Inocente hasta el matrimonio
Por Chantelle Shaw
4/5
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Información de este libro electrónico
Para proteger al pequeño Gino, la humilde Libby Maynard se había visto obligada a hacerse pasar por su madre, pero no había contado con tener que convencer de su engaño a Raul Carducci.
Y cuando este, con su seductora voz, le había pedido que se casase con él, Libby no había podido negarse… ni siquiera a pesar de saber que se iba a desvelar la verdad durante la noche de bodas.
Chantelle Shaw
Chantelle Shaw enjoyed a happy childhood making up stories in her head. Always an avid reader, Chantelle discovered Mills & Boon as a teenager and during the times when her children refused to sleep, she would pace the floor with a baby in one hand and a book in the other! Twenty years later she decided to write one of her own. Writing takes up most of Chantelle’s spare time, but she also enjoys gardening and walking. She doesn't find domestic chores so pleasurable!
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Comentarios para Inocente hasta el matrimonio
3 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Puro y llano entretenimiento, no puedo pedir mas. A Abby solo puedo describirla como ingenua y fuerte a su manera y a Raúl mmmm un buen padre :)
Vista previa del libro
Inocente hasta el matrimonio - Chantelle Shaw
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2010 Chantelle Shaw
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Inocente hasta el matrimonio, n.º 2465 - mayo 2016
Título original: Untouched Until Marriage
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8110-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
El detective privado al que había contratado le había asegurado que encontraría allí a la amante de su padre. Raul Carducci se bajó de la limusina y recorrió con la vista el muelle de aquel pueblo pesquero de Cornish. La tienda Nature’s Way – Comida sana y herboristería estaba entre una heladería y una tienda de regalos, ambas cerradas y, a juzgar por su aspecto abandonado, no volverían a abrir hasta principios de verano.
El cielo estaba plomizo y lloviznaba, y Raul hizo una mueca y se levantó el cuello del abrigo. Cuanto antes pudiese volver a Italia, donde el sol de la primavera ya calentaba las aguas cristalinas del lago Bracciano, mejor, pero había ido a Pennmar para seguir las instrucciones del testamento de Pietro Carducci, así que avanzó con paso decidido hacia la única tienda abierta del paseo.
Libby estaba tan absorta estudiando el informe financiero anual de Nature’s Way que tardó varios segundos en darse cuenta de que habían sonado las campanillas que colgaban sobre la puerta. Mientras levantaba la vista del libro se dijo que era un sonido que no había escuchado mucho durante el invierno. Había tenido pocos clientes desde que los veraneantes se habían marchado de Pennmar al terminar el verano y, en esos momentos, la tienda estaba al borde de la quiebra.
La apertura de una tienda de comida sana en un pueblo perdido de Cornish había sido otra de las disparatadas ideas de su madre, pensó Libby con tristeza. Se había gastado enseguida la pequeña herencia que su abuela le había dejado en reformar la tienda y su madre, con aquel optimismo ciego, tan típico de ella, había estado segura de que el negocio tendría éxito.
–¿En qué puedo ayudarlo? –preguntó alegremente, pero su sonrisa se borró cuando el recién llegado se dio la vuelta y la traspasó con su mirada oscura.
No era el típico cliente que solía entrar en la tienda. De hecho, no tenía nada de típico. Su pelo era brillante y oscuro y las facciones de su rostro parecían esculpidas, tenía los pómulos marcados y una barbilla cuadrada, todo ello suavizado por la sensual curva de los labios. Su piel aceitunada brillaba bajo la intensa luz de la tienda. Sin duda alguna, era el hombre más guapo que Libby había visto en toda su vida. No podía apartar la mirada de él y se sonrojó al ver que la miraba fijamente.
Raul recorrió con la mirada la falda estampada en tonos morados y el jersey verde intenso y se estremeció. Tal vez el estilo chic bohemio estuviese de moda en las pasarelas parisinas, pero él prefería a las mujeres elegantes, vestidas de alta costura. El aspecto hippy no le atraía lo más mínimo.
Pero tuvo que admitir que era una mujer muy guapa. Estudió su rostro ovalado, los pómulos altos y la melena rizada, rojiza, que le llegaba a la mitad de la espalda. El color del pelo contrastaba con su piel de alabastro y, a pesar de la distancia, se dio cuenta de que tenía la nariz y las mejillas cubiertas de pecas doradas. Los ojos eran de un azul verdoso, como el mar en un día de tormenta, y tenía las pestañas claras y muy largas. Sin saber por qué, Raul sintió ganas de besar aquellos labios rosados.
Frunció el ceño y bajó la mirada a las medias color verde lima y a las botas moradas antes de volver a mirarla a la cara. La boca era demasiado ancha, pero aquello solo parecía realzar su atractivo. Con un vestido de diseñador habría estado preciosa, reconoció Raul, muy molesto con aquella inesperada atracción.
Apretó la mandíbula. Había ido a ver a la amante de su padre, no a aquella chica, y contuvo el inadecuado deseo de besarla.
–Estoy buscando a Elizabeth Maynard –dijo bruscamente.
El hombre tenía la voz profunda, tan rica y sensual como el chocolate fundido, y su acento era muy sexy. Italiano, adivinó Libby mientras estudiaba su piel dorada y sus ojos negros. No ocurría todos los días que un hombre tan guapo entrase en la tienda. De hecho, era la única persona que había entrado en toda la mañana. Por educación, debía contestarle, pero Libby había tenido una niñez difícil y se había acostumbrado a hablar a través de la puerta con usureros y agentes judiciales mientras su madre escapaba por la ventana del baño, así que se había acostumbrado a desconfiar de los extraños.
De repente, se le ocurrió algo que hizo que se le encogiese el estómago. Aunque aquel no parecía un asistente social, y había visto a muchos de niña, ¿y si había ido allí por Gino?
–¿Quién es usted? –inquirió.
Raul frunció el ceño. Se había pasado casi toda la vida rodeado de sirvientes cuya obligación era complacerlo y satisfacer inmediatamente todos sus deseos. No tenía ningún motivo para explicarse frente a una dependienta, y frunció el ceño mientras hacía un esfuerzo por controlar su impaciencia.
–Me llamo Raul Carducci.
La chica tomó una bocanada de aire y abrió mucho los ojos.
–¿El hijo de Pietro Carducci? –balbució.
Raul se puso tenso, estaba indignado. No era posible que la amante de su padre hubiese hablado de la familia Carducci con sus empleados. ¿Habría ido alardeando por todo el pueblo de su aventura con el rico aristócrata italiano?
Miró hacia una puerta cubierta con una cortina y se preguntó si la dueña de la tienda estaría escondida detrás de ella.
Luego, se encogió de hombros con impaciencia.
–Sí, Pietro Carducci era mi padre, pero he venido a hablar con la señorita Maynard, así que, si no le importa anunciarle que estoy aquí –añadió, sin poder seguir conteniendo la amargura que lo había invadido al enterarse de las condiciones del testamento de su padre–. Seguro que se pone muy contenta cuando se entere de que, gracias al hijo ilegítimo de mi padre, tiene el sustento asegurado para el resto de la vida. No tendrá que luchar por mantener este lugar para vivir.
Miró a su alrededor con desprecio, y después continuó:
–Me temo, signorina, que va a tener que buscarse otro trabajo.
Libby miró fijamente a Raul Carducci, en un silencio ensordecedor. Su madre le había comentado que Pietro tenía un hijo, pero la relación de Liz con su amante italiano no había sido más que una aventura de verano, y ni si quiera se había dado cuenta de que Pietro era el dueño de la famosa empresa de productos cosméticos Carducci Cosmetics hasta que, en la sala de espera del ginecólogo, había leído un artículo acerca de él en una revista. Liz se había debatido entre contarle a su amante que estaba embarazada y no hacerlo. Al final se había decidido a escribirle y contárselo, pero Pietro no se había molestado en contestarle.
No obstante, y a pesar de no haber reconocido al niño, Libby se dio cuenta de que sí debía de haberle hablado a su hijo de la existencia de Gino. Las duras palabras de Raul hicieron que se sintiese incómoda. No parecía gustarle la idea de tener un hermanastro. Libby no supo qué decir y, mientras lo pensaba, el tintineo de las campanas de la puerta rompió el silencio.
Raul se giró y vio cómo una mujer maniobraba para entrar en la tienda con una sillita de bebé.
–Ya estamos otra vez en un lugar caliente, Gino –comentó la mujer animadamente, su voz casi inaudible entre los gritos procedentes del cochecito.
Levantó el plástico que protegía al niño de la lluvia y dejó al descubierto el rostro colorado del pequeño.
–Ya está, cariño. Ahora mismo te saco de ahí.
Raul clavó la vista en la sillita y se vio invadido por una emoción indescriptible al ver al niño de piel aceitunada y pelo rizado, moreno. La mujer lo había llamado Gino y, aunque todavía no debía de tener un año, su parecido con su padre era inconfundible. Raul había pensado pedir una prueba de ADN para demostrar la paternidad del niño, pero no iba a ser necesaria. Sin duda alguna, aquel era el hijo de Pietro Carducci.
Entonces se fijó en la mujer, que tenía las mejillas rubicundas, el pelo basto, castaño y parecía regordeta debajo de aquel abrigo beige. Le pareció increíble que Pietro, cuyo amor por la belleza clásica había dejado tras de sí una valiosa colección de arte, hubiese escogido a aquella mujer tan burda como amante. Además, a Raul le resultó imposible imaginársela trabajando en un local de striptease.
Apretó los labios al recordar la reunión, ocho meses antes, con el abogado al que su padre había nombrado albacea de su testamento.
–Esta es la última voluntad o testamento de Pietro Gregorio Carducci –había leído en voz alta el signor Orsini–: Es mi deseo que el control de mi empresa, Carducci Cosmetics, se reparta de manera equitativa entre mi hijo adoptivo, Raul Carducci, y mi único hijo de sangre, Gino Maynard.
El abogado se había dado cuenta de la sorpresa de Raul al enterarse de que Pietro tenía un hijo secreto, y había continuado leyendo:
–Dejo a mis dos hijos, Raul y Gino, Villa Giulietta a partes iguales. Deseo que mi hijo Gino crezca en la casa familiar. Su parte de la empresa y de la casa se mantendrán en fideicomiso hasta que cumpla dieciocho años y, mientras tanto, es mi deseo que su madre, Elizabeth Maynard, viva en la casa con él y controle la participación de Gino en Carducci Cosmetics.
Al oír aquello, Raul había jurado de manera salvaje. Jamás había imaginado que tendría que compartir el control de una empresa que siempre había pensado dirigir. La expresión «hijo de sangre» le había dolido mucho. Él había tenido siete años cuando Pietro y Eleonora Carducci lo habían sacado de un orfanato de Nápoles para llevárselo a vivir a Villa Giulietta. Pietro siempre había insistido en que su hijo adoptivo sería su heredero, al que algún día dejaría Carducci Cosmetics. Padre e hijo habían tenido muy buena relación y el vínculo entre ambos se había estrechado todavía más tras la muerte de Eleonora, diez años antes.
Por eso le resultaba completamente increíble que Pietro hubiese tenido una doble vida, pensó Raul con amargura. El hombre al que había llamado papá, el hombre por el que había llorado en su funeral, era de repente un extraño que le había ocultado que tenía una amante y un hijo.
–Hay una cláusula en el testamento de su padre que le va a resultar interesante –había murmurado el signor Orsini–. Pietro ha establecido que si la señorita Maynard se casa antes de que Gino tenga dieciocho años, usted controlará la parte de las acciones del niño hasta que este cumpla los dieciocho años. Supongo que Pietro puso esta condición para proteger la empresa en caso de que la señorita Maynard escoja un marido inadecuado.
–Carducci Cosmetics va a necesitar mucha protección si voy a estar obligado a compartir su dirección con una bailarina de striptease –había replicado