Tres meses de prueba
Por Corín Tellado
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"—¿Cómo? No me digas que tu hija es maestra.
—A trancas y barrancas, como César, llegó a ser perito agrícola. Pero llegaron los dos. Yo no tenía derecho a enterrarlos aquí. ¿Sabes? Con un poco de influencia, he logrado que a Lina le correspondiera esta escuela —y de repente— oye ¿Y tú chica? ¿La has traído ya de ese pensionado tan elegante?
—De ella quiero hablarte.
—¿Ah? ¿Le ocurre algo?
—Pues sí.
—Venga —rio Ricardo— Venga, di lo que sea. Ya sabes que soy tu hermano y si en algo puedo servirte….
—Podrás. Después de mucho pensar, he llegado a la conclusión de que sólo vosotros podéis ayudarme. La he malcriado. La he dado demasiadas cosas… Ahora piensa que por fuerza todo debe pertenecerle."
Corín Tellado
Corín Tellado es la autora más vendida en lengua española con 4.000 títulos publicados a lo largo de una carrera literaria de más de 56 años. Ha sido traducida a 27 idiomas y se considera la madre de la novela de amor. Además, bajo el seudónimo de Ada Miller, cuenta con varias novelas eróticas. Es la dama de la novela romántica por excelencia, hace de lo cotidiano una gran aventura en busca del amor, envuelve a sus protagonistas en situaciones de celos, temor y amistad, y consigue que vivan los mismos conflictos que sus lectores.
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Tres meses de prueba - Corín Tellado
CAPÍTULO I
ISABEL empujó la puerta, guardó el llavín y sin cerrar aquella aún miró hacia el parque.
Amanecía. Allí, ante la cochera, su automóvil deportivo parecía sonreírle, sofocado y caliente de haber recorrido las calles madrileñas a aquella hora del amanecer.
Daba gusto correr por Madrid a aquellas horas. Ni tráfico, ni estorbos, ni aglomeraciones.
Ji.
Cerró la puerta y avanzó por el lujoso vestíbulo de su palacete.
Canturreaba.
Seguramente que Marión se hallaría durmiendo en el sofá de su cuarto. La pobre Marión no se acostumbraba nunca a aquella vida. ¿Pensaba acaso que ella iba a seguir toda su vida siendo la ingenua colegiala?
¡Ji!
—Hola.
—Oh —exclamó deteniendo en seco sus pensamientos y sus pasos— Papá…
Papá se alzaba al fondo del vestíbulo; como si se desdoblara. ¡Era tan alto!
—Papá…
Y corrió hacia él.
—Papá, no sabía que habías llegado.
Papá estaba muy serio.
Claro que papá lo era siempre, pero aquel amanecer aún lo parecía más.
Lo abrazó cariñosamente, pero papá, cuando ella iba a echarle los brazos al cuello, alzó los suyos, le asió las manos con firmeza y le bajó los brazos.
—Papá… —se asombró, aún sin darse cuenta de que Santiago Salinas no estaba muy de acuerdo con ella— ¿No te alegras de verme?
Un maletín de piel negro, muy lujoso, se hallaba a los pies del butacón que al fondo del vestíbulo ocupó su padre. Cuánto tiempo llevaba allí sentado, lo ignoraba Isabel Salinas.
Desconcertada, miró a su padre como si no lo comprendiera.
Pero Santiago Salinas sí la miraba comprendiéndola.
—No te entiendo, papá. Hace dos meses que no nos vemos y me recibes así.
—Ven —dijo Santiago asiendo a su hija por un brazo— Te acompañare a tu cuarto.
—¿Ahora? —¿Es que no… piensas dormir?
—Oh, sí —rio feliz— Claro. Tengo un sueño atroz, pero dispongo de tiempo suficiente para descansar. Ahora prefiero mirarte. Estás guapísimo, papá. ¿Tus negocios te concederán un descanso? ¿Podrás estar a mi lado mucho tiempo?
—Salgo mañana para Tokio, —dijo Santiago con firmeza.
—Oh… oh… ¿Otra vez?
—Mis negocios no me permiten estarme quieto mucho tiempo.
Isabel se alzó de hombros.
—Dicen por ahí que tienes mucho dinero. ¿Por qué viajas tanto? Al fin y al cabo seguro que tienes personas de toda tu confianza que viajen por ti.
—Por supuesto. Y si bien tengo mucho dinero, no debemos de olvidar que muchas otras personas que no tienen tanto, dependen de mí.
—Que lo busquen como tú lo has buscado.
—Claro. Es seguro que si ellos me ayudaran, yo jamás lo tendría —dijo con ironía— ¿Quieres irte a la cama? Mañana, te llamaré a las once. He de hablarte.
—Estás tan solemne, papá. Acabas de llegar…
—Eso no —exclamó Santiago con sequedad— He llegado a las ocho de la noche.
Isabel miró el maletín con desconcierto.
—Aún lo tienes ahí… —dijo señalándolo.
—Claro —admitió el padre fieramente— Lo tengo ahí, porque ahí estaba cuando Marión me advirtió que habías ido a una fiesta de tarde, que luego te irías con tus amigos a un tablao y que no regresarías hasta el amanecer. Advirtió que es lo que haces todos los días, desde… hace dos meses.
Isabel se echó a reír con desenfado.
—Pues claro, papá —exclamó feliz— ¿No te gusta que me divierta?
Papá la miró fijamente.
—¿Siempre así? ¿Por las noches? Has regresado del colegio justamente hace dos meses. ¿Te has olvidado de eso?
Isabel estaba empezando a pensar que papá no estaba muy de acuerdo con su vida actual. Pues a ella le gustaba. Le gustaba un horror.
Acostarse al amanecer. Levantarse a las dos de la tarde. Darse un buen baño, comer, salir de nuevo y regresar al amanecer.
—Claro que no, papá. Diste por finalizados mis estudios ¿no es cierto? Tú mismo has ido a buscarme a Suiza. En el pensionado me pediste que estudiara algo de provecho. Estudié idiomas y encima me hice enfermera. Eso, según tú, era conveniente por si algún día estallaba la guerra. ¿No fue eso lo que me dijiste? No pretenderás que ahora me interne en un sanatorio.
—No. Pero he pensado algo muy bueno para ti. ¿Quieres irte a la cama? Yo también tengo que descansar. Salgo de Madrid en el avión de la noche.
—Otra vez sola —farfulló Isabel yendo hacia la puerta— Eso es un fastidio.
—Esta vez no te quedarás sola.. —dijo papá con acento un tanto… ¿enigmático?
—Te aseguro que no.
—Bueno —rio Isabel despreocupadamente, sin entenderlo— sola, sola nunca estuve. ¿No tengo a Marión, a Lelia, a Tomás?
—Que al fin y al cabo no son más que tres criados.
—Para mí son personas a las que aprecio infinitamente, —insistió Isabel, alzándose de hombros— Seres que siempre vi en torno a mí cuando me traías del pensionado a disfrutar unas vacaciones.
—Pero personas —recalcó papá un tanto secamente— a quienes jamás has tenido mucho respeto. Personas de las cuales has hecho siempre lo que te dio la gana.
—Nunca abusé papá.
—Bueno, —cortó papá— Lo mejor es que de eso hablemos dentro de unas horas. Iba a decir mañana, pero resulta que —miró el reloj de pulsera— ya es hoy. Son exactamente las cinco y media.
—Oh —exclamó Isabel quejumbrosa— Siempre me retiro por lo menos una hora después— le envió un beso con la punta de los finos dedos— Hasta luego, papá. No me llames antes de las doce ¿eh? Tendré un sueño atroz.
* * *
Sabía de sobra que no era una hora muy adecuada, aunque a las seis en punto, en aquel pueblo del interior de Pajares, seguramente ya estarían levantados.
Se cerró en su despacho, reflexionó unos segundos y al rato, con súbita energía marcó aquel número.
No era directo, de modo que esperó una eternidad hasta que la telefonista le preguntó qué población deseaba.
Nombró el pueblo.
Un pueblo tan remoto que incluso ignoraba si tenía teléfono.
—¿Cómo dice?
—Está a cincuenta kilómetros de Pajares, muy adentro.
—Probaré. No sé si será posible darle la conferencia a esta hora.
—Insistió.
—Pruebe, por favor. Es algo… para mí muy importante.
—Aguarde.
Le oyó insistir.
Daba la llamada. Sin duda alguna, y dada la escasa bruma en aquella época del año, la llamada era nítida. Pero nadie se ponía al teléfono.
—No contestan.
—Será mejor que insista. Por favor, es importantísimo.
—Insistiré y le llamaré dentro de cinco minutos.
—Gracias.
Quedó tenso con el aparato telefónico delante.
¿Cuánto tiempo hacía que no veía a Ricardo? Una tarjeta cortés por Navidad. Otra por la onomástica de María, a los chicos ni los recordaba. Sabía por una carta que tenía en su poder, fechada hacía más de un año, que César era perito agrícola. Tenía una gran hacienda y lógico que el heredero entendiera el campo. Hizo la carrera a salto de mata, como quien dice. Estudiando sólo y dando escapaditas a Valladolid para examinarse.
Lo tenía bien pensado.
Él no podía detenerse. Casi nunca estaba en un mismo sitio. Su negocio de exportación extendido a todo lo largo de Europa, daba mucho que hacer. Empezó poco a poco. ¡Quién iba a decir que llegaría tan lejos! Con la vista fija en el aparato telefónico, recordó, como evocando con nostalgia, cuando treinta años antes huyó de aquel pueblo. Ricardo, su primo, casi su hermano, fue gentil. Ricardo era la persona más noble que él conoció jamás. Te daré tu parte si así lo deseas, Santiago
. Le había dicho. "La verdad es que tu afán de enriquecerte fuera de la comarca me da un poco de miedo. Pero si es tu gusto, no seré yo quien te persuada de lo contrario. No me extraña nada que estés harto de esta comarca casi