"Se alzaba el telón. Acepté sin
decir nada, me dejé guiar. Era como un ciego atravesando un bosque desconocido,
caminando a tientas, asida a su mano como a un bote salvavidas. No tenía planes
ni estrategias, desconocía qué debía hacer y qué se esperaba de mí. Me sentía
indefensa, insegura, como si aquella fuese la primera vez y me arrancasen una
virginidad adolescente.
KARL presionó levemente con su
mano sobre mi cabeza y de esta manera supe que debía tocar el suelo con la
frente entre sus pies. Aparte de lo que representaba la posición en sí
misma, el espejo situado en la pared quedaba justo a mi espalda, por lo
que me sabía expuesta ante sus ojos. Desde esa postura podía sentir mi
cuerpo entre sus piernas, sabiendo además que KARL veía mis nalgas y mi sexo
reflejado en él. Este pensamiento me provocó una casi olvidada sensación de
vergüenza, quizás por ello mismo permanecí quieta. No sabía qué sentimiento me
mantenía arrodillada, si el del ridículo que representaría levantarme e irme, o
el de quedarme parada como la presa de una araña sorprendida en la tela,
fingiendo no existir para no ser descubierta.
Él fumaba pausadamente, sin
prisas, observándome. En ese silencio casi palpable, sólo oía el humo exhalado,
el cigarrillo en combustión y el leve rumor de los coches a través de los
cristales. Así estuvo un buen rato, en un acompasar de minutos que parecieron
elásticos. Yo no sabía qué pensar; por una parte me divertía estar de aquella
manera, como quien cuenta en el juego del escondite con los ojos vendados a la
espera de empezar a buscar; pero en ese momento, yo sólo contaba y contaba, y
no sabía qué vendría después. Ignoraba por completo cuál sería el movimiento
siguiente. Miraba al suelo y de reojo podía ver los pies de KARL a ambos lados
de mi cara, y un poco más allá, las patas de madera de una butaca y las de una
mesita. Oía cómo KARL depositaba la ceniza del cigarrillo en el cenicero y cómo
finalmente, apagaba la colilla. De pronto noté las manos de KARL sobre mis
nalgas y volví a ser consciente de mi postura, notando que él me observaba a
través del espejo, y que mi sexo y toda yo estaba expuesta ante sus ojos.
Al mismo tiempo que seguía sin
explicarme qué hacía de aquella extraña manera empecé a excitarme. Estaba
postrada ante un hombre al que apenas conocía, ejecutando su voluntad, y no
sólo no daba crédito a lo que estaba haciendo sino que mucho menos a lo que
sentía, porque aquel estar simplemente allí arrodillada, se fue rodeando de una
agradable sensación de protección, de tranquilidad, de una gran paz interior.
Nunca hubiese imaginado que lo que sintiese fuese precisamente paz. Constituía
lo más inesperado de todo aquel juego.
Como
si pudiese leer en mí, KARL me preguntó al oído si estaba bien, a lo que asentí
con un leve movimiento de cabeza porque sí, estaba bien, inexplicablemente bien
y ése era, sin duda, el milagro."
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