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Completamente tuya
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Libro electrónico173 páginas2 horas

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Información de este libro electrónico

Cuando Marty Stryker, un ranchero viudo, puso un anuncio en el periódico buscando esposa, lo último que se esperaba era una segunda oportunidad en el amor. Su hijita necesitaba una mamá cariñosa, y él necesitaba alguien con quien compartir su enorme cama, vacía desde hacía mucho tiempo. Pero no contaba con que su nueva novia, Juliette Duchenay, también haría una aportación al matrimonio.
Desde el primer beso, Marty supo que toda su fuerza de voluntad no sería suficiente para evitar que su corazón se rindiera...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 sept 2018
ISBN9788413070445
Completamente tuya
Autor

Anne Marie Winston

Anne Marie Winston is a Pennsylvania native and former educator. She sold her first book, Best Kept Secrets, to Silhouette Desire in 1991. She has received various awards from the romance writing industry, and several of her books have made USA TODAY’s bestseller list. Learn more on her web site at: www.annemariewinston.com or write to her at P.O. Box 302, Zullinger, PA 17272.

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    Completamente tuya - Anne Marie Winston

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2001 Anne Marie Rodgers

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Completamente tuya, n.º 1060 - septiembre 2018

    Título original: Tall, Dark & Western

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-1307-044-5

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Prólogo

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Prólogo

    Marty Stryker abrió su buzón en la oficina postal de Kadoka, Dakota del Sur, y recogió la carta dirigida a él con letra femenina desconocida con sumo cuidado, como si fuera venenosa. Se paró junto a una papelera y tiró la propaganda.

    ¿Debía leerla? Las últimas cartas recibidas habían sido tan tontas que ni siquiera se había molestado en contestarlas. Enseguida rasgó el sobre y leyó:

    Querido ranchero:

    ¿Cuánto debo saber sobre niños para casarme con usted? Tengo dieciocho años. Sé que pensará que soy demasiado joven, pero…

    Marty bufó y tiró la carta a la papelera. Otra más que mordía el polvo.

    Desilusionado, abrió la pesada puerta y salió fuera, a la tarde helada. Tenía la camioneta aparcada en una esquina, a unos pocos pasos, en Main Street. Caminó a grandes zancadas y se subió a ella, poniendo la calefacción y quedándose quieto un minuto para calentarse. Se quitó el sombrero de cowboy y lo dejó sobre el asiento de al lado, pasándose la mano por los cabellos dorados y rizados.

    Entonces comenzó a sentirse deprimido. Había puesto anuncios en varios periódicos de Rapid City, Dakota del Sur, desde hacía un año. Anuncios buscando esposa. ¿Quién habría podido imaginar que iba a ser tan difícil encontrar a una buena mujer?

    Arrancó el motor y condujo hacia el sur, hacia las afueras de la ciudad. Se dirigía a Lucky Stryke, el rancho en el que trabajaba con su hermano Deck. Lo único que deseaba era poder contar con una mujer bien capacitada, una mujer amable que compartiera con él la crianza de su hija y lo ayudara en las tareas del rancho. Alguien que disfrutara de un buen revolcón entre sábanas unas cuantas veces a la semana. No era necesario que le prometiera amor eterno; de hecho jamás tendría en cuenta a ninguna mujer que soñara con ello.

    No, ya había disfrutado del amor. Y perder a Lora había sido insoportable. Lo único que quería era una compañera, alguien que llegara a gustarle lo suficiente como para compartir con ella el resto de su vida. Y no quería más hijos, así que tendría que ser alguien que no deseara tenerlos. Pero, aparte de eso, no era necesario que cumpliera ningún otro requisito.

    O quizá sí. Marty recordó algunos de los desastrosos encuentros de los últimos meses. Mujeres borrachas, mojigatas, mujeres que juraban tener treinta años cuando estaban más cerca de los sesenta… La única que parecía merecer la pena había sido, precisamente, la que declaró que jamás podría vivir en un lugar perdido de Dios como Kadoka.

    Marty amaba su ciudad y a su gente, una ciudad de unos setecientos y pico habitantes. Amaba las praderas anchas, planas, y las suaves colinas. Amaba el viento que soplaba por ellas y su verano abrasador, el ganado vacuno y las pavorosas tormentas del norte. Entonces contempló por la ventana los erosionados picos de las Badlands, que se extendían hacia el oeste, oscuros y preciosos a sus ojos… Y, en contra su voluntad, recordó otro viaje que había hecho por esa misma carretera, hacía más de dos años, en dirección opuesta y a mucha más velocidad. Iba hacia el hospital de Rapid City, con su mujer, a punto de parir.

    Sus manos se aferraron al volante. En aquel viaje había perdido la batalla contra el tiempo, había perdido a Lora y al bebé que llevaba en su seno, y desde entonces había vivido en soledad y lleno de pesar. Casarse no era el objetivo principal de su vida, pero tenía que pensar en su hija. Su preciosa y revoltosa hija necesitaba una madre. Y él estaba harto de dormir solo, de trabajar y de luchar contra el tiempo, de hacer las comidas, de poner lavadoras, de marcar y ayudar a parir terneros. Cansado del aspecto lamentable que su casa había adquirido sin la presencia de una mujer.

    Por eso, lo mejor era continuar poniendo anuncios. Por mucho que su hermano y sus amigos pensaran que estaba loco.

    Tenía que existir la mujer ideal. En alguna parte.

    Juliette Duchenay echó el sobre al buzón en la oficina postal de Rapid City, Dakota del Sur.

    Un minuto más tarde seguía de pie, frente a él, vacilando. ¿Qué diablos le sucedía, cómo se le había ocurrido contestar al anuncio de un perfecto extraño buscando esposa? Debía estar loca.

    Se cruzó de brazos y siguió mirando el buzón. Era una mujer muy menudita. Quizá pudiera meter el brazo por la ranura y pescar de nuevo el sobre, si se quitaba el abrigo. Era ilegal, pero…

    Juliette estaba considerando seriamente la idea cuando alguien entró en la oficina postal. Y luego otra persona más. Era obvio que la carrera delictiva no estaba hecha para ella.

    Agarró el cochecito de bebé en el que dormía su hijo Bobby, de seis semanas, y echó a andar. Bueno, probablemente aquel desconocido no contestara nunca. Quizá hubiera encontrado ya esposa. La sección de anuncios personales de aquel periódico era de lo más ridícula. Había estado leyéndola en el aeropuerto, de vuelta de California. Primero le había echado un vistazo solo por pasar el tiempo, pero de pronto se le había ocurrido pensar que si se casaba de nuevo su suegra no podría seguir importunándola, tratando de conseguir que se quedara a vivir con ella.

    Casarse de nuevo. Parecía un paso demasiado drástico, pero con su suegra era necesario ser drástico. Cada vez le ponía más difícil tomar sus propias decisiones, desde que se había quedado viuda. Su suegra había estado tomándolas por ella durante el embarazo, tras la muerte de Rob. Pero ya no estaba encinta, ya no era una exhausta y dolida viuda. Por desgracia, sin embargo, al tratar de reorganizar su vida, Millicent Duchenay había actuado a sus espaldas, alquilando el apartamento al que pensaba mudarse y haciéndose cargo de la cuenta bancaria de Rob. Y todo ello, según decía, por el bien de la familia. La familia debía permanecer unida.

    Aquello era ya demasiado. También mudarse a Rapid City le había parecido al principio una decisión drástica, pero enseguida se había dado cuenta de que no lo era tanto. Millicent tenía mucho dinero, y el dinero lo podía todo. Millicent había sobornado a los dueños del almacén en el que Juliette había encontrado su primer empleo. Su jefe le había dado dos semanas de plazo para marcharse, advirtiéndole de que la próxima vez no debía informar a su suegra de su paradero. Juliette había encontrado un segundo empleo y había seguido su consejo, pero la actitud de su suegra la preocupaba cada día más.

    No estaba dispuesta a que Bobby creciera bajo la estricta tutela de su abuela, tal y como había crecido su padre. Oh, sí, había amado mucho a Rob, pero lo había conocido en la Universidad y se habían casado repentinamente, antes de volver a su ciudad natal… y de conocer a su madre. ¿Se habría casado con Rob de haber sabido lo estrechamente pegado que seguía a las faldas de su madre? Juliette no había querido jamás pensar demasiado en ello. Por supuesto que había amado a Rob, por supuesto que se habría casado con él.

    Quizá.

    Millicent era una mujer de buena posición social. Ella y Juliette jamás habían discutido abiertamente, pero más que nada se debía a que la nuera la trataba con el mayor de los tactos. Al morir Rob, paulatinamente, Juliette se había dado cuenta de que, si la dejaba, Millicent era capaz de gobernar su vida. Así que no se lo había permitido.

    Juliette se dirigió resuelta al coche y ató a Bobby en su sillita, en el centro del asiento trasero. Se sentó al volante y volvió a leer el anuncio del periódico al que acababa de contestar:

    Hombre blanco, viudo, en la treintena, y próspero ranchero, busca esposa para casarse, mantener la casa y cuidar niños. Ofrece seguridad, fidelidad, y un buen nivel de vida.

    Aquel anuncio era distinto de los otros, era directo. El hombre no se proponía a sí mismo de un modo romántico, no parecía dispuesto a volcar todo su afecto sobre su futura mujer. Ni especificaba que la esposa requerida tuviera que tener una talla determinada de sujetador o una edad concreta. No le importaba si a ella le gustaba contemplar la luna o que le regalaran rosas, bailar o cenar a la luz de las velas. Y, lo más importante de todo: tenía hijos, porque requería a una mujer que supiera cuidarlos. Por eso, probablemente, tampoco le importara que ella los tuviera. No le importaría tener otro más.

    No obstante Juliette no había mencionado a Bobby en su respuesta. El instinto le había prevenido en contra. Era mejor esperar.

    Marty Stryker rasgó el sobre y leyó la escueta nota, escrita a mano, que encontró en su buzón de la oficina postal de Kadoka, Dakota del Sur:

    29 de Noviembre

    Querido señor:

    Le escribo en respuesta a su anuncio solicitando esposa. Si la plaza está aún vacante, desearía que me considerara su candidata. Tengo veinticuatro años, he estado casada y ahora soy viuda. Sé cocinar, limpiar y llevar una casa. Me interesan los niños, y cuidaría gustosa de los suyos. Si desea que nos conozcamos, actualmente vivo y trabajo en Rapid City.

    Espero ansiosa sus noticias.

    Sinceramente, Juliette Duchenay

    Querida señora Duchenay:

    Muchas gracias por su carta. Tengo una hija de cuatro años y necesito a alguien que me ayude con ella. También necesito a una persona que se ocupe de la casa, porque soy ranchero y trabajo fuera todo el día. Me encantaría encontrarme con usted en Rapid City. Preferiblemente un sábado o domingo por la tarde.

    Sinceramente, Todd Martin Stryker, Junior

    12 de Diciembre

    Querido señor Stryker:

    Es un placer recibir su carta. Espero ansiosa el momento de saber más sobre su hija y su rancho. ¿Sería posible que nos encontráramos en el patio restaurante del centro comercial Rushmore el sábado, 27 de Diciembre, a las dos de la tarde? Soy rubia, y llevaré un vestido negro.

    Sinceramente, Juliette Duchenay

    20 de Diciembre

    Querida señora Duchenay:

    Por favor, llámeme Marty. El sábado 27, a las dos en punto, me viene bien. Espero ardientemente el momento de conocerla. Yo llevaré un sombrero texano Stetson para ayudarla a identificarme.

    Sinceramente, Marty Stryker

    Capítulo Uno

    La mujer le llamó la atención en el mismo instante en que entró en el patio restaurante del centro comercial Rushmore de Rapid City, Dakota del Sur. Y no precisamente porque estuviera muy bien dotada, lo cual hubiera sido más de su agrado, sino por lo guapa que era.

    Pero que muy guapa, se repitió Marty en silencio. No era sencillamente bonita, sino tremendamente guapa.

    Era muy menudita. Probablemente midiera poco más de un metro cincuenta, y parecía tan frágil que un soplo de viento fuerte la arrastraría. La había visto de pie, en medio del corredor que daba al patio restaurante, cuando de pronto un débil rayo de luz invernal entró por la claraboya dando de lleno sobre su rubia y pálida belleza. Por un momento Marty sólo pudo pensar que era un ángel.

    Tenía el rostro fino, y los ojos azules más grandes que hubiera visto jamás. Sus cabellos, rubios y brillantes, iban sujetos a la nuca en un elegante moño. Tenía una naricita pequeña y recta, y una boquita pintada que le recordaba a una muñeca de porcelana. Una muñeca perfecta. El vestido, negro y sencillo, resaltaba su palidez y su figura esbelta, fina, y casi infantil. Ella lo miró una vez. Fue una mirada intensa, azul. Y después

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