Caído del cielo
Por Cheryl Reavis
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Él estaba a punto de adentrarse en una zona en guerra, no podía comenzar ninguna relación. Ella estaba luchando por la custodia de su hijo, no podía arriesgarse a empezar un romance. Él tenía antepasados navajos y de ellos había heredado su sabiduría espiritual. Ella no sabía absolutamente nada sobre sus tradiciones. Además de todo eso, las familias de Will Baron y de Arley Meehan querían proteger a sus hijos y se oponían a que estuviesen juntos. Si eran inteligentes, se alejarían el uno del otro. Si seguían los dictados de su corazón, nadie sabía lo que podría pasar…
Cheryl Reavis
Cheryl Reavis is an award-winning short story and romance author who has also written under the name of Cinda Richards. She describes herself as a "late bloomer" who played in her first piano recital at the tender age of 30. "We had to line up by height. I was the third-smallest kid, right behind my son," she says. "My son had to keep explaining that no, I wasn't his sister, I was his mom. Apparently, among his peers, participating in a piano recital was a very unusual thing for a mother to do." "After that, there was no stopping me. I gave myself permission to attempt my heart's other desire - to write." Her Silhouette Special Edition novel, A Crime of the Heart, reached millions of readers in Good Housekeeping magazine. Her Harlequin Historical titles, The Bride Fair and The Prisoner, and Silhouette Special Edition books, A Crime of the Heart and Patrick Gallagher's Widow, are all winners of the Romance Writers of America's RITA Award. The Bartered Bride, another Harlequin Historical, was a RITA finalist, as was her single title Promise Me a Rainbow. One of Our Own received the Career Achievement Award for Best Innovative Series Romance from Romantic Times Magazine, and The Long Way Home has been nominated by Romantic Times for Best Silhouette Special Edition title. Her Silhouette Special Edition book, The Older Woman, was chosen best contemporary category romance the year it was published by two online reader groups. Southern born and bred, and of German and Hispanic descent, Cheryl describes her upbringing as "very multicultural." "I grew up eating enchiladas, kraut dumplings, hush puppies and grits," she says. "But not at the same time." A former public health nurse, Cheryl makes her home in North Carolina with her husband and the surviving half of the formidable feline duo known as "The Girls."
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Caído del cielo - Cheryl Reavis
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Cheryl Reavis
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Caído del cielo, n.º 1697- mayo 2018
Título original: Medicine Man
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-9188-167-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Nunca debí haber venido», pensó Arley Meehan en medio de la alegre y bulliciosa recepción mientras se esforzaba por no parecer tan triste. El pub estaba lleno de militares. Era el contingente aerotransportado de la base de Fort Bragg, cortesía de Cal Doyle, el flamante marido de su hermana Kate. Arley se sentía feliz por Kate, por ambos. Había deseado asistir a la boda para salir de su encierro y pasar un buen rato. Sin embargo, las bodas no eran lo más adecuado para una mujer recién divorciada. De pronto deseó haberse quedado en casa con su hijo pequeño y disfrutar de una película alquilada, comer palomitas y reírse mucho.
La banda de música que su tío Patrick había alquilado para la ocasión, de improviso empezó a tocar una música muy movida y algunas parejas se pusieron a bailar. Arley quedó atrapada en medio de los bailarines y, mientras intentaba abrirse paso sin recibir un pisotón, reconoció a uno de los militares que se encontraba solo en un rincón del pub. Sabía que se llamaba Will Baron y que era médico. Trabajaba con Kate en el hospital de la base militar y en ese momento parecía tan solo como ella. Arley lo había visto una vez el año anterior, antes de que sus hermanas y ella se enterasen de que Kate pensaba casarse con un paracaidista, gravemente lesionado.
Arley se dirigió rápidamente hacia él. Grace, su hermana mayor, le había asignado la tarea de circular entre los invitados y asegurarse de que todos se divirtieran. Estaba claro que su misión debía comenzar con Will Baron.
—¿Sientes nostalgia del hogar? —preguntó cuando estuvo a su lado. Él la miró un tanto desconcertado—. Soy Arley Meehan. Bienvenido a la boda de Kate Meehan y Cal Doyle. ¿Te estás divirtiendo, especialista Baron?
—Sí —respondió, con cortesía.
Ella le lanzó una mirada maliciosa.
—Me parece que no es cierto.
Will apenas esbozó una sonrisa.
—La verdad es… que había olvidado cuánto echaba de menos… estas cosas familiares.
—¿Sí?
«Yo también», pensó ella. Había echado mucho de menos a sus hermanas tras haberse aislado deliberadamente durante un buen tiempo. La humillación sufrida por la traición del hombre que amaba había sido un golpe muy duro para ella, por no hablar del error de haberlo elegido como marido sin hacer caso de las advertencias de su familia. Había necesitado tiempo para recuperarse, para aceptar que sus hermanas habían tenido toda la razón y que ella se había equivocado de plano. Esa noche, era la primera vez que volvía al redil.
—¿Cómo está Scottie? —preguntó Will.
Arley sonrió. Había olvidado que su hijo estaba con ella cuando conoció a Will Baron.
—Todavía recuerdas su nombre —observó, sorprendida.
—Sí, tengo buena memoria. ¿Aún colecciona piedras?
—Sí, aunque en este momento lo único que quiere es ir de luna de miel.
Al verle sonreír, Arley pensó que debería hacerlo más a menudo.
—Muy bien por él. ¿Está aquí en la sala?
—No, ha quedado con sus primos bajo la custodia de las tías abuelas. En este momento están celebrando su propia fiesta que consiste en una pizza, videojuegos y tarta de boda. ¿De dónde eres?
En ese momento, la banda dejó de tocar y se produjo un extraño silencio entre ellos.
—De Arizona. Window Rock, reserva de los indios navajos.
—¿Así que eres… navajo?
—Mestizo. Mi madre biológica pertenece al Antiguo Pueblo.
—¿Tu madre biológica? —preguntó, pero él guardó silencio—. Te criaste entre ellos. Comprendo —concluyó Arley.
Sí, era cierto, comprendía su reticencia porque a ella tampoco le gustaba hablar de muchas cosas.
—Sí, con ellos, por ellos y para ellos —declaró Will finalmente.
—¿Y tu padre? —preguntó, sin detenerse a pensar si era de buena educación seguir preguntando.
Ella quería saber, y se había ganado el título de «Bicho Malo» más por su curiosidad que por su imprudencia.
En ese momento, volvió a sonar la música.
—De Carolina del Norte —respondió Will por sobre la barahúnda—. Un pura sangre.
Arley sonrió.
—Somos de la misma región. ¿Vive cerca de aquí?
—No exactamente,… falleció cuado yo tenía tres años. En realidad no sé mucho de él.
—Lo siento. Aunque puedes matar dos pájaros de un tiro —sugirió. Will la miró perplejo. La música se volvió estridente, y ella tuvo que acercarse más a él—. Si yo me hubiera enrolado para viajar por el mundo y hubiera venido a parar a Carolina del Norte, donde nació mi padre, posiblemente intentaría averiguar sobre él, precisamente porque casi no sé nada de su vida. Como puedes ver, dos pájaros de un tiro —concluyó. Will guardó silencio. La música se suavizó repentinamente—. ¿Fue muy difícil conseguir que te enviaran a Fort Bragg?
—Bueno, no fue tan fácil. Hubo que hacer unas cuantas acrobacias aéreas y saltos en paracaídas.
—¿Quién es éste? —preguntó una voz familiar detrás de la joven que al instante sintió que se congelaba.
No le cabía duda de que la pregunta iba dirigida a ella.
—Soy Will Baron, compañero de trabajo de la novia —intervino el médico de inmediato, al tiempo que extendía la mano al ex marido, alguien que se suponía que no debía estar ahí.
—Soy Scott McGowan —replicó el otro, en tono mordaz—. ¿De qué le conoces? —preguntó a Arley, ignorando la mano extendida. Arley se obligó a mirarlo, pero no respondió. Sabía que tomaría como una ofensa cualquier comentario que hiciera y no iba a permitirle una escena en la recepción de Kate. Entonces buscó con la mirada a sus hermanas, pero ninguna andaba por allí—. Te he hecho una a pregunta, Arley —dijo con una voz engañosamente tranquila.
A ella no se le escapó la velada amenaza, y seguro que tampoco a Will Baron.
—Lo sé, Scott —dijo con una sonrisa tranquila, pero no respondió.
—Vamos fuera. Ahora mismo —exigió Scott al tiempo que extendía una mano para tomarle el brazo, pero ella retrocedió bruscamente.
Will se interpuso entre los dos.
—¿Quieres ir con él? —preguntó a la joven.
—No —respondió Arley, incapaz de evitar el temblor de su voz.
—Para mí es suficiente. Y para ellos también —dijo Will al tiempo que hacía una seña con la cabeza al grupo de paracaidistas que ya estaban alertas y miraban en esa dirección.
Will y Scott se miraron fijamente.
—Disculpa —intervino Arley bruscamente—. Ha sido muy interesante charlar contigo, especialista.
Luego hizo lo que mejor sabía hacer: alejarse del lío que había organizado.
—¡Arley! ¿Qué quieres de mí? —preguntó Scott detrás de ella, en un tono estridente.
«Nada», pensó la joven. Y eso fue una revelación. No quería nada, no necesitaba nada de él. Nunca más.
Arley continuó adelante, esquivando a los que bailaban, consciente de que Scott la seguía. Era un hombre que no se rendía fácilmente. ¿Qué quería?
Entonces vio al tío Patrick afanado detrás la barra y fue en esa dirección.
—Vaya. Llegó el refuerzo. Ponte un delantal, querida. Necesito otro par de manos.
Con las piernas temblorosas, Arley se refugió detrás de la barra, se puso un delantal y, junto a su tío, se apresuró a llenar jarras de cerveza.
—Tranquilízate —dijo el tío Patrick—. Scottie está con sus tías y el innombrable acaba de dirigirse a la puerta.
Cuando al fin tuvo valor para alzar la vista, Arley no vio a Scott por ninguna parte. Tampoco a Will Baron.
—¿Qué fue todo eso? —preguntó Bernie Copus. Will miró al especialista pensando que sería mejor responder de inmediato, porque de lo contrario le haría la misma pregunta durante el resto de sus vidas—. De pronto pensé que le ibas a dar una zurra —comentó con una sonrisa que dejó al descubierto el espacio entre los dientes delanteros, un detalle que las mujeres encontraban irresistible, o al menos era lo que afirmaba.
—En realidad no sé qué sucedió —respondió Will, con la esperanza de que la verdad acabaría con el interrogatorio.
Todo lo que había comprendido de la situación era que Arley Meehan se había asustado.
—Y ahora escucha a tu tío Bernie. He de admitir que la ex señora McGowan es una mujer verdaderamente atractiva. Pero seguro que no quieres entrometerte entre el heredero de McGowan y algo que él aprecia. ¡No, señor!
—Copus, yo no quiero…
—Hablo en serio, Will. Sé cómo funcionan estas cosas.
—¿Cómo?
—Tú eres militar. Él tiene dinero. Su familia es dueña del mundo entero. ¿Y tú qué tienes?
—No mucho.
—Bueno, ahí tienes la respuesta. ¿Hace falta añadir algo más?
—Espero que no.
—Intento ayudarte, hijo —aseguró con una sonrisa.
—¿Y cuánto me va a costar?
—Ni un centavo, pero sólo por esta vez. Sé que la pequeña flor es muy tentadora, pero todo el asunto lleva escrita la palabra «problema». Lo sé porque tengo una vasta experiencia en estas cuestiones.
—Copus, ya te lo he dicho. No es… Ni siquiera la conozco.
—De acuerdo, de acuerdo. Piensa en mí como si fuera ese robot que aparece en la televisión y que repite maquinalmente: «Peligro». Sí. «¡Peligro, Will Baron!» —exclamó con un gesto tan enfático de los brazos, que tiró al suelo el vaso de cerveza de uno de los invitados.
Con una sonrisa, Will se alejó mientras Copus se deshacía en disculpas.
La música cesó de repente y la banda dejó espacio en el estrado para que la pareja de recién casados se despidiera de los invitados. Will se unió a los brindis en tanto se reía de las bromas subidas de tono de un grupo de paracaidistas respecto a la luna de miel de la pareja. Estaba decidido a disfrutar el resto de la velada. Incluso, sin el consejo de Copus, sabía mejor que nadie que no había que inmiscuirse en los problemas de la hermana de la novia y de su ex marido. Sin embargo, no dejó de observarla con el rabillo del ojo. Estaba detrás de la barra brindando y riendo, igual que él. Parecía que el incidente no le había afectado en absoluto.
Aunque él no lo creía así.
Era costumbre que todos los que se quedaban en la fiesta salieran a despedir a los novios. Will fue unos de los últimos en salir a la bochornosa noche de verano. Había crecido en el desierto y estaba habituado a las temperaturas altas, pero nunca podría acostumbrarse al calor húmedo tan opresivo de esa región del país.
Aunque en el interior la banda tocaba con entusiasmo, la estridencia de la música se disipaba en la brisa de la noche.
—Así que, ¿sientes nostalgia del hogar? —preguntó Arley junto a él.
Se encontraban en la acera, cerca de la puerta del pub.
—No demasiada —respondió Will, convencido de que intentaba retomar la conversación donde la habían dejado antes de la interrupción de su ex marido—. De veras que sí.
—Nadie lo diría por la expresión de tu cara.
—¿No te vas a despedir de Kate? —preguntó para cambiar de tema.
—Ya lo hice. Por lo demás, podría tocarme en suerte el ramo de la novia.
—Me imagino que no te gustaría.
—De ninguna manera. Así que pensé que sería mejor venir a darte la lata.
—¿Por alguna razón especial?
—Sí —respondió sin vacilar—. Me parece que eres un tipo muy sereno. Incluso cuando no te diviertes —afirmó. Él rió suavemente porque no podía estar más equivocada, al menos en ese momento—. ¿Eso viene de los navajos?
—¿Qué?
—La serenidad —repuso deliberadamente—. Presta atención a lo que te digo, Baron.
—Es difícil hacer ambas cosas a la vez —replicó, todavía sonriendo—. Estar sereno y a la vez prestar atención. Sí, la serenidad es propia de los indios navajos.
—Debe de ser difícil mantenerla en el ámbito militar.
—A veces.
—Y ahora contesta mi