30 noviembre 2006
La vuelta
Gastado, el riel
su cercado camino trazado por el hierro
y el añejo corazón de un árbol duro.
Otra vez
la silueta borrosa de un pueblo igual a otros
la extática llanura que copia y reproduce
porque sólo se afirma si regresa a una forma
sin relieves
sin huellas
endogámica autista sofocada
así el otro es su propia lejanía,
su distancia del fondo de sí misma.
Nuevos rostros blanqueados o morenos,
manos toscas o hábiles
más vulgares vestidos, menos brillos
frentes lisas sin signos
ni señales visibles
más raleadas palabras saqueadas de sentido
un boleto sin sello
el run run sin efecto de la lluvia en los parques,
los vapores ligeros
de un verano enfermizo.
28 noviembre 2006
Esto
25 noviembre 2006
Mientras bebo, solo, a la luz de la luna
Un vaso de vino entre las flores:
bebo solo, sin amigo que me acompañe.
Levanto el vaso e invito a la luna:
con ella y con mi sombra seremos tres.
Pero la luna no acostumbra beber vino,
y mi perezosa sombra sólo sabe seguirme.
Festejemos, con mi amiga luna y mi sombra esclava,
mientras aún es primavera.
En las canciones que entono vibran rayos lunares;
en la danza que ensayo mi sombra se aferra y deshace.
Los tres juntos, antes de beber, holgábamos;
ahora, ebrios, cada cual va por su lado.
¡Regocijémonos muchas horas todavía,
en nuestro extraño festín inanimado,
para encontrarnos al fin en el Rio de las Nubes!
LI PO
23 noviembre 2006
Carta
¿Ves el verdín, ahí sobre esas piedras
ves la pared descascarada y sucia
las plantas amarillas
que bordean al árbol y lo asfixian
con su abrazo reseco?
Algo así tendría que pintar para mostrarte
de qué hablo cuando digo: desencanto.
De todos modos haría falta tu mirada
haría falta que vuelvas y que evoques
la vigilia empecinada de aquél tiempo,
la noción inaudita de verdad
que te ató y nos sostuvo
en la cornisa del palacio de las fiebres,
entre el atávico impulso de saltar
con los ojos abiertos al vacío
y el de hundirnos tantos años en la trampa
del sopor embellecido de los sueños.
22 noviembre 2006
21 noviembre 2006
Pupila
Ve así los cráteres pequeños de sus poros
el vello denso o suave
la humedad y el dibujo
delgado de las grietas,
nervaduras de savia transparente
tornasoles
su azul ramo de venas
arena y raso
y así lo liso, lo viscoso
lo adherente
el mapa releído
ajado entre sus manos sudorosas
lo que fuga al paciente trabajo del topógrafo
por rendijas que apenas se perciben
en el soberbio fondo
que provee la noche
a la sólida verdad de ese latido
que en silencio estremece
y a oscuras, brilla.
19 noviembre 2006
18 noviembre 2006
17 noviembre 2006
16 noviembre 2006
Bodas
14 noviembre 2006
Ariadna en Naxos
Ha subido hasta el último peldaño
la escalera del templo
el único en la isla,
no lo conoce, porque
no es ésta la tierra que dio a luz a sus padres
ni es la franja que ha soñado desde un azul velero
hundida en la promesa y los abrazos
de quien aquí la trajo, seducida.
Sólo puede mirar desde esta altura
un más allá de arena
o el mar
una pradera que refulge bajo el sol
ese hado diurno del reflejo
y de un mirar más obstinado, el certero destino.
En la isla no hay faros, ni otra vida
que unas pocas culebras que se ocultan
y se escurren entre matas resecas, cerca del mediodía
o unos peces que saltan sobre copos de espuma
y esos pájaros pequeños que chillan aleteando
sobre arbustos que sueltan unas brevas maduras.
Sólo es visible un punto
desde el ojo sin lágrimas que observa
la raja de agua pura que separa
una isla de otras.
Cae la túnica y le roza los tobillos, insensible
está sola y desnuda
absorta en un recuerdo
que lleva y trae imágenes, temblando
como tembló su cuerpo debajo de otro cuerpo
antes de la condena a perenne distancia,
el luto de esta isla.
Acaricia las fibras de ese árbol
y teje silenciosa el lazo de su suerte
que anudarán sus propias manos
en torno al cuello que admiraron
y besaron, infieles
los héroes cuyo sino fue olvidarla
para impulsar la rueda en la que gira el mundo.
Ella, que ha sido tantas veces tantas otras mujeres,
ahora sólo debe
recordarse a sí misma.
Oráculos
El suave roce del follaje de una encina,
la gota de aceite que hará brillar el bronce
y reflejar en él la luz.
La altura o el color que alcanzarán las llamas en la pira
o el dibujo, que más tarde, formarán las cenizas
dispersas en el suelo.
El rumbo que tomen las aves.
La conmoción sonora de los truenos
o el fulgor del rayo, en la negrura.
La forma de las nubes.
Las primeras palabras que pronuncie
el primer hombre que, por azar, se cruce en tu camino.
El exacto hexagrama que edifiquen
las varillas que sostienen, sobre un paño sedoso,
unas manos antiguas y amarillas.
La borra del café.
La posición de Venus
y el lugar que el astrólogo
le dé a Marte en sus mapas.
Las líneas que recorren las palmas de tus manos
y de las mías.
La imagen que aparezca al dar vuelta la carta.
Todo se confabula: acuerda lo de arriba y lo de abajo.
Y sin embargo, huyes de esa grieta
cegado, entre vapores, porque has visto mi alma en un resquicio.
El deseo es un río, de cauce alucinado,
que reniega del mar.
11 noviembre 2006
No hay puertas
Con arenas ardientes que labran una cifra de fuego sobre el tiempo,
con una ley salvaje de animales que acechan el peligro desde su madriguera,
con el vértigo de mirar hacia arriba,
con tu amor que se enciende de pronto como una lámpara en medio de la noche,
con pequeños fragmentos de un mundo consagrado para la idolatría,
con la dulzura de dormir con toda tu piel cubriéndome el costado del miedo,
a la sombra del ocio que abría tiernamente un abanico de praderas celestes,
hiciste día a día la soledad que tengo.
Mi soledad está hecha de ti.
Lleva tu nombre en su versión de piedra,
en un silencio tenso donde pueden sonar todas las melodías del infierno;
camina junto a mí con tu paso vacío,
y tiene, como tú, esa mirada de mirar que me voy más lejos cada vez,
hasta un fulgor de ayer que se disuelve en lágrimas, en nunca.
La dejaste a mis puertas como quien abandona la heredera
de un reino del que nadie sale y al que jamás se vuelve.
Y creció por sí sola,
alimentándose con esas hierbas que crecen en los bordes del recuerdo
y que en las noches de tormenta producen espejismos misteriosos,
escenas con que las fiebres alimentan sus mejores hogueras.
La he visto así poblar las alamedas con los enmascarados que inmolan al amor
-personajes de un mármol invencible, ciego y absorto como la distancia-,
o desplegar en medio de una sala esa lluvia que cae junto al mar,
lejos, en otra parte,
donde estarás llenando el cuenco de unos años con un agua de olvido.
Algunas veces sopla sobre mí con el viento del sur
un canto huracanado que se quiebra de pronto en un gemido
en la garganta rota de la dicha,
o trata de borrar con un trozo de esperanza raída
ese adiós que escribiste con sangre de mis sueños en todos los cristales
para que hiera todo cuanto miro.
Mi soledad es todo cuanto tengo de ti.
Aúlla con tu voz en todos los rincones.
Cuando la nombro con tu nombre
crece como una llaga en las tinieblas.
Y un atardecer levantó frente a mí
esa copa del cielo que tenía un color de álamos mojados
y en la que hemos bebido el vino de la eternidad de cada día,
y la rompió sin saber, para abrirse las venas,
para que tú nacieras como un dios de su espléndido duelo.
Y no pudo morir
y su mirada era la de una loca.
Entonces se abrió un muro
y entraste en este cuarto con una habitación que no tiene salidas
y en la que estás sentado, contemplándome, en otra soledad
semejante a mi vida.
OLGA OROZCO
09 noviembre 2006
Telón
Todavía no acepta
la inminencia del día
y entrecierra los párpados a
la realidad hermética del sueño.
Es la impiedad del fuego
que arrasará el palacio
lo que esta lluvia imita
obnubilando los cristales coloridos
de las altas ventanas.
En los salones de lámparas fastuosas
que recubren el sótano
se habrá perdido al menos, la tristeza
de una esperanza débil, repitiéndose.
Debajo,
donde las rotas cañerías
prospera un agua oscura
una escoria de sangres que gotean
sobre los muslos
azules, carcomidos
de la muchacha muerta.
(No conoció el adiós
de un puñado de tierra).
El deseo del amo
ha sido, al fin
como un jirón de seda,
esa hilacha que arrastra
-con todo lo que sobra y lo que cae-
como ciega ceniza, en la mañana
la mano escrupulosa de las viejas sirvientas.
Su dignidad declina
pero alguien la preserva.
Van a cubrir con fundas impecables
los muebles de la sala.
Y si hablan entre ellas, lo harán en voz muy baja.
07 noviembre 2006
Manía
foto de Richard Avedon
En una atmósfera de pozo
de cava negra o
tumba
entre paredes ríspidas
cerrado
como dentro de un círculo
así el origen
la tendencia incontrolable de las formas
bogando
como lo hace una idea
eso que ya hemos sido
lo que después será
cuando no estemos aquí para juzgarlo
desde
la irreverencia del esperma de tu padre
su inconciente fluido
nadarás para siempre
viscosidad del río
pequeña luz en el cristal y
opalescencia
sometido a presagios
que no escuchas
no escuchas
entre ruidos y voces que te ordenan
la perfección de un acto.
03 noviembre 2006
La muerte en Beverly Hills
En las cabinas telefónicas
hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios.
Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias
que con el escote ensangrentado se refugian allí para morir.
Última noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol alucinante,
calles recién regadas con magnolias, faros amarillentos de
los coches patrulla en el amanecer.
Te esperaré a la una y media, cuando salgas del cine -y a
esta hora está muerta en el Depósito aquélla cuyo
cuerpo era un ramo de orquídeas.
Herida en los tiroteos nocturnos, acorralada en las esquinas
por los reflectores, abofeteada en los night-clubs,
mi verdadero y dulce amor llora en mis brazos.
Una última claridad, la más delgada y nítida,
parece deslizarse de los locales cerrados:
esta luz que detiene a los transeúntes
y les habla suavemente de su infancia.
Músicas de otro tiempo, canción al compás de cuyas viejas
notas conocimos una noche a Ava Gardner,
muchacha envuelta en un impermeable claro que besamos
una vez en el ascensor, a oscuras entre dos pisos,
y tenía los ojos muy azules,
y hablaba siempre en voz muy baja- se llamaba Nelly.
Cierra los ojos y escucha el canto de las sirenas en la noche
plateada de anuncios luminosos.
La noche tiene cálidas avenidas azules.
Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.
En el oscuro cielo combatían los astros
cuando murió de amor, y era como si oliera muy despacio un perfume.
Pere Gimferrer
02 noviembre 2006
Ser ahí
Circa
Tal vez
desde un lejano paraíso
-el pecado, el inicio-
la condena del vientre
a ras de tierra
sinuoso el modo
elíptico
de llegar donde llega
un rastro
ondas
la efervescencia instantánea de la espuma
inquieta cuando asoma
sobre la línea distante de los ojos
te llama ese destello, en fondo oscuro.
No ha de quedarse aquí
su fingido furor
se desvanece
a unos pasos del muelle en que lo miras.
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