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domingo, 21 de junio de 2020

Primera salida: Molino de Iramala

    Después de dos meses encerrados en casa, pasamos tres días de mayo en un paraíso, rodeados de sauces y chopos, flores y agua por todas partes, mariposas revoloteando, sol y aire limpio. Entre Salobre y Reolid, cerca ya de Andalucía, pero aún en la provincia de Albacete, de la que no podemos salir por el momento. Menos mal que en la nuestra hay sitios maravillosos para viajar durante años. Vamos al Molino de Iramala, que ya viene siendo molino desde la época de los Reyes Católicos, que autorizaron su construcción. A la vez que se estaba descubriendo América. 
   Visto lo visto, tal vez hubiera sido mejor para nosotros que ese encuentro inevitable entre dos mundos lo hubieran coprotagonizado ingleses u holandeses. Para quien no habría sido mejor hubiese sido para los nativos, pero la historia habría escrito páginas más benévolas y pocos testigos quedarían hoy para contradecirlas. Del río Bravo para arriba tenemos dónde mirar para hacernos una idea de las diferencias. 
   Ya eran frecuentes los desmanes iconoclastass de iracundos analfabetos locales que derriban las estatuas de quienes civilizaron a sus antepasados, con poco éxito en muchos casos, como vemos. Tienen menos delito que los descendientes de colonos españoles o de inmigrantes europeos, no más ilustrados, aunque sí más tontos, que les empujan y ayudan a hacerlo. Ni fray Junípero Serra ni Cervantes, que fue cinco años esclavo en Argel, se libran de ese ISIS occidental que se muestra bárbaro en aras de la corrección. Incluso encuentran en España a no pocos que, con estupidez que supera a todas las anteriores, les comprenden y apoyan. Mejor me vuelvo al molino que seguir por esta ruta.
   En esta entrada se muestran los dibujos y acuarelas que hemos hecho durante esos días. Apuntes en unos casos, dibujos más meticulosos o acuarelas terminadas en otros, pues no faltó tiempo ni calma. Los hay en cuaderno y en papel suelto, porque se podía pintar con comodidad; sentado, a la sombra, con un martini o un vino blanco fresco o u café, según la hora. Echado en la hierba o tumbado en una hamaca, viendo relucir y ondear al viento las hojas de los chopos, algunos enormes. Y pensando qué parte pintar de ellos y cómo.
    En la primera acuarela de esta entrada se ve el muro de la balsa que represa el agua del río Salobre que alimenta al molino, una pared cubierta totalmente de cabellera de Venus, ese helecho delicado que crece en rocas, paredes y otros lugares por donde cae el agua, como era el caso, pero que no aguanta en casa cuando lo compras en un vivero. Necesita poca tierra, casi ninguna, pero sí ver el agua correr. También había sauces y muchos lirios amarillos en flor. En las orillas de los ríos son frecuentes los fresnos, que llaman árboles de ribera. Dibujé alguno de ellos, a rotulador o con acuarela.
   Ese mismo fresco, desde otro lado, con acuarela. Le hice una foto al dibujo, otra con las primeras manchas y otra ya echada a perder, tapada toda la frescura y la sugerencia de las primeras capas y pincveladas. Con estas cosas pasa como con las siete y media. Ya nos lo advertía don Mendo:
Magdalena¿Y por qué marcó esa hora/ tan rara? Pudo ser luego…Don MendoEs que tu inocencia ignora/ que, a más de una hora, señora,/ las siete y media es un juego.Magdalena¿Un juego?…/Don Mendo …Y un juego vil/ que no hay que jugarlo a ciegas,/ pues juegas cien veces, mil,/ y de las mil, ves febril/  Que o te pasas o no llegas./ Y el no llegar da dolor,/ pues indica que mal tasas/ y eres del otro deudor./ Mas ¡ay de ti si te pasas!/
 ¡Si te pasas es peor!

   Esta es la fachada del molino, un dibujo en dos páginas del cuaderno y otro con la parra que había en la esquina. La hamaca en el prado del fondo, el agua corriendo por la acequia. La barbacoa no sale en los dibujos, ni la paella que hicimos en ella, con ajos recién arrancados que nos regaló el molinero, que venía algunos ratos por allí. 
Fotos hice muchas, algunas, seguramente las mejores en una fuentecilla con nenúfares y carpas que había en la explanada frente al molino. Esperando que la luz diera justo donde tenía que dar iluminando el fondo, tuvimos recompensa.


martes, 31 de diciembre de 2019

Últimos dibujos y acuarelas

    Acaba el año. Publico en esta entrada los últimos dibujos y acuarelas de 2019, un conjunto variopinto con tintas, plumillas y cálamos, lápices o con las acuarelas de siempre, a las que hemos ido incorporando otras marcas y pigmentos, pues nunca dejamos de probar. Ya comentaremos.
   Los temas son variados, como los sitios, unos visitados en persona y otros en las fotos de algunos amigos, cosa que siempre les agradezco. También hay una basada en un óleo de John Singer Sargent, que siempre es bueno ponerse a interpretar obras maestras, cosa que ya habíamos hecho con Sorolla.
    Poco más que explicar, pues los temas son los habituales, predominando los árboles y paisajes. Empezaremos así el 2020 con la carpeta en blanco, procurando avanzar, probar y descubrir nuevos materiales, técnicas y temas.
    Feliz año nuevo.


martes, 8 de octubre de 2019

VI Encuentro de "Ladrones de Cuadernos" en El Escorial

    Organizado por Ana Grasset, nos dimos cita en El Escorial un grupo numeroso de cuadernistas, muchos ya habituales en encuentros previos, lo que suma a la belleza del lugar el placer de los reencuentros con buenos amigos. Seguramente eso es lo esencial de estos akelarres pictóricos, en los que no falta la tertulia, la gastronomía, el aprendizaje ni el afecto, cosa evidente en algunas de las fotos. ¡Cómo no te voy a querer, Joshemari!
    Como este grupo de Ladrones de Cuadernos, al que se le unen muchos amigos de Cuadernos Viajeros de Elche y de otros grupos de dibujantes en cuaderno y acuarelistas, está formado por gentes variopintas y valdemoras de muchos lugares de España, es normal que no todos puedan acudir, como a mí me pasó en el de Huesca, único al que no pude asistir. Y bien que lo sentí. Pero sí estuve en los de Cuenca, Tarazona-Veruela, Elche y Sigüenza. Esperemos el siguiente, aunque aún no se ponen de acuerdo los científicos acerca del lugar más conveniente. Si no ocurre nada, en Elche, como todos los años, nos volveremos a ver. ¡Calamares, temblad!
   Conseguí terminar otro cuaderno, cosa rara, pues muchos tengo a medio, con un dibujo o con dos, de todos los colores y tamaños, que más me gusta comprarlos que tiempo tengo para llenarlos. Dibujos con tintas, estilográficas y pincel de agua, a veces acuarelados, y otros con lápices o rotuladores sobre cuaderno Canson de papel negro oscuro.
   Aunque hay demasiadas cosas y lugares para ver, es imposible en tan poco tiempo visitar tanta maravilla. Una que no quería dejar de disfrutar era la biblioteca del monasterio, acercar las narices a dos dedos de las Cantigas de Alfonso X el Sabio, el Libro del Ajedrez y el de la Montería, entre los miles de joyas que allí se atesoran. Una gozada. Me dio tiempo a hacer dos dibujos de esa hermosísima biblioteca, uno de ellos sentado en el sillón cedido por una amable funcionaria de los servicios de vigilancia de la sala. Además se tomó la molestia de ir a buscar el sello en seco del bibliotecario, para imponerlo en las hojas de mi cuaderno. Un lujo y una comodidad que agradezco desde aquí, pues es la amabilidad un bien escaso que nunca hay que dejar de resaltar. Mucho tienen que aprender otros vigilantes de palacios, castillos y fortalezas que creen estar defendiendo de atacantes hostiles en lugar de limitarse a hacer agradable la visita de turistas y estudiosos, sin renunciar a la seguridad y al respeto a las normas del establecimiento, que una cosa no quita la otra. No se me olvida un vigilante de un elevado castillo de la costa levantina que me trató como si fuera un corsario de Túnez en el siglo XVI. Un bárbaro este señor, haciendo juego con el nombre de la fortaleza.

El hotel estaba justo enfrente del Monasterio y desde su balcón se veía hermoso por la mañana temprano o ya de noche, al retirarnos a nuestras habitaciones que dirían los primeros nobles habitantes de estas casonas antañonas y palacetes que ahora se alquilan al vulgo. 

    Con estilográfica y pincel de agua mojado en el tajo, dibujo a don Crispín, la estatua del personaje de don Jacinto Benavente a cuya espalda nos refugiamos de un aguacero imprevisto, acogidos en un café atendido por un profesional no menos amable que la bibliotecaria, que llevó sus mimos hasta el nivel inaudito de ir a comprar otra botella de pacharán cuando la peña había dado fin a las existencias. No está mal contarlo pues no es norma general, que hubo quien nos dio veinte minutos, ni uno más ni uno menos, para tomarnos una copa en otro garito, justo hasta las doce, como a Cenicienta. Nadie perdió el zapato de cristal pero pudo atragantarse con el gintonic. Al comer en esa otra hermosa plaza al día siguiente, reconociendo al de las prisas, buscamos otro lugar con menos urgencias, que el cliente, como el dinero, vota con los pies.


   Ana Grasset, para cuya afectuosa amabilidad no hay palabras, nos llevó en su coche a visitar las casitas del príncipe Carlos y del Infante don Julián, en las cercanías del monasterio, lejanías para mí, dado el penoso estado de mi esqueleto, ese antepasado que llevamos dentro en palabras de Umbral.  Me ha salido respondón ese pariente interno que debía sostenerme él a mí, que no yo a él, como es el caso. Allí hay otra clase de monumentos que no me gustan menos que los de piedra. Sequoias y cedros del Líbano, ya creciditos, que no tuvimos más remedio que llevarnos dibujados en los cuadernos. Sabían vivir estos señores de la corte, la verdad sea dicha. Habría mucho que hablar acerca del origen de tal solvencia, del derroche real y eclesiástico que contrastaba de forma infame con una mayoría de súbditos, de los cuales muchos malvivían cerca de este lujo. Como hoy no toca hablar de ese espinoso tema, nos quedamos con que, al menos, no se lo gastaron todo en guerras dinásticas, banquetes y joyas, dejando una infinidad de edificios, cuadros, estatuas y jardines que hoy podemos disfrutar todos. Otros reyes y  dirigentes no coronados ni mitrados, de variado pelaje, no dejaron ni eso. La Historia no es un libro de contabilidad, y de otros grandes imperios no queda ni con qué encender.
   El caso es que dibujamos algunos árboles hermosos, aunque antes de empezar a hacerlo ya sabíamos que era imposible trasladar al formato y tamaño de un cuaderno, ni de un lienzo más sobrado, la majestuosidad de estos ejemplares. Por su tamaño y por su estado se ve que se encuentran a gusto en estas tierras. Nosotros también. Volveremos.