Cocina: otra ración de cine rosquilla o un pincho de vacuidad
Creo que alguna vez ya he hablado de “las películas rosquilla”, se trata de un tipo de film ambicioso (sí, claro, normalmente también pretencioso) cuya belleza estética o complejidad formal (llevar el artificio narrativo hasta el paroxismo) hipnotizan al espectador hasta casi hacerle creer que ha visto un film de cierta calidad. Sin embargo, las películas rosquilla (como su nombre indica), aunque son muy apetecibles y están muy ricas, tienen un enorme agujero en el centro y, tras un ratillo de reflexión, uno se da cuenta de que no había nada detrás de esa belleza hipnótica (¡la belleza debe ser convulsa, leches!). Mr. Nobody es una peli rosquilla de manual y también, por desgracia, es un film muy de nuestra época.
La propuesta de Van Dormael pinta muy bien al inicio, arranca con mucha fuerza pero poco a poco pierde fuelle hasta llegar a una parte central de verdadero bofetón (la historia de amor adolescente está muy excedida de metraje y llega a niveles de hiperglucemia indigestísimos y peligrosos) después de la cual yo ya no pude encontrar una postura cómoda en la butaca del cine. Sí, de nuevo, el gran crítico que es mi trasero se pronunció. Sin embargo, debo apuntar que constaté – no sin cierto estupor- que el film parecía haber satisfecho a los espectadores que me rodeaban. Quizás cuando uno se acostumbra a comer rosquillas empieza a gustarle el sabor a nada.
Aunque es encomiable lo ambicioso de la propuesta, pues en “Mr. Nobody” se pretenden mezclar la teoría de las supercuerdas de la física cuántica (las múltiples dimensiones, hasta 26), la fenomenología trascendental y la búsqueda del amor verdadero-sentido de la vida (o algo así, que resulta muy pero que muy cargante), lo cierto es que cuando me di cuenta de que iba a tener que aguantar la vida de Nemo Nobody, único mortal en un futuro aséptico, con sus tres posibles amantes (a cual más cansina), sus tres posibles vidillas y sus tres posibles muertes, deseé estar en una dimensión paralela en la que no hubiera entrado a ver la peli.
El film recuerda de forma evidente a la obra maestra “OLVÍDATE DE MI” (y, por extensión, a anteriores como, por ejemplo, la fascinante “El año pasado en Marienbad” en los que se juega con la desestructuración de lo narrativo) pero, lamentablemente, no llega a conseguir un resultado ni por asomo comparable al film de Gondry y Kaufman (mi admirado guionista, uno de los pocos brotes en el páramo de las ideas actual).
Aunque, como digo, hay que valorar que alguien se lance a llevar a cabo un proyecto tan ambicioso (y más en Europa), lo cierto es que el resultado es muy cargante (en ciertos momentos cae en el merengón absoluto) y, tras la compleja artificiosidad de la propuesta, se vislumbra que todo ese andamiaje no era necesario pues, cuando se acaba el castillo de fuegos, nada se ha movido por dentro del espectador, todo sigue igual. Es un film que no deja ninguna huella.
Por otro lado, uno tiene la sensación de haber oído esos diálogos, de haber visto la misma composición de plano ¡¡e incluso el mismo attrezzo y vestuario!! en anuncios y es que, aunque la temática del film intenta ser novedosa, todo parece rebozado en una paramnesia sin fin. El film es un rollito de primavera (desestructurado y con una presentación perfecta) con sabor a estética publicitaria y regusto a diálogos con frases que suenan a libro de autoayuda y a merengón (eso sí, con estética grunge, pelín desaliñado pero con dentadura blanqueada). A todo esto hay que añadir los rostros pluscuamperfectos del prota y de Diane Kruger que aún redondean más ese tufillo a anuncio.
En fin, el cine rosquilla está ahí, al acecho y, si uno no está atento, la belleza de las imágenes puede esconderle el gran agujero. Por ello, yo valoro tanto films como “CANINO”, “Paranoid Park” o “Déjame entrar” (por poner tres ejemplos dispares entre sí) en los que se respira un poco de aire fresco (enfermizo, eso sí, ¡y qué bien huele!) y se propone algo que va más allá del discurso aborregado y políticamente correcto. Por cierto, estoy seguro de que lo políticamente correcto ha sido el hachazo definitivo al arte (que ya estaba el pobre pelín delicadillo de salud).
Como ya he comentado alguna vez, hace tiempo que siento que nuestra época está muy pero que muy vacía o, mejor dicho, hueca. Quizá se deba a que paso demasiado tiempo con un gato disecado, pero el caso es que esta sensación aún se ha reforzado más después de ver la exposición “La subversión de las imágenes” en la que uno ve tanto talento junto que no puede evitar pensar que debía de ser sobrecogedor, apabullante vivir en una época en la que el arte rebosaba por todas partes, en unos años en los que Dalí, Bretón, Buñuel, Ray, Cahun, Ernst, Tzara, etc. daban rienda suelta a sus pesadillas y delirios creando algo nuevo, transgresor y verdadero. Qué pena que ahora el buen arte escasee tanto y que sólo podamos alimentarnos a base de mediocridad (cubierta con los espantosos corsés de lo políticamente correcto) y rosquillas.
“Mr. Nobody” (2009)
Dirección y guión: Jaco Van Dormael