
“Loca”,
ella
retrocedió, primero, unos años.
Y se convirtió en una niña-adolescente
que empezaba a hacerse mujer,
sintiendo que no tenía más pasado que sus juegos de muñecas…
Luego,
él, hizo que fuera más lejos en el tiempo…
para habitar una época
que nunca había visto más que en cuentos…
Así, de a poco, se transformó
en una de esas princesas jóvenes, de cuento.
Llena de utopías...
y “obligaciones protocolares”,
de las que sólo encontraba un bálsamo escribiendo.
Él era el único destinatario de esos escritos.
Y lo que otrora fuera su portátil,
devino en papel y pluma con tintero.
Noche a noche, escribía a su príncipe invisible,
(a los ojos del resto…)
que se le aparecía en sus sueños,
y hacía que su cuerpo hirviera,
como una olla a fuego lento
en la que cocinaba, con devoción,
un arrebato casi demente,
unos anhelos fervientes y suyos.
En cada sueño, encontraba su único sosiego.
Y cada palabra susurrada al oído
devenía pronto en un alivio,
y también en una dosis de suave y mansa condena.