PROFETAS
Hoy que han aparecido “profetas” que pretenden sorprender a los creyentes, auto irrogándose dones que no tienen ni oficios que les han sido conferidos, una revisión del trabajo de Patrick Fairbairn, pastor escocés del siglo XIX, (1805 – 1874) acerca de la Profecía es un esfuerzo con resultados realmente beneficiosos, por su lucidez académica y celo a la Palabra de Dios, hace algún tiempo dediqué atención a este tema en los estudios para la iglesia, y ahora los traigo a luz para su difusión.
El profeta considerado a la luz de las Escrituras, era simplemente el receptor o portador de un mensaje de Dios, y este mensaje naturalmente era una profecía, cualquiera que fuera su carácter específico, tanto si se trataba de una verdad importante, inculcar una obligación inexcusable o una delineación anticipada de los hechos futuros. El mensaje tenía que ser de comisión divina, sino no era necesario requerir de un profeta.
Las primeras ocasiones que se refieren a profetas en la Biblia son Gén. 20:7. Usada sin explicación y con referencia a una persona cuya distinción peculiar era de gozar de amistad con Dios, gozando de los privilegios de su contacto e intercambio en el cielo.
La siguiente ocasión es más parecida y definida:
"Mira" dice Dios a Moisés en Exodo 7:1, "yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta». Al comparar esta declaración con 4: 15, 16, donde se dice a Moisés:« Tú le hablarás a él y pondrás en su boca las palabras, y el hablará por ti al pueblo», es claro que Moisés iba a hacer la parte de Dios al dar el mensaje a Aarón; al recibir el mensaje Aarón y comunicarlo a otros, Aarón haría la parte de profeta. El profeta por tanto, era una persona calificada y llamada a sostener esta doble relación con Dios y con el hombre: por un lado para recibir y por otro para entregar la palabra recibida; ser en cierto modo el portavoz o boca de Dios, con el propósito de desvelar los secretos que Dios tuviera bien revelarlo a él de modo especial. Esta era la vocación u oficio peculiar de profeta, y todo lo que pronunciaba en el cumplimiento de este menester era una profecía."
P. Fairbarn LA PROFECÍA, Edit. Clie, 1985. pag.16
Esto no da noción a la idea que el don de profecía era concedido para anunciar de antemano los sucesos futuros de la providencia. El propósito es más bien tratar con los hombres como representantes de Dios en los intereses de la verdad y la justicia, y solo cuando noticias sobre las cosas futuras van a servir para el mejor cumplimiento de su objetivo, entran en el terreno predictivo.
Las personas que ocupan un lugar preeminente entre los profetas son Moisés y Jesucristo, y de manera general se considera que las predicciones fueran superiores esencialmente a los dones proféticos, de allí expresiones como «Moisés y los profetas», «Cristo y sus santos apóstoles y sus profetas». Estas expresiones marcan la diferencia relativa, no absoluta. Moisés fue un profeta en el sentido estricto, y no se le describe como tal con frecuencia como en Oseas 12:13, donde se dice que por medio de un profeta Jehová hizo subir a Egipto, y por medio de un profeta fue guardado. No solo fue un profeta en el sentido estricto sino en el más elevado. Quién sino Moisés que recibió comunicaciones tan amplias y libres del cielo en los tiempos antiguos. No fue sino él que recibió el encargo de ordenar y establecerlo todo en el reino de Dios, en su forma primitiva y provisional entre los hombres. Cuando llegó el tiempo que esta forma cediera a otra forma más completa, vino otro mayor que Moisés a quien el pueblo de Dios en todas las edades ha reconocido de modo enfático, como el profeta de la Iglesia, y a quien mismo Moisés reconoció que le sucedería, además de estar señalado de obtener cuando apareciera, el respeto y homenaje universal. Det. 18:15.
También se debe reconocer que Moisés como Cristo como profetas poseyeran la penetración más profunda en las cosas divinas, las comunicaciones que hicieron a la Iglesia en tanto a predicciones fueron muy exiguas, el total de estas predicciones podrían haber comprendido unos pocos capítulos corrientes. La porción más importante de sus comunicaciones era distinta y se refería a las grandes realidades de la fe y la esperanza o los privilegios de la verdad y el deber, que formaban la base de sus respectivas dispensaciones y no contenían en sí el sentido predictivo de lo que más adelante habría de suceder, más de lo que el presente contiene el germen del futuro.
Esta marca de grandeza y superioridad relativa en la naturaleza de las comunicaciones divinas que vinieron con Cristo y hasta cierto punto con Moisés, va acompañada podríamos decir, acreditada de otro rasgo, o sea del modo de la comunicación. En el caso de Moisés, Dios mismo estableció a este respecto una diferencia de modo formal con el expreso propósito de marcar el ligar más elevado de poder e influencia que con derecho correspondía a su siervo. Respondiendo la presunción de Aarón y Miriam, que tenían celo del prominente hermano y que habían dicho a la congregación «¿solamente por Moisés ha hablado Jehová?». El Señor interpuso su decisión con autoridad, diciendo que El hablaría con Moisés boca a boca, y no por figuras y verá la apariencia de Jehová. Es cierto que María y Aarón, poseían cierto carácter profético (Ex. 15:20; Miq. 6: 4), aunque en grado inferior comparado con el de los profetas en general y muy inferior en referencia a Moisés. Diferencia en el modo de ser efectuada la revelación, en Moisés era abierta, en vigilia, cara a cara, mientras que en los otros profetas en sueños y en visiones. Diferencia que dependía en relación a la misión y cargo.
Moisés como mediador del Antiguo Pacto llevaba sobre sí el cuidado de la casa o reino de Dios y requería una relación más libre con el cielo y las instrucciones más explícitas para hacerle posible poner todo en orden. Pero los otros comisionados no tenían órdenes tan elevadas que cumplir. Sobre el fundamento puesto por Moisés, fueron encargados de ponerlo en vigor y mantenerlo, pero sin autorización para modificar o cambiar nada, esto profetas ya tienen un alcance limitado de operaciones de qué cuidar y mensajes más específicos que brindar. Estos son los puntos de diferencia entre el libro de Números de Moisés y los demás profetas.
Los judíos pretenden exagerar más la superioridad de Moisés, así Maimónides, expone esta superioridad:
Primera, el que Dios le hablará a él sin mediador alguno, en habla directa, como un hombre habla a otro.
Segunda, tiene comunicaciones en forma directa no en visiones o sueños.
Tercera, Que tenía un intercambio con Dios sin tener desmayos naturales que le ocurrían a los hombres de dones proféticos.
Finalmente, que tenía acceso habitual a Dios para revelaciones sobrenaturales, mientras que a los siguientes, estos accesos eran a intervalos separados, y a veces se necesitaban previos estados de preparación.
El privilegio de tener comunicación libre y abierta con el cielo respecto a cosas secretas de Dios, por más que distinguió a Moisés del resto de los profetas, solo fue alcanzado en su perfección por Cristo, puesto que El en el terreno que descansa es más incomparablemente más elevado y amplio. Moisés tenía el honor de ser considerado fiel como siervo de la casa de Dios; solamente era un siervo en un tiempo que la casa era relativamente pequeña y cuando el testimonio a realizar en ella tenía como objetivo más elevado proporcionar «un testimonio de antemano de las cosas que habían de ser dichas después». Cristo tiene el lugar de un hijo, le corresponde ejercer dominio y autoridad en el reino divino, como su propia casa, y por tanto las revelaciones llegadas a través de él son las más elevadas que podían ser dadas. En El el Espíritu del Padre residía sin limitaciones, a plenitud, y el mismo conocía al Padre por el hecho de poseer la misma naturaleza divina y tenía acceso a su seno, de tal modo que las palabras que decía, la doctrina que enseñaba y las obras que hacía no eran más que las de su Padre (Juan 1: 18, 3: 13, 34; Mateo 11: 27, 29) Aquí pues con el cielo alcanzaba el más alto grado de intimidad y proximidad.
"No era ya propiamente el que Dios hablara a un hombre, sino que Dios estaba hablando en un hombre y a través de un hombre , y por ello hablaba no solo con claridad y comprensión de visión, sino también con un dominio personal y una elevación espiritual del todo peculiar suyos. En cierto grado, en realidad, aunque de modo imperfecto al compararlos con Cristo, los apóstoles compartían este grado de comunión más libre, hasta el punto de haber una diferencia palpable entre ellos y los profetas de la dispensación anterior. Porque excepto en dos ocasiones especiales que se relatan en el capítulo 10 de Hechos y en el Apocalipsis, no parece que nunca recibieran revelaciones en visiones o trances, y como hombres habitualmente llenos del Espíritu hablaban y escribían como si el mismo Señor hablara y escribiera en ellos (1 Cor. 2:12; 14:37; 2 Cor. 13:13), y por ello no consideraban necesario poner prefacios a sus mensajes con la fórmula acostumbrada por los profetas:« Así dice el Señor». En la forma en que lo poseían el don profético correspondía a la madurez y libertad comparativa de su posición en el Nuevo Testamento, y en el ejercicio del mismo parecían más personas en su elemento nativo, con plena perspectiva, en todos los aspectos del desarrollo libre de sus posibilidades y poderes, que hombres elevados por un momento a una región que no les correspondía propiamente"
Patrick Fairbairn ob.cit. p. 20
Así que había diferencia entre profeta y profeta y entre una clase de actividad profética y otra, pero se pueden trazar algunas líneas de demarcación entre lo que es esencial y circunstancial.
PRIMERO Era esencial al profeta tener una comunicación personal directa de arriba que lo constituía en un sentido especial y particular. Debía poseer un estado y temple de alma capaz de hacerlo apropiado para las comunicaciones divinas; en ningún caso podía considerarse prescindir de estas cosas. La "visión y facultad divina" de la que el mundo habla debió pertenecerle al profeta. Porque las Escrituras no quieren saber nada de profetas autómatas, como el mundo no hace caso de oradores y poetas autómatas; el Espíritu comunicando al espíritu, y este espíritu, el de un hombre templado y afinado a las relaciones que le presentaba el Espíritu de Dios. El profeta era un hombre a quien se le llamaba «hombre de Dios» o «varón de Dios».
Lo accesorio, que pudo ser común es que al recibir la comunicación divina quedara convulso y agitado en el proceso, fuera de acá para allá, como dominado por un impulso incontenible y arbitrario. Ocasiones así puede que se dieran, pero nunca los profetas hebreos buscaron exprofesamente tal estado; lo que sí buscaban los adivinos que buscaban por medios externos estimular sus espíritus a una especie de frenesí sagrado como si estuvieran fuera de sí llevados por un fervor aparentemente divino. La regla general en la esfera de la profecía en las Escrituras era que «los espíritus de los profetas deben estar sujetos a los profetas». El poder más elevado estimulaba sus facultades naturales e informaba su mente con revelaciones sobrenaturales, pero nunca destruyendo su libertad personal y propia individualidad. No hay casos abundantes de estados de trance en aquellos que ocuparon los lugares más elevados y estaban más dotados de espíritu profético.
SEGUNDO Con referencia a la comunicación recibida por el profeta, eran mensajes relativos a las cosas de Dios, y correspondía a Dios el impartirlo; y a su pueblo recibirlo por medio de un mensaje extraordinario. Sin estas condiciones, no habrían existido razones para el llamado de profetas. Todo habría sido como los soñadores que se presentaban en el nombre del Señor para hablar al pueblo aunque no habían visto nada en absoluto, que requiriera la intervención de la autoridad divina y la revelación directa desde el cielo.
No era esencial si en las palabras que hablaba había anuncios explícitos de sucesos futuros previstos por la Providencia. En un sentido más general cada profecía llevaba en su seno una revelación de cosas futuras, puesto que no dejaba de revelar las verdades y principios fundamentales del gobierno justo de Dios y presentarlos como marcas o señales morales de lo que habría de venir.
En tiempos del A.T. no dejaba de haber revelaciones sobre el futuro pues todo apuntaba hacia adelante, a un estado de cosas más perfecto. Pero como un informe más preciso de las operaciones de Dios en el mundo, la profecía dejaba mucho de ser uniforme. Casi nunca entraba en detalles futuros, y cuando lo hacía era de modo directo y primario. La profecía se diferenciaba de la adivinación, tan prevaleciente en el mundo pagano que al averiguar impropiamente el futuro, estaba afirmando su desconfianza en Dios, y de modo natural se aliaba con la idolatría.
Recordemos el criterio de Moisés para probar las pretensiones de los que presumían hablar como profetas del Altísimo, señalando que si un profeta (Deut. 13: 1 -5) da una señal o portento que se cumple, pero al mismo tiempo procura que el pueblo vaya tras otros dioses abandonando el culto y servicio a Jehová, no debía dársele crédito a dicho testimonio ni considerársele como un mensajero de Jehová. Sino entender que Dios estaba poniendo a prueba la fidelidad del pueblo.
El profeta corriente no tenía que introducir nada nuevo, al contrario tenía que hacer énfasis a todos que estaba sobre los viejos fundamentos, que era un vigía fiel y cuidadoso, celoso del honor y la gloria de Aquel que lo había establecido. Poniendo alarma cuando estos cimientos amenazaban ser destruidos refrescando a los hombres los principios eternos de verdad y de deber en que se sostenían.
El revelar sucesos futuros era solamente una parte secundaria de su función, y cuando esto secundario quería ponerse como lo principal había señal que se trataba de una pretensión falsa del don divino o una captación falsa o equivocada de la verdad.
TERCERO Era necesario que el profeta entregara toda la palabra de modo exacto y fiel como la había recibido. No podía tener arreglos con los hombres sesgando parte del mensaje, o pedir a Dios que corrigiera parte de sus mensajes. Como embajador selecto del cielo solo tenía que hacer una cosa, decir lo que Dios había puesto en su corazón sin temor a los hombres, sin atender a las sugerencias de su naturaleza humana. Si esta condición fallaba, como el ejemplo de Jonás, la característica de un profeta no estaba presente.
Pero no era esencial que en su comunicación externa de la luz que había recibido, hiciera en él mayor o menos violencia. Aunque en algunos casos pudiera aparecer en el profeta un sentimiento intenso o una emoción excesiva, obedecía más a su propia consistencia personal. Si el mismo era consciente de la dificultad de dar el mensaje a un pueblo endurecido, bien podría tener una actitud vehemente, pero esta actitud era algo accidental y separable, no una atribución esencial de la vocación profética.
Bien, en base al conjunto de consideraciones hechas y más especialmente atendiendo a la naturaleza especial de Moisés y Cristo, se entiende que estos dos deben ser puestos aparte del orden profético estricto. En ellos el espíritu de la profecía tuvo su ejercicio más noble y se elevó a su mayor perfección
P. Fairbairn ob. cit p. 24
Pero esta misma perfección crea una inmensa brecha entre ellos y los demás profetas. Incluso Juan el Bautista es llamado por el Señor «más que profeta», aunque fue en el carácter de profeta que había sido anunciado previamente (Isaías 11:6; Malaquías 4:5; Lucas 1: 16 - 17); y sin lugar a dudas su cumplimiento tuvo lugar en la obra distintiva del profeta.
En Moisés y Cristo se establecen las cosas más importantes y fundamentales de la economía divina, las verdades sobre las que están basadas las respectivas dispensaciones. Se podían madurar o implantar aspectos del pensamiento espiritual y las instituciones fundadas en ellas, después de temporadas de decadencia, era necesario infundirles vigor y aliento, y precisamente para hacer estas cosas, Dios en sus altos designios ha usado el recurso de conceder dones proféticos. Pero ejercer estas funciones que son de carácter subordinado y ministerial, no daba oportunidad de poder perfilar de modo claro los sucesos futuros que por necesidad conocía solo la Providencia. Como tampoco los profetas como agentes selectos y testigos de Dios entre los hombres, podrían estar calificados para su importante misión; sin que fueran capacitados para ver en el futuro y revelar algo de los sucesos venideros, porque estos puntos ellos señalaban como confirmación de los principios que afirmaban y la justificación de la parte que ellos tomaban en la pugna constante entre el pecado y la justicia. Para establecer su autenticidad, la profecía no podía dejar de participar en el carácter predictivo, ya que al dar indicaciones de su conocimiento anticipado de los hechos, evidenciaban de modo conclusivo el origen divino de sus mensajes.
"La palabra "profecía" tiene que emplearse de modo principal, en discusiones como la presente, de este sentido más especial y restringido de la actividad profética, o sea, de la profecía como anuncio más o menos específico del futuro. Tenemos que entender, pues, que usamos el término en este sentido siempre que no se indique lo contrario. Esta es sin duda una gran limitación de la idea escritural, y solo abarca un aspecto particular y subordinado de su campo. Esto es necesario tenerlo presente si queremos formar una evaluación correcta del tema o llegar a principios seguros y bien fundados de interpretación. El empezar con una definición de profecía tal como «es una predicción de algunas circunstancias contingentes o sucesos en el futuro recibidos por revelación directa e inmediata», como hacen algunos autores, sólo puede conducir a confusiones. Es una definición completamente parcial de lo que abarca el campo profético propio. E incluso el asumirla y considerarla como correcta tácitamente, sin expresión formal de la misma, lleva a errores prácticos en el tratamiento de porciones particulares de la profecía."
P. Fairbairn ob. cit. p. 25
II EL LUGAR DE LA PROFECÍA EN LA
HISTORIA Y LA RELACIÓN ORGÁNICA
ENTRE LAS DOS.
En el A. Testamento la profecía aparece como una corriente pequeña en sus comienzos y luego avanza de manera imperceptible, y surge en un volumen incrementado llegando a su máximo cuando llega hasta la desembocadura.
La primera profecía originada por la circunstancia de la caída (Génesis 3: 15), alínea de modo gráfico pero general y comprensivo las características principales de la historia del mundo, y proyecta las cauces del bien y del mal dando un seguro pronóstico de que el bien dominará el mal. Esta profecía es más bien de tipo indefinido si bien de trascendental importancia, por la promesa que contiene para el centro de la fe, que en medio de desgracias abrigó la esperanza de cosas mejores en el futuro. Anuncia principios generales de la acción y apunta resultados finales indicados de antemano.
Esto es válido para la profecía de Enoc (Judas 14: 15) que puede ser considerada simplemente como una aplicación de la profecía pronunciada en los tiempos de creciente apostasía y maldad. Declara la certidumbre de la aparición de Dios para detener el triunfo temporal del adversario y establecer a los justos. La revelación a Noé de un próximo diluvio general no es más que la aplicación específica del anuncio a Enoc y en realidad es la primera predicción definida que encontramos, requerida para apoyar la fe de Noé en medio de una apostasía general y como dirección del curso de su actividad con respecto a la catástrofe que se avecinaba.
Después del diluvio sigue una serie de profecías separadas por intervalos variables, semejantes en cuanto a su carácter general. Primero las predicciones del propio Noé con respecto al estado y perspectivas de su descendencia; más definida que la pronunciada en relación a la caída, indicando los principios generales del gobierno divino, la situación en la cual su descendencia, las tres líneas , estarían en relación con estos principios.
Luego (segundo) a la distancia de algunos siglos vienen las revelaciones a Abraham respecto a su simiente y las profecías dependientes de Isaac y Jacob, éste último trasmitiendo profecías a sus hijos, cada cual más precisa y definida, pero todavía insistiendo en las posiciones y perspectivas de razas y tribus, antes que en personajes y sucesos particulares.
La promesa de Siloh (Gén 49: 10) como centro de unidad y de paz, que se levantaría como cetro de Judá es la más específica de la serie y por vez primera da prominencia a un individuo en la perspectiva de un futuro distante. Pero estas profecías patriarcales giran principalmente en torno a puntos generales indicando a través de qué línea de descendencia va continuar la bendición peculiar del pacto con Abraham, e incluso que habría distinciones dentro de éstas líneas de mayor a menor, en relación al hecho de que las personas involucradas se mantengan cerca de la fidelidad moral del pacto; y cómo a lo largo de la herencia de bienes prometidos y asegurados habría una serie continua de luchas, problemas que requerirían el ejercicio de la fe y paciencia de parte de los verdaderos hijos del pacto. Es importante remarcar que estas predicciones patriarcales así como las que les precedieron no fueron dadas como un fenómeno aislado, o simplemente para mostrar la presencia de un Dios omnisciente; sino que todas estaban engastadas en la exigencia de tiempo y personas y servían para dar luz y direccionalidad a observadores atentos, antes que los sucesos mencionados hayan puesto su sello sobre la verdad. Su objetivo era dar ánimo y consejo a los hijos de la promesa en circunstancias de un mundo siempre cambiante con retos, peligros, esperanzas y obligaciones.
Después de dichas las últimas palabras de Jacob viene un largo período de silencio y oscuridad, sin ninguna otra adición a los oráculos proféticos. Hasta que al fin llega el cumplimiento de la promesa de una herencia a la descendencia de Abraham, con la aparición y misión de Moisés, la luz de la profecía irrumpe después de largo vacío, pero profecía en el sentido más fundamental y primario, tratando menos de predicciones futuras que los grandes principios de la verdad y obligaciones en íntima interconexión con la nueva fase de la administración divina. Hubo ciertas garantías eficaces dadas a través de Moisés con respecto a la posesión de Canaán y a una serie de predicciones hipotéticas pronunciadas respecto al bien y el mal a acontecer (Lev. 26; Deut. 28) de acuerdo a la obediencia. Las predicciones de Balaam aunque aparecieron como especie de un interludio en el relato mosaico, poseen más que el simple elemento predictivo. Las circunstancias del tiempo, y especialmente la peligrosa situación de Israel, requerían algo de ese tipo y cómo podía hacerse más efectiva desde el campo del adversario, se siguió el curso diferente de hacer uso de un adivino pagano para enviar rayos de luz respecto a los futuros propósitos de Dios que luego fueron ampliados en especificaciones más claras y explícitas.
La época de Moisés dio paso a otra interrupción a la cadena profética, aparecieron personas con virtudes proféticas durante el período de los Jueces, aunque solo como luces raras y pasajeras porque era un tiempo de acciones heroicas más que para declaraciones solemnes. Y la profecía en su carácter formal vuelve a aparecer solamente en la época de Samuel, con quien se origina propiamente la serie profética del Antiguo Testamento. En la historia de este orden hay que notar que pequeñas son las predicciones en las primeras operaciones.
La serie empieza con las terribles denuncias del juicio sobre la casa de Elí (1 Sam. 2,3) y vuelve en circunstancias difíciles relacionadas con la elevación de Saúl al trono, la elección de David en su reemplazo y la división del reino con Roboam. Las predicciones es este tiempo fueron manifiestos ocasionales y circunscritas en esta naturaleza de acontecimientos.
Eran luz sobrenatural para los miembros del pacto en períodos de emergencia y peligro, pero tanto su recepción como difusión eran parte fragmentaria de la actividad profética del período. Esta actividad originada en Samuel y organizada y perpetuada por él a través de instituciones regulares llamadas «Escuelas de los Profetas», se ejercía principalmente con el espíritu de avivamiento y se dedicaba más a las actividades prácticas que a investigar misterios escondidos. No se necesitaban nuevas revelaciones sino concentrarse en las que habían para internalizarlas en el sentimientos y hábitos del pueblo. Los miembros del la orden profética, porción selecta de la clase levítica y sacerdotal pertenecientes de nacimiento, por eso participaban de la ejecución de los servicios que estaban reservados estrictamente a los sacerdotes. (1 Sam.9: 13); pero comúnmente se dedicaban a celebrar reuniones para ejercicios devocionales e instrucción espiritual en la esperanza de reavivar la piedad y el temor de Dios en el país. Esta parece ser la característica distintiva de las profecías durante los siglos siguiente de Samuel. Los profetas eran los guardas ante las amenazas de las costumbres de los tiempos y de los síntomas de defección que aparecieran.
Preeminente entre los tales es Elías, el cual es tenido en las Escrituras como el tipo de toda la orden profética, hombre de energía heroica en la acción más bien que por su oratoria o pensamiento. Las pocas palabras que pronunciara parecían extraídas directamente de la presencia de Dios. En momentos en que el país estaba resquebrajándose se levantó en nombre de Dios no tanto para defenderla verbalmente sino como para vindicarla y vengarla con los hechos. Para realizar estos portentosos hechos le fue concedido un poder gigantesco para azotar la tierra con plagas, atormentar a los que vivían en ella y que la corrompían con sus actos malvados. (Apoc. 9)
Luego de haber logrado los resultados deseados que aplacaron un tanto el atrevimiento de los adversarios y se hubo ganado un nuevo campo para las operaciones activas, fue llamado a una obra distinta y apacible en Horeb, encargándole Dios rehacer la escuela de los profetas que había decaído y proseguir las labores espirituales para que puedan ser vivificados los corazones de los hijos y vueltos a su Dios. Mostrando cumplir esta nueva misión con pacientes y fieles esfuerzos como parte de su misión profética, fue recibido arriba en un carro de gloria.
Hay una diversa vertiente en este período de grandes profetas, es el círculo de David, incluyendo a Natán, Salomón y a hombres distinguidos de ciertas familias levíticas que tomaron parte en la composición de los Salmos. El objetivo de esta profecía era de carácter práctico, infundir nueva vida y vigor a las instituciones mosaicas y fomentar en el pueblo, en todos sus niveles el cultivo de la justicia que les había sido entregado para plantarla y cuidarla. Esta acción perseguía objetivos claros purificar el mal del reino y hacer de él en la realidad lo era de nombre: una comunidad de santos. Y junto con esto hubo siempre una corriente de poesía didáctica y devocional. El canto popular y sagrado cantado primero por el hijo de Isaí, y después continuado por un grupo de compañeros y seguidores en el mismo estilo, respiraba con sus acordes la esencia espiritual de las solemnidades de Sión, y a su vez, estaba entrelazada con una experiencia personal amplia y profunda. Al consagrar estas producciones al interés de la religión y asociándolas al servicio del santuario, se proporcionaba al creyente israelita formas de pensamiento y sentimiento apropiadas a todos los estados de ánimo de su alma y las diferentes circunstancias de su condición humana. Y dentro de estos cánticos espirituales tan fragantes con el olor a la verdad divina y la experiencia santificada se añadían escritos según la promesa dada por Natán a David respecto a la perpetuidad del linaje davídico, generalmente conocidos como Salmos mesiánicos, los cuales con los otros elementos vistos, combinaban el elemento predictivo al apuntar este gran personaje superior y los resultados más nobles en que el reinado habría de alcanzar su culminación definitiva. Se puede decir que la poesía de los Salmos en sus dos partes que la tendencia y objetivo primario era el inspirar en el marco o cuerpo de la antigua economía toda la vida de que era susceptible y llevar a sus miembros a un grado más elevado de pureza que era posible alcanzar bajo el estado provisional en que se encontraban.
Pero con el tiempo el orden profético general como la línea colateral de operaciones originadas por David no sería capaz de detener la marea de corrupciones y levantar los asuntos de la antigua economía a la altura deseada, o incluso salvarlos de la ruina y desorden fatales. Se iba haciendo evidente que la fábrica externa de las instituciones tenía que ser derrocada, y que el reino de Dios entre los hombres tenía que adoptar una nueva forma.
Tan pronto como se dejaron ver estos hechos sombríos, empezó la última fase de la profecía de los tiempos antiguos, más desarrollada con respecto de predicciones más específicas. Empezó con Oseas y Amós, en el reino del norte y con Joel e Isaías en el reino del sur y la característica distintiva que que estos profetas no dejaron de levantar su voz contra los males existentes, pidiendo al pueblo el retorno a los caminos antiguos, y como veían que todo a su alrededor de iba corroyendo, dirigieron la vista principalmente hacia un futuro distante, y anunciaron los propósitos de Dios respecto a un desarrollo más alto del reino de Dios ahora en perspectiva, junto con los destinos que aguardaban a los estados y dominios terrenales que estaban disputando o irían a disputar con este reino el derecho al dominio. En este período los anuncios proféticos son más numerosos que en cualquier época anterior, entrando en más detalles sobre el futuro y proporcionan materiales más abundantes para la comparación de lo anticipado por la profecía con los sucesos históricos subsiguientes.
Este es un breve resumen a la ligera mirando los aspectos más generales del tema, sobre lo que hay muy pocas diferencias de opinión.
1. Ante todo esto es evidente que la profecía en las Escrituras está entrelazada con su historia, no está la profecía aislada con los hechos históricos de los que las revelaciones proféticas surgieron y tomaron su forma
P. Fairbairn ob. cit. p. 33. Y siempre en este período ulterior la profecía predictiva aparece como un departamento particular y relativamente subordinado de un campo más amplio. Las comunicaciones proféticas y la actividad profética ocurren con gran frecuencia, y nos hablan con un efecto muy importante sobre el curso de los sucesos sin que tenga que ver con el futuro en el sentido de hacer predicciones, por lo menos claras y definidas.
La relación entre profecía e historia es muy íntima, el hilo profético corre por todos los anales inspirados y ata los dos cabos de la revelación. Esta actividad profética que también tiene predicciones, y en tal sentido puede ser ligeramente equiparada con la acción humana de escudriñar profundamente la cosas, y que además procede de un Dios que dirige todo cuanto existe, tiene una significación más elevada que cualquier indagación humana. Puesto que Dios tiene una forma de manifestarse muy distinta en su Iglesia y por lo tanto las manifestaciones que da Dios de sí mismo en la Iglesia, no es posible reconocer su revelación especial con la luz de la ciencia natural o histórica, la diferencia fundamental es ésta: que en la Iglesia hay una revelación de la gracia de Dios, y La GRACIA, por su misma naturaleza está animada con el espíritu de profecía. ¿Qué es sino la profecía? Una exhibición de la misericordia divina, con miras a la justicia, para la recuperación y bendición de los caídos. Por necesidad anticipa no solamente el futuro, sino un futuro mejor, despierta el deseo y la esperanza respecto a las cosas que no se ven todavía, apuntando la expectativa de su futura realización.
De allí que la primera manifestación de la gracia, es también la primera manifestación de la profecía; una profecía vaga e indeterminada en cuanto a personas o sucesos particulares; pero perfectamente cierta e explícita en cuanto a la seguridad de un bien en perspectiva que el hombre ha de esperar y que Dios desea y se propone hacer. Y a medida que la gracia prosigue su curso, poniendo sus planes a la vista del discernimiento del hombre y cargándolo de las responsabilidades correspondientes, y en especial los que tenían que recibir estas profecías pasaron a formar parte de un reino visible (Israel y Judá) y asociaron las expectativas de un bien futuro con los asuntos de un territorio local. De tal manera que al ir creciendo el elemento histórico el elemento profético creciera de la misma manera, haciendo de la historia una referencia definida en sus intimaciones en sus predicciones.
La profecía por lo tanto, estando desde su comienzos unido con el gran plan de Dios, desplegado en las Escrituras, es al mismo tiempo un concomitante necesario de la historia sagrada. Profecía e historia actúan mutuamente el uno en el otro. La profecía da nacimiento a la historia, y ésta a su vez cuando avanza va cumpliendo profecías anteriores y da motivos a nuevas revelaciones para más adelante. Así la profecía lejos de existir como una interrupción o anomalía en los procedimientos de Dios hacia los hombres, se ve como una relación con el orden de dispensaciones divinas, ocupando así su lugar en la historia.
Pero no se puede inferir que de esta interrelación mutua profecía e historia sean idénticas en su naturaleza o estén asimiladas la una a la otra en cuanto a sus relaciones e impacto, como si la profecía no pudiera elevarse por encima de la historia, o como si la historia fuera más precisa que la profecía. Por que estén interrelacionadas tienen sus características distintivas, de acuerdos a los determinados fines que tienen que cumplir. La profecía en su íntima relación con la historia tiene su progreso propio y tiene dos consideraciones que no deben olvidarse por algún intento de averiguar su naturaleza e impulsos propios. Porque, el significado de la profecía no puede ser restringido y limitado por las conclusiones deducidas simplemente de las circunstancias históricas a partir de las cuales la profecía ha surgido, sino en la profecía misma, pues las circunstancias dan lugar al estímulo y forma de palabras, pero no las encierran dentro de su alcance inmediato, como la profecía tiene su autor a Dios, y no a la historia, ha sido mantenida en el ambiente de la historia, pero no concebida o producida por ella. Siempre mantiene algo rico y trascendente no solamente dentro de las cosas que existen en el presente, sino más allá de lo que es imposible concebir de antemano con la ayuda de instrumentos presentes.
2. Estas consideraciones han tocado la parte más evidente y formal, pero la relación entre profecía e historia es más profunda y va más a_lá.
PROFECIAS RESPECTO AL MESÍAS
Las porciones del testimonio profético no dicen nada respecto a la verdad del cristianismo; pero si ofrecen pruebas concluyentes acerca de la presciencia sobrenatural sobre las personas que las redactaron, y por lo tanto se puede considerar que colocan el sello divino sobre los escritos del Antiguo Testamento. Los judíos rechazan a Jesús y las escrituras del Nuevo Testamento, pero tienen en común con nosotros lo siguiente: buscan la confirmación divina bajo la que escribieron sus propios profetas en su propia historia y la de otras naciones mencionadas en la profecía antigua. Pero la pregunta que subsiste es ésta: ¿Qué dice de las pretensiones de Jesús de Nazaret a ser el Mesías ? Pues aquí tenemos que ver con el tronco principal del árbol profético, ya no sólo con unas cuantas ramas ocasionales. Y es aquí donde el Nuevo Testamento pone en peso en el argumento de la profecía: « El espíritu de la profecía, es el testimonio de Jesús» Apoc. 19: 10; y tanto el mismo Jesús como sus apóstoles hacen constante referencia a las cosas escritas por los profetas sobre lo que se ha de cumplir en su persona y obra. Aquí por tanto, es necesario comparar la profecía y la historia de un modo especial.
Pues se pueden oponer dudas de que había solamente en las profecías del A.T. ciertos anhelos indefinidos en busca de un caudillo o líder indefinido que llevara a la nación a un alto grado de gloria. Y si algo de lo escrito era tan peculiar que superara los límites de los poderes humanos sin ayuda externa. ¿Cómo podremos proceder para tratar de esa persona que nos imaginamos ?. El problema no está en buscar materiales de prueba, sino en cómo seleccionar los que sean apropiados para producir convicción en una mente por líneas de semejanza que sean palpables y evidentes?
Hay una manifestación del propósito de Dios en el curso del tiempo que se contrae gradualmente de un objeto general de esperanza y expectativa a uno más específico, hasta que se centra en una persona de dones y dotes singulares, empieza con la descendencia de la mujer y el curso de la Providencia determina que esta descendencia es sólo en la línea espiritual; luego se confina a la descendencia de Abraham , todavía naturalmente en la línea espiritual; luego a la tribu de Judá, donde asume clara la forma personal de un futuro Silo, o príncipe de Paz; luego a la casa de David, una familia dentro la tribu de Judá que es designada para el alto destino de llevar la provisión del pacto abrahámico, de regir en los asuntos de los hombres y difundir entre ellos las bendiciones de la salvación; luego finalmente en un hijo de esta casa, un hijo definido de la promesa, nacido de una virgen, relacionado algo misteriosamente con la divinidad, de modo que se le aplican libremente nombres divinos, y una obra divina, la obra de hacer la reconciliación por la iniquidad y en el sentido propio, redimir a un pueblo al que había de gobernar y bendecir, obra que se asocia a su aparición y misión.
Ya hallada la personalidad propia y destino del Mesías, de manera clara en las profecías del A. T. también se deben indicar las circunstancias locales y las características personales que se le incorporan.
El lugar de su nacimiento, Belén - Efrata, verificado de tal manera que se impedía que hubiese engaño o arreglo, la humildad y la majestad a la vez, de su aparición como de la vara del tronco de Isaí, y como una rama y cogollo de sus raíces, o como una persona sin atractivos físicos, sin hermosura, pero con todo un Rey revestido de poder y autoridad para subyugar toda forma de mal y de llevar el gobierno sobre su hombro, viviendo como otros reyes con un heraldo o precursor pero no en un estado señorial, sino manso y humilde, cabalgando sobre un burrito; y por otro lado experimentando las pruebas más duras y la más vil de la indignidad, varón de dolores, experimentado en quebrantos; pero por otro lado poseyendo todo elemento de grandeza, el elegido de Dios y la esperanza del mundo; un sacerdote y un rey a la vez, un Sacerdote que iba a ser él mismo la ofrenda por el pecado y a dar su vida en rescate por muchos, aunque sufriría mucho, recibiría una descendencia y un reino, en todos los aspectos dignos de su incomparable reino. ¡ Qué combinación tan singular de cualidades y de resultados! y sobre todo de qué modo ha sido demostrado en la historia!
P. Fairbarn ob. cit. p. 176.
Se puede llevar el argumento más adelante. El propio Jesucristo habló de las profecías respecto a él, escritas por Moisés y por lo profetas que debían ser cumplidas. De tal manera que nos podemos quedar con una gran profecía personificada en la Ley. Dando lugar a qué se pueda conjeturar sobre los embustes de los profetas y la ignorancia del pueblo, que Elías e Isaías eran tales impostores, pero se puede llegar a negar que el A. T. es una maravilla? podemos negar la historia de los milagros, pero no podemos negar el milagro de la historia. Si negamos todo toda la importancia de los tipos y las ideas prospectivas de la expiación, cómo podremos negar el milagro de su cumplimiento. El sistema espiritual de las escrituras hebreas está hecho de dos elementos de manera interdependiente y con todo opuestos en su carácter. ¿Cómo pudo ser que todo el detalle laborioso y largo de observancias sacrificiales a veces repulsivos, están unidos a conceptos de Dios que sobrepasan en su espiritualidad interna y profunda, a todo lo que el hombre, por sí mismo ha podido imaginarse nunca, y que todo nuestro refinamiento es incapaz de alcanzar?.
¿Quién es este instructor extraño o serie de instructores que reflejan la forma de una esencia permanente, escondida a través de un velo, de atributos que son incomprensibles, y que ordenan instrucciones más elaboradas y minuciosas como los requisitos estrictos y la obligación de sacrificar un cordero anualmente, como el deber de aquél que debía acercarse al Espíritu Santo?. Así cómo la orden de rociar con la misma seriedad sobre la tierra la sangre animal como camino designado para la purificación del hombre. Así que en la misma esencia del A. T. y en su régimen y administración hay el mayor misterio, que es inevitable, aunque se quiera negar su aporte predictivo. Imposible de explicar salvo que hagamos la suposición, que se pueden elevar ceremonias a la dignidad de obligaciones morales. El judaísmo con su expiación típica es un milagro o cadena de milagros, pero sin esta expiación sería una milagro mayor todavía.
Estas ideas afirman el carácter divino de los escritos mosaicos, pero también son argumentos convincentes para la verdad de las pretensiones de Cristo. Una expiación del tipo del A. T. es la profecía escondida y encarnada, que anticipa la obra realizada por la propiciación real de Cristo por los pecados del mundo. Haciendo correspondencia entre la obra de Cristo narrada en los evangelios con las presuposiciones y prefiguraciones de los escritos de Moisés, dando evidencia a la intervención de la mano divina.
Lo hace mucho más de lo que hay en la superficie, que ni los amigos ni enemigos de Jesús podían entender, hasta que la obra misma quedó consumada.
El aspecto predominante bajo el que la profecía habló del Mesías era de un Rey que vendría con el propósito de ocupar el trono de Israel. ¿No es un hecho la decepción de abundantes personas e incluso sus discípulos respecto a este tema? Incluso en la víspera de su partida no creían en esto, y aún ahora muchos dicen que Jesús no tiene el trono prometido y no puede tenerlo hasta que venga en gloria para establecer en Jerusalem la sede de su reino. Y muchos también afirman, comparando lo que fue predicho con lo que ocurrió, que Jesús no tiene todavía posesión del trono prometido y no puede tenerlo hasta que venga en gloria para establecer su trono en Jerusalem. Pero la cosa es distinta cuando la supuesta falta del reino es piedra de tropiezo para el reconocimiento de Jesús como el verdadero Mesías, y se presenta como una razón para negar que esta profecía ha tenido cumplimiento propio en El. Tenía que venir como Rey, dicen, como hijo de David y su heredero, tenía que nacer en Belén para ocupar el trono, nacer de una virgen y permitir constantemente que se le dirigieran como el hijo de David.
Pero esto no se pueda aceptar, pues se caería en entender que la profecía es una anticipación mecánicamente exacta de la historia. Pero esto cambia aquí como en otras profecías, pues el espíritu de la profecía daba a entender que había de venir, pero en un lenguaje apropiado de acuerdo a la condición extática del vidente y que al hacerlo se sirvió de formas conocidas y existentes para desplegar cosas correspondientes pero más nobles y mejores, en este caso la representación tiene que ser figurativa y simbólica, una representación de ello según más la naturaleza, que la forma precisa en que habría de asumir.
Por qué esperar que el Mesías habría de ser un Rey en el mismo terreno de David, o que sería un profeta en el mismo nivel de Moisés o un sacerdote según el tipo imperfecto de los que presentaban sus ofrendas de animales en el altar de bronce. Para probar que él era el ocupante del trono de David, no tenía por qué tener la pompa externa de la realeza judía. La persona anunciada era superior a los prototipos usados y por lo tanto tenía que ser más alta en carácter su obra y su reino, de modo que cuando se le promete bajo la forma de lo antiguo hay que esperar no una semejanza de identidad, sino solamente relativa.
El hecho que ocupara el trono de David, significaba simplemente, que como David debía ocupar el lugar de rey sobre la heredad de Dios y hacer por completo lo que David solamente pudo hacer de modo parcial e imperfecto: dar liberación, seguridad y bendición al pueblo de Dios, con las propiedades divinas del rey, pero con el dominio mundial de su reino, levantado en alto lugar el reino de Enmanuel que tiene que ser algo distinto del reino de Isaí, tiene que ser celestial, espiritual y eterno. Así que la objeción al cumplimiento del reinado de Cristo por no haber asumido la figura de un monarca judío carece de valor. Es una visión superficial de conexión entre lo viejo y lo nuevo en las dispensaciones de Dios y un malentendido en el lenguaje profético. Si se sigue en este camino, de modo consecuente se va a parar del judaísmo cristianizado al sistema papal. Pero si se da el valor de cosas imperfectas, de sombras, bajo las cuales escribieron y vivieron los profetas, se ve que nada falta al acuerdo real y sustancial que debe susbsistir entre lo anunciado por las profecías y los hechos de la historia.
P. Fairbairn LA PROFECÍA, p. 180
FUTURO PROFETICO DE LA IGLESIA
Y DEL REINO DE CRISTO
SECCION I: LA IGLESIA Y EL REINO DE CRISTO EN SU RELACIÓN CON LOS REINOS DE ESTE MUNDO.
Las profecías que se refieren a este tema son de dos clases, en un sentido, de gran variedad y alcance, pero en otros son de una extensión relativamente limitada.
Los de la primera clase empiezan en los tiempos de David, con la gran promesa de bendición dada originalmente a Abraham que asume por primera vez una forma personal al enlazarse con uno del linaje de David y de quien habían de depender las esperanzas y destino del mundo, en el conjunto de predicciones que se originaban en este pacto con David, el carácter del Mesías regio esperado tiene siempre un lugar prominente, y asegurada también la ascendencia final de su reino sobre todos los poderes y reinos rivales del mundo. Su derecho a reinar sobre los hombres era también absoluto y aunque pueda ser resistido por un tiempo y tenga que aparecer luchando para subsistir el destino de este rey era de uno que sale «venciendo y para vencer» Ap. 6:2 hasta que todo iba a serle subyugado, todo quedaría bajo su mano. En los salmos mesiánicos se exhibe este progreso aunque unos insisten en unos aspectos de la historia a diferencia de otros.
Y éste el carácter de aquellas predicciones esparcidas por los libros proféticos, basados en las promesas hechas a David que indican el establecimiento de la Iglesia de Cristo y su reino. En general empiezan exhibiendo una contrariedad inherente en espíritu entre las cosas que pertenecen a este reino divino y las cosas que pertenecen al mundo, las unas siendo de Dios, santas, justas, misericordiosas y benefactoras; las otras de la tierra participando de su carnalidad y corrupción. Luego como manifestación natural de esta oposición, la antipatía mutua y la lucha mortal que se describe en la alianza de los reinos terrenales tratando de aplastar la persona y el progreso de este Rey designado por el cielo. Pero su avance es incontenible, y la causa y reino del Mesías avanzan por todas partes. Los reyes de la tierra si es que no han caído bajo su ira se ven andando en su luz y presentándole homenaje, todos los confines de la tierra se vuelven al Señor y las familias de la tierra adoran delante de El «Un Señor, y uno es su nombre».
Con respecto a la sustancia de estas profecías solo una porción relativamente pequeña de las mismas se puede decir que pertenezcan al futuro de la Iglesia: la que se refiere a la plenitud absoluta y universalidad del reino de Cristo. La otra y más importante, así como las partes más circunstanciales de ella que describen la antipatía mutua y la lucha, el levantamiento del Mesías personal y su causa desde pequeños principios, la defensa frente a la oposición más violenta y persistente, hasta que la mayor parte del mundo civilizado se rinde a su supremacía, y muchos reyes por lo menos nominalmente prestan homenaje a su nombre. Todo esto pertenece al pasado, su cumplimiento se puede leer en los anales de la historia del mundo; y con respecto a lo que todavía se hará de cumplir, aunque como Iglesia profesante se afrontarán muchas dificultades y obstáculos desanimadores en el camino del triunfo, cuando se mira a la luz de lo logrado no se puede desconfiar en que no se superarán. La pequeña semilla de mostaza ha crecido y se ha hecho un gran árbol y todo obstáculo destinado a impedir su progreso y triunfo final será vencido. Ningún desvío importante del curso podrá detener el curso de las predicciones, que Cristo va a reinar hasta que todos sus enemigos sean puestos bajo el estrado de sus pies, y hará que el conocimiento del Señor cubra la tierra, como las aguas cubren el mar. Las palabras de la profecía nunca pueden tener su pleno cumplimiento hasta que se consiga este resultado.
Los reino terrenales son vistos de modo general, como opuestos todos al carácter y derechos del Mesías y destinados a someterse o ser destruidos. Algunos de ellos extenderán una mano amistosa a la causa que ellos antes atacaron, como cuando David habla de « Vendrán príncipes de Egipto; Etiopía se apresurará a extender sus manos hacia Dios» Sal. 38: 31 y cuando Isaías promete a la Iglesia que sus ayos serán reyes y sus nodrizas reinas y que las fuerzas de los gentiles acudirán a ella y que los reyes la servirán (49: 23; 60: 10 -11), y muchos otros de este estilo. Estos pasajes implican que mientras exista la lucha entre la causa de Cristo y las naciones de este mundo, potencias del mundo ayudarán al pueblo de Dios cuando necesite de ayuda y contribuirán al resultado final. Pero en qué forma y hasta qué punto va a tener lugar no lo podemos ver mediante predicciones generales.
Hay otras clases de profecías, específicas, que como se ha dicho son relativamente pocas, son peculiares a Daniel y Apocalipsis, éste último reasumiendo el tema dejado por Daniel y prosiguiéndolo en detalle.
I. LAS PROFECIAS DE DANIEL QUE HACEN REFERENCIA AL REINO DEL MESÍAS.
En su relación con los reinos de este mundo son las contenidas en los capítulos 2 y 7, la una con la visión de Nabucodonosor de una estatua compuesta, y la otra la visión y sueño dadas a Daniel mismo respecto a las cinco monarquías. No cabe duda que las dos visiones se refieren al mismo tema y difieren solamente en ser presentadas en aspectos diversos. Nabucodonosor nos da el aspecto externo y Daniel el interno. El rey pagano usa símbolos como los reinos de este mundo y del reino de Cristo que se adapta al ojo carnal, a su capacidad de captar las apariencias más bien que la realidad de las cosas. El varón de Dios por el contrario, ve por debajo de la superficie y las ha de ver como son, y así la visión aunque sigue el mismo clásico carril cubriendo el mismo campo, despliega la naturaleza real de los distintos reinos.
1. Esta oposición, sin embargo, y estas diferencias no son totalmente pasadas por alto en la visión de Nabucodonosor; son indicaciones también aunque solo en lo externo como lo podía ver el monarca caldeo. Son símbolos no de la grandeza y valor relativos de los reinos, porque entonces el cuarto reino, de hierro sería inferior de los que le preceden, y el quinto que solamente tiene una piedra por emblema sería aún inferior. Pero el descenso de la calidad de los materiales no puede indicar el descenso en la degeneración de la obra de Dios. La persona que vio la imagen era intensamente carnal y egoísta, su ambición era ser el único señor de la tierra y tener su reino como un árbol «alcanzara el cielo y llegara hasta los cabos de la tierra» Dn. 4, era en realidad la idea de un reino divino entre los hombres pero intentada por el monarca caldeo, una presunción de la idea. Hay que recordar esto en el punto de vista desde el cual se debe contemplar la visión. En sí, como componentes de la estatua hay símbolos que son aptos para estas sucesivas monarquías en el destino que aspiran, de volverse en el sentido propio reinos universales.
Cómo se logra, primero encabezando la lista y representando la idea en toda su majestad está Nabucodonosor y su dinastía, representada por la cabeza de oro. Luego viene el imperio medo - persa, físicamente más fuerte que la monarquía que suplanta, pero inferior (v. 2: 39) respecto al punto principal considerado, porque en su mismo fundamento había una naturaleza dividida, por la conjunción de dos razas que diferían notablemente en su religión y otros caracteres que nunca se fundieron; por tanto son representadas por la plata el pecho y los brazos, no unidad sino naturaleza doble y dividida. El bronce es notable por su dureza, brillo y posible pulimento. Como tal simboliza el tercer reino que empieza con los logros de Alejandro y arrastra el brillo intelectual de Grecia, pero con todo su dureza y fuerza consolidadora es inferior y el vientre y los muslos dan indicación de una heterogénea condición de las cosas que no podía durar conjuntamente, quedó fragmentado al morir el fundador y luego presa de luchas intestinas. En lo que falló el posterior imperio romano, sobrepasó con mucho a sus predecesores. Su crecimiento lento le permitió hincar bien sus raíces donde puso el pie y dejó la impronta de su voluntad soberana y sus leyes imperiales y sus instituciones en todo el antiguo mundo civilizado. Avanzaron a pasos rápidos en el Eufrates, Danubio, Rin, el océano y todo fue opositor fue triturado bajo la maquinaria romana. Pero con todo no podía quebrantar toda la oposición de la tierra; había en ella la fuerza del hierro, pero las piernas de la estatua aunque hechas de hierro mostraban una división el Imperio de Occidente y el Imperio de Oriente, con partes de barro, las irrupciones de las huestes barbáricas rompieron su unidad.
Así por lo que respecta a las partes de la estatua de la visión todo concuerda con los anales de la historia. La comparación es tan sorprendente y el paralelo tan exacto en todas sus partes que solo se puede entender la intervención de la mano divina. Y la corespondencia se vuelve más manifiesta cuando miramos la manifestación del último reino del mundo, verdaderamente universal y permanente. Una piedra es realmente un pobre emblema para un reino, pero la capacidad de este reino de reemplazar a otros y alcanzar la universalidad y permanencia que los otros procuraron en vano poseer. Qué mejor imagen que la piedra, maciza, firme, compacta, aplasta y convierte en polvo los materiales más suaves y ella misma retiene su unidad original y crece hasta formar una enorme montaña que llena toda la tierra. Aquí se realiza la firme idea del monarca caldeo pero de una manera distinta a la que intentó en su ambición. la piedra evidentemente indica un reino distinto de todos los que vienen por el esfuerzo humano, pero cortado de la roca sin intervención de manos con lo que expresa un reino formado por intervención divina de Dios. Todo pues cede ante El, destruye en su progreso todo lo que se le opone, y El mismo lo llena todo.
Puede preguntarse cuánto en este perfil pertenece al pasado y cuánto al futuro. Mirando simplemente el lenguaje de la predicción simbólica, hay dos puntos que aparecen con indefiniciones: el uno es el tiempo en que este reino divino representado por la piedra va hacer su aparición; el otro, la forma precisa en que su establecimiento va actuar sobre los otros reinos y va a causar su aniquilación. Con respecto a lo primero se dice: «en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido ni será el reino dejado a otro pueblo» Dn. 2: 44. Por los «días de estos reyes» han sido entendidos los períodos de la cuarta monarquía cuando se haya subdividido en varios estadios. El lenguaje es dejado indefinido a propósito. La inferencia natural es que el comienzo del reino celestial ha de ser asignado al cuarto reino terrenal, su última forma mencionada. El conjunto de estas monarquías sucesivas ha de ser tomado, como diferentes fases del mismo principio mundial; lo viejo sigue existiendo en lo nuevo, de modo que la estatua que representa toda la serie sigue todavía en pie, completa, los reinos aludidos aunque sea de manera ideal estaban presentes. Pero de modo específico en «los días de los reyes» estaba representado por las piernas y pies de la imagen. Tampoco hay nada definido sobre la piedra si bien se menciona como si hiere o presiona con fuerza irresistible sobre la imagen, no se dice que la piedra apareció entonces por primera vez, al contrario antes que la piedra hiera la estatua hemos de pensar que está tomando forma en el mundo; hay que verla como forma procedente de una existencia sustantiva, como siendo cortada antes de actuar progresivamente, más por el hecho que no se trata de una simple aparición la de este reino divino, sino que en la visión su crecimiento va de un comienzo pequeño a un triunfo completo y definitivo.
En cuanto a los reinos terrenales la visión nos informa, que toda durabilidad será pasajera y por estar presididas por voluntades humanas que solo buscan la gloria del hombre deberían desaparecer para siempre para que fuera establecido un reino más alto.
2. Esta profecía habla de sucesos del pasado en lo que se refiere a algo definido y particular pero también apunta al futuro en tanto que declara la autoridad absoluta y universal del Mesías y su reino sobre los hombres en forma ilimitada y eterna. Esto aún no se ha establecido; aunque la piedra ha quebrado la estatua que quería ocupar todo el terreno, ella todavía no ha crecido hasta ocupar toda la tierra. Vamos pues a otra profecía de Daniel, la visión y el sueño que se registra en el cap. 7. Aquí el aspecto interno es el que cobra prominencia, sus características y diferencias respectivas. Los reinos del mundo tienen representación tienen su representación en otros tantos animales salvajes, porque el principio animal es en ellos es el predominante, sensual, egoísta, violento. Recordemos que Dios quitó el corazón a Nabucodonosor 4: 16 por un tiempo y se le dio un corazón de bestia como signo judicial y muestra de la mano de Dios de que al vivir en aquella forma, para la gratificación de los deseos egoístas y ponerlo bajo toda ambición sin límites está haciendo aflorar los sentimientos más primarios de este monarca. Y cuando se le devuelve el corazón de hombre con la sabiduría de usarlo correctamente su mirada se vuelve al cielo, reconociendo su dependencia de Dios.
Con respecto a la característica entre los diferentes reinos del mundo tenemos la profecía que recibe Daniel una noche durante el primer reinado de Belsasar
Belsasar es la transcripción de un nombre babilónico que significa (el dios) Bel protege al rey, no confundirse con Beltsasar, que era el sobrenombre dado a Daniel. Belsasar aunque no fue rey ejerció funciones reales durante los ocho años que su padre Nabonido se mantuvo retirado en el desierto de Arabia, éste fue uno de los últimos reyes de Babilonia (556 - 539 a. C.) (notas de La Biblia de Estudio Dios Habla hoy) Beltsasar que significa "Bel ‘¡guarda su vida!" (Bel era uno de los títulos del dios caldeo Marduk, el soberano de todos los dioses babilónicos).
This name derives from the Akkadian “Bēl-šarra-uṣur” (hebrew: Bêlsha'tstsar; Arabic: Blsẖạṣr), meaning “god, the lord protect the king, bel protect the king”. Belshazzar was a 6th century BC prince of Babylon, the son of Nabonidus and the last king of Babylon according to the Book of Daniel in the Hebrew Bible. In Daniel 5 and 8, Belshazzar is the King of Babylon before the advent of the Medes and Persians. http://www.name-doctor.com/name-belsasar-meaning-of-belsasar-27367.html :
Bajo el emblema del león con alas de águila 7: 4 que luego le son arrancadas y que se coloca erguido como un hombre no ya en su postura habitual y con un corazón de hombre que puede mirar hacia arriba, tenemos la representación del imperio babilónico, que vimos antes como la cabeza; primero la majestad y la fuerza del león con la velocidad de su alada marcha para dominar y conquistar, y la sublimidad de su espíritu; pero vemos que le detiene y frena imposible de nuevos progresos y finalmente se le humilla lo que da un sentido del poder y la soberanía de Dios, y con la pérdida del dominio pone la razón otra vez en ascenso.
Luego por medio de la figura del oso, que se alzaba más por un costado que del otro, con tres costillas entre sus dientes y la orden de devorar mucha carne, tenemos la imagen del reino medo persa en su sed de sangre y conquista (Os. 13: 7 - 8; Isaías 13: 15 - 18; Jeremías 51: 20 - 24), su indiferencia por el respeto a la vida, su origen compuesto con un lado más fuerte (el medo), había de realizar su conquista en triple dirección (Babilonia, Lidia y Egipto)
Luego viene la pantera o el leopardo con cuatro alas de ave en sus espaldas para volar y también con cuatro cabezas, una criatura viva con cuatro divisiones, la que ha recibido el poder, se refiere al imperio griego el cual en sus movimientos se distinguía como un leopardo por su rapidez, como por su astucia y destreza para alcanzar la presa (Hab. 1:8; Jer. 5: 6) y el cual después de haber asombrado al mundo con su energía y proezas se dividó en cuatro dominios que sobrevivieron hasta que uno mayor ocupó sus territorios. El gran imperio que le sucede, el mayor de todos en su aspiración al dominio mundial y el más feroz , la bestia «espantosa y terrible» y en gran manera fuerte 7: 19. Tenía dientes grandes de hierro, devoraba y desmenuzaba y lo sobrante los pisoteaba con sus patas. Es la figura de Roma en los días de esplendor. Los reinos anteriores no poseyeron el poder ni la habilidad de Roma en el curso de los siglos, de entrelazar los intereses nacionales en el concierto mundial.
Aunque este imperio era fuerte, compacto en su organización tenía como todo lo terreno elementos de su propia disolución y decaimiento. Esto se indica en la primera visión, de la estatua con los pies de hierro y barro. Los diez cuernos que se ven en la bestia y que luego se explica que son reyes (reinos) que han de levantarse del cuarto imperio. Esto indica que sería continuación, puede explicar la presencia de varios reinos bárbaros que surgieron de Roma, antes asimilados al imperio caído, pero consrvando siempre: sus propias leyes, literatura, instituciones, costumbres en general.
Luego pasa la atención al reino pequeño, distinto de los otros simbolizado en el pequeño cuerno, que aparece entre los otros y que se nos dice que no solamente arranca tres de los cuernos pequeños; sino que toma partido contra el reino de Dios y su pueblo. No se nos dice nada de este reino extraordinario en la visión de la estatua, porque de modo manifiesto es un reino más espiritual que civil y terreno, de tal manera que no cae dentro de la perspectiva que le preocupa a Nabucodonosor. No podemos decir más de este reino representado en el pequeño cuerno, pero se piensa si mayores dudas que debe ser identificado con el reino del anticristo, y por lo tanto cae en otra división. Pero es en conexión con la maldad practicada por medio de este poder y del inevitable juicio que será aplicado sobre él y todos lo que los apoyan, por el quinto reino, el divino, el único, universal y permanente. Aquí ya no aparece en su ascenso y progresión sino en todo su poder y gloria y listo para ejecutar la obra del juicio. Primero vemos al Anciano de Días en 7: 9, el Juez procede a juzgar y condenar merecidamente a los ofensores. Este poder malo y sus aliados simbolizados en los cuernos que se han aliado son arrojados al fuego para que se queme, mientras que el resto de las bestias solo pierden sus dominios. La razón de hacer aparecer los poderes como existentes todavía, es un modo de hacer resaltar más la verdad moral implicada en esta delineación. Las formas de poderes anteriores de poderes mundiales, aunque todas están arraigadas en el pecado y eran esencialmente impías, eran menos pecadores que los postreros, especialmente en la representada en el pequeño cuerno con sus asquerosas blasfemias y la desastrosa influencia en la Iglesia, con sus violentas persecuciones. Por tanto cuando llega la hora del juicio, éste último tiene que aparecer primero: el golpe de la venganza será descargado directamente y con su peor castigo al poder que ha causado más provocaciones, aunque el destino de los demás es malo, simbolizado en la pérdida del poder que conquistaron, quiere decir que sus castigos serán comparativamente leves, frente a la sanción al gran ofensor. Aquí de modo preminente aparece el cuerpo muerto y aquí se congregan las águilas.
Por otro lado sería una equivocación afirmar que el reino de Dios no tenía existencia en el mundo hasta esta parte final del proceso, es todo una representación ideal con miras a exhibir de manera de la manera más efectiva las tendencias reales y los resultados finales de las cosas, por ello todas las cosas quedan comprimidas en un solo acto que pudo ser el producto de las edades, y aparecen sucesos yuxtapuestos que en la historia real pueden hallarse bien separados. Así como ocurre en la visión de Isaías en la sentencia a Babilonia (13), y la visión de Ezequiel de la destrucción de Tiro (26: 7)
En la visión el profeta ha visto tronos para que se sienten regios v. 9, esto implica que el juicio no será solamente un acto del Eterno sino que ha de ser infligido procediendo del rayo del Omnipotente. ¿Quiénes son lo que han de infligir este juicio? 19 - 27 vemos que son los santos del Altísimo, los miembros del reino que el Señor ha fundado con su encarnación y sangre y con tal autoridad judicial y poder, esto indica que el reino al cual pertenecen ha adquirido el domino a plenitud; la causa de la justicia y verdad a la que están asociados ha triunfado y el enemigo ha desaparecido destrozado de modo aplastante y definitivo.
Mientras que el poder mundano parece prevalecer y prosperar, sentimos como si el poder de Dios está lejano o dormitando, y los hombres suspiramos como el salmista: «¡ Oh si despertaras para hacer juicio, si establecieras al justo!». Pero cuando ocurre lo contrario, la maldad de los hombres es abatida, estonces estamos dispuestos a pensar y decir: «Tú estás sentado en tu trono y juzgas rectamente. Tú has destruido a los malvados» Salmos 7 y 9.
P.Fairbairn ob. cit. p. 232
II CORROBORACION DE ESTAS VISIONES EN APOCALIPSIS.
Verdaderamente de todo el libro del Apocalipsis desde el cap. 4 se puede que es una expansión de esta parte de la visión de Daniel seguida en detalle. Así al abrirse la visión tenemos a primera vista el Anciano de Días en el trono con el Hijo del Hombre (como Cordero) en medio de él y alrededor del trono central otros veinticuatro tronos para los veinticuatro tronos para los veinticuatro ancianos coronados que representan el sacerdocio real de Cristo o el conjunto de la iglesia redimida. La escena es en verdad una representación (como en Daniel) del Señor con sus asistentes en el juicio, los santos, a quienes E_ exalta al hacerlos sentar en su trono y los destina a poseer con El, el reino. Estos aparecen juntos en una actitud de tratar judicialmente al mundo impío y preparar el camino para ocupar finalmente la herencia. De ahí los truenos, relámpagos y voces que proceden de en medio de ellos (v.5), los signos terribles de la ira venidera, y el libro de los siete sellos, que contiene en estadios sucesivos la sentencia del mundo y la victoria de la Iglesia, es abierto y escena tras escena se sucede, con resonar de trompetas y derramamiento de copas, durante los cuales la acción sigue avanzando a su resultado propio.
19