El Caballero Del León

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El Caballero del León

Chrétien de Troyes

Mi señor Yvain caminaba pensativo por un espeso bosque; de repente oyó


entre la maleza un grito muy doloroso y agudo. Se dirigió hacia donde había
oído que provenía el grito y cuando llegó vio en un claro a un león al que
una serpiente agarraba por la cola mientras le quemaba los lomos con una
llama ardiente. Mi señor Yvain no se detuvo mucho rato contemplando esta
maravilla y deliberó consigo mismo a quién de los dos ayudaría. Entonces
dijo que socorrería al león porque a los seres venenosos y a los traidores solo
se les debe hacer mal, y la serpiente es venenosa y echa fuego por la boca, tan
llena de felonía está. Mi señor Yvain decidió que primero la mataría a ella;
desenvainó la espada, avanzó y se puso el escudo ante el rostro para que la
llama que arrojaba de la garganta más ancha que una olla no le abrasara. Si
luego el león le ataca, no le faltará combate. Pero, pase lo que pase después,
ahora quiere ayudarle, pues Piedad le ruega y aconseja que socorra y ayude a
la bestia gentil y franca. Ataca a la traidora serpiente con su espada que corta
sutilmente y la parte hasta el suelo y la corta en dos mitades, la golpea y vuelve
a golpear hasta que la desmenuza y la hace pedazos. Pero le ha sido preciso
cortar el extremo de la cola del león porque estaba agarrada a la cabeza de la
traidora serpiente: solo cortó lo necesario, menos no pudo.
Cuando hubo liberado al león pensó que ahora tendría que luchar con él,
pues se le echaría encima: no podía pensar otra cosa. Oíd lo que hizo entonces
el león, cómo actuó noblemente y con generosidad, cómo se puso a demostrar
que se le sometía: le tendió sus dos patas juntas e inclinó la cabeza hasta el
suelo; se levantó sobre sus patas traseras; se arrodilló y humildemente bañó de
lágrimas su cara. Bien supo entonces mi señor Yvain que el león le daba gracias
y que se humillaba ante él porque le había librado de la muerte matando la
serpiente y esta aventura le llenó de alegría. Limpió la espada del veneno y de
la suciedad de la serpiente, la metió en la vaina y reemprendió el camino. Y el
león caminaba a su lado: ya nunca lo abandonará, siempre irá con él porque
le quiere servir y proteger.
El león caminaba delante de él y olió en el viento a algún animal salvaje
que estaba paciendo, el hambre y su naturaleza le indujeron a buscar la presa
y cazarla para procurarse su comida: esto es lo que ordena la naturaleza que
haga. Siguió un instante el rastro y mostró a su señor que había olido en el
viento el olor de una bestia salvaje. Se paró, le miró, pues le quería servir a su
gusto; no quería ir a ninguna parte en contra de su deseo. Y él comprendió en
su mirada que el león le dice que le espera; no duda de que si se detiene el león
se detendrá también y si le sigue apresará la caza que ha olfateado. Entonces
le incita y le grita como si fuera un perro de caza y el león al momento alza la
nariz al viento que había olfateado y que no le había engañado, pues apenas
ha caminado un tiro de arco, ve en un valle a un corzo solitario paciendo.
Deseando atraparlo lo consiguió al primer asalto y luego se bebió la sangre
aún caliente. Una vez lo hubo muerto se lo echó a la espalda y lo llevó ante
su señor, que desde entonces le tuvo gran cariño y lo llevó en su compañía
todos los días de su vida por el amor tan grande que le había demostrado.
Casi era ya de noche cuando decidió acampar en aquel lugar y desollar el
corzo para comer cuanto quisiera. Emprendió la tarea de desollarlo rajando
la piel de encima del costado y le cortó un pedazo de la carne del lomo; hizo
fuego con una piedra oscura y lo prendió en un leño seco y puso a asar el filete
en el espetón para que se asara a fuego rápido; lo asó hasta que estuvo bien
cocido pero no disfrutó con la comida porque no tenía ni pan, ni vino, ni sal,
ni mantel, ni cuchillo, ni otra cosa. Mientras comía, el león estaba echado ante
él sin moverse para nada y sin dejar de mirarle hasta que ya no pudo comer
más. Entonces el león devoró lo que quedaba del corzo, incluso los huesos.
El caballero apoyó la cabeza en el escudo durante toda la noche para reposar,
mientras el león era tan inteligente que le veló, cuidándose de guardar el caballo
que pacía de una hierba que poco le engordaba.

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