Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $9.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los esqueletos en el armario
Los esqueletos en el armario
Los esqueletos en el armario
Libro electrónico267 páginas4 horas

Los esqueletos en el armario

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Cuando los hermanos Evans se mudan a Wealdford se enteran de que la mansión en la que van a vivir había estado abandonada por un terrible incidente. Más tarde se hacen amigos de unos chicos que tienen un gran secreto que esconder, pero como es de esperar en este pueblo, sus historias están más relacionadas de lo que creen. Aaron, el hermano mayor, desaparece sin dejar rastro alguno, por lo que Tom (el hermano menor) deberá unirse con sus nuevos amigos para poder encontrarlo y, en el camino, darse cuenta de que nada es lo que parece y no puede confiar en nadie a su alrededor. Ni siquiera de su propia familia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 ago 2021
ISBN9788411140638
Los esqueletos en el armario

Relacionado con Los esqueletos en el armario

Libros electrónicos relacionados

Thrillers para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Los esqueletos en el armario

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los esqueletos en el armario - Antonella Menoni

    PORTADA.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    [email protected]

    © Antonella Menoni González

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1114-063-8

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Wealdford, 8 de agosto de 2017

    Cinco amigos, cubiertos de sangre, viajan en un auto robado y llevan un cadáver en el baúl del vehículo. Eso debería resumir bastante bien la situación.

    Con cada curva se podía escuchar cómo el cuerpo se sacudía bruscamente y golpeaba contra las paredes del habitáculo. El miedo y la preocupación vagaban en el aire. Yo me dediqué a mirar hacia abajo y a tratar de no ahogarme con mi agitada respiración.

    Traté de mantener la calma, pero lo cierto es que no me caracterizo por ser una persona que maneje con tranquilidad las cosas. Y menos en una situación como esta. Miré por la ventana trasera del auto para intentar distraerme con la vista de las calles de Wealdford durante la noche.

    Había que admitir que las casas elegantes del pueblo parecen bastante bonitas bajo la luz de la luna. Pero, en el momento en que mi mente lograba concentrarse en ese pensamiento, el ruido proveniente de la parte trasera volvía a interrumpir el silencio y me traía de vuelta a la realidad.

    Comencé a restregarme frenéticamente las manos en un intento por limpiarme la sangre, que parecía estar impregnada en mi piel. Era inútil, por más esfuerzo que hiciera seguía sin salir. Finalmente, el auto se detuvo y nos encontramos frente a una mansión abandonada —aunque se mantenía en un estado bastante decente tras haber sufrido un incendio un par de años atrás—.

    Sabíamos perfectamente que no había nadie en la calle. Eso hacía las cosas un poco más fáciles, ningún testigo posible. O al menos eso creíamos. Era la noche más importante del año en el pueblo y todos estaban juntos en un mismo lugar. Yo solo esperaba que nadie notara nuestra ausencia.

    Una vez que salimos del auto nos dirigimos al baúl. Alcé la mirada y tragué saliva al ver la mansión, era inmensa pero conocía perfectamente cada rincón. Con cuidado levantamos el cuerpo entre todos y lo llevamos hacia el interior de la casa. Traté de concentrar mi mirada y mi mente en otra cosa que no fuera la sábana blanca que cubría el rostro de la persona que estaba cargando.

    Al entrar a la casa observé cómo la luz de la luna se filtraba por las ventanas rotas e iluminaba el candelabro de cristal que seguía intacto en la entrada. Sabíamos perfectamente en dónde ocultar el cuerpo, pues ya habíamos dedicado unos intensos diez minutos a discutir ese asunto.

    Subimos la escalera con dificultad. Sentía que mis brazos se estaban entumeciendo por el esfuerzo. Llegamos a la habitación principal y allí observé lo que iba a ser «el escondite»: un gigantesco armario de madera que se encontraba en una de las esquinas del cuarto.

    —¿Qué vamos a hacer con esto? —preguntó Emma, sosteniendo las llaves del auto.

    —Tenemos que deshacernos de eso también —respondí, haciendo cero esfuerzos por esconder la inquietud y el miedo de mi voz.

    Una vez que terminamos con lo que debíamos hacer en la mansión nos fuimos a casa de uno de nosotros, ya que serviría como el lugar para nuestra coartada.

    ***

    A la mañana siguiente desperté con las sábanas empapadas en sudor. La noche anterior se había reproducido en mi cabeza sin parar mientras intentaba dormir. Bajé a la cocina y allí estaban sentados los otros tres sin decir una palabra. Como si hubieran visto un fantasma. Bueno, casi, un cadáver.

    —¿Dónde está Emma? —pregunté con el presentimiento de que algo no estaba bien.

    —Nos despertamos y ya no estaba. Acabo de ver un mensaje que me mandó a la madrugada diciendo que estaba en la mansión —explicó Noah mientras jugaba con su llavero. Hacía eso cada vez que estaba nervioso.

    Escuché ruidos en el piso de arriba y pensé que seguramente sería mi familia. Ellos habían regresado del baile después que nosotros, así que ya teníamos testigos que podían confirmar nuestra presencia en la casa la noche anterior. Esperaba que eso fuera suficiente en caso de que precisáramos una coartada.

    Volví a concentrarme en el nuevo problema que había surgido. ¿Por qué Emma volvería allí, sola, en el medio de la noche? La conocía lo suficiente como para afirmar que no se iría en el medio de la noche así nomás. O por lo menos no sin avisarme. Definitivamente algo no estaba bien.

    Teníamos que encontrarla. Su teléfono estaba apagado, así que fuimos hasta la mansión a ver si encontrábamos algo. Agarramos nuestras bicicletas, que habían quedado en el patio de la casa el día anterior, y pedaleamos hasta allí.

    Cuando llegamos, nos aseguramos de que nadie nos viera entrar. Aún había un cadáver allí y no queríamos que nadie nos vinculara con él.

    Entramos por la puerta trasera. En cuanto estuve en la sala un pensamiento me cruzó por la cabeza, pero en serio esperaba que solo fueran mi paranoia y mi miedo hablando. Subí las escaleras atropelladamente, saltándome varios escalones. Corrí hasta la habitación del armario y con manos temblorosas lo abrí de par en par.

    El cuerpo ya no estaba. Tampoco había rastros de Emma por ningún lado.

    Tom

    Wealdford, actualidad

    Mi hermano me codeó cuando el auto se detuvo. Me obligué a sacar la vista del libro por un segundo para contemplar nuestra nueva casa. Quedé sorprendido por el tamaño, era inmensa para solo tres personas.

    La mansión era fascinante. Todo el lugar en sí estaba inmaculado, como si se hubiese terminado de construir apenas unos días atrás. Había un cantero de flores rojas a cada costado del camino de piedras que conducía hasta la entrada.

    Tras una de las ventanas del piso de arriba se dejaba entrever un sillón y pensé que ese sería un buen lugar para leer.

    —¿Ninguno me piensa ayudar con las cajas? —se quejó mi madre.

    Los dos nos habíamos quedado embobados mirando la casa, pero enseguida reaccionamos y fuimos hasta el auto a sacar un par de cajas cada uno. Aaron, mi hermano, luchó con una de las más pesadas. Cuando comprendió que se trataba de la caja en donde estaban algunos de mis libros, puso los ojos en blanco.

    Nos llevábamos un año de diferencia, yo era el menor. No nos parecíamos en absoluto. Él tenía el pelo castaño oscuro y un par de ojos tan negros que apenas podías notar dónde estaba su pupila. En cambio, yo tenía el pelo mucho más oscuro, aunque casi ni se notaba de tan corto que lo tenía. El color de mis ojos no era tan importante, porque lo que más llamaba la atención eran los lentes redondos que ocupaban un tercio de mi cara.

    Sin embargo, la principal diferencia estaba en nuestras personalidades. Éramos bastante unidos, incluso a pesar de que en los últimos meses no habíamos estado en el mejor lugar. Mudarnos a Wealdford era justamente lo que necesitábamos para comenzar de cero.

    Cuando golpeamos la puerta de la mansión nos abrió un hombre viejo. Llevaba puesto un traje y estaba seguro de que tenía una especie de quemadura en una de las manos.

    —Ustedes deben de ser los Evans —pronunció con entusiasmo—. Mi nombre es Oscar, bienvenidos a la mansión Howell.

    Nos hizo un gesto con la mano, donde efectivamente tenía una enorme quemadura que comenzaba en la punta de los dedos y seguía hasta esconderse por debajo de la manga del traje. Antes de entrar a la casa por detrás de mi madre y de mi hermano, saqué el teléfono del bolsillo porque estaba vibrando. Al ver quién era, lo apagué y lo volví a guardar.

    Pasamos por debajo de un candelabro de cristal muy similar al que había en la casa de mis abuelos y llegamos a la sala principal. Había una estufa, aunque no pensaba que fuera muy necesaria con el calor de California.

    —Por favor, decime que a vos también te parece que hay algo raro en esta casa —Aaron se acercó con misterio.

    —No empieces con tus paranoias, por favor. Necesitamos esto —dije acerándome con preocupación—, sobre todo mamá.

    Era verdad, necesitábamos que eso funcionara. Pero mi hermano también tenía razón, había algo raro en esa casa. Sin embargo, no habíamos viajado desde Indiana para meternos en más problemas.

    Observé cómo mi madre le decía unas palabras a Oscar, que al parecer iba a vivir en la casa con nosotros. No estaba muy seguro de cómo me sentía al respecto, pero me preocupaba más lo que fuera que estaba escondiendo mi madre.

    Sabía que ella había crecido en Wealdford, pero no veníamos desde el funeral de mi abuelo. A veces ella podía ser algo… intensa. Pero en el fondo tenía un buen corazón y todo lo hacía por el bien de mi hermano y el mío.

    Mudarnos aquí había sido una decisión algo impulsiva, pero tampoco tuvimos muchas alternativas después de lo que había pasado. Lo único que quería era que nadie empezara a hacer preguntas. Había ciertas cosas que prefería dejar atrás.

    Subí por la escalera al piso de arriba y dejé la caja con mis libros en el piso de mi nueva habitación. Me gustaba que entrara bastante luz y que había suficiente espacio como para poner un mueble en donde guardar el resto de mis libros cuando llegaran de Indiana.

    Los pisos relucían y las paredes desprendían un olor que indicaba que habían sido pintadas no hacía mucho tiempo. Todo parecía nuevo o al menos remodelado, pero la estructura y la decoración de la casa eran bastante viejas, no había sido construida recientemente.

    Había algo dentro de la habitación que me pareció extraño. No había ninguna razón en particular, sino que uno de los muebles desentonaba con el resto del mobiliario. Era como si fuera la única pieza que no era nueva. Incluso podía hasta decirse que había estado allí desde la misma construcción de la mansión. En una esquina, un gigantesco armario de madera.

    Desconocido

    Saqué el teléfono del bolsillo en cuanto comenzó a vibrar. Miré el número en la pantalla. ¿Por qué llamaba? Se suponía que aún tenía tres horas. Apreté los dientes y atendí la llamada.

    —Espero que tengas una buena explicación —resoplé mientras seguía caminando. Me molestaba mucho cuando las cosas no iban acorde a lo planeado.

    —Yo sabía lo mismo que vos. Pensé que llegaban más tarde, pero se deben haber adelantado —respondió el hombre con la voz algo temblorosa.

    —Mantenelos vigilados, no quiero problemas innecesarios.

    —No te preocupes, los Evans no van a ser un problema —afirmó con seguridad.

    —Eso espero —colgué la llamada y guardé el teléfono de nuevo en el bolsillo.

    Admiré el hermoso día de verano que estaba haciendo y contemplé las tranquilas calles de Wealdford. Sonreí por dentro. Sin duda, iba a ser un verano interesante. Pero todavía no quería afirmar nada, aún podía salir todo mal.

    Aaron

    Por lo general, soy una persona bastante fácil de descifrar. Me gusta hacer deporte, soy muy social y detesto todo lo que tenga que ver con el colegio o estudiar. Mi hermano siempre fue el más complicado de entender, aunque yo, por mi parte, suelo guardarme la mitad de lo que pienso porque muchas veces suena loco. Acepto que soy un desorden y bastante paranoico, pero había algo de esa casa que no me gustaba nada.

    Tampoco quería generarle más problemas a mi madre, así que no hice ni un comentario y subí por la escalera hasta encontrar mi habitación. Estaba agotado por el viaje. Mi teléfono se había quedado sin batería a la mitad del trayecto y tuve que entretenerme con la monotonía de la carretera por un par de horas hasta que me dormí.

    —¡Tommy! —grité asomando la cabeza por la puerta.

    —Mi habitación está al lado, no tenés por qué gritarme como si aún estuviera en Indiana.

    —¿Tenés mi cargador? —Lo había perdido y mi teléfono seguía sin batería.

    —¿Porque tendría tu cargador? —Me dedicó la clásica mirada que usa cada vez que alguien dice algo sin sentido.

    Era un buen punto. Tom apenas usaba su teléfono, con suerte tenía uno. Muchas veces me costaba entenderlo, pero nos llevábamos bien igual. Los últimos meses no habían sido precisamente los mejores en cuanto a nuestro vínculo, pero había una persona responsable de eso. Todo lo de la mudanza nos había sentado bien. Era lo que mi familia necesitaba, comenzar de nuevo.

    No tenía nada en contra de mi familia, pero tanto mi madre como mi hermano eran personas bastante especiales y cinco horas de viaje por carretera fueron suficientes como para comenzar a volverme loco. Además, todo el ambiente de la nueva casa me daba una sensación muy extraña. Por eso decidí irme un rato a dar una vuelta por el pueblo y tomar un poco de aire.

    —Si te vas a ir —comenzó a decir mi madre mientras me veía bajando a toda velocidad—, ¿podrías pasar por el café y retirar el pedido que dejé encargado para almorzar?

    Asentí mientras le daba un beso en la frente. Antes de llegar a la puerta Oscar me interceptó y me miró detenidamente. Estaba algo intimidado, no voy a mentir. Pero en vez de decir algo, simplemente me abrió la puerta y me sonrió. Yo le devolví la sonrisa tímidamente y salí algo incómodo de la casa.

    Mi sentido de la orientación no es el mejor, pero aun así llegué sorprendentemente rápido al centro del pueblo. No era nada grande tampoco. Consistía en el café Biartz, el parque y, cruzando la calle que lo rodeaba, un montón de tiendas o locales.

    Mi madre creció en Wealdford y nos había contado, más o menos, la historia del pueblo. Wealdford había sido fundado en 1867 por cinco familias: los Allen, los Delany, los Shaw, los Curnell y los Howell. Así es, nuestra nueva casa era la antigua mansión de una de las familias fundadoras. Todas las familias tenían su mansión, la mayoría habitada por los descendientes actuales que eran tratados como la realeza local. En general, el poder adquisitivo promedio de los habitantes de Wealdford era bastante alto.

    El verano recién había comenzado y el centro estaba lleno de niños andando en bicicleta, así como de grupos de amigos sentados en el pasto y en el café Biartz, riendo o con una guitarra. Entré al café y me dirigí al mostrador. El lugar estaba más concurrido de lo que había pensado para ser las once de la mañana.

    —Buenos días, ¿en qué te puedo ayudar? —se volteó una chica sonriendo. Me quedé una milésima de segundo contemplando las ondas pelirrojas y el salpicón de pecas que le poblaba las mejillas.

    —Vengo a retirar un pedido para los Evans.

    —Vos debes ser uno de los que se mudaron entonces —comentó antes de entregarme la bolsa, que emanaba un olor a hamburguesa recién hecha.

    —Ese soy yo. Aaron —me presenté mientras sostenía el pedido.

    —Scarlett —respondió la chica mientras me daba un apretón de manos—. Bienvenido a Wealdford. Nos vemos por ahí.

    Caminé hacia la salida contento. Estaba por salir del lugar cuando sentí una mano sobre el hombro. Me volteé enseguida y vi a un chico. Tenía el pelo castaño claro y ojos color miel. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue el reloj de oro que tenía en la muñeca, la remera polo que vestía y el olor de su colonia, pues estaba bastante seguro de que no se trataba de una de esas fragancias que comprás en la farmacia.

    —Soy Hank —se presentó simpáticamente—. Apuesto a que sos uno de la familia de Indiana que se ha mudado a la mansión Howell —agregó muy naturalmente.

    —Sí, llegamos hace un rato. Aaron… —le extendí una mano y él amablemente aceptó el saludo con una sonrisa.

    —Me imagino que debés de estar cansado ahora mismo, pero si alguna vez necesitás un guía me podés encontrar todas las mañanas acá. Si no, también podés pasar por mi casa, solo preguntá por la mansión Delany.

    Por supuesto. Delany era una de las familias fundadoras, pero no una cualquiera. Su padre, Caleb Delany, era el alcalde del pueblo. Mi madre me había advertido sobre ellos pero me preguntaba la razón, porque

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1