Philip Pettit: una teoría neorrepublicana de la libertad
Julieta Marcone
Introducción
Philip Pettit es actualmente profesor del Departamento de Política y Valores Humanos
de la Universidad de Princeton. Nacido en Irlanda en 1945, Pettit fue profesor de Teoría
y Filosofía Política en la Universidad Nacional de Australia durante 19 años hasta que
en 2002 se incorporó a la Universidad de Princeton. Ha sido profesor invitado de las
universidades de Harvard, Columbia, Stanford, Oxford y de la London School of
Economics, entre otras. Es autor y coautor de alrededor de 25 libros y de más de 200
artículos que han sido publicados en revistas especializadas y en libros colectivos. Sus
libros más recientes son On the People’s Terms: A Republican Theory and Model of
Democracy, publicado por Cambridge University en 2010 y Just Freedom: A Moral
Compass for a Complex World, publicado por Norton en abril de este año. Al español
únicamente se han traducido artículos y dos de sus libros: Republicanismo, una teoría
de la libertad y el gobierno, en 1999, y Una teoría de la libertad, en 2006. El primero
de estos es sin duda una referencia obligada en el debate contemporáneo entre liberales
y neo-republicanos. Más aún, sin temor a equivocarme, puedo decir que esta obra
constituye la primera formulación teórica acabada de lo que hoy se conoce como
neorrepublicanismo. El propio Pettit ha ido afinando y profundizando sus argumentos
en sus últimos artículos y libros, pero la tesis central de su teoría neorrepublicana se
mantiene en los trabajos posteriores a esa interesante obra.
En lo que sigue revisaremos rápidamente los antecedentes historiográficos de la
obra de Pettit para luego examinar lo que en mi opinión constituye la piedra de toque de
su pensamiento político, esto es, su teoría de la libertad. Estudiaremos por qué este
pensador sugiere una noción alternativa a la dicotomía libertad negativa-libertad
positiva (en claro contraste con ambas concepciones) y exploraremos su concepción de
la libertad como ausencia de dominación. Finalmente, y a modo de conclusión,
indicaremos por qué esta matriz conceptual, desarrollada por Pettit, nos parece útil para
formular teorías normativas que orienten la búsqueda de soluciones prácticas a algunos
de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo: la pobreza, la desigualdad, la
discriminación, los conflictos religiosos e interculturales, entre otros.
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Breves antecedentes
Si bien he dicho que Pettit ofrece la formulación teórica más acabada de lo que hoy se
denomina neorrepublicanismo, sería desafortunado omitir los importantes antecedentes
de su obra. El neorrepublicanismo contemporáneo no podría entenderse sin las valiosas
contribuciones de estudiosos como Bernard Baylin, Gordon Wood, John Pocock y
Quentin Skinner, fundamentalmente.
A finales de los años sesenta dos importantes historiadores, Bernard Baylin y
Gordon Wood, dieron pie a una especie de revolución copernicana en lo que se refiere a
la interpretación comúnmente aceptada acerca del origen ideológico de la Revolución
de Independencia de los Estados Unidos. Hasta ese momento predominaba, tanto en el
ámbito académico como en el político-intelectual, la idea de que dicha revolución
constituía la obra más acabada del liberalismo lockeano. Fue Louis Hartz, con su libro
La tradición liberal en los Estados Unidos (1955), quien ampliamente desarrolló esa
tesis, la cual embonaba bastante bien con la defensa que en ese momento se hacía de la
teoría liberal de la democracia frente a nociones cercanas al socialismo y a la
democracia participativa. Sin embargo, los escrupulosos estudios históricos de Baylin y
de Wood (Los orígenes ideológicos de la revolución americana -1967- y La creación de
la República Americana -1969-, respectivamente) revelaron que en las ideas
fundacionales de la nación norteamericana se percibía un cariz mucho más republicano
que liberal. Ello abrió paso a discusiones tanto en el campo de la historia de las ideas
como en el de la filosofía y la teoría política en Estados Unidos así como en Inglaterra
(particularmente, entre los representantes de la llamada Escuela de Cambridge).
Entre estos historiadores destaca sin duda John Pocock, quien en 1975 publicó una
reveladora obra: El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la
tradición republicana atlántica. En este trabajo, Pocock reconstruye la tradición
republicana estableciendo un hilo conductor entre las ideas republicanas del
Renacimiento italiano (de Maquiavelo, Savonarola, Guicciardini y Giannotti) y el
pensamiento inglés y americano de los siglos XVII y XVIII. Sostiene que en las
propuestas de los padres fundadores de los Estados Unidos, particularmente de
Jefferson, están más presentes las ideas republicanas de los renacentistas italianos y del
inglés James Harrington, que de liberales como John Locke. Sin embargo, en mi
opinión, fue otro historiador y pensador, también británico, Quentin Skinner, quien
realmente sentó las bases de la teoría neorrepublicana que años después desarrolló
Pettit. En su obra Los fundamentos del pensamiento político moderno (publicada
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originalmente en 1978) y en subsecuentes estudios, Skinner coincidía con Pocock en la
recuperación del republicanismo renacentista italiano, pero ofrecía, no obstante, una
interpretación radicalmente distinta a la de él. A diferencia de Pocock, Skinner sostenía
que lo que caracterizaba al pensamiento republicano renacentista no era una concepción
de la libertad como autogobierno, esto es, como participación en la vida política, sino
una noción de libertad como independencia. Esta tesis resulta fundamental para
entender el desarrollo que posteriormente hará Pettit, pues es la punta de lanza perfecta
para formular la teoría neorrepublicana de la libertad como ausencia de dominación. En
vez de subrayar la virtud cívica y la participación política como el núcleo del
pensamiento republicano, Skinner señalaba que era la libertad, entendida como ausencia
de dependencia, lo que caracterizaba a esta teoría neo romana de la libertad,24 la
tradición republicana.
Como destaca Ángel Rivero, es a partir de este momento que el
neorrepublicanismo, que había comenzado su historia actual como una discusión
historiográfica, pasó de hacer historia de las ideas políticas a fundar una concepción
normativa que se presenta explícitamente como alternativa contemporánea al
liberalismo (Rivero, 2005). En otras palabras, a raíz de estos estudios, numerosos
académicos empezaron ya no sólo a indagar la trayectoria histórica de lo que podría
constituir “la tradición republicana”, sino también a desarrollar investigaciones teóricas
que les permitiesen formular un conjunto coherente de postulados que, en términos
normativos, representara una alternativa filosófica y política al liberalismo. Sin
embargo, este proyecto quedó temporalmente ensombrecido por el basto debate entre
pensadores liberales y comunitaristas durante los años ochenta y noventa del Siglo XX.
Es hasta 1997, con la aparición del libro de Pettit: Republicanismo, una teoría de
la libertad y el gobierno, que el republicanismo toma un nuevo aire y se convierte en
materia central del debate teórico político contemporáneo. Tanto que incluso algunos
autores, como Rubio Carracedo (2002), sostienen que el debate liberalismocomunitarismo fue definitivamente sustituido por el de liberalismo-republicanismo e
inscriben al comunitarismo en una vertiente -la más radical, quizá- del republicanismo.
En este libro, Pettit recupera lo que en su opinión constituye la amplia tradición
republicana. Sitúa su origen en la Roma clásica, particularmente en el pensamiento de
24
En trabajos más recientes como La libertad antes del liberalismo (publicado por primera vez en inglés
en 1997) Skinner modifica un poco esta concepción de la libertad, como resultado de su intercambio de
ideas con Philip Pettit, tal como él mismo lo ha admitido.
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Cicerón, y destaca su resurgimiento en el pensamiento de Maquiavelo, de Harrington,
de Priestley, de Payne y de Madison. Es decir, Pettit, en la misma línea que Skinner,
establece un hilo conductor entre el pensamiento ciceroniano, los renacentistas italianos
(particularmente Maquiavelo) y los pensadores ingleses y norteamericanos del siglo
XVII y XVIII. Su propósito, nos dice:
… es recordar a mis colegas, los filósofos políticos, e idealmente a la
audiencia más general que la disciplina suele atraer, un tipo de agravio y un
tipo de ideal a los que no se ha prestado la suficiente atención en los debates
contemporáneos. Quiero articular el agravio en cuestión como una crítica de
la situación de estar dominado, y quiero articular el ideal en cuestión como
una visión de la situación de estar libre. Quiero mostrar que este lenguaje de
la dominación y la libertad -este lenguaje de la libertad como no
dominación- está vinculado con la larga tradición republicana que ha venido
moldeando muchas de nuestras más importantes instituciones y
constituciones que asociamos a la democracia. Y quiero argüir que tenemos
razones… para pensar que deberíamos recuperar ese ideal y reintroducirlo
como un ideal universal para todos los miembros de una sociedad
contemporánea (Pettit, 1999: 21 y 23).
Revisemos ahora la teoría de la libertad de Philip Pettit, la cual, desde su perspectiva, no
sólo constituye el elemento unificador más importante de toda la tradición republicana,
sino que además, como acabamos de leer, considera necesario recuperar como “un ideal
universal para todos los miembros de una sociedad contemporánea”.
Una crítica a la dicotomía tradicional: libertad negativa versus libertad positiva
Pettit considera que la expansión de la democracia liberal durante los siglos XIX y XX
opacó la piedra de toque de la tradición republicana (la libertad como no dominación) y
propició en cambio el apogeo del ideal liberal de la libertad, o sea, la libertad como no
interferencia. Sostiene que el liberalismo concibe a la libertad de la misma manera que
lo hacía Isaiah Berlin, esto es, como el mayor grado de no interferencia compatible con
el mínimo de requisitos indispensables para la vida social.
En su conocido texto Dos conceptos de libertad, Berlin desarrolló una tesis que
claramente constituye el principal punto de discordia que alimenta el debate
contemporáneo entre liberales y neo-republicanos. Berlin sostenía que no era lo mismo
ser libre de que ser libre para. La libertad de se refiere, según él, a que un individuo es
libre si y sólo si puede actuar conforme a sus deseos sin que nada ni nadie obstruya su
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decisión. A esta concepción de la libertad como ausencia de interferencia la denominó
libertad negativa y la asoció a lo que en otro tiempo Constant denominara la libertad de
los modernos (Berlin, 1988: 200). Se trataba, en su opinión, de la concepción de
Hobbes, de Bentham, de Mill, de Montesquieu, de Constant y de Tocqueville. Pero
Berlin también argumentaba que, junto a la libertad negativa, se había desarrollado otra
concepción de la libertad, contrapuesta a ésta, a la que denominó libertad positiva. O
siguiendo una vez más a Constant, libertad de los antiguos. La libertad positiva, la
libertad para, en palabras del propio Berlin, hacía alusión al hecho de que un individuo
es libre si y sólo si participa “…en el proceso por el que ha de ser controlada […su…]
vida” (Berlin, 1988: 200). O sea, que participa en las decisiones acerca de lo que tiene y
no tiene que hacer. Por ende, es autónomo. A esta concepción de la libertad positiva o
autogobierno Berlin la vincula con pensadores como Rousseau, Kant, Hegel y Marx.
Berlin consideraba que a primera vista estas dos acepciones de la libertad podían
parecer “…la forma negativa y positiva de decir la misma cosa” (Berlin, 1988: 202). Sin
embargo, señalaba que cada una de ellas se había desarrollado históricamente en
direcciones divergentes. La libertad positiva, con su pretensión de autonomía y
autorrealización habría derivado en una concepción dualista del ser humano: un ser
dividido entre sus deseos y pasiones, por un lado, y su razón y capacidad de control, por
el otro. Concepción que a su modo de ver habría servido para justificar la opresión e
intimidación en nombre de “verdaderos yos” (o en otras palabras, de concepciones
particulares de la vida buena que buscan imponerse a otro u otros porque supuestamente
les ampara la verdad, la razón, la naturaleza, la historia, la idea de Dios o cualquier otra
justificación semejante). Por ello, desde su perspectiva, la defensa de la libertad debía
pasar más por la defensa de la libertad negativa antes que la positiva, o sea, por “la
prevención de la interferencia de los demás” (Berlin, 1988: 197).
Para Pettit, esta distinción hecha por Berlin hizo un muy mal servicio al
pensamiento político, pues alimentó la ilusión de que sólo existen dos modos posibles
de entender la libertad, a saber: 1) como ausencia de obstáculos (libertad negativa); y 2)
como autogobierno y autorrealización (libertad positiva) (Pettit, 1999: 37). Desde su
punto de vista, dicha distinción ha impedido reconocer la “validez filosófica” y la
“realidad histórica” de un tercer modo de entender la libertad, esto es, la libertad como
ausencia de dominación, la libertad republicana. Para Pettit, el republicanismo es,
fundamentalmente, una teoría de la libertad. Por ello, subraya la necesidad de recuperar
esa teoría republicana de la libertad como un ideal universal para las sociedades
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contemporáneas. Sin embargo, cabe aclarar que este ideal universal no es para Pettit una
nueva concepción de la vida buena (como supone la noción de libertad positiva). Según
él, se trata simple y llanamente de apelar a una teoría de la libertad que trasciende esta
desafortunada dicotomía. Por ello, Maurizio Viroli, un reconocido pensador italiano y
profesor emérito del Departamento de Política de la Universidad de Princeton, se ha
referido al trabajo de Pettit de la siguiente manera: “…el ensayo de Pettit […es…] un
desafío intelectual al liberalismo, esta vez en nombre, no de la igualdad o de la justicia
social o de la cohesión social, sino en nombre de la libertad, esto es, del mismo
principio que el liberalismo ha inscrito desde siempre en sus propias banderas” (Viroli,
2002: 10).
La libertad en clave neorrepublicana
Pettit comienza su obra Republicanismo, una teoría de la libertad y el gobierno
asegurando que el supuesto liberal de que los republicanos favorecen la libertad positiva
por encima de la libertad negativa es falso, y atribuye esta interpretación a la influencia
de Hannah Arendt y de los comunitaristas. En su opinión, quienes defienden la libertad
positiva, y por ende, la democracia participativa se inscriben, no en la tradición
republicana, sino en lo que él denomina “populismo”. A su parecer, lejos de
contraponerse, como suponen quienes asocian al republicanismo con la libertad
positiva, en realidad el republicanismo y el liberalismo coinciden en la defensa de la
libertad negativa. Sin embargo, la noción liberal de libertad resulta, a sus ojos, mucho
más estrecha que la republicana. En sus propias palabras: “…mientras los liberales
equiparan la libertad con la ausencia de interferencia, los republicanos la equiparan con
estar protegidos contra la exposición a la interferencia […arbitraria…] de otro: estar
seguros contra tal interferencia. Libertad en este sentido equivale a no estar bajo el
poder que tiene otro de hacernos daño, a no estar dominado por otro” (Pettit, 2004: 19).
Pettit no propone suplir los conceptos de libertad negativa o libertad positiva con el
concepto de libertad como no dominación, como injustificadamente algunos lo
cuestionan. Tampoco supone que la libertad como no dominación sea una especie de
“superación” de ambas nociones. Lo que sostiene es que no basta con entender a la
libertad como ausencia de interferencia o como autogobierno para comprender toda la
extensión del término. En su opinión, la falta de libertad no sólo se refleja, como
sugieren los liberales, en la interferencia de facto. O como suponen los populistas en la
inexistencia de autogobierno. La falta de libertad se refleja en la exposición a una
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voluntad ajena y potencialmente arbitraria. Se manifiesta en la dependencia,
vulnerabilidad e incertidumbre que padecen quienes están sujetos al juicio,
potencialmente caprichoso o idiosincrático, de otro.
El pensador irlandés señala que la punta de lanza de la tradición neorrepublicana es
la apelación a la libertad como ausencia de dominación, o sea, como lo opuesto a la
esclavitud. Explica que en la República romana la persona libre, el liber, era lo contrario
al servus, el esclavo. Mientras el esclavo vivía a merced del amo, el liber era
necesariamente un civis, un ciudadano. O sea que en la República romana lo que se
contraponía a la libertad no era la “interferencia”, sino la “esclavitud” o la
“dominación”. Y es esta concepción la que Pettit recupera para fundamentar su teoría
neorrepublicana de la libertad. En su opinión, la dominación se manifiesta en una
relación similar a la del amo y el esclavo o a la del amo y el sirviente. ¿Qué tienen en
común estos dos tipos de relación? Que en ambos casos la parte dominante puede
interferir de manera arbitraria (impune) en las elecciones de la parte dominada, no sólo
en el mundo real, sino también en el abanico de mundos posibles. Podría darse que “el
amo” fuese bastante indulgente y permisivo; sin embargo, el que el esclavo o el
sirviente dependan de su gracia y favor hacen de esta relación una relación de
dominación. Por más condescendiente que sea un amo, por más que no interfiera en las
elecciones de su esclavo, nunca diríamos que un esclavo es libre. ¿Por qué? Porque la
falta de libertad de un esclavo o de un sirviente no se refleja única y exclusivamente en
la falta de interferencia efectiva (actual) del amo sobre sus decisiones; se manifiesta en
el hecho de que siempre existe la posibilidad de que el amo realice una interferencia
arbitraria.
De acuerdo con Pettit, no toda interferencia en el rumbo de las decisiones que los
ciudadanos tomamos es necesariamente arbitraria y supone por ende dominación. Hay
muchas ocasiones en las cuales los gobiernos deben interferir (y de hecho lo hacen) en
la toma de decisiones que afectan a sus gobernados. Pero en este último caso -y
suponiendo que hablamos de regímenes democráticos- la interferencia no es arbitraria,
es legítima. Ser libre, para Pettit, no es estar a salvo de cualquier interferencia (como
puede ser la interferencia de la ley o del gobierno), sino de la interferencia arbitraria.
Esto es, de la interferencia impune en las decisiones o actividades de la parte dominada.
Una persona es libre cuando es más o menos inmune a la interferencia arbitraria
(impune) de otra persona. De manera que ser libre, dirá Pettit, equivale a estar
relativamente a salvo de la posibilidad de que alguien interfiera arbitrariamente en mis
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asuntos (aunque esta persona no interfiera de facto en ellos). Si bien es cierto que tanto
el liberalismo como el republicanismo se apoyan en la defensa del Estado de derecho,
para Pettit el liberalismo, como decíamos antes, concibe a la libertad de la misma
manera que lo hacía Hobbes, como ausencia de impedimentos, y por ende, al igual que
él, ve en la ley una restricción necesaria de la libertad, esto es, una interferencia
necesaria. De manera que si la ley incrementa la libertad en conjunto de todos los
individuos, esto se debe al efecto compensatorio de inhibir la interferencia de otros. En
contraste, el neorrepublicanismo, apoyado en la larga tradición republicana, sostiene
que es la ley la que crea la libertad porque ésta ofrece una expectativa de seguridad ante
la interferencia arbitraria (a la cual se encuentran expuestos quienes viven en el seno
de estados despóticos o totalitarios). Dicho en otras palabras, el problema de la libertad
no es cualquier tipo de interferencia sino el de la interferencia arbitraria. Ser libre,
reitera Pettit, es estar protegido frente a la posibilidad y la efectividad de la interferencia
arbitraria. Y es importante aquí subrayar el adjetivo “arbitraria” porque, como decíamos
antes, para el pensador irlandés lo que caracteriza a la dominación es la interferencia
arbitraria, no toda interferencia.
La tesis de Pettit es que para el liberalismo una persona X es libre en tanto y en
cuanto ninguna persona Y, o los menos posibles, interfieran contra la voluntad de X. Si
Y o Y’ interfieren en las elecciones de X, entonces la persona X no será libre. Por lo
cual la persona X es libre si y sólo si Y o Y’ no interfieren en sus elecciones. Ahora
bien, Pettit señala, y aquí radica su novedad, que existe un tercer escenario: aquél en el
cual Y o Y’ no interfieren de facto en las elecciones de la persona X, pero podrían
hacerlo a partir de un interés o una opinión no compartida por ella. En este caso, dirá
Pettit, X tampoco es libre pues si Y o Y’ tienen la capacidad y la posibilidad de
interferir arbitrariamente en las elecciones de la persona X, aun cuando no interfieran,
entonces X es no libre.
Ejemplos de este tipo de relaciones sobran en múltiples contextos: i) una mujer
dependiente económicamente de su marido; ii) un ciudadano al que se le puede
condicionar una prestación o un beneficio público en función de su voto; iii) una mujer
islámica que, pese a la permisividad de su marido, está obligada a obedecer sus
dictados; iv) un empleado (carente de independencia económica) vulnerable a los
abusos de su patrón; v) un estudiante que sabe que su carrera no depende de sus méritos,
sino de la mayor o menor simpatía de su profesor; vi) un ciudadano que depende de la
“buena voluntad” de un burócrata arbitrario para realizar un trámite. ¿Qué tienen en
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común todos estos casos? Según Pettit, el liberalismo sostendría que, si en estos
escenarios las personas no están activamente coartadas ni son activamente obstruidas,
no hay interferencia y, por ende, son libres. Sin embargo, para el filósofo irlandés, el
hecho de que los individuos escapen a la interferencia, ya sea por su encanto, su astucia,
congraciamiento o por la permisividad de quien les domina, no les convierte en
personas libres. Habíamos dicho antes que si Y o Y’ tienen la capacidad y posibilidad
de interferir arbitrariamente en las elecciones de la persona X, aun cuando no
interfieran, entonces X no es una persona libre, pues aunque no exista una interferencia
activa (realmente efectiva), sí hay dominación. La libertad supone, siguiendo a Pettit,
que nadie tenga la posibilidad de interferir impunemente en las decisiones de otro.
Insisto, se trata de interferencias arbitrarias, pues, como bien advierte el pensador
irlandés, puede haber interferencias que no entrañen dominación, como sucede, por
ejemplo, con las leyes y las políticas gubernamentales.
Pettit no desconoce la importancia de la participación política. Pero, en contraste con
el populismo, el cual en su opinión concibe al Pueblo como “amo” y al gobierno como
“siervo”, el neorrepublicanismo concibe al Pueblo como “fideicomitente” y al gobierno
como “fiduciario”.
Sostiene que el neorrepublicanismo no ve en la participación
política un fin en sí mismo. No considera que las virtudes cívicas deban anteponerse a
los derechos individuales porque la vida pública tenga o deba tener un mayor valor para
los individuos. De hecho considera un error suponer que el republicanismo tiene como
valor fundamental la participación en la vida pública. En su opinión, los republicanos
subrayan la importancia de la participación política, sí, pero sólo como medio para
preservar la libertad como ausencia de dominación.
Por otra parte, señala también que una de las carencias más notables de la
democracia liberal es concebir a los ciudadanos como meros consumidores, quienes en
el mercado político eligen la opción que más les conviene como eligen un producto. En
su opinión, siguiendo con la misma metáfora, los ciudadanos no deberían limitarse a
elegir sino que además deberían controlar la calidad de lo que eligen, pues nada
garantiza que la opción seleccionada constituya una buena opción; en realidad se trata
de la opción menos mala. Por eso destaca la importancia de que los ciudadanos
participen activamente en los debates acerca de las políticas que teóricamente favorecen
el bien común. La participación reflexiva del mayor número de personas en la arena
pública aumentaría la probabilidad de que el paquete de políticas elegido sea el mejor
defendido argumentativamente. De manera que el proyecto político elegido tendría más
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probabilidad de ser mejor que aquel que es elegido como la opción menos mala.
Además, añade Pettit, si los ciudadanos se involucran en la deliberación acerca del bien
común, es más probable que obedezcan las leyes, pues éstas atenderán mejor sus
intereses que si se hubiesen mantenido totalmente al margen de su promulgación. Y de
esta manera no sólo se será más probable que las obedezcan, sino que también se
volverán sus custodios. Una vez más, Pettit observa la conveniencia de la participación
política no como un fin en sí mismo sino como un medio para garantizar la libertad y
favorecer el orden social.
En suma, Pettit no sugiere sustituir los conceptos de libertad negativa o libertad
positiva con el concepto de libertad como no dominación. Lo que propone es
comprender la libertad en un sentido más amplio que la mera ausencia de coacción e
interferencia o la carencia de autogobierno. El republicanismo se funda, en su opinión,
en una noción de la libertad que supone una sociedad en la cual ninguna persona esté
sujeta, ni de facto ni potencialmente, a la coacción o a la dependencia respecto de otra
(lo que constituye una relación de dominación de uno sobre otro, por más benevolente
que sea quien tiene dicha potestad). En otras palabras, en el neorrepublicanismo de
Pettit lo central es la libertad, no como autogobierno o como ausencia de interferencia,
sino como ausencia de dominación, y ello puede extrapolarse tanto al radio de la
libertad positiva como al de la libertad negativa.
Reflexiones finales: ¿Por qué leer a Pettit?
En mi opinión, la obra de Pettit tiene la virtud de haber reunido y sistematizado la teoría
republicana contemporánea. Más que una historia de las ideas republicanas, el trabajo
de este filósofo sobresale porque sienta las bases de la discusión contemporánea acerca
del republicanismo. Y, a mi modo de ver, Pettit es un autor que tiene mucho que decir a
las sociedades contemporáneas. ¿Por qué? Porque la ausencia de dominación, la
independencia, es aún una aspiración no sólo de quienes no tienen garantizada su
subsistencia, sino también, y sobre todo, es una aspiración de muchas personas que se
encuentran sujetas al juicio arbitrario de otro u otros en razón de su género, su
preferencia sexual, su edad, su raza, su religión o su dependencia económica. Algunos
teóricos del republicanismo, como Félix Ovejero y Roberto Gargarella (2004), por
ejemplo, han recurrido también a este argumento de Pettit para cuestionar la legitimidad
de un sistema como el capitalista, en el cual la propiedad privada de los medios de
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producción constituye una fuente de poder que permite a unos individuos controlar las
actividades de otros.
Y es en este sentido en el que, desde mi perspectiva, la teoría neorrepublicana de
Pettit acerca de la libertad, puede ser de enorme utilidad para desarrollar una
fundamentación, en términos normativos, de los derechos sociales como garantías de la
no dominación, es decir, como garantías de la libertad. Desde una visión
neorrepublicana resulta evidente que los derechos civiles y políticos están
estrechamente vinculados con los derechos económicos y sociales, pues no se puede ser
libre en términos políticos cuando se es dependiente de un poder arbitrario e impune en
el ámbito social o económico. Una condición necesaria (no suficiente) de la
participación ciudadana es que los hombres sean libres, esto es, que sean
independientes. Ya lo decía Kant en Teoría y praxis y en la Metafísica de las
costumbres. Para él, sólo podía considerarse ciudadano a quien fuera independiente, o
sea, a quien contara con una habilidad, arte, oficio o ciencia que le permitiera vender la
obra de su trabajo, no su fuerza de trabajo, pues esto último hacía dependientes a las
personas de sus contratantes. Por supuesto, la salida de Kant fue la de un
republicanismo oligárquico: en lugar de sugerir la generalización de una condición que
garantizara la independencia de todos, Kant optó por excluir de la ciudadanía a quienes
no eran independientes. Pero otros pensadores, como Jefferson, optaron en cambio por
un republicanismo democrático, defendiendo el reparto de tierras a quienes carecían de
ese mínimo indispensable que les posibilitara actuar de manera independiente en el
ámbito político.
Desde esta concepción de la libertad ampliamente desarrollada por Pettit, es
posible sostener que un Estado democrático que reconoce como uno de los valores
centrales de su dispositivo simbólico a la libertad como ausencia de dominación, debe
comprometerse activamente con la protección y garantía efectivas de los derechos
sociales, pues ello constituye un elemento central en sociedades desiguales y con altos
índices de pobreza como las nuestras. Por razones de espacio no podré abundar aquí en
los mecanismos concretos que en mi opinión podrían contribuir a poner en práctica la
pretensión normativa de ausencia de dominación que garantizaría una ciudadanía
integral sobre la base del cumplimiento de los derechos sociales. Pero no quiero
concluir sin mencionar que, en mi opinión, la universalización del ideal de la libertad
como no dominación debería hacer suya la propuesta de una renta básica universal e
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incondicionada como una medida que podría garantizar la independencia de los
ciudadanos.
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