Demasiado joven
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¡Entre un hijo pequeño y un padre mayor, la vida de Ethan ya era un lío! No había nada que necesitara menos que una niñera joven y virginal que lo tentara. Sin embargo, a pesar de su promesa de mantener las distancias con ella, no podía evitar desear enseñarle algo acerca de las caricias tiernas de un hombre...
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Demasiado joven - Phyllis Halldorson
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Phyllis Halldorson
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Demasiado joven, n.º 1140- marzo 2021
Título original: Professor and the Nanny
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-129-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
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Capítulo 1
BRITTANY Baldwin sintió que el estómago le daba un vuelco al doblar la curva y aparcar frente a la gran casa blanca de estilo colonial.
Era una preciosa casa en el barrio histórico de Lexington, y el hombre con el que se iba a reunir era un profesor de literatura de la Universidad de Kentucky, pero, ¿estaba de verdad preparada para aquello? Era su primera entrevista de trabajo como enfermera. Había planeado estudiar tres años más en la universidad antes de empezar a trabajar, pero…
Sacudió la cabeza como para borrar los recuerdos que todavía la atenazaban, salió del coche y caminó apresurada hacia la puerta. El timbre sonó de forma melodiosa cuando lo pulsó. Abrió la puerta un hombre atractivo de mediana estatura, pelo castaño claro y ojos del mismo tono tras unas gafas plateadas.
Durante un momento, se quedaron ambos parados esperando a que hablara el otro.
Por fin rompió él el silencio.
—¿Sí?
La pregunta la sorprendió. Se suponía que debía estar esperándola.
—Yo… soy Brittany Baldwin. La auxiliar de enfermera que solicitó el profesor Thorpe.
Él parpadeó.
—¿Es usted la enfermera que he pedido?
—Auxiliar de enfermera —corrigió ella—. Y sí. Si es usted el señor Thorpe, me dijeron que me reuniera con usted a… —se detuvo para mirar el reloj—, a las cuatro en punto.
Él seguía mirándola con el ceño fruncido.
—¿Hay algún problema? —preguntó ella.
—Sí, se podría decir que sí —masculló él—. Soy Ethan Thorpe, pero será mejor que entre para discutir esto.
Brittany se preguntó qué tendrían que discutir mientras él se apartaba para permitirle pasar al gran recibidor del que salía una ancha escalera.
Brittany estaba impresionada, pero, antes de poder hacer ningún comentario, el hombre la había tomado del brazo y la estaba conduciendo hacia la zona de la derecha. La mano que le sujetaba el codo era firme, pero cálida y suave, y se apoyó contra ella de forma involuntaria buscando seguridad.
La sala a la que la condujo estaba amueblada con preciosas antigüedades y él le hizo un gesto para que se sentara en uno de los sofás. Brittany abandonó con desgana la seguridad de su contacto cuando él tomó asiento en una mecedora de respaldo alto a pocos pasos de ella.
—Bien, señorita… Baldwin. ¿Cómo me dijo que se llamaba?
—Brittany.
—Me temo que han cometido un error. Yo he pedido una mujer madura y experta, preparada para cuidar a mi padre que es diabético y tiene problemas de memoria.
Brittany seguía sin entender cuál era el problema.
—Admito que no tengo mucha experiencia, pero estoy bien preparada para la atención domiciliaria, como le habrá informado la agencia. Le puedo poner las inyecciones, revisar su dieta y vigilarlo para que no…
—¿Cuántos años tiene? —interrumpió Ethan.
—Yo… tengo veintiuno, pero soy muy consciente de la responsabilidad que conlleva el cuidado de mis pacientes —se apresuró a asegurarle—. Estaba estudiando para ser enfermera diplomada, pero…
Se mordió el labio con la esperanza de que no la hubiera escuchado. No quería sacar aquel asunto en ese momento. Era demasiado doloroso como para hablarlo con desconocidos y, además, no tenía nada que ver con su capacidad profesional.
Por desgracia, el oído de aquel hombre era tan agudo como su curiosidad.
—¿Brittany? ¿Qué estaba diciendo?
—No, nada. Realmente no tiene nada que ver con esta situación.
Él se reclinó contra el respaldo y clavó la mirada en ella. Los cristales de sus gafas no eran muy gruesos y se podían ver las briznas doradas en sus pupilas de color castaño. La montura metálica era circular y suavizaba la anchura de sus pómulos. Parecía tener treinta y cinco años y era un hombre muy atractivo y de aspecto sosegado.
—¿Por qué no deja que eso lo juzgue yo? —sugirió él con suavidad, pero con resolución.
Bueno, después de todo, aquello era una entrevista de trabajo. Él tenía derecho a hacerle preguntas y, si ella quería el puesto, sería mejor que las respondiera. Solo esperaba poder hacerlo sin desmoronarse.
Brittany cruzó las manos sobre el regazo.
—El año pasado terminé el primer año de universidad. Estaba estudiando para sacar el título de enfermera, pero entonces, en agosto, mis… —la voz se le quebró y tragó saliva—, mis padres murieron en un accidente de barco.
Él se incorporó en su asiento.
—¡Oh, Dios! Lo siento. No tenía ni idea. No quería hacerle pasar por este…
Brittany alzó la mano.
—No, no se preocupe. Es algo que tendré que aprender a superar —se secó con los dedos las indeseables lágrimas que le afloraron a los ojos—. Cuando se leyó el testamento, me enteré de que habían estado viviendo por encima de sus posibilidades durante años y que estaban al borde de la ruina. Lo único que conseguí salvar fue el coche de mi madre, que estaba pagado de milagro, y el dinero justo para matricularme de auxiliar de enfermera en la escuela profesional —inspiró con intensidad—. Era un curso de nueve meses y me gradué la semana pasada. Esta es mi primera entrevista de trabajo.
—Pero seguramente tendrá familiares…
Ella sacudió la cabeza.
—No. Solo dos primos segundos que viven en California a los que no he visto desde hace casi diez años. No tengo ni hermanos ni tíos.
—Bueno, tengo que admitir que viene muy bien recomendada por su escuela, pero es usted tan joven… y tan frágil…
Brittany no pudo evitar lanzar una carcajada.
—No puedo hacer gran cosa respecto a lo de joven, pero, ¿frágil? Profesor Thorpe, mido casi uno setenta y peso cincuenta y seis kilos. También estoy fuerte y en muy buena forma.
Ethan sonrió.
—No subestime a mi padre. Mide más de uno ochenta, y aunque ahora está más delgado que antes, pesa cerca de cien kilos y ha perdido mucha masa muscular.
La fría reserva entre ellos se había roto y ambos se reclinaron contra el respaldo y se relajaron.
—Cuénteme algo más de su padre —preguntó Brittany—. Ya sé que ahora está retirado, pero, ¿en qué trabajaba? ¿Cuántos hijos ha tenido? ¿Y qué pasó con su madre? Ese tipo de cosas.
Brittany pensó que estaba arriesgándose mucho al hacer ese tipo de preguntas antes de que la contrataran, pero quería aquel trabajo y no iba a facilitarle al profesor que la despidiera con la única excusa de su juventud.
—¿Quiere saber en qué trabajaba mi padre? Se ha ganado la vida durante cuarenta años como mecánico de maquinaria pesada. Tenía unos músculos impresionantes y la mayor parte de ellos siguen operativos aunque ya no los ejercite mucho. Por suerte es un hombre equilibrado y se moriría antes de tocar a una mujer en un arrebato.
—Entonces no tenemos que preocuparnos mucho por mi fuerza o por mi falta de ella, ¿no cree? —dijo Brittany con un leve tono de sarcasmo.
—Pero no es usted la que me preocupa —replicó Ethan—. A veces pierde el equilibrio y se cae. ¿Es usted lo bastante fuerte como para ayudarlo a levantarse y lo bastante paciente como para dedicarle una atención constante? Él suele distraerse y se escapa si no se le vigila.
—Es casi imposible que una persona sola pueda levantar a un paciente que no puede valerse por sí mismo, pero desde luego puedo llamar a urgencias si necesito ayuda. Estoy preparada para hacer lo que sea necesario para mantenerlo a salvo siempre que esté bajo mi supervisión. ¿Cuántos años tiene?
—Tiene setenta y dos y buena salud siempre que mantenga la diabetes controlada, pero con esos problemas de memoria, no se acuerda siempre de ponerse las inyecciones de insulina. Cuando se olvida decae con rapidez, pero estoy seguro de que usted ya sabe todo eso.
Brittany sabía que la estaba poniendo a prueba.
—Sí, lo sé. El azúcar le sube rápidamente y se marea. Es entonces cuando siente confusión y se desmaya.
—Exacto. Esa es la razón más importante por la que necesito a una auxiliar de enfermera para que lo cuide.
—Tengo mucho cuidado de que mis pacientes reciban su medicación —le aseguró ella—. ¿Y qué hay de su madre? ¿Vive aquí también?
Él sacudió la cabeza.
—Mi madre murió de un infarto cuando mi hermano gemelo y yo estábamos en secundaria. Pete y yo éramos sus dos únicos hijos y mi padre no volvió a casarse nunca, así que no tengo más familia.
—¿Y su mujer? —preguntó ella vacilante—. Está usted casado, ¿verdad?
Él sacudió la cabeza.
—Ya no —dijo con rigidez—. Mi mujer y yo nos divorciamos hace dos años. Tenemos un hijo de dieciocho meses, pero él no le causará ningún problema. Vive en Pleasant Hill con su madre. Solo está conmigo cada dos fines de semana.
Brittany estaba asombrada. Hasta el momento no había visto rastro de ninguna mujer en la casa, pero había supuesto que habría alguna. ¿Por qué una mujer dejaría a un hombre como Ethan? ¿Qué habría pasado?
Bueno, aquello no era asunto suyo y ya era hora de cambiar de tema.
—O sea, que tiene un hermano gemelo. Debió ser divertido cuando eran pequeños.
Él sonrió.
—No somos gemelos idénticos. Pete mide uno ochenta y tres, se está quedando calvo y tiene los ojos azules. Ni siquiera parecemos hermanos.
Brittany alzó la mirada hacia la espesa mata de pelo castaño de Ethan y sintió deseos de deslizar los dedos por ella. No parecía que fuera a quedarse calvo pronto.
—¡Qué extraño! —murmuró—. ¿Vive en esta zona?
—No, él y su mujer son abogados y socios de bufetes diferentes en Nueva Orleans, así que estará usted sola con mi padre desde las ocho de la mañana hasta media tarde, como poco. ¿Cree que podrá hacerlo?
—Estoy segura —contestó ella con más confianza de la que sentía—. Y además, la agencia tiene personal de respaldo disponible las veinticuatro horas del día. Puedo llamarlos si surge alguna emergencia.
—Bueno, no lo sé. Yo necesito a alguien que entienda la situación y pueda controlarla. Yo había pensado en un hombre, pero la agencia no tenía ninguno disponible —se quedó pensativo un minuto—. Mire, ¿por qué no le presento a mi padre y vemos cómo va la cosa? Está en la sala viendo un partido de béisbol por la televisión.
—Creo que es una idea estupenda —dijo Brittany aliviada de que al menos le diera una oportunidad.
—Bien, entonces vamos. Está al final del recibidor.
De nuevo la tomó del brazo. Ella no estaba segura de que fuera necesaria aquella forma de cortesía, pero se alegró de que la usara. Le gustaba la sensación de cercanía que le producía.
Cruzaron el recibidor hacia la derecha de la escalera y pasaron por delante de una puerta cerrada hasta llegar a una gran sala abierta en la parte trasera de la casa.
Era completamente diferente a la sala de visitas y al comedor que había visto al pasar. Aquellas salas estaban decoradas con muebles del siglo XVIII, sólidos, pero fríos y formales. Esa, sin embargo, era completamente moderna, con enormes puertas de cristal correderas y unos ventanales tan grandes que parecían introducir en la sala el