Volé a Madrid, en el vuelo Nro. 3939
Express Iberia, el pasado octubre de 2019, para reencontrarme con mi mejor
amiga. Luego de 16 años sin
vernos, las dos salimos de
Venezuela, ella para Miami y yo para
Canarias, como muchos, huyendo de la llamada “revolución”.
Antes de despegar, mi corazón galopó a mil por hora, aún no lo
tengo claro, si fue por el despegue
o porque
vería a mi gran amiga Mayra.
Fueron días fantásticos, difíciles de narrar,
vino acompañada por su esposo, un encanto de persona, educado, gentil, excelente
anfitrión, los días estuvieron mágicos, llenos algarabía, entre paseos y buen vino.
Fue una bendición, un regalo del cielo, no
dejaré de dar las gracias por siempre.
Pero, llegó el día de regreso, sonó el
despertador, enseguida despabilé y no
daba crédito al ver las micas del reloj,
que indicaba, 7 y 30 am. y no 6 :30 am, como yo pensaba. Mi vuelo
con destino a Tenerife, salía a las 8 y 40 am.
Salí a toda prisa, a medio vestir, apenas
hubo tiempo para las despedidas, corría
con mis piernas largas, un auténtico ganso
en tercera dimensión, dando saltos, por la Gran Vía, creo que llegué en cuatro
brincos, ya que el piso de hospedaje estaba muy cerca. Bajé por la estación del metro, casi destrozo
el maletín, que sonaba como tormenta de meteorito entre las escalinatas, mientras la sentía llorar. Ya con los nervios esparcidos y perdidos,
buscaba la dirección correcta, pero el pantene de colores que indica dirección
de vagones, hacía que alucinara y no me dejaba ver con claridad la
dirección: Aeropuerto de Barajas. Fue increíble que no me haya equivocado,
inclusive llegué rápido, no hubo que esperar en las estaciones, en un
abrir y cerrar de ojos me vi allí desorientada, en Barajas. De nada valió, hacia exactamente tres minutos, leyeron
bien, tres minutos miserables que había
salido mi vuelo.
Al
escuchar el sonido seco de la
azafata, “ya salio”, la vista se me nubló, pensaba en el examen
del lunes , en el dinero perdido y en la falta para comprar otro, intuyendo que
no gozaría de ninguna oferta como el anterior.
Quedé paralizada por segundos y el llanto interior y exterior no tardó en aparecer, solo atiné a decir: - jamás
salen en hora, para un día que no llegó
les da por ser puntual”, y su mirada se incrustó
en un cartel, que tenía detrás de mi , y
en el medio de un silencio pavoroso, señaló con su dedo índice, la ventanilla de “Venta de Boletos”. Sin
imaginar el día que tenía por delante.
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