viernes, 12 de julio de 2019

Pegadas como lapas


Transporting a 600-ton Magnet
Este imán de 600 toneladas se queda pequeño al lado del mío del desahogo.
Desde hace unas semanas mi imán del desahogo está activado a la máxima potencia. Esto produce un efecto muy curioso porque en las épocas en las que atraigo a más personas y personajes con deseos desesperados de contarme su vida, a mí, a una desconocida, más les cuesta a las personas como Diego o Nino decirme un simple hola.

En los últimos meses se han mudado al edificio dos nuevas compañeras que se me han pegado como lapas: una de ellas, Bricomanitas, en recepción y la otra, doña Musletes, en el equipo de limpieza.

La recepcionista es bastante maja, pero casi desde el primer día me ha ido contando los encontronazos que tiene con su jefa. Se puede tener una conversación con ella casi siempre, pero es inevitable que tarde o temprano regrese a sus problemas laborales. Entiendo que es lo que le preocupa y le atormenta en este momento, pero no soy su amiga y no sé por qué ha empezado a hablarme tan mal de su jefa y de sus compañeras de departamento cuando aún no tenemos suficiente confianza.

miércoles, 3 de julio de 2019

Si me dices hola


Una persona en un patio de butacas
Desierto / Deserted, de Hernán Piñera
Acudí sin ganas después de caminar un par de manzanas bajo el sol achicharrante, el aire caliente revolviéndome el pelo. No tenía ganas de socializar, ese era el principal punto en contra, aunque el tema me fascinaba: la obra de Velázquez, mi pintor favorito desde que me enamoré de Las meninas en un posavasos de mi abuela. Primera parada: saludar a mis compañeras de control y registrar mi asistencia. Entré en la sala de conferencias, segunda parada: Ángela, mi anterior jefa. Luego la directora de Recursos Humanos. A continuación, el Defensor. Con él intercambié una pequeña conversación sobre nuestra pasión común por Velázquez recién conocida en el otro. Y me fui al fin a buscar un sitio.

La sala estaba medio vacía. Me dirigí directamente a la última fila. Primero me senté en una butaca de pasillo, pero una columna me quitaba visión y me cambié al centro. Como pasaban un par de minutos de la hora y aquello no tenía visos de empezar, saqué mi cuaderno y comencé a escribir. De pronto noté una presencia a mi lado, alguien del que no había percibido su llegada. Miré de reojo y allí estaba Diego. Casi toda la sala para él y había decidido sentarse a solo dos butacas de mí, en silencio, como siempre, aunque lo único que tenía que salir de su boca era un hola.