Esposa a la carta
Por Melanie Milburne
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Cuando Matteo Vitale entró en el despacho de Emmaline Woodcroft, directora de una agencia de citas, tenía una petición poco habitual. Debía casarse y tener un hijo si deseaba heredar la finca familiar. Y, dado que su primer matrimonio había terminado trágicamente, lo que necesitaba era una esposa que no estuviera buscando el amor.
Para comprender a su enigmático cliente, Emmie aceptó viajar a su finca en Italia. Después de conocer al verdadero Matteo, cedió por una vez a la pasión. El problema era que Emmie sabía que ella no podía ser la esposa que Matteo estaba buscando…
Melanie Milburne
Melanie Milburne read her first Harlequin at age seventeen in between studying for her final exams. After completing Bachelor's and then Master's Degree in Education, she decided to write a novel and thus her career as a romance author was born. Melanie is an ambassador for the Australian Childhood Foundation and is a devoted owner of two cheeky toy poodles who insist on taking turns sitting on her lap while she's writing.
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Esposa a la carta - Melanie Milburne
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Melanie Milburne
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Esposa a la carta, n.º 2914 - marzo 2022
Título original: The Billion-Dollar Bride Hunt
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-378-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Emmaline Woodcroft estaba regocijándose por otro exitoso emparejamiento entre dos de los clientes de su agencia cuando Paisley, su secretaria y recepcionista, entró en su despacho y le informó de que había una persona que insistía en verla inmediatamente.
–¿Hombre o mujer? –le preguntó Emmie mientras volvía a dejar su teléfono móvil sobre la mesa.
Paisley apretó la espalda con firmeza contra la puerta, como si temiera que la persona en cuestión entrara sin esperar a que se le diera permiso.
–Es un hombre. Alto, muy guapo –añadió tras contener ligeramente la respiración–. Creo que es italiano, a juzgar por el acento. Traje a medida. Sin embargo, no logro entender por qué tiene que contratar los servicios de una agencia de citas como la nuestra. Si no estuviera ya comprometida, yo saldría con él sin pensármelo dos veces.
Emmie sintió curiosidad. Un nuevo cliente era siempre algo bueno y, si era guapo, mucho mejor.
–Hazlo pasar.
Los ojos de Paisley brillaban cuando le dijo en voz muy baja:
–Prepárate. No te vas a creer lo guapo que es. A mí me ha dejado sin palabras.
Paisley volvió a salir y unos instantes después, la puerta volvió a abrirse. Un hombre muy alto entró en el despacho de Emmie y cerró la puerta a sus espaldas.
–¿La señorita Emmaline Woodcroft? Soy Matteo Vitale.
Si el aspecto físico no hubiera sido suficiente para dejar a Emmie sin palabras, el tono melifluo de la voz, con aquel fuerte acento italiano, la remató. Medía al menos un metro noventa, pero posiblemente algo más. Tenía la piel bronceada y el cabello negro como el azabache, que no llevaba ni corto ni largo, sino con una longitud intermedia. Iba perfectamente afeitado, pero la barba había empezado a asomarle y se distribuía generosamente por la firme mandíbula y alrededor de la boca.
Y qué boca…
Emmie casi se quedó sin respiración. Aquella boca tenía la forma que hubiera obligado al mismísimo Miguel Ángel a ir en busca de sus herramientas para tallarla en mármol. El grueso labio inferior sostenía al superior, algo más delgado y ambos constituían un contraste perfecto con la larga y recta nariz. A pesar de que era una boca muy sensual, llevaba marcado en ella un rastro de testarudez, tal vez incluso de crueldad. Unas cejas también negras y muy espesas se habrían juntado en el centro si no hubiera sido por dos pequeñas arrugas que parecían formar un ceño casi perpetuo.
Sin embargo, fueron los ojos los que detuvieron el corazón de Emmie. Con el tono oliváceo de la piel de Matteo Vitale, ella habría esperado unos ojos oscuros, castaños. Sin embargo, tenían una tonalidad azul poco frecuente. Le recordaban a un mar inexplorado, de profundidades desconocidas que no ofrecían información alguna sobre lo que ocultaba bajo su superficie.
Matteo se acercó al escritorio y extendió la mano hacia ella. Emmie se levantó lentamente de su butaca y se la estrechó. Las piernas le temblaron al sentir cómo aquellos largos y bronceados dedos apretaban los suyos y tuvo que contener un suspiro.
–Encantada de conocerlo. Por favor, llámeme Emmie.
–Emmie –repitió Matteo, pronunciándolo como nadie lo había hecho nunca. Su acento hacía que la segunda sílaba se alargara un poco.
Se había quedado tan absorta en él que tuvo que recordarse que debía retirar la mano. Cuando por fin lo hizo, a pesar de la tentación que suponía la cálida piel del italiano, sintió un hormigueo en los dedos, como si una extraña energía hubiera pasado desde el cuerpo de él al suyo. Cada milímetro de su piel parecía ser consciente de la presencia de Matteo, de su penetrante mirada y de su arrebatadora e imponente presencia.
Emmie le indicó la butaca que había frente al escritorio.
–Por favor, siéntese.
–Gracias –respondió él con voz profunda, acrecentando aún más las sensaciones que se estaban produciendo en el cuerpo de Emmie, al igual que lo hacía su colonia, un aroma cítrico, con lima y limón y un toque de algo más exótico que hacía que el pulso se le acelerara.
Emmie tomó asiento también antes de que las piernas dejaran de sostenerla. No comprendía por qué aquel hombre estaba ejerciendo un efecto tan potente sobre ella. Había conocido muchos hombres a través de su trabajo y ninguno había hecho que su cuerpo reaccionara como si fuera el de una adolescente frente a una estrella del rock. Incluso sentado, Matteo Vitale era tan alto que Emmie tenía que levantar el rostro para poder mantener el contacto visual.
–Bueno, ¿en qué puedo ayudarlo, señor Vitale? –le preguntó, activando su tono de voz más profesional.
–Si no me equivoco, es usted una celestina profesional.
–Así es. Hago un perfil individualizado de mi clientela y los ayudo a encontrar una pareja que es la perfecta para ellos en todos…
–Necesito una esposa –le espetó él de repente, interrumpiéndola.
–Vaya… –dijo ella sentándose aún más recta en su sillón–. Entiendo, sí. En ese caso, ha venido usted al lugar correcto, porque he emparejado con éxito a muchas parejas que, hasta la fecha, siguen juntos y felices. Mi empresa tiene un registro de éxitos del que me siento muy orgullosa. El motivo es que me tomo el tiempo necesario para conocer a cada uno de mis clientes personalmente antes de encontrarles el amor de su vida.
Matteo levantó ligeramente una comisura de la boca, un gesto que bajo ningún concepto se podría considerar una sonrisa. En realidad, encajaba perfectamente con el brillo cínico que había en sus ojos y que parecía tan perpetuo como el ceño fruncido que formaban sus cejas.
–No quiero una esposa para siempre. Simplemente una que se quede conmigo el tiempo suficiente para proporcionarme un heredero.
Emmie parpadeó y se preguntó si lo había escuchado bien. Se humedeció los labios y se rebulló ligeramente en la silla.
–Entonces, ¿usted no está buscando el amor?
–No –afirmó él secamente. De hecho, el gesto de su rostro parecía sugerir que ni siquiera creía que aquel concepto pudiera existir–. Mi padre murió hace poco y, sin que yo lo supiera, añadió un codicilo a su testamento. No podré heredar la finca que mi padre poseía en Umbría y que lleva perteneciendo a mi familia desde hace muchas generaciones si no me caso y tengo un heredero en menos de un año.
–Le acompaño en el sentimiento…
–Ahórrese el pésame. No estábamos muy unidos –dijo él.
El tono de desprecio de su voz intrigó a Emmie. ¿Qué clase de relación podría tener Matteo Vitale con su padre para que este hubiera decidido añadir un codicilo así a su testamento? Una enorme finca en Umbría significaba que había mucho dinero en juego, pero Matteo Vitale no le parecía la clase de hombre que tuviera que depender de una herencia familiar para salir adelante. Su traje lo decía todo. Además, llevaba unos zapatos italianos cosidos a mano y la colonia no era el aroma barato que se podía encontrar en cualquier tienda.
De hecho, el nombre le sonaba un poco… ¿No había visto un artículo sobre él en la prensa hacía unos meses sobre su trabajo como contable forense? Creía recordar que había leído que él había descubierto una importante operación fraudulenta durante un divorcio de una pareja muy importante. La operación había implicado millones de libras de dinero oculto, pero Matteo lo había descubierto todo. Debía de resultarle muy frustrante que su padre le hubiera ocultado aquel codicilo hasta que fue demasiado tarde y ya era imposible hacer cambiar de opinión a su progenitor.
Emmie aún tenía a sus padres y, aunque no estaba tan unida a su padre como a su madre desde que los dos se divorciaron cuando ella era una adolescente y le fue diagnosticado un cáncer, no se podía imaginar no lamentar su muerte. Tampoco se podía imaginar que su padre pudiera añadir un codicilo así a su testamento porque él sabía que lo último que ella podía hacer era proporcionar un heredero.
–Mire, señor Vitale. Después de todo no creo que yo sea la persona adecuada para ayudarlo. Yo me centro en encontrar el amor verdadero para mis clientes, no en contratar un vientre de alquiler.
Hizo ademán de levantarse para indicar que daba por terminada la reunión, pero vio algo en la expresión de Matteo Vitale que la hizo volver a sentarse.
–Estoy dispuesto a pagar muy por encima de su tarifa habitual –le dijo él con frialdad.
Emmie sabía que debería informarle que ningún precio le permitiría a ella comprometer su reputación profesional aceptando un encargo tan alejado de lo que ella solía ofrecerle a sus clientes, pero captó una brevísima expresión de dolor en la mirada de Vitale que la cautivó.
Lo estudió durante un instante, examinando sus rasgos para encontrar alguna señal más de vulnerabilidad, pero no vio ninguna. Parecía esculpido en piedra.
–¿Cómo sabe que no diré un precio que sea más de lo que vale la finca de su familia?
–La he investigado. Sus servicios no son baratos, pero todos los clientes consiguen lo que han pagado. Y, como dice usted, su tasa de éxito es más que notable. Le pagaré tres o cuatro veces más de lo que cobra normalmente.
Efectivamente, a Emmie le había ido muy bien con su negocio, más de lo que hubiera esperado. Sin embargo, tenía una hipoteca y, además, estaba ayudando a su madre a pagar la terapia de Natalie, su hermana menor, para curarle un desorden alimenticio que había empezado durante la batalla que Emmie libró contra el cáncer. Sería una locura no considerar lo que Matteo Vitale le ofrecía. Tal vez lo que él le estaba pidiendo era algo fuera de lo normal, pero merecía la pena intentarlo. No se podría decir nunca de ella que se había achantado ante un desafío. Su relación con la quimioterapia era prueba evidente de ello.
–Usted es contable forense, ¿verdad?
–¿Lo ha dicho al azar? –replicó él sorprendido.
–Vi algo sobre usted en la prensa hace un tiempo –dijo Emmie. Tenía que reconocer que la fotografía no le había hecho justicia. Matteo Vitale tenía una presencia imponente que ninguna cámara sería capaz de reflejar. No era solo la increíble altura ni la brusquedad de sus modales, sino algo en su mirada que indicaba un dolor muy profundamente enterrado, un dolor que estaba tan bien escondido que hacían falta habilidades especiales para reconocerlo.
Emmie las tenía a raudales. El radar con el que captaba el dolor estaba muy bien calibrado por las