Orígenes, arranque y
proyección del costumbrismo:
El costumbrismo literario
pretende reflejar los usos y costumbres de los ciudadanos sin
analizarlos ni
interpretarlos, ya que de ese modo se entraría en el realismo
literario, con
el que se halla
directamente relacionado. Se extiende por todas las artes
(literatura, pintura, música, danza, trajes), siendo el folclore una
forma de costumbrismo.
Los temas son los cuadros
de costumbres, llamados también artículos de costumbres, y son
bocetos en los que se pintan costumbres, usos, tipos característicos
de la sociedad, paisajes y diversiones, unas veces con el ánimo de
divertir y otras con marcada crítica social y moralizadora.
Una de las
características del arte español, especialmente la literatura, es
su tendencia al realismo, que empieza a perfilarse en el primer texto
narrativo en lengua castellana, el Cantar de Mío Cid, y se
prolonga a través del elemento popular, que impregna el Libro
de Buen Amor del Arcipreste de Hita, La Celestina, el
Lazarillo, Rinconete y Cortadillo, “el primero y hasta ahora no
igualado modelo de cuadro de costumbres” según Menéndez Pelayo.
Correa Calderón, 1964,
cita como antecedentes del costumbrismo el Corbacho del
Arcipreste de Talavera, El diablo cojuelo de Vélez de
Guevara, los Coloquios de Torquemada y las Cartas de
Eugenio de Salazar.
Pero el costumbrismo
propiamente dicho comienza a desarrollarse en España en el siglo
XVII, como consecuencia de las directrices del Concilio de Trento y
la Contrarreforma española, que supuso el cierre de las fronteras
culturales decretado por Felipe II. Así pues, el costumbrismo cala
en nuestra literatura y estará presente en la novela picaresca, en
los pasos y el entremés.
Estos son los autores
calificados con el marbete de costumbristas en el siglo XVII: Antonio
Liñán y Verdugo con su obra, Guía y avisos de los forasteros
que vienen a la Corte (1620); Bautista Remiro de Navarra
con Los peligros de Madrid (1646), Juan de Zabaleta con El
día de fiesta por la mañana (1654) y El día de fiesta por
la tarde (1660) y Francisco Santos con Día y noche en Madrid
(1663). Esta literatura costumbrista tendría su
continuación en el siglo XVIII con Torres de Villarroel, Visiones
y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por Madrid;
con don José Cadalso, Las cartas Marruecas; Clavijo y
Fajardo con el Pensador y muchas páginas de la prensa
periódica con cuadros costumbristas de escritores anónimos en El
correo de Madrid, Diario de las Musas, El
Semanario de Salamanca.
En el siglo XIX el
costumbrismo tuvo su desarrollo pleno en el Romanticismo con el
artículo de costumbres, ya con intención política y con conciencia
de exaltación de lo pintoresco ( Larra, Estébanez Calderón,
Mesonero Romanos…).
El costumbrismo tuvo su
continuación en el siglo XX con las comedias andaluzas de los
hermanos Quintero, Arniches con sus sainetes de tipos populares
madrileños; Ramón Gómez de la Serna con su Elucidario de
Madrid, El Rastro o su novela madrileñista La Nardo ;
también cultivan un costumbrismo de tintes sombríos algunos autores
de la Generación del 98: Miguel de Unamuno, De mi país
(1903), Pío Baroja, Vitrina pintoresca y Azorín con Los
pueblos y Alma española. Mediado el siglo XX Camilo José
Cela escribe sus apuntes carpetovetónicos, cercanos al esperpento;
Francisco Umbral con su costumbrismo antiburgués y las letras de las
canciones de Joaquín Sabina, también estarían impregnadas de un
costumbrismo posmoderno.
Estructura narrativa
de El día de fiesta…:
Juan de Zabaleta publicó
El día de fiesta por la mañana (DFM) en 1654 y seis años
más tarde El día de fiesta por la tarde (DFT). En el prólogo
del DFT dice: “El agrado con que se recibió la “Mañana” del
día de fiesta, me solicitó para escribir la Tarde, Y no estoy fuera
de escribir la Noche”.
Como vemos promete escribir también El día de fiesta por la noche,
pero no lo cumple.
No son excesivos los
datos biográficos de Don Juan de Zabaleta, debió nacer en Madrid o
Sevilla hacia 1610 y murió en Madrid según consta en la partida de
defunción, conservada en la parroquia de San Sebastián de Madrid:
“Juan Santos de Zabaleta, soltero, calle Santa Isabel cassas
frontero de Tomé date (..) murió en diez y siete de noviembre de
mil seiscientos sesenta y siete”
.
Sus contemporáneos
manifiestan que era llamativamente feo. Su amigo, Jerónimo de Cáncer
y Velasco escribía en su célebre vejamen (sátira de tono festivo
en la que se ponen de relieve los defectos de alguien) con este
tenor:
Vimos junto a nosotros un
hombre tan feo, que nos atemorizó; y mi camarada (…) dijo:
-¿Válgame Dios, y qué cara tan endemoniada? ¿Quién es ese hombre
tan feroz?
-Este es don Juan de
Zabaleta (…) Es excelente poeta, y de los mayores; ha escrito muy
buenas comedias; aunque le sucedió un desmán con la “Aun vive la
honra en los muertos”, que fue tan mala; pero esta redondilla dirá
el suceso de aquel día:
Al suceder la tragedia/
del silbo, si se repara,/ ver su comedia era cara,/ ver su cara una
comedia” (p. 10)
Parece ser, según los
críticos, que su fealdad fue una de las causas de su misoginia y de
su crítica de los placeres. Mª Antonia Sanz Cuadrado dice: “Nada
sabemos de la vida íntima y familiar de don Juan de Zabaleta;
ignoramos si despertó amores o los gustó, dejándose prender de la
femenina dulzura”.
Pues bien, según los nuevos datos sobre la biografía de Zabaleta
aportados por Ana Elajabeitia, 1984, nuestro autor era hidalgo,
aunque hijo natural, pero a su vez tuvo varios hijos con una mujer
casada, abandonada del marido, que por circunstancias de su
matrimonio aparece en ocasiones con nombre supuesto. Por lo tanto
Zabaleta sí se dejó prender de la dulzura femenina.
Su situación económica
nunca fue desahogada. Para recuperar dos pequeños mayorazgos tuvo
que pleitear con unos parientes que le disputaban la herencia. Fue
ayudado en el pleito por su amigo don Francisco Navarro, abogado en
los Reales Consejos y de los presos pobres de la Inquisición, a
quien le dedica El día de fiesta por la tarde, dice
así: “Yo era inmediato sucesor de dos mayorazgos no grandes (…)
Murió el poseedor último, y apenas me dieron lugar de creer que
tenía hacienda: tan presto fue el ponerme a toda ella en pleito (…)
Tan cabal estaba mi miseria que no alcanzaba mi caudal a la costa del
pliego sellado con que se empieza una demanda” (pp. 297-298). El
Supremo Real Consejo de Castilla le reconoció sus derechos después
de tres pleitos. Más adelante Zabaleta agradece a su bienhechor,
don Francisco Navarro, la condonación de las costas del proceso:
“Vea v. merced ahora qué tiene que ver la dedicación de un libro
pequeño con la activa, desinteresada y piadosa de un pleito grande.
Ni es una renunciación ni principio de ella. A lo más que se alarga
es a ser confesión pública de deuda” (p. 299).
Estos dos mayorazgos, que
ganó con los tres pleitos citados, los obtuvo de su padre, Santos de
Zabaleta y Veidecar, por disposición testamentaria. Su padre se
había casado y había tenido dos hijas legítimas y él era el
cuarto aspirante entre los hijos naturales y adquirió los mayorazgos
por la muerte de las herederas, fallecidas sin sucesión.
En octubre de 1659 ganaba
los pleitos de la herencia y él mismo lo celebra así: “Entramos
tres veces en batalla, pidiendo justicia a aquel juez grande (…) al
Supremo Real Consejo de Castilla, todas tres vencimos. Gracias a
Dios, gracias a Dios” ( p. 299).
Desde ese momento la
situación económica del escritor, ya más saneada, le permitiría
dedicarse con fruición al estudio, a la escritura y a las
actividades literarias y, por supuesto, legar los mayorazgos a sus
herederos.
En el año 1664, el
propio Juan de Zabaleta nos descubre su ceguera y lo escribe en el
prólogo del original de El Emperador Cónmodo, dice: “En el
año 664, el día 9 del mes de diciembre (tiemblo al decirlo),
abrieron por la mañana para que me viese vestir, y sólo vi que no
vía (…) Conocí en mi desdicha la mano de Dios (…) Entreguéme a
la medicina. Ella hizo lo que pudo, pero pudo más la enfermedad que
ella” (pp. 27-28). Zabaleta se quedó ciego de gota serena.
Se preguntaba Azorín en
1921: “Privado de la visión del mundo externo, entregado por su
ceguera a la contemplación prístina del mundo espiritual; ¿qué
pensaría Zabaleta de la tragedia humana? ¿Se acentuaría con
profundo pesimismo, su propensión revolucionaria”.
Pero bueno, Zabaleta queda ciego cuando ya había terminado de
escribir sus obras y muere tres años más tarde en 1667, como ya se
ha dicho.
Algunos editores
(Hartzenbush, A. R. Chaves, Joseph Yxart y Luis Santullano) han
realizado una edición abreviada del DFM y T, descargándola de las
digresiones morales y resaltar sólo el elemento costumbrista, pero
eso es mutilar y desvirtuar la obra, que se puede hacer por razones
editoriales (comerciales), pero nunca por razones de índole
literaria. Más propio me parece señalar tipográficamente los
pasajes costumbristas de los didáctico- morales, como hace José Mª
Díez Borque en El día de fiesta por la tarde, Cursa, 1977.
Estructura de El
día de fiesta por la mañana:
El día de fiesta por
la mañana consta de 20 capítulos con una breve introducción
titulada “El día de fiesta”, en la que habla del descanso y del
modo de santificar los domingos y los días de fiesta y se pregunta
al final: “Pero, ¿cómo usan los hombres de esos días?” (p.
98). La obra tiene dos dedicatorias, una al doctor Fernando Infante,
médico de la reina y la otra a don Pedro Tinoco y Correa, de la casa
del rey de Portugal. Después ya viene el prólogo al lector, que
tiene como función captar la benevolencia de los lectores: “Lector
mío, si no soy totalmente indigno de tu aprobación, no me
malquistes con el mundo. El negocio de entrambos haces. Vale” (p.
96). Como vemos Zabaleta empieza a moralizar desde el prólogo.
Y ya comienza el texto
con “El galán”. Zabaleta emplea la técnica del relato ensartado
o yuxtapuesto, muy frecuente en la picaresca. “Zabaleta (Díez
Borque, 1977) renuncia en su El día de fiesta a cualquier
recurso estructural que enlace sus cuadros sueltos, sean sobre los
tipos madrileños- en la mañana del día de fiesta- o sobre las
distintas diversiones en la tarde del día de fiesta. La unidad la
consigue Zabaleta mediante el título”.
No obstante sí existe un
hilo conductor que es la asistencia a la misa y la reiteración de un
modelo estructural fijo en cada capítulo, la intencionalidad moral y
también actúa como elemento de unidad el espacio donde se mueven
los tipos: Madrid, el protagonista, al fin, del día de fiesta.
El modelo estructural que
se repite en cada capítulo consta de tres partes (Villar Dégano,
1986, 96):
Una introducción de
naturaleza reflexiva que se plasma en una frase o frases que van a
dar pie a la narración.
Un desarrollo narrativo,
con digresiones, que toma como pretexto la actuación de los tipos
para criticarles.
Un colofón final, en
forma de moraleja, que trata de enlazar con el comienzo y pretende
demostrar la veracidad de lo expuesto.
Así pues, Zabaleta
comienza cada capítulo con una aserción de carácter reflexivo y
moralizante, que luego va a ilustrar con el desarrollo narrativo de
los tipos y personajes genéricos del DFM. La función de esta
introducción de naturaleza reflexiva es la de recordarnos que
estamos ante una obra didáctico-moral, cuya pretensión es que esos
tipos santifiquen el día de fiesta, pues su conducta no es ejemplar.
El elemento novelesco,
los tipos y sus actuaciones, son el ejemplo de lo que no se debe
hacer; por lo tanto el DFM no es un libro totalmente costumbrista,
pues esos tipos no reflejan siempre personajes, sino que sobre todo
encarnan entes abstractos portadores de vicios como el avariento, el
hipócrita, el vengativo o el adúltero. El costumbrismo aquí es
instrumental, sirve de señuelo para lo que se pretende criticar.
Los personajes, además
de no cumplir con el día de fiesta, son portadores de un vicio
humano como la vanidad (el galán y la dama), la lujuria (el
enamorado y el adúltero), la pereza (el dormilón) y la avaricia (el
tahúr y el avariento).
Todos los personajes como
el glotón, el cazador, el galán, la dama realizan el mismo
recorrido que comienza en la cama, levantándose y termina en la
iglesia, tratando de santificar el día de fiesta, pero solo en
apariencia.
También los personajes
del DFM son urbanos y pertenecientes a la clase media, parece que
Zabaleta practicase la corrección política, pues no son objeto de
su crítica la aristocracia ni el clero, aunque cabe pensar que éstos
tampoco serían perfectos. Se trata de una selección arbitraria en
la cual tampoco aparecen los médicos, los sastres ni los
magistrados. Tampoco critica a los pobres y a los campesinos, para
Zabaleta más cumplidores y más sinceros.
En cuanto al discurso
narrativo, la acción y la descripción de los tipos, lo propiamente
costumbrista, se manifiesta con un lenguaje llano, claro y preciso,
Torres de Villarroel dice que el estilo de Zabaleta es “breve,
casto, conciso y elegante”. Este discurso narrativo se interrumpe
con digresiones de carácter moral y es aquí donde Zabaleta
demuestra su ingenio y su erudición, utilizando fuentes de la
Historia, de la Biblia y de la Ciencias Naturales. Aunque como
costumbrista compone sus cuadros con pinceladas ágiles y minuciosas.
Su habilidad en el manejo de los personajes, su visión de los
defectos morales, sus descripciones, sus rasgos satíricos y de humor
le acreditan como un magnífico observador e intérprete del alma
humana
Si tenemos en cuenta el
estilo de Zabaleta podría ser, en cierta medida, el antecedente de
Azorín. Analicemos este párrafo de “El galán” (DFM):
“Despierta el galán el día de fiesta a las nueve del día, atado
el cabello atrás con una colonia. Pide ropa limpia, y dánsela
limpia y perfumada. La limpieza es precisa, los perfumes son
escusados. Sin limpieza es un hombre aborrecible, con perfumes es
notado. Limpio da a entender que cuida de sí, perfumado da a
entender que idolatra en sí mismo” (p. 99).
Y comparemos con este
otro párrafo de Españoles en París de Azorín
(Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1942, p. 116): “Fulgencio Graces,
escritor español, refugiado en París, escribe cuentos. Escribe
otras muchas cosas. El cuento es lo que más le seduce (…) El
cuento representa en la prosa lo que el soneto en la poesía. El que
no sepa escribir un cuento no domina su arte”. Frase corta y
claridad expositiva predominan en los dos textos.
Y el tercer elemento es
el colofón o moraleja final que suele volver al comienzo; y que va
precedida de remedios contra la situación descrita en el desarrollo.
Así pues, planteamiento
inicial, narración ejemplar y moraleja es el esquema básico que se
repite en el DFM.
Estructura del El
día de fiesta por la tarde:
Además de la dedicatoria
a D. Francisco Navarro, que le asistió para ganar los pleitos, de lo
cual ya hemos hablado, tenemos también el prólogo con el que
justifica la escritura de el DFT, que forma la segunda parte del día
de fiesta, y se debe al éxito de el DFM y el objeto es el mismo: “Mi
ánimo ha sido en esta escritura quitar los errores de que los
hombres manchan el ocio santo de los días santos” ; y añade: con
los retratos de los vicios procuro desenamorar al mundo de ellos, y
en los retratos pongo algunas cosas que quizá moverán a risa” (p.
303). Después del prólogo añade un breve texto introductorio, en
el que recuerda el carácter de día sagrado del domingo y no sólo
por la mañana: “porque fue el día en que resucitó” (305).
En el DFT la narración
sufre un cambio fundamental, ya que describe las diversiones, lugares
de reunión, usos y costumbres populares, que distraen del
cumplimiento de los deberes religiosos. Estos cuadros o escenas son:
el juego de pelota, el teatro, el estrado etc, hasta doce, donde los
personajes se mueven con mayor desenfado y soltura. El costumbrismo
de estos personajes y sus situaciones sigue siendo instrumental como
en el DFM, pero cada vez tiene más importancia e incluso en algunos
cuadros supera al discurso moralizante. La razón del aumento del
elemento costumbrista está en el carácter profano de las
ocupaciones de la tarde.
El esquema de las
narraciones es el mismo que en la primera parte:
Una introducción con
alguna información histórica o social sobre el lugar u ocupación
de la tarde del día de fiesta.
Una narración con
digresiones morales, personajes y situaciones
Un colofón con consejos
que se condensa en un aforismo.
En esta segunda parte la
amenidad literaria de las situaciones se ve favorecida por la
abundancia de elementos descriptivos y por los cambios espaciales y
temporales. La descripción de personajes y ambientes resulta más
rica, por lo que el cuadro es más ameno que el tipo moral de la
primera parte, y por supuesto la lectura resulta mucho más
placentera.
El DFT está formado por
doce relatos: “La comedia, El paseo común, Santiago el Verde, El
Trapillo… y La merienda”, este último formado por una breve
introducción y 33 capitulillos a modo de aforismos y termina con
“Laus deo: Todo cuanto aquí va escrito, lo sujeto a la enmienda de
la Santa Madre Iglesia” (p. 475).
La parte narrativa del
DFT es más extensa que en el DFM, aunque se sigue alternando con las
digresiones moralizantes.
El final de la narración
se completa con la moraleja, máxima o un simple consejo moralizante,
veamos como termina el capítulo IX, “La pelota”: “De los
gustos y utilidades de discípulo y maestro está gozando el que
conversa con hombres entendidos y virtuosos. Mejor se emplean en esto
las horas santas de la tarde del día de fiesta que en andar
alocadamente tras de una pelota” (p. 437).
El último capítulo, “La
merienda”, diferente de los otros once y en el que no se mezcla lo
moralista con lo costumbrista, sino que es una lectura adecuada para
el día de fiesta por la tarde, una meditación desengañada sobre el
hombre y su existencia. Sin duda un epílogo coherente con la
intencionalidad moral de los prólogos y con los discursos
didácticos del texto.
Implicaciones del
costumbrismo:
En El día de fiesta
se describen una serie de figuras típicas y sus actuaciones, tanto
por la mañana como por la tarde del día festivo, lo que nos permite
conocer las costumbres domésticas y públicas de la sociedad
madrileña del siglo XVII. Zabaleta pasa revista a una serie de tipos
existentes en la sociedad, casi todos masculinos, hasta veinte. Estos
tipos son presentados al lector en su vida cotidiana, en lo que
acostumbran a hacer el día de fiesta. Y esto nos da pie para
analizar el costumbrismo como género literario.
En efecto Evaristo Correa
Calderón considera el costumbrismo un género menor dentro del
realismo hispano, que se desarrolla en distintos géneros literarios:
novelas, teatro, sainetes y entremeses, pero en un sentido
restringido: “Se refiere a un tipo de literatura menor, de breve
extensión, prescinde del desarrollo de la acción (…) limitándose
a apuntar un pequeño cuadro colorista, en el que se refleja con
donaire y soltura el modo de vida de una época, una costumbre
popular o un tipo genérico
representativo”.
Si tenemos en cuenta la
cita anterior el costumbrismo comenzaría en el siglo XIX con los
artículos y cuadros de costumbres, pero hay antecedentes en las
misceláneas y diálogos erasmistas del siglo XVI y, además, podemos
afirmar que el costumbrismo, como género definido, comienza en el
siglo XVII con las obras de Liñán y Verdugo, Remiro de Navarra y
don Juan de Zabaleta.
En el cuadro de
costumbres la estructura narrativa casi desaparece y cada cuadro
tiene, pues, autonomía narrativa. Evaristo Correa Calderón lo ha
visto así: “El gran espejo de la novela se ha quebrado y cada uno
de los añicos refleja un brevísimo cuadro popular (…), un apunte
apenas. La unidad narrativa se ha roto definitivamente (…) y cada
uno de esos fragmentos (…) cobra su propia categoría”.
En el cuadro de
costumbres el centro de interés no es el individuo y su aventura
vital, sino las costumbres generales; y el arte estará en saber
generalizar a partir de lo particular, en el tono de la sátira y la
moralización, partiendo de unos hábitos colectivos.
El costumbrismo, al
abandonar la unidad narrativa, adoptará otros procedimientos para
organizar de forma coherente los ´fragmentos` o cuadros de
costumbres. Zabaleta renuncia en El día de fiesta a cualquier
recurso estructural que enlace los cuadros sueltos, sencillamente los
yuxtapone y repite el mismo esquema en cada capítulo. La unidad la
consigue mediante el título- mañana y tarde- y nos va presentando
cómo pasan el día de fiesta los habitantes de Madrid, que descuidan
el precepto de oír misa y otras devociones religiosas, los domingos
y las fiestas de guardar (días de precepto).
Y toda esta presentación
literaria la realiza Zabaleta con un propósito
didáctico-moralizador, que limita y lastra el costumbrismo, objeto
de nuestro estudio. En efecto la digresión moral es constante en el
día de fiesta, por lo que cabe preguntarse: ¿Hasta qué punto
Zabaleta era consciente del valor del costumbrismo?; pues está claro
que su función era moralizar y corregir. Cristóbal Cuevas García
dice: “Zabaleta utiliza masivamente el costumbrismo, pero no puede
considerársele en sentido exclusivo un escritor costumbrista. Es más
bien un moralista que utiliza la pintura de los hechos de conducta de
sus contemporáneos para negarles su valor (…) en este sentido su
costumbrismo sería (…)- casi “malgré lui” ( p. 51).
Don Juan concibe como
única ocupación para el día de fiesta la práctica religiosa,
aunque ello no le impida pintar con desenfado y hasta con crudeza los
vicios y las costumbres de los madrileños del siglo XVII.
Los valores que defiende
Zabaleta están en consonancia con los imperantes en su época, no es
un innovador, pero, a veces, expone juicios originales y valientes,
que dan valor a sus digresiones moralizantes, no es un mero seguidor
de los tópicos morales y filosóficos del momento. Zabaleta tiene
ideas propias sobre el honor, la nobleza, la pobreza y el valor de la
vida.
En sus páginas
encontramos la condena de la venganza, exalta el valor de la virtud y
de la obras sobre el apellido (el linaje); condena a la nobleza rica
y ociosa frente al pobre. Pero también pinta con crudeza al pueblo
llano, cuando asiste a las romerías de “El Trapillo”, “Santiago
el Verde” o a la comedia. Todo está visto desde una perspectiva
negativa y pecaminosa, tanto la comedia, el paseo, la casa de juego o
las romerías, y, claro, esta moralización continua es la grave
limitación del costumbrismo de Zabaleta.
El protagonista de El
día de fiesta es Madrid, sus gentes y sus diversiones y el
sistema de valores del siglo XVII, visto desde la perspectiva de un
moralista riguroso. Valores de una sociedad en decadencia, en la que
el rey estaba en el vértice de la pirámide social, su poder emanaba
de Dios y el pueblo no cuestionaba para nada el poder real, a pesar
de las privaciones que padecía.
Un valor primordial es el
religioso, pues garantizaba la salvación del alma, pero no
progresaron las ideas reformadoras (iluministas y místicos), sino
que se aceptaba de forma sumisa la autoridad de la iglesia con las
prácticas de la misa, la procesión, las romerías, el santo y los
milagros. Zabaleta criticará estas prácticas religiosas externas y,
a menudo profanas, en las romerías de “El Trapillo y Santiago el
Verde”.
Un aspecto importante del
DFT es la variada forma de divertirse de un cortesano en día
festivo, motivo que aprovecha Zabaleta para censurar esa actitud,
porque le aparta del sentido religioso del día de fiesta. Dentro de
esas diversiones están las fiestas públicas, las mascaradas, las
procesiones profanas y religiosas, romerías, juegos de cañas,
corridas de toros y la comedia como gran vehículo de propaganda, de
conformismo y consolación. Al tratarse de una época de decadencia
se multiplican los espectáculos para disfrazar la realidad social,
actitud escapista, al fin.
Zabaleta censura esta
ansia desmedida de diversión, porque aparta a los ciudadanos de la
devoción propia del día de fiesta.
El pueblo asiste a los
espectáculos protagonizados por los nobles, pero también tenían
sus propias y ruidosas diversiones, que solían apoyarse en la
celebración de fiestas religiosas, aunque en la práctica se
convertían en francachelas campestres tendentes al vicio.
Siguiendo con las
diversiones, la lectura no era en el siglo XVII una forma habitual de
pasatiempo. Por una parte estaba el analfabetismo y por otra el
elevado precio de los libros. La tendencia era a la comunicación
oral y al espectáculo teatral. La novela cortesana estaba dedicada a
las damas de la nobleza (ya leían más las mujeres que los hombres)
y lo mismo los otros géneros literarios. Si acaso el pueblo, que
sabía leer, accedía a los pliegos de cordel.
Las otras diversiones que
trata Zabaleta, como el juego de cartas, conversación en el estrado,
juego de damas y de pelota no tenían carácter colectivo, ni
popular. La diversión que sí tenía mucha importancia, como
práctica diaria, era el paseo por el Prado con sus galanteos y su
picaresca erótica, con ostentación de vestidos, coches y galas
personales. Aspectos estos que priman el costumbrismo.
Conclusión
La ideología que intenta
transmitir Juan de Zabaleta en El día de fiesta hunde sus
raíces en el catolicismo postridentino y en la contrarreforma de
España, donde la monarquía, la jerarquía social y la religión son
intocables. La visión del mundo, que presenta nuestro autor, podría
definirse como un humanismo cristiano con una concepción, todavía,
teocéntrica. Por todo lo cual la existencia terrrenal hay que
vivirla preparándose para la vida eterna, para el encuentro con
Dios.
Un tremendo desengaño
recorre los textos de Zabaleta y los de los otros escritores áureos.
El hombre es presentado como un ser orgulloso y engreído con
pretensiones de grandeza. Los placeres, que proporciona el mundo y la
carne, son pura apariencia. La belleza corporal una mentira, que la
vejez y la enfermedad marchitan. Y a pesar de todo ello los hombres
se empecinan en dedicar más atenciones a su cuerpo, que a su alma.
Hay que desconfiar del
ser humano, mientras no se conozcan bien sus intenciones y esta
desconfianza se fija, sobre todo, en las mujeres. El pensamiento de
Zabaleta es radicalmente antifeminista. Pinta a la mujer como un ser
imprudente, mentiroso, menos inteligente que el varón, banal,
frívola y provocativa. Su gran defecto es la avaricia y explota al
hombre siempre que puede.
No cabe duda que a
Zabaleta le mueve el empeño moralizador y didáctico: avisar,
aconsejar y enseñar a su restringido público lector el camino del
bien y evitar caer en la tentación, que ponga en peligro la
salvación de su alma.
En este sentido la tesis
mantenida por Zabaleta en El día de fiesta es muy clara: los
domingos y fiestas de guardar son el día del Señor. Por lo tanto el
hombre debe aprovechar el día de fiesta para su beneficio
espiritual; pues en la práctica los hombres del siglo XVII tenían
bastantes abandonadas sus creencias y sus deberes religiosos.
La intención es el
deleitar aprovechando con su arte literario (“Aut prodesse volunt,
aut delectare poëtae,/ Aut simul et iucunda et idonea dicere vitae”.
v. 333-334 de Ars Poetica de Quinto Horacio Flaco), para ello
debe introducir ingredientes que deleiten y hagan más soportable el
discurso moral; y precisamente ese ingrediente es el costumbrismo.
El cuadro de costumbres,
el ingrediente deleitoso, se supedita, como ya hemos apuntado, a los
fines didácticos y doctrinales de la religión católica. Zabaleta
es un costumbrista que utiliza la pintura de determinadas formas de
conducta de sus contemporáneos para corregirlas. Y una de la
técnicas que utiliza en estos cuadros es el recurso al ridículo,
veamos un fragmento de “El cazador” (DFM): “Engólfase en los
matorrales, busca el perro y vele comiéndose el conejo con mucho
brío. Dale voces para que lo suelte, obedécele el animal (…),
llega ijadeando a coger la presa y alza del suelo un pellejo con unos
pedazos del conejo pegados. Parte a castigar al perro malhechor, no
puede alcanzarle y cae en aquel suelo molido” (p. 245-246).
Zabaleta presenta la figura de un cazador y le critica, porque dedica
más atención a la caza que a sus obligaciones religiosas. A la vez
el cazador aparece hábilmente ridiculizado, con lo cual una
descripción de índole costumbrista sirve para censurar la actitud
del personaje que descuida su alma y se entrega a una actividad, que
sólo le proporciona molestias, cansancio y enfado (“cae en aquel
suelo molido”).
En los textos
costumbristas se produce la desintegración de la novela barroca. Y
esto es así, porque las continuas reflexiones morales y las
digresiones filosóficas interrumpen el hilo narrativo o lo hacen
desaparecer.
Por lo tanto el narrador
costumbrista áureo, en nuestro caso Zabaleta, concibe sus obras con
el propósito de aleccionar a sus lectores sobre los modos de evitar
los vicios y los malos hábitos enraizados en la sociedad de su
tiempo. El autor guiado por este fin, hace uso de un material
narrativo como las descripciones de tipos y cuadros de costumbres,
que en sus manos, es un simple instrumento para lograr su intención
didáctica. No le interesa el planteamiento estructural del relato:
presentación, nudo y desenlace, ya que lo que pretende es
aconsejar, avisar y adoctrinar, y claro, el relato se resiente.
Pero, ¿cómo se consigue
la aniquilación de la novela? Pues con una interrupción sistemática
de la línea argumental con el fin de exponer advertencias,
anotaciones, digresiones eruditas y, sobre todo pensamientos morales
y doctrinales.
Veamos un ejemplo de DFM
de “El adúltero”, y esto es lo cuenta Zabaleta: la criada de la
mujer adúltera lleva un mensaje al galán a quien ama. El galán lee
el billete, le da un doblón a la criada y contesta a su amada. Se
viste y va a la iglesia, pues es día de fiesta. Entra la adúltera
en la iglesia. El galán llega solo. La mujer le hace la seña para
que se vean en el lugar convenido. El autor presenta la relación
adúltera entre el galán y la dama; y lo que prometía ser un relato
jugoso, incluso tórrido, se trueca, en seguida, en una ristra de
amonestaciones, consejos y censuras.
Así comienza “El
adúltero”: “Con achaque de ir a misa, sale la criada de la mujer
casada ruin el día de fiesta (…). Llega de orden de su señora, a
casa del galán en quien ella tiene puesto el gusto (…)”. Y en el
párrafo siguiente ya empiezan las amonestaciones: “Los criados que
entran a servir a amos viciosos, o han de ser malos criados, o malos
cristianos; pero habiendo de desagradar a alguno, mejor es desagradar
al dueño injusto que al dios justiciero” (p.129) .
Como se ha visto el
contenido doctrinal pesa mucho en la concepción de la obra
costumbrista áurea, de tal modo que se van desdibujando los
componentes de la ficción novelesca en favor de la preocupación
didáctica y moralizadora. Los ingredientes básicos de cualquier
relato, argumento y personajes, ceden su lugar a un conjunto de tipos
y escenas que el escritor costumbrista aprovecha para comentar los
aspectos morales del relato, que es lo que verdaderamente importa.
Y para concluir, a pesar
de lo dicho, puedo afirmar que el costumbrismo de Zabaleta pinta al
ciudadano en día de fiesta, libre de sus ocupaciones y entregado a
sus diversiones favoritas, mostrándose tal como es, pues Zabaleta,
sin pensarlo, “malgré lui”, nos presenta a la sociedad madrileña
de su época de una manera mucho más fiel que los novelistas y los
autores dramáticos, porque tanto la novela como la comedia tratan de
entes de ficción y Zabaleta no inventa, sino que retrata tipos y
situaciones.
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