Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. Costa Rica XXXVIII (2): 43-52, 2014 / ISSN: 2215-2636
EL CANTO: EL DIOS PROFUNDO
DE PABLO DE ROKHA
The singing: The deep God of Pablo de Rokha
Asunción Rangel López*
RESUMEN
La poética del chileno Pablo de Rokha tiene como vértice el canto. La exploración poética que de esta idea hace el autor de Los
gemidos inicia en Versos de infancia (1916) y a traviesa toda su obra hasta Los borrachos dionisiacos (1966). El artículo intenta
mostrar de qué manera, para el poeta chileno, el canto es sinónimo de vida y de poesía. El canto, pese a las apreciaciones de la
crítica en torno a la obra de Pablo de Rokha, es transparencia de la vida y confirmación de la misma. Este rasgo de la poética
derrokhiana, devuelve a la poesía a una de sus funciones antiquísimas y primordiales: cantar. Así, el canto es para este poeta
su dios profundo, a quien dirige sus plegarias y lamentaciones, pero también a quien maldice y culpa de su trágica existencia.
Palabras clave: Poesía chilena, poética, canto, vitalidad.
ABSTRACT
Chanting is the axe of Chilean poet Pablo de Rokha’s poetics. The poetic exploration of this idea vy the autor of Los gemidos,
begins whit Versos de infancia (1916) and develops through his entire oeuvre up to Los borrachos dionisiacos (1966).
The article intends tos hoy how chanting is a synonym of life and poetry for the Chilean poet. Despite the interpretations
concerning Pablo de Rokha’s work, chanting mean both transparency and confirmation of life. This derrokhian poetics
characteristic returno to poetry one of its primary and former functions: chanting. Thus, this poet’s inner god is chanting, the
one he addresses hi sprays and laments to, but also the one he curses and blames for his tragic existence.
Key Words: Chilean poetry, poetry, chanting, vitality.
*
Universidad de Guanajuato, Departamento de Letras Hispánicas, México.
Correo electrónico:
[email protected]
Recepción: 14/1/2014 Aceptación: 23/2/2014.
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Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. Costa Rica XXXVIII (2) (junio-diciembre): 43-52, 2014 / ISSN: 2215-2636
Yo canto, canto sin querer, necesariamente,
irremediablemente, fatalmente, el azar de los sucesos,
como quien come, bebe o anda y porque sí; moriría si
NO cantase, moriría si NO cantase; el acontecimiento
floreal del poema estimula mis nervios sonantes, no puedo
hablar, entono, pienso en canciones, no puedo hablar, no
puedo hablar; las ruidosas, trascendentales epopeyas me
definen, e ignoro el sentido de mi flauta; aprendí a cantar
siendo nebulosa, odio, odio las utilitarias, labores, zafias,
cuotidianas, prosaicas, y amo la ociosidad ilustre de lo
bello; cantar, cantar, cantar… -he ahí lo único que sabes,
Pablo de Rokha!... (De Rokha, 1994: 231)
Con estas líneas abre el poemario Los
gemidos (1922), uno de los primeros libros
publicados por Carlos Ignacio Díaz Loyola,
nombre verdadero del chileno. Desde 1922,
se convierte, con éste, su que se juega la vida
misma, mantendrá su tenor y talante hasta la
última de las páginas escritas o garabateadas
por el originario de Licantén, una comuna
central de Chile, fundada primero como una
estancia colonial, y que hasta 1864 alcanza el
estatuto de aldea gracias a la fundación de una
parroquia y al consecuente incremento de casas
alrededor de la iglesia.
El talante de la fatalidad y el gemido
surgen en 1922 con la publicación del
mencionado poemario, y ambos rasgos se
mantendrán, como ha quedado señalado, hasta
los poemarios publicados –aún mientras de
Rokha vivía– en la década de 1960. El clamor,
el gimoteo derrokhiano –que dista mucho del
caos del alarido, como se verá más adelante–
es una suerte de pilastra o de columna en la
que se sostiene cada una de las obras de este
poeta chileno, de tal manera que ese gimoteo,
tratado de diversas formas, tematizado,
poetizado y traducido de diferentes maneras,
atraviesa y sostiene su propuesta poética. En
otras palabras: el clamor permanece en la
poesía de Pablo de Rokha.
El gemido es, en la poética de Pablo de
Rokha, un canto sin querer, esto es, algo que
se da por excedente y que está profundamente
vinculado a la fatalidad, pero también con su
contracara: la vitalidad. El canto, que desde sus
primeros versos es clamor, es comida, bebida,
es andar; esto es: lo justo y necesario para vivir,
para la vida, ni poco más, ni poco menos. La
pérdida de alguno de estos elementos tendrá
como consecuencia la muerte. Pero se trata de
la muerte del canto que, en Pablo de Rokha,
es la poesía. Sin canto no hay vida: “como
quien come, bebe o anda y porque sí; moriría
si NO cantase, moriría si NO cantase”, dice
el también autor de Escritura de Raimundo
Contreras (1929).
Ahora bien, el gemido le viene de dentro,
de su interioridad; y no podría ser de otra
manera. Tal como despunta en las primeras
líneas de Los gemidos, es algo necesario,
irremediable, fatal y azaroso, pero además es
algo que “estimula mis nervios sonantes”. El
canto viene de esa condición sine qua non fatal
y azarosa –como la vida misma– y toma forma,
o se expresa, en el poema. Así, el poema regresa
a la interioridad del poeta para estimular sus
“nervios sonantes”. Esto permite percibir la
dimensión absolutamente sonora que reverbera
en las nervaduras de la poética derrokhiana. La
confirmación de esa interioridad, en detrimento
de lo exterior, lo cual, en este momento de la
obra de Pablo de Rokha adquiere la forma del
habla, o más bien, de una imposibilidad por
hablar y en la absoluta posibilidad de entonar,
de pensar en canciones: “no puedo hablar,
entono, pienso en canciones”, dice el poeta
chileno. Las descripciones o, diría más bien, las
imágenes poéticas que vienen a continuación,
versan sobre dos asuntos capitales en la tarea
de comprender o atisbar qué es el gemido en la
poética derrokhiana. Primero, los asuntos sobre
los que el poeta tiene certeza: el saberse definido
por “las ruidosas, trascendentales epopeyas”, el
saber que aprendió a cantar “siendo nebulosa”,
el saber que ama “la ociosidad ilustre de lo
bello, y que lo único que sabe es “cantar, cantar,
cantar”. Segundo, la absoluta ignorancia del
“sentido de mi flauta”.
Esta declaración de principios poéticos,
condensada en las primeras líneas de su libro de
1922, encierra, en mi opinión, una clave desde
la que se puede leer toda la obra de Pablo de
Rokha, ya que ella contiene uno de los muchos
de los temas que le preocuparán y sobre los que
escribirá durante toda su trayectoria; y para lo
RANGEL: El canto: el dios profundo de Pablo de Rokha
que me interesa señalar aquí: la tensa y no fácil
relación entre el interior y el exterior.
En el principio, el gemido
“Los Gemidos, madurado entre 1916 y
1922, es un libro de ruptura no sólo con la
poesía anterior, sino también con la poesía
del momento. En Chile, con la excepción
de Huidobro, la poesía seguía una tradición
romántica-modernista. En este ambiente, el libro
provocó extrañeza, asombro e indiferencia” (8),
apunta Naín Nómez en el prólogo a Los gemidos
que la editorial LOM imprimió con motivo del
centenario del nacimiento del poeta. Las críticas
que reproduce el especialista en la poesía de
Rokha, confirman esa “extrañeza, asombro e
indiferencia”. Por ejemplo, en la revista Claridad
de 1922, afirma Cesar Bunster:
Pablo de Rokha colecciona expresiones sucias, de
pura cepa chilena, que luego da a la publicidad
en sus artículos y libros… y así vemos que en de
Rokha todo es difuso y extendido, ya que una idea
mínima nada en una página como modesto díptero
urbano en una taza de leche. Y así, todo en su técnica se disimula gelatina verbal (en Nómez: 9)
Años más tarde la propia crítica
literaria se encargaría de restituir el lugar y
la importancia de ese libro de Rokha en el
contexto de la vanguardia poética. Me interesa
destacar aquí esa extrañeza, esa “suciedad”, lo
“difuso y extendido”, la “gelatina verbal”. En
el caso de Naín Nómez, la adjetivación poco
tiene qué ver con lo peyorativo, no así en el
caso de Bunster, para quien, a todas luces, la
escritura derrokhiana poco tiene de poética o
de “acertada”.
La escritura de Pablo de Rokha, por
supuesto, resultaría sucia y gelatinosa, difusa.
Al crítico de la revista Claridad, me atrevo a
aventurar, le parecería “extraña” la manera en
que el poeta chileno se pronunció poéticamente
sobre los asuntos dignos de su atención. Y no
era para menos. Siguiendo las apreciaciones de
Nómez, en el contexto de la estética románticomodernista, los textos que dan forma a Los
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gemidos poco tienen qué ver con las creencias
poéticas de los mencionados movimientos. Me
parece que es Pablo Neruda –uno de los enemigos
poéticos favoritos de Pablo de Rokha– quien
describe con mayor precisión esa “extrañeza”,
esa estridencia o chirrido que le son propias a
Los gemidos:
Un impulso hacia la raíz transcendente del hecho,
una mirada que escarba y agujerea en el esqueleto de
la vida y un lenguaje de humano, de hijo de mujer, un
lenguaje exacerbado, casi siempre sabio, de hombre
que grita, que gime, que aúlla, ésa es la superficie de
Los gemidos. Más adentro, libres ya de las palabras,
de los alaridos y de las blasfemias, sentimos un
amador de la vida y de las vidas, azotado por la furia
del tiempo, por los límites de las cosas, corroído
hasta la médula por la voluntad de querer y por la
terrible tristeza de conocer (en Nómez: 10).
Neruda distingue dos niveles: el de la
superficie, donde prevalecen el grito, el gemido,
el aullido; y el profundo, donde gobiernan el
alarido y la blasfemia. Sin embargo, en Los
gemidos, me parece, todas estas maneras de
expresión del hombre, del poeta, encuentran
cobijo en el canto. Ese canto extraño, esos
ruidos del mundo cotidiano –el crujir de un
mueble, el gemido que asemeja o evoca una voz
humana– son para Pablo de Rokha los materiales
primigenios de su poesía, de su verso.
Ecuación, Canto de la fórmula estética
(1929), Canto de hoy (1932), Canto de trinchera
(1933), Cinco cantos rojos (1938), Canto al
ejército rojo (1944), son algunos de los títulos
de las obras que en vida publica De Rokha. Es
evidente, como echa de verse en los mencionados
títulos, la propensión o la predilección del poeta
chileno por la forma “canto”, y no podría ser
de otra manera. La acuciosa y profunda lectura
que hizo los clásicos griego y latinos (Lucrecio,
Plauto, Heráclito, Zenón, Demócrito y Virgilio)
dejó una fuerte impronta en su manera de
pensar y la poesía. Acudir a esta forma fija de
la tradición literaria –el canto–, incluso en el
pleno auge de la vanguardia, da muestra de
ello2. Como es de esperarse, el cultivo del canto,
la escritura del mismo, reverbera en la obra de
Pablo de Rokha pero, por supuesto, no al estilo
griego o latino, sino revitalizada, revivificada y
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llevaba a otras latitudes, a otras manifestaciones
escriturales. Lo que conserva el canto de la
épica, de los cantos épicos, es la visión de la
vida, esto es: trágica. Y no sólo eso, además, los
embates del sujeto frente a las pasiones comunes
o sublimes, el desgarramiento que produce su
enfrentamiento con la vida misma. A diferencia
de los grandes poemas épicos (piénsese por
ejemplo en la Odisea, el Cantar del mío Cid), el
sujeto poético derrokhiano difícilmente alcanza
la victoria final.
De Rokha recupera este antiquísimo
tópico literario –el sentimiento trágico de
la vida, para usar las palabras de Miguel de
Unamuno– de manera casi obsesiva. Si bien se
puede advertir a primera vista en los títulos de
sus poemarios, también en los contenidos de sus
obras es palpable que sus sujetos poemáticos
están constantemente embebidos de tragicidad.
Ahora bien, no sólo por eso escribe en este, por
así decir, registro trágico. Le interesa, como he
dicho párrafos arriba, la capacidad de cantar,
incluso en las condiciones amargas y adversas
en que se inscribe el héroe trágico.
El gemido, el clamor, la queja o el grito
son algunas de las formas que toma el canto en
la poesía de Pablo de Rokha. No se trata de un
simple lloriqueo o lamentación. Todo lo contrario:
es el gemido o el grito primordial, aquello que
de primera intención intenta comunicar algo,
decir algo, significar algo. Ésta es la manera
en que Pablo de Rokha intenta hablar en un
lenguaje poético primigenio, original: encontrar
la palabra fundacional, aquella que dio vida a
todo, al nombrarlo todo por primera vez.
Para Naín Nómez la huella que De Rokha
deja en la literatura chilena, acaso la escrita en
español, es absolutamente enfática, “con ese
énfasis que supo darle a toda su obra y su vida”
(2003: 22). Vida y obra son inseparables. Sus
cuantiosos viajes, su ríspida relación con Pablo
Neruda y Vicente Huidobro, su áspero vínculo
con el Partido Comunista, y cómo vuelca estos
asuntos en sus poemas, no dejan lugar a dudas.
Sin embargo, la vinculación de la vida con la
obra va más allá de los paralelismos entre el día
a día y la escritura de sus versos.
El autor de Escritura de Raimundo
Contreras sabía, como lo sabían escritores de
la talla de Franz Kaf ka o Rainer Maria Rilke,
que el canto de la poesía despliega la vida, con
las vicisitudes y amargos desencantos, con lo
dolorosa y agónica que ésta es. De ahí que
la tragicidad y el canto aparezcan desde sus
primeros textos, porque ahí nace o germina la
vida de estos asuntos que discutirá, ensayará,
experimentará e intentará a lo largo de toda
su escritura. A Pablo de Rokha no le interesa
culminar o agotar ese tema, sino el movimiento
hacia él, la aproximación que lo hace posible,
porque en esa tarea que nace en sus Versos
de infancia (1916) y que vive y agoniza hasta
Los borrachos dionisiacos (1966), brota y se
arraiga, con fuerza propia, el deseo de seguir
escribiendo, de seguir cantando. Se trata de
una suerte de eterna reiteración, de inaugurar
un canto que, sabe, no cesará jamás porque eso
que íntima, personal y vitalmente le fascina y
obsesiona volverá a brotar en otros libros, en
otros poemas.
Así como las líneas que abren el
poemario Los gemidos ponen de manifiesto
la pulsión por el canto, en “Genio y figura” de
Versos de infancia:
Yo soy como el fracaso total del mundo, ¡oh
Pueblos!
El canto frente a frente al mismo Satanás,
dialoga con la ciencia tremenda de los muertos,
y mi dolor chorrea de sangre la ciudad (2003: 25).
Tres afirmaciones despuntan en el
cuarteto: yo soy, el canto dialoga y mi dolor
chorrea. Respecto de los potenciales sentidos
que genera el canto desafiado a Satán, y
particularmente por las resonancias que este
otro tópico establece entre la obra derrokhiana,
me ocuparé más adelante. En este momento
quiero resaltar esta inicial inclinación y
predilección por la fuerza del canto; de tal
raigambre es su potestad que De Rokha lo
afronta a Satanás; de tal envergadura, que sólo
RANGEL: El canto: el dios profundo de Pablo de Rokha
el canto es capaz de dialogar “con la ciencia
tremenda de los muertos”.
En Ecuación (canto de la fórmula estética)
(1929), y a manera de sentencias o aforismos,
vuelve a despuntar la alta consideración que el
poeta chileno le tiene al canto:
2
Que nunca el canto se parezca a nada, ni a un hombre, ni a un alma, ni a un canto.
47
también al que maldice e impreca; un dios que
lo hace chirriar y gemir. No en vano, en diversos
momentos de su obra, se resiste a nombrarlo
cabalmente. Lo que se encuentra en la lectura
de su poesía es un procedimiento a través del
cual alcanza, acaso, a decir algo acerca de él.
Así queda de manifiesto en los aforismos arriba
citados. Por ejemplo: “El canto, como el mundo”.
Un solitario literario, un rijoso poético
[…]
4
¿Qué canta el canto? Nada. El canto canta, el canto
canta, no como el pájaro, sino como el canto del
pájaro.
[…]
19
El canto, como el mundo (2003: 127-128).
De manera análoga, como en el
cuarteto citado de Versos de infancia, en estos
aforismos descuella la afirmación del canto
por encima de absolutamente todo. El canto es
la vida. Esto permite sostener que, pese a las
certeras apreciaciones de la crítica –sobre lo
hiperbólica, caótica y chirriante de la escritura
derrokhiana–, si algo hay en claro en la poética
del chileno es la transparencia de la vida, una
confirmación de la misma.
Para De Rokha el canto –más bien,
la capacidad de cantar– antecede a la forma
“poema”. De ahí que la forma que toma su
escritura sea tan diversa: a veces sonetos, a veces
aforismos, a veces elegía o prosa poética. Para el
autor de Los gemidos el canto es, y nada más. La
tarea del poeta, una vez que comprende y asume
esta creencia, consiste en vaciar en la escritura
su canto. Como es de suponerse, en el auge de
las vanguardias, la destrucción o discrepancia
con las formas poéticas, no era novedad. Lo que
convierte a Pablo de Rokha en un poeta genuino
es, en mi opinión, este voto de creencia poética
en algo fundacional para la poesía.
El canto es para De Rokha su dios profundo,
a quien eleva plegarias y lamentaciones, pero
Antes, me he referido a las “creencias
poéticas” de Pablo de Rokha. El entrecomillado
supone una dificultad, más aún si se trata de la
obra de un escritor que dedicó buena parte de
sus escritos a dilucidar, discutir y reflexionar
sobre qué es la poesía y la naturaleza de la
relación entre la interioridad del poeta y el
mundo exterior. La creencia implica una suerte
de fe ciega, por así decir, en ciertos preceptos,
y en De Rokha si no hay lugar para algo es
precisamente para la fe, para la creencia ciega
e incondicional en algo. Habría que decir, en
este sentido, “pensamiento poético”, ya que
se trata de una fina y detenida reflexión sobre
los temas aludidos. Este pensamiento emerge
con fuerza y solidez propia no sólo en los
“ensayos” que De Rokha dedicó, por ejemplo,
a la estética. Los escritores de vanguardia,
como es sabido, ponían de manifiesto sus
preceptos literarios en sendos manifiestos. De
Rokha, si bien perteneció al grupo denominado
runrunista 3, nunca se adscribió a cabalidad
a algún movimiento de vanguardia chileno.
Pablo de Rokha era un solitario literario, un
rijoso poético, y para muestra, las disputas que
entabló con Neruda y Huidobro.
Pablo de Rokha, como Kafka, Mallarmé
o Lautréamont, es un autor para el cual no
era posible confundir vida y literatura, porque
simplemente eran la misma cosa. La poesía
está en la vida misma, parece decirnos todo
el tiempo en sus versos. Y la vida es, ni qué
decir, dulzura y zozobra, pero también un fruto
amargo que hay que morder. Los sinsabores y
agonías que despuntan en su biografía, lo hacen
también en sus versos. Nunca disoció militancia
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e ideología; nunca disoció el desgarro que le
supuso la muerte de sus hijos. Resulta elocuente,
por ejemplo, Escritura de Raimundo Contereras,
escrito en memoria de Tomás de Rokha.
Al referirme al “pensamiento literario”
en la obra del chileno, intento aludir, primero, a
una actitud vertical que atraviesa lo biográfico,
pero además, a una idea de escritura literaria que
no guarda distingos entre verso o prosa, entre
disertación política y reflexión literaria, entre
poema y aforismo. Para De Rokha, así como
literatura y vida son lo mismo, también lo son
poema y aforismo o ensayo; la forma discursiva
que su pensar y su sentir encuentren no tiene
importancia. Los significativo, lo valioso, radica
en que en el principio de su obra germina
una preocupación que irá proliferándose y
extendiéndose a lo largo de todos sus libros. Y
en el centro de esa preocupación está el canto,
como un dios.
De Rokha, como lo hicieron muchos
escritores incluso antes de la vanguardia, genera
en sus escritos no un pensamiento de la literatura,
sino un pensamiento en la literatura4. Este tipo de
pensamiento, hay de resaltar, genera una especie
de conocimiento que poco tiene que ver con el
conocimiento en el terreno de la ciencia. Se trata
–como lo muestra ejemplarmente Ramón Xirau
en “Poesía y conocimiento”, especialmente sobre
la noción de imaginación en Coleridge–, de un
conocer que identifica creación, imaginación y
conocimiento. La imaginación secundaria –que
es donde opera la poesía– primero “«disuelve»
y «disipa», y en una segunda etapa definitiva,
verdaderamente crea” (Xirau, 1993: 17). Ahora
bien, pensar en la literatura y hacer de esto un
principio, tiene como derivación suscribir un
“género literario llamado literatura que todo lo
incluye, que no tiene límites y que está hecho
de contradicciones. Una consecuencia de todo
ello es que los recursos expresivos del lenguaje
literario como, por ejemplo, la tropología, el
fragmentarismo, […] van a estar presentes en el
momento en que la literatura se ponga a hablar
de sí misma” (Asensi, 2003: 349).
Si De Rokha leyó o no a los románticos
alemanes, es un asunto que aquí no voy a
corroborar o discutir. Lo que me interesa destacar
son los momentos en que las reflexiones sobre la
literatura en su escritura asoman y se ponen de
manifiesto, algunas veces a través del fragmento
o del aforismo, y otras más en sus propios versos.
Además, la idea del canto como el tema del que
no deja de escribir, al que vuelve rabiosamente
en su poesía, acerca la obra de este chileno a
algunas de las líneas de pensamiento acerca de
la infinitud, de lo inacabado o de propensión por
lo que siempre está por venir. Lo infinito es un
asunto, huelga decir, que ocupa buena parte del
pensamiento de Friedrich Nietzsche, filósofo al
que Pablo de Rokha frecuentó con asiduidad. La
impronta del filósofo de la vitalidad, asoma en
Sátira de 1918:
El mundo se transforma, trabaja, piensa y ríe
en la máquina actual, infinita y divina,
en la ciudad moderna, que es trágica y no es triste,
en el ilimitado Zaratustra de Nietzsche
y no en vuestros minúsculos gritos de sabandijas
(2003: 29).
Hay que mencionar, al respecto, el título
de uno sus libros en donde es manifiesta la
resonancia del pensamiento nietzscheano: Los
borrachos dionisiacos (19665).
El séptimo fragmento del libro Ecuación
(canto de la fórmula estética), reúne una serie
de consideraciones que muestran el estatuto
privilegiado que ocupa el canto en el pensamiento
derrokhiano, así como también la propensión
por la infinitud, por lo que está siempre por
venir, y además ahí se vuelca esa concepción de
Pablo de Rokha acerca de que vida y poesía son
la misma cosa:
Si un volumen, únicamente, un volumen agranda o
empequeñece la astronomía del poema, incendiad el
poema, no el volumen, degollad el poema porque no
aguantó el desorden necesario a la colosal aritmética
de lo pitagórico, lo geométrico, lo matemático, lo
filosófico –en el teorema expresivo-inexpresable–;
¿sobre la forma?, ¿una forma?, ¿una ley?, ¿una voz?,
¿una luz?, ¿un régimen o un vértice?, ¿un ritmo índice
adentro de la libertad numérica del arte?, incendiad el
poema, degollad el poema; el porvenir del canto, su
destino innumerable y único, exige que giren todos
RANGEL: El canto: el dios profundo de Pablo de Rokha
los elementos épicos alrededor de su eje astronómico,
amarrándose a esa justicia, a esa presencia, a esa
cordura que es el poema, el provenir del canto, su
destino innumerable y único, exige que giren todos
los elementos épicos alrededor de su eje astronómico,
amarrándose a esa justicia, a esa presencia, a esa
cordura que devine lo absoluto, límite del límite, arte,
lo exacto, lo exactísimo, arte, lo dinámico-trágico e
inmóvil (2003: 126).
El precepto es claro: incendiar y
degollar la forma poema. Frente al potencial
agradecimiento y empequeñecimiento de la
astronomía del poema, el llamado derrokhiano
apunta a velar por el volumen. En la tercera línea
del fragmento, acaso se alcanza a distinguir
un parangón entre volumen y desorden, rasgos
fundamentales del poema que deben soportar
los embates de la “aritmética de lo pitagórico, lo
geométrico, lo matemático, lo filosófico”. Se trata
de una embestida brutal entre lo aparentemente
racional, inmóvil e inagotable que no olvida –o
recuerda, más bien– su profundo lazo con lo
pasajero, lo temporal, lo contradictorio, lo inútil
y efímero, esto es: la propensión, la preferencia
derrokhiana por ubicarse en la dolorosa y
compleja relación entre lo inacabable y lo finito.
Así lo deja ver, también, la dupla “expresivoinexpresable” que antecede a las preguntas
que el propio De Rokha intenta resolver en la
segunda parte del fragmento arriba citado.
El poeta interpela a “lo pitagórico, lo
geométrico, lo matemático, lo filosófico” a
través de las preguntas “¿sobre la forma?, ¿una
forma?, ¿una ley?, ¿una voz?, ¿una luz?, ¿un
régimen o un vértice?” en aras, me parece, de
encontrar el “teorema expresivo-inexpresable”;
se trata de una tesis que dé cabida y haga posible
conjuntar los opuestos. La respuesta, si acaso
la encuentra, está cifrada en el volumen, que es
aquello que el poeta debe proteger celosamente.
No es gratuita, como todo en poesía,
la mención a “lo pitagórico”. Con el ánimo de
indicar la pulsión derrokhiana por contraponer
opuestos, me permito apuntar, muy someramente,
algunos rasgos del pensamiento pitagórico. De
acuerdo con Giovanni Reale y Dario Antiseri:
[…] el pitagorismo primitivo se planteó la antítesis
originaria entre ilimitado y limitador en un sentido
49
cosmológico. Lo ilimitado es el vacío que rodea
al todo y el mundo nace mediante una especie de
«inspiración» de dicho vacío por parte del Uno
(cuya génesis no se especifica en exactitud). El vacío
que entra con la inspiración, y la determinación
que provoca el Uno al inspirarlo, dan origen a las
diversas cosas y a los distintos números (1988: 50).
La mención a “lo pitagórico” en el texto
de Pablo de Rokha despliega ciertos sentidos si
tenemos presente esta idea pitagórica sobre el
origen de las cosas. Al autor de Los gemidos le
interesa discernir, por lo menos en el fragmento
que he citado arriba, si una forma, una ley, una
luz, un régimen o un vértice, serían aquellas
categorías que le sirvan para resolver la tensión
expresable-inexpresable. Sobre todo porque
discute si es una forma, una ley o un régimen,
una luz, alguna de aquellas coordenadas, por así
decir, aquello que servirían al poeta para volcar
en la poesía lo que desea decir, cantar. Como se
nota, no es así del todo.
De Rokha ni deshecha ni anula el orden
numérico o racional de su horizonte poético,
todo lo contrario; sabe que el poeta debe padecer
ese embate bestial, y que, en todo caso, privaría
un “índice adentro de la libertad numérica”.
Cierto que en la obra derrokhiana impera
el desorden, el caos, el alarido, lo desarticulado.
Pero bien visto, ese caos no olvida –o recuerda,
más bien– su natural contracara: el orden, la
claridad y el método. Lo significativo en el
caso de Pablo de Rokha es, justamente, que
logra conciliar entre ambos polos. Al estado de
desconcierto, llega siempre el de la serenidad y
la calma; a la turbación, el sosiego:
[…] incendiad el poema, degollad el poema; el
porvenir del canto, su destino innumerable y
único, exige que giren todos los elementos épicos
alrededor de su eje astronómico, amarrándose a
esa justicia, a esa presencia, a esa cordura que
es el poema, el provenir del canto, su destino
innumerable y único, exige que giren todos los
elementos épicos alrededor de su eje astronómico,
amarrándose a esa justicia, a esa presencia, a esa
cordura que devine lo absoluto, límite del límite,
arte, lo exacto, lo exactísimo, arte, lo dinámicotrágico e inmóvil (126).
Incendiar y degollar el poema, así, dista
de una gana de la destrucción por la simple
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destrucción. El canto pervive siempre con un
pie puesto en lo contrario: un eje, la justicia,
la cordura. Se alcanzan a advertir, en esta
segunda parte del fragmento, dos zonas más o
menos definidas. Por una parte, lo pitagórico,
lo aritmético y geométrico, que alcanzan un
parangón con lo justo, lo cuerdo, lo único de
la primera parte. Por otro lado, el incendio,
la degolladura, que se hermanan con lo
innumerable y con una palabra clave en todo el
fragmento: el porvenir. En lo que vendrá, lo que
siempre está en ciernes, gestándose, es donde
Pablo de Rokha encuentra conjunción entre lo
dinámico y lo inmóvil; me parece que ésa es la
naturaleza del volumen del que habla al inicio
del séptimo fragmento de Ecuación (canto de la
fórmula estética).
“Incendiad el poema, no el volumen”, dicta
De Rokha, porque el volumen implica la manera
en que un cuerpo puede expresarse: largo, ancho
y alto; porque el volumen todo lo contiene; en él,
todo es susceptible de ser cualquier cosa. En y
a partir del volumen emerge la idea de libertad.
De ahí que a Pablo de Rokha no le satisfaga
ninguna ley, ninguna forma, ninguna voz, sino
precisamente lo que antecede la ley, la forma, la
voz. Cuando el poema es forma, ley, voz, luz, un
régimen, hay que incendiarlo, porque en ello se
advierte que la tarea del poeta está terminada.
Incendiarlo y degollarlo, siempre recelando el
volumen, son acciones que prometen que el
poema se convertirá en algo infinito, susceptible
de ser escrito otra vez, otra vez y siempre.
Esto se traduce en, efectivamente, una
pulsión en la poética derrokhiana, una pulsión
que quiere decir deseo; deseo por la libertad
y por la afirmación de la vida, de la poesía.
Afirmar este deseo, en De Rokha, es acercarse
de medio a medio, a su vena nietzscheana. Me
atrevo a aventurar que mucha de la impronta
vital en la poesía de Pablo de Rokha viene,
precisamente, de la lectura del filósofo alemán.
En los siguientes párrafos, y últimos, de
esta ruta de lectura de la poesía del chileno,
intentaré indicar en qué zonas las ideas
derrokhianas están emparentadas con algunos
momentos del pensamiento nietzscheano, no
con el ánimo de discutir y problematizar las
ideas de este último, sino, insisto, con la
intención de mostrar en qué momento y de
qué manera ese vitalismo derrokhiano es
de un profundo amor y admiración por la
filosofía del alemán, y particularmente sobre
dos asuntos: el canto y el mal.
El canto les fue dado a los hombres, el
poeta es el ser que multiplica el valor del habla, a
través de su canto. En él y sólo él, quien es capaz
de loar las victorias de los héroes, o de cantar
sus desdichas. Y fueron los griegos, ni más ni
menos, quienes no lo enseñaron. Para Rubén
Bonifaz Nuño, son estos algunos de los rasgos
que definen el antiguo espíritu griego:
[…] el violento trabajo de la voluntad para regir
la sedición de los instintos; la guerra sin término
en busca del dominio sobre los otros hombres: el
encontrar en ese dominio la suma de las virtudes,
y utilizar los dictados de la ley y la religión
para justificarlo; al mismo tiempo, seguir las
aspiraciones de un idealismo ilimitado, y pretender
hallar sus valores absolutos en lo más inmediato:
oscilar entre la crueldad y si disimulación, y querer
establecer la sabiduría sobre la agitación perpetua
de perversas pasiones; cultivas con disciplina el
físico esplendor como vía de la humana perfección
(2005: IX).
Píndaro, como es sabido, es el poeta que
cantó a estos atributos humanos. Y su canto
estaba dirigido a asuntos lejanos al desenfreno
y la orgía dionisíaca, tópicos que sirvieron a
Nietzsche para hablar de la existencia trágica.
Así y todo, lo que me interesa resaltar es cómo
en el principio está el canto. Dionisio y las
bacanales, el espíritu de ambos, sirvieron al
filósofo alemán para referirse a experiencias
vitales que, en intensidad, se desatan en el
canto: el vino, la danza, la música y el instinto
liberado; “bajo el arrebato de lo dionisíaco, no
solamente se sella de nuevo la alianza entre
hombre y hombre; también la alienada, hostil
y sojuzgada naturaleza celebra otra vez su
fiesta de reconciliación con su hijo pródigo
que es el hombre”, y unas líneas más adelante:
“Entonces aparecen de repente y desenfrenadas
las otras fuerzas simbólicas [a contra pelo con
lo apolíneo]: las de la música, con su ritmo,
dinamismo y armonía” (en Hernández-Pacheco,
1990: 32-33).
RANGEL: El canto: el dios profundo de Pablo de Rokha
Se trata, como ha quedado señalado, del
privilegio y profundo amor que De Rokha le
profesa a esa fuerza primaria y primordial: el
canto que siempre está gestándose, germinando,
creciendo y muriendo. Frente a la idea de
finito, de acabado, contra la que el pensamiento
nietzscheano va una y otra vez, se encuentra la
pulsión por lo infinito.
No el bien, sino el mal, sobre todo el mal
Tener hambre es una bendición si hay, a
la mano, un pedazo de pan. En caso contrario,
el hambre se convierte en un mal, en algo que
no se puede satisfacer6. Ese mal, en el que se ha
convertido el hambre es para el hambriento la
única realidad del mundo, lo único que hay. De
haber un pedazo de pan a la mano, el mordisco,
la satisfacción pasajera del hambre, convierte a
ese mal en un momento de plenitud y de placer.
El canto en Pablo de Rokha es una loa,
una alabanza a, precisamente, esa idea del mal.
En Imprecación a Satanás:
Creo en Dios, como el espanto inicial del
conocimiento, la mentira animal prolongándose
inmensa y dolorosamente hacia la eternidad
balbuciente de las últimas, pálidas, pálidas, últimas
e inútiles experiencias, el espectro monumental,
crepuscular o absurdo del binamo que emerge,
emerge, emerge, agobiado con el misterio azul
de los anchos asombros elementales hasta las
montañas de la amargura racional […] (1922: 59).
La filiación nietzscheana es indudable.
En la siguiente parte de este fragmento de
Imprecación a Satanás:
[…] he mirado pasar, TRANQUILAMENTE, al
poeta de ayer por el camino, sin crepúsculos, de
la belleza habitual, inmóvil con la inmovilidad
del concepto e ingenuamente feliz, ingenuamente
feliz, ingenuamente feliz, pero tu canto horrible
de maldito, alarido de fúnebres, extraordinarios
e inhábiles tonos ácidos, mortuorios, arrojó a la
sombra de mis sesos ardientes la semilla hostil,
la semilla hostil, embrión de plantas lúgubres,
impudentes, tentaculares, envenenadas cual
culebras, el horror, la tragedia que corroe y
alumbra, alumbra colmado de canciones agrias, mi
verdad superior, Satanás (59-60).
51
La creencia en un Dios “agobiado”
encuentra su opuesto en la “verdad superior,
Satanás”. Contra lo pálido, lo absurdo, lo
agobiante y la amargura racional se embiste “tu
canto horrible de maldito”, y este ese cantar,
diametralmente opuesto a la apolínea serenidad,
al orden y mesura, da pie –y no podría ser de
otra manera– al alarido, a los tonos ácidos
y mortuorios, el horror y la tragedia que,
paradójicamente, alumbra como una canción
agria esa “verdad superior”. Nuevamente,
estamos frente a la conjunción, a lo que está
a medio camino entre el día y la noche, entre
la mesura y el desenfreno. Lo significativo en
De Rokha radica, precisamente, en que en su
poética logra conciliar entre esos opuestos que,
huelga insistir, son una suerte de unísono.
Notas
1.
En las citas a la obra del chileno, se respeta la
puntuación y sintaxis del poeta.
2.
Habría que mencionar el Canto general, de Pablo
Neruda, que se publica por vez primera hacia 1950,
una vez que el periodo vanguardista, en estricto
sentido, había culminado.
3.
La fundación de la revista Dinamo, hacia 1924,
llamó la atención de Vicente Huidobro. El autor
de Altazor escribió una carta en el periódico La
Nación, el 11 de junio de 1925, donde reconoce la
impronta futurista de la publicación. A partir de
este momento, Pablo de Rokha parece inscribirse
en el programa estético del runrunismo que
consiste, grosso modo, en: “a) hacer una caricatura
fina, que se conseguiría con los recursos
tradicionales; b) la búsqueda poética debería partir
de los motivos corrientes; c) Chile sería la única
fuente de inspiración y ambientación, se trataría
de descubrir dentro del país el paisaje y las gentes
como tema o núcleo de sus obras; d) se hacía un
alarde de la renovación de estilo. No obstante,
aunque los runrunistas aspiran a la originalidad,
la perspectiva más amplia que da el tiempo ha
demostrado que consciente o inconscientemente
el runrunismo coincide con muchos de los afanes
de otros ismos de vanguardia, los remeda o no
pasa de ser un esfuerzo mimético. Esto se ve
52
Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. Costa Rica XXXVIII (2) (junio-diciembre): 43-52, 2014 / ISSN: 2215-2636
tanto en el sentido del nombre que se escoge a
la vez: zumbido o sonido continuado, ronroneo;
bramadera o especie de juguete o matraca […]”
(Videla en Ferreiro, 2006: 79).
4.
5.
6.
Me refiero, particularmente, a los románticos
alemanes de Iena que publicaron sus reflexiones
en la revista Atheneum. Al respecto, indica Manuel
Asensi: “Como señalaron en su día Ph. LacoueLabarthe y Jean Louc-Nancy, el proyecto romántico
inaugurado por ese grupo de escritores no consistió
en una teoría de la literatura, sino una teoría en
la literatura. La diferencia entre la “de” y la “en”
es aquí capital. […] La diferencia entre la teoría
de la literatura y la teoría en la literatura no tiene
nada que ver con una mayor o menor seriedad o
rigor, con un mayor o menor sentido del juego,
sino con una presuposición epistemológica muy
distinta: los autores que practican una teoría en la
literatura están apasionadamente convencidos de
que la literatura es un lenguaje omnicomprensivo,
mucho más potente que los lenguajes científicos y,
por ello mismo, absolutamente inabordable desde un
supuesto exterior” (1998: 348-349). Pablo de Rokha,
efectivamente, atraviesa por una etapa romántica,
y esto ha sido señalado por algunos de los críticos
de su obra. Me interesa, sin embargo, detenerme
en este otro aspecto, en el “pensamiento en la
literatura” que puede advertirse en la obra del poeta
chileno. Pensar en la literatura es parangón de lo que
he venido llamando “pensamiento literario”.
Volveré más adelante a las resonancias de la filosofía
vitalista de Nietzsche en el pensamiento literario
derrokhiano.
La distinción entre querer y poder, en el pensamiento
nietzscheano y como es sabido, resulta de gran
importancia. Al respecto, remito a uno de los
muchos estudios que proliferan sobre el filósofo
alemán, Friedrich Nietzsche. Estudio sobre vida y
trascendencia (1990), de Javier Hernández-Pacheco.
Bibliografía
Asensi Pérez, Manuel. (2003). Historia de
la teoría de la literatura, volumen II.
Valencia: Tirant lo Blanch.
Bonifaz Nuño, Rubén. (2005). “Introducción”,
en Píndaro. Odas: Olímpicas, Píticas,
Nemeas, Ístmicas. Colección Bibliotheca
Scriptorvm graecorvm et Romanorvm
Mexicana. México: UNAM.
De Rokha, Pablo. (1922). Los gemidos. Santiago
de Chile: LOM.
. (2003). Canto del macho anciano y otros
poemas. Edición e introducción de Naín
Nomez. Madrid: Biblioteca Nueva.
. (2008). Escritura de Raimundo
Contreras. Santiago de Chile: Universidad
Diego Portales.
Ferreiro González, Carlos. (2006). “La prosa
narrativa de vanguardia en Chile”, tesis
doctoral. España: Universidad de Coruña.
Hernández-Pacheco, Javier. (1990). Friedrich
Nietzsche, estudio sobre vida y
trascendencia. Biblioteca de Filosofía.
Barcelona: Herder.
Reale, Giovanni y Dario Antiseri. (1988).
Historia del pensamiento filosófico y científico. Antigüedad y Edad Media. Trad.
Juan Andrés Inglesias. Barcelona: Herder.
Xirau, Ramón. (1993). Poesía y conocimiento.
Dos poetas y lo sagrado. México: El
Colegio Nacional.
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