En el
día más tranquilo de la semana, en el lugar donde más a gusto me encuentro de
pronto escuché una voz conocida, levanté la mirada y…sí, efectivamente,
entrabas VOS, otra vez con tu inmensa sonrisa y con tu ¿arrogancia tierna? parecías
decir “atención, acá estoy yo”.
Obviamente, perdí el hilo de la charla,
repetí cinco veces (o más) el mismo vocablo y quien me escuchaba atentamente,
esbozó una risita cómplice.
A partir de ese momento, dejé de estar allí.
Empecé a volar con ideas posibles hasta que las preguntas que los otros te
hacían, me dejaron en claro tu presencia (ya no esporádica) sino ANUAL en el
lugar.
La bomba en mi estómago se hacía cada vez más
grande y los cachetes colorados deberían
ser, en mí, un signo evidente de
incomodidad.
Sí. Lo que era una posibilidad ahora es una
certeza: Volviste a mi entorno y te movés en él con tanta soltura… La misma que
usaste, sin desperdicio, para escribirme a las horas y para hacerme sentir-vos,
sin saberlo- que el tiempo pasó en todos menos en mí.
¿Arrancó el juego? Guardaré las alas en el bolso, por si acaso…