a1 infinito. Antes de que a 61 vuelva el sentido de la realiclad, el roce de su cuerpo con la atmbsfera, cada vez 1rnAs
densa, comienza por encender sus alas y, rapid0 como en un v&rtigo,el fuego se apodera de 61 y lo consume. Era en el mes de Mayo, mes de estrellas fugaces. Confundido entre las que cayeron esa noche, nadie fuera capaz de distinguirlo. Una legua antes de llegar a la tierra, de Alsino no quedaba sino ceniza impalpable. Falta de peso para seguir cayendo, como un gir6n de niebla, flot6 sin rumbo hasta la madrugada. Las brisas del amanecer se encargaron de dispersarlas. Cayeron a1 fin, si; per0 el soplo m8s sutil las volvia a elevar. Deshechas hasta lo imponderable, hace ya largo tiempo que han quedado, para siempre, fundidas en el aire invisible y vagabundo.
PRIMERA PARTE
I. I1. I11 IV V.
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PAgs 11 17
25
31 35
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VI . Los tordos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . VI1. Las alas........................... VI11 Confesiones de un hombre libre ...... I X Revelaci6n ....................... X Un refugio en la noche . . . . . . . . . . . . . XI . Vaaando . .......................... XI1 Elvuelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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43 49 55 63 67 73 77
TERCERA PARTE
XI11 El canto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XIV Aventuras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . xv Cuando el alba llega . . . . . . . . . . . . . . . . . . XVI Una maiiana de primavera . . . . . . . . . . . . XVI I. El mar ............................... XVIII En el verano silencioso. . . . . . . . . . . . . . . .
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85 89 93 99 105 109
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P r a d o
P5g.s. 117 121 131
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XXII XXI I I . XXIV . XXV. XXVI . XXVII . XXVIII . XXIX . XXX . XXXI . XXXII XXXIII XXXIV .
. El phnico. . . . . . . . . . .
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Prisionero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ......... Vega de Reinoso . . . . . . . En el huerto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mientras el agua corre. . . . . . . . . . . . . . . . . La ayuda parroquial . . . . . . . . . . . . . . . . . Un afio triste . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El canto del amor............. Entrevistas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La fiesta desconocida. . . . . . . . . . . . . . . . Una tertulia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . OtOfiQ. . . . . ...... ......... Errante. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
QUINTA PARTE
139 149 157 165 173 179 187 195 201 213 221 237 249
XXXV . La hija del leonero., . . . . . . . . . . . . . . . . . XXXVI . Ciego. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XXXVII . Los peregrinos......................... XXXVIII . Abandonado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XXXIX . La humilde ayuda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XL Nuevasvoces . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XLI . Elfuego. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
ES PROPIEDAD
E D I T 0 RI A L M I N E RVA
M. Guzm6n Maturana
AHUMADA 39-41
- SANTIAGO
IMPRENTA UNlVERSlTARlA
ESTADO 63
SANTIAGO