Resulta indiscutible la influencia, e incluso en numerosas ocasiones el determinismo, que ejercen los factores geográficos sobre casi todos los aspectos de la vida humana, por ejemplo la forma en que se organiza cada sociedad en un...
moreResulta indiscutible la influencia, e incluso en numerosas ocasiones el determinismo, que ejercen los factores geográficos sobre casi todos los aspectos de la vida humana, por ejemplo la forma en que se organiza cada sociedad en un territorio concreto.
Esto abarca desde su vestimenta y sus actividades económicas hasta otras dimensiones más espirituales, por decirlo así, tales como sus creencias, carácter y actitud ante la vida, es decir, lo que suele denominarse idiosincrasia o índole de los pueblos.
Como es obvio, el caso de la naturaleza de la Española no es una excepción, sino más bien todo lo contrario. El propio hecho de su condición insular es, sin duda, uno de los elementos que más han condicionado, o al menos afectado, su desarrollo
histórico y esa es claramente la principal razón del interés que ofrece el estudio de la geografía para el conocimiento de la historia dominicana.
El origen de la investigación geográfica y, por ende, cartográfica, acerca de la Española se remonta, como es bien sabido, a los primeros tiempos de la exploración, conquista y colonización de América, cuyo primer territorio descubierto por los españoles, de importancia para ellos, fue precisamente dicha isla. No en vano puede afirmarse, como hace la antropóloga estadounidense Lynne A. Guitar, que «en un sentido muy
real la Hispaniola fue la cuna de lo que llegaría a ser llamado americanos y cultura americana –un pueblo y una cultura tripartitos: indio, africano y europeo». Si bien «no sobrevivió a la conquista inicial del Caribe», el sobrenombre que Pedro Mártir de Anglería dio a La Española, a la que llamó «madre de las otras islas», se reveló muy acertado. Por su parte, el gran historiador dominicano Américo Lugo denominó a la Española «isla sagrada de América».
En cualquier caso, las islas en general siempre han atraído sobre sí la atención de la geografía y la cartografía clásicas, dentro de las cuales dieron lugar incluso a un género específico: los llamados islarios. Una de las muestras más acabadas del mismo es la obra de Benedetto Bordone que lleva por título Libro di Benedetto Bordone. Nel qual si ragiona de tutte l’isole del mondo... Bordone «comienza su descripción por las islas del Occeano Occidentale», y en «una anotación marginal que
se lee en la parte del índice correspondiente a las islas de este océano» el autor señala que «queste tutte son per levante alla Spagnola», es decir, que todas ellas se encontraban al este de la Española. Se trata de un «gesto de prudencia» que, a juicio
de la geógrafa argentina Carla Lois, «parece hablar de un océano en expansión, que podría aportar más islas al poniente» de La Española, dado que la edición de la mencionada obra de Bordone data de 1528,3 cuando aún no habían concluido las
exploraciones del litoral americano. Cabe subrayar el hecho de que la Española era vista como el principal punto de referencia cartográfico, por tratarse de la primera tierra del Nuevo Mundo que había sido descubierta, conquistada y colonizada
por los europeos.
En la introducción de su obra, Benedetto Bordone sugiere que con ella «actualiza los conocimientos sobre las islas: indica los nombres antiguos junto a los modernos y también incluye las islas recientemente encontradas de las que no se tenía noticias
porque anteriormente le lor navigationi no investigarono piu altre che quello che da gli loro antichi ritrovarono scritto». En efecto, los descubrimientos atlánticos que se habían venido sucediendo sin interrupción desde finales del siglo xv reactivaron de forma muy notable el interés hacia los islarios.
En este contexto de gran efervescencia cartográfica y geográfica se ubica el famoso Islario de Alonso de Santa Cruz, cuyo título completo, Islario general de todas las islas del mundo dirigido a la S. C. R. M. del rey don Phelipe nuestro señor por Alº. de Santa
Cruz su cosmógrapho mayor, revela con claridad el ambicioso planteamiento de la obra. El autor, que nació en Sevilla alrededor de 1505 y murió en Madrid en 1567, participó en la expedición de Sebastián Cabot (o Caboto) de 1526, hacia la Especiería, en busca de las islas de Tarsis, Ofir, Cipango y Catay, en calidad de veedor, «pues era hijo de uno de los armadores que mayor aporte económico había hecho para esta empresa». Aunque no llegó a cruzar el estrecho de Magallanes, Cabot sí «se internó en el Río de la Plata y en el Paraná, fundando el asiento de Sancti Spiritus, donde se
encontraba Alonso cuando el ataque y destrucción por los indios», del que se salvó «milagrosamente», y en 1530 regresó a Sevilla. Toda la experiencia acumulada en estos viajes fue muy importante para «sus trabajos náuticos y geográficos», entre los cuales se encuentra la obra cumbre de Santa Cruz, el Islario general, que es «un derrotero de todas las costas del mundo conocido, basado en los más recientes viajes». Tal como subraya Héctor José Tanzi, «sus mapas son también muy prolijos y bastante acertados» en lo relativo a América.
El manuscrito completo del Islario de Santa Cruz debió terminarse hacia 1560, y en él su autor aborda el estudio del conjunto de islas, al tiempo que plantea que es «una obra que reúne la cosmografía, la geografía y la corografía». Por consiguiente, «los textos descriptivos se alían con láminas cartográficas […], en las que encontramos un extenso y exhaustivo inventario isleño». Santa Cruz advierte que «la materia de la geografía consiste en la cantidad o medida de los lugares», por lo que no es extraño que «en sus mapas corográficos o regionales, las islas aparezcan alineadas, es
decir, repitiendo un patrón estético que no está vinculado con la posición geográfica real de las islas y que parece un inventario sin pretensiones de estricta georreferenciación».
La obra comienza con una dedicatoria dirigida al rey Felipe II por el autor, en la que este justifica su trabajo y explica diversos conceptos geográficos. El breve capítulo titulado «Introducción a la Sphera», que precede al Islario de Santa Cruz, constituye «una síntesis o compendio que tiene algo de prontuario, recopilación y sinopsis del pensamiento astronómico del autor, de cómo la Tierra se inscribe en el Universo». El hecho de abrir su trabajo con este compendio «es una manifestación expresa de que la obra a la que encabeza es puramente geográfica sin perder su valor cosmográfico».
Dicha síntesis teórica está basada, «fundamentalmente, en la autoridad de Claudio Ptolomeo». En efecto, Alonso de Santa Cruz, el primer cosmógrafo que recibió oficialmente este título, «une a su trabajo geográfico-cartográfico la tradición humanística, ya expresada en su Libro de las longitudes», así como la experiencia acumulada «con los nuevos descubrimientos». Gracias a tales aportes, el autor escribió «una obra que responde a esta situación»: el Islario general de todas las islas, que es «tratado geográfico y atlas al mismo tiempo, como la Cosmografía de Ptolomeo». El Islario general propiamente dicho consta de cuatro partes, la primera de las cuales se refiere al Atlántico Norte; la segunda, al Mediterráneo; la tercera, a
África y el océano Índico; y por último, la cuarta, a América.
Las lógicas limitaciones que presenta el trabajo que motiva estas líneas, así como sus características peculiares, no restan un ápice al valor del mismo, sino más bien al contrario, toda vez que se trata de un documento excepcional, por cuanto revela el nivel del «conocimiento científico que tenían los españoles del mundo y, en particular,
del continente más nuevo».9 Es indudable el interés que tiene el Islario de Santa Cruz para el estudioso de esa época, dada la utilidad de su contenido, que proporciona un material muy rico para posibles investigaciones sobre aspectos relacionados, entre otras disciplinas, con la geografía, la cartografía, la filología, la botánica, la zoología y,
por supuesto, de forma aún más relevante, con la historia.
Por dicha razón resulta tan llamativo el hecho de que esta obra sea relativamente poco conocida, pese a algunas ediciones como las de la Real Sociedad Geográfica de España, en 1918 y 1920, que emplearemos en este artículo para reproducir el texto de Santa Cruz, y las de Mariano Cuesta Domingo (Alonso de Santa Cruz y su obra cosmográfica), en 1983-1984 y 2003, respectivamente. Sin embargo, el desconocimiento acerca de este trabajo se remonta en el tiempo, varios siglos atrás. Así, Antonio Blázquez señala que hacia 1539 Carlos I ya había encomendado a Santa Cruz «la formación del Islario general», pero este se consideró «perdido hasta
que en 1909 el jefe de la Sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional de España», Antonio Paz y Meliá, «pudo comprobar que figuraba catalogado como de Andrés García de Céspedes». Paz lo hizo constar en la "Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos", donde consignó «las alteraciones que Céspedes había introducido en la obra de Santa Cruz para hacerla pasar como suya». Céspedes ocupó el cargo de cronista y cosmógrafo mayor entre 1596 y 1611.