Filosofar en El Siglo XXI (Galceran)

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Resumen

A partir de una reflexin sobre los cambios introducidos en la filosofa del s.


XX por la corriente estructuralista, la autora pretende poner de relieve los retos a
los que se enfrenta la filosofa del nuevo siglo, en especial en lo que afecta al borra-
do de la gran lnea de demarcacin entre ciencias y letras y a la posible, a la vez
que deseable insercin de la filosofa en el campo de saberes gobernados por la idea
de complejidad y de indeterminacin.
Palabras clave: filosofa, estructuralismo, teora del conocimiento, teora de la
complejidad, indeterminacin.
Abstract
From the changes that the structuralist currents brought to XXths philosophy,
the autor(ess) wants to point out the challenges which philosophy faces on this new
century, specially in what relates to the erasing of the dividing line between "sci-
ences" and "humanities" and to the possible (and also desirable) inclusion of phi-
losophy into the field of knowledges ruled by the idea of complexity and indetermi-
nation.
LOGOS. Anales del Seminario de Metafsica
Vol. 41 (2008): 157-174
ISSN: 1575-6866
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Filosofar en el s. XXI
Philosophizing in the XXIth century
Montserrat GALCERAN HUGUET
Recibido: 05/09/2007
Aceptado: 30/10/2007
Keywords: philosphy, structuralism, epistemology, complexity theorie, indeter-
mination.
Se necesita un desplazamiento sistemtico de la financiacin y que los aca-
dmicos occidentales, desde los cientficos de renombre hasta los que acaban
de terminar su carrera, se pongan en contacto con el resto del mundo, pero
no para ensear sino para aprender. Se necesita que sientan que tienen algo
que aprender, y que se trata de algo ms que un blablabla sobre los valores
tradicionales, repetido como un mantra se necesita que todo cientista
social pueda leer trabajo acadmico en, por lo menos, cinco lenguas distin-
tas, para estar al tanto del saber de que se dispone en su disciplina. En sn-
tesis, lo que se necesita es una verdadera transformacin de la ciencia social
a escala mundial.
I. Wallerstein.
1. El fin de la filosofa tradicional. La crtica post-moderna
La crtica post-moderna decret el fin de la filosofa tradicional durante los aos
90. Por filosofa tradicional se entenda no slo la filosofa acadmica, la que se cul-
tiva en los espacios escolares e institucionales, sino tambin su envs, la filosofa
mundana, que est presente en los medios, en los foros periodsticos y en la televi-
sin, en las columnas de la prensa diaria y en los libros de distribucin masiva.
Como el haz y el envs de una hoja, ambos espacios se complementan mutuamen-
te: la Academia preserva un estilo riguroso, atento a las fuentes, exquisito en las
interpretaciones, un estilo que vuelve y revuelve sobre los grandes textos del pasa-
do. La filosofa mundana se entretiene con los pequeos textos, con las cuestiones
al margen, con el detalle de las ancdotas y las reflexiones superficiales. Pero ambas
conviven estableciendo una tenue lnea de separacin entre la filologa erudita y la
cultura de consumo.
El post-modernismo desplaz esa frontera. Someti a crtica los supuestos de
aquel saber homogneo y centrado en s mismo con el que la filosofa se contem-
plaba. Al atacar sus conceptos centrales Verdad, Ser, Sujeto no dej ttere con
cabeza. Y aunque la crtica post-moderna realmente tampoco vaya al fondo de las
cosas y se quede en un mero borrado de los conceptos centrales sin alcanzar el
ncleo duro de la filosofa tradicional la lgica, la epistemologa y la ontologa ,
su crtica fue lo suficientemente sugestiva para hacer poca, especialmente al atacar
uno de los puntos ms discutibles de la tradicin clsica: el alcance metafsico de
las posiciones tradicionales.
La Filosofa tradicional se defendi furiosamente y se sigue defendiendo, pero,
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a mi modo de ver, en poco va a contribuir al saber del s. xxi si sigue encastillada en
procedimientos y mtodos periclitados. Urge, por tanto, revisar cules han sido las
grandes contribuciones del siglo pasado que han preparado el camino para la nueva
filosofa del s. xxi.
1.1. La emergencia del lenguaje
Gran parte de los problemas de la filosofa fueron diagnosticados, a lo largo del
s. xx, como procedentes del secular olvido sobre el carcter lingstico del pensa-
miento. Ciertamente los viejos neopositivistas lgicos del Crculo de Viena y el no
menos viejo Wittgenstein se percataron ya de que el pensamiento est hecho de
palabras por lo que, en gran medida, son stas las que nos permiten explorar los
lmites de nuestro mundo. Pensar es una actividad mental que se conforma a las
viejas reglas de la lgica, pero los elementos de sus operaciones, los conceptos, son
resultado de una labor de afinado intelectual de los trminos.
Siendo as habr que considerar cuando menos, la lengua en la que esos trmi-
nos, transformados despus en elementos de un lxico de especialistas, adquirieron
sus primitivos nexos de significado. La filosofa ha construido una genealoga pro-
pia, que arranca de los griegos, y que retraduce los viejos trminos en una larga
serie
1
. La filosofa acadmica sobresale en esa labor de conservacin, pero la tarea
creativa de los/las filsofos/as no puede limitarse a ella, sino que se precisa inven-
tar nuevos conceptos y nuevos trminos, para abordar nuevos problemas.
En la tradicin europea el estructuralismo, que fue tan relevante en la segunda
mitad de siglo especialmente en el contexto francs, marca de modo determinante
la emergencia del lenguaje y de una disciplina especfica dedicada a l, la lings-
tica. Los estudiosos suelen situar su eclosin al principio del decenio de los sesen-
ta y su crisis a mitad del decenio siguiente. Y sealan que incluye un ncleo duro
centrado en la lingstica y en la teora de los signos (semitica), pero que se pro-
longa en diversas disciplinas tales como la sociologa, la psicologa, la crtica lite-
raria, la antropologa y la filosofa.
Puede decirse que hubo dos fuentes relativamente independientes del estructu-
ralismo: la antropologa de Levi-Strauss y la lingstica de Saussure, Jakobson, etc.
Pero de hecho el ncleo compartido se sita en la concepcin de que cualquier espa-
cio social est regido por un conjunto de reglas que combinan un universo limitado
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La hermenutica tanto en su versin como metodologa filosfica como en tanto que corriente pro-
piamente dicha, centra su labor en esta tarea de interpretacin de los textos entendiendo que ningn
texto es legible sin interpretacin, pero supone que las claves de interpretacin, tras 20 siglos de his-
toria, son ignoradas por lectores que proceden de otros contextos y de otras culturas. Por ello da tanta
importancia a la labor de preservar y devolver a los textos su sentido en una labor de (re)interpreta-
cin y de (re)actualizacin constante.
de elementos. Las reglas presiden las combinaciones posibles y tipifican los ele-
mentos pertinentes entre un amplio abanico de elementos posibles.
La teora de los signos (semiologa y/o semitica) supuso a su vez la eclosin
de la temtica del signo, segn la cual cualquier elemento puede funcionar como
signo en un campo de significacin determinado y regido por un sistema de reglas
que codifican su funcionamiento, de modo que el lenguaje cualquier lenguaje
resulta no ser ms que un sistema de signos regido por su particular combinatoria.
Ahora bien, dado que cualquier ciencia social y en ltimo trmino, cualquier
ciencia, est sujeta a las reglas del lenguaje, el estructuralismo alent la esperanza
de que cabra encontrar en la lingstica y en la semiologa las claves para una teo-
ra bsica integral en las ciencias sociales. Al menos eso pensaron aquellos estruc-
turalistas, cuya pretensin globalizadora filosfica les llev a hacer de ella algo
ms que un mtodo
2
, al prender en la consideracin del papel central de la lings-
tica que pretenda as ocupar el lugar tradicional de la filosofa como teora central.
Tambin Foucault se adscribi gozosamente en sus primeros aos al programa
de un estructuralismo ampliado, distinguiendo entre lo que consideraba un mtodo
y aquel programa generalizado que busca relaciones ms amplias pues no est
limitado a un campo cientfico concreto
3
. En una de sus entrevistas posteriores nos
ofrece una versin original de aquel movimiento. Segn l, lo comn a todos los
estructuralistas fue la necesidad de oponerse a ese cmulo de enunciados filosfi-
cos, especulaciones y anlisis centrados esencialmente en la afirmacin terica de
la <primaca del sujeto>
4
. Esa necesidad tuvo un efecto poltico pues permiti
recuperar parte de las tradiciones procedentes del periodo dorado de la intelectuali-
dad rusa de los aos 20, coetneos y simpatizantes de la revolucin sovitica, que
haban sido liquidados por el stalinismo. El estructuralismo produca, prosigue
Foucault, una cultura de izquierda que no era marxista
5
o al menos, que no lo era
en el sentido tradicional y dogmtico en que lo eran el materialismo histrico y el
materialismo dialctico, y que se diferenciaba claramente de la lectura del mismo
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2
Esta distincin se encuentra claramente expresada en algunos autores. Para Levi-Strauss el estruc-
turalismo no es una doctrina filosfica, sino un mtodo. Toma los hechos sociales de la experiencia y
los transporta al laboratorio. All se esfuerza por representarlos bajo la forma de modelos, tomando
siempre en consideracin no los trminos, sino las relaciones entre los trminos (Le Nouvel
Observateur, 25,I,1967, p. 32, cit. por F. Dosse, Historia del estructuralismo, Madrid, Akal, 2004, T.II,
p. 102). Para Althusser por el contrario, el quehacer cientfico no tiene nada que ver con la construc-
cin de modelos sino que la construccin de conocimiento opera a partir de la depuracin de lo ide-
olgico presente en el nivel primario del quehacer cientfico, para lo que es necesaria la filosofa. V.
la doctrina de las generalidades en La revolucin terica de Marx, Mxico, s. XXI, 1967, pp. 151 y
ss.
3
Entrevista en La Presse du Tunis, 2.4.1967, cit. por F. Dosse, op. cit., p. 103.
4
El yo minimalista. Conversaciones con M. Foucault, seleccin de G. Kaminsky, Buenos Aires, ed.
La marca, 2003, P. 19.
5
Idem, p. 21 (subrayado del propio M. Foucault).
en clave existencial (J. P. Sartre) o fenomenolgica ( M.Merleau-Ponty). Esos inte-
lectuales sentan la necesidad de desmarcarse de la obediencia terica a la doctrina
de los Partidos comunistas, hegemnicos en Europa en aquel momento, y la urgen-
cia de crear un lenguaje poltico que no fuera de derechas, para los nuevos movi-
mientos y agentes sociales. Por eso y a pesar de su rigorismo y en ocasiones de su
teoricismo, no es de extraar la confluencia conflictiva y problemtica de esos nue-
vos discursos con el amplio espectro de los movimientos del 68cuyo rechazo de la
Vieja Izquierda fue una de sus seas de identidad.
Volviendo al programa terico hay que resaltar que en el anlisis de los siste-
mas de signos los estructuralistas lograron distinguir con un nivel estimable de finu-
ra las dos dimensiones fundamentales del lenguaje: el significante y el significado.
Tal vez el modelo ms completo sea el de L. Hjmslev con su doble distincin de
materia y forma tanto a nivel de expresin (significante: materia y forma, llaman-
do materia a los elementos materiales del signo y forma a su combinacin)
como a nivel del contenido (significado: materia y forma, llamando materia a
las sensaciones auditivas y/o visuales y forma a la configuracin de la imagen
mental). El resultado de esa investigacin es la doble evaporacin del sujeto y del
referente.
En efecto, dado que el lenguaje est constituido como un sistema de signos
codificados con su doble faz, significante y significado, stos construyen un mundo
auto-consistente que se combina segn sus propias virtualidades, dejando abiertos
y/o clausurados determinados espacios de significacin. Los sonidos de una lengua
y las combinaciones que en ella son pertinentes (los fonemas), las unidades de lxi-
co y de significado (lexemas y semantemas), las formas temporales y pronomina-
les,configuran para una lengua concreta un conjunto de posibilidades que son
tambin prohibiciones de otras combinaciones. Todas ellas estn regladas, pero no
hay una regla de las reglas, igual que no hay una lengua de las lenguas. La lings-
tica esboza simplemente las invariantes de toda lengua y marca la ubicacin de las
diferencias. Constituye slo un mapa en un espacio terico pero, desde este empe-
o, marca tambin una nueva consideracin de lo que sea una ciencia: la creacin
de un espacio terico, que no es un modelo, ni una hiptesis, sino la especificacin
de un campo con sus reglas de combinacin.
En cuanto que campo discursivo conjunto de enunciados no precisa de suje-
to alguno, nadie habla a travs de l, siendo ms bien el propio campo discursivo el
que se habla. Algunos estructuralistas, entre otros Barthes, Kristeva, Foucault o el
propio Althusser, radicalizan esta tesis en la muerte del sujeto, la muerte del
hombre, la desaparicin del autor, que marcar sus obras. Y sin embargo cabe
plantearse una distincin, que posteriormente ha resultado fructfera, entre el nivel
del enunciado y el nivel de la enunciacin, de tal modo que si bien al primer
nivel podemos prescindir en el anlisis de todo sujeto para concentrarnos en la
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estructura del discurso viendo el juego interno de los signos, y modificando por
tanto la relacin con el referente, en el segundo podemos recuperar la dimensin
pragmtica del lenguaje, o sea aquella dimensin que marca su funcionamiento y
que si bien no reintroduce el sujeto trascendental de la filosofa clsica, no rehu-
ye el campo de las prcticas de significacin.
Ciertamente, para designar a ese nuevo agente pragmtico el viejo trmino
sujeto resulta demasiado enftico, pues ste carece de las dimensiones de autono-
ma, de reflexividad y de consciencia del sujeto clsico y se limita a ser una espe-
cie de jugador de cartas, incluso en el caso de que su creatividad vaya hasta la
invencin de un juego nuevo. El sujeto de enunciacin (quien enuncia) se distin-
gue del sujeto del enunciado (quien realiza la accin enunciada) en una secuela
de diferenciaciones, desplazamientos y engarces
6
. En el ambiente de los 70, satura-
do de psicoanlisis, las investigaciones en el plano de la enunciacin se abren hacia
los complejos procesos de construccin de la subjetividad que enlazan la experien-
cia de la singularidad con los relatos y cdigos en que sta se expresa. Eso va a per-
mitir avanzar hacia la temtica de la singularidad o subjetividad enraizada y en
devenir, que encontramos en autoras contemporneas como R. Braidotti
7
.
Es el propio Deleuze, que nunca fue del todo estructuralista, quien en un texto
temprano - En qu se reconoce el estructuralismo?
8
- indica que la muerte del
sujeto abre dos posibilidades distintas a la filosofa: la pervivencia de un vaco y
de una ausencia, provocada por la desaparicin del sujeto que ocupaba ese lugar, o
la diseminacin del sujeto por toda la estructura significante y su reaparicin en la
forma de una plenitud sedentaria y congelada. A ambos, entendidos como avata-
res de la estructura, les opone la emergencia de un agente prctico y nmada, efec-
to interno suyo, que marca el lugar de la praxis: El estructuralismo no es en abso-
luto un pensamiento que suprima el sujeto, sino un pensamiento que lo desmenuza
y lo distribuye sistemticamente, que discute la identidad del sujeto, que lo disipa y
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6
Balibar, E., discpulo y colaborador de L. Althusser, lee desde un punto de vista similar la filosofa
de Marx: [la teora de Marx)] no procede de la actividad de ningn sujeto, en todo caso de ningn
sujeto que sea pensable segn el modelo de una conciencia. En revancha, constituye sujetos o formas
de subjetividad y de consciencia en el campo mismo de la objetividad. De una posicin transcenden-
te o transcendental, la subjetividad ha pasado a la posicin de efecto, de resultado del proceso
socialLa inversin operada por Marx es pues completa: la constitucin del mundo para l no es la
obra de ningn sujeto, es una gnesis de la subjetividad (una forma de subjetividad histrica determi-
nada) como parte (y contraparte) del mundo social de la objetividad, La philosophie de Marx, Paris,
ed. La Dcouverte, 1993, p. 66.
7
BRAIDOTTI, R., Metamorfosis, hacia una teora materialista del devenir, Madrid, Akal, 2005 y
Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nmade, Barcelona, Gedisa, 2004.
8
Contenido en Historia de la Filosofa, dirigida por F. Chtelet, Madrid, 1976, T. IV, pp. 567-600. Sin
ser tampoco un estructuralista estricto Chtelet lo defiende por entender que el rechazo del sujeto-
consciencia es condicin ineludible de la construccin del saber social. V. especialmente
Estructuralismo y marxismo, Mxico, Grijalbo, 1970.
lo hace ir de lugar en lugar, sujeto siempre nmada, hecho de individuaciones, aun-
que impersonales, o de singularidades, aunque pre-individualesEl que pertenez-
ca a una nueva estructura que no reinicie aventuras anlogas a las de tiempos pasa-
dos y que no haga renacer contradicciones mortales, depende de la fuerza de resis-
tencia y de la fuerza creadora de ese hroe, de su agilidad para seguir y salvaguar-
dar los desplazamientos, de su poder para hacer variar las relaciones y redistribuir
las singularidades, echando siempre an unos dados. Este punto de mutacin defi-
ne precisamente una praxis, o ms bien el lugar en que debe instalarse la praxis.
Pues el estructuralismo no es slo inseparable de las obras que crea, sino tambin
de una prctica en relacin con los productos que interpreta. El que esta prctica sea
teraputica o poltica, seala un punto de revolucin permanente o de transferencia
permanente Estos ltimos criterios, del sujeto a la praxis son los ms oscuros, son
los criterios del porvenir
9
, porque son ellos los que nos permitirn hablar, no ya de
sujeto sino de procesos de subjetivacin, o, dicho en otros trminos, de construc-
cin de subjetividad como un proceso en el que esa construccin acontece:
Efectivamente se puede hablar de procesos de subjetivacin cuando se considera los
diversos modos en que los individuos o las colectividades se constituyen como suje-
tos; tales procesos slo valen en tanto que, cuando ocurren, escapan a la vez a los
saberes constituidos y a los poderes dominantes. Incluso si, como consecuencia,
engendran nuevos poderes o vuelven a formar parte de nuevos saberes. Pero por el
momento detentan una espontaneidad rebelde. No se produce ningn retorno al
sujeto, es decir a una instancia dotada de deberes, poderes y saberes. Ms que de
proceso de subjetivacin se podra hablar tambin de nuevos tipos de acontecimien-
to: acontecimientos que no se explican por los estados de cosas que los suscitan o
en los que recaen. Se levantan por un instante y es ese momento el que es impor-
tante, es la ocasin que hay que atrapar
10
. Esos procesos de constitucin de subje-
tividad y de creacin de discurso no son nunca individuales sino colectivos.
El otro polo de la mutacin es el referente, o sea el presunto objeto significado
por los trminos lingsticos. Si, segn lo dicho, el significado no mienta el mundo,
sino el conjunto de sensaciones e imgenes mentales que los agentes lingsticos
engarzan con los elementos significantes, ya no podremos mantener que stos
designen un conjunto de objetos o de estados de cosas isomrficos con aquellos,
sino que, en todo caso, el discurso quedar abierto al amplio espacio del cruce de
los discursos y de su interaccin con las prcticas, como magistralmente indica
Foucault. Pero dejar de haber algo que se corresponda punto por punto con los tr-
minos; stos quedarn como flotando en un espacio de cierta indeterminacin mar-
cada por las confluencias y divergencias con otros trminos y con las complejas tra-
mas de su imbricacin en prcticas diversas.
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9
Idem, p. 596-99.
10
Le devenir rvolutionnaire et les creations politiques. Entrevista realizada por T. Negri, en ligne en
la revista Multitudes.
El resultado del estructuralismo, con su doble diseminacin del sujeto y del
objeto supone un desafo para la filosofa idealista, especialmente en cuanto filoso-
fa del sujeto y de la conciencia, y la enfrenta con la necesidad de repensar desde
cero, la problemtica de la subjetividad y de la accin. El desmantelamiento de la
vieja filosofa del sujeto pareca haber excluido definitivamente de la reflexin filo-
sfica los temas de la accin prctico-poltica. Segn el tpico de mayo del 68, las
estructuras no bajan a la calle- por ms que Lacan se apresurara a responder que
justamente eran las estructuras las que haban bajado a la calle aquellos das
11
-.
Esta problemtica marca la interna ambigedad de esa corriente, ambigedad que
Dosse pone de relieve en su estudio: la paradoja de la mayora de los estructuralis-
tas, intelectuales de izquierda que actan por el cambio [es] que desarrollan en el
plano terico las armas de la crtica desde una perspectiva progresista, y que al
mismo tiempo, se ven seducidos por un paradigma que cierra todas las veleidades
de cambio y anuncia as el fin de la historia, aunque ofrece como contrapartida
garantas de cientificidad, una posible captacin de lo social cosificado con la ambi-
cin de percibirlo como totalidadEsta etapa es la de la deseperacin
12
. El empe-
o est marcado por un cierto halo trgico que acompaa a algunos de sus defenso-
res y que tal vez tenga que ver con la ausencia de un propsito decidido de cambio,
dadas las condiciones polticas globales. Pero olvida la incitacin a otra forma de
prctica que se desprende de esta filosofa y que marca la poltica y el pensamien-
to del nuevo siglo.
1.2. El carcter dinmico de lo real
La filosofa tradicional haba credo encontrar en el carcter substante de lo
real, el rasgo de permanencia que posibilitaba hablar de verdades eternas. Sin
duda stas no seran posibles si el mundo no se mantuviera idntico a s mismo
bajo los cambios. No en balde Aristteles consideraba el cambio como una de las
categoras, es decir como uno de aquellos conceptos primeros que permiten clasi-
ficar a los entes y sus propiedades, y explicar sus transformaciones. Con ello que-
daba expedito el camino para una primera categorizacin pero persista el problema
de pensar la relacin entre el cambio y la permanencia. Aristteles opt por privile-
giar la segunda por encima del primero, siendo el cambio el que se inscribe en la
permanencia y no a la inversa. El ser, la ousa, la substancia persiste por debajo de
sus cambios que son suyos precisamente porque no pueden provenir ms que de s
misma. Como seala claramente Spinoza, en el orden natural slo puede darse una
nica substancia y sta es causa de s
13
. No hay afuera alguno para el mundo
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11
Dosse, op. cit., pp. 143 y ss.
12
Op. cit. P. 89.
13
En el orden natural no pueden darse dos o ms substancias de la misma naturaleza, o sea con el
tomado en su totalidad y, al no haber distincin entre el nivel ontolgico y el epis-
temolgico, el problema de la validez del conocimiento no puede ni siquiera plan-
tearse. Para Spinoza la substancia es eterna y permanente por lo que su idea la idea
adecuada de la substancia deber ser tan eterna y permanente como ella y el cono-
cimiento, una vez que lo es, lo es para siempre.
Pero, a qu nivel acta entonces un conocimiento que se queda embobado
frente a la perennidad y la eterna inmutabilidad, sobre cuya figura retraza la perma-
nencia idntica de sus modos, pero minimiza el cambio y la transformacin?, qu
concepto de tiempo puede hallarse en una filosofa que no contempla la duracin ni
la muerte?
14
.
En total contraposicin con la ontologa spinoziana, Hegel no cej jams en su
empeo de intentar conciliar, de un modo que no deja de causar asombro, lo perma-
nente y lo mudable en una ontologa dinmica. Pero para eso tiene que darle la vuel-
ta a la ontologa tradicional y hacer entrar en el pensamiento la mutabilidad de los
entes. Sin duda stos cambian casi constantemente, aparecen y desaparecen a la per-
cepcin. Pero no lo hacen sin regla alguna, sino siguiendo determinadas formas que
se reducen, bsicamente, al juego de la identidad y la diferencia, al que algo sea lo
que es y a que no sea lo otro. Ese juego de identidades o identificaciones y
alteridades o contraposiciones dibuja la andadura del pensamiento en cuyo decur-
so ste instaura puntos de apoyo, o detenimiento, o concepto.
Para Hegel pensar no es slo contemplar o afirmar, sino acompaar el proceso
del ser por medio del cual la realidad se transforma. Al seguir esa transformacin el
pensamiento se hace capaz de entender cmo surge el presente del pasado y como
prefigura el futuro. Frente a una ontologa de la substancia eterna y permanente,
Hegel instaura una ontologa de la realidad en devenir.
1.3. Devenir, probabilidad e incertidumbre
Con todo, la concepcin hegeliana del devenir resulta demasiado abstracta, uni-
versal y legaliforme, en ltimo trmino demasiado apologtica, pues todo lo que
vaya a ocurrir est contenido en germen en el ser del que procede. La filosofa cl-
sica especialmente a partir de la emergencia de la fsica newtoniana haba segui-
do un modelo determinista y haba privilegiado el conocimiento segn reglas uni-
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mismo atributo, proposicin V y por causa de s entiendo aquello cuya esencia implica la existen-
cia o, lo que es lo mismo, aquello cuya naturaleza slo puede concebirse como existente, proposicin
I, tica, Madrid, Alianza, 1987.
14
Para Spinoza, dice Kaminsky, ni nacer ni morir son experiencias pensables para uno mismo, son
experiencias evanescentes que sin embargo, acompaadas por una codificacin y una liturgia apro-
piadas pueden aportar los cimientos de una poltica del miedo, La poltica de las pasiones, Barcelona,
Gedisa, 1991, p. 116 y ss.
versales de una realidad parcelada, segn el principio de que una misma causa pro-
duce siempre el mismo efecto
15
y de que siguiendo el orden de las causas, pode-
mos predecir el orden de los efectos. Pero deudores del impulso globalizador del
filosofar, los filsofos extendieron ese principio al conjunto del saber y postularon
una realidad unvoca y autconstituyente que se rega por sus propias leyes univer-
sales, cuyo conocimiento constitua la ciencia (en el sentido amplio que la tradicin
filosfica daba a este trmino).
Por el contrario la crtica contempornea no slo ha puesto de relieve el dficit
epistemolgico de una pretendida ciencia universal al mostrar que toda verdad lo
es en unos parmetros espacio-temporales y culturales dados, sino que ha produci-
do efectos ontolgicos al obligarnos a pensar el devenir como proceso abierto en
ms de un sentido. Wallerstein recurre a Prigogine y sus estudios sobre la comple-
jidad para explicar qu entiende por indeterminacin y cmo esta caracterstica
fundamental pone en cuestin la ciencia cientificista y aporta elementos para
entender los cambios y las transiciones, puesto que ya no se trata de que el conoci-
miento humano no sea capaz de trazar una determinada trayectoria sino que el deve-
nir mismo puede incluir ms de una posibilidad. Debera quedar claro - dice - cul
es el significado que se otorga al concepto de indeterminacin. No significa que el
orden y la explicacin no existan. Prigogine sostiene que la realidad existe como un
<caos determinista>, es decir que el orden siempre existe por un tiempo, pero que
luego inevitablemente, se deshace, cuando sus curvas alcanzan puntos de bifurca-
cin (puntos en que existen dos soluciones igualmente vlidas para una ecuacin) y
que es intrnsecamente imposible determinar a priori qu opcin escoger el siste-
ma frente a la bifurcacin. No es que el conocimiento sea imposible, sino que el
conocimiento a priori es impredecible
16
. La introduccin de la dimensin tempo-
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15
El determinismo fue la piedra de toque de la mecnica newtoniana que a su vez fue considerada
durante mucho tiempo el programa cientfico fundamental, el modelo de toda empresa cientfica,
Wallerstein, E., Las incertidumbres del saber, Barcelona, Gedisa, 2005, p. 40. Lo define como aque-
lla concepcin cuyo supuesto bsico es que existen leyes universales objetivas que gobiernan todos
los fenmenos naturales, que esas leyes pueden ser conocidas por la investigacin cientfica, y que una
vez conocidas esas leyes podemos predecir perfectamente el futuro y el pasado, a partir de cualquier
conjunto de condiciones iniciales, Conocer el mundo, saber el mundo, Mxico, s. XXI, 2002, 2, p.
6. En su discusin con la filosofa contempornea Sokal y Bricmont distinguen entre determinismo y
predicibilidad, si bien para insistir en que la naturaleza es determinista, a pesar de que en ocasiones
resulte impredecible: Merece la pena subrayar que en ese debate secular siempre ha sido esencial dis-
tinguir entre determinismo y predicibilidad. El determinismo depende del comportamiento de la natu-
raleza (independientemente de nosotros) mientras que la predicibilidad depende, en parte de la natu-
raleza y, en parte, de nosotros. Para entender esto, imaginemos un fenmeno perfectamente predeci-
ble (el movimiento de un reloj, por ejemplo) que, sin embargo, se halla en un lugar que nos es inacce-
sible (en la cima de una montaa, por ejemplo). El movimiento del reloj es impredecible para noso-
tros, porque no tenemos la menor posibilidad de conocer sus condiciones iniciales. Pero sera ridcu-
lo decir que deja de ser determinista, Imposturas intelectuales, Barcelona, Paids, 1999, pp. 145-6.
16
Las incertidumbres del saber, p. 89.
ral en el anlisis de los fenmenos exige tener en cuenta los puntos de irreversibil-
dad, es decir aquellos estados a partir de los cuales es imposible volver atrs y recu-
perar el estado de cosas precedente. Una determinada combinacin introduce reor-
denaciones que posibilitan otras combinaciones pero que, a la vez, hacen imposible
reactualizar combinaciones precedentes.
Conviene pues tener en cuenta el tiempo. En un saber determinista el tiempo no
tena relevancia alguna pues, o bien era una variable ligada al espacio y a la veloci-
dad en el clculo del desplazamiento de un cuerpo o bien, en cuanto no altera la
repeticin idntica de los estados de cosas, resultaba irrelevante. El decurso tempo-
ral no altera las leyes que rigen los movimientos y que estudia la ciencia y, si los
altera, como ocurre en la historiografa, lo hace hasta tal punto que exige una epis-
temologa especfica. Por eso el principio de la relatividad, segn el cual cualquier
suceso puede integrarse en un sistema espacio-temporal de referencia siendo as que
entre varios, ninguno ostenta una primaca natural, reviste especial importancia. Lo
que no obsta para que su utilizacin por la filosofa haya llevado en ocasiones a
extraer consecuencias inaceptables como han sealado los anteriomente aludidos
Sokal y Bricmont.
En aquel marco determinista, hegemonizado por la fsica clsica, el carcter
temporal de lo histrico enfrent la historiografa decimonnica con un problema
irresoluble, obligando a adoptar la narracin como recurso expositivo bsico para
un saber que no poda valerse de reglas generales al estudiar lo que se considera-
ba como casos nicos
17
. La historiografa de la revista francesa Annales
18
y la
obra de F. Braudel nos han enseado por el contrario a abordar la problemtica
desde una perspectiva diversa, introduciendo diferencias entre los diversos tipos de
tiempo de que trata la historiografa. En su obra Braudel privilegi el carcter dura-
tivo del tiempo sobre su mero transcurrir para, a continuacin, distinguir ente diver-
sas duraciones: la episdica, propia de los acontecimientos histricos puntuales, la
media, propia de estructuras de repeticin cclica y la larga, es decir el tiempo largo
propio de los sistemas sociales que se mantienen durante periodos dilatados, aun-
que surjan en un determinado momento y sucumban en otro. No cambian de un da
para otro ni permanecen eternamente. Luego no son ni eternos ni mudables sino de
duracin larga- entre 300 o 500 aos. Apartir de l la historia ha dejado de ser una
disciplina que se ocupa de los acontecimientos ms o menos evanescentes, para
empezar a hablarnos de ciclos largos y de estructuras.
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17
La distincin clsica entre los saberes nomotticos y los idiogrficos reposa en esta distincin
pues entiende que mientras las ciencias trabajan con reglas, las humanidades o ciencias del espritu
(Dilthey) lo hacen con casos.
18
Annales es el nombre de la revista francesa de historiografa en que publicaron los grandes historia-
dores impulsores de la historia social durante los aos 30 y 40, en especial M. Bloch, L. Fbvre, y
posteriormente F. Braudel. V. Burke, P., La revolucin historiogrfica francesa. La escuela de los
Annales: 1929-1989, Barcelona, Gedisa, 1993.
1.4. Hechos y valores
Esos cambios invalidaron el presupuesto de la distincin positivista entre
hechos y valores que, superpuesta a la anteriormente mencionada entre disci-
plinas nomotticas e idiogrficas, separaba los saberes cientficos, que se ocupan
de hechos, de los idiogrficos que tratan de valores e interpretaciones. Los
hechos (o fenmenos en la terminologa positivista) correspondan a estados
de cosas independientes de cualquier apreciacin subjetiva y estaban marcados por
el sesgo de la objetividad, mientras que los valores presuponan una interven-
cin subjetual e interpretativa, marcada por la cultura. Sin duda esta distincin no
dej de resultar valiosa para una epistemologa caracterizada por el principio de
subjetividad (el principio transcendental kantiano y post-kantiano) y de la intencio-
nalidad (fenomenologa), pero deja de tener efectos relevantes a partir del momen-
to en que se da por hecho el encuadre espacio-temporal y cultural de cualquier
observacin. Aceptado eso, el paso siguiente no tiene porque ser el relativismo
generalizado, sino la preservacin de parcelas de saber plausible en diferentes
reas, soportado sobre la concordancia de mtodos y de lenguajes abiertos a la inte-
rrogacin ejercida desde saberes limtrofes, y crticos frente a los propios silencios
y omisiones. Epistemologa ni dura ni blanda, sino conocimiento en proceso, dis-
puesta a interrogarse ante sus propios impensados.
Pero adems Foucault introduce en esta cuestin una dimensin prctica larga-
mente olvidada, en la medida en que logra explicar cmo los discursos cientficos
se entrelazan con prcticas institucionales, de tal manera que se consolidan como
discursos adecuados en los campos instituidos por tales prcticas. l mismo define
las prcticas cientficas como un cierto modo de regular y construir discursos, que
a su turno definen un campo de objetos y determinan simultneamente el sujeto
ideal destinado a conocerlos
19
. Con esta consideracin el problema de la verdad se
desplaza, ya que no se trata de que un discurso se corresponda con un determinado
conjunto de hechos, sino que el recorte en la serie de los acaecimientos y su
correspondencia con un determinado discurso es efecto de la construccin social
simultnea de los dos mbitos, reunidos en los espacios institucionales creados al
efecto. Yel discurso, a la vez que recorta el campo de objetos, construye el suje-
to ideal de su propia prctica.
Una de sus consecuencias es el importante cambio que se origina en la nocin
epistemolgica misma de universal. ste se redefine como las reglas que marcan
una lengua o un espacio de significacin, cuyo dominio otorga la competencia en
ese campo y ya no como aquellas verdades que por marcar las regularidades exis-
tentes, son eternamente vlidas. Autores como Chomsky, que no es estrictamente un
estructuralista a pesar del enorme influjo que ha ejercido sobre ellos, enraizan la
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19
El yo minimalista, p. 27.
universalidad de las reglas con el innatismo mental que permite a los hablantes de
una lengua alcanzar rpidamente la competencia lingstica necesaria para ser cre-
ativos, es decir, para producir variantes innovadoras. Otros (as) como Julia
Kristeva, se niegan a dar este paso y mantienen una constante diferencia entre el
mbito de lo simblico que incluye el sistema del lenguaje, y el de lo que ella llama
semitico, es decir todas aquellas pulsiones que irrumpen en aqul abriendo pro-
fundas brechas. Pero en ambos casos los universales resultan ser reglas que gobier-
nan un determinado campo, un determinado conjunto de elementos, y que por ello
constituyen el armazn de toda ciencia. Son algo as como las reglas de formacin
del lenguaje en ese campo que marcan los cdigos de comportamiento en l.
Foucault distingue de los universales en tanto que reglas de formacin de un
campo, aquellos otros a los que haramos bien en denominar conceptos genera-
les por su carcter fronterizo. Los denomina tambin <conceptos perifricos>, o
sea conceptos que distinguen un saber de otro atendiendo a nociones limtrofes, una
especie de indicadores epistemolgicos que distinguen los diversos campos del
saber, aunque estn vacos de contenido. Esos indicadores tienen escaso valor
cognoscitivo; su tarea es ms bien deslindar los diversos saberes y justificar las dife-
rentes competencias
20
. La confusin entre ambos conduce a que, como dirn
Deleuze y Guattari, los universales no explican nada, son ms bien ellos los que
deben ser explicados
21
.
As pues y como resultado de todo ello la filosofa, especialista en el campo de
lo universal, ha perdido gran parte de sus competencias, transformndose de una
disciplina fundamentadora, basada en el conocimiento de aqullos, en otra transver-
sal, crtica y propositiva, ya que sus conceptos, para decirlo al modo de estos
autores, no pasarn nunca de ser propuestas autoreferenciales, conceptos fuerza en
un campo de inmanencia
22
, trminos que ms que apuntar a un referente, sealan
lneas de tensin y cruces problemticos entre campos tericos, esbozando espacios
de colisin y lneas de intervencin.
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20
CHOMSKY, N./FOUCAULT, M., La naturaleza humana: justicia versus poder, Buenos Aires, Katz
editores, 2006.
21
Qu es la filosofa?, Barcelona, Anagrama, 1993, p. 13.
22
Los conceptos son centros de vibraciones, cada uno en s mismo y los unos en relacin con los
otros. Por esa razn todo resuena, en vez de sucederse o corresponderselos conceptos en tanto que
totalidades fragmentarias no constituyen si siquiera las piezas de un rompecabezas, puesto que sus
permetros irregulares no se corresponden. Forman efectivamente una pared, pero una pared de piedra
en seco, y si se toma el conjunto, se hace mediante caminos divergentes. Incluso los puentes de un
concepto a otro son tambin encrucijadas, o rodeos que no circunscriben ningn conjunto discursivo.
Son puentes mviles. Los conceptos remiten a problemas y permiten pensarlos pero no se refieren
a entes o cosas. Deleuze, G. y Guattari, F., Que es la filosofa?, p.28.
2. La resistencia de la filosofa acadmica
A pesar del tiempo trascurrido la filosofa, tanto la acadmica como la munda-
na, no ha tomado seria cuenta de esas transformaciones. El lugar social que la filo-
sofa ha ocupado en el saber moderno, cuando menos desde el siglo XVIII, est
estrechamente ligado a su magisterio en la institucin universitaria, una Institucin
que logr conjugar la salvaguardia y la transmisin del saber antiguo, orientado a la
formacin de las lites dirigentes y las capas cultas de la sociedad, con la incorpo-
racin de estudios de clara orientacin profesional, que exigan conocimientos espe-
cializados. En este marco se acentu la divisin entre las dos culturas que caracte-
riz la Universidad decimonnica
23
. Esta divisin fue ntida hasta las transforma-
ciones de los aos 60, cuando la explosin demogrfica y el acceso masivo a los
estudios superiores desencaden una crisis que est todava pendiente de cerrarse.
En la propia historia de la filosofa se observa una profunda cesura entre los tex-
tos clsicos antes y despus del siglo xix. Antes de esa poca, y especialmente en el
periodo que va del xv al xvii, los filsofos solan tener una buena formacin cient-
fica e incluso podan rivalizar con los cientficos en cuestiones de matemticas, fsi-
ca o geometra. Ni Leibniz, ni Kant, ni Descartes, ni Pascal, escatimaron estudios
dedicados a cuestiones cientficas, que por otra parte, son difciles de interpretar y
valorar para estudiosos formados en la tradicin historicista.
Por el contrario, a partir del xix, se impuso la tradicin romntica y la divisin
entre los estudios cientficos y aquellos otros literarios o humanistas que ha pervi-
vido hasta nuestros das. Junto al enorme desarrollo de las ciencias de la naturaleza
y posteriormente de las ciencias sociales, esta divisin ha resultado letal para la filo-
sofa. Los filsofos acadmicos actuales, provistos de una formacin, en el mejor
de los casos, humanista y/o literaria, no estn (estamos) en las mejores condiciones
para responder a los desafos de los saberes contemporneos, ya sea en su dimen-
sin epistemolgica, ontolgica o meramente lingstica, ya que en el marco de esta
divisin la filosofa qued ubicada junto a las disciplinas de Letras, primero como
una especie de tronco comn compartido por las filologas y las nuevas ciencias
sociales y posteriormente, a medida que estas disciplinas la iban expulsando de sus
planes de estudio, como una titulacin ms, distinta de aqullas. A diferencia de
otros ttulos de Letras como las filologas, psicologa, historia,la filosofa no da
acceso a ttulo profesional alguno no existe la profesin de filsofo/a ni dispo-
ne de un catlogo de tareas especficas para las que cualifique a excepcin tal vez
de profesor de filosofa si bien no por ello los estudios carezcan de la coheren-
cia y la sistematicidad que debe a su larga tradicin.
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23
En algunas Universidades esta distincin qued reflejada en el propio edificio como por ej. en la
Universidad Central de Barcelona. El edificio, cuya construccin se inici en 1863, consta de un cuer-
po central, dedicado a la administracin y a las autoridades acadmicas y dos alas, una a cada lado, la
derecha para la Facultad de Ciencias y la izquierda para la de Letras.
Por todo ello no es de extraar que la actual transformacin de la Universidad
la afecte de lleno, creando una situacin ciertamente paradjica: el difuminado
actual de la distincin entre ciencias y letras, podra permitir que la filosofa recu-
perara una mayor cercana a la problemtica del saber cientfico, que fue suya por
varios lustros, pero la vigencia de la distincin y especialmente la estructura acad-
mica montada sobre ella, crea obstculos e inercias muy funestas que operan en sen-
tido contrario. Los/as profesores/as de filosofa, universitarios o de enseanza
secundaria, los/as intelectuales vinculados a la tradicin filosfica o especialistas en
ella, no son agentes dispuestos a correr el riesgo de una lectura filosfica de los
saberes contemporneos, en parte por desconocimiento y en parte por comodidad,
aumentada si cabe por la complejidad de stos. De esta forma es muy posible que
la filosofa tradicional acadmica acabe perdiendo su propio espacio.
Es en este punto donde algunas/os introducimos la dimensin social y econmi-
ca. Si estamos ante una profunda crisis sistmica, sta prefigura la inadecuacin no
slo de las actuales estructuras institucionales y los actuales saberes, sino que
enmarca los distintos proyectos para salir de ella: un proyecto neoliberal y mercan-
tilista que intenta supeditar la produccin de conocimiento a las exigencias del mer-
cado y que muy previsiblemente nos declarar campo a extinguir, y un proyecto
alternativo que intenta vincular la filosofa al conocimiento de las nuevas realida-
des y a los movimientos sociales que pugnan por crear una nueva sociedad.
Ala vez estamos convencidos/as de que esa nueva opcin para la filosofa tiene
que pasar, necesariamente, por un cambio en su auto-comprensin. Tiene que dejar
de pensarse como un saber nico y eterno, como un solo y nico sistema concep-
tual bsicamente un sistema, aunque podra ser tambin una tradicin o un corpus
que los distintos filsofos han ido modulando a su manera pero sin grandes distin-
ciones de naturaleza. Como si slo hubiera una nica tradicin filosfica, bsica-
mente la eurocntrica, que abarcara desde los griegos hasta nosotros, entendiendo
por nosotros, los cultivadores de la filosofa en la cultura occidental!
Frente a esa auto-comprensin tradicional que conforma la mitologa de la filo-
sofa, tendramos que empezar a percibirnos como los agentes de una prctica de
anlisis intelectual y de crtica entreverada en otros discursos y en otras prcticas.
Ami modo de ver la filosofa puede aportar una concepcin transversal, que no tras-
cendente ni transcendental, que traslada su campamento a tierras ignotas y la mez-
cla, vida de nuevas aportaciones, en la multiplicidad del mundo. No s si es nece-
sario aadir que, a mi modo de ver, sta es la prctica de la filosofa ms adecuada
al mundo que vivimos, el cual nos plantea constantemente nuevos desafos y nue-
vas cuestiones de todo tipo: intelectuales, polticas, morales, artsticas, lingsticas,
histricas, de gnero,La prctica filosfica, sin dar respuesta a todos estos inte-
rrogantes, puede y debe ayudar a plantear correctamente las preguntas, en vez de
simplemente encubrirlos recurriendo a viejas doctrinas y concepciones. En este sen-
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tido la filosofa no puede ser una ni tener siempre un nico efecto. Como a la medi-
cina le puede corresponder curar o matar, depende de la proporcin, de la pocin,
de la cantidad, del estado del enfermo, de la correccin del diagnstico,
3. Por una filosofa integrada
Las reflexiones de I. Wallerstein sobre la ciencia social introducen otra dimen-
sin a tener en cuenta en toda esta problemtica: el cambio epistemolgico implci-
to en la prevalencia del principio de incertidumbre en sustitucin del viejo axioma
de la determinacin universal y necesaria: Si consideramos la incertidumbre como
la piedra angular para constituir nuestros sistemas del saber, quiz podamos cons-
truir concepciones de la realidad, que, aunque sean por naturaleza aproximativas y
nunca deterministas, seran herramientas heursticas tiles
24
.
En efecto, el principio de incertidumbre introduce cuando menos dos cambios
importantes: el primero tiene que ver con la puesta en cuestin de las pretendidas
leyes universales y necesarias en el saber cientfico, es decir rompe con la prevalen-
cia unvoca de aquellas reglas de campo a las que antes me he referido. Tras el giro
kantiano se pretenda basar la validez de dichos conocimientos en la estructura de
la razn humana, de modo que, si bien tal conocimiento no agotara jams el ser de
las cosas, sera universalmente vlido para toda la especie humana. Semejante cri-
terio, aunque siga ensendose como parte de las aportaciones de Kant a la filoso-
fa occidental, ha dejado de ser operativo para la epistemologa contempornea,
debido a que diversas crticas han mostrado el carcter particular del as llamado
saber universal: el contexto de gnero y las connotaciones sociales y culturales res-
tringen aquel principio hasta hacerlo irreconocible.
Algunos epistemlogos aconsejan por tanto substituir la idea de un solo saber
cientfico determinista, estructurado en torno a verdades universales y necesarias,
que conlleva el problema sobre las condiciones de su validez y posibilidad, por la
de un saber cientfico aproximativo, sensible a las incertidumbres, que se limita a
teorizaciones heursticas parciales, validable empricamente por mtodos contrasta-
bles y apoyado en una slida base en cuanto al anlisis del lenguaje; con ello gran
parte de los problemas de la teora del conocimiento clsica habran desaparecido o
se habran reformulado.
El segundo cambio que se deriva de la introduccin del principio de incertidum-
bre tiene que ver con la complejidad de la dinmica de lo real. En efecto, si los
estados de cosas se comportaran siempre del mismo modo o los entes se reprodu-
jeran sin variacin alguna, a los discursos cientficos les bastara con aprehender
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24
Op. cit.,p. 12.
tales regularidades y reproducirlas conceptualmente. El problema es que la reali-
dad no se comporta as o, mejor dicho, sea lo que fuere aqulla, no es se el cono-
cimiento que tenemos de nuestras interacciones, de nuestras sensaciones o impre-
siones y por tanto lo que deducimos con respecto a aquello que las produce. El pro-
grama empirista, que en gran parte sigue siendo hegemnico, estableca que nues-
tras sensaciones o impresiones remiten a algo ajeno a ellas de lo que son efecto;
institucionalizando un tipo de lenguaje lo ms ajustado posible y codificando el
espacio de experimentacin, podramos alcanzar un conocimiento contrastado y
objetivo del mundo del que stas proceden.
Segn la afirmacin de Quine, la ciencia se construye como un sistema con una
doble dependencia: del lenguaje y de la experiencia
25
, ninguno de los cuales, sin
embargo, es absoluta o universalmente vlido. El lenguaje est enmarcado en una
cultura y en una lengua y, por ms que los lenguajes formalizados ofrezcan una
escapatoria a esa determinacin, su alcance es extraordinariamente limitado. Pero
tampoco el laboratorio es un espacio neutro sino que, como expone reiteradamente
B. Latour, exige la construccin de sistemas de referencia, ninguno de los cuales
est naturalmente privilegiado. El espacio de la construccin de saber cientfico,
como cualquier otro espacio social, est sometido a relaciones de poder, de autori-
dad y de establecimiento de parmetros de referencia, lo que implica toda una prc-
tica social y poltica. Eso no significa que cualquier enunciado sea posible en el
mbito de una ciencia particular, sino que los enunciados vlidos estn sujetos a
normas compartidas de carcter lingstico y a cdigos, tambin compartidos, sobre
las prcticas exigibles a nivel de confirmacin de teoras. stas parten a su vez de
sistemas de referencia relativamente estables pero que no gozan de una apodictici-
dad incuestionable si no que son considerados vlidos en tanto no se (de)muestre lo
contrario. E incluso en ese caso no se anularan sin ms, sino que entraran en un
proceso colectivo de reformulacin de los conceptos y las prcticas cientficas de
los que tenemos ejemplos a lo largo de la propia historia de la ciencia. sta, podr-
amos decir, cambia reordenando los conceptos y abriendo campos nuevos, siendo
en ese cambio que logra eliminar los antiguos errores.
De este modo cabra predecir un cambio de orientacin en el nuevo siglo que
comienza: dejemos de lado la vieja disputa sobre la presunta cientificidad de la filo-
sofa y el no menos viejo debate sobre las dos culturas para ubicarnos en un espa-
cio compartido de construccin socio-cultural y lingstica de los nuevos saberes,
tanto sociales como naturales o incluso socionaturales. En este espacio los/las fil-
sofos/as tendremos que dejar de hablar entre nosotros, aportando nuestros saberes
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25
Tomada en su conjunto, la ciencia presenta esa doble dependencia respecto del lenguaje y respec-
to de los hechos, pero esta dualidad no puede perseguirse significativamente hasta los enunciados de
la ciencia tomados uno por uno, Quine, W.V.O. Desde un punto de vista lgico, Barcelona, Paids,
2002, p.86.
en la construccin compartida de una cultura comn en interaccin con saberes y
prcticas diversas que rompen la tradicional hostilidad entre hombre y naturaleza
para reivindicar el carcter natural de los seres humanos y el carcter cultural del
conocimiento de aqulla.
Pero adems tendremos que plantearnos la pregunta deontolgica si se quiere
de para quien y para qu ejercitamos nuestra mente con el pensamiento. Tal vez,
por primera vez en la historia, estemos abandonando el viejo lema de una filosofa
contemplativa, apta para las lites ociosas, y estemos entrando en terreno minado,
al tener que justificar nuestra pretensin de salvaguardar el derecho a pensar para
todos los seres humanos.
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2
.
Montserrat Galcern Huguet
Departamento de Filosofa IV
Facultad de Filosofa
Universidad Complutense de Madrid
[email protected]
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