PENITENCIA...
martes, 30 de marzo de 2010
PAREJA DE HECHO
PENITENCIA...
viernes, 26 de marzo de 2010
"engaño asesoria fiscal"
-¿Por qué cuando me falta "algo" me acabo tomando un bocadillo de sardinas en lata?
-¿Por qué sueño tantas veces que tengo una asignatura suspensa?
miércoles, 17 de marzo de 2010
mal de cuerpo
THE MAN WHO ISN´T THERE. Oren Lavie
Vivo entre lo rural y lo urbano. En este deambular veo los cuerpos objeto en las vallas publicitarias, inertes, que venden una eternidad terrenal. Herederos de una concepción religiosa en la que el cuerpo es castigado para alcanzar la inmortalidad que le es propia al alma.
Dicen que la esperanza de ser eternos es uno de los medios para tratar la desazón que produce ser conscientes de la muerte, de enfrentarnos al miedo de la desaparición. Y aunque en lo urbano parece no existir este temor, lo cierto es que se esconde censurado detrás del actual culto al cuerpo.
Yo también temo a la muerte, pero como hacen mis abuelos, tomo de la cultura popular su estrategia para combatir la ansiedad que produce lo desconocido:
perdiéndole el respeto,
haciéndola cotidiana,
conviviendo con ella y,
a veces,
ridiculizándola.
Fran Herbello
viernes, 12 de marzo de 2010
Músicas de DOS
domingo, 7 de marzo de 2010
MULLER
Dicen que madre no hay más que una, y yo digo que eso es cierto.
Desde muy jovencita tuvo que trabajar muy duro en las fincas, para sacar a los hijos adelante. Mi padre embarcado, y era ella la que estaba al frente de la casa. A pesar de que estaba emigrado, mi padre nunca se olvidó de nosotros, y cada cierto tiempo mandaba dinero, ropa... para que la vida en la aldea fuera un poco más llevadera.
Cierto día, mi hermano se puso enfermo. Por la dolencia que tenía el médico recetó que había que ponerle al niño una inyección de penicilina cada 3 horas. En aquellos tiempos era mi tía María la que se dedicaba a hacer ese cometido, pero "a miña naiciña" pensando en la salud y en la edad de su familiar tomó la decisión de ser ella quien le pusiera las inyecciones, sabiendo que iba a pinchar su propio corazón. No dudó en hacerlo, sabía que podía sanar a su hijo. En el lugar fue sonada la noticia, y desde ese día, venían a llamar a cada rato, preguntaban si la señora Isolina da Regiña le podría ayudar.
Muchas eran las ocasiones en las que mi madre tenía que acudir a los llamamientos de los vecinos, y nosotros nos quedábamos al cargo de la abuela de la Regiña. Cruzando las fincas en plena noche acompañada de su farol y sus cajas de las jeringas, Isolina da Regiña cumplía con cada uno de los encargos, recibiendo las gracias.
Un día, como uno de los tantos que acudía a prestar sus servicios, a la casa de su cuñada, Eulalia Vilar, su hija María se le presentó el parto. Le rogaron que no las dejaran solas y le ayudara a traer al mundo a la criatura. Y así lo hizo. Comenzó de esta manera un nuevo oficio en la vida de mi madre, que ahora además de cuidar a los hijos, atender los animales, trabajar en las fincas, poner inyecciones, era comadrona.
En uno de los últimos partos la agasajaron con una pescadilla. ¡Qué ilusión le hizo! Fue el único regalo que tuvo en su vida de comadrona.
Don José, el médico rural, le dijo en una ocasión a mi madre que se había portado mal con ella por no haberle dado el título de comadrona, ya que en aquellos tiempos no hacía falta tener título, tan solo tenías que demostrar que sabías hacerlo.
No me llegan las palabras para expresar la valentía con la que mi madre afrontó las adversidades que la vida le puso en su camino, situaciones complicadas de resolver, que llegaron a buen fin.
La mejor escuela es la propia vida.