Mi ángel: Old-Quarter (ES), #1
Por Dama Beltrán
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Thomas Sanders y Virginia Wallace quedaron unidos en el pasado por una apuesta, pero cada uno siguió su camino imaginando que lo sucedido no alteraría sus vidas.
Sin embargo, cinco años después se reencuentran en un remoto pueblo cerca de Texas. Durante este tiempo, Thomas ha intentado rehacerse de las secuelas que le produjo su ruptura matrimonial que lo llevó a la destrucción. Virginia, por su parte, observa cómo su mundo laboral se trunca y es apartada, sin poder remediarlo, a un lugar cuya existencia desconoce y donde se reencontrará con el hombre que la dejó marcada para siempre.
Con el paso de los días, las vivencias entre ellos se hacen más intensas, fuertes e íntimas. Todo el mundo cree que están hechos el uno para el otro salvo Virginia…
¿Podemos culpar al destino de todo lo que nos sucede en la vida o somos nosotros quienes actuamos inconscientemente hacia ese futuro que buscamos?
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Mi ángel - Dama Beltrán
Prólogo
Ogallah (Nebraska), 20 de junio del 2014
Tal como llevaba haciendo Sanders desde varios meses atrás, terminó sentado frente a la barra de un bar bebiendo su cuarto o quinto whisky...
Apartó la mirada del espejo, porque odiaba observar su desastroso reflejo, y la clavó en el vaso. Se bebió el licor de un trago y deslizó la copa hacia la derecha para que se lo llenaran de nuevo. De repente, justo cuando iba a pedirle a la camarera que empezara otra botella para él, la puerta principal del bar se abrió.
Thomas seguía con los ojos clavados en el vaso vacío, calculando cuánto tiempo tardaría en beber el próximo que le sirvieran, cuando el ruido que provocaron quienes entraron captó su atención. Despacio, alzó la cabeza hasta que sus ojos negros se reflejaron en ese espejo que le mostraba la puñetera realidad. Apartó la mirada de su propia imagen y la centró en el pequeño grupo de muchachas que interrumpieron su penoso momento. Cuatro chicas se reían por algún motivo que a él no le importaba. Frunció el ceño, enfadado por el escándalo que producían. Imaginó que aquel bar sería tranquilo y que podría seguir ahogando sus penas sin interrupciones. Pero se equivocó, como casi todo lo que había hecho en el pasado. Su mirada regresó al vaso. Intentó retomar el pensamiento que comenzó antes de que ellas llegaran, aunque sus risas le impidieron hacer algo tan fácil. Apretó con fuerza el puño izquierdo al recordar que Amanda, la mujer que le destrozó la vida, solía reírse como ellas. Feliz, risueña, divertida... Una joven excepcional. «Excepcionalmente hija de puta», pensó Thomas apretando con más fuerza ese puño. Si no se equivocaba, mientras él se mataba poco a poco, ella seguiría sonriendo al confirmar que logró su propósito: destruirlo.
Tragó saliva y su nuez se movió de arriba abajo.
A pesar de todas las advertencias de quienes consideró amigos, no les hizo caso y eligió a Amanda como esposa. Su objetivo era formar una familia, el de ella, quedarse con todo lo que guardaba en el banco. Por suerte, su hermano estuvo atento y no le permitió destruir todo lo que había ganado.
Su hermano era inteligente. Él un gilipollas.
Centró de nuevo la mirada en la línea de botellas que había en la estantería. ¿Cuál sería la próxima en vaciar? Mientras se decidía por una, la camarera colocó a su lado un nuevo vaso con hielo y retiró el antiguo. Durante unos segundos, la empleada esperó a que rechazara la siguiente copa. Thomas no lo hizo porque la necesitaba.
Otro vaso... otra borrachera... otro intento de olvidar lo tonto que había sido al no darse cuenta que las palabras de amor de Amanda eran falsas.
―¡Hola! ¿Me sirves cuatro tequilas, por favor? ―dijo una de las jóvenes que entraron.
―Joder... ―masculló Thomas.
Tenía toda la barra libre y podía sentarse en cualquier lugar alejado de él. Pero no, aquella alborotadora había decidido colocarse a menos de un metro de la única persona que no deseaba tener a nadie a su alrededor.
Porque no quería a nadie.
Porque él quería seguir destruyéndose en soledad.
Sin apartar la vista de la bebida y oculto bajo el sombrero, Thomas quiso pasar desapercibido, pero no lo consiguió. ¿Quién sería capaz de no fijarse en la figura de un hombre que rondaba los dos metros, iba vestido con una camisa de cuadros color sangre y llevaba sobre la cabeza un enorme sombrero de cuero? Indudablemente, había elegido mal la ropa que debía ponerse ese día. Otro punto negativo que añadir a su absurda existencia.
Después de pedir, la joven se giró hacia él, le echó un vistazo, apoyó el codo derecho en la barra metálica y, sin dejar de mostrar la sonrisa más sensual que tenía en su repertorio, llamó la atención de quien no quería compañía.
―¿Bebes solo? ―le preguntó.
―Mejor solo que mal acompañado, ¿no crees? ―gruñó sin retirar la mirada de su vaso.
―No me considero mala compañía ―respondió la joven sin dejar de mirarlo―. Es más, creo que soy la persona que estabas esperando ―añadió sin borrar la sonrisa de sus labios.
¿Por qué no le pidieron que hiciera puénting? ¡No, claro que no! Eso habría sido demasiado fácil para ella. Por ese motivo, aquellas a quienes consideraba amigas, le propusieron un desafío que no podría superar. Y allí estaba, a cientos de kilómetros de su querida ciudad, intentando mantener una conversación con el tipo más desagradable del planeta, soportando su mal genio y sus fieras miradas. Pero tenía que conseguirlo... ¡Ella jamás perdía una apuesta!
―¿Eres una puta buscando su próximo cliente? ―soltó Thomas sin mirarla.
«Si con esto no corres, me sorprenderás», pensó al tiempo que sus labios se torcían para hacer algo parecido a una sonrisa.
―No. Soy una recién licenciada de Kansas que busca algo de diversión ―contestó desafiante.
―Ajá. ¿Y piensas que la mejor manera de lograrla es jodiendo a las personas que desean tranquilidad? ―Alzó con suavidad el ala del sombrero y dejó que ella descubriera lo que se escondía bajo este.
―No quiero fastidiarte, solo necesito que me invites a una copa ―contestó sin borrar la sonrisa.
Sin embargo, cuando aquel tipo mostró su rostro, Virginia se quedó congelada. Los ojos, sus ojeras, la espesa y descuidada barba... No era un cowboy que buscara tranquilidad, sino un hombre atormentado. A pesar de esa reflexión y de sentir tristeza por la situación que vivía, no cesó en su empeño. Lo principal era ganar la apuesta y demostrar a sus amigas que ningún desafío podría intimidarla.
Thomas la observó durante unos instantes en silencio. No debía tener más de veinticinco años y era una muchacha bastante atractiva. Los jeans se ajustaban perfectamente a las curvas de sus piernas, y la camiseta, anudada sobre su ombligo, mostraba un generoso pecho. ¿Qué diablos hacía allí? ¿Por qué se había acercado? Volvió la mirada a su vaso, alargó la mano izquierda, lo cogió y se lo bebió de un trago.
―¿Hasta dónde piensas llegar, pequeña? ―le preguntó sin mirarla. Cuando saboreó el licor, chasqueó la lengua y depositó ese nuevo vaso vacío sobre la barra.
―Quiero que me invites a una copa ―insistió ella.
―¿Una apuesta? ―preguntó mientras las yemas de sus dedos acariciaban el vaso de arriba abajo.
―Algo así... ―admitió.
―Bien, te propongo otra cosa. Si ganas, tu victoria será doble ―expresó, volviéndose hacia ella.
―¿Dos victorias en un solo día? Suena interesante ―contestó Virginia bastante inquieta.
―¿Quieres olvidar este día o pretendes recordarlo para siempre? ―insistió, mirándola a los ojos.
―Dime qué me propones, cowboy ―lo desafió.
―Follar ―soltó a bocajarro.
―¿Sin invitarme primero a una copa? ―protestó ella tras recomponerse de su asombro.
―Si lo hago, la única vencedora serás tú, porque lograrás el reto que ellas te han propuesto ―apuntó, señalando con la barbilla a sus amigas―. Pero si primero follamos, no solo obtendrás tu propósito, sino que yo conseguiré el mío.
―¿Que es...? ―aseveró Virginia enarcando las cejas.
―Darte el regalo que te mereces por obtener esa licenciatura ―le susurró Thomas tras inclinarse hacia ella.
¡Ya está! ¡La absurda conversación había finalizado! La muchacha no tardaría en darse la vuelta y huir de su lado. Podía leerlo en sus ojos y confirmarlo en la reacción instintiva de su cuerpo.
―¿Por qué estás tan seguro de que follar contigo sería un regalo para mí? ―espetó Virginia una vez que su pulso se volvió pausado.
―Porque has sido una chica lista y te has dirigido a la única persona que sabías que te follaría como nadie ―respondió, señalándole con la mirada al joven que permanecía sentado en una de las mesas.
―Ese no es mi tipo ―declaró encogiéndose de hombros.
―Ya veo... ―comentó posando las plantas de los pies en el suelo.
Una vez que se levantó, Virginia pudo confirmar su titánica complexión. Había supuesto, por las dimensiones de su espalda, que era corpulento, pero no creyó que le sacara algo más de dos cabezas. Para mirarlo a los ojos, tuvo que echar la cabeza hacia atrás. ¿Cómo había sido tan imbécil al elegir al hermano gemelo de Goliat?¹
―¿Qué? ―soltó Thomas al percibir su asombro―. ¿Has decidido salir huyendo hacia los brazos de tu otra alternativa?
La sonrisa que exhibió aquel bruto la dejó anonadada. ¿Se estaba volviendo loca al no correr sin mirar atrás? ¿Por qué le hervía la sangre? ¿Se trataba de emoción o de angustia?
―Que permanezca en silencio no quiere decir que me des miedo. ―Al observar que él enarcaba una ceja de manera burlona, añadió―: Estoy pensando la alternativa. Llevo mucho tiempo sin oírme gritar de...
―Mira, niñata ―le interrumpió y redujo la distancia que los separaba―. Estás tentando a la suerte.
―¿A esto denominas suerte? ―espetó, mirándolo sin parpadear.
―Tú eliges si la quieres o la dejas ―aseveró Thomas.
―Copa y polvo... ―susurró Virginia notando cómo se le secaba la garganta.
―No. Polvo y copa ―la corrigió susurrándole al oído. A continuación, le dio la espalda para zanjar de una vez la absurda conversación.
Virginia se quedó tan callada, que por unos momentos creyó que se había quedado muda. Con los labios apretados, cogió los chupitos y caminó hacia sus amigas. Estas, al verla regresar con cara de pocos amigos, comenzaron a burlarse.
―¡Debes asumir la derrota! ―exclamó una antes de beberse de un trago el amargo licor.
―Unas veces se gana... y otras se pierde ―comentó otra, dándole unas palmaditas en la espalda.
―Vete acostumbrando, Virgi ―intervino otra―. La vida te acaba de enseñar que no siempre puedes conseguir lo que te propones.
Después de eso, esa amiga se acercó el vasito a los labios y se lo tomó sin respirar. Mientras las escuchaba hablar sobre todo lo que jamás lograría en su profesión por ser mujer, Virginia fue incapaz de apartar la mirada de la espalda del tosco cowboy. Charlaba con la camarera y parecían llegar a un acuerdo. ¿Le proponía lo mismo que a ella? Enfadada, intentó centrarse en el nuevo tema de conversación que iniciaron, pero no oyó ni una sola palabra. Sus sentidos se habían clavado en aquel hombre que, para su desgracia, se había levantado y caminaba hacia la puerta trasera del bar.
―¿Qué? ―le preguntó una de ellas―. ¿Sigues pensando en cómo lograr esa copa? De verdad, Virginia, date por vencida. Las cosas no siempre... ¿Dónde vas?
―Yo no soy como vosotras ―declaró Virginia tras beberse el chupito―. Nunca me rindo ―añadió tras levantarse.
Estaba seguro de que la muchacha no acudiría a la parte trasera del bar, pero no le importaba. Todo lo que había hecho tenía un propósito: demostrarle que con un tipo como él no se jugaba. Apoyó la espalda en el muro, echó la cabeza hacia atrás, haciendo que el sombrero se levantara un poco más, y colocó la suela de su bota izquierda en la pared. Le daría unos minutos más. Luego, se marcharía y la olvidaría. No le resultaría difícil porque eso mismo hacía cada vez que se despertaba tras una borrachera. Su mente permanecía en blanco, aunque su bolsillo cada vez tenía menos peso. Estaba a punto de irse cuando comenzó a sonar una canción. Arrugó la frente e intentó no pensar en los recuerdos que le aportaban Tim McGraw con su I Need You². En un pasado, muy lejano ya para él, aquellas palabras de amor las habría gritado desde el pico más alto de una montaña. Sin embargo, ahora le parecían estúpidas y carentes de significado. ¿Amor? ¿Necesidad? ¿De quién o para quién? Lo acertado era vivir solo y protegerse del mundo. Las emociones, la felicidad y eso a lo que todos los cantantes alababan tras enamorarse, estaban sobrevalorados. La mejor opción era cantar a la soledad, a la maldad de la gente y a esos sufrimientos que aparecían tras ser pisoteado por la persona que supuestamente te amaba. Pero como era lógico, ningún cantautor iba a grabar un éxito haciendo alusión a la parte más penosa de la vida.
Con una sonrisa que mataría en el acto a un unicornio, Thomas bajó el pie y lo colocó en el suelo. Había pasado demasiado tiempo y quería marcharse a otro bar para seguir emborrachándose. Sin embargo, justo cuando se volvió hacia la salida, escuchó el leve sonido de unos pasos. Como si le hubieran pegado un latigazo en la espalda, se volvió y la encontró.
Había aparecido. Estaba allí. Lo buscaba...
―Hola, cowboy ―lo saludó.
―Has venido. ―Procuró que ella no notara en su timbre de voz el asombro que le causó su llegada. Pero mucho se temía que lo había descubierto. Respiró hondo, buscó el hombre brusco que le encantaba ser y añadió―: ¿Vienes buscando la copa o que te folle?
Virginia dibujó una sonrisa tan cálida que el borracho corazón de Thomas dejó de latir. Sin apartar la mirada, la observó acercarse con tranquilidad y seguridad. ¿Las chicas buenas no debían salir corriendo de los chicos malos? Entonces, ¿por qué no huía? ¿Por qué lo buscaba?
―Todavía estás a tiempo de arrepentirte ―le advirtió con voz estrangulada.
―Lo mismo te digo ―respondió ella.
Virginia se detuvo frente a él. Se puso de puntillas, acercó su boca a la de él y acarició sus labios con su aliento.
―¿Cómo te llamas? ―preguntó Thomas con un susurro ronco.
Llevaba mucho tiempo sin estar con una mujer...
Llevaba mucho tiempo sin querer que una se acercara...
―Nada de nombres, cowboy ―contestó tras posar sus manos sobre los anchos y musculosos hombros―. No hacen falta para lo que quiero.
―¿Qué quieres?
―Lo que me has prometido ―expresó con una voz tan sensual que el vello de Sanders se erizó.
―¿Estás segura? Tal vez te engañe y no termines con esa copa ―la avisó.
―Uy, el cowboy dice una cosa y hace otra... ―respondió divertida acercando sus caderas a las de él.
―Uno... dos... ―murmuró Thomas.
―Tres ―respondió Virginia antes de besarlo.
Thomas tardó unos segundos en reaccionar. Aquella mocosa lo había dejado tan sorprendido que su mente borró de un plumazo todo lo que había aprendido en años. Con los ojos abiertos, sin poder mover los labios, la observó unos instantes. ¿Qué debía hacer? ¿Tenía que aceptar lo que le ofrecía el destino o apartarla de un brusco empujón?
―Vaya, veo que no eres tan apasionado como pensaba. Tal vez debí elegir al otro ―comentó sarcástica al dar un par de pasos hacia atrás.
―Si quisiera, jamás olvidarías este día ―gruñó desesperado y enfadado, porque aquel contacto, pese a ser leve y rápido, le había producido la emoción más grande de su vida.
―Ya, eso se lo dirás a todas ―dijo Virginia al girarse.
―Te lo advertí ―comentó Thomas tras cogerle del brazo y tirar de ella hacia su cuerpo―. Bienvenida al mundo de nunca te olvidaré, cowboy ―añadió antes de besarla.
Sin separar su boca de ella, la cogió de la cintura, la giró y la hizo caminar hacia atrás hasta que se quedó pegada a la pared. El beso se fue haciendo cada vez más violento, como si quisiera asustarla para que saliera corriendo. Sería lo mejor para ella. Sería lo mejor para él. Pero ninguno de los dos huyó. Donde Thomas esperó un reproche, una negación o un quejido de arrepentimiento, obtuvo todo lo contrario.
―Huye, muchacha ―le susurró cuando sus labios comenzaron a rozar su cuello y su nariz respiraba el olor más divino del mundo―. Huye antes de que sea demasiado tarde...
No se apartó. La granuja, cuando sintió la mano acariciar su vientre y subir despacio hacia los senos, suspiró, ansiosa por sentir más caricias. Thomas notó cómo la respiración de ella se entrecortaba, debido al deseo. Apartó despacio su boca de la garganta, donde sus labios habían notado los latidos de su corazón, y la miró aturdido. Aquellas densas pestañas negras intentaban unirse por el peso del placer y sus mejillas, tiernas y suaves como las de una chiquilla inocente, empezaban a mostrar un color rojo intenso, como el de sus labios. Hipnotizado por su belleza, abrió la palma de esa mano que tocaba un pecho, abarcando toda su magnitud. El deseo de Sanders aumentó al descubrir que llevaba uno de esos sujetadores de encaje. Rodeó con su dedo índice y el pulgar el pequeño pezón para presionarlo entre ambos. Ese rudo acto hizo que ella terminara por cerrar los ojos, gimiese y alzara aún más sus caderas.
―¡Puta mierda! ―tronó antes de que su boca asaltara la de ella, devorándola, atrapándola, dominándola, saboreando cada delicioso rincón.
Cuando ambas lenguas se encontraron, el temblor de Sanders se disparó. ¿Qué diablos le estaba pasando? ¿Por qué estaba ella allí? ¿Por qué decidió entrar en aquel bar? ¿Había actuado el destino? Fuera lo que fuese, se encontraba en el paraíso.
―Pequeña... ―murmuró Thomas una vez que separó la boca.
―Cowboy... ―le respondió ella.
En el momento que Virginia observó aquel rostro, supo que estaba perdida. La apuesta desapareció de su mente, al igual que se esfumaron las burlas de sus amigas y los propósitos que la habían llevado hasta él. Aquel extraño, que la miraba como si fuera la primera mujer que había visto en su vida, la hizo sentirse especial. Decidida y abrumada por sus nuevos pensamientos, liberó sus manos, las bajó hasta el cinturón del cowboy, lo desabrochó y sonrió al ver que él echaba la cabeza hacia atrás, rindiéndose al momento, al ahora. Sin apartar la mirada de esos ojos negros que expresaban incredulidad, metió la mano derecha bajo la prenda y tocó aquello que buscaba...
Grande, fuerte, dura.
Al rozar con las uñas la tersa piel de su sexo, él se quedó quieto y apretó los labios, sellándolos para que no escuchara las palabras que deseaba decir. Muy despacio, Virginia lo observó con atención y sonrió maliciosa al ser consciente del poder que ejercía en aquel extraño. Nunca había notado una atracción tan fuerte hacia un hombre y viceversa. Todo en él la dejó anonada. Quizás ese fuera el motivo por el que lo eligió. O tal vez no... Observó sus ojos tan negros como el carbón o como una noche sin luna. Se centró en esa oscuridad intentando descifrar qué deseaban transmitirle, pues estaba segura que ellos expresarían todo lo que su boca no era capaz de decirle.
No encontró solo deseo sino también la necesidad de ser salvado. Pero, ¿de qué? ¿Por qué motivo llegaron a aquel lugar? ¿Quién lo eligió? Ella... Fue ella misma quien decidió parar en aquel bar. Lo hizo porque los latidos de su corazón se aceleraron al decir en voz alta el nombre de local. Había más opciones. Muchas más, pero ella eligió ese y se topó con un hombre que la dejaría marcada el resto de su vida.
¡Maldita decisión! ¡Maldito destino!
En el momento que Sanders sintió las manos de la desconocida acariciando su sexo, perdió toda fuerza de voluntad y empezó a respirar de manera entrecortada. ¿Podía parar el tiempo? ¿Podía frenarlo para que ella siguiera tocándolo sin mostrar repulsión? ¿Por qué lo deseaba? ¿Qué había de especial en ella? ¿Qué había de especial entre los dos? ¿Por qué diantres el destino le hizo parar en aquel puñetero bar si él pretendía continuar su trayecto? Apretó los labios. No quería romper ese momento tan idílico preguntándole por qué no la había conocido unos meses atrás, justo cuando se arrodilló sobre el suelo y lloró sin consuelo. Era mejor mantenerse en silencio y disfrutar con sus caricias.
Mil preguntas, cero respuestas, una chica y una situación que nunca soñó. Lo demás... ¿qué importaba? Condujo despacio sus manos hacia el rostro de la chica y lo atrapó con ternura. Aquella chiquilla desconocida le hacía sentir muy especial, casi único. Con mucho mimo, acercó sus labios a los de ella y los besó con tanta ternura, que estuvo a punto de llorar por la emoción.
―Cowboy... ―murmuró la joven.
―¿Qué? ―preguntó dudoso al creer que ella había cambiado su decisión.
―¡Hazme tuya!
Thomas la miró y se sorprendió al hallar en su rostro una increíble urgencia por tenerlo en su interior. Ni siquiera Amanda lo había necesitado tanto. Al contrario, cuanto menos la tocase, menos sufría. Pero allí estaba, confirmando que el destino se había apiadado de él y que le había puesto en su camino a la muchacha más hermosa del mundo. Por ese motivo, no lo dudó. Ni siquiera dejó pasar un segundo entre la petición que le hizo y su deseo de complacerla. Llevó los dedos al pantalón de la chica, le desabrochó el botón, se lo bajó hasta llegar a las rodillas, la giró y acercó su pelvis hacia él. Una vez que ya no hubo escapatoria para ninguno de los dos, sacó el condón que había comprado en el baño, se lo colocó y la embistió.
Era la primera vez que se volvía loco por estar dentro de una mujer.
Era la primera vez que necesitaba sentirse arropado por alguien.
Era la primera vez que su corazón latía con tanta fuerza que podría salir disparado de su pecho...
―¿Te va bien así, pequeña? ―le susurró al oído mientras salía y entraba de ella.
―Seguro que puedes hacerlo mejor... ―jadeó.
Sanders atrapó su largo cabello azabache con la mano derecha y tiró hacia atrás hasta ver los movimientos de su garganta. Con la otra mano, le agarró de la cintura y la pegó aún más a su pelvis. Si buscaba pasión, él la deseaba más. Con ganas, la penetró una y otra vez. En cada acometida, se oían respiraciones entrecortadas y largos gemidos. Lo intentó. De verdad que intentó alargar aquel momento, pero cuando escuchó cerca de su oído cómo ella llegaba al orgasmo y su sexo era bañado por los jugos sexuales que emanaba de su interior, convulsionó.
En ese preciso momento ambos reconocieron que jamás habían tenido una experiencia igual.
Emocionado hasta el punto de sentir el escozor de las lágrimas en los ojos, posó su mano derecha sobre el tatuaje que ella tenía en el cuello. «Mi ángel», susurró Thomas. Guardó en alguna parte de su cabeza la suavidad de su piel, los gemidos que ella había soltado al penetrarla y la sensación de placer que había notado a su lado. Los necesitaría. No le cabía ninguna duda de que los usaría en el futuro, ese que, si Dios le ayudaba de nuevo, estaría ligado a ella.
Tras un largo suspiro, salió de su interior, se quitó el condón y lo lanzó hacia algún lugar del almacén. Se subió el pantalón y, antes de que la muchacha comenzara a vestirse, él la ayudó.
«Esperanza, liberación, sobrevivir, ella, mi ángel», fueron las palabras que aparecían una y otra vez en la mente de Sanders mientras observaba cómo se arreglaba el cabello y se abrochaba el botón del pantalón. ¿Era el momento de pedirle el número de teléfono? ¿Se lo daría? Si lo hacía, ¿qué podía aportarle? Nada. Era un borracho que destruía todo lo que tocaba. La miró en silencio mientras su corazón se partía en mil pedazos por la decisión que había tomado.
―Yo... bueno... ―empezó a decir Virginia al ver que él no se movía de su lado―. Lo has logrado, cowboy. Me has hecho gritar de placer.
Y si eso era verdad, ¿por qué su boca hablaba de esa forma tan absurda? ¿Por qué sentía que su alma acababa de bajar al infierno y regresaba a su cuerpo para hacerlo arder? ¿No iba a pedirle el número de teléfono? ¿La historia entre ambos había finalizado? ¿Por qué aquellos ojos oscuros parecían más hondos y profundos que antes?
―Y tú has conseguido las dos cosas que te prometí. La camarera te dará la copa que has ganado.
Thomas buscó con la mirada el sombrero, que salió disparado en algún momento. Caminó despacio hasta él, lo cogió, lo sacudió en el pantalón, se lo puso y caminó hacia la puerta de salida. Debía salir de allí para no cometer otra locura. No estaba preparado. Necesitaba tiempo y esfuerzo para lograrlo. ¿Regresaría a su lado? ¿Se encontrarían de nuevo? Algo en su interior le gritó que sí, pero que eso ocurriría cuando fuera capaz de superar la etapa que estaba viviendo. Notando una enorme presión en el pecho, se giró hacia ella. Quería verla otra vez antes de salir de allí y buscar su transformación. Cuando lo hizo, cuando observó aquellos labios hinchados por los besos y las mejillas sonrojadas por la pasión, regresó a su lado en dos zancadas. Luego, acunó su hermoso rostro, lo alzó y la besó. Cuando ese beso largo y tierno terminó, la miró a los ojos. ¿Qué esperaba escuchar? ¿Qué necesitaba decirle? Nada. Si quería lograr algo, debía salir de allí lo antes posible.
―Gracias, pequeña... ―dijo sin saber muy bien el motivo. A continuación, se giró y se marchó.
Virginia intentó gritarle algo muy malvado por haberle dado las gracias. ¿Dónde estaba su educación? ¿No era capaz de hablar un poco más? Porque habría sido muy adecuado mantener una charla después de lo sucedido. Pero no quería. Él sentenció aquel momento entre ellos. Tal vez era lo mejor...
Confusa, enfadada y decepcionada, terminó por arreglarse el pelo y procuró mostrar la imagen que había tenido antes del encuentro. No lo consiguió. Aunque físicamente estaba igual, su interior se había transformado. Ya no había nada de la mujer que entró en el bar riéndose con su grupo de amigas, ni tampoco buscaría otra meta que lograr.
―¿Qué? ―comentó una de sus amigas al verla aparecer.
―Habéis ganado. No hay copa ni polvo... ―respondió Virginia con desgana.
―¡Brindemos por la derrota! ―exclamó una de ellas.
Mientras bebía la cerveza que le habían pedido sus amigas, miró hacia la camarera. Esta sirvió una copa y la dejó sobre el mostrador. Logró la apuesta, pero ya no le importaba. Sus ojos se clavaron nuevamente en la puerta del almacén. ¿Volvería? ¿El cowboy regresaría a por ella para cogerla de una mano y llevársela hacia algún lugar apartado del mundo?
Pero no, el cowboy no regresó...
Capítulo 1
EL DIABLO JAMÁS ESTARÁ DE TU PARTE
Columbus (Ohio), 4 de mayo del 2019, hospital Whasgon
––––––––
Era la quinta vez que escuchaba el teléfono. Como las veces anteriores, dejó que sonara. Sabía a quién encontraría al otro lado de la línea y no era el momento de absurdas distracciones antes de la reunión. Se lo había dejado claro la semana pasada, justo cuando lo halló sobre el cuerpo desnudo de otra enfermera. Le daba igual que Alan fuera el director del hospital donde trabajaba o que tuviera que luchar cada día contra él. La relación había finalizado para siempre.
Virginia cogió los papeles que tenía sobre la mesa, volvió a echarles un vistazo y se levantó. Solo debía centrarse en el plan. No podía fallar y perder el proyecto en el que había trabajado durante los dos últimos años. Nada podía alterarla y ni mucho menos Alan. Con entereza se sacudió las arrugas del pantalón, respiró hondo y salió de su despacho con la firme idea de regresar victoriosa.
―Buenos días, Virginia, ¿qué tal estás? ―le preguntó Estela uniéndose a ella en el pasillo.
―Buenos días, bien, como siempre ―respondió segura de sí misma.
―¿Nerviosa? ―continuó el interrogatorio.
―No. Sé que el proyecto es bueno y lucharé por él hasta quedarme sin uñas ―admitió firme.
―Te envidio, de verdad que lo hago. Si estuviera en tu lugar, me temblarían hasta las pestañas.
―Pero tengo fe. Este trabajo me ha llevado dos años de mi vida y he revisado hasta el más mínimo detalle. Si no lo aceptan, no me quedará otra alternativa que ofrecérselo a otro hospital ―expuso, dibujando una media sonrisa.
―¿Serías capaz de dejarnos? ―espetó Estela asombrada.
―Sí ―declaró Virginia sin dudarlo un solo segundo.
Caminaron en silencio hasta la sala de juntas. Antes de abrir la puerta, miró a su compañera y le sonrió.
―Todo va a salir bien ―la animó Estela.
―Lo sé ―respondió antes de abrir la puerta.
Todos los socios del hospital permanecían sentados alrededor de la larga mesa. Virginia se quedó sin palabras al ver que no faltaba ni uno. ¿Cómo era posible? Según le explicó Alan, cuando aún seguían siendo una pareja, nunca acudían los cincuenta a una reunión. Pero le mintió de nuevo...
―Señores, ellas son Virginia Wallace, nuestra enfermera jefa, y Estela Katson, la directora de recursos humanos ―explicó Alan mientras les señalaba el asiento que debían ocupar.
―Estamos ansiosos por descubrir ese plan perfecto del que tanto nos ha hablado el señor Glover. Espero que sea tan formidable como pienso ―comentó el socio más anciano.
Cuando Virginia observó el arrugado rostro de aquel hombre, supo de inmediato que algo no marchaba bien. ¿Por qué tenía la sospecha de que la reunión no serviría de nada? ¿Había caído en otra trampa de Alan? Pero si eso era cierto, ¿para qué le pidieron que acudiera? Pese la angustia que sentía, a pesar de su sospecha, se mantuvo tranquila y comenzó a explicar su proyecto.
―Buenos días. Ante todo, les doy las gracias por ofrecerme esta oportunidad. Creo que mi exposición les resultará muy interesante ―dijo. Luego, abrió su carpeta y prosiguió hablando―. Por favor, tomen el dossier que tienen sobre la mesa. Como han observado, lo que intento ofrecer es una forma sencilla de abaratar los costes que estamos sufriendo en el hospital sin la necesidad de reducir el número de ingresos ni eliminar servicios. ―Se dirigió hacia la pantalla, miró a Estela y movió la cabeza para que fuese pasando las diapositivas que habían preparado la tarde anterior―. Durante estos últimos tiempos, ha aumentado el ingreso de pacientes con enfermedades crónicas. Nuestro hospital no tiene suficientes medios para costear los tratamientos que, en ocasiones, conducen a un fracaso inevitable. Por ese motivo, les aseguro que el plan que encontrarán sobre la mesa es la mejor alternativa a dicha demanda.
―Sí, pero lo que usted nos recomienda es la creación de otro hospital y, como ha comprobado, no podemos hacernos cargo del coste de esa nueva infraestructura ―apuntó uno de los socios.
―No empezaríamos desde cero