La playa es como el campo,
la pampa es como el campo,
orilla
el mar azul de los quince años,
las marismas resecas,
las humedades a sotavento,
los sueños solventados,
ya estoy dentro sin que nada salga,
nada tengo,
nada salva.
Vaho zigzagueante,
tumulto de labios incandescentes,
soldado en “¡descansen armas!”,
miliciano perpetuo
por tanto equilátero triángulo,
que todo funde,
todo liba todo abrasa todo llega
a este centro imantado.
Playa soy y yo te vengo,
campo eres y tú me tienes.
En un sueño de aullido, uno de esos
en los que yo te sueño, combate la roja sangre
con la blanca aurora,
de su centelleante estela hilo
madeja a madeja
plena de potencia y recia y tuya.
Y no sé quién gana, nunca sé quién gana.
Ciega estoy de tanta mansedumbre de luz salvaje.
Drenan,
bardas,
joyas,
pulcras,
curiosean por las rendijas de la luna
de levante.
Golpe,
sean, bárbaras solemnidades extendidas
en vértebras y domésticos juncales,
la luz y un bien
quebrar no el hilo,
romper el laberinto de muros de aire.
Beber de tu agua.
Y otra vez tú,
tú ya lo sabes.
Laberinto de mi torpe-mente
adverbio.
Demasiado dada,
Demasiado
avariento, codicioso pozo con sus dientes largos
destilando
néctares.
Cubil.
En este árbol no vencido
más que por la maraña de hilos de cobre,
juntas de estaño se engarzan
como los jacintos de febrero
desde el patio.
Me tumbaré bajo su sombra tiritando
aún cuando las moscas me silabeen
el caliente agosto, agosto ya.
El río sombra camina y cautivo culmina
como siempre.
Soledades ante cierto
salto impulso
freno.
De qué estás hecho sino de centeno, agua, sal y siglas…
yo, mi juventud esperada, tan de la tierra soy, madre, tan de la tierra…
¿cómo no va a lamerme el mar?
Búscame, pequeño camaleón, búscame,
el hilo de mi madeja no me deja
nunca servirte plata de almas
tripas corazón hago puente extendido por los arrabales
de este cuerpo, agua imantada
a la benefactora salud
de las prendas sueltas.
Sofía Serra, Marzo 2011
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