Amor por chantaje
Por Penny Jordan
3.5/5
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Después de aquello estaba convencida de que no volvería a verlo, pero cuatro años después, Imogen necesitaba dinero y el multimillonario Dracco le hizo una sorprendente proposición: un millón de libras a cambio de que volviese con él... ¡y un millón más si le daba un hijo!
Penny Jordan
Penny Jordan, one of Harlequin's most popular authors, sadly passed away on December 31, 2011. She leaves an outstanding legacy, having sold over 100 million books around the world. Penny wrote a total of 187 novels for Harlequin, including the phenomenally successful A Perfect Family, To Love, Honor and Betray, The Perfect Sinner and Power Play, which hit the New York Times bestseller list. Loved for her distinctive voice, she was successful in part because she continually broke boundaries and evolved her writing to keep up with readers' changing tastes. Publishers Weekly said about Jordan, "Women everywhere will find pieces of themselves in Jordan's characters." It is perhaps this gift for sympathetic characterisation that helps to explain her enduring appeal.
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Amor por chantaje - Penny Jordan
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Penny Jordan
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor por chantaje, n.º 5553 - marzo 2017
Título original: The Blackmail Baby
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9339-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
Entonces, ¿vas a seguir adelante con todo esto? ¿Te vas a casar con Dracco aunque sepas que él no te quiere?
Imogen se estremeció al oír las palabras envenenadas que acababa de pronunciar su madrastra. Estaban las dos en el dormitorio de Imogen, bueno, el que lo había sido hasta poco después de la muerte de su padre. Tras aquello Lisa había anunciado su decisión de vender la preciosa casa con jardín en la que Imogen había crecido para poder comprarse un apartamento en la pequeña ciudad en la que vivían.
–Dracco me ha pedido que reciba a sus clientes –había explicado su madrastra el día que le había comunicado sus planes de vender la casa, cosa que había dejado perpleja a Imogen–. Dice que cuando yo me hice cargo de tratar con los clientes, la empresa de tu padre empezó a ir mucho mejor. Desgraciadamente tu madre nunca entendió lo importante que era ser amable con los clientes.
En aquella ocasión Imogen había intentado que no la afectaran las palabras de su madrastra; simplemente había respondido encogiéndose de hombros en un gesto que ya era característico en ella cada vez que Lisa mencionaba a su difunta madre. Siempre sentía el impulso de defender su memoria, pero ya tenía experiencia suficiente para saber que era mejor no hacerlo. Sin embargo no había podido evitar hacer un breve comentario:
–Mamá estaba muy enferma. Si no hubiera sido así, estoy completamente segura de que habría tratado a los clientes de papá con toda amabilidad, y habría estado encantada de hacerlo.
–Sí, todos sabemos que piensas que tu madre era una santa –sus ojos se habían llenado de furia y hostilidad–. Y Dracco está de acuerdo conmigo en que, durante todos estos años, le has puesto las cosas muy difíciles a tu padre con esa manía tuya de intentar hacerlo sentir culpable por haberse enamorado de mí.
La manera en la que Lisa se vanagloriaba de aquello había hecho que a Imogen se le revolviera el estómago, y el resto de la conversación no había logrado precisamente que se encontrara mejor:
–Dracco opina que tu padre fue muy afortunado al casarse conmigo. De hecho… –había dejado de hablar para hacerle un gesto de complicidad, una complicidad que desde luego no existía entre ellas dos. Imogen solo tenía ganas de dejar de escuchar a Lisa hablar de Dracco como si tuviera una relación muy estrecha con él; le dolía aún más porque estaba profundamente enamorada de él.
Imogen nunca había conseguido entender por qué su querido padre se había enamorado de una mujer fría y manipuladora como Lisa. Tenía que admitir que también era muy bella: alta, rubia y con muy buena figura. Todo lo contrario que Imogen, que siempre había sido la viva imagen de su madre: bajita, con el pelo negro lleno de rizos indomables y los ojos violeta oscuros que, en el caso de su madre estaban permanentemente llenos de amor y ternura, mientras que los ojos azules de Lisa no transmitían nada más que frialdad.
Sin embargo quería demasiado a su padre como para decirle lo que opinaba realmente. Su madre había muerto cuando ella tenía siete años y, cuando a los catorce su padre había decidido volver a casarse, Imogen se había convencido a sí misma para aceptar a aquella mujer que se iba a convertir en su madrastra por el bien de su padre. De hecho, tenía la firme convicción de aceptar a cualquier persona que pudiera hacerlo feliz.
Pero Lisa pronto había dejado muy claro que ella no era tan generosa; tenía treinta y dos años cuando se casó con su padre y nunca demostró el más mínimo interés por los niños, y mucho menos por Imogen, a la que siempre había tratado como una adversaria, una rival con la que tenía que competir por el amor y la atención de su marido. La más obvia muestra de lo que sentía por su hijastra había tenido lugar a los tres meses de llegar a la casa, cuando había anunciado que creía que lo mejor era mandar a Imogen a un internado, en lugar de seguir viviendo allí con ellos y estudiando en el colegio privado que había elegido su madre antes de sucumbir a la terrible enfermedad degenerativa que había acabado por matarla. Entonces había sido Dracco el que había intervenido para recordarle a su padre las molestias que se había tomado su primera mujer para encontrar una escuela adecuada para su hija. También había sido Dracco el que había aparecido un día en aquel mismo colegio con la terrible noticia del accidente de su padre; y había consolado a Imogen mientras ella no había podido controlar un llanto desesperado y lleno de impotencia.
Eso había ocurrido casi doce meses antes, cuando ella tenía diecisiete años; ahora tenía dieciocho y en menos de una hora se convertiría en su esposa.
El coche que tenía que llevarla a la misma iglesia en la que se habían casado sus padres y en la que estaba enterrada su madre estaba esperándola fuera. En la habitación contigua se encontraba el viejo abogado de su padre que iba a acompañarla hasta el altar. Iba a ser una boda tranquila, como le había pedido a Dracco encarecidamente.
«¿Vas a seguir adelante con todo esto? ¿Te vas a casar con Dracco aunque sepas que él no te quiere?» Su mente volvió a repasar las palabras que su madrastra había pronunciado consciente del dolor que iban a causarle.
–Dracco dice que es por mi propio bien –respondió con voz entrecortada–… y que eso es lo que mi padre habría querido.
–Dracco dice –Lisa repitió sus palabras burlándose de ella abiertamente–. Eres tonta, Imogen. Solo hay una razón por la que Dracco quiere casarse contigo y es porque quiere hacerse con el control de la empresa.
–¡Eso no es cierto! –la joven protestó con fuerza–. Él ya dirige el negocio –le recordó a su madrastra–. Y sabe perfectamente que yo jamás querría que fuera de otra forma.
–Puede que tú no pero, ¿qué me dices del hombre con el que te casarías algún día si Dracco no se convirtiera en tu marido? –le preguntó con más suavidad–. Vamos, Imogen, ¿no creerás de verdad que Dracco está enamorado de ti? –su tono volvió a rozar la burla–. Es un hombre, para él solo eres una niña… Escucha, él mismo me ha dicho que si no fuese por la empresa jamás, se casaría contigo.
Aunque trató de contenerlo, se le escapó un grito ahogado de dolor que contrastaba con la sonrisa triunfante de Lisa. Se odió a sí misma por permitir que aquella mujer traspasara todas sus defensas.
–Dracco nunca… –empezó a decir intentando recuperar el control que ya había perdido.
–¿Nunca qué, Imogen? –la interrumpió antes de que pudiera seguir–. ¿Nunca me confesaría algo a mí? Querida, me temo que hay muchas cosas de las que no tienes ni la menor idea. Dracco y yo… –hizo una pausa mientras se observaba las uñas con total tranquilidad–. Bueno, debería ser él el que te dijera esto y no yo, pero digamos simplemente que tenemos una relación muy especial.
Apenas podía creer lo que estaba oyendo; no era posible que algo así le estuviera ocurriendo justo el día de su boda, el día que se suponía iba a ser uno de los más felices de su vida pero que, gracias a Lisa, se estaba convirtiendo en uno de los peores.
Desde la muerte de su padre, Imogen no se había parado a pensar en las complejidades del testamento de su padre; había estado demasiado inmersa en su dolor como para considerar cómo iba a afectarla económicamente aquel fallecimiento. Por supuesto sabía que su padre había tenido mucho éxito en los negocios; John Atkins siempre había sido un consultor financiero muy apreciado por sus clientes y por el resto de la gente con la que hacía negocios. También recordaba lo entusiasmado que se había mostrado con Dracco cuando lo contrató nada más licenciarse.
Ambos hombres se habían conocido en una conferencia que el señor Atkins había dado en la universidad en la que estudiaba Dracco, y ya allí le había sorprendido la energía y las habilidades para negociar del joven.
Dracco había tenido una dura infancia; su padre lo había abandonado y lo habían criado multitud de parientes después de que su madre volviera a casarse y su marido se negara a aceptarlo en su casa. A pesar de tantas calamidades, Dracco había trabajado duro para pagarse los estudios y, al principio de trabajar para su padre, había vivido con ellos durante un tiempo. Él solía llevar a Imogen al colegio cuando el señor Atkins estaba en algún viaje de negocios; también había sido él el que la había enseñado a montar en bici; y, cuando su padre lo nombró socio de la empresa, Dracco el Dragón, como ella lo llamaba en broma, había sido Imogen con la que había salido a celebrarlo a una heladería cercana.
Lo que no sabía muy bien era cuándo había cambiado su forma de ver a Dracco, cuándo había dejado de ser solo un empleado de su padre o un buen amigo suyo y había pasado a ser algo más. Recordaba un día en el que, al salir de la escuela, lo había encontrado esperándola en el pequeño coche deportivo que acababa de comprarse. Era un día soleado y Dracco había abierto la capota; se había vuelto a mirarla como si hubiera podido notar su presencia incluso antes de que estuviera a su lado, y la había observado con aquellos maravillosos ojos verdes. Aquel día había sentido que lo veía por vez primera y, su corazón había reaccionado golpeándole el pecho con fuerza.
De pronto había notado una terrible emoción al acercarse a él y, sin saber muy bien por qué, había sentido el impulso de mirarlo a la boca.