Cajal: Un grito por la ciencia
Por José Ramón Alonso Peña, Juan Andrés de Carlos Segovia, Santiago Ramón y Cajal y Santiago Ramón y Cajal Agüeras
5/5
()
Información de este libro electrónico
Prolífico escritor nos habla, entre otras cosas, del nacimiento de los nacionalismos vasco y catalán, del hipnotismo o de la necesidad de la rueda de la ciencia en el carro de la cultura española. De ser un niño travieso, a quien su padre saca del colegio por mal estudiante y pone de aprendiz de zapatero, llega a convertirse en el mejor científico español de todos los tiempos. Con una voluntad de hierro, un patriotismo profundo y una competitividad basada en la calidad de su trabajo, Cajal pone a España en el mapa mundial de la ciencia. Es considerado el fundador de la neurociencia moderna y un artista excepcional, uno de los grandes ilustradores científicos de todos los tiempos. Esta biografía, escrita por dos cajalianos y especialistas en neurociencia, actualiza su vida y su obra, recoge detalles inéditos y quiere ser un homenaje a un hombre singular y un grito a favor de la investigación española.
Lee más de José Ramón Alonso Peña
Sin Fronteras
Relacionado con Cajal
Títulos en esta serie (7)
Los días iguales Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Yo he vivido en la Antártida: Los primeros españoles en el continente blanco Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAnimales ejemplares Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCajal: Un grito por la ciencia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5¡Ellas!: Mujeres que retaron al mundo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesGenes de colores Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDescubriendo galaxias Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Libros electrónicos relacionados
Santiago Ramón y Cajal Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRamón y Cajal: Un Nobel de antología Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa aventura del cerebro: Viajando por la mente Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUn científico en el armario: Pío del Río Hortega y la historia de la ciencia española Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDeMente 2: Dos cabezas piensan más que una Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDeMente: El cerebro, un hueso duro de roer Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Visión interior: Una investigación sobre el arte y el cerebro Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El sapiens asesino y el ocaso de los neandertales Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCharlas de café: Pensamientos, anécdotas y confidencias Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMeditaciones metafísicas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesViajes con una burra por los montes de Cévennes Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Einstein y el arte de montar en bicicleta: Buscando el equilibrio en el mundo moderno Calificación: 1 de 5 estrellas1/53 Libros para Conocer Literatura Rusa Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Criticón (Anotado) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHistoria del cuerpo humano: Evolución, salud y enfermedad Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mis creencias Calificación: 5 de 5 estrellas5/5De las bacterias a Bach: La evolución de la mente Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones¿Cómo entender a los humanos?: Las bases biológicas del lenguaje, la cultura, la moral y el estatus Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesFilosofía de las neurociencias: Cerebro, mente, persona Calificación: 5 de 5 estrellas5/5100 citas comentadas de ciencia Calificación: 3 de 5 estrellas3/5El ascenso del hombre Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAbriendo la caja negra: Una historia de la neurociencia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPensar en sentir Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Historia de dos ciudades Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El cerebro humano Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Biología de la mente Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El año 2440: Un sueño como no ha habido otro Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Repensar el cerebro: Secretos de la Neurociencia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl duelo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCerebroflexia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Biografías y memorias para usted
Todo lo que no pude decirte Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Inteligencia Artificial Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Rituales cotidianos: Cómo trabajan los artistas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Una guía sobre el Arte de Perderse Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Kybalión de Hermes Trismegisto: Las 7 Leyes Universales Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Rituales cotidianos: Las artistas en acción Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Una vida robada Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Memorias de un monje budista Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos Duelos Desautorizados Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Caminar Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La lucha contra el demonio Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El arte de hacerse pendejo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Simone de Beauvoir: Del sexo al género Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Las Confesiones de San Agustín: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Siete hábitos y secretos japoneses para triunfar Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Simone de Beauvoir: Filósofa de la libertad Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas pequeñas virtudes Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Oppenheimer y la bomba atómica Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Como veo el mundo (Traducido) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Escapar para vivir: El viaje de una joven norcoreana hacia la libertad Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El libro de la vida Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Lo que no está escrito en mis libros: Memorias Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El secreto de Selena (Selena's Secret): La reveladora historia detrás su trágica muerte Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Entrena el cerebro emocional: Psicología y mindfulness para una vida plena Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Poemas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El diario de Ana Frank Calificación: 4 de 5 estrellas4/5GuíaBurros ¿Con qué filósofo te quedas?: Historia del pensamiento filosófico Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mujeres de ciencia: 50 intrépidas pioneras que cambiaron el mundo Calificación: 2 de 5 estrellas2/5El kibalión Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Comentarios para Cajal
1 clasificación0 comentarios
Vista previa del libro
Cajal - José Ramón Alonso Peña
2018
1
NADA SUGERÍA QUIÉN SERÍA DESPUÉS
Orígenes de Santiago Ramón y Cajal
Cajal, nuestro aragonés más internacional. ¿Aragonés?…, pero si nació en Navarra… Bueno, esto es cierto, aunque no todo el mundo lo sabe. La verdad es que es un poco lioso, pero nos lo cuenta el propio Santiago cuando el periódico ABC le hace una entrevista, el 4 de mayo de 1922, con motivo de su jubilación, y le piden, entre otras cosas, que aclare cuál es su patria chica. Bien es sabido que nace en un pequeño pueblo llamado Petilla de Aragón, que, aunque está enclavado al norte de la provincia de Zaragoza, pertenece administrativamente a Navarra desde comienzos del siglo XIII. A este respecto, declaraba Santiago en dicho periódico:
Poco importa que cariñosamente se discuta cuál es mi patria chica. Aragoneses fueron mis padres; en el Instituto Provincial de Huesca y en la Universidad de Zaragoza efectué mis estudios; pero nacer, propiamente nacer, nací en Petilla, pueblo navarro que aún continúa llamándose Petilla de Aragón, porque de Aragón fue y un rey de Aragón lo cedió a un monarca de Navarra para cancelación de deudas. Soy, y ese es mi orgullo, español.
Habiendo quedado claro esto, podríamos preguntarnos cuáles son los orígenes de sus ascendientes. Pues bien, todos ellos nacieron y vivieron en diversos pueblos del Serralbo y, por lo tanto, aragoneses por los cuatro costados. El Serralbo es una comarca de la provincia de Huesca que atesora una gran riqueza natural y paisajística, y que posee además iglesias medievales de importante valor artístico y cultural. Si nos fijamos en los ocho bisabuelos de Santiago, vemos que tres eran de Larrés, dos de Isín, uno de Aso de Sobremonte, uno de Senegüé y otro de Acumuer. Todos estos pueblos están situados en un entorno cercano, en las proximidades de los ríos Aurín y Gállego, entre las cabeceras de las comarcas de Biescas, al norte, y de Sabiñánigo, al sur. Para ser más precisos, la ascendencia paterna procedía de los pueblos Isín (de donde procede el apellido Ramón), Larrés y Senegüé, y la ascendencia materna de los pueblos Aso de Sobremonte (de donde procede el apellido Cajal), Acumuer y Larrés.
1. Larrés (Huesca). Foto tomada por Cajal. Legado Cajal, Instituto Cajal (CSIC), Madrid
2. Justo Ramón Casasús (1822-1903). Archivo Pedro Ramón y Cajal
3. Antonia Cajal Puente (1819-1898). Archivo Pedro Ramón y Cajal
Aunque Santiago nacerá, por motivos circunstanciales (destino temporal de trabajo de su padre), en Petilla de Aragón (Navarra), los Ramón y Cajal provienen del pueblo oscense de Larrés, dado que sus padres nacieron en esta localidad: Justo Ramón Casasús, el 6 de agosto de 1822, en el seno de una familia de labradores, y Antonia Cajal Puente, el 13 de julio de 1819, en una familia de tejedores. Ascendencia bastante humilde, como reseñamos en estas líneas y ampliaremos en el siguiente capítulo.
Larrés está enclavado a la entrada del valle del Aurín, a novecientos doce metros de altitud, y tiene como telón de fondo las cumbres pirenaicas. Dista unos cinco kilómetros de Sabiñánigo, a cuyo ayuntamiento pertenece, y su historia está ligada a la de su castillo, cuya referencia histórica más antigua se remonta al año 1035, comienzo del reinado de Ramiro I.
La influencia que tuvieron siempre los señores de Larrés en la vida de los larresanos fue notoria. Sin embargo, a partir de las desamortizaciones del siglo XIX, el castillo de Larrés entró en decadencia y comenzó su abandono. Los Urriés, marqueses de Ayerbe y señores de Larrés, se trasladaron a Zaragoza y vendieron el castillo, ya ruinoso, a comienzos del siglo XX. En 1983, los bisnietos de su propietario, los hermanos Castejón Royo, donaron el castillo a la asociación Amigos de Serrablo, que, tras restaurarlo, lo convirtió en el único museo de España dedicado íntegramente al dibujo.
Contiene cerca de tres mil obras de unos setecientos autores, y constituye una de las colecciones más completas y representativas del arte español del siglo XX. Es espectacular, merece la pena hacerle una visita. Denominado en la actualidad como Museo de Dibujo Julio Gavín «Castillo de Larrés» en honor a Julio Gavín, director del mismo hasta su fallecimiento.
Por las ruinas de este castillo correteó de niño Santiago Ramón y Cajal y, años más tarde, en 1900, lo fotografiaría en una visita familiar a su pueblo paterno.
Una familia humilde y sin horizontes
En 1963, Adolfo Castillo dedicó su discurso de entrada en la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis a la genealogía de Santiago Ramón y Cajal. En ese texto comenta lo siguiente:
Se da por seguro que los Cajal descienden por varonía del rey Bermudo de León, que tuvo amores con la ricahembra doña Clara de Benavides, hija de don Mendo, poderoso señor de Galicia. De este consorcio nacieron dos hijos: don Sancho y doña Sol de Benavides, el primero, sucesor en los ricos heredamientos de su abuelo materno, y la segunda, casada con Íñigo Arista, primer rey de Pamplona y quinto monarca de Sobrarbe, si hemos de dar fe a nuestras vernáculas tradiciones patrias.
A don Santiago le habrían hecho gracia esos supuestos orígenes nobles. Él, que se sentía sin duda parte del pueblo, y que tenía muy claras la modestia y escasez de medios de la familia en que se había criado, de repente era descendiente de reyes, señores y magnates. Nunca se lo hubiera imaginado, aunque una genealogía así no es de extrañar. Según vamos retrocediendo en el tiempo, por un lado, tenemos más antepasados: dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos… Y por otro lado, la población es más y más escasa. En la época medieval que comenta Adolfo Castillo, se calcula que, entre los años 750 y 1100, la población peninsular no superó los cuatro millones de habitantes. Por lo tanto, no es de extrañar que por nuestras venas corra la sangre de reyes y nobles, al igual que la de muchos agricultores, alfareros y soldados.
En cualquier caso, parece que en esa época, en torno al siglo IX, tuvo su origen su peculiar apellido materno. Doña Sol fue quien atrajo hacia las tierras aragonesas a su sobrino, Sancho García de Benavides, el cual se puso al servicio de su tío para luchar contra los moros. En uno de esos combates entre musulmanes y cristianos, don García de Benavides tuvo un enfrentamiento con el infante sarraceno Aben Alfaje, hijo de cierto régulo moro llamado Ibn Abdalá. El cristiano rompió su espada en la armadura del príncipe musulmán, pero evitó que este aprovechara su desventaja agarrando un madero que había por las inmediaciones y dándole con él un soberbio estacazo en toda la boca. El resultado es que rompió la mandíbula al príncipe moro y sus dientes quedaron esparcidos por el suelo. En dialecto aragonés, «muela» se dice «caxal», por lo que don García de Benavides pasó a ser conocido como don García Caxal, o Cajal, en recuerdo de su habilidad extrayendo dientes. Tres muelas adornaron desde entonces su escudo de armas.
Castillo Genzor indica que este relato es de tradición novelesca, y que está basado en la única y dudosa autoridad de un cronicón familiar muy posterior a tales sucesos. En los siguientes siglos, los Cajal van acrecentando sus méritos y servicios a la dinastía de Pamplona. Un Pedro Cajal muere en 1094 frente a las murallas de la musulmana Huesca; otro es enviado a Castilla como embajador de Aragón; una María Teresa Cajal es señora de Tarazona y Borja, y funda la catedral de la primera de estas dos villas; y un noble apellidado de Atarés y Cajal, señor de Borja, estuvo a punto de heredar la corona de Aragón al morir Alfonso el Batallador, antes de ser elegida la candidatura del monje Ramiro.
Siglos después, los Cajal figuran entre las primeras veinte familias pobladoras de la localidad de Biescas. Sin embargo, los pueblos altoaragoneses tienen pocos recursos y mantienen la tradición del mayorazgo: el hijo primogénito hereda las tierras y los demás deben perseguir un futuro sin poder disponer de la hacienda familiar. Así, sucesivas generaciones de cajales van saliendo de Biescas para buscarse la vida en otras localidades y otras comarcas. Uno de ellos es don Lorenzo Cajal, segundón en su familia, por lo que no puede heredar, y que se quedó inicialmente en Aso de Sobremonte.
En la actualidad, la mayoría de nuestros objetos de consumo son producidos en fábricas y transportados, a menudo, desde otros países. Hace cien años no era así. Los pueblos tenían una enorme diversidad de oficios y había muchos labradores, afiladores, cereros, aguadores, barberos, alfareros, colchoneros, guarnicioneros, arrieros, pastores, canteros, enterradores, cordeleros, lavanderas, carboneros, herreros, carpinteros, y fabricantes de carros, cucharas, toneles, albardas, cestos y muchas cosas más. La mayoría tenían algo de ganado, como una vaca o unas ovejas, o criaban unos conejos y unas gallinas; también eran cazadores y pescadores, y en general, combinaban oficios. Era muy común que, en los meses de invierno, cuando apenas se podía hacer nada en el campo, los labradores se convirtieran en tejedores, tintoreros o hacheros, y sacaran unos dineros, escasos siempre, trabajando en el telar, tiñendo telas o cueros, o sacando tablas con el hacha. Esos, y no los otros de reinos y señoríos, son los antecedentes familiares de Santiago Ramón y Cajal.
Lorenzo Cajal aparece en los registros de la parroquia de Aso como tejedor. Tras su matrimonio en Larrés con Isabel del Puente y Satué, se trasladó a esta localidad y fijó allí su residencia. En esta villa nació doña Antonia Cajal, madre de Santiago Ramón y Cajal, la pequeña tras cinco hijos varones. Santiago la describe como una «hermosa y robusta montañesa», y debió de criarse en un ambiente muy humilde donde los ingresos del padre, simple tejedor de pueblo, apenas cubrían las necesidades mínimas. Sus hijos la recordarán como un «dechado de economía ahorrativa, plegándose obedientemente a las previsiones, a veces excesivas, de su marido, siempre atormentado por el sagrado temor a la pobreza».
De la rama paterna sabemos mucho menos. El apellido Ramón es también originario de la provincia de Huesca, del pueblo de Isín, se extiende posteriormente a la provincia de Zaragoza, y se radica en la zona norte, en la comarca de las Cinco Villas. Don Justo Ramón, el padre de don Santiago, era el tercero de cuatro hermanos y nació en una familia de modestos agricultores. Este hombre es clave en la trayectoria de Santiago y hablaremos de él en el siguiente capítulo. En la época en la que Justo Ramón y Antonia Cajal nacieron en Larrés, el pueblo contaba con cuarenta casas y unos doscientos habitantes (doscientos veinticuatro en el censo de 1830). En casa de los Ramón vivían seis personas y en casa de los Cajal, ocho.
De todo esto, se pueden extraer varias conclusiones básicas: que las raíces familiares de don Santiago eran, sin duda, aragonesas, y que provenía, a pesar de esa historia de don García Caxal, de familias humildes, con una cultura mínima, sin nada que se pareciese ni de lejos a un lujo, y acostumbrados, por mor de la tradición del mayorazgo, a trabajar duro para salir adelante, con esfuerzo y constancia, sin deberle nada a nadie. Esos son los genes de Santiago Ramón y Cajal.
El padre de hierro
Para entender la vida y la obra del gran neurocientífico, es fundamental hablar de su padre. Justo Ramón Casasús, padre de don Santiago, era hijo tercero por lo que no heredaría tierras y tendría que buscar cómo ganarse la vida. Empezó trabajando el campo de niño y realizando tareas de pastor mientras vivía en casa de sus padres. No debió de ir apenas a la escuela y era analfabeto. Con tan solo dieciséis años abandonó la casa paterna para intentar mejorar, y se colocó de mancebo de un cirujano en Javierrelatre, un pequeño pueblo en la provincia de Huesca. En aquella época los cirujanos rurales eran considerados médicos menores y se les conocía popularmente como «sangradores» o «barberos». Estos lo mismo te afeitaban, te hacían una sangría, te sacaban una muela o te restañaban una herida. Fue su primer contacto con algo relacionado con la medicina y, con permiso de su amo y utilizando sus libros, aprendió, por su cuenta, a leer y a escribir.
Cuatro años más tarde, en 1843, con veintiún años, gracias a sus míseros ahorros y unos reales que le prestó uno de sus hermanos, dejó ese empleo y echó a andar hacia Zaragoza —ciento diecisiete kilómetros—, donde se colocó en una barbería del Arrabal. Al mismo tiempo que trabajaba allí, se puso a estudiar y consiguió sacar el bachillerato con muy buenas notas, así como los dos primeros cursos de los estudios de cirujano de segunda clase.
Justo Ramón tuvo siempre una sólida ambición y una voluntad de hierro. Al poco tiempo, sin decirle nada al barbero para el que trabajaba, preparó unas oposiciones para una plaza de practicante en el Hospital Provincial. Aunque solo se había convocado una plaza y se presentaron veinticinco aspirantes, ganó la oposición. La plaza incluía residencia, manutención en el edificio del hospital y tres duros de sueldo. Aunque esa plaza significaba ya cierta estabilidad y un modesto porvenir, a pesar de que años después recordaba el magnífico trato que recibió en aquel puesto, don Justo no quería pasarse la vida de practicante y decidió terminar sus estudios de cirujano de segunda. Sin embargo, la reforma educativa de 1845 truncó sus planes. Este cambio legislativo intentaba poner orden en el caótico sistema universitario español, ya que algunos de sus centros tenían una calidad ínfima. La enseñanza de la medicina fue suprimida en Zaragoza en un proceso que culminó en 1857 con la Ley Moyano, que dejó en España seis facultades de Medicina, entre las que no estaba la de la capital del Ebro. Justo Ramón no se arredró, dejó la tranquilidad del puesto obtenido y las comodidades que tenía en Zaragoza, y se marchó, de nuevo a pie, a Barcelona, el lugar más cercano donde podía continuar sus estudios.
Tras sufrir dificultades y privaciones, consiguió un trabajo en una barbería de Sarriá, tras haber pactado con el dueño que podría ir a clase y continuar sus estudios de cirujano. Su economía, con ese acuerdo que seguro redujo sus ingresos, no era boyante, y los domingos y festivos instalaba un puesto de barbero en el puerto para atender a marinos y transeúntes. Cuando su jefe se enteró de que trabajaba también por su cuenta, le despidió, así que abrió una modesta barbería cerca del puerto, un trabajo que siguió compaginando con sus estudios. Pero sus problemas no acabaron ahí. Como consecuencia de los tumultos y revueltas que afectaron a la ciudad condal en la revolución de 1847, las baterías de Montjuïc abrieron fuego sobre la ciudad y un proyectil cayó en la barraca donde trabajaba don Justo, la destruyó y lo dejó herido en un muslo. A pesar de los pesares, no se desalentó, Justo Ramón terminó sus estudios de cirujano de segunda clase y regresó a su Larrés natal, sin trabajo, pero con su título de cirujano.
Allí se reencontró con una mujer a la que conocía desde que eran niños: Antonia Cajal. La pareja entabló relaciones, pero Justo Ramón necesitaba encontrar un trabajo para poder vivir y formar una familia. Afortunadamente para la joven pareja, en enero de 1848 consiguió un contrato de cirujano en la cercana villa navarra de Petilla de Aragón, enclavada en la provincia de Zaragoza, como ya se ha comentado.
El contrato, que aún se conserva, especificaba detalladamente los deberes que Justo Ramón debía asumir:
•Visitar a los enfermos tan pronto como se le avise y a los enfermos que ya le conste que lo son deberá visitar una vez por la tarde y otra por la mañana.
•Rasurar a los vecinos de esta villa cuando se presenten en la barbería y por turno que vayan llegando a ella, así como dejar una tijera para que los vecinos se corten el pelo mutuamente.
•Curar las enfermedades venéreas y la sarna.
El empleo también llevaba aparejado «casa franca que será la que el ayuntamiento tiene encima de la casa consistorial de esta villa», y allí se trasladarán Justo y Antonia después de celebrar su boda en la iglesia parroquial de Larrés, el 11 de septiembre de 1849.
4. Casa natal. Petilla de Aragón (Navarra). Foto tomada por Cajal. Legado Cajal, Instituto Cajal (CSIC), Madrid
5. Ermita Virgen de Casbas. Ayerbe (Huesca). Acuarela realizada por Cajal. Legado Cajal, Instituto Cajal (CSIC), Madrid
Don Justo ejercerá de cirujano de segunda clase en Petilla desde 1848 hasta 1853. El partido médico era —según señala Santiago en su autobiografía— de los llamados «de espuela»; es decir, tenía anejos, pequeños caseríos y casas aisladas que había que recorrer a caballo. En esa casa nacerá su primer hijo, Santiago Felipe, el primero de mayo de 1852. Santiago vivirá allí solo diecisiete meses, pues su padre cambia de localidad de trabajo. Regresará a Petilla una sola vez en su vida, con cuarenta años, a conocer el pueblo que le vio nacer. La pobreza del pueblo le causó una honda impresión: «Deploro no haber visto la luz en una gran ciudad…, debí contentarme con un villorrio triste y humilde…, decoración austera con la que la naturaleza hirió mi retina virgen y desentumeció mi cerebro». Sin embargo, la acogida de sus paisanos, a los que califica de «rudos pero honrados montañeses», ganó su estima y su aprecio, y siempre se refirió a su pueblo con cariño.
En octubre de 1853, Justo Ramón consigue el nombramiento de cirujano titular en el pueblo de Larrés. Por aquella época, esta localidad no debía de tener más de doscientos habitantes. Allí nace su segundo hijo, Pedro, que llegaría a ser médico y científico de primer nivel, aunque sea poco conocido, pues siempre permaneció a la sombra de su hermano Santiago. Sin embargo, a pesar de tener allí amigos y familia, don Justo se enfrenta con las autoridades municipales y, a principios de 1856, solicita y obtiene la plaza de cirujano de Luna, un pueblo de la provincia de Zaragoza. En esta localidad residirán menos de un año, y se trasladarán al cercano pueblo de Valpalmas. Allí comienza la educación de Santiago; empieza a ir a la escuela y su padre lo lleva todas las tardes, después del trabajo, a una cueva donde se solían cobijar los pastores de la zona, y le imparte nociones de francés, aritmética, geografía, física y gramática. La verdad es que a don Justo le gustaba enseñar, dado que pensaba que «la ignorancia era la mayor de las desgracias y el enseñar, el más noble de los deberes».
En 1857, los Ramón y Cajal tienen su primera hija, a la que bautizan con el nombre de Pabla. Al año siguiente, Justo Ramón, con treinta y cinco años, concluye que no quiere seguir siendo cirujano de segunda toda su vida, y decide volver a estudiar, con el fin de alcanzar la titulación superior de médico-cirujano. Solicita un suplente que atienda su plaza de Valpalmas y le comunica a su esposa que se marcha a Madrid para obtener la licenciatura en Medicina. Planifica su intendencia dividiendo sus ahorros por la mitad; le deja a Antonia una parte y se lleva la otra para poder mantenerse en la capital. En 1859 nace su última hija, Jorja, y en el verano de 1860 don Justo ya está de vuelta. En Madrid cursa y aprueba cuatro asignaturas de la carrera de Medicina, pero concluye los dos cursos que le quedan en la Universidad de Valencia, donde consta que obtiene la licenciatura en Medicina el 20 de marzo de 1862. Con el título en su poder y el legítimo deseo de prosperar, solicita un partido médico mayor en la villa de Ayerbe, y este le es concedido, por lo que se establece allí y, poco a poco, va consiguiendo reputación y clientela.
Es en este nuevo ambiente, donde su hijo primogénito, Santiago, disfruta de la naturaleza y adquiere una de las aficiones que más arraigará en su vida: la pintura y el dibujo. Sin embargo, no destaca en sus estudios escolares, cosa que preocupa a su padre. Este, médico respetado y con abundante clientela en el pueblo, con el paso del tiempo, vuelve a tener ciertos desencuentros con el ayuntamiento; debía tener un carácter de armas tomar. Así que decide abandonar temporalmente la villa y se traslada, con toda la familia, primero a Sierra de Luna y luego a Gurrea de Gállego. Poco tiempo después, se reconcilia con el consistorio de Ayerbe y regresan al pueblo. A Santiago lo manda a estudiar el bachillerato al colegio de los Padres Escolapios de Jaca. Allí permanecerá un año, pero los malos resultados académicos hacen que su padre lo cambie al instituto de Huesca para terminar sus estudios, donde coincidirá con su hermano Pedro. Posteriormente, cuando en 1870 Santiago inicia los estudios de Medicina en Zaragoza, su padre decide acompañar a su hijo primogénito y abandona su cómoda posición en Ayerbe para trasladarse, con toda la familia, a la ciudad aragonesa. Don Justo se presenta a unas oposiciones de médico de la beneficencia provincial y gana el puesto. Poco después, solicita un puesto en la universidad y el decano de la Facultad de Medicina, don Genaro Casas, amigo y condiscípulo suyo, le confiere el cargo de profesor interino de Disección, con lo que don Justo se convierte en profesor de su hijo, y lo instruye en el conocimiento de la anatomía. Sin embargo, no logra nunca ganar esta plaza en propiedad y renunciará a ella el 8 de marzo de 1883, con sesenta y un años. Desde entonces, su vida laboral pasará a ser exclusivamente clínica como médico de la beneficencia.
Justo Ramón —este es un dato conocido recientemente— obtuvo un doctorado en Medicina y Cirugía por la Universidad Central de Madrid en el año 1878. La memoria de dicha tesis, titulada «Consideraciones acerca de la doctrina organicista», se conserva en el fondo histórico de la biblioteca de la Facultad de Medicina de dicha universidad. Su hijo Santiago había defendido su tesis doctoral con el título «Patogenia de la inflamación» en la misma Universidad Central de Madrid, en 1877; es decir, un año antes que su padre. Lo más curioso es que ambas tesis son, como no podía ser de otra manera en la época, manuscritas, y un análisis grafológico ha mostrado que fueron escritas por la misma persona: Santiago Ramón y Cajal. Sin embargo, la comparación léxica y sintáctica de los textos no parece indicar que ambos fueran redactados por Santiago, aunque se aprecie alguna similitud de ideas, cosa por otra parte lógica entre personas que mantenían una cierta afinidad doctrinal y que habían colaborado durante varios años en la Facultad de Medicina de Zaragoza.
Hay también otro dato poco conocido, pero que es importante, pues aclara los graves conflictos que existieron entre padre e hijo, hecho nunca explicado y, por tanto, no entendido. Justo Ramón mantiene una actitud ambivalente con su hijo Santiago. Por ejemplo, no está contento cuando decide contraer matrimonio con Silveria Fañanás y, sin embargo, le apoya en momentos duros de su carrera profesional, como cuando Santiago se presenta a la cátedra de Madrid. Es la plaza más apetecible del país y, aunque Santiago tiene ya un merecido prestigio internacional, se ponen en marcha todas las maquinarias, influencias e incluso público afín, que vitorea a su amigo e insulta al contrincante. Santiago,