Jean Ray
Jean Ray
Jean Ray
La callejuela tenebrosa
En un muelle de Rtterdam, los cabrestantes extraan de las bodegas de un barco de carga fardos de papeles viejos prensados. El viento los erizaba de banderillas multicolores cuando, de repente, uno de ellos estall como una barrica al prenderse fuego. Los trabajadores del muelle contuvieron, a apresurados paletazos, la avalancha voladora, pero una gran parte fue abandonada a la alegra de los nios judos que espigan el eterno otoo de los puertos. Entre los papeles dispersos haba hermosos grabados de Pearson cortados en dos por orden de la aduana; paquetes verdes y rosas de acciones y obligaciones, ltimos vestigios de resonantes bancarrotas; libros estropeados cuyas pginas haban permanecido unidas como manos desesperadas. Mi bastn merodeaba por entre este inmenso residuo del pensamiento, donde ya no exista la vergenza ni la esperanza. De toda aquella prosa inglesa y alemana retir algunas pginas pertenecientes a Francia: nmeros del Magazin Pittoresque, slidamente atados y un poco chamuscados por el fuego. Fue hojeando la revista tan primorosamente ilustrada y tan lgubremente escrita, como descubr los dos cuadernos: uno, redactado en alemn; el otro, en francs. Sus autores, al parecer, no se conocan; sin embargo, hubirase dicho que el manuscrito francs verta un poco de claridad sobre la angustia negra que emanaba del primer cuaderno como humareda deletrea. Para que la luz pudiese hacerse sobre este relato que pareca asediado por las peores fuerzas hostiles! La tapa del cuaderno llevaba un nombre: Alphonse Archiprte, seguido de la palabra Lehrer. Traduje las pginas alemanas: EL MANUSCRITO ALEMN Escribo esto para cuando Hermman regrese del mar. Si no me encuentra; si, con mis desgraciadas amigas, me he hundido en el misterio feroz que nos rodea, quiero que conozca nuestros das de terror por medio de este cuadernillo. Ser la prueba ms sincera que podr darle de mi cario, porque es preciso en una mujer un valor real para escribir un diario en semejantes horas de locura. Lo redacto tambin para que rece por m, si cree que mi alma est en peligro Despus de la muerte de mi ta Hedwige, no he querido continuar viviendo en nuestra triste mansin del Holzdamm. Las seoritas de Rckhardt me ofrecieron su casa de la Deichstrasse. Ocupan un amplio apartamento en la espaciosa mansin del consejero Hhnebein, un viejo soltern que no abandona el piso bajo, repleto de libros, de cuadros y de litografas. Lotte, Elonore y Mta Rckhardt son unas adorables solteronas que se desviven por hacerme la vida agradable. Conmigo ha venido nuestra criada Frida, que le ha cado en gracia a la anciana Frau Pilz, la admirable cocinera de las Rckhardt, de la que se dice que ha rechazado ofertas ducales por permanecer al humilde servicio de sus amas. Aquella noche Aquella noche, que introdujo en nuestra querida y tranquila vida el ms horroroso de los espantos, no quisimos acudir a una fiesta en el Tempelhof porque llova a cntaros. Frau Pilz, a quien le gusta que nos quedemos en casa, nos hizo una cena famosa entre todas: truchas asadas a fuego lento y un budn de gallina. Lotte haba realizado un verdadero registro en la bodega para buscar una botella de aguardiente de El Cabo, que envejeca desde haca veinte aos. Una vez quitada la mesa, el precioso licor oscuro fue vertido en copas de cristal de Bohemia. Elonore sirvi t de China, del Su-Chong, que nos trae de sus viajes un anciano marino de Brema. A travs de las rfagas de lluvia omos dar las ocho en el reloj del campanario de Saint-Pierre. Frida, que estaba sentada junto al fuego de la chimenea, hinc la nariz en la Biblia ilustrada que no saba leer, pero cuyos grabados le gustaba mirar, y pidi autorizacin para irse a acostar. Las cuatro restantes nos quedamos eligiendo sedas de colores para el bordado de Mta.
En el piso de abajo, el consejero cerr su habitacin con doble vuelta de llave. Frau Pilz subi a la suya, situada al fondo del piso, y le dimos las buenas noches a travs de la puerta, aadiendo que el mal tiempo nos impedira, seguramente, tener pescado fresco para la comida del da siguiente. De la casa vecina, el roto canaln dejaba caer una pequea catarata que golpeaba las losas de la calle con gran ruido. Del fondo de la calle lleg la fuerte galopada del huracn. Desaparecida, el sonido de la cada del agua se hizo ms sonoro, y una ventana golpe en los pisos superiores. Es la de la buhardilla dijo Lotte. Apenas cierra. Luego levant la cortina de terciopelo granate y mir a la calle: Nunca hizo una noche semejante dijo. A lo lejos, la carraca de un sereno anunci la media. No tengo nada de sueo continu Lotte. Pero, aunque lo tuviera, no sentira deseo alguno de meterme en la cama. Me parecera que me segua la oscuridad de la calle, acompaada del viento y la lluvia. Tonta! dijo Elonore, que no era muy expresiva. Bueno, puesto que no nos acostamos, hagamos como los hombres: volvamos a llenar las copas. Despus, el silencio invadi la sala. Elonore fue a poner en un candelero tres de aquellas velas que dieron fama al fundidor de cera Sieme y que lucan con una hermosa llama rosada, expandiendo un delicioso olor a flores y esencias. Me daba cuenta de que se quera dar a aquella noche, tan lgubre en el exterior, un tono de fiesta y de alegra que no llegaba a cuajar, no s por qu. Vea la cara enrgica de Elonore, provista de una sombra repentina de mal humor; me pareca tambin que Lotte respiraba dificultosamente. Slo el rostro de Mta se inclinaba plcidamente sobre su bordado. Sin embargo, la notaba atenta, como si tratara de detectar un ruido en el fondo del silencio. En ese preciso instante, la puerta se abri. Entr Frida. Se acerc vacilante a la butaca colocada al lado del fuego y se dej caer en ella, con los ojos huraos fijos, a intervalo, en cada una de nosotras. Frida grit, qu pasa? Suspir profundamente, murmurando a continuacin algunas palabras inteligibles. Est dormida todava dijo Elonore. Frida hizo un enrgico signo negativo. Haca violentos esfuerzos por hablar. Le alargu una copa de aguardiente de El Cabo, que se bebi de un trago, como hacen los cocheros y los mozos de cuerda. En cualquier otro momento nos hubiera ofendido, ms o menos, aquel gesto vulgar; pero Frida tena un aspecto tan desconsolado y, adems, desde haca algunos minutos nos desenvolvamos en una atmsfera tan deprimente, que aquello pas inadvertido. Seorita dijo Frida, hay Su mirada, calmada por un momento, volvi a recobrar su expresin huraa. No s murmur. Elonore golpe la mesa con tres golpecitos secos. No, no puedo decir eso continu Frida. Elonore lanz una exclamacin de impaciencia. Pasa algo?.. Qu ha visto u odo usted? En fin, qu le sucede, Frida? Hay, seorita Frida pareci reflexionar profundamente. No s expresarlo como yo quisiera, pero hay un enorme miedo en mi habitacin. Ah! exclamamos las tres, tranquilizadas e inquietas a la vez. Ha sufrido usted una pesadilla dijo Mta. Conozco eso. Cuando uno se despierta de ella, esconde la cabeza debajo de las mantas. Pero Frida neg de nuevo. No es eso, seorita. Yo no haba soado. Me despert simplemente, y entonces fue Oh! Cmo hara para que me comprendieran?.. Pues bien: haba un enorme miedo en mi habitacin. Dios mo, pero eso no explica nada! dije yo a mi vez. Frida movi la cabeza con desesperacin: Preferira pasarme toda la noche sentada en la puerta, soportando la lluvia, antes que volver a esa maldita habitacin. Oh, no volver! Pues yo ir a ver qu pasa en ella, grandsima loca dijo Elonore, echndose un chal por los hombros.
Titube un instante delante de la vieja tizona de pap Rckhardt, colgada entre los ttulos universitarios; se encogi de hombros y, tomando el candelabro de las velas rosadas, sali dejando tras s un rastro perfumado. Oh, no la dejen ir sola! grit Frida, asustada. Con lentitud nos acercamos a la escalera. El resplandor producido por las velas del candelabro de Elonore se perda ya en el descansillo de las buhardillas. Permanecimos solas en la semioscuridad de los primeros escalones. Omos a Elonore empujar una puerta. Hubo un minuto de silencio agobiante. Sent que la mano de Frida se crispaba en mi cintura. No la dejen sola gema. Al mismo tiempo estall una risa tan horrible que preferira morir a orla de nuevo. Casi al mismo tiempo, Mta, alzando una mano, exclam: All!.. All!.. Una cara All Inmediatamente la casa se llen de rumores. El consejero y Frau Pilz aparecieron en medio de la aureola amarilla de velas blandidas. Mademoiselle Elonore hip Frida. Dios mo! Cmo vamos a encontrarla? Aterradora pregunta, a la cual responder yo inmediatamente: No la encontramos jams. La habitacin de Frida estaba vaca. El candelabro estaba colocado en el suelo y las velas continuaban ardiendo tranquilamente con su suave luz rosada. Registramos la casa, los armarios, los tejados. Jams volvimos a ver a Elonore. Se comprende rpidamente por qu no hemos podido contar con la ayuda de la polica. Encontramos despachos invadidos por una muchedumbre enloquecida, muebles cados, cristales rotos y funcionarios sacudidos como peleles. Porque aquella misma noche desaparecieron ochenta personas: unas al volver a su domicilio; otras, en sus propias casas. Con el mismo golpe, el mundo de las hiptesis corrientes se cierra, quedndonos solamente el de las aprehensiones sobrenaturales. Han pasado algunos das despus de aquel drama. Vivimos una existencia triste, llena de lgrimas y de terror. El consejero Hhnebein ha mandado colocar una espesa pared de madera de pino que cierra el piso de las buhardillas. Ayer yo buscaba a Mta. Empezbamos a lamentarnos temiendo una nueva desgracia, cuando la encontramos acurrucada delante de la pared de madera, con los ojos secos y una expresin de ira en su rostro, de ordinario tan dulce. Tena en la mano la tizona de pap Rckhardt y pareca disgustada por haber sido importunada. Hemos intentado preguntarle sobre la cara que haba entrevisto, pero nos ha mirado como si no nos comprendiese. Por lo dems, permanece sumida en un mutismo absoluto, y no slo no responde ya, sino que parece ignorar nuestra presencia a su alrededor. Miles de historias, las unas ms inverosmiles que las otras, corren por la ciudad. Se habla de una liga secreta y criminal; se acusa a la Polica de negligencia y de algo peor; los funcionarios han sido obligados a dimitir. Como es lgico, eso no ha servido para nada. Se han cometido crmenes extraos. Cadveres destrozados con furia se descubren al despuntar la aurora. Las fieras no podran demostrar un encarnizamiento mayor que el manifestado por los misteriosos asesinos. Si algunas de las vctimas son despojadas de sus objetos de valor, la mayora de ellas no lo son, y eso extraa a todo el mundo. Pero yo no quiero ocuparme de lo que pasa en la ciudad. Se encontrar mucha gente que lo cuente de viva voz. Quiero ceirme al cuadro de nuestra casa y de nuestra vida, que, para ser tan reducido, no est rodeado de mucho menos terror y desesperacin. Los das pasan. Abril ha llegado, ms fro, ms ventoso que el peor mes invernal. Permanecemos agazapadas cerca del fuego. A veces, el consejero Hhnebein sube a hacernos compaa y a darnos lo que l llama valor. Consiste eso para l en temblar por todos sus miembros, con las manos extendidas hacia la lumbre; en beberse enormes jarros de ponche; en sobresaltarse a cada ruido y en exclamar, cinco o seis veces a la hora: Han odo ustedes?.. Han escuchado ustedes?.. Frida ha destrozado su Biblia, y en cada puerta, en cada cortina, en el rincn ms absurdo, hemos encontrado pginas de ella pegadas o sujetas con alfileres. Ella espera, de tal forma, conjurar los espritus del mal.
La dejamos hacer, y como han pasado algunos das en paz, no dejamos de encontrar buena la idea. De esa forma, toda imagen santa est expuesta ahora a la luz del sol Ay! Nuestro desencanto deba de ser terrible. La jornada haba sido tan sombra, las nubes tan bajas, que la noche cay muy temprano. Yo sala del saln para poner una lmpara en el enorme descansillo, porque desde la noche terrorfica cubrimos la casa entera de luminarias y los vestbulos y las escaleras permanecen alumbrados hasta la aurora, cuando o un murmullo en el piso alto. An no era completamente de noche. Sub valerosamente y me encontr ante las caras espantadas de Frida y de Frau Pilz, que me hicieron seas de que me callase, sealndome la pared recientemente construida. Me puse al lado de ellas, adoptando su silencio y su atencin. Entonces o un ruido indefinible al otro lado de la pared de madera, como si caracolas gigantes hiciesen alternar sus tumultos de muchedumbres lejanas. Mademoiselle Elonore gimi Frida. La respuesta lleg en seguida, arrojndonos, aullando, escaleras abajo. Un prolongado grito de terror se dej or, pero que no llegaba del otro lado de la pared de madera, sino de abajo, de las habitaciones del consejero. Al mismo tiempo le omos pedir socorro con todas sus fuerzas. Lotte y Mta corran ya por el descansillo. Tenemos que acudir dije, valerosa. No habamos dado tres pasos cuando un nuevo grito de angustia se dej or, esta vez por encima de nuestras cabezas. Socorro!.. Socorro! Estbamos rodeadas de llamadas de pavor: abajo, las de Herr Hhnebein; en el piso de arriba, las de Frau Pilz, ya que habamos reconocido su voz. Socorro! omos gritar ms dbilmente. Mta haba cogido la buja que yo haba colocado en el descansillo. A medio camino de la escalera encontramos a Frida sola. Frau Pilz haba desaparecido. Al llegar a este punto de mi relato debo expresar mi admiracin por el tranquilo valor de Mta Rckhardt. Ya no podemos hacer nada aqu dijo, rompiendo un silencio obstinado de varios das. Vamos abajo Llevaba en la mano la tizona paterna y no haca grotesco. Se notaba que ella se servira de la espada como un hombre. La seguimos subyugadas por su fuerza y valenta. El gabinete de trabajo del consejero estaba iluminado como para una kermesse de feria. El pobre hombre no haba dejado a la oscuridad ningn lugar donde introducirse. Dos enormes lmparas de globos de porcelana blanca flanqueaban la chimenea como dos lunas tranquilas. Una pequea araa de cristal, estilo Luis XV, colgaba del techo, arrojando los reflejos de sus prismas como si fueran puados de piedras preciosas. En cada rincn, en el suelo, un candelabro de cobre o de gres portaba una vela encendida. Sobre la mesa, una hilera de velas largas pareca velar un catafalco invisible. Nos paramos deslumbradas, pero fue en vano que buscsemos al consejero. Oh! exclam de pronto Frida en voz baja. Miren. Est all. Escondido detrs de la cortina de la ventana. Con ademn brusco, Lotte descorri la pesada cortina. Herr Hhnebein estaba all, inmvil, inclinado fuera de la ventana abierta. Lotte se acerc. Inmediatamente retrocedi lanzando una exclamacin de espanto: No miren, no miren Por amor de Dios, no miren! l no tiene ya cabeza! Vi a Frida vacilar, a punto de desvanecerse y caerse, cuando la voz de Mta nos volvi a todas a la razn. Atencin! Aqu hay peligro! Nos apretamos junto a ella, sintindonos protegidas por su presencia de nimo. De pronto, algo gui en el techo y vimos, llenas de terror, que la sombra haba invadido los dos rincones opuestos de la habitacin, donde las luces acababan de apagarse sbitamente. Rpido! exclam Meta. Proteged las luces!.. Oh!.. All, all est Al mismo tiempo, las lunas blancas de la chimenea estallaron, escupieron un chorro de llama humosa y se desvanecieron. Mta permaneca inmvil, pero su mirada recorra la habitacin con fra rabia, que no le conoca yo. Soplaron a las velas que se hallaban sobre la mesa. Slo la araa de cristal continuaba despidiendo una luz tranquila. Vi que Mta no le quitaba ojos. Y, de repente, su tizona cort el aire y, en un movimiento impetuoso de furor, lanz una estocada al vaco. Proteged la luz! grit. Le veo, te tengo ya Ah! Entonces vimos cmo la tizona haca unos movimientos extraos en la mano de Mta, como si una fuerza invisible tratara de arrancrsela. La inspiracin feliz y extraa que nos salv aquella noche procedi de Frida.
De pronto, lanz un grito feroz y, agarrando uno de los pesados candelabros de bronce, salt al lado de Mta y se puso a golpear el vaco con su reluciente mazo. La tizona qued inerte, algo muy ligero pareci arrastrarse por el suelo; luego, la puerta se abri sola y un clamor desgarrador se elev. Uno dijo Mta. Se me podra preguntar: Por qu se obstinaban ustedes en habitar una casa tan criminalmente embrujada? Ms de cien casas se hallan en el mismo caso. Ya no se cuentan los crmenes ni las desapariciones. Apenas si se comentan. La ciudad est entristecida. Las personas se suicidan por docenas, prefiriendo esta muerte a la que dan los verdugos fantasmas. Y, adems, Mta quiere vengarse. Es ella, ahora, quien acecha a los invisibles. Ha vuelto a caer en su obstinado mutismo; solamente nos ha ordenado que, una vez cada la noche, cerremos puertas y contraventanas. En cuanto oscurece, las cuatro ocupamos el saln, convertido en dormitorio y en comedor. De all no salimos hasta por la maana. He preguntado a Frida sobre su curiosa intervencin armada; pero slo me ha dado una respuesta confusa. No s dijo. De repente me pareci haber visto una cosa, una cara. Se detuvo apurada. No encuentro palabras para expresar lo que es continu. Pero s: es el gran miedo que, durante la primera noche, estaba metido en mi habitacin. Es todo cuanto obtuve de ella. Pero nuestros corazones deban conocer hasta el fin todos los sufrimientos. A mediados de abril, una noche en que Lotte y Frida tardaban en volver de la cocina, Mta abri la puerta del saln y les grit que se dieran prisa. Vi que las sombras haban invadido ya el descansillo y el vestbulo. Ya vamos! respondieron ambas al unsono. Ya vamos, s! Meta entr y cerr la puerta. Se hallaba atrozmente plida. De abajo no llegaba ningn ruido. Esper en vano el de los pasos de las dos mujeres. El silencio pesaba como agua amenazadora contra la puerta. Mta la cerr con llave. Qu haces? le pregunt. Y Lotte y Frida? Es intil esperarlas respondi con voz sorda. Sus ojos fijaron la mirada sobre la espada, inmviles y terribles. La noche lleg, siniestra. Fue as como Lotte y Frida desaparecieron a su vez en el misterio. Dios mo! Qu es esto? Existe una presencia en la casa, pero una presencia sufriente y herida, que trata de que le presten ayuda. Duda Mta de ella? Est ms taciturna que nunca, pero atranca puertas y ventanas de una forma que ms bien me produce la impresin de que quiere evitar una fuga que una intrusin. Mi vida se ha convertido en una soledad espantosa. La propia Mta tiene la apariencia de un espectro irnico. Durante el da, me encuentro a veces con ella en corredores inesperados. Siempre lleva la espada en la mano derecha; en la otra, una potente linterna elctrica cuyo rayo de luz introduce en todos los rincones oscuros. Una vez, despus de uno de estos encuentros, me dijo con bastante mal humor que sera mejor que me fuese al saln, y como yo obedeciese a pasos lentos, me grit con voz furiosa, a mi espalda, que no me metiese jams en sus proyectos Conocera Mta mi secreto? Ya no era el rostro plcido que se inclinaba, apenas haca unos das, sobre el bordado de sedas brillantes, sino un rostro salvaje donde arda una doble llama de odio que a veces lanzaba sobre m. Porque yo posea un secreto. Fue la curiosidad, la perversidad o la piedad lo que me hizo actuar? Oh! Ruego a Dios con todo mi corazn que sea un sentimiento de caridad el que me haya animado; bondad, lstima, y nada ms. Acababa de echar agua limpia en el lavadero cuando una queja ensordecida lleg a mis odos. Ay!.. Ay! No pens ms que en nuestras desaparecidas y mir a mi alrededor. Haba all una puerta bastante bien disimulada que conduca a un reducto en donde el infortunado Hhnebein amontonaba cuadros y libros, entre el polvo y las telaraas. Ay, ay!.. Ese lamento proceda del interior. Entreabr la puerta y sonde con la mirada la penumbra griscea del lugar. Todo all era normal y tranquilo. El lamento haba cesado.
Di algunos pasos y, de repente, me sent agarrada por el vestido. Di un grito. Inmediatamente, el lamento se produjo ms cerca de m, doloroso, suplicante: Ay, ay!.. Y en el cntaro que yo llevaba propinaron algunos golpecitos. Lo dej en el suelo. O un ligero chapoteo, como si un perro bebiese tranquilamente, y, en efecto, el lquido del cntaro disminua. La Cosa, el Ser, beba! Ay, ay!.. En mi cabello sent una caricia; un roce ms suave que un hlito. Ay, ay!.. Entonces el lamento se convirti en lloro humano, en sollozos de nio, y sent piedad por el monstruo invisible que sufra. Pero sonaron pasos en el vestbulo. Me puse las manos en los labios y el Ser se call. Sin ruido, cerr la puerta del reducto secreto. Mta avanzaba por el pasillo. Has gritado? pregunt. Se me escurri el pie Me haba convertido en cmplice de un fantasma. Llev leche, vino y manzanas. Nada se produjo. Cuando regres, se haban bebido la leche hasta la ltima gota; pero el vino y la fruta continuaban intactos. Luego, una especie de brisa me rode y pas largamente sobre mis cabellos Volv una y otra vez, llevando siempre leche fresca. La dulce voz no lloraba ya; pero el roce de la brisa era ms intenso, ms ardiente hubirase dicho. Mta me mira, al parecer, sospechosa; ronda alrededor del reducto de los libros He elegido un refugio ms seguro para mi enigmtico protegido. Se lo he explicado por signos. Qu raro parece eso de hacer gestos en el vaco! Pero me comprendi. Me segua como un soplo a lo largo de los pasillos cuando, bruscamente, tuve que esconderme en una rinconera. Una dbil luz de fotforo yaca sobre las losas. Vi a Mta bajando una escalera de caracol situada al fondo de un pasillo. Andaba a pasos de lobo, ocultando a medias la luz de su proyector. La espada reluca. Entonces sent que el Ser, que estaba a mi lado, tena miedo. La brisa se movi alrededor de m, febril, nerviosa, y escuch de nuevo la queja: Ay, ay!.. Los pasos de Mta se perdieron en resonancias lejanas. Hice un gesto tranquilizador y gan el nuevo refugio: una especie de gabinete-alacena que creo casi desconocido y, sobre todo, jams visitado. El soplo se pos durante un minuto en mi boca y sent una extraa vergenza Lleg el mes de mayo. Los seis metros cuadrados de jardincillo, que el pobre y querido Hhnebein empap con su sangre, estn cuajados de florecillas blancas. Bajo el magnfico cielo azul, la ciudad apenas bulle. Slo un paciente rumor de puertas que se cierran, de cerrojos que se corren y de llaves que se echan, responden a los chillidos de las golondrinas. El Ser se ha vuelto imprudente. Trata de verme; de repente lo noto a mi alrededor. No puedo describir eso: es una sensacin de enorme ternura la que me rodea. Intento hacerle comprender que temo a Mta, y lo siento desaparecer como una brisa que cesa. Soporto mal la mirada inflamada de Mta. Da 4 de mayo. Fue el fin brutal. Nos hallbamos en el saln con las lmparas encendidas. Yo cerraba las contraventanas. De repente, not su presencia. Hice un gesto desesperado y, al volverme, me encontr con la mirada de Mta terriblemente reflejada en el espejo. Traidora! grit. Y cerr la puerta con rapidez. l estaba prisionero con nosotras. Lo saba silb Mta. Te vi salir con cuencos llenos de leche, hija del diablo. T le has dado fuerza mientras se mora de la herida que yo le infer la noche de la muerte de Hhnebein. Porque tu fantasma es vulnerable! Va a morir ahora mismo, y creo que, para l, morir es tan atroz como para nosotras. Despus te llegar a ti el turno, desastrada! Me oyes? Haba gritado eso en frases entrecortadas. Inesperadamente, desenvolvi su fotforo.
El rayo de luz blanca atraves la habitacin y vi evolucionar dentro de l un ligero humo gris. La espada golpe este humo con toda su fuerza. Ay, ay! exclam la voz desgarradora. Y, de pronto, sin habilidad, pero con acento de ternura, se oy pronunciar mi nombre. Avanc y, de un puetazo, arroj la linterna al suelo. El rayo de luz desapareci. Mta! supliqu. Escchame Ten piedad. La cara de Mta se convulsion en una mscara de furor demonaco. Traidora mil veces! rugi. La espada dibuj una letra fulgurante ante mis ojos. Recib una estocada encima del seno izquierdo y ca de rodillas. Alguien llor desconsoladamente a mi lado, suplicando extraamente a Mta a su vez. De nuevo se alz la hoja. Trat de encontrar las palabras de contricin suprema que nos reconcilian para siempre con Dios; pero vi congelarse sbitamente la cara de Mta y de sus manos caer la espada. Algo susurr cerca de nosotros, y vi una dbil llama desenrollarse como una cinta y prender vorazmente en las tapiceras. Ardemos! grit Meta. Todos juntos Malditos! Entonces, en ese segundo donde todo iba a sumergirse en la muerte, se abri la puerta y entr una anciana, descomunal, inmensa, de la que slo vea los terribles ojos verdes brillando en una cara inaudita. Una mordedura de fuego atraves mi mano izquierda. Mientras mis fuerzas me lo permitieron, retroced. Vi an a Mta en pie, inmvil, con una extraa mueca en la cara, y comprend que su alma tambin haba volado. Luego, los ojos sin pupilas de la monstruosa anciana registraron, lentamente, la habitacin, que invada el fuego, y su mirada se pos en m. Termino de escribir este relato en una casita desconocida. Dnde estoy? Sola. Sin embargo, todo esto est lleno de ruidos; una presencia invisible, aunque desenfrenada, est en todas partes. l ha vuelto. He odo pronunciar de nuevo mi nombre de esta forma inhbil y dulce As termina, como cortado a cuchillo, el manuscrito alemn. EL MANUSCRITO FRANCS Ahora estoy seguro. Me sealaron al cochero ms antiguo de la ciudad en la taberna Kneipe, donde se bebe la cerveza de octubre ms espirituosa y perfumada. Le invit a beber; luego le ofrec tabaco azafranado y un daalder de Holanda. Jur que yo era un prncipe. Un prncipe, claro que s exclam. Qu hay ms noble que un prncipe?.. Que vengan todos los que me contradigan, y les cruzar con el cuero de mi ltigo! Le seal su droschke, amplio como una salita de espera. Ahora, llveme al callejn de Sainte-Brgonne. Me mir atnito. Luego, estall en carcajadas. Es usted un tipo gracioso. Oh, s, muy gracioso! Por qu? Porque es ponerme a prueba. Conozco todas las calles de la ciudad. Qu digo las calles?.. Los adoquines! Y no existe ninguna calle de Sainte-Br, qu? Brgonne. Dgame: no est por la parte de la Mohlenstrasse? Pues no dijo con tono terminante. Eso existe aqu como el Vesubio en San Petersburgo. Nadie mejor que l conoca la ciudad; nadie saba sus recovecos mejor que este magnfico bebedor de cerveza. Un estudiante que, en una mesa vecina, escriba una carta de amor y nos escuchaba, aadi: Adems, no existe ninguna santa de ese nombre. Y la mujer del tabernero replic con cierta rabia: No se fabrican nombres de santos como si fueran salchichas judas. Calm a todo el mundo con vino y cerveza del ao, y una gran alegra anid en mi corazn. Ese schutzmann que desde por la maana hasta por la noche recorre la Mohlenstrasse, tiene una cabeza masiva de dogo ingls; pero se ve que es hombre que conoce su oficio. No dijo lentamente, de regreso de un largo viaje por entre sus pensamientos y sus recuerdos, eso no existe por aqu, ni en toda la ciudad. Ahora bien: por encina de su hombro veo el corte amarillo del callejn de Sainte-Brgonne, entre la destilera Klingbom y una tienda de granos y semillas annima.
Debo volverme con una velocidad descorts para no mostrar mi dicha. El callejn de Sainte-Brgonne? Ah, ah! No existe ni para el cochero, ni para el estudiante, ni para el agente de polica local, ni para nadie. Existe solamente para m! Cmo he hecho este extravagante descubrimiento? Pues, por una observacin casi cientfica, como se dira pomposamente en nuestro cuerpo doctoral. Mi colega Seiffert, que ensea Ciencias Naturales, haciendo estallar en las narices de sus alumnos balones llenos de gases extraos, no encontrara nada que censurar. Cuando recorro la Mohlenstrasse, debo franquear, para pasar de la tienda de Klingbom a la de los granos y semillas, cierta distancia que recorro en tres pasos, lo cual me lleva un par de segundos. Por el contrario, he observado que las gentes que recorren el mismo camino pasan inmediatamente de la casa del destilador a la del semillero sin que sus siluetas se proyecten sobre el hueco del callejn de Sainte-Brgonne. Despus, preguntando hbilmente a unos y a otros, he llegado a saber que para todos y en el plano catastral de la ciudad, slo una pared medianera separa la destilera Klingbom del inmueble del vendedor de granos. De ello he sacado la conclusin que para todo el mundo, excepto para m, esta callejuela existe ms all del tiempo y del espacio. Me divierto mucho al escribir esta frase, con la que mi colega Mitschlaf sazona copiosamente su curso de Filosofa: Ms all del tiempo y del espacio. Ah, ah! Si l supiese tanto como yo sobre este tema Es un pedante con cara de bfalo! Pero todo lo que l cuenta de esas ciudades de humo son pobres fantasas que no pueden aferrar ms que los frgiles sueos de algunos ignorantes. Hace varios aos que yo conozco esta callejuela misteriosa, pero jams me he aventurado por ella, y creo que personas ms valerosas que yo hubieran vacilado en hacerlo. Qu leyes rigen este espacio desconocido? Una vez agarrado por su misterio, me devolver a mi mundo? Me he forjado, por ltimo, razones diversas para convencerme de que este mundo era inhospitalario para un ser humano, y mi curiosidad ha capitulado ante el miedo. Sin embargo, lo poco que yo vea de esta escapada sobre lo incomprensible, era tan trivial, tan ordinario, tan mediocre!.. Debo confesar que la vista estaba cortada inmediatamente, a diez pasos, por una curva brusca de la callejuela. Por tanto, todo lo que yo poda ver eran dos altas tapias mal encaladas y sobre una de ellas algunos caracteres en carbn: Sankt-Beregonne gasse. Adems, un empedrado verdoso y desgastado que faltaba un poco antes de llegar a la curva cerrada, y un suelo informe que dejaba brotar los viburnos. Este arbusto enclenque me pareca que viva segn nuestras estaciones, porque yo le vea, a veces, con un poco de verdor y algunas bolas de nieve entre sus ramitas. Hubiera podido hacer curiosas observaciones en cuanto a la yuxtaposicin de esta loncha de un cosmos desconocido sobre el nuestro; pero eso me hubiera obligado a estancias ms o menos largas en la Mohlenstrasse, y Klingbom, que me vea con frecuencia mirar fijamente a sus ventanas, concibi sospechas injuriosas para su esposa y me lanzaba miradas feroces. Por otra parte, yo me preguntaba por qu, dentro de la vastedad del mundo, ese extrao privilegio me toc en suerte a m solo. Yo me pregunto, digo Y ello me lleva a pensar en mi abuela materna. Aquella mujer, alta y sombra, que hablaba tan poco y que pareca seguir, con sus inmensos ojos verdes, las peripecias de otra vida en la pared que tena delante. Su historia era oscura. Mi abuelo, que era marino, la haba arrancado, segn parece, de manos de los piratas de Argelia. A veces ella paseaba sus largas manos blancas por encima de mis cabellos, murmurando: l quiz Por qu no?.. Despus de todo..? Lo repiti la noche en que mora, aadiendo, mientras su mirada moribunda erraba por entre las sombras: l ir quiz all donde yo no pude volver Aquel da soplaba una terrible tempestad. Cuando mi abuela muri y cuando se encendan los cirios, un inmenso pjaro de tempestad rompi los cristales de la ventana y fue a agonizar, sangrante y amenazador, sobre el lecho de la muerta. Es la nica cosa especial que recuerdo de mi vida; pero eso tiene alguna relacin con el callejn de SainteBrgonne? Fue la rama del viburno quien hizo surgir la aventura. Soy sincero completamente al buscar en aquello este capirotazo inicial que puso en movimiento los mundos y los acontecimientos? Por qu no hablar de Anita? Hace algunos aos, las abras hanseticas vean llegar an, saliendo de las brumas como bestias avergonzadas, extraos y pequeos navos enjarciados al estilo latino: tartanas, sacolevas o speronares.
Inmediatamente una risa colosal conmova el puerto, llegando hasta las ms srdidas cerveceras; risa, los patronos descargadores rendan a ella sus bebidas, y los marineros de Holanda, de rostros de cuadrantes de reloj, masticaban sus largas pipas de espuma blanca de Gouda. Ah! exclamaban. He aqu los lugares de sueo. Yo he sentido cada vez mi alma desgarrada ante esos sueos heroicos que venan a morir en la formidable risa germnica. Se contaba que las tristes tripulaciones de estos navos vivan en un sueo loco, a lo largo de las costas doradas del Adritico y del mar Tirreno, situando en nuestro cruel Norte, un pas hermoso y fantstico, hermano gemelo de la isla Thul de los antiguos. No mucho ms inteligentes que sus antepasados del ao mil, haban conservado como patrimonio las leyendas de las islas de diamantes y de esmeraldas, leyendas nacidas cuando sus padres tropezaban con la vanguardia deslumbrante de un banco de hielo a la deriva. El poco progreso que haban experimentado sus mentes en el transcurso de los ltimos siglos, la brjula marina, la aguja magntica que sealaba siempre con su punta de metal hacia el Norte, fue para ellos una prueba final del misterio del Septentrin. Un da que el sueo marchaba como un nuevo Mesas sobre el oleaje picado del Mediterrneo; que las redes no haban pescado ms que peces envenenados por el coral del fondo; que Lombarda no haba enviado trigo ni harina a las miserables tierras del Sur, haban izado las velas al viento de la tierra. Su flotilla haba erizado el mar con sus duras alas; despus, una a una, sus barcas se haban hundido en medio de las tempestades del Atlntico. El golfo de Gascua haba destruido lentamente la flotilla para pasar sus restos a los dientes de granito de la extrema Bretaa. Algunos de esos cascos de gruesa madera fueron vendidos a los mercaderes de maderas de Alemania y Dinamarca. Uno de ellos muri en su sueo, matado por un iceberg que se consuma al sol, a la altura de las islas de Lofoten. Pero el Norte cubri de flores las tumbas de esos navos, proporcionndoles un dulce epitafio: Las lugres del sueo, que si hace rer a los groseros marineros, a m me emociona y, si pudiera, me embarcara en ese sueo, el cual, subido a bordo, permanece all hasta la consumacin de los siglos. Quiz sea tambin porque Anita es hija de esos navos. Vino de all abajo, muy pequea, en los brazos de su madre, en una tartana. La barca fue vendida. La madre muri. Sus hermanitas tambin. El padre, que parti en un velero de las Amricas, no volvi ms, ni el velero tampoco. Anita se qued sola; pero su sueo, que condujo la barca a esos muelles de madera mohosa, no le ha abandonado: ella cree en la suerte nrdica, y la quiere speramente, yo dira que casi con odio. En aquel Tempelhof de las lmparas de luces blancas, Anita baila, canta, lanza flores rojas que vuelven a caer como lluvia de sangre sobre ella o se chamuscan a las llamas cortas de los quinqus. A continuacin deambula por entre el pblico, tendiendo, a guisa de platillo, una concha de ncar rosada. En ella le echan dinero, hasta oro, y es entonces nicamente cuando sus ojos sonren, fijos un segundo, como una caricia, en el hombre generoso. Yo he echado oro, oro, yo, humilde profesor de gramtica francesa en el Gymnasium, por una mirada de Anita. Notas breves. He vendido mi Voltaire. A veces lea a mis alumnos fragmentos de su correspondencia con el rey de Prusia. Esto le gustaba al director del colegio. Debo dos meses de pensin a Frau Holz, mi patrona. Me ha dicho que es muy pobre El administrador del Instituto, a quien he pedido un nuevo adelanto sobre mi sueldo, me ha contestado, con apuro, que le era muy difcil concedrmelo, que el reglamento lo prohiba No le he escuchado ms. Mi colega Seiffert se ha negado rotundamente a prestarme algunos tleros. He dejado un pesado soberano de oro en la concha de ncar. La mirada de Anita me ha quemado durante mucho tiempo el alma. Luego he odo rer en los bosquecillos de laureles de Tempelhof y he reconocido a dos bedeles del Gymnasium, que huan en la sombra. Era mi ltima moneda de oro. Ya no tengo ms dinero Al pasar por delante de Klingbom, en la Mohlenstrasse, una calesa de Hanover, con cuatro caballos, me ha rozado. Asustado, he dado un par de saltos dentro del callejn de Sainte-Brgonne. Mi mano, maquinalmente, ha desgarrado una rama de viburno. Est sobre mi mesa. Me abre, de golpe, un mundo inmenso, como la varita de un mago. Razonemos, como dira Seiffert, el avaro. Ante todo, mi asustado retroceso en la callejuela de Sainte-Brgonne y mi inmediato regreso a la Mohlenstrasse demuestran que ese espacio es de tan fcil acceso y salida para m como cualquiera otra calle de la ciudad.
Sin embargo, la rama es un aporte, digamos filosfico, inmenso. Ese trozo de rbol es demasiado en nuestro mundo. Si en cualquier selva americana cogiese una rama de arbusto y la trajese aqu, no cambiara con tal accin el nmero de ramas de rboles que existen en toda la tierra. Pero, trayendo del callejn de Sainte-Brgonne esa rama de viburno, aumento ese nmero en una unidad intrnseca, que todos los crecimientos tropicales no hubieran podido proveer al reino vegetal terrestre, puesto que la he cogido de un plano que, solamente para m, es de existencia real. Puedo, pues, gracias a ella importar un objeto al mundo de los hombres, y en l nadie podr disputarme su propiedad. Ah! Nunca propiedad alguna habr sido ms absoluta, puesto que, no debiendo nada a ninguna industria, el objeto en cuestin aumenta, sin embargo, el patrimonio inmutable de la tierra Mi argumentacin contina; corre amplia como un ro, que arrastra flotillas de palabras y rodea islotes de llamadas a la filosofa: se abastece de un enorme sistema de afluentes de lgica para llegar a demostrarme a m mismo que un robo en el callejn de Sainte-Brgonne no es lo mismo que uno en la Mohlenstrasse. De acuerdo con ese galimatas, juzgo la causa decidida. Me bastar con evitar las represalias de los enigmticos habitantes de la callejuela o del mundo adonde ella conduce. Creo que en las salas de fiestas de Madrid y de Cdiz, los conquistadores, derrochando el oro de las nuevas Indias, se preocupan muy poco de la ira de los lejanos pueblos expoliados. Maana entro en lo Desconocido. Klingbom me ha hecho perder el tiempo. Creo que me esperaba en el pequeo vestbulo cuadrado que se abre sobre su tienda y sobre su despacho a la vez. A mi paso, cuando apretaba los dientes para sumergirme, con la cabeza agachada, en la aventura, me atrap por un lado de mi abrigo. Ah seor profesor! gimi. Qu mal le conoca! No era usted! Y yo, que llegu a sospechar, ciego de m! Ella se ha marchado, seor profesor, y no con usted. Oh, no! Usted es un hombre decente. No, seor, con un inspector de transportes. Un hombre mitad cochero, mitad escribiente. Qu vergenza para la casa Klingbom! Me haba hecho entrar en una trastienda tenebrosa y me serva aguardiente perfumado con naranja. Y decir que desconfiaba de usted, seor profesor! Siempre le vea mirando las ventanas de mi mujer; pero ahora s que es a la esposa del almacenista de semillas a quien usted ronda. Yo trataba de disimular mi apuro levantando mi copa. Eh, eh! exclam Klingbom, sirvindome una nueva copa de aguardiente anaranjado. Me gustara mucho verle jugar una trastada, seor profesor, a ese malvado de semillero que se complace de mi desgracia. Con sonrisa de cmplice, aadi: Quiero darle una buena noticia: la dama de sus pensamientos se halla en este instante en el jardincillo, haciendo y deshaciendo guirnaldas de papel. Venga a verla. Me condujo por una escalera de caracol hacia una ventana torva. Vi los cobertizos repletos de la destilera Klingbom humear por entre un juego inextricable de corralillos, jardincillos melanclicos y arroyuelos cenagosos, apenas ms largos que un paso. Era en esta perspectiva donde deba sumergirse la callejuela singular. Pero donde yo hubiera debido verla, desde lo alto de mi observatorio, no se vea ms que esta humosa actividad de los edificios Klingbom y el jardn oxidado de parietarias del vecino de las semillas, donde una figura delgada se inclinaba sobre ridos parterres. Un ltimo trago de aguardiente con naranja me produjo mucho valor y, al abandonar a Klingbom, no di ms que algunos pasos para hundirme en el callejn de Sainte-Brgonne. Tres puertecillas amarillas en la pared blanca Ms all de la curva de la callejuela, los viburnos continuaban poniendo su nota verde y negra entre las losas. Despus aparecieron las tres puertecillas amarillas, dndose codo con codo casi, y proporcionando, a lo que hubiera debido ser extrao y terrible, el aspecto pueril de una calle de santurronera flamenca. Mis pasos resonaban muy claros en el silencio. Golpe en la primera puerta. Slo la vida vana del eco se despert detrs de ella. La callejuela se alargaba cincuenta pasos ms hacia una nueva curva. Lo desconocido slo se descubrira con parsimonia, y la parte de mi descubrimiento de hoy no era ms que dos paredes, mal blanqueadas, y esas tres puertas. Pero toda puerta cerrada no es en s misma un potente misterio? Golpe con ms fuerza la triple puerta. Los ecos partan con grandes ruidos y trastornaban, con confusos rumores, los silencios agazapados al fondo de prodigiosos pasillos. A veces parecan imitar pasos muy ligeros; pero estas fueron las nicas respuestas del mundo enclaustrado. Haba cerraduras como en todas las puertas que yo acostumbraba ver. La tarde de la antevspera haba tardado una hora en abrir la de mi piso con un alambre retorcido, y ese era un trabajo fcil de realizar. Mis sienes sudaban un poco. En mi corazn senta un poco de vergenza. Saqu del bolsillo la misma ganza y la deslic en la cerradura de la primera puertecilla. Y como la de mi piso, se abri con toda facilidad.
Ahora me encuentro, en mi habitacin, entre mis libros, con una cinta roja desprendida de un vestido de Anita sobre mi mesa y tres tleros de plata en mi mano crispada. Tres tleros! Les digo que con mi propia mano he asesinado mi destino ms bello. Ese mundo nuevo slo se abra para m. Qu esperaba de m este universo ms misterioso que los que gravitan en el fondo del Infinito? El misterio me haca adelantos, me proporcionaba sonrisas, como una muchacha bonita. Y entr como ladrn. He sido mezquino, vil, absurdo He Pero tres tleros! Cmo se hace mezquina esta aventura que deba ser prodigiosa! Tres tleros que el anticuario Gockel me ha entregado a regaadientes por aquel plato cincelado Tres tleros Pero es una sonrisa de Anita. Los he arrojado bruscamente en un cajn. Llamaban a mi puerta. Era Gockel. Era ese el malvolo anticuario que haba depositado con desprecio el plato de metal sobre su mostrador repleto de frusleras carcomidas y rotas? Ahora sonrea, calificando mi nombre, que l pronunciaba mal, de Herr Doktor y Herr Lehrer. Creo dijo que le he hecho una gran injusticia, Herr Doktor. Ese plato vale algo ms. Sac una bolsita de cuero y, de repente, vi brillar la sonrisa amarilla del oro. Pudiera ser que usted tuviera objetos de la misma procedencia continu. Quiero decir, del mismo estilo. No se me haba escapado el cambio. Bajo la urbanidad del anticuario velaba el espritu del encubridor. La cuestin es dije que uno de mis amigos, sabio coleccionista que se halla en situacin difcil, por tener que pagar ciertas deudas, desea convertir en dinero algunas piezas de su coleccin. No quiere darse a conocer. Es sabio y tmido. Ya se considera demasiado desgraciado por tener que desprenderse de los tesoros de sus vitrinas. Deseo evitarle una tristeza ms. Le presto, pues, ese servicio. Gockel movi la cabeza frenticamente. Pareci embobarse de admiracin por m. As es como yo considero la amistad. Ach, Herr Doktor! Leer esta noche el De amicitia, de Cicern, con redoblada alegra. Por qu no tendr yo un amigo como su infortunado sabio tiene en usted? Pero yo quiero contribuir un poco a su hermosa accin, comprando todo lo que su amigo quiera vender y pagndole un buen precio, un bonsimo precio La curiosidad me picaba en aquel momento. Yo no he mirado muy bien ese plato dije con altivez. No era de mi incumbencia y, adems, yo no entiendo. Qu clase de trabajo es?.. Bizantino? No sabra decirlo con exactitud. Bizantino, s, tal vez Tengo que hacer un estudio detenido de l. Pero continu, serenado de golpe, en todo caso, es algo que buscar el aficionado, el entusiasta. Y con tono que zanjaba toda veleidad de informacin, dijo: Es lo que nos interesa ms a los dos, y a su amigo tambin, ni que decir tiene. Aquella noche, muy tarde, acompa a Anita por las calles azuladas por la luna hasta el muelle de los holandeses, donde su casa se agazapaba al fondo de un macizo de altos lilos. Pero debo volver a mi relato, a ese plato, vendido por tleros y oro, que me ha valido por una noche la amistad de la muchacha ms bonita del mundo. La puerta se abri sobre un largo pasillo de losetas azules. Una vidriera rayada difunda la luz all y desgarraba las sombras. Mi primera impresin de hallarme en un santuario de flamencos se acentu sobre todo cuando, al final del vestbulo, una puerta abierta me introdujo en una amplia cocina abovedada, de muebles rsticos, brillantes de cera y de encustico. Ese cuadro era tan tranquilizador que pregunt en voz alta: Eh! Hay alguien ah arriba? Una potente resonancia refunfu, pero ninguna presencia lleg a manifestarse. Debo confesar que en ningn momento me extraaron ese silencio y esa ausencia de vida, como si me las hubiese esperado. Ms an: desde que me di cuenta de la existencia del enigmtico callejn no pens ni un solo minuto en que hubiera eventuales habitantes. Sin embargo, acababa de entrar all como un ladrn nocturno. No tom ninguna precaucin para abrir cajones provistos de cubiertos y de manteleras. Mis pasos retumbaban libremente en las habitaciones contiguas, amuebladas como locutorios de convento; en una magnfica escalera de caoba que Ah! En esta visita hubo materia de que asombrarse. Esta escalera no conduca a ninguna parte! Llegaba hasta la pared sin brillo como si, ms all de la barrera de piedra, se prolongase an. Todo esto estaba baado por este fulgor marfileo de los cristales desportillados que formaban el techo. Entrev, o cre entrever, en el enlucido de la pared una forma vagamente repugnante; pero al mirarla con mayor atencin, vi que estaba
formada de finas resquebrajaduras y que se asemejaba solamente a los monstruos que distinguimos en las nubes y en los encajes de las cortinas. Por lo dems, eso no me turb, porque, al volver a fijarme en ella por segunda vez, no la vi ya en la red de grietas de la pintura. Regres a la cocina, donde, por una ventana con barrotes, vi un patinillo tenebroso, que formaba un pozo entre cuatro tapias inmensas y llenos de musgos. En un aparador vi un pesado plato que me pareci que tena algo de valor. Me lo met debajo del abrigo. Estaba decepcionado. Me pareca haber robado una moneda de diez cntimos de la hucha de un nio o de la media de lana de una pariente anciana. Y fui en busca de Gockel, el anticuario. Las tres casitas son idnticas; en todas ellas encuentro la cocina limpia, los muebles avaros y brillantes, el mismo fulgor irreal y crepuscular, la misma tranquila serenidad y ese muro insensato ante el cual termina la escalera. En todas ellas he encontrado el plato pesado e idnticos candelabros. Me los he llevado y Y al da siguiente me los he vuelto a encontrar en su sitio. Los llevo a casa de Gockel, quien los paga con una amplia sonrisa. Es una locura. Me noto un alma montona de faquir cambista. Robo eternamente en una misma casa, en las mismas circunstancias, los mismos objetos. Me pregunto si esa no es una primera venganza de este desconocido sin misterio. No es una primera ronda de condenado lo que yo realizo? No ser la condenacin la repeticin sempiterna del pecado por la eternidad de los siglos? Un da no fui all. Haba resuelto espaciar mis lamentables incursiones. Tena una reserva de oro. Anita era feliz y me demostraba la ms hermosa ternura. Aquella misma noche Gockel fue a visitarme, preguntndome si no tena nada que vender. Me ofreci un poco ms de dinero todava, ante mi asombro, y termin por hacer una mueca cuando le hice partcipe de mi decisin. Monsieur Gockel le dije cuando se iba, sin duda usted ha encontrado un adquiridor regular de objetos, no? Se volvi lentamente y me plant su mirada directamente en los ojos. S, Herr Doktor. Pero no le dir nada como no me hable usted de su amigo, el vendedor. Su voz se hizo grave. Trigame todos los das objetos; dgame cunto oro quiere por ellos y yo se lo dar sin ms regateo. Estamos atados a la misma rueda, Herr Doktor. Tal vez lo pagaremos ms tarde; mientras tanto, vivamos la vida tal como la amamos: usted, con su hermosa amiga; yo, con mi fortuna. Nunca ms, ni Gockel ni yo, sacamos a relucir este tema; pero Anita se volvi de pronto muy exigente y el oro del anticuario se escapaba como agua por entre sus manos nerviosas. Entonces sucedi que cambi, si puedo expresarme de tal forma, la atmsfera de la callejuela. O las melodas. Por lo menos, me pareca que era una msica maravillosa y lejana. Hice una nueva llamada a mi valor, y form el proyecto de explorar el callejn ms all de la curva y llegar hasta la cancin que vibraba en la lejana. En el mismo instante que pasaba la tercera puerta y daba un paso en la zona que an no haba recorrido, el corazn se me oprimi de forma dolorosa. No di ms que tres o cuatro pasos vacilantes. Luego me volv. Poda an ver un trozo del primer ramal de la Beregonnegasse, pero ya cun mezquino. Me pareca que me alejaba peligrosamente de mi mundo. Sin embargo, en un impulso de temeridad irrazonable, corr; luego, me arrodill como un mozuelo que espa por encima de una valla y arriesgu una mirada sobre el ramal desconocido. La decepcin me golpe inmediatamente como una bofetada. La callejuela continuaba su ruta serpentina, pero la nueva perspectiva no se abra de nuevo ms que sobre tres puertecillas, en una pared blanca, y sobre viburnos. Hubiera vuelto seguramente sobre mis pasos si, en aquel momento, no hubiera pasado el viento de los cnticos, lejana marea de sones desplegados Venc un terror inexplicable para escucharla, para analizarla si era posible. Me he expresado bien al decir marea: era un ruido nacido en una lejana considerable, pero enorme, como la del mar. Mientras lo escuchaba, no distingua ya esos primeros soplos de armona que haba credo descubrir all, sino una penosa discordancia, un furioso rumor de quejas y de odios. No han observado ustedes jams que los primeros efluvios de un olor repugnante son a veces suaves y hasta agradables? Recuerdo que, al salir un da de mi casa, me acogi en la calle un apetecedor olor a carne asada. He aqu una cocina esplndida y matinal, me dije. Pero, cien pasos ms all, aquel perfume se convirti en un olor nauseabundo a tela quemada. En efecto, un almacn de trapos arda, llenando el ambiente de tizones ardiendo y de pavesas humeantes. Por tanto, tal vez me engaara la apariencia primera del melodioso rumor. Y si me aventurara ms all del nuevo recodo? me pregunt. En el fondo, mi cobarde inercia casi haba desaparecido. Franque en algunos segundos el espacio que se extenda delante de m, esta vez con paso tranquilo para encontrar, por tercera vez, el mismo decorado dejado a mi espalda. Entonces una especie de amargo furor, en el que zozobraba mi curiosidad rota se apoder de mi ser. Tres casas idnticas; luego, otras tres casas idnticas ms.
Nada ms que al abrir la primera puerta, haba forzado el misterio intercalar. Un valor triste se apoder de m, ahora avanzaba por la callejuela y mi decepcin aumentaba de forma alucinante. Una curva, tres puertecitas amarillas, un grupo de viburnos; luego, un nuevo recodo, y reaparecan las tres puertecillas en la pared blanca y la sombra proyectada de los carboncillos. Se desarrollaba aquello como periodos en una serie de cifras. Tras una media hora, pasada en una formidable obsesin, el recorrido de mi marcha se hizo furioso y estrepitoso. De repente, en el ltimo recodo que contorne, esta terrible simetra se rompi. Haba, s, tres puertecillas y viburnos, pero haba tambin un enorme portn de madera gris, seboso y barnizado. Y tuve miedo de esta puerta. Ahora oa aumentar el rumor en cercanos y amenazadores silbidos. Retroced hacia la Mohlenstrasse; los periodos volvieron a desfilar ante mis ojos como cuartetos de quejas: tres puertecillas y viburnos; tres puertecillas y viburnos Al fin titilaron las primeras luces del mundo real. Pero el rumor me haba perseguido hasta las lindes de la Mohlenstrasse. All, se cort de golpe, adaptndose a los alegres ruidos de la noche de la calle populosa, de forma que el misterioso y terrible silbido termin en un lozano vuelo de voces infantiles cantando una ronda. Un terror innominado invade la ciudad. No hablara de l en estas breves memorias, que no interesan ms que a m mismo, si no hubiese encontrado una ligazn misteriosa entre la callejuela tenebrosa y los crmenes que cada noche ensangrientan la ciudad. Ms de cien personas han desaparecido de manera brutal. Otras ciento han sido asesinadas salvajemente. Ahora bien: dibujando sobre el plano de la ciudad la lnea sinuosa que debe representar la Beregonnegasse, callejn incomprensible que cabalga sobre nuestro mundo terrestre, compruebo con pavor que todos esos crmenes se han cometido a lo largo de ese trazado. As, pues, el desgraciado Klingbom fue uno de los primeros en desaparecer. Al decir de su dependiente, se desvaneci como el humo en el momento de entrar en la cmara de los alambiques. La mujer del dueo de la tienda de granos y semillas le sigui, arrebatada de su jardincillo. Su marido fue encontrado con el crneo destrozado en su secador. Al mismo tiempo que sigo con mi pluma la lnea fatdica, mi idea se transforma en certeza. No puedo explicar la desaparicin de las vctimas ms que considerando su paso sobre un plano desconocido; en cuanto a los crmenes, son golpes fciles para seres invisibles. En una casa de la calle de la Vieille Bourse, han desaparecido todos los inquilinos. En la calle de la Iglesia se han encontrado dos, tres, cuatro, hasta seis cadveres. En la calle de la Poste, hubo cinco desapariciones y cuatro muertos, y esto contina, limitndose, dirase, a la Deichstrasse, donde de nuevo se asesina y se rapta. Ahora me doy perfecta cuenta de que hablar de ello sera abrirme a m mismo la puerta del Kirchhas, sombro asilo de locos, tumba que no conoce de Lzaros, o bien dar libre juego a una masa supersticiosa y bastante desesperada para despedazarme por brujo. Y, sin embargo, despus de mi cotidiano y rpido botn, se alza dentro de m una rabia que me empuja a vagos proyectos de venganza. Gockel me digo sabe mucho ms que yo. Voy a ponerle al tanto de lo que s, y eso le obligar a hacerme confidencias. Pero aquella noche, mientras el anticuario vaciaba su pesada bolsa en mis manos, no dije nada, y Gockel se march como de costumbre despidindose con palabras corteses, desprovistas de toda alusin al extrao negocio que nos ha atado a la misma cadena. No obstante, me parece que los acontecimientos van a precipitarse, a lanzarse como un torrente a travs de mi vida demasiado tranquila. Me doy cuenta, cada vez ms, de que la Berengonnegasse y sus casitas no son ms que un disfraz, detrs del cual se oculta yo no s qu horrible cara. Hasta hoy, y sin duda para mi buena suerte, slo he ido all en pleno da; porque, para decir verdad, y sin saber demasiado por qu, he temido las noches y la oscuridad de all. Pero hoy me he retrasado separando los muebles y revolviendo y quitando los cajones, en mi afn obstinado de descubrir algo nuevo. Y lo nuevo procede de ello mismo, bajo la forma de un ruido sordo, como de pesadas puertas rodando sobre patines. Alc la cabeza y vi que la claridad opalina se haba transformado en una media luz cenicienta. Las vidrieras de la caja de la escalera estaban lvidas; los corralillos, invadidos ya por la sombra. Sent opresin en el corazn; pero como el ruido se repeta, reforzado por la potente resonancia del lugar, mi curiosidad fue ms fuerte que mi miedo y sub la escalera para ver de dnde proceda el ruido. Cada vez estaba ms oscuro; pero, antes de saltar como un loco a la parte baja de la escalera y huir, pude ver Que ya no haba pared! La escalera terminaba en un pozo excavado en la oscuridad y de donde suban oleadas de monstruosidades. Alcanc la puerta. A mi espalda, algo fue derribado con furor. La Mohlenstrasse brillaba ante m como un abra. Ech a correr. De pronto, me agarraron con fuerza salvaje. Oiga! Es que cae de la luna? Estaba sentado en el suelo de la Mohlenstrasse, frente a un marinero que se frotaba la cabeza dolorida y que me miraba estupefacto.
Mi abrigo estaba destrozado, mi cuello sangraba; no perd el tiempo en disculparme, sino que me march inmediatamente, ante la suprema indignacin del marinero, que gritaba que, despus de haberle atropellado tan brutalmente, ni siquiera le ofreca un trago. Anita se ha marchado! Anita ha desaparecido! Mi corazn est desgarrado. Sollozando, he hundido la cara en mi oro intil. Sin embargo, el muelle de los holandeses est muy lejos de la zona peligrosa. Dios mo! He fracasado estrepitosamente por exceso de cario y de prudencia! No mostr un da, sin hablar de la callejuela, el trazado a mi amiga, dicindole que todo el peligro pareca concentrado en ese recorrido sinuoso? Los ojos de Anita brillaron de forma extraa en ese momento. Hubiera debido recordar que el inmenso espritu aventurero que anim a sus antepasados viva latente en ella. Quiz en ese mismo instante, por intuicin femenina, relacionase mi repentina fortuna con esta topografa criminal Oh, cmo se derrumba mi vida! Nuevos asesinatos, nuevos eclipses de personas Y mi Anita ha sido arrastrada por el torbellino sangriento e inexplicable! El caso de Hans Mendell me inspira una idea descabellada: esos seres vaporosos, como l los describe, acaso no sean invulnerables. Hans Mendell no era hombre distinguido; no obstante, es preciso creerle bajo palabra. Era un muchacho malvado que realizaba el oficio de batelero y de matn. Cuando lo encontraron, tena en los bolsillos las carteras y los relojes de dos desgraciados cuyos cadveres ensangrentaban el suelo a algunos pasos de l. Se hubiera podido creer en la completa culpabilidad de Mendell si no se le hubiese encontrado, a l tambin, agonizante, con los brazos arrancados del tronco. Como era hombre de constitucin vigorosa, pudo vivir lo suficiente para responder a las preguntas de los jueces y de los curas. Confes que, desde haca algunos das, segua a una sombra, a una especie de nebulosidad negra, que mataba a las personas que despus l, Mendell, desvalijaba. El da de su desgracia vio, a los rayos de la luna, a la nubosidad negra esperando, inmvil en el centro de la calle de la Poste. Mendell se ocult en la garita de un funcionario ausente y la observ. Vio otras formas vaporosas, sombras y torpes, que saltaban como pelotas, desapareciendo despus. Pronto oy voces y vio a dos jvenes que suban por la calle. Ya no vio la nubosidad; pero, de pronto, observ que los dos jvenes caan de espaldas y quedaban inmviles en el suelo. Mendell aadi que ya haba observado, en siete ocasiones diferentes, la misma maniobra en esos crmenes nocturnos. Y esperaba, cada vez, que se alejara la sombra para despojar los cadveres. Eso demuestra en este hombre una sangre fra formidable, digna de mejor empleo. Cuando desvalijaba los dos cuerpos, vio con espanto que la nubosidad no se haba marchado, sino que se haba elevado solamente, interponindose entre la luna y l. Vio, entonces, que tena forma humana, pero muy basta. Hubiera querido alcanzar de nuevo la garita, pero no le dio tiempo; la forma cay sobre l. Como Mendell era hombre de una fuerza atroz, le asest, segn l, un golpe terrible, encontrando una ligera resistencia, como si empujase con la mano una potente bocanada de aire. Fue todo lo que pudo contar. Por lo dems, su horrible herida no le concedi ms que una hora de vida despus de su relato. La idea de vengar a Anita estaba anclada ahora en mi cerebro. Dije a Gockel con toda sencillez: No vuelva ms por aqu. Necesito venganza y odio, y su oro ya no me sirve para nada. Me mir con ese aspecto grave que tan bien le conoca. Gockel repet, voy a vengarme. De pronto, su cara se ilumin, como provista de enorme alegra, y dijo: Cree usted..? Cree usted, Herr Doktor, que ellosdesaparecern? Entonces, bruscamente, le di la orden de que mandara a cargar una carreta con leos, bidones de petrleo y de alcohol y un barril de plvora, y lo abandonara, sin conductor ni vigilante, en la Mohlenstrasse, a primeras horas de la maana. Se inclin como un criado y, al marcharse, me dijo por dos veces: Que el Seor le asista! Que el Seor venga en su ayuda! Tengo la impresin de que estas sern las ltimas lneas que escribo en este diario. Los leos estn apilados contra la gran puerta. Brillan de petrleo y de alcohol. Regueros de plvora unen las puertecitas prximas con otros leos empapados de petrleo. Los huecos de las paredes estn llenos de cargas de plvora.
El silbido misterioso pasa una y otra vez en ondas continuas alrededor de m; hoy distingo en l lamentos abominables, quejas humanas, ecos de atroces suplicios de la carne. Pero una alegra tumultuosa agita mi ser porque siento alrededor de m una alocada inquietud que proviene de ellos. Ellos ven mis terribles preparativos y no pueden impedirlos; porque slo la noche, lo he comprendido perfectamente, liberta su espantosa potencia. Pausadamente enciendo mi mechero. Pasa un gemido, y los viburnos se estremecen, como si una fuerte brisa repentina los agitara. Una larga llama azulada surge Los leos se ponen a rechinar, un poco de plvora arde Galopo por la callejuela sinuosa, de recodo en recodo, con un poco de vrtigo en el cerebro, como si bajase demasiado rpidamente una escalera de caracol que descendiera profundamente bajo tierra. La Deichstrasse y todo el barrio est en llamas. Desde mi ventana, por encima de los tejados, veo dorarse el cielo. El tiempo es seco. Al parecer, no hay agua. Por encima de la calle viaja, muy alta, la banda roja de las llamas de los tizones ardiendo. Hace ya un da y una noche que todo arde, pero el fuego se halla todava lejos de la Mohlenstrasse. El callejn est all, tranquilo, con sus viburnos que tiemblan. Las detonaciones se oyen a lo lejos. Una nueva carreta est all, abandonada por Gockel. No hay un alma: todo el mundo ha sido atrado por el espectculo formidable del fuego. No se le espera aqu. Avanzo de recodo en recodo, sembrando los leos, los bidones de petrleo y de alcohol, la oscura escarcha de la plvora. Y, de repente, en un recodo franqueado por primera vez, me paro petrificado. Tres casitas, las eternas tres casitas, arden tranquilamente con hermosas llamas amarillas en el ambiente apacible. Dirase que el mismo fuego respeta su serenidad, porque cumple su misin sin ruido y sin salvajismo. Comprendo que estoy en la linde roja del siniestro que destruye la ciudad. Retrocedo, con el alma angustiada, ante este misterio que va a morir. La Mohlenstrasse est muy cerca. Me paro ante la primera de esas puertecitas, la que abr temblando hace algunas semanas. Aqu encender el nuevo brasero. Recorro por ltima vez la cocina, los severos locutorios, la escalera que se hunde de nuevo en la pared, y siento ahora que todo esto se me ha hecho familiar, casi querido. Qu es aquello? Sobre el plato, que tantas veces he robado para volverlo a encontrar al da siguiente, hay hojas cubiertas de escritura. Una escritura elegante de mujer. Me apodero del paquete. Este ser mi ltimo robo en la callejuela tenebrosa. Los Stryges! Los Stryges! Los Stryges!.. As termina el manuscrito francs. Las ltimas palabras, donde se evocan los impuros espritus de la noche, estn trazadas a travs de las pginas en caracteres encontrados, que claman la desesperacin y el terror. As deben escribir los que, en un barco que se hunde, quieren confiar un ltimo adis a una familia que esperan los sobrevivir. Esto fue el ao pasado en Hamburgo. Sankt-Pauli y sus Zillerthal y su alucinante Peterstrasse, Altona y sus botes no me haban producido, la vspera y la antevspera, ms que un ligero placer. Anduve por la antigua ciudad que ola mucho a cerveza fresca y que yo llevaba en mi corazn, porque me recordaba las ciudades de mi juventud, que tanto haba amado. Y all, en una calle sonora y vaca, vi el nombre del anticuario Lockmann Gockel. Compr una antigua pipa bvara de truculentos adornos. El comerciante se mostr amable. Le pregunt si el apellido Archiptre le deca algo. El anticuario tena un rostro de tierra gris que, por las noches, se haca tan blanco que surga de la sombra como si una llama interna lo hubiese iluminado. Ar-chi-p-tre? pregunt. Oh seor! Qu dice usted? Qu sabe usted? No tena razn alguna para hacer un misterio de este relato, encontrado entre viento y papeles rotos. Se lo cont. El hombre encendi un mechero de gas de un modelo arcaico, cuya llama danz y silb tontamente. Vi sus ojos cansados. Era mi abuelo me respondi cuando habl del anticuario Gockel. Acab mi relato y un suspiro profundo se elev de un rincn oscuro. Es mi hermana dijo. Salud a una persona an joven, bonita, pero muy plida, que, inmvil entre las sombras ms grotescas, me haba estado escuchando.
Casi todas las noches continu l con voz angustiada, nuestro abuelo hablaba de eso a nuestro padre, y este se entretena con nosotros relatndonos ese tema fatal. Ahora que mi padre ha muerto, nosotros hablamos de ello tambin. Pero dije nervioso gracias a usted vamos a poder hacer averiguaciones referentes a la misteriosa callejuela, no es as? Lentamente, el anticuario alz la mano. Alphonse Archiptre fue profesor de francs en el Gymnasium hasta el ao mil ochocientos cuarenta y dos. Oh! exclam decepcionado. Qu lejos est eso! El ao del gran incendio que estuvo a punto de destruir Hamburgo. La Mohlenstrasse y el inmenso barrio comprendido entre ella y la Deichstrasse no era ms que un brasero. Y Archiptre? Viva bastante lejos de all, hacia Bleichen. El fuego no alcanz su calle; pero a la mitad de la segunda noche, la del seis de mayo, una noche terrible, seca y sin agua, su casa ardi, ella sola, entre las otras que, por milagro, fueron respetadas. Muri entre las llamas. Por lo menos, no se le volvi a encontrar. El relato dije. Lockmann Gockel no me dej acabar. Estaba tan contento de encontrar un derivado que se apropi golosamente del tema apenas enunciado; afortunadamente, cont casi lo que yo quera saber. El relato ha constreido, en todo esto, el tiempo, como el espacio se ha constreido sobre este lugar fatdico de la Beregonnegasse. As, pues, en los archivos de Hamburgo se habla de atrocidades que se cometieron durante el incendio por una banda de malhechores misteriosos. Crmenes inauditos, pillajes, tumultos, rojas alucinaciones de las masas, todo eso es completamente exacto. Ahora bien: esas perturbaciones tuvieron lugar varios das antes del siniestro. Se da usted cuenta de la figura que yo acabo de emplear sobre la contraccin del tiempo y del espacio? Su rostro se seren un poco. La ciencia moderna, no est acorralada a la debilidad euclidiana por la teora de ese admirable Einstein que el mundo entero nos enva? Y no debe admitir, con horror y desesperacin, esta ley fantstica de contraccin expuesta por Fitzgerald-Lorentz? La contraccin, seor! Ah, esa palabra encierra muchas cosas! La conversacin pareca derivar por una travesa insidiosa. Sin ruido, la joven trajo altas copas de cristal llenas de vino amarillo. El anticuario levant la suya hacia la llama, y colores maravillosos se extendieron, como un ro silencioso de gemas, sobre su mano delgada. Dej a un lado su disertacin cientfica y volvi al relato del incendio. Mi abuelo y las gentes de su poca contaron que inmensas llamas verdes salan de los escombros hasta el cielo. Los alucinados vieron entre ellas rostros de mujeres de una ferocidad indescriptible El vino tena un alma. Vaci la copa y sonre a las palabras aterrorizadas del hombre. Esas mismas llamas verdes salieron de la casa de Archiptre y rugieron tan horriblemente que, segn dicen, la gente mora de terror en la calle. Monsieur Gockel pregunt, su abuelo no habl jams del misterioso comprador que, cada noche, vena a adquirir los mismos platos y los mismos candelabros? Una voz cansada respondi por l, con palabras casi idnticas a las que daban fin al manuscrito alemn: Una anciana alta, una vieja inmensa, con ojos de pulpo en una cara inaudita. Daba bolsas de oro tan pesadas que nuestro abuelo tena que dividirlas en cuatro partes para poder llevar su contenido a la caja de caudales. La joven continu: Cuando el profesor Archiptre vino a nuestra tienda, la casa Lockmann-Gockel estaba al borde de la ruina. A partir de ese momento, prosper y se enriqueci. An lo somos, muy ricos, enormemente ricos, gracias al oro de, oh, s!.., de esos seres de la noche. Ya no existen murmur su hermano, volviendo a llenar las copas. No digas eso! Ellos no pueden habernos olvidado. Piensa en nuestras noches, nuestras noches espantosas entre todas. Todo lo que yo puedo esperar ahora es que haya, o que haya habido al lado de ellos, una presencia humana a la que quieran y que interceda por nosotros. Sus hermosos ojos se abran desmesuradamente sobre el pozo negro de sus pensamientos. Kathie, Kathie! exclam el anticuario. Es que has visto de nuevo..? Todas las noches estn all las cosas, t lo sabes perfectamente dijo la muchacha en voz tan baja que pareca un susurro doloroso. Se apoderan de nuestros pensamientos en cuanto el sueo nos vence. Oh! No dormir ms!.. No dormir ms! repiti su hermano, como un eco de terror. Surgen de su oro, que nosotros guardamos, y que, a pesar de todo, tanto amamos; se alzan de todo cuanto hemos adquirido con esa fortuna infernal Volvern siempre, mientras nosotros duremos y dure esta tierra de desgracia.
D ios , Tu y Yo
Despus de ms de veinte aos de ausencia, regres a Weston, mi pequea ciudad natal, que haba abandonado cargado de oprobio y pobre como una rata. Mi vuelta no estaba dictada por ninguna llamada de campanario ni por el deseo de reconciliarme con el pasado. Veinte aos de filibusteo provechoso por los siete mares haban hecho del pobretn que yo fui todo un nabad. Mi viejo barco de carga, el Fulmar, fue a dormir en una drsena del fondo de un puerto, y mis cuentas corrientes en los bancos de Kingston, Singapoore y Alejandra fueron transferidas al Midland-Bank, de Weston. Baj del tren a la hora en que el horizonte enrojecido se nublaba, y apenas hube franqueado la explanada cuando un individuo sali de la penumbra, sombrero en mano. Notario Mudgett Su notario, capitn! He recibido sus rdenes de Colombo y he podido hacer, en su nombre, la adquisicin de un inmueble que, espero, responder a sus deseos. Qu feliz casualidad encontrarle a usted en el preciso momento que da sus primeros pasos por nuestra ciudad! El animal! Debi de estar espiando mi llegada cada vez que entraba un tren en la estacin. Mudgett dije, usted es algunos aos mayor que yo; pero el Mudgett que declar contra m e hizo que me mandaran a la crcel por un ao era mayor an. Era mi padre dijo el notario, suspirando. Muri y espero que Dios haya tenido piedad de su pobre alma. Lament toda su vida aquel momento de malhumor, capitn. Me gustara tomar un trago dije. Tendr el placer de ofrecrselo a manera de bienvenida, capitn. Mire: las luces se estn encendiendo en el Balmoral. Es un club particular, pero estarn encantados de recibirle. El director del Banco de Midland deba de haberse ido de la lengua, porque fui recibido por las sonrisas y los saludos de los caballeros instalados alrededor de mesas y por las reverencias de los camareros. Reconoc algunos rostros, aunque el tiempo los haba envejecido traidoramente. En el fondo de la sala, lanzaron una cifra con voz demasiado alta para no orse: No lejos de un milln de libras! Mi cuenta corriente, en efecto, deba de rozarlo. A cuya frase, a un vejete, que se llevaba la copa a la boca, le dio hipo. Reconoc en l al director propietario del Weston-Advertirser, el libelo local que, en otra poca, me haba hecho una bonita reputacin por algunas pilleras insignificantes. "T, vbora me dije, dentro de ocho das vendrs a pedirme subsidios para tu asqueroso peridico. Pues bien, sers servido!" No haba terminado mi segunda copa cuando ya la mayora de los presentes me haban recordado y se haban acercado a estrecharme la mano. A todos ellos les propin un shake-hand (1) que les disloqu el hombro. Infierno y maldicin! Yo, que contaba saborear a gusto el festn divino de la venganza! Fue suficiente una esquina de cortina levantada por una bonita mano blanca para que la esponja pasara por encima de todos mis rencores y, entre otras capitulaciones, firm un cheque destinado a alimentar las cajas hambrientas del Weston-Advertirser. El destino se sirvi del amor para convertirme en un asqueroso asno, y, para colmo, por medio del flechazo, una de las cosas en que nunca he credo en mi vida. Por la ventana de la cortina, mi vecina ms cercana miraba hacia la calle y, al verme pasar, me sonri. La mano que alzaba la tela de encaje temblaba ligeramente y, en su mueca, un extrao brazalete de rubes despeda chispas. La cortina cay, pero yo tuve tiempo de ver una figura de tanagra y unos hermosos ojos color de tempestad. Aquella misma tarde, el notario Mudgett me inform: Se trata de miss Martine Messenger, de una familia patricia del Shropshire. La muchacha vive en Weston hace solamente una quincena de aos, por eso usted no pudo conocerla. Cuando vino aqu, apenas tena veinte aos. No hay, pues, indiscrecin al calcular su edad. Rica? Oh, no! Hasta se pasa sin criados; claro que su casa no es grande. Y aadi, como con pena: No tiene deudas Al da siguiente, yo llamaba a la puerta de miss Messenger. Me recibi en un cuadro indigno de su belleza: un saln glacial, muebles de priorato, ramitos de margaritas en jarrones de falso alabastro. Vengo, como vecino de usted, a visitarlale dije. Me encanta su gesto, tanto ms cuanto que la costumbre se ha perdido respondi, con su sonrisa del diablo. Yo haba preparado algunas frases destinadas a cebar una demanda claramente formulada. Las frases se me quedaron a retaguardia, como los malos soldados, pero no la demanda clara y formal. Miss Messenger, deseo casarme con usted le dije. Ella tamborile la mesa con un ademn que hizo fulgir los rubes de su brazalete. Yo no lo deseo respondi; pero, a pesar de eso, continuaremos siendo excelentes vecinos por lo menos. Sonri de nuevo y me tendi la mano, rodeada de llamas. Estaba aprisionado, cogido, perdido, decidido a todo porque fuesen mos los ojos, la sonrisa, la mano de fuego Los habitantes de Weston ganaron con ello una paz que yo no les haba destinado. Pocas mujeres me han negado sus favores por toda la faz de la tierra. Al abandonar a mi vecina, tuve que recurrir a algunos highballs (2) para poner mis ideas en equilibrio.
Hermosa diablesa dije, puedo admitir que rechaces a un hombre, pero no a un milln de libras, aunque digan que no tienes deudas. A menos que tengas un chulillo Pero, en Weston, las bellezas masculinas no se prodigan y yo no poda imaginarme ninguna cabeza conocida ma reposando sobre la almohada de Martine Messenger. El azar intervino lo suficiente para que los celos me mordieran el alma. Nuestros jardines, separados solamente por un seto, estaban en la proximidad de un amplio prado comunal abandonado desde haca muchos aos y transformado en una especie de selva. Una noche, cerca de las doce, iba a echar el cerrojo a la puerta del porche, cuando o chirriar al portilln del jardn vecino y pude ver una forma alejarse rpidamente bajo la luna. "La bella Martine elige un extrao camino para ir al pueblo me dije. Ser el de los gatos?" Un instante despus, la segua a travs de las zarzas, las cizaas y las ortigas. Vaya! Haba estado a punto de gritar esa exclamacin. Martine haba abandonado el sendero, serpenteando por entre el barbecho, y marchaba deliberadamente hacia los Groves. Era as como se llamaba un cementerio no afecto despus de un proceso entre la comunidad y un caballero de la regin, y despus que Weston se ofreci una necrpolis moderna al otro lado del pueblo. Miss Messenger alcanz un trozo de muralla, ltimo vestigio de la tapia que circundaba el campo santo, cuando una nube cubri la luna, hundiendo en las tinieblas la siniestra extensin y robando a mi mirada la lejana figura. No es sitio a propsito para una cita de amor gru, con desprecio. Sin embargo, pas dos horas de plantn en la oscuridad, esperando que miss Messenger regresara. No la volv a ver hasta la maana siguiente, a la puerta de su casa, cuando echaba miguitas de pan a los gorriones. Voy a referirme ahora a mi sueo. Como se injerta en una antigua realidad, me veo obligado a referirme a l. Fue en Sydney. El Fulmar se hallaba en dique seco y yo haba alquilado una habitacin en Vine Street. Daba al parque Victoria donde, el Seor sea alabado!, apenas crecen los espantosos eucaliptos sin hojas ni sombra. La noche era trrida y yo dorma mal, cuando, de repente tuve la deliciosa sensacin de un abanico que me refrescaba la cara. En mi duermevela, quise agarrar la misteriosa mano bienhechora y, en efecto, la cog. Inmediatamente me despert, dndome cuenta de que tena apresada una cosa velluda y desagradable que se debata con furor. Logr encontrar el interruptor de la luz, instalado a la cabecera de mi cama, y una bombilla se encendi en el techo. Estuvo a punto de que dejara escapar a mi prisionero, digamos mi prisionera para mayor exactitud. Era una enorme roussette, uno de esos murcilagos gigantes bastante corrientes en Australia y a los que se les da a voces el nombre de perros voladores. Aturdido por la luz, el ave nocturna se puso a chillar lgubremente y su cara me hizo pensar en la de Tina, la perrilla que fue durante mucho tiempo la mascota del Fulmar. Tina dije, estte tranquila. No quiero hacerte dao. Fue entonces cuando vi en el espejo mi cara roja de sangre fresca. Oh, oh! exclam. Participas con algunas de tus hermanas la fea costumbre de los vampiros. Satanesca bebedora de sangre! Pero esta noche eres bien recibida, porque el toubib (mdico) de la Marina me ha encontrado demasiado gordo y me ha aconsejado una sangra. Acabas de evitarme un gasto de ms de media corona, Tina. Si quieres un trago ms, srvete. El pajarraco no hizo nada, pero pareci calmarse, escucharme y hasta sentir agrado por mis palabras. Vete, Tina, y si el corazn te lo pide, vuelve maana. Dicho lo cual, le devolv la libertad y la vi desaparecer en la oscuridad del parque. Lo creern? Tina volvi todas las noches siguientes. Me haba tomado cario, me despertaba mordindome la nariz y las orejas, dndome, a veces, bofetaditas con sus anchas alas membranosas y ladrando dulcemente como mi difunta perrita. Creo que debi deplorar mi partida. No me atrev a llevrmela. La vida de a bordo no poda convenirle. Ahora, vuelvo hacia mi sueo ms reciente. Me obligaba a hacer un recorrido por el pasado: estaba en Sydney, en mi habitacin de Vine Street. Un abanico me enviaba un airecillo fresco al rostro y, al mismo tiempo, sent una picadura en la garganta. Vamos, Tina, al fin has vuelto Toma tu bebida, querida exclam para m, alegremente, y la cog por la pata. O su grito y ella trat de desprenderse. Me despert. No estaba en Australia, sino en mi casa de Weston y, en la oscuridad, algo se debata. No tuve ms que apretar un interruptor para iluminar la habitacin y, entonces, fui yo quien grit, pero con indecible estopor. En mi puo se retorca Martine Messenger. Me miraba con ojos inmensos, llenos de pena y de horror. Una perla roja, hmeda todava, yaca en una de las comisuras de sus labios y un espejo me devolva mi imagen, la imagen de mi cara, empapada en sangre. Tina murmur, creyendo, iluso an, que me diriga a mi roussette de Sydney. No me llame Tina exclam, con voz ronca, mi cautiva. El sueo se desvaneca. La realidad suba a la superficie. Recobr mi nimo y le dije: Tina era una roussette que hizo amistad conmigo. Un murcilago muy grande, bebedor de sangre, un Vampiro, s dijo miss Messeger.
Como usted? S, como yo. Yo no haba visto otros en mi vida, pero aquellos no se parecan. Sin embargo, encontr la situacin de mi gusto. Tanto ms cuanto que la golosa era extremadamente bonita! Llevaba una bata de seda gris que dejaba insolentemente al descubierto sus formas y, tras haber recogido la gota de sangre con la punta de la lengua, su boca me pareci sinuosa y tentadora. Tina dije, siempre tenindola agarrada por el puo. Voy a contarte una historia, muy, muy bonita. En Marsella, sorprend un rata de hotel que quera apoderarse de mi cartera. Hubiera podido entregarla a la Polica; pero eso no me entusiasmaba, porque era bonita y estupendamente formada. Ella encontr justo que gozara de sus caricias y, como este placer fue exorbitante, le dej mi cartera. Mi historia ha terminado; la nuestra empieza. Rata de hotel y vampiro pagan con la misma moneda. Dicho lo cual atraje a Martine a mi cama. Le tal splica en sus ojos que detuve mi gesto. No iOh, no! gimi. No puedo an hacerle comprender por qu No, no. No le negar nada, pero, ieso! Eso era la cama, que ella miraba con espanto. Escuche me dijo muy bajito, eso no es posible ms que abajo. Abajo Me hizo descender al jardn y, cogindome de la mano, avanz con una velocidad tal que estuve a punto de caerme en varias ocasiones. Me hizo atravesar un prado comunal para detenerse, al fin, delante de los Groves. Martine contorne algunos monumentos funerarios, negros y olvidados, y se detuvo ante una sepultura abierta. Eso dijoes todo lo que me permiten los poderes de la noche para recibir al sueo y al amor. Estoy muerta Estaba muerta cuando vine aqu, hace quince aos. La bata de seda se abri y un soplo ardiente subi de su pecho. La tumba abierta nos recibi. De las murallas de fango, que apretaban nuestros miembros como flancos de sarcfago, suba la inmensa ola de amor de los innumerables esponsales celebrados en las profundidades de la tierra. bodas negras a las que ahora se aada la nuestra. Vetedijo. Djame dormir. Ella haba puesto un dedo en sus labios y me miraba interrogadora. Dios, t y yo solos lo sabremos murmur, para asegurarle el secreto de nuestras noches futuras. Me ic para salir de la tumba. Detrs de m, una mano invisible desliz la losa sobre la sepultura. Un hecho estpido fue la causa de la ruptura fatal. La mujer que me serva de asistenta cay enferma y, para reemplazarla, me envi a su hija. Era una morena magnficamente constituida y de cara provocativa. Se plant delante de m, con sus ojos negros fijos en los mos, sus senos puntiagudos al aire, como los de un mascarn de proa. Es verdad que usted podra pagarme un abrigo de pieles, un reloj de pulsera de oro y brillantes y medias de seda sin que mermase su fortuna? me pregunt. Nada es ms ciertorespond. Entonces, a qu espera?cacare. No esper. Pero el da en que ella apareci en pblico con sus costosas prendas y el pueblo murmur, los postigos de las ventanas de mi vecina permanecieron obstinadamente cerrados. El carilln lanz en vano sus notas claras en las profundidades de la casa y el muro medianero permaneci sordo a mis insistentes llamadas. Por la tarde salt el seto del jardn; pero, apenas hube franqueado el umbral de la puerta trasera, not el soplo helado de la ausencia y del abandono. Por la noche, corra a los Groves. La sepultura estaba abierta y me inclin sobre un monstruoso horror: una calavera rea repugnantemente a las estrellas, un sudario de seda bostezaba sobre una informe podredumbre; entre los huesos del esqueleto ardan los tizones de una multitud de rubes, mientras que una gran pestilencia suba del sepulcro. Sin embargo, permanec all, implorando al infierno y al cielo a la vez, hasta el momento en que, a lo lejos, cant un gallo en el campo, anunciando la aurora. El Fulmer ha echado piel nueva. Eso no es ms que un remiendo engaoso, pero que sirve para mis fines. Le he encontrado una tripulacin, recogida en el ambiente ms srdido que se pueda imaginar. Pronto nos haremos a la mar, y es seguro que, en la prxima tempestad, mi bravo navo har su huequecito en el inmenso ocano. Participar un secreto con Dios y los restos de un cadver seria soportar hasta el fin de mis das un fardo demasiado pesado.
No, mil veces no! Orme tratar de bacalao salado por una sabandija, alta como una botella, que le lleva a uno a su capricho a travs del viento y del mar, me pareci un poco fuerte. Me acerqu a l, blandiendo los puos. Estall en carcajadas. Conserva la calma, o Croppy se mezclar en el asunto!se burl. O silbar a mi espalda y, al volverme, me encontr, cara a cara, con la quimera del plato. Tena el tamao de un dogo dans y pareca terrible. Buenodije. Sin duda haba una droga asquerosa en la botella que vaci y estoy embarcado en una pesadilla. Oh!exclam el enano, no lo creas. No hay nada en el mundo ms real que Croppy y yo Vamos, vamos, amigo mo: baja a la cocina y prepranos la comida. El monstruo se puso a silbar a ms y mejor, y no tuve ms remedio que obedecer. En contra de lo que esperaba, encontr la cocina atiborrada de excelentes vituallas: carnes, tocinos, manteca danesa y legumbres secas, con lo cual hice una especie de rancho. Me com una fuente y grit por la puerta que todo estaba dispuesto. Srvelo en el comedor de oficiales, pedazo de imbcil, y pon cuatro cubiertos. Dnde tienes los ojos, marinero del demonio, para no ver que Croppy tiene tres cabezas? Era verdad. El monstruo tena tres cabezas, y las tres a cual ms estpidas y feas. Adems, ola espantosamente a azufre, ajos y pescado ahumado. jBah!me dije. Despus de todo, esta pesadilla no es demasiado desagradable, porque el rancho que me he comido tena un gusto autntico a jamn, lentejas y salsa picante. Maana har un pudding de arroz fermentado. Cay la noche. Prepar caf y confeccion abundantes sandwiches de carne de vaca, salmn salado y galletas de inmejorable calidad. Descubr sin dificultad un barrilito de ron, del que me serv una buena copa, sin esperar el permiso de mis extraos patronos. Al tercer da de navegacin, apareci a babor una isla. El tiempo era claro y bueno; la corriente, regular. Los cocoteros emergieron del mar, inmviles, como recortados en el cielo. Dos o tres tiburones de piel azulada abanicaron con sus aletas mojadas la superficie del agua. Vamos a dar una vuelta por tierra?pregunt. Sera fcil, comprenden? Sin haber hecho ninguna maniobra, el velero puso proa al atoln. Ser preciso arriar un poco las velas si no queremos romper la cara a una docena de infusorios aad de buen humor. No me lleg ninguna respuesta. Me pose a la bsqueda del enano del juban amarillo y de su dogo de tres cabezas, pero no los encontr. Mientras tanto, el Einhorn se haba deslizado contra la muralla de coral gris y se pegaba a ella como al muro de un muelle. Necesit algn tiempo en arriar todas las velas; pero, con gozoso asombro, aquello fue casi un juego de nios, y eso que la tal tarea pide, por lo general, ms de dos brazos. Escuchengrit: si eso no les dice nada, continen ocultos; pero yo quiero pisar el suelo de las vacas, porque me gusta el pasto. Conozco bien las islas del Sur, y por la que yo me aventur no difera mucho de las que haba visitado durante las campaas de copras y holoturias, en las que tom parte. Los cocoteros eran altos, ricos en frutos y bien cuidados. En el agua, clara y tranquila, del atoln evolucionaban los pequeos, pero suculentos, abadejos de las rocas, de los que me promet hacer buena pesca. A lo lejos, vea el fondo verde de la espesura y las tierras enceradas de los mangles. El suelo estaba duro y brillaba como salpicado de mica. "Seguramente habr un pueblo", me dije, siguiendo un camino que me pareci muy entretenido. Recorr una legua a travs de la espesura sin encontrar trazas de l, ni siquiera pude ver una humareda en el espacio. Entonces, en un brusco recodo que haca casi ngulo recto con el camino recorrido, vi la casa. Dios mo! Jams hubiese esperado ver una semejante, edificada sobre slidos ladrillos rosas, en medio de esta piojosa selva de Oceana. He aqu una casita que el pjaro Rock ha debido de robar de algn pueblecito de Francia antes de dejarla caer en este perdido agujerome dije. Pero por qu asombrarme? He visto muchas parecidas desde la noche en que hice una visita a ese valiente Einhorn. Veamos si hay gente dentro! La puerta, situada en lo alto de una escalinata de piedra azul, estaba entreabierta y daba a un vestbulo de agradable aspecto. Ol un perfume de casa burguesa, producido por agradables olores de cocina, de confituras y de tabaco espaol. Vacil ante tres o cuatro puertas; de pronto, una voz dulce y corts me invit a tomar la del fondo, a mi derecha. Entre, monsieur Grove!
Me llamo, en efecto, Nathaniel Grove. Pero, de todas las cosas que me fueron inexplicables en el transcurso de mi aventura, la de ser reconocido as me pareci la ms extraordinaria. Mi nombre es, en efecto, Nathaniel Grovedije, al entrar en un saln rosa, como el corazn de una granada. En un silln bajo, con un cigarrillo entre los labios, una joven de agradable rostro me sonrea. Arak-punch, whisky o champaa francs?me propuso. Es usted muy amablele dije, saludndola. Puesto que me lo pregunta con tanta gentileza, gustar de su champaa. Un tapn dorado salt al techo y me sirvieron una buena cantidad en una copa de cristal. Puesto que conoce mi nombre dije, atrevindome, porque la individua acababa de hacerme un guio un poco extrao para una dama de buena educacin, sera indiscreto preguntarle a quien tengo el honor? Llmeme condesa, quiere? respondi ella, sonriendo. Con mucho gusto dije, riendo ms fuerte que ella, tanto ms cuanto que yo soy marqus. Cogi un cigarrillo de una cajita de plata y, con ademn cordial y gracioso, me lo arroj para que lo atrapase al vuelo. As, pues, fue usted quien rob el plato de Moustiers de ese barn de Nuttingen, eh? Oooh!respondi. Es usted una persona que est perfectamente al corriente de las cosas, pero no s nada de vuestro barn. Ha debido de ser compaero de usted durante algunos das, as como su fiel Croppy. Pero supongo que, despus de tantos aos, ha debido de aprovecharse de su tontera de usted para tomar el aire y estirar un poco las piernas, no? Hum!exclam. No la comprendo bien. Me est usted acusando de tontera. Ser preciso explicar, pequea; perdn, condesa, lo que usted quiere decir, porque yo estoy muy orgulloso del honor y de la cortesa que se me debe. Es justo acept ella, llenando de nuevo mi copa. Le debo explicaciones. Yo me llamo Jeanne Ardent, condesa de Frondeville. Este nombre no le dice nada, monsieur Grove? Hum! Pues no A menos que Yo poseo algunos conocimientos histricos relacionados con los estudios que me impuso Cambridge. Al principio del siglo diecisis hubo, en algn lugar de Francia, en Albi si no me equivoco, una madame Ardent que termin en la hoguera por el delito de impostura y brujera. Ella aprob con la cabeza. Esos son conocimientos que le honran, monsieur Grove. Pues bien: yo soy esa madame Ardent, como usted dice. Biendije. Usted quiere rerse de mi. A mi me gustan mucho las bromas, y esta es de mi agrado. He visto, en el transcurso de mi existencia, algunas personas que, por ser obstinadas en medio de un incendio, fueron quemadas vivas. Pero usted no se parece en nada a ellas. Eso es una galantera por su partedijo la mujer amenazndole graciosamente con un dedo. Sin embargo, espero que me crea usted sincera. S, le confieso que yo no era tan bella cuando, apagada la hoguera, el verdugo de Albi me sac de entre las cenizas. Afortunadamente, mi buen maestro en magia negra, el sabio Bartholem Lustrus, por la virtud de poderosos sortilegios, me volvi a la forma que tiene usted en este momento ante sus ojos, monsieur Grove. Es realmente agradable balbuc, muy desconcertado. Le he concedido la gracia de un relato largocontinu la mujer. El hombre que me denunci a los jueces era primo mo, el barn Nuttingen, el cual me haca la corte. Usted lo conoce, monsieur Grove, y me dar la razn si le digo que era de aspecto desagradable, de mal carcter y, adems, hubiera constituido un psimo marido. Mi buen maestro Lustrus, ayudndome con su ciencia, hizo que yo lo aprisionase por mil aos en un plato de Moustiers. Aprisionado en un plato?pregunt, asombrado. Usted no conoce los cuentos de hadas, monsieur Groves; si no, no se asombrara de tal cosa. El gran rey Salamn no haca jams otra cosa con la gente que le molestaba, y hasta con los genios. Ahora bien: los cuentos de hadas estn hechos sobre los vestigios de su terrible y justa sabidura. As, pues, yo aprision a Nuttingen y le di hasta un bueno y feo guardin en la persona tricfala de Croppy, que yo copi an ms feo sobre la Quimera antigua. iAh monsieur Grove, qu imperdonable falta ha cometido usted! Una falta yo? Al vender un plato de Moustiers de semejante valor por una libra a un mezquino mercader judo. Porque usted no sabe lo que ese Bloch-Sanderson, de Shepherd-lane, ha hecho con l. En efecto, lo ignoro. Ha raspado la imagen de Nuttingen y de Croppy para pintar en su lugar, valindose de un hbil falsificador, una figura imitada de Callot. Al hacer eso, ha devuelto la libertad a mi famoso barn. Quise protestar, pero me impuso silencio con un gesto autoritario. La primera cosa que hizo mi antiguo pretendiente fue elaborar un rpido plan de venganza, al cual gan al estpido Croppy. Desplegaron velas hacia esta isla donde se guarece mi vida, que, puedo decrselo, ser muy larga todava. Afortunadamente, advertida por la ciencia de mi buen maestro Lustrus, pude tomar la delantera. Ayer, Nuttingen y Croppy cayeron por la borda y los tiburones han dado buena cuenta de ellos, eso se lo digo yo. Pero no era ese el castigo que yo destinaba al barn y, se lo juro, lo lamento de veras. Hizo que volviera a beber champaa. Mi ciencia me obliga a ser justa dijo, tristemente, y debo decirle que me veo obligada a hacerle pagar por su ligereza. Deber ocupar, ay!, el lugar de ese horrible Nuttingen. Slo que lo har sin Croppy y sin ninguna otra compaa de ese gnero.
Me ech a rer, pero a rer Si es el champaa el que se le ha subido a la cabeza dije, grosero, lo comprendo todo Usted no es una bruja, usted no ha sido jams quemada, sino todo lo contrario, porque es usted espantosamente bonita. Pero hoy, ejem!, usted est un poco ebria, muy ebria quiz Maldito miserable!bram la mujer. Pareci sacudirme un tornado y me encontr en Sydney, en el muelle del puerto trasero, frente al Einhorn, que se balanceaba tristemente al extremo de sus cadenas selladas. Le he contado a ustedes un sueo que, gracias a la damita y a su champaa, no ha sido demasiado desagradable. Pero le debo esta verdad: dorm tres das completos. Esos fesimos individuos de las riberas del ro Flinders, con su vino de algas, son los verdaderos brujos de este relato. *** Nathaniel Grove desaparece aqu de nuestro horizonte, al menos parcialmente. Cont su abracadabrante aventura a Maple Thobald Fitzgibbons, un hombre honorable, muy conocido en los medios ms respetables de la marina de Sidney y hasta de toda Australia. Fitzgibbons se march encogindose de hombros, no lamentando ms que el precio de algunos vasos de whisky. Pero ocho das ms tarde se encontr ante la tienda de Bloch-Sanderson. Quiere usted aprovecharse de una buena ocasin, monsieur Fitzgibbons? le pregunt el judo en cuanto lo vio. Tengo en la tienda un soberbio plato de Moustiers, con figuras de Jacques Callot Aqu lo tiene. Qu dice usted? Un Callot esto? Se quiere usted rer de m? dijo Fitzgibbons indignado, ya que se consideraba entendido en ciertas cosas. El judo se inclin sobre su hombro y se puso a aullar de ira. Qu es esto? Hace algunos das haba aqu un Callot legtimo, y ahora Por qu brujera infernal ese marinero borracho se encuentra pintado en mi plato? Maple Thobald Fitzgibbons reconoci la cara de Nathaniel Grove. Es lo mismo. Se lo compro dijo, reprimiendo mal su emocin. Vuelto a su casa, examin su compra con ayuda de una potente lupa. La imagen de Grove estaba cocida en la porcelana segn el procedimiento empleado en Moustiers, el cual, conservando admirablemente los contornos y las lneas, atena ligeramente los colores y altera las medias tintas. Los detalles eran de una claridad sorprendente, y el cristal de aumento revel hasta la barba de tres o cuatro das del marinero. Pero lo que impresion, digamos mejor, aterroriz a Fitzgibbons fue la mirada, la expresin de la mirada: tras los barrotes de las inmisericordes crceles, los ojos de los presos deben de expresar una desesperacin semejante. Grove murmur Fitzgibbons, si pudiese hacer algo por usted Fue vctima de una ligersima ilusin ptica, debido a que su mano temblaba mientras sostena la lupa? El rostro de Grove se haba crispado y sus labios se haban movido Aqu, una antigua enfermedad, en gran parte curada adems, vino en ayuda de Fitzgibbons: en su juventud estuvo atacado de sordera por la explosin demasiado cercana de una mina de cantera y haba aprendido a leer bastante bien las palabras en los labios de las personas. Ahora bien: Grove acababa de articular lentamente Flin-ders. Eso fue todo; porque, repetida la experiencia, no dio ya resultado alguno. Nathaniel Grove, como dicen los nios, permaneci callado como un muerto. Tan mudo como las carpitas chinas que adornaban los bordes del plato encantado. Fitzgibbons, como todos los hombres de accin que han hecho una rpida fortuna en los arenales aurferos o en las pesqueras, estaba aburrido y no saba cmo gastar sus libras esterlinas. No tard mucho tiempo en tornar una decisin que le hizo emprender el camino de la aventura. Morton y Doove, acreedores del difunto Hauser, podan disponer del Einhorn y no pedan ms que recuperar algunos fondos. No fue preciso ms de tres semanas a un equipo de buenos obreros para poner en condiciones el navo, y otra semana a Fitzgibbons para encontrarle una tripulacin a propsito y un capitn. Este, el grueso Bill Tugby, tena quince aos de cabotaje en su haber marino y conoca al dedillo el golfo de Carpentaria, donde el Flinders y su tambin misterioso hermano, el Leichardt, acababan su destino fluvial. Quiero remontar un poco ese maldito foso gru y hasta ver lo que pasa en sus orillas, porque no es imposible regresar de l con un cargamento de marfil o con el contenido de una bolsa de oro virgen. Se instal un motor auxiliar a bordo del Einhorn y el navio se hizo a la mar. Doce das ms tarde, Fitzgibbons subi a l en Townsville y el resto del trayecto se hizo sin novedad. Cuando echaron el ancla ms all de la barra del Flinders haca un calor trrido, y el grueso Bill no parecia dispuesto a arriesgar su amplia persona en el agua para llegar a tierra. Es en la vecindad del Flinders donde se manifiesta la extraa presencia de las cigarras de mar, insectos marinos que no existen ya apenas, pero de los cuales se oye con frecuencia por los meridianos infernales del Carpentaria. Toda la atmsfera es entonces un chirrido ardiente, frentico; un frenes de litros alocados, que traspasa el tmpano, se instala en el cerebro, lo taladra, lo lima, lo perfora con miles de dardos. Bill Tugby no crea en las cigarras de mar, pero y seguramente a causa de ello, acusaba de este rumor diablico a los innumerables tiburones que hendian con sus aletas la corriente movida del Carpentaria.
Si no os causan un dao, os causan otrogrua, dirigindose a los escualos. Desde entonces, Fitzgibbons se pregunt con frecuencia por qu fue a buscar, en una de sus maletas, el plato de Moustiers; por qu se acod en la banda de estribor para contemplarle al sol. Bill, brillante de sudor, fumaba su pipa, con la espalda apoyada contra la bitcora. Los marineros dorman en la playa que se extenda frente a ellos, con las piernas plegadas y sus dientes blancos riendo a la alocada claridad del da. Missi, el gato de a bordo, instalado en el cuarto de crculo de su cola, miraba a lo lejos con sus enormes ojos amarillos que aquella claridad cegaban. De repente, el plato se escap de las manos de Fitzgibbons y se peg boca arriba sobre el agua, donde flot un momento antes de realizar una ligero bam.boleo que le hizo hundirse. Maldita sea!blasfem Fitzgibbons. Pero inmediatamente se estremeci de terror. Un grito espantoso se elev del mar. El grito de un hombre a punto de morir. Qu es eso?pregunt Bill, yendo hacia l. De nuevo se elev la lIamada de agona, que qued cortada bruscamente. En el lugar donde el plato acabada de desaparecer, Fitzgibbons vio un enorme huso gris nadar entre dos aguas. Oy un breve crujido y casi inmediatamente una enorme mancha de un rojo sucio extenderse por la superficie del mar. Por todos los diablos del infierno!rugi Bill Tugby. El tiburn acaba de zamparse a un hombre ! Aventur una mirada sobre el puente, donde los marineros se despertaban Ah! Sin embargo, no ha triturado a ninguno de esos holgazanesexclam. Que permanezca colgado por el cuello hasta que la muerte me lleve si comprendo algo de lo que est pasando! Y usted, mster Fitzgibbons? Mapple neg con la cabeza, lentamente. Aquella noche, Bill Tugby subi al puente, pero Mapple permaneci solo en el comedor de oficiales. Qu he venido a buscar aqu? murmur, Seguramente quiero librar al pobre Nat Grove de su cautiverio; pero cmo? l no lo deca; pero ante sus ojos, ms all de una espesura formada de euforbios y adelfas, surga una casa burguesa de habitaciones frescas y umbrosas. Atravesaba un vestbulo y empujaba una puerta para escuchar una voz acogedora que le ofreca champaa francs. Por la maana, los juramentos de Bill Tugby le arrancaron de su sueo lleno de pesadillas. Si eso estuviera en los mapas, dira que estaban hechos por ignorantes y marinos disecados; pero conozco la Carpentaria como mi bolsillo, y mire El gordo se qued sin palabras para designar una isla que acababa de surgir a babor. Aqu no hay islas Jams las ha habido. Claro que esta no es la primera broma que nos gasta el Flinders; pero nunca ha fabricado islas, y menos una como esa. Hasta la Grote Elandt es una piel de pltano comparada con esa! Fitzgibbons vio alzarse los altos cocoteros, de un negro azulado, sobre el fondo lechoso del cielo matinal. Dentro del campo visual de sus gemelos descubri las tierras negras de los mangles y un trozo de carretera centelleante, como salpicada de polvo brillante. Y, adems, un atoln se lament Bill Tugby. Como si no hubiera bastante coral en la vecindad para hacer pendientes para una negra! Ya se lo digo, mster Fitzgibbons: all dentro hay algo poco cristiano. Extrajo enormes nubes de humo de su pipa y se calm un poco. Adems, no es la primera vez que el Flinders bambolea a quienes se atreven a acercarse a su estuario concluy. Fitzgibbons hizo echar el ancla. Se encontr un fondo de arena a quince brazas, lo que hizo jurar de nuevo a Bill Tugby. Arenas a quince brazas con un atoln delante de las narices! Eso es suficiente para abrirle a uno las puertas del infierno. En fin, nunca se sabe lo que se puede ver en la Carpentaria; pero lo de hoy, para mi gusto, es una broma exagerada. Embestimos el atoln, mister Fitzgibbons? Esperemos an un poco decidi este. Permaneci toda la jornada con los ojos pegados a sus gemelos, esperando ver a la isla desvanecerse como por arte de magia. Pero no fue as, y su magia era la de todas las islas del Sur: un cielo sin nubes y un mar de zafiro en movimiento. La tarde la dot de los colores de una linterna japonesa y la noche lunar hizo de ella una fantasa plateada y aterciopelada. Qu? pregunt Bill Tugby cuando la aurora guat de ligeras brumas la tenue lnea de las rompientes. Fitzgibbons se sobresalt, como si le hubieran sacado de un inmenso y profundo sueo. Nos vamos dijo en voz baja. Que pongan en marcha el motor, Tugby, y si encontramos viento favorable, no economice las velas. Bien dijo el gordo Bill, sin mirar ya a la isla. Los cocoteros se ocultaron en el mar; las aristas de las rompientes arrojaron algunas llamas blancas sobre el horizonte y la isla desapareci.
E l te r r or r osa
Scrates Birdsie movi preocupado la cabeza y me dijo: Siento que no vengas con nosotros, Biddy. No, no; no prometas nada, poor old fellow. Cuando regresemos ya no estars aqu T no sers el primero que haya enloquecido en estas malditas canteras de caoln. Goorman, el timonel flamenco, aprob. No seremos ms que cuatro para conducir el May Bug de Fowey a R'dam, con cargamento completo de arcilla de porcelana. No es demasiado, pero el viento es favorable y el mar est de buen humor. T no eres un marinero muy bueno, Biddy, pero ests instruido y tu conversacin sirve para llenar las horas vacas cuando el viento cesa y las corrientes nos son adversas. T me has enseado muchas cosas que no se relacionaban con el mar; porque de las cosas del mar, ay, deja que me ra un poco!.., no entiendes ni una palabra Scrates Birdsie, el patrn, me estrech la mano. Nos vamos Es preciso que antes de dos horas hayamos salido de la baha. Si quieres seguir el consejo de un hombre que no es un animal del todo, vuelve la espalda a este zalamero polvo de arroz y sigue la ruta del Oeste hacia Salisbury o la del Este hacia Winchester. Declam algunos versos que, con razn o sin ella, atribua a Coleridge: Yo no ir de viaje; pero quin dir adnde ir mi corazn? Bien dijo Goorman. Desde el momento en que hablas como los pcaros de feria, es mejor decirte adis. Durante quince meses, yo haba formado parte de la tripulacin del pequeo schooner May Bug, que transportaba caoln de Fowey y cemento de Prtland a Holanda y Blgica, y el capitn y el segundo de a bordo me queran sinceramente, a pesar de que mis servicios no tenan grandes mritos. A propsito murmur Scrates: no ser conveniente que busques la compaa del clrigo de Barnstaple. En mi opinin, ese hombre del Severn Busc un final de frase y, al no encontrarla, se alej, moviendo la cabeza con ademn entristecido, familiar en l en los graves momentos de reflexin. Me qued solo en el muelle, a treinta pasos de un alcaravn posado en lo alto de la estatua de un viejo duque de Alba; una barnacla pas, dando grandes aletazos, a ras de las olas, y tierra adentro, una locomvil, accionando las cabrias de una de las canteras, silb estrepitosamente. Una dolorosa sensacin de soledad me atenaz el corazn. Hubiera querido lanzarme al galope en seguimiento de mis compaeros, cuyas figuras encorvadas haban desaparecido tras el espign, pero un estpido amor propio me retuvo. An estaba all, en la silenciosa compaa del alcaravn gris, cuando el schooner, con los foques hinchados, se desliz sobre el agua, el bauprs apuntando hacia la costa francesa. Me pregunto qu habr querido decir Scrates al hacer alusin al hombre de Barnstaple El alcaravn, girando bruscamente sobre un ala, chill: rawoo!, perdindose en el deslumbramiento azulado de la inmensidad marina. Ah! exclam. Qu deliciosamente azul es todo esto! Permanec con los ojos obstinadamente fijos sobre el inmenso mantel del mar y del cielo conjugados, haciendo un enorme esfuerzo para no volver la cabeza. Porque, una vez vueltos los ojos hacia tierra, saba que lo azul desaparecera, dejando sitio a un tinte invasor, alucinante, irrevocablemente rosa: el camino, que atravesaba la duna cubierta de cardos de color suave a la vista y que no se encuentran ms que all; los dos semforos pintados de cal rosa; las estameas rosas de un poste de seales y, por ltimo, la formidable cantera de caoln rosa, abandonada hoy porque, a causa de los azares de la oferta y de la demanda extranjeras, no se cargaba ms que el caoln blanco y el amarillo. S lo que es eso, amigo mo. Empieza por un encantamiento sin lmites. Se cree uno en el corazn de un paraso, de una piedra preciosa y monstruosa del Oriente. Es el maleficio rosa que aprisiona, que domina, que opera por brujera sobre los sentidos y las almas del hombre de Barnstaple, del individuo contra quien mi querido amigo Scrates Birdsie haba tratado de ponerme en guardia en el momento de separarnos, me desped la noche anterior cuando termin de pronunciar esta frase. *** El rosa no es un color. Es el hijo bastardo de la unin del rojo triunfante y de la luz culpable; nacido de un incesto, en el que tanto el cielo como el infierno representan su papel. Pero de esto no me di cuenta hasta ms adelante, cuando me fue imposible ya salir de la gehena. El conocimiento tras el golpe, lo que llega demasiado tarde para salvarnos, me record que el rosa es hermano gemelo del horror. Flor sangrienta de pulmones tsicos, espuma en los labios de los seres que mueren con el pecho atravesado, tejido viscoso de los fetos, pupilas espantosas de los albinos morbosos, testigo del virus y del bacilo, compaero de las sanies y de todas las purulencias, ha necesitado de la inocencia y de la admiracin de los nios y de las jovencitas para rodearlo de deseos y preferencias, y eso mismo demuestra su maldad y su tenebrosa esencia. *** La cantera abra al cielo sus fauces, de una profundidad de cuarenta metros, con el fondo invadido por las aguas fluviales, que hacan de l un lago en donde se agazapaba la ternura de las auroras, nica excusa del monstruo. Las paredes eran abruptas, de una tersura de muralla de precipicio, y despertaban el horror vertical que precede un segundo al ms fatal de los vrtigos. Su materia grasa y cohesiva haba permitido a las mquinas cortar all como en un enorme pastel, no dejando en ellas protuberancias, surcos ni salientes. Eso impeda a la mirada punto de apoyo ni de reposo; la mirada caa a pico en el lago con rigidez de plomada.
Yo volva all, una y otra vez, desde haca diez das, buscando con febril deseo el minsculo crculo, afortunadamente oscuro, que sobrepasaba el alto borde y que era el reflejo de mi inquieto rostro inclinado sobre esta terrible fantasmagora. Haca comidas precipitadas y nauseabundas en una posada de paredes rosas, situada a media legua de all. Coma carnes fibrosas y rosadas y un pan sonrosado a causa del tizn. Beba una cerveza sonrosada, como vinillo de especias, y servido todo por una maritornes de mejillas, labios y manos rosas, rosas, rosas Hua, con la nusea en los labios, para volver a ocupar inmediatamente mi lugar de condenado en el seno de ese dulzarrn esplendor. El hombre de Barnstaple apareci en el momento en que un proyecto muy curioso acababa de germinar en mi mente. *** Qu intenta usted hacer con esa cuerda, ese anzuelo y ese trozo de carne cruda? Y aadi, a media voz: Carne rosada? Estaba en pie a mi lado, apartando la cabeza de las profundidades del lago, y consider de buen gusto que llevase una sotana negra y no uno de esos atroces trajes rosas que los escasos insulares que me encontraba vestan con marcada predileccin. Quiero pescar contest. Voy a poner cebo en esta cuerda, que es larga como usted ve, y arrojarla a esa agua. Se pas la mano por la frente llena de sudor. Puaf!.. Vi gotas grasientas y rosas perlar sus sienes y mi estmago se revolvi. Naturalmente, no pescar nada dijo con esfuerzo. Estas aguas se niegan a todo brote de vida. Naturalmente repet. Y arroj la cuerda. All permaneci tres das, y, cuando la sub, el cebo estaba intacto. Solo, de haber reposado sobre el fondo, estaba completamente manchado de rosa plido. *** Creo, sin embargo, que el maleficio rosa, como yo lo llamaba, comenzaba a perder su dominio sobre mi espritu. Planes de partida se formaban lentamente. Hasta comenc una carta dirigida a Scrates Birdsie, en la que solicitaba de nuevo entrar a formar parte de la tripulacin del May Bug. Por las noches me reuna con el hombre de Barnstaple, se apellidaba Tartlet, nombre divertido y un poco ridculo, en una taberna prxima a las canteras blancas, en donde se escapaba uno, por fin, a la obsesin rosa y en donde se beba una cerveza rubia de Prtland bastante aceptable. Poco a poco nuestras conversaciones se fueron apartando de la norma primera, hasta la noche en que Tartlet dio un grito y golpe la mesa con tal puetazo que nuestros vasos se volcaron. No pica, y ya s por qu! grit. Qu est usted diciendo? pregunt, porque yo me hallaba a muchos kilmetros de pensar en mi intil pesca. No pica porque usted ha utilizado un cebo rosa. Por qu la rana no muerde en un trozo de tela verde y, por el contrario, se arroja vidamente sobre un pedazo de lana roja? Por qu el toro desprecia un capote azul y se lanza furioso contra uno colorado? Por qu el tucn naranja persigue con rabia a los pjaros grises y deja en paz a las aves de plumajes abigarrados de arlequn? Maana ser yo quien vaya a pescar y prender un trozo de tela negra al anzuelo. Ah!.. Le obligar a salir de su terrible paz despus de todo lo que l me ha hecho sufrir con su suciedad rosa. Tartamudeaba de ira y la baba se le escapaba de los labios. Ante este extrao furor no me atrev a preguntarle quin era ese l misterioso al que acusaba de su sufrimiento. *** Al amanecer, cuando atravesaba la duna, vi a Tartlet avanzar hasta el borde de la cantera rosa y preparar su plomada. Apenas haba luz, pero su figura se destacaba claramente sobre el horizonte, ay!, rosa hasta la saciedad. Fue una suerte que yo no estuviese a su lado; si no, su espantoso destino hubiera sido tambin el mo. Con mano segura arroj la cuerda. Vi un ancho trozo de tela negra voltear en el aire y desaparecer en las profundidades. A continuacin Estoy casi seguro de que el suelo tembl, porque me vi arrojado de cara contra la tierra. Cuando alc los ojos, vi la oscura forma de Tartlet destacndose, con los brazos levantados en un ademn de horror, sobre el cielo matinal. Pero algo haba cambiado en el aspecto lejano de la cantera. *** Un cono gigantesco, de un rosa deslumbrador, se elevaba de su centro, forma maciza que hubirase podido tomar por un volcn surgido bruscamente en la inmensidad. Mas esta forma estaba animada de una vida monstruosa; muy vagamente, es cierto, cre distinguir en ella abominables apariencias humanas, y aquello creci y subi hasta el cielo. Luego asist a una escena de inenarrable terror. Tartlet haba comenzado a crecer igualmente. Se haca gigantesco. Su cabeza golpe una nube y se hundi en ella; pero, aparte de este crecimiento infernal, su cuerpo se haca brumoso, vaporoso, para no ser, al poco rato, ms que una sombra desmesurada. *** Un inmenso fulgor desgarr el cielo; una espantosa explosin conmovi la tierra y yo viaj como un ave por encima de las dunas, que se desfondaban, a lo largo de un mar que invada la arena con sus olas rugientes. *** Hay que creer que la Sabidura Infinita quiso conservar la vida al nico testigo de esta catstrofe. Un tornado colosal arras el pas, destruy Salisbury y Winchester, alcanz Londres despus de haber llevado la desolacin a la regin de los Downs. Una monstruosa tempestad atrap en pleno canal de la Mancha a cargos de dos mil toneladas y los llev a la playa, lejos del mar.
Mientras que millares de seres perdieron la vida en el cataclismo, yo sal de l sin el ms ligero rasguo. Sin embargo, tuve buen cuidado de no hablar nada de mi aventura, porque el manicomio de Bedlam acoge demasiado benvolamente a los parlanchines sin juicio. Dos aos ms tarde, vuelto a mi puesto del May Bug, estaba de paso en Altona cuando una colisin con un vapor sueco envi a nuestro pobre schooner a dique seco por espacio de tres semanas. Mientras que mis compaeros se dirigan a Inglaterra, yo me qued en Altona como guarda del barco. Yo no soy un pilar de taberna, y prefiero a las tascas, que no dudo son muy acogedoras, las salas de conferencias populares donde hombres de gran inteligencia y cultura hacen uso de la palabra. Pronto tuve amistad con un profesor, bastante gordo, barbudo y melenudo, de cara terrible, pero que era el hombre ms encantador del mundo. Herr doctor Graupilz haba estado durante veinte aos en el observatorio de Treptow y, tras su retirada, continuaba compartiendo su ciencia con los humildes de Altona, su ciudad natal. Entre dos vasos, le cont mi aventura y, con asombro de mi parte, su rostro permaneci serio. Recuerdo dijo con voz alterada que hace dos aos, s, era en la poca del gran cataclismo de que usted acaba de hablarme, una gran nube csmica se hizo visible en el campo de la constelacin de Sagitario. La fotografiamos en varias posiciones y comprobamos, no sin rernos un poco, que tena una forma vagamente humana. En ese momento, Hopps, de Mount Wilson, observaba una nova aparecida en el campo de esta misma constelacin, y observ que la hube se diriga hacia ella con inaudita velocidad. Nuestros aparatos no nos permitieron seguirla ms lejos; pero Hopps estim que una nueva galaxia naca en esta regin desolada del espacio celeste. El doctor Graupilz haba hablado ms para s mismo que para m, y yo no comprenda palabra de sus sabias frases. Sin embargo, se dign ponerse a mi nivel, explicando: Suponiendo que un hombre se desintegre, no en tomos ni en electrones, sino en energa pura, de la que tal vez estn compuestas ciertas nubes csmicas, tomara casi forma de universo en el espacio. Tal vez fuera as como actuara la Inteligencia Suprema con los Grandes Rebeldes de Su primera creacin Pero el espritu, el alma, si usted quiere, habra participado en esta monstruosa transformacin? No lo creo. As, pues, Tartlet murmur. Tal vez haya servido al nacimiento de un universo. Dentro de uno o de diez millones de aos, cien quiz, porque el tiempo es un factor mnimo en la vida del cielo, Tartlet habr formado una galaxia con globos habitados, uno o varios soles, satlites, sistemas planetarios, y su espritu estar sobre ella, asignndole sus leyes, buenas o malas, segn su inteligencia. Dios! exclam. TartletDios replic el sabio sonriendo. Y por qu no puede ser as? Pero el cono rosa balbuc. Se encogi de hombros. No me pregunte tanto, querido muchacho. Llame a eso, si quiere, la catlisis rosa. Por mi parte, siempre he credo reconocer en este misterio, que los sabios llaman as, cierta inteligencia fra y ordenada. Esa suciedad rosa! exclam, fuera de toda argumentacin y comprensin. Cmo? pregunt el profesor Graupilz. Ahora recuerdo que el anlisis espectral de la famosa nube csmica revel ese color; pero eso no prueba nada, mucho menos que nada. Y con esto, amigo mo, cerremos el parntesis, porque este es uno entre los innumerables errores e hiptesis de que se compone la ciencia de los hombres
E s tofa do ir la nd s
El men estaba escrito con tiza sobre una pizarra escolar; sta formaba, con un farol de llamas azules y un letrero de chapa recortada borroneado por las lluvias, un barroco colgante de miseria, en la esquina de la Night Ravenstreet. Slo el nombre de la calle era agradable. Night Ravenstreet: la calle del Cuervo de la Noche. Y, abovedndola, el cielo cargado de lluvia y holln de Limerick. Dave Lumley subi algunos escalones, que desembocaban en una hall poligonal como una tela de araa. Esta imagen lo obsesion por algunos instantes. Pero como senta la culata de su Webley en el bolsillo, contra su cadera derecha, alz los hombros y se introdujo en una fisura sombra de la tela que result ser un corredor donde humeaba una lmpara. El clido olor del guiso lo acogi como un amable anfitrin, que guiaba su persona empapada por la lluvia de octubre. En verdad murmur, comera cualquier cosa. Fue entonces que los reflejos de su espritu analizaron la singular atmsfera del lugar, las luces, los ruidos, los olores. La lmpara no era ms que un crculo de claridad, un rayo nico evadido de un teln negro. Una mirada de gato tuerta se sonri Dave burlonamente. Pero hacia el fondo del corredor, como un alba roja en un tnel, distingui vagos resplandores de hornos. Los ruidos eran simpticos y excelentes: chisporroteos de grasa caliente, estribillos de hervidor, carnes regadas con salsa que sonaban como cohetes, el claro choque de las cacerolas y la vajilla, un glu-glu de botellas que pareca parodiar una serie de besos golosos cayendo en cascada. Toda su simpata de hombre hambriento habra ido hacia los olores de las clidas carnes y las salsas condimentadas, si un efluvio extrao, dulce y terrible no hubiese venido a flotar a su alrededor. Conozco esto murmur. Y, de repente, una cruel fantasmagora se desarroll como un film silencioso en su memoria: volvi a ver las enlodadas trincheras donde sangraban innumerables cadveres de Tommie y Feldgrauen. Esto huele a muerte dijo, a sangre Puaj! Afuera, una cruel rfaga sacudi los colgantes de hierro; restall un lejano disparo, seguido por el agudo barreno de un grito de sufrimiento. Y, de pronto, otro grito subi en fnebre alarido por los respiradores rojos. Pero una puerta acababa de abrirse de par en par en el muro, la luz desbordando en catarata, y un mozo emprendi, con gran cantidad de golpes de tringulo, de campanillas y xilfono, el estribillo del da. En ningn lugar deca el vecino de mesa de Dave Lumley, en ningn lugar tendra usted tanta carne por diez peniques. Sin embargo, frente a esas rodajas blongas de carne asada, rosadas y blandas, Dave haba perdido el apetito; la salsa marrn, en la que flotaban finos pedazos de cebolla quemada, se coagulaba en el plato. Ah! murmur el vecino, carne de ternera a la cebolla Delicioso! Cree usted realmente que esto es carne de ternera? pregunt tmidamente Lumley. Y si fuese de ballena, de chacal, o de oso blanco, qu importara? contest el otro agresivamente. Por sus diez peniques, qu querra su seora? Esturin asado, o un cerdito recin nacido, bien tierno, con salsa picante? Dave Lumley advirti entonces la formidable glotonera de todas aquellas personas que se atareaban alrededor de las mesitas de hierro. Tragadas vorazmente, rociadas con turbia cerveza, se sucedan las porciones rosadas, pegajosas de salsa marrn, y esta atmsfera pesada, presa de masticaciones ruidosas, hipos de beatitud, degluciones veloces, como en un soplo de las pirmides humeantes de estofado irlands. Luego, en gozo y estupor feliz, estas tres palabras pasaban en un leitmotiv de gratitud: Diez peniques solamente Solamente diez peniques! En medio de estas personas, cuyas entraas haban sido rodas por un hambre sempiterno y hereditario, se contoneaba un tipo singular, de levita y cubierto por un sombrero de papel rosa. Un loco? pregunt Dave Lumley. Su vecino le arroj una mirada plena de indignacin. Qu dice usted? Scotty Bell, un loco? Un excntrico, sin duda, pero con toda seguridad un filntropo. Es l quien nos sirve porciones a diez peniques. Hip, hip, hurra por Scotty Bell! Hip, hip, hurra! repiti la sala. Violetas, seor? Una pequea mano muy blanca tenda a Dave unas grotescas violetas de papel aceitado, humedecidas por algunas gotas de horrible perfume sinttico, y por encima de ese ramo de miseria, Lumley vio la doble violeta de dos ojos tristes. Lumley, a pesar de su pobreza, no haba perdido su galantera de antiguo teniente de los Rochester Guardians. Prefiero el color de sus ojos al de sus flores, seorita dijo, tendindole un cheln. Una sonrisa desconsolada, aunque encantadora, lo recompens. Puedo ofrecerle algo? propuso el anciano oficial. Y su mano seal un nuevo plato humeante que un mozo sombro, con cabeza de viejo clown, acababa de depositar frente a su vecino. La florista lanz una extraa mirada sobre las rodajas jugosas. No, eso no murmur. Podra ser cerveza por favor? Dave pos tiernamente su mano sobre la miserable manita blanca y sinti que temblaba violentamente; sigui la mirada violeta y vio, no sin disgusto, que estaba clavada en la de Scotty Bell. Scotty Bell no tena nada de escocs duro y seco, tallado en los peones de la montaa. Era pequeo y grasoso; sus abominables ojos de lechuza, con pupila rasgada a lo largo, redondos e inmviles, reflejaban en verde la luz de las lmparas. Quisiera partir, seor murmur la florista; pero quisiera partir con usted.
Cmo haba sucedido? Dave Lumley nunca lo supo. Guardaba el vago recuerdo de su partida, de un corredor oscuro, de la presencia estremecida de la joven a su lado, luego el dolor repentino y sordo de un golpe en la nuca, una lucha furiosa y una cada interminable en las tinieblas. Pero lo que quedaba y quedara siempre en su memoria, era un grito de mujer, un grito de espanto, de dolor, seguido de un gorgoteo atroz. Ahora, despierto, vea a su alrededor los uniformes color marrn claro de la polica montada de Irlanda. Se escap de una buena, teniente dijo cerca suyo una voz amable. Y no le falt mucho. Dave Lumley reconoci, en el sargento de la polica, a su anciano ordenanza Big Jones. A dos pasos de l, la cabeza deformada del mozo sombro, con cara de viejo clown, ensangrentada en el suelo. No, no le falt mucho, felizmente repiti el polica. Entonces Lumley sinti que se estrechaba convulsivamente la culata de su revlver. No, no mire all! continu Big Jones. Basta de horrores por hoy! Pero Dave tuvo tiempo de entrever el cadver de la pequea florista, la garganta bien abierta Y, ms lejos, en el resplandor rojo de una lmpara, vea a los policas depositando cosas horribles sobre una tabla de carnicero: manos, piernas, flcidos senos de mujer, y una cabeza humana gesticulando horriblemente Una multitud muda y horrorizada colmaba la Night Ravenstreet. Lumley vio que llevaban a Scotty Bell slidamente encadenado, un girn de papel rosa adherido an al crneo. Un cliente para Jack Ketch! grit una voz en la sombra. Daba a comer carne humana a sus clientes dijeron otras voces. El ex oficial reconoci a su lado, con la cabeza tristemente inclinada sobre el pecho, a su vecino de mesa de haca un momento. Nunca tendremos tanto de comer por diez peniques murmuraba en un doloroso tono de desesperacin.