viernes, 28 de marzo de 2008
Maestro Azcona
martes, 25 de marzo de 2008
La mujer del César
sábado, 22 de marzo de 2008
El mal genio del genio
martes, 18 de marzo de 2008
El monasterio de las Descalzas Reales
La piedra del suelo brilla como si estuviera mojada. El aire silencioso se acomoda en los rincones. Hay 33 capillas en el claustro alto, 33 por la edad en que murió Cristo y por ser el número máximo de monjas del Monasterio. Cada una de ellas cuando ingresa elige una capilla de la que se encargan de por vida, la cuidan, rezan frente a ella. "Esto no es un museo, es una clausura" nos advierte el guía. "Accedemos a una mínima parte del monasterio por deseo expreso de las religiosas y con licencia especial del Vaticano." Estos muros no fueron concebidos para ser visitados, sino para olvidarse del mundo. Por eso, los bulliciosos turistas guardamos silencio, sólo cortado por algún murmullo de admiración. Donde ahora paseamos, las grandes damas de la nobleza e incluso de la Casa Real española, cambiaban las sedas y los brocados por el hábito marrón de las clarisas. Ofrecían para ingresar una lujosa dote para la comunidad, frescos, lienzos, marfiles, dorados, tapices que hoy llaman la atención en las paredes blancas, en la madera o en el barro cocido de las salas. Mujeres que podían disfrutar de la vida acomodada la sustituyeron por la meditación y un jergón de paja para dormir. Aún hay mujeres enclaustradas como éstas en pleno centro de Madrid, en el Monasterio de las Descalzas Reales, cuidan de un huerto, limpian el suelo dos veces al día y rezan, como si nada hubiera cambiado desde que se abriera este lugar en 1559.
Cuando pones el pie en la calle, entras de golpe en el siglo XXI, lleno de prisas, de carreras, de citas; no andamos quietos ni un segundo, no hay que perder el tiempo... pero esto no siempre es así. Al lado de la frenética calle Preciados, de la Puerta del Sol, sobrevive el siglo XVI encerrado en el Monasterio de las Descalzas Reales.
sábado, 15 de marzo de 2008
La autobiografía de seis palabras
lunes, 10 de marzo de 2008
La resistencia y el deseo
Un guarda amablemente levanta la valla que limita el distrito gubernamental de Shanghái para dejar salir a la señora Wak. Nadie lo sabe pero tiene una cita clandestina. Insegura, vigilando que no la sigan, se dirige a contactar con la célula de la resistencia a la que pertenece. Ella no es la opulenta señora Wak sino Wong Chia Chi, una estudiante revolucionaria que ha tenido que infiltrarse en casa del señor Yee, miembro del gobierno-títere impuesto por Japón. La resistencia conoce la debilidad de Yee por las mujeres pero también sabe de su extremada desconfianza, dos chicas fueron descubiertas anteriormente y ejecutadas en el acto. Pero Wong Chia Chi ha llegado donde las otras fracasaron, vive en casa de Yee, juega al mahjong con su esposa y además es su amante. Sin embargo, este plan de espionaje perfecto se va deshaciendo poco a poco cuando ella descubre que Yee es algo más que un tirano colaboracionista, es el hombre que ama.
Las historias de amor en tiempos de guerra son muy comunes; debe ser que las dificultades agudizan los deseos de los amantes. Y esta es una historia de amor y deseo, repleta de dificultades. Ella es una espía revolucionaria, él, un jerarca del gobierno, dos enemigos, pero surgen entre ellos un amor irracional que Ang Lee plasma a la manera del cine más clásico, como deben ser filmadas las grandes historias de amor. Pero no sólo es eso, es además la historia de un deseo irrefrenable, animal, cuando sabes que lo último que deberías hacer es dejarte llevar por la pasión. Es miedo por ser descubierto. Son mentiras, a la esposa, a la resistencia, al mundo que los rodea. Es un mundo lleno de obstáculos para reunir a ambos, desnudos, en una cama. Quien piense que sólo es sexo, decirle que creo que no existe una prueba de amor tan incondicional como ese "Vete" ahogado, que Wong Chia Chi le dice al Sr. Yee cuando están en la joyería. Nada de violines, ni puestas de sol. Sólo por eso, merece la pena una película así.
sábado, 8 de marzo de 2008
jueves, 6 de marzo de 2008
Las dos Fridas
Las dos Fridas, el dolor y la creación. La Frida mexicana, la de la raíz, apegada a la tierra como una figurilla maya, la Frida tehuana, la esposa cariñosa adornada con cuentas de jade sin pulir. La Frida europea, mundial, mundana, la que posa en la portada del Vogue, la Frida surrealista, admirada por Picasso y Breton. La Frida comunista cenando con Henry Ford y Rockefeller, la que encabezaba a gritos la manifestación del Socorro Rojo. La Frida que anhela un hijo, la que ama a Diego, la independiente, la que sufre dolores que la imposibilitan. Las dos Fridas son miles, unidas por unas iguales arterias sangrantes, cogidas de la mano, inseparables, bajo un cielo azul y plomo. Es la misma y son distintas en una especie de misterio sin solución. La Frida que se pinta una y otra vez con la máscara puesta, que mira con ojos duros y el gesto serio. Esa Frida que esconde su debilidad, su salud, la que aún vive siendo niña en la Casa Azul de Coyoacán. La que pinta sandías Viva la vida a un paso de la propia muerte. Esa es ella, Frida Kahlo de Rivera, Frida sin apellidos, la gran ocultadora.
Os dejo un interesante video con imágenes de la Frida real, la que aún no se había convertido en un mito para la posteridad, con la estupenda canción de Café Tacuba "Esa noche".
martes, 4 de marzo de 2008
¿Me conoces?
-¡No te conozco!
-Claro que me conoces, no digas más tonterías.
-No lo siento así, por eso estoy triste.