(entrada escrita sin mente; sólo con ese entusiasmo tan largamente esperado)
Hoy, día grande: el Parlament català, por fin, ha prohibido las corridas de toros en su territorio. A pesar (muy a pesar) del PP. A pesar de la estremecedora industria taurina. A pesar, en buena parte, del PSOE. A pesar de una parte de la sociedad "bienpensante", incluyendo realezas, vips (curiosidad: si se juntan ambas palabras se consigue "real-vileza") y los que aspiran a ser lo uno y a codearse con lo otro.
Muy posiblemente al resto de la península le quede apenas media generación para que se propague esa misma sensibilidad a eso que algunos llaman espectáculo. Muy posiblemente, a esas alturas ya hayamos alcanzado en otras partes nuevos pasos hacia la consideración hacia esos iguales que son los animales. Puede que para entonces no encarcelemos a las bestias en zoos, ni admitamos ningún espectáculo ni de circo ni de magia con seres vivos como protagonistas. Pero cualquier anticipación, un año, un día... cualquier animal no muerto a base de tortura, es importante (de ahí que me sorprenda e indigne esa moratoria de... ¡¡¡año y medio!!! en su aplicación).
Hoy sí: me siento orgullosa de vivir en un rerritorio que se ha mostrado un poco más civilizado. Hay mil pasos por dar, pero éste era de los imprescindibles. Esta vez (a diferencia de otras, no hay que olvidarlo), ha triunfado la Iniciativa Legislativa Popular.
Esta vez el muerto no es el toro, sino la salvajada. El negocio. La crueldad. La bestialidad.
Esta vez, ganamos la esperanza para que Esperanza perdiera. Esta vez sí, estoy segura: las cosas SÍ pueden cambiar. Bonita lección la de hoy.
Hoy es un día grande, enorme. Un día para recordar. Un día para que no olvidemos que, a veces, las cosas SÍ pueden cambiar.