"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

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martes, 19 de octubre de 2010

Mercados eficientes y naranjas de la china y III


          Tercero.- La eficiencia en la combinación de productos, parece, para los economistas clásicos, que no se alcanza con la planificación, dónde un “gran timonel” (*) dice qué producir y en qué cantidades. Así siempre estaremos a expensas de lo que cree que es mejor para todos un sanguinario tirano tipo Stalin, o un presidente zangolotín tipo ZP, según se tercie(**). En el mejor de los casos la planificación conduce al famoso chiste que se contaba entre los funcionarios de la extinta Unión Soviética: “la fábrica de guantes de la mano izquierda ha cumplido al 100% los objetivos de producción del plan quinquenal, pero la fábrica de guantes de la mano derecha lo ha hecho aún mejor: ha cumplido el objetivo de producción al 500%

          El mercado, al parecer, no tiene esos problemas: produce lo que la gente quiere y en las cantidades que la gente quiere. Pero esa “gente” ¿quién es?, ¿de dónde es?, ¿a qué dedica el tiempo libre?... Como vimos en el primer post de la serie, no estamos hablando de “to'quisqui”; estamos hablando de aquellos que tienen “guita”. Esos son los que deciden qué se produce y cómo se produce, mediante un procedimiento (comprar) que se parece a un proceso electoral en el que el principio “one man, one vote” se ha sustituido por el de “one buck, one vote”: traducido al lenguaje de este blog, “un pavo, un voto” teniendo en cuenta “que hay unos pocos pavos con muchos votos y muchos pavos sin derecho a voto”.

        Este mecanismo automáticamente supone que no se produzca nada para quiénes no tienen “papeletas”, que tampoco se produzca nada que podamos conseguir “por la patilla” sin abrir la cartera (bienes públicos) y que incluso aunque tengamos “papeletas” y queramos gastarlas, éstas no sean suficientes (aunque sean de color lila) (***), pues no todo consiste en algo tan trivial como fabricar helados de chocolate o de vainilla.

          En definitiva planificar la producción producirá ineficiencias o no (depende básicamente de las capacidades del gestor) pero, probablemente, salvará a la Humanidad: lo dicho, una minucia.



(*) Me refiero, claro está, a Henry Ford: “Todo el mundo puede tener un Ford, con tal de que sea negro”
(**) Con la importante ventaja de poder reemplazar a éste último por otro parecido en un proceso electoral.
(***) Por lo que debemos rezar para que en la familia no caiga nadie con una “enfermedad rara” cuya cura requiera un gran presupuesto en investigación y desarrollo. En breve veremos al ciudadano K. envuelto en este problema.

lunes, 18 de octubre de 2010

Mercados eficientes y naranjas de la china II

         
          Segundo.- La eficiencia en la producción parece que tampoco se alcanza en una economía planificada, donde, ya se sabe, las empresas públicas se dedican a la holganza y el despilfarro. En la economía de mercado esto no es así: como prueba de ello no hay más que darse una vuelta por el barrio para ver viviendas a medio hacer y otras terminadas que no se venden “ni a tiros”, tasas de desempleo en el 20%, ropa en las tiendas que se destroza antes de tirarla al contenedor, productos que caducan y van directos al mismo contenedor, pernoctaciones que se estimaban en el 80% para el puente y que se quedan en el 30%, coches que se achatarran porque no se venden... Nuestro país es, en estos momentos, un parque temático de lo que es vivir en la frontera de las posibilidades de producción y de la eficiencia en la utilización de recursos que ofrece la economía de mercado.

           Pero existe otro error mayúsculo en la forma de ver la eficiencia en la producción, al modo del economista: como la orquesta del Titanic, para que una economía sea eficiente ha de permanecer siempre “a tope”, no debe ser posible producir una cantidad mayor de un bien sin reducir la de otro, así hasta el momento inmediato anterior al colapso, por falta de recursos: estaremos produciendo helados “a todo trapo” hasta el crítico momento en que ya no haya leche (a lo mejor porque se nos han muerto las vacas) y, a partir de este momento, a devastar otro recurso natural hasta extinguirlo: eso sí que la economía siga “a todo lo que dé”, hasta que no quede nada a nuestro alrededor.
           Esta miopía de los economistas respecto a la consideración finita e insustituible de ciertos, o de todos, los recursos naturales todavía no se ha corregido, y al paso que vamos, creo que antes se acabará el mundo que esta gente se opere de la vista. No hay más que ver que las voces que sabiamente advierten de estas catástrofes (crash oil) suelen ser de científicos y no de economistas (y señalo “a posta” la diferencia entre científicos y economistas).

            La planificación de la producción, quizá genere ineficiencias, pero, al paso que vamos, puede ser que salve al planeta: un detalle también sin importancia.

jueves, 14 de octubre de 2010

Mercados eficientes y naranjas de la china I


          En los manuales de Hacienda Pública “ortodoxos”, y aunque sus autores sean algo discrepantes con el “pensamiento único”, se pueden leer cosas como estas: “Los economistas consideran tres aspectos de la eficiencia necesarios todos ellos para que haya eficiencia en el sentido de Pareto. En primer lugar, la economía debe lograr la eficiencia en el intercambio, es decir, los bienes deben ir a parar a las personas que más los valoren. Si a mí me gusta el helado de chocolate y a ti el de vainilla, yo debo recibir el de chocolate y tú el de vainilla. En segundo lugar, debe haber eficiencia en la producción. Dados los recursos de la sociedad, no debe ser posible producir una cantidad mayor de un bien sin reducir la de otro. En tercer lugar, la economía debe lograr la eficiencia en la combinación de productos de tal manera que los bienes producidos sean los que desean los individuos. Si estos valoran mucho el helado en relación con las manzanas y si el coste de producir helado es bajo con relación al de las manzanas, debe producirse más helado”(*). Así explica Stiglitz lo que es la eficiencia del mercado para acabar concluyendo el tema con la siguiente frasecita: “Por tanto en los mercados competitivos ideales, se satisfacen las tres condiciones para las que haya eficiencia en el sentido de Pareto”.

            Pero, en el mundo real y los mercados reales ¿pasa ésto? Vayamos con cada una de las tres condiciones básicas de eficiencia propuestas por este autor.
En este post, para no ser cargante, vemos la primera y en los dos siguientes las demás:
          Primero.- Eficiencia en el intercambio. En un modelo de economía planificada, el órgano burocrático de turno me dice qué debo consumir, e incluso me facilita la correspondiente cartilla de racionamiento con los productos y cantidades que, por cierto, serán bastante similares a las de mi vecino aunque nuestros gustos sean distintos: aparte del helado de chocolate, me han metido helado de vainilla, de fresa (que odio) e, incluso han tenido la descortesía de incluir legumbres y verduras, productos del pasado, que son perseguidos en las economías de mercado y relegados a los últimos estantes de las grandes superficies. Esto, la cartilla de racionamiento, a cualquier ciudadano occidental, le resultaría odioso y contrario a su libertad personal.
        El mercado, sin embargo, se comporta mucho mejor: si a mi me gusta el helado de chocolate voy y compro helado de chocolate, y el vecino que se compre el helado de vainilla y que desaparezcan de una vez de la vista las lentejas y las lombardas. El principio de eficiencia en el intercambio se cumple así, a costa de un detalle “insignificante”: tener en el bolsillo dinero suficiente para comprar el dichoso helado de chocolate. Luego la satisfacción de nuestros deseos no se produce sólo por la existencia de un mercado sino, además, por la posibilidad de que cualquiera que quiera algo tenga dinero suficiente para comprarlo, pues, como dijo Marx, todo se puede comprar, pagando un módico precio en sangre (ni en esto fue original, se le había adelantado “Chéspir” con su mercader de Venecia y su libra de carne).
          Resulta consolador poder decirle a un ciudadano de un país libre y con economía de mercado, como Ruanda, que su sistema económico asigna los recursos de forma eficiente y que le permite comer helado de chocolate en lugar de helado de vainilla, si aquél le gusta más que éste. Sólo los obcecados podrían pretender una cartilla de racionamiento con acceso a productos que no les gustan: los obcecados y los que se resisten a morirse de hambre.

         Parece que en este caso una economía planificada es más eficiente en salvar vidas que una de mercado, aunque, claro está, para muchos esas vidas son carentes de valor: de ahí la ineficiencia de una economía planificada.

(*) Stiglitz, J.E. La Economía del Sector Público. 3ª edición. Antoni Bosch. Barcelona 2.006 (pp. 75-76)

lunes, 26 de abril de 2010

Carta con respuesta II

          Respecto del post apocalypse now! Quim escribe un comentario de una gran calidad y con el que no puedo estar más de acuerdo, salvo en un punto que luego diré.

         El comentario de Quim, dice así:
        “El nivel de planificación que necesita una comunidad depende de su tamaño: La planificación que necesitaban las comunidades cazadoras-recolectoras eran menores que las de las sociedades agrícolas del neolítico, y así sucesivamente. Lo mismo le sucede a una empresa: un artesano (como era mi padre) no necesitaba el mismo nivel de planificación que una multinacional. Errores en la planificación (cuando lo que ha lugar no se corresponde con lo que se tenía en mente) en una multinacional, a menudo se traducen en pérdidas multimillonarias y en un redimensionamiento de la misma. Así que el nivel necesario de planificación en una sociedad de 9.000.000.000 de seres humanos (una de las predicciones de la ONU para el 2060) no ha de ser el mismo que en una sociedad de 1.000.000.000 de seres humanos (principios del s. XIX).
        Pero planificación no significa infalible planificación. Cuando aún me batallaba con el acné, siempre pensaba: "Si es que, cualquier error de planificación en un país tan vasto como la Unión Soviética significa un desastre de proporciones impensables para alguien que viva en un país 'pequeño' como España". ¿Así que, os imagináis las consecuencias en errores de planificación a escala planetaria?
         Así que combinando ambas premisas, se llega a la conclusión que una humanidad incontrolada demográficamente requiere un mayor nivel de planificación y, que como el sistema nunca será infalible, estamos condenados a desastres (un día u otro) cuyas consecuencias pueden poner en entredicho la viabilidad del sistema.
          En resumen, NO HAY SISTEMA INFALIBLE que pueda salvarnos mientras no se reduzca el nivel de población.
         Pero hay que recordar que, EN EL PEOR DE LOS CASOS, la carencia de combustibles fósiles, implica la desaparición de internet y demás herramientas de la globalización. Y nunca tendremos un centralización planetaria de la toma de decisiones (ni por tecnócratas ni por nadie). La ausencia de las fuentes de energía que han permitido la explosión demográfica conlleva IMPLICITAMENTE una redimensión del sistema”.
          Efectivamente, en mi opinión, no puede haber una economía ni una sociedad perfectamente planificada, por más que se produzcan avances en las técnicas de planificación (informáticas, estadísticas, de toma de datos...) y de toma de decisiones(*). Sencillamente es demasiado complicado. Suponer que existen medios para ello es otra manifestación del optimismo tecnológico que tanto combatimos.

          En esto se ha demostrado que el mercado con su “mano invisible” funciona mucho mejor, pues no necesita de un “politburó” para la toma de decisiones. El problema es que el mercado funciona bien, en términos de eficiencia económica en situaciones de recursos naturales inagotables (como parecían al economista del siglo XIX). Desde luego, donde no funciona es en términos de equidad (término económico similar a justicia, (re)distribución o, salvando las distancias solidaridad). Tampoco funciona bien cuando se presentan determinados fallos, que serán objeto de desarrollo en otros posts.
          Que nadie busque en este blog una defensa de un sistema de economía central planificada, que ni la propuso Marx, ni tampoco sus “secuaces”(**). En mi post simplemente apuntaba que esta sociedad planificada (un nuevo fascismo tecnocrático que está al llegar) va a ser la solución “oficial” del sistema económico en presencia.
           Particularmente soy partidario de un principio (económico, político, social, de gestión) que yo mismo denomino “de abajo a arriba y de dentro a fuera”: las decisiones deben tomarse en el ámbito más cercano a la persona o en el conjunto mínimo de personas y sólo si no pueden asumirse habrá que “saltar” al siguiente nivel de decisión. Si mi comunidad de vecinos pudiera asegurar las necesidades de defensa, educación o seguridad, por ejemplo, no necesitaría que esa decisión se tomara en un ámbito mayor (Ayuntamiento, Comunidad Autónoma, Estado). Por el mismo principio no me resulta creíble la solidaridad con los senegaleses mientras “ando a tortas todos los días con mi mujer, los hijos, los vecinos y los compañeros de trabajo”. Se empieza por lo más cercano y se sigue por lo más lejano.
         Este principio enlaza con el “principio de subsidiariedad”, con el “principio de autodeterminación”, con el “principio de autogestión”, “principio de autonomía educativa”, “soberanía alimentaria”, “democracia participativa”, “alterglobalización”... y debe ser corregido, en su caso, por los criterios de equidad pertinentes para evitar que todo se convierta en “comunas blindadas, islotes de insolidaridad”. Por eso me resultan acertados los comentarios de los blogs de Quim (Se acaba el chollo) y de Antonio (Oil crash) cuando, ante un colapso en los recursos, establecen como posible solución (o como único remedio) el favorecer las redes sociales más cercanas, buscando la suficiencia y economía de recursos en ellas: la sostenibilidad de las comunidades y el decrecimiento. Ésta no es, desde luego, la solución “oficial”, que se basa en una “huida hacia adelante”, pero está en línea con lo propuesto en el Foro Social Mundial, y, más antiguamente es lo que Marx en sus Manuscritos económicos y filosóficos afirmaba: “cuanto menos eres, cuanto menos exteriorizas tu vida, tanto más tienes, tanto mayor es tu vida enajenada” y “lo que el economista te quita en vida y en humanidad te lo restituyen en dinero y riqueza, y todo lo que no puedes lo puede tu dinero”.
           Finalmente, mi punto de discrepancia con Quim: me resisto a pensar que en el mundo “sobren personas”. Quizá sea un prejuicio moral, religioso o ideológico (derivado de las peleas Marx vs. Malthus sobre el tema), pero creo que hay suficientes recursos para todos. Lo contrario me sigue sonando a lo que Marx, en la obra antes citada decía que para el capitalista “hay demasiados hombres”.

           ¿Y de verdad sobran? Si sobran, ¿por dónde cortamos?

          Lo siento, me ha quedado un post demasiado sesudo. No es mi estilo. El próximo será corto y divertido.



(*) Es la vieja lucha entre el modelo de racionalismo de Simon (http://en.wikipedia.org/wiki/Herbert_Simon) y el gradualismo de Lindblom (http://en.wikipedia.org/wiki/Charles_E._Lindblom) en el ámbito de la teoría de las decisiones públicas.

(**) Conviene recordar que Lenin, en el plano teórico, consideraba que el fin último de la revolución comunista era la desaparición del Estado

sábado, 20 de febrero de 2010

A corto plazo, para hoy. A largo plazo, para mañana.

         A los que salimos de la Universidad hace ya más de veinte años se nos inculcó un esquema de planificación basada en el corto, el medio y el largo plazo. El corto plazo marcaba un horizonte, no sólo de un año, sino frecuentemente de hasta tres años. El medio plazo iba de los tres a los cinco, y el largo plazo se consideraba a partir de los cinco años. Así se calificaban las deudas en el Plan Contable, así se recogían en las técnicas de planificación presupuestaria... así en definitiva se vivía la vida. De ahí la famosa frase de Keynes: “en el largo plazo, todos muertos”

          Poco a poco, todo esto fue cambiando: en primer lugar los plazos se fueron acortando: el corto plazo se convirtió en lo que pasaría hasta dentro de un año; en segundo lugar el medio plazo fue desapareciendo, de tal forma que en los noventa y en la primera década de este siglo nos encontramos con sólo dos segmentos de planificación: el corto plazo (hasta un año) y el largo plazo (más de un año). Especialmente curioso es el tránsito de estos periodos en el ámbito fiscal: al principio las ganancias patrimoniales (mejor tratadas) eran las generadas a más de cinco años, luego bajaron a dos, luego a uno y finalmente... a 0: desde 2.006 la ganancia especulativa en bolsa en el intradía tiene una tributación mejorada, aunque se haya generado en un minuto, ventaja que no tiene, por ejemplo, la ayuda que los Servicios Sociales puedan darte para la compra de la sillita para tu bebé.

         Este cambio tiene profunda importancia ideológica: está claro que favorece la improvisación y la falta de previsión en el futuro, pues si lo que pasa a partir de un año es largo plazo... ya me dirás qué es lo que pasará dentro de cinco.

          Indudablemente el ciclo político determina la planificación: lo que importa es lo que se haga para ganar las siguientes elecciones, con el problema adicional de que, en un ámbito u otro, elecciones hay, prácticamente, cada año.

         Todo esto conlleva la creación de la cultura del “cortoplacismo”: las decisiones se toman para solucionar problemas inmediatos sin pensar en planificaciones de futuro: por eso ya estamos en “la antesala de la recuperación”, con “tres o cuatro medidas” hemos salido de la recesión... En el ámbito privado sucede otro tanto: todo lo queremos para ya, que la gripe se nos cure en dos horas tomando un frenadol, aprender inglés en 10 días, la economía en dos tardes, el MBA en un mes...

         Todo el mundo está dominado por esta idea... ¿Todo?: no. Una pequeña aldea resiste y seguirá resistiendo al invasor: la enología. Todavía los vinos (en España, que no en Francia, por cierto) se dividen en joven, crianza, reserva y gran reserva. De nuevo resulta cierto el proverbio de Plinio el Viejo “in vino veritas”.