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Un camino espiritual: Iniciación al budismo tibetano
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Un camino espiritual: Iniciación al budismo tibetano
Libro electrónico227 páginas3 horas

Un camino espiritual: Iniciación al budismo tibetano

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El lama Wangchen es una de las figuras más conocidas y carismáticas del budismo tibetano en el mundo de habla hispana. Con su inimitable estilo sencillo, directo, repleto de humor y consejos prácticos, el lama nos brinda en este libro un verdadero camino espiritual para que –budistas o no budistas– podamos llevar la esencia de las enseñanzas de Buda a nuestra vida cotidiana. 
Lejos de las versiones excesivamente supramundanas del budismo, el lama nos presenta un Dharma cercano, asequible, cálido, en el mejor espíritu ético de la tradición tibetana. Especial énfasis se otorga a las acciones saludables –como el amor, la compasión o la no-violencia–, beneficiosas para uno mismo y los demás. Sin olvidar aspectos –no siempre abordados en tratados académicos– como la «toma de refugio», el significado de los mantras o la simbología de la «Rueda de la Vida».
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 nov 2024
ISBN9788411213318
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    Un camino espiritual - Lama Thubten Wangchen

    1.

    La vida de Buda

    Buda nació como el príncipe Siddhartha en un pequeño reino que no pertenecía ni a Nepal ni a la India. Nació en Lumbini, cerca de Kapilavastu, actualmente Nepal, hace 2.623 años. Por entonces Lumbini era una gran ciudad, con un rey. Ahora, prácticamente solo quedan ruinas y vive muy poca gente.

    La madre de Siddhartha se llamaba Maya Devi. En sánscrito, maya significa «ilusión» y devi, «diosa». Su padre, el rey, se llamaba Suddhodana. Ellos deseaban tener un hijo, pero no lo conseguían. La leyenda cuenta que un día Maya Devi tuvo un sueño extraordinario. Soñó con un elefante blanco con seis colmillos. El elefante descendía del espacio y a medida que se acercaba a Maya iba desapareciendo. Maya Devi sintió un gran gozo y se durmió profundamente. Esta señal se consolidó en la concepción de un bebé.

    En esa época, la costumbre era tener el hijo en la casa familiar de la madre. Maya decidió ir a casa de sus abuelos. En el camino, sintió que estaba a punto de dar a luz. Buscó un lugar cómodo y se apoyó en un árbol para reposar. En ese momento, mientras descansaba bajo el árbol, nació un niño que recibió el nombre de Siddhartha Gautama. Fue un parto sin dolor y el niño no lloró. La leyenda dice que el parto no se produjo a través de los órganos genitales de Maya, sino por un costado. Actualmente cuesta creerlo, pero eso es secundario, lo importante es que nació el futuro Buda. Nada más nacer, el niño dio siete pasos en varias direcciones y en cada lugar donde pisó creció una flor de loto. La flor del loto representa la pureza. Hay una estatua que muestra al niño Buda con un brazo levantado señalando hacia arriba. Este gesto indica que Buda surgió del espacio para enseñarnos y servir al mundo, para conseguir paz, armonía y desarrollo espiritual.

    En esa época, en el Tíbet y en la India había muchos astrólogos, gente sabia y experta que, únicamente mirando la cara y las líneas de las manos, podían explicar la vida de una persona y su carácter. Sabían si se trataba de una persona buena, honesta, compasiva, agresiva, impaciente, etcétera. Por el día y hora de nacimiento también podían predecir su vida futura. Actualmente esta tradición, aunque algo olvidada, continúa vigente tanto en el Tíbet como en la India.

    Maya Devi y Suddhodana acudieron a los astrólogos, quienes predijeron que su hijo sería muy poderoso y les aconsejaron que lo cuidaran con atención. Los padres se alegraron muchísimo ya que pensaron que sería un futuro rey con gran poder. No se interesaron, por tanto, en darle una educación espiritual, querían que tuviera intereses mundanos y le involucraron en actividades corrientes para que en el futuro tuviera más poder. No obstante, a medida que crecía, el príncipe Siddhartha fue interesándose más y más por el mundo espiritual. Se aislaba y no quería jugar con los demás niños, ni bailar, ni escuchar música, a pesar de que sus padres le insistían. Estos comenzaron a intuir que su hijo realmente no estaba interesado en ser el futuro rey. Se preocuparon. Los reyes encargaron a los ministros y al personal del palacio que no lo dejaran nunca solo, ya que temían que pudiera escaparse con objeto de indagar sobre otra forma vida.

    Cuando tenía dieciséis años, decidieron casar al príncipe para que tuviera un hijo y dejara de pensar tanto en la vida espiritual. El príncipe aceptó casarse y sus padres encontraron a la mujer idónea, Yasodhara, a pesar de que esta tenía ya muchos pretendientes (entre los que se encontraba su primo Devadatta, gran cazador y hombre de carácter difícil). Un día, Siddhartha vio cómo unos campesinos maltrataban a sus animales para que realizaran su trabajo. No lo entendió. ¿Por qué pegaban a los animales por hacer su labor? También observó cómo los pájaros comían gusanos. Otro día, mientras contemplaba una bandada de cisnes volando en el cielo, vio que uno era alcanzado por una flecha y cayó muy cerca de él. El príncipe lo recogió, le quitó la flecha e intentó curarlo. Entonces apareció su primo Devadatta y le preguntó si había visto el cisne. Siddhartha lo negó, lo había escondido. Aun así, Devadatta lo encontró. Ambos discutieron sobre quién tenía derecho a quedarse con el cisne. Fueron a palacio para que los reyes decidieran. Mientras discutían, apareció un anciano que dijo que la vida tenía mucho valor y que todos los seres deseaban vivir y ninguno deseaba morir. Por lo que –dictaminó– quien había salvado la vida del cisne debía quedárselo.

    Todas estas experiencias conmovieron enormemente al príncipe Siddhartha.

    Para decidir quién iba a casarse con Yasodhara, los reyes organizaron tres pruebas.

    La primera fue tiro al arco. El príncipe Siddhartha, que nunca antes había disparado con arco, acertó en el blanco. Todos los demás fallaron su tiro.

    La segunda prueba consistía en intentar cortar un árbol con una espada. El único que lo logró fue el príncipe Siddhartha.

    En la tercera prueba había que montar un caballo salvaje. Nadie lo logró, excepto el príncipe Siddhartha que se acercó cariñosamente al caballo y consiguió subirse y cabalgarlo.

    Finalmente, pues, fue el príncipe Siddhartha quien se casó con Yasodhara, con la que tuvo un hijo, Rahula. En palacio bailaban, comían y realizaban actividades mundanas donde no cabía el sufrimiento. Pero el príncipe sentía que tenía que conocer la vida del pueblo, la vida que había más allá de las puertas de palacio. Quería saber cómo vivían los demás.

    Un día salió de palacio con su carruaje y vio a un anciano en el camino que andaba lentamente, con mucha dificultad. Nunca había visto a nadie caminar con un bastón. Siddhartha le preguntó al cochero por qué el hombre caminaba tan despacio y el cochero le respondió que porque era un anciano. Había gastado prácticamente toda su energía durante su vida trabajando y las piernas ya no le respondían como antes. Fue una lección para Siddhartha. Más adelante se encontró con un grupo de gente que se lamentaba. Y le volvió a preguntar al cochero por qué se lamentaban. El cochero le dijo que lo hacían porque estaban enfermos y sufrían. Siddhartha no conocía lo que era la enfermedad, ni había visto a nadie lamentarse. Más adelante se encontró con una madre que lloraba desconsoladamente y le volvió a preguntar al cochero por qué lloraba la mujer. El cochero le respondió que la mujer estaba dando a luz y tenía mucho dolor. Después se encontró con unos hombres que llevaban un bulto envuelto en unas sábanas. El príncipe le preguntó al cochero qué llevaban envuelto y el cochero le dijo que era un cadáver. Siddhartha preguntó qué era un cadáver, y el cochero le contestó que era una persona muerta. Siddhartha tampoco conocía lo que era la muerte. No sabía que la gente moría, que nadie vivía para siempre y que un día él también moriría.

    Entonces Siddhartha decidió que si él también iba a enfermar, envejecer y morir, debía antes buscar la Verdad: cuál era el origen del sufrimiento y cómo podía cesarlo. Cuando regresó a palacio, le comunicó a su padre que había decidido que su camino era la búsqueda de la Verdad en beneficio de todos los seres y le pidió permiso para alejarse. Al rey no le gustó la idea. De modo que una noche, cuando todos en palacio dormían después de una fiesta en la que habían bebido mucho, el príncipe Siddhartha decidió partir. Pensó que era muy egoísta por su parte no despedirse de su mujer y de su hijo, por lo que volvió y quiso abrazar a su hijo, pero su mujer lo estaba abrazando con fuerza… El príncipe despertó a su cochero y le pidió que preparase el carruaje porque debían irse. Finalmente escaparon sin decir nada a nadie. Viajaron durante toda la noche hasta Namo Buda, donde encontraron un bosque y el príncipe decidió quedarse allí para meditar sobre el origen del sufrimiento y cómo pacificar los conflictos. Dio su ropa al cochero y le pidió la suya a cambio. Después le ordenó regresar al palacio y decirle al rey que no volvería, puesto que su deseo era encontrar la Verdad.

    El príncipe tenía veintinueve años. En su búsqueda, fue cambiando de lugares hasta que un día llegó a Bodhgaya. Allí meditó profundamente durante seis años, bajo un gran árbol. Meditó sobre la naturaleza de los fenómenos, sobre el origen del mundo… Prácticamente no comía. Se alimentaba lo justo para mantenerse vivo hasta experimentar el Despertar. Un día, Sujata, una campesina, decidió ofrecer la leche de su vaca al príncipe. Al principio, él rehusó el ofrecimiento, pero, viendo que su motivación era buena, la aceptó. Sujata deseaba alimentarle para que en un futuro pudiera beneficiar a todos los seres. Buda cogió fuerzas y decidió cambiar de árbol para seguir meditando más profundamente, hasta dar con el árbol de Bodhi. Bajo el majestuoso árbol, una noche de luna llena, experimentó el Despertar. Ese día actualmente se conoce como Vesak (o Sakadawa para los budistas tibetanos). Buda nació, despertó y murió el mismo día de años diferentes, el día de la luna llena del cuarto mes del calendario lunar.

    Lo que se despierta no es el cuerpo, sino la consciencia, el corazón, la mente. La mente se vuelve pura, sin oscurecimientos, sin negatividad. Con el Despertar se desarrolla una compasión y un amor infinito hacia todo el mundo, una mente sabia. La mente de Buda.

    Por lo general, cuando morimos, lo hacemos con mucho temor, dolor y angustia. Pero Buda murió con absoluta dignidad, mucha paz y calma mental. Su muerte fue otra enseñanza. Buda dijo que, ya que tarde o temprano todos moriremos, es nuestro deber desarrollar una vida digna para que, cuando llegue el momento de la muerte, lo hagamos dignamente, sin tristeza ni temor ni angustia. Antiguamente, algunos grandes practicantes budistas morían con una sonrisa en su rostro. Ellos sabían que el espíritu nunca muere, y que se iban a reencarnar en un nuevo ser. Algo así como abandonar nuestro viejo y destartalado piso porque alguien nos ofrece mudarnos al suyo, mucho más agradable y confortable. Nosotros no nos disgustaremos, al contrario, se lo agradeceremos. La muerte solo es un cambio en nuestra existencia. Después vendrá una nueva vida, aunque no en el mismo cuerpo ni en la misma familia.

    Dediquemos ahora los méritos acumulados durante esta lectura para que el mundo sea mejor, haya más felicidad y paz y que todos gocemos de más salud y menos sufrimiento, incluso los animales, y desear a los grandes maestros una larga vida.

    2.

    Impermanencia y propósito de la vida humana

    Hemos hablado sobre la vida de Buda, el príncipe Siddhartha, y cómo llegó a despertar. No le fue fácil: abandonó su palacio y los placeres mundanos para practicar durante seis años sin comodidades, sin aire acondicionado, sin calefacción y con poca comida. Para nosotros la práctica del Dharma es muy fácil y cómoda.

    Muchos santos y yoguis dicen que para la práctica espiritual tienes que enfrentarte a situaciones difíciles y renunciar a los placeres mundanos. También debemos tener mucha paciencia y sobre todo una motivación interior. Si uno mismo no siente desde su corazón que debe seguir el camino espiritual (no importa si se trata de budismo, catolicismo o hinduismo), no obtendrá beneficio.

    En el fondo, todas las religiones tienen la misma esencia, no hay mucha diferencia ni contradicciones entre ellas. Si piensas que una religión es mejor que otra, entonces crearás barreras y divisiones. Esto es peligroso porque fomenta que las personas se sientan superiores a los demás y se vuelvan fanáticas, sectarias, gente que no respeta, tolera, ni valora otras creencias.

    El príncipe Siddhartha quería mostrar el camino espiritual a todos los seres. Quería llegar al estado Despierto, al estado de Buda, para que tuviéramos más conocimiento, abriésemos nuestros corazones y mentes y tuviéramos más sabiduría, más inteligencia y menos ignorancia. Su principal motivo era buscar el camino de la verdad para que nadie sufriera. Quería que todos viviéramos felices y en paz, sin dolor ni enfermedad. Pero la pregunta es: ¿por qué hay tanto sufrimiento? Ningún dios, ni tampoco Buda, pueden cambiar el mundo. La naturaleza del mundo en el que vivimos es la impermanencia y todo lo que hay en él es transitorio. Jesucristo también nos habló sobre la impermanencia. Enseñó que nada dura para siempre, que todas las cosas se transforman y que todos morimos. Él fue crucificado y murió. Antes de él, también Buda murió. En realidad no tenía por qué morir, pero lo hizo para enseñarnos que nada dura para siempre, que la naturaleza de todos los fenómenos es la impermanencia y que todas las cosas son efímeras y tarde o temprano desaparecen. No hay ningún ejemplo de que exista algo que dure in aeternum. Esto quiere decir que a cada momento todo está cambiando, aunque no se note. Hay cosas que cambian de forma repentina y radical, otras cambian de manera sutil. Es la impermanencia sutil. Parece que seamos los mismos que esta mañana despertaron en su cama, pero no es así, estamos cambiando segundo a segundo. Mucha gente celebra su cumpleaños con la familia y amigos, pero en realidad celebran que están un año más cerca de la muerte. Por un lado, es motivo de alegría porque es una suerte haber podido vivir un año más, pero por otro lado cada año que pasa somos un año más viejos. Nadie quiere hacerse mayor, todo el mundo quiere ser joven, pero eso es imposible. Así que la naturaleza de todos los fenómenos es el cambio.

    Antes de nacer, no existíamos, y gracias a nuestros padres pudimos nacer. Estuvimos nueve meses en el vientre materno y tuvimos que salir, no había otra opción. Lo primero que hacemos al nacer es llorar. Lloramos porque nos quejamos de la vida. Según la historia, solo Buda y Jesucristo nacieron sin llorar, pero el resto, todos nosotros, hemos llorado. Después, a medida que vamos creciendo, aprendemos a sonreír, a reconocer a los familiares, los amigos y las demás personas, aprendemos a andar, a hablar, etcétera. Todo esto es un proceso lento, muy sutil, no sucede de golpe. Nadie nace hoy y al día siguiente empieza a andar y al cabo de un mes está trabajando en una oficina. Todo es un proceso en el que debemos proceder paso a paso. Esto es la impermanencia sutil. Otra clase de impermanencia es la impermanencia burda. Por ejemplo, en una guerra, en un terremoto o un accidente, la destrucción se produce de golpe. Una casa deja de existir en unos minutos y queda convertida en polvo.

    Cuando la gente es joven, puede ser muy amable y pacífica, pero a medida que se hace mayor va cambiando. La misma persona que antes sonreía después de unos años tiene mala cara, parece siempre enfadada y tiene mal genio. Quizás durante esos años le han ocurrido muchas cosas, ha tenido problemas de salud o familiares. Puede que haya pasado por malas experiencias con una amistad y eso ha afectado su carácter. Antes reía y era amable y ahora parece iracunda, preocupada y furiosa. Las cosas buenas cambian y se convierten en malas, pero las malas también pueden cambiar a buenas. Los niños crecen, van a la escuela, a la universidad, trabajan, se casan, se convierten en padres y madres e incluso llegan a ser abuelos, si no mueren antes. Todo el mundo tiene el mismo potencial, pero la vida de cada uno es muy diferente. Hay gente rica, gente pobre, gente afortunada, gente desafortunada… Un rico puede convertirse en pobre y un pobre puede convertirse en rico. Hay ejemplos de pobres que se convierten en magnates, como el de un hombre indio que empezó vendiendo cosas en la calle y ahora es dueño de varios hoteles de cinco estrellas y de una granja de vacas y búfalas. A pesar de ello, sigue ordeñando a las búfalas y las vacas. Uno se pregunta: ¿por qué siendo tan rico no contrata a otras personas y así estas pueden ganarse la vida? Para él, ordeñar vacas es su pasatiempo. Igual que un pobre puede convertirse en rico y un rico puede convertirse en pobre, una persona sana puede enfermar y un enfermo puede curarse. Todo esto es impermanencia. También exteriormente todo está cambiando. El clima está cambiando, los glaciares están retrocediendo y muchos acabarán desapareciendo. La Madre Tierra también está cambiando. Hay más inundaciones, más terremotos, más incendios, más tsunamis, cambios políticos… Pero debemos tener ánimo y comunicarnos con los demás, sin tener miedo de las otras personas. Debemos ser valientes. ¿Por qué tener miedo? No debemos tener miedo, somos humanos y como tal tenemos mucho potencial. La vida humana tiene mucho valor, tiene un propósito, un significado.

    Hay muchos tipos de renacimiento y hemos renacido como humanos, no como animales. En las ciudades también hay animales, sobre todo perros y gatos, y también hay cucarachas y ratas. En el campo hay muchos ratones, hormigas, pájaros… A veces, los humanos encierran en jaulas a los animales y estos sufren. Al igual que los humanos, los animales quieren estar en libertad, no desean estar encerrados en ninguna cárcel, aunque les demos comida y cobijo. Pero los animales no saben hablar y decir que quieren ser libres. Tenemos suerte de ser humanos. Hay que meditar sobre este tema. Normalmente no pensamos en ello y vivimos de manera rutinaria. Nunca pensamos que tenemos suerte de

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