In each others’s arms, de Dewet |
Hace dos semanas recibí una llamada. Miré
con miedo la pantalla. Tranquilidad, el número era de centralita. Pilar,
una de las chicas que la atiende, me preguntó si me podía pasar una llamada de
Fernando P. ¡Eso no se pregunta! Y ahí
estaba su voz haciéndome resbalar de la silla. Por su tono supe inmediatamente
que tenía buenas noticias, que el proyecto había sido evaluado positivamente. “Si
estuviera en Madrid iría ahora mismo a darte un abrazo”. Y casi muero. El
problema es que ese abrazo nunca va a llegar.
Mi participación en los proyectos termina
cuando la evaluación es positiva y la persona que lo gestiona recibe la carta
de confirmación, me envía una copia escaneada y, en ese momento, nos
despedimos. Con algunas de las personas con las que he trabajado en estos años
coincido de vez en cuando, unas pocas ni me recuerdan y solo
con una quedo para tomar un café y ponernos al día, aunque sea una vez al
año. Esa era la excusa que tenía en mente para cuando Fernando me enviara esa
carta: un café para darme lo que me debe.