"Por la salvación eterna de los naturales".
El rol de la Iglesia en la sujeción de los
grupos indígenas entre 1550-1630
Silvia C. Mallo – Susana E. Aguirre
compiladoras
1
INDICE
Página
Introducción…………………………………………………………3
Entre la evangelización y la apropiación del espacio y de los
hombres. Silvia C. Mallo……………………………………………….8
Evangelizar en la frontera: Santiago del Estero 1553- 1630.
María Cecilia Oyarzábal………………………………………………..76
“Esta tierra tan sin disciplina y sin conocimiento”. Notas sobre la
presencia eclesiástica en la jurisdicción de San Salvador de Jujuy
(1550-1630). Guadalupe Moreno………………………………… ….125
Wakas e idolatrías, castigos y milagros. La función del culto en la
organización
temprana
del
espacio
de
Charcas.
María Candela de Luca………………………………………………. 178
Estrategias de control y prácticas de autonomía: Iglesia y Pueblos
originarios
en
la
región
de
Cuyo.
1550-1630.
Susana E. Aguirre……………………………………………………...227
Procesos de evangelización y ordenamiento espacial en Santa Fe La
Vieja (1573-1660) y San Juan de Vera de las Siete Corrientes
(1588). Diego Citterio ………………………………………………...273
Cambios permanencias y particularidades………………………..304
2
Introducción
Los trabajos aquí reunidos son el resultado de los realizados
por un equipo - o mejor expresado lo que de él quedó - para un
proyecto de investigación presentado en la Universidad Nacional de
La Plata en el contexto del programa de Incentivos para la
Investigación del Ministerio de Educación de la Nación. Estuvo
conformado por egresados recientes y alumnos del profesorado de
Historia. La propuesta del período de la historia colonial que ellos
deseaban estudiar es el que corresponde a los primeros tiempos de la
colonización, ello es, a contrapelo de lo que yo misma trabajé
siempre referido a los siglos XVIII y XIX. Impulsados por la
abundante historiografía sobre el período y aún más por las
colecciones de documentación impresa antigua y reciente con la que
contaban, orientaron sus inquietudes hacia dicho período inicial del
siglo XVI y comienzos del siglo XVII e impusieron la temática a
desarrollar primero en diversos seminarios y luego en el presente
proyecto sobre la base de algunas ideas consensuadas y aceptadas. 1
Partimos de la idea que la historia de la sociedad colonial
americana, la que transcurre entre el siglo XVI y el XVIII que se
desarrolló, en términos de utilización y superación de los modelos
teórico-metodológicos existentes, por su necesidad de responder a
problemáticas diferentes y particulares que configuran diversas
realidades y experiencias en cada espacio americano. Además que
esta es, en nuestro concepto, una sociedad colonial. Es decir, que
1
11H/445 “La organización inicial del espacio americano: La participación
de la Iglesia en el reordenamiento y sujeción de la población originaria del
NOA y NEA (1550-1630)
3
tuvo el propósito específico de generar formas de dominación de la
población americana que perduran durante tres siglos. Por
consiguiente, construye una sociedad implantada que se modifica en
los procesos de
transferencia desde las propias sociedades
originales. Ello es, adaptando y adoptando comportamientos
originados en cada uno de los espacios que ocupa. Destacamos
fundamentalmente el hecho histórico ineludible de ocasionar con la
conquista, la alteración del mundo indígena originario en procesos
generados por la dominación. El proceso de resignificación y
reorientación que aquí tenemos en cuenta, estuvo así ligado a las
diversas formas de ocupación, a los procesos de encuentros y
resistencias étnicas, a la parcial y progresiva desestructuración socioeconómica, a la alteración de los rasgos identitarios originales y a la
generación de una merma incalculable de la población prehispánica.
Experimentando inicialmente los sujetos históricos
protagonistas de los primeros tiempos el choque de culturas, la
resistencia y la adaptación, se desplazaron en el tiempo hacia la
configuración de una interesante variedad de sociedades originales,
complejas, y creadas con el aporte de la totalidad de los sujetos que
la integran. Ellos interactuaron activamente en su construcción. El
resultante fue la mezcla étnica y la superposición de prácticas
sociales diversas, aquellas surgidas en las sociedades americanas
originarias, en las sociedades hispánicas - particularmente la
castellana – y aún en la africana. Estas generaron en su conjunto
formas de relación diversas, oscilantes, ambiguas, aceptadas,
negociadas o resistidas en cada caso y oportunidad. Generaron entre
los sectores dominantes diversas estrategias de sujeción y de
disciplinamiento para el aprovechamiento y explotación de la mano
de obra, recursos naturales y sociales.
Elegimos entre los actores que mediaron entre unos y otros a
los integrantes de la Iglesia católica que acompañaron a los
conquistadores transformándose en agentes centrales, dado que
visualizaron la realidad desde la normativa, las prácticas y erigieron
4
las primeras parroquias y misiones. Los destinatarios, los receptores,
fueron los pobladores de las regiones de nuestro territorio pobladas
por agricultores y cazadores recolectores más o menos avanzados del
noroeste, la cordillera y el nordeste del actual territorio argentino
buscando particularmente la influencia de la religión y de la
religiosidad sobre las poblaciones indígenas evangelizadas e
hispanizadas en dichas áreas. Recordamos que la riqueza de las
nuevas fuentes y las posibilidades dentro de las corrientes
historiográficas actuales, inducen a destacar el hecho de que todo ser
humano es un agente que provee de significación a su conducta.
Esta, a su vez, está caracterizada por su reflexibilidad. Ser un agente
es por consiguiente tener poder porque, actuar implica la capacidad
de hacer, de intervenir de modo de transformar e influir en el mundo.
Recordemos asimismo que la convergencia de relaciones
entrecruzadas, la oposición y su anulación instalando diversas
técnicas de coacción, modifican y son modificadas por la misma
sociedad constituyendo contrapoderes locales regionales y externos. 2
La participación de los integrantes de la Iglesia como parte del
sector dominante en el disciplinamiento de los pueblos sometidos y
la fijación de la normativa destinada al control social, contribuyeron
a la reorganización del espacio en las regiones más pobladas del
territorio más austral de América Hispánica: el noroeste, Centro,
Cuyo y el litoral. Las prácticas adaptadas y adoptadas en cada caso
por dominadores y dominados con anterioridad a la llegada de los
Jesuitas contribuyeron a configurar sociedades e identidades
diferenciadas. La comparación de los espacios está respaldada en la
configuración de nuevas sociedades originadas en nuestro territorio
sobre la base de la existencia de poblaciones originarias con rasgos
distintivos y pertenecientes a estadios culturales diferenciados que
2
Nidia Areces Estado y frontera en el Paraguay. Concepción durante la
dictadura de Dr. Gaspar Rodríguez de Francia Tesis. Universidad de
Huelva. Publicada con el mismo título, Asunción, Centro de Estudios
Antropológicos de la Universidad Católica. Biblioteca de Estudios
Paraguayos, vol. 68, 2007.
5
nos permite observar la creatividad de los individuos ante nuevas
experiencias coloniales (conquistadores, indios, mestizos, negros,
mulatos).
Nos propusimos así señalar las formas de comunicación y de
circulación entre diferentes espacios sujetos a similares estrategias y
tácticas de dominación e igual normativa poniendo énfasis en las
respuestas obtenidas. Con el objetivo planteado yo misma intento en
el primer capítulo visualizar el problema y consignar el desarrollo
historiográfico sobre la temática.
Por su parte María Cecilia Oyarzábal indaga en la imposición
de la religión y los rasgos de los naturales como feligreses en el
territorio de Santiago del Estero, orientando su mirada hacia los
primeros sínodos y concilios en la región. Considera además
diferentes posiciones teóricas acerca del mito y el imaginario surgido
en un área marginal y de frontera.
Guadalupe Moreno, la antropóloga del grupo, propone
recorrer las primeras entradas al territorio de San Salvador de Jujuy,
resaltando las coyunturas que permitirían comprender las
características de la evangelización de la población indígena que, a
pesar de la presencia relativamente temprana de los eclesiásticos, no
genera una conversión real hasta la fundación de la ciudad de San
Salvador de Jujuy en 1593. A partir de ese año, el proceso de
evangelización, promovido en gran medida por la acción de los
encomenderos, habría estado enormemente ligado a la creación de
los pueblos de indios.
María Candela De Luca observa las estrategias utilizadas por
el clero en la organización inicial del área correspondiente al Alto
Perú, ciudad de La Plata en la cercanía del territorio correspondiente
a la Villa Imperial de Potosí, y sus anexos rurales, siendo este el
territorio correspondiente a la confederación Qarakara – Charka. Con
dicho objetivo destaca la función de las wakas como factores
6
organizadores y aglutinantes sociales y entidades sacras en las que se
articula lo natural, lo social y lo sobrenatural, en un parentesco
directo con el culto a los antepasados.
Susana E. Aguirre analiza el tema de la precariedad de la
evangelización en la región de Cuyo que vivía una situación
particular, especialmente en lo tocante a la asistencia en materia
religiosa. Alejada de la sede de la Diócesis de Santiago de Chile a la
que pertenece, permanecía incomunicada durante varios meses al
año al cerrarse los pasos cordilleranos. No obstante la constante
movilización de la población en reiteradas sacas, demuestra que
existe finalmente preocupación en la diócesis chilena sobre la
situación de la región en el análisis de los sínodos allí reunidos.
Finalmente Diego Citterio analiza la contrastante situación del
área del Litoral con respecto a la región estudiada en los capítulos
precedentes basado en los procesos que tienen lugar en las ciudades
de Santa Fe y Corrientes. Sostiene que caracterizada como un área en
la que prima la inestabilidad con secuencias de avances y retrocesos
y una frontera viva, se impone la necesidad de aplicar estrategias
diferentes a los sistemas experimentados por los conquistadores en
otros territorios que aquí no resultaron exitosos y con ellos las
ordenes de religiosos que comenzaron a construir las primeras
iglesias en la región.
Excluyéndonos a directora y codirectora del proyecto que
origina estos trabajos, Silvia C. Mallo y Susana E. Aguirre, los
autores lograron aquí dar un paso más en el inicio de sus carreras
como futuros investigadores y entre todos logramos sintetizar y
actualizar la problemática que abordamos.
Silvia C. Mallo
7
Entre la evangelización y la apropiación del espacio y de los
hombres
Silvia C. Mallo*
El énfasis puesto en las últimas décadas en la historicidad de
las relaciones estimula e impulsa a la búsqueda y revisión de la
comprensión del sentido de las acciones humanas en cada contexto
espacio temporal. Las nuevas perspectivas nos inducen a indagar en
las motivaciones y a observar a los agentes actuando, mostrándonos
sus percepciones personales tanto en la dimensión de sus
experiencias y subjetividad como en su papel en la construcción
misma de los lazos sociales, su articulación, apropiación y
reapropiación. Nos propone observar, en síntesis, en la suma del
accionar de los individuos, los modos colectivos de organizar el
espacio y distribuir el tiempo en un contexto específico.
Los fundamentos teóricos actuales destacan la capacidad de
los individuos para reconocer múltiples normativas, identificar sus
respectivos contenidos, percibir situaciones y cualidades. A partir de
*Profesora en Historia Universidad Nacional de La Plata. Investigadora
Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas.
8
la disparidad de sus experiencias, construir el orden del mundo en el
que viven - al mismo tiempo un orden propio y consensuado – es, sin
duda, la capacidad que originó el mundo americano colonial en el
proceso de conquista y dominación. Reconstruir el proceso histórico
colonial es poner atención sobre los condicionamientos estructurales,
las transformaciones y hacer uso de sus contradicciones a través de
prácticas cambiantes y articuladas, estrategias individuales o
colectivas y representaciones elaboradas por los diferentes sujetos
sociales en sus experiencias vitales.
Por todo ello se acentuó la búsqueda de la percepción de los
estímulos, las imposiciones sociales, los intereses, las necesidades,
las ansiedades y las esperanzas, lo cotidiano, lo vivido. Nos
preocuparon las formas de apropiación, la reapropiación y la
transformación de este mundo. Ello significa indagar e interpretar a
través del conocimiento, las condiciones para la acción de los
individuos y los grupos en el contexto de la red de relaciones sociales
y de códigos socialmente entendidos. Hoy se enfoca el análisis de
las experiencias sociales de los integrantes de la sociedad sin olvidar
el carácter reflexivo y activo de las conductas o los comportamientos
que eran impensables hasta hace pocos años y por ello la propuesta
es revisar procesos históricos ya considerados en la historiografía
desde la perspectiva de su complejidad. 3
Experiencias, comportamientos, representaciones, las
limitaciones impuestas al accionar de los individuos y de los grupos,
nos permitieron a los historiadores orientar nuestra mirada hacia lo
que arqueólogos y antropólogos demandaban desde las primeras
décadas del siglo XX, es decir, la perspectiva analítica de lo vivido
desde una mirada desde abajo y desde el interior de la sociedad. Se
transforma así en nuestro principal objetivo. “Aprehender la
experiencia e indagar sus interacciones con la acción y su papel en la
3
Bernard LEPETIT, Les formes de l’experience. Une autre histoire sociale.
Paris, Albin Michel, 1995
9
progresiva constitución de una identidad social plurideterminada,
como base para la emergencia de los grupos sociales como actores
colectivos, relacionados dinámicamente”4, Anclajes estructurales,
dimensiones subjetivas, factores culturales, diferencias étnicas,
cuestiones de género, entre otras variables nos impulsan a analizar la
sociedad americana con renovadas perspectivas.
La historia de la sociedad colonial americana, la que
transcurre entre el siglo XVI y el XVIII se desarrolló, como hemos
señalado, no sólo en términos de utilización y superación de los
modelos teórico-metodológicos sino por su necesidad de responder a
problemáticas diferentes y particulares. Por una parte, la de ser una
sociedad colonial es decir, con el propósito específico de generar
formas y estrategias de dominación que perdurarán durante tres
siglos y se extenderán en el tiempo independiente. Por otra parte, por
ser por consiguiente una sociedad implantada que se modifica y
reconfigura en los procesos de transferencia desde las propias
sociedades originales, adaptando y adoptando comportamientos
diferenciados en cada uno de los espacios que ocupa de lo que
resultan siempre culturas yuxtapuestas y entrelazadas. Y, destacamos
fundamentalmente, que en el mencionado proceso se produce el
hecho histórico ineludible de ocasionar con la conquista la alteración
del mundo indígena originario en procesos generados por la
dominación en lo que se refiere a las diversas formas de
ocupación, a los procesos de encuentros y resistencias étnicas, a la
parcial y progresiva desestructuración socio-económica, a la
alteración de los rasgos identitarios originales y a la de generar una
merma incalculable de la población existente en cada región. En
síntesis, se modificaron en dicho proceso el espacio real, el social y
el simbólico resignificándose y orientándose hacia otros centros de
culto, de poder y de memoria.
Beatriz MOREYRA, , “La producción sobre historia social en las últimas
décadas: Líneas de indagación, temas y perspectivas” en
I Jornadas
Internacionales de Historiografía, "La Historiografía en el último cuarto del
siglo XX”, 29 y 30 de Septiembre de 2005, Vaquerías - Córdoba
4
10
En las últimas décadas, en el contexto de un dinámico
proceso de renovación de los estudios históricos de la sociedad, estos
se vieron indudablemente influenciados por los enfoques
provenientes de las restantes ciencias sociales. Los ejes de análisis se
desplazaron desde los económicos y demográficos hacia los estudios
culturales, el análisis del imaginario y el intento de identificar el
desarrollo de diferentes mentalidades. La reconstrucción de lo
cotidiano y rutinario y de la vida material ubicó al hombre y a sus
experiencias en el centro de la escena. El actual giro historiográfico
en torno a una historia social repensada constantemente, impacta
indudablemente en la historia americana abriendo nuevos caminos
para su reconstrucción. Sin embargo, debemos destacar que no todo
es producto de la actual renovación, el desarrollo historiográfico en
América ya había adquirido por sí mismo un derrotero particular que
Halperín Donghi ha destacado como “una perspectiva distinta de la
que podía alcanzarse desde la cumbre”5.
Todo lo expuesto significa que en la sociedad colonial se
manifiestan tempranamente las diversas reglas de juego, el uso real
que hacen de estas los sujetos históricos, así como de los márgenes
de libertad que se permiten. Su análisis e interpretación estuvo ligada
durante mucho tiempo a ser considerados “deformaciones” del
modelo europeo. Se suponían ya generadas en la mezcla de culturas
y en desiguales asimilaciones que eran interpretadas como el signo
mestizo de la singularidad americana. En estas perspectivas de
análisis e interpretación, los cambios producidos en los últimos
veinticinco años encuentran en la historia colonial un campo fértil.
Ello es porque están vinculados al estudio de la sociedad visualizada
Tulio HALPERÍN DONGHI “Historiografia colonial y multiculturalismo.
La Historia de la colonización entre la perspectiva del colonizador y la del
colonizado” en Margarita MENEGUS BORNEMANN (coord) Dos
décadas de investigación en historia económica comparada en América
Latina. Homenaje a Carlos Sempat Assadourian , pp.17-46. México, El
Colegio de México. 1999
5
11
como un fenómeno histórico. Campo fértil por una parte, para la
aplicación de enfoques microhistóricos, por la otra, porque demostró
la necesidad de un análisis de las sociedades preexistentes a la
conquista en un tiempo largo que dio origen a la etnohistoria. Esta
última, se centraría en una mayor precisión en el análisis de estas
sociedades que - como señalara Franklin Pease - estaban “en relación
con pero diferenciadas de un sistema político específico
caracterizado por el orden colonial”6. Agregamos la incorporación
al análisis de nuevas fuentes y perspectivas de género, uso del
lenguaje (el de las comunidades indígenas, el de las formas de
dominación, el de la resistencia)
y, fundamentalmente, al
protagonismo de los individuos en la construcción de lazos sociales.
Esta perspectiva estuvo ligada a las problemáticas generadas
en la misma historia americana y en las restantes ciencias sociales,
en especial la arqueología y la antropología. En función de los
cambios en la perspectiva con la que se encaraban dichas temáticas
los historiadores se vieron obligados a agudizar la mirada, reconocer
el protagonismo de diferentes actores y cambiar los términos y el
lenguaje para referirse al mismo proceso histórico: desechar
descubrimiento y enfatizar conquista, expansión, colonización,
explotación, forzamiento y choque o encuentro de dos mundos. Es en
ese derrotero en el que después de transcurrir por “la visión de los
vencidos” – una de las formas de reconocer al otro protagonista del
proceso de apropiación – el “encuentro de dos mundos” se presenta
como un hallazgo que otorga a todos los espacios dominados en el
largo proceso de expansión europea, la endeble armonía de la
aceptación, la colaboración, la explotación, la resistencia, la fuga
individual, la resistencia cotidiana. La cuestión no se detiene allí
Franklin PEASE G. Y. “Historia y etnohistoria andina: Balance de treinta
años” en Margarita MENEGUS BORNEMANN (coord) Dos décadas de
investigación en historia económica comparada en América Latina.
Homenaje a Carlos Sempat Assadourian, pp. 47-58. México, El Colegio de
México. 1999
6
12
Desde la historicidad del conjunto de relaciones, procesos,
desarrollos, acontecimientos y sujetos sociales se impusieron y
generaron problemáticas específicas cuya resolución nos condujo a
explicar nuestra propia identidad. Instituciones y sujetos sociales
participaron activamente en la construcción de las sociedades
americanas y, para interpretar la configuración social de los estados
americanos, no podía obviarse la presencia de la mano de obra
forzada colonial: la población indígena y la población esclava. Ello
significa que ya en la segunda década del siglo XX la historiografía
se orientó, siguiendo los modelos impuestos por la historiografía
europea hacia al estudio de la normativa y de las instituciones
implantadas, pero también se planteó otros interrogantes originados
en el desarrollo interior de la misma sociedad americana. Con el
aporte de arqueólogos y antropólogos, apuntó a la posibilidad de
interpretar cada caso particular desarrollado en este continente. Ello
ocurrió coincidentemente en tiempos en que también se daban
procesos históricos en los que se ampliaban las formas de
representación política.
Con ese criterio y adoptando una nueva mirada sobre la
experiencia inicial de la conquista y apropiación del territorio
argentino en el proceso general de dominación hispánica, podemos
observar que pesa sobre el accionar de los conquistadores la
experiencia acumulada de las prácticas aplicadas por unos y otros en
un proceso de más de cincuenta años de conquista previa a la llegada
a nuestro territorio. Por consiguiente, el actual territorio argentino,
este último espacio incorporado en la segunda mitad del siglo XVI y
primera treintena del siglo XVII, último confín y periferia del
imperio, presenta el antecedente de un modelo ya probado y un plan
a ejecutar. Al mismo tiempo experimenta las múltiples vallas que la
realidad vivida impone en los nuevos espacios a dicho plan.
Entretanto, a fines del siglo XVI en el área andina que con Nueva
España ha sido una de las dos áreas denominadas centrales, se
consolidó la dominación del espacio. Ello es ya en plena posesión del
centro minero de Potosí y con la presencia del virrey Toledo como
13
fuerte representante de la Monarquía y con la extensión de un
aparato burocrático intrincado que organizaba su dominio y
garantizaba la presencia de la Corona en territorios americanos. Esta
avanzó así en este período hacia el control definitivo de los espacios
conquistados y en las áreas centrales se abandonó paulatinamente la
encomienda – instrumento inicial de control y apropiación del
espacio - dando espacio a las haciendas.
Desde ese espacio ya organizado que ingresaba en la etapa
de desaceleración de la conquista, se elaboraron diferentes formas de
consolidar la dominación en los últimos territorios incorporados en el
cono sur, destacándose fundamentalmente la búsqueda de la
integración al espacio peruano y la conexión con España por el
Atlántico para soslayar la marginalidad y el aislamiento que
impedían a los primeros pobladores, sobreponerse a la pobreza.
Cuando la Corona planteaba la necesidad de fundar puertos que
agilizaran la comunicación y la protección de la región en vistas a las
apetencias portuguesas, inglesas y holandesas, Matienzo proponía las
vías navegables para lograr el mismo objetivo. Por el contrario por su
parte Toledo consideraba suficiente una red de ciudades protectoras
del área minera que no sobrepasaran el área de Santiago del Estero.
El espacio pensado como homogéneo y con acceso a una abundante
mano de obra ya puso en evidencia particularidades y diferencias
culturales. Contaban con territorios poblados del oeste sobre la
cadena andina del noroeste y Cuyo, el centro y el litoral.7
Ernesto J. A. MAEDER, “La población indígena en la Argentina
prehispánica y colonial”,
en Universidad Nacional de CórdobaInternational Union for the Scientific Study of Population. Cambios
demográficos en América latina: la experiencia de cinco siglos. Córdoba,
1998, pp. 705-714. Se estima la población total del territorio entre 793.000
y 981.000 [Jane Pyle] correspondiendo al noroeste entre 244.000-305.000
[Mario Boleda] y 500.000 [R. Pucci], en tanto el litoral carece de
estimaciones. Para ese período están basadas en recuentos y visitas (15831586-1607-1673) incidiendo en la disminución general la guerra, las
enfermedades, el despoblamiento, la desnaturalización y los corrimientos.
7
14
En esas líneas las diferentes entradas, por mandato o
desobediencia, abrieron vías de comunicación y fundaron la red de
ciudades que fueron generando diferentes intereses, conflictos y
soluciones locales en tanto las comunicaciones e intercambios con
Santiago en Chile, , Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán con el
Alto Perú y el área litoral y corredor fluvial atlántico del complejo
representado por Asunción en Paraguay Santa Fe, Corrientes, Buenos
Aires y Brasil quedaron establecidas en el territorio conquistado.
En contraposición, en las nuevas áreas conquistadas aún en
proceso de apropiación y asentamiento a fines del siglo XVI, todavía
diversos conflictos agitan el panorama hasta mediados del siglo
diecisiete. Por una parte, una de las características que acompañaron
a la “pobreza” del territorio fueron la precariedad y la flexibilidad en
la aplicación de las leyes que condujeron al pragmatismo y al libre y
directo accionar y protagonismo de los nuevos pobladores Por la
otra, la resistencia de calchaquíes y chaqueños complicando la
construcción de la dominación de encomenderos comparativamente
pobretones, otorgaron fragilidad a los asentamientos a través de la
inseguridad de fronteras móviles y belicosas. Traslados de
asentamientos abandono y desaparición de otros, ponían a los
conquistadores tanto de Tucumán como Paraguay y el litoral, en
situación de crisis permanente de la apropiación y organización del
espacio.
Entretanto las comunidades dominadas fueron utilizadas para
el trabajo agrícola, ganadero y de transporte, para el comercio, la
comunicación y fundamentalmente la guerra. Experimentaron así,
su desestructuración, disminución por enfermedades, muerte y
restricción en la reproducción, dispersión y reimplantación. El
servicio personal y la encomienda permanecerían como las formas
más aptas de explotación de la mano de obra indígena para quedarse
hasta el siglo XVIII. Presentaron una diferencia con las establecidas
en otras áreas en tanto la guerra permanente no permitiría preservar
las comunidades preexistentes.
15
La secuencia de marchas y contramarchas en la apropiación
y organización del espacio entre la última década del siglo XVI y los
primeros treinta años del XVII nos muestra una realidad azarosa y si
todo asentamiento colonial reconoce un período de veinte a treinta
años para su consolidación, en este caso la inestabilidad fue el signo
predominante. Hacia el final del período que describimos la crisis
llega a su punto culminante con la pérdida de Londres, Concepción
del Bermejo, Esteco, la rebelión de los diaguitas las primeras
calchaquíes en Tucumán, el alzamiento de los guaycurúes, la
invasión de los bandeirantes paulistas en las reducciones guaraníes
del Guayrá y de las Sierras del Tape. El triunfo del Gran Chaco y del
Chaco Austral en movimientos de resistencia aún antes de la llegada
de los españoles, no les dio a estos respiro y generó la constante
guerra fronteriza, la militarización de toda la población, los
repliegues, la inestabilidad y vulnerabilidad general.
En ese contexto en el que se dificulta la configuración y
consolidación de las nuevas sociedades producto de la dominación, y
ya comenzada la desestructuración de la identidad que la
territorialidad otorgaba a las poblaciones indígenas, surgen entonces
dos actores colectivos que nos preocupan y que en su accionar
individual van gestando una nueva realidad. En primer término, los
genéricamente denominados a partir de entonces indios, las
comunidades preexistentes al proceso de apropiación y destinatarios
de la evangelización y la aculturación. En segundo término los
hombres de la Iglesia agentes, mediadores culturales y también
hombres de su época que con su accionar representan al fundamento
básico de la Corona y de los particulares para proceder a la
apropiación y reorganización del territorio.
Nos interesaron aquí las relaciones construidas entre ambos
agentes en este período, particularmente por los sacerdotes y
religiosos no Jesuitas, y sus formas de accionar tanto en forma
individual como colectiva. El proceso es minuciosamente descripto
por los historiadores los pasos estipulados para la incorporación de
16
los indígenas a la cristiandad y al reino como súbditos de la Corona
(alianza político militar, bautismo, súbdito, tributario). Son muy
sugerentes las páginas dedicadas a las dificultades y penurias de los
primeros tiempos de contacto y de organización de la Iglesia como
institución en tiempos en que prima la escasez y la desigual
distribución geográfica del personal. La decadencia moral, los
intereses en juego, la explotación de los indígenas aparecen una y
otra vez rescatando a los individuos protagonistas tras la normativa
férrea y los claros objetivos sociales, políticos y económicos puestos
en marcha por la Corona.8
En los últimos tiempos se han planteado como temas
predominantes la religiosidad y sus representaciones y la
universalidad de passeurs y mediadores entre diferentes universos
culturales. La circulación de cuerpos, prácticas, saberes e
imaginarios de los “agentes de la globalización” configurando redes
en un mundo global en el que representan a la “monarquía católica y
contribuyen a la conformación de “elites católicas”. Entre ellos se
encuentran los clérigos, cronistas, letrados, poetas, aventureros,
pícaros, tránsfugas, funcionarios, comerciantes, marineros, soldados
contando con los espacios de intercambios de todo tipo en las
iglesias, posadas, fondas tiendas, fiestas y festejos. Ello da a los
religiosos un espacio particular como agentes del mundo que se
impone con la conquista. 9
8
Cayetano BRUNO, Historia de la Iglesia en la Argentina, Buenos Aires,
Editorial Don Bosco, 1966. Roberto DI STÉFANO y Loris ZANATA,
Historia de la Iglesia Argentina. Desde la conquista hasta fines del siglo
XX, Buenos Aires, Grijalbo-Mondadori, 2000 [2ª Edición. 2009]
9
Serge GRUZINSKI, “Passeurs y elites “católicas” en las Cuatro Partes del
Mundo. Los inicios ibéricos de la mundialización. (1580-1640)”, en Scarlett
O’PHELAN GODOY y Carmen SALAZAR-SOLER, editoras, Passeurs,
mediadores culturales y agentes de la primera globalización en el Mundo
Ibérico, siglos XVI-XIX, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú,
Instituto Riva-Agüero, Instituto Francés de Estudios Andinos, 2005.
17
Para ello indagamos en la conjunción de diversas variables
entre las que la principal está vinculada al análisis de los espacios
geográficos originales y las formas y usos de sus recursos por parte
de las comunidades que las habitaban, los que permitieron la
configuración de sociedades y generaron culturas con características
específicas. Las formas de ocupación y el entrecruzamiento de
intereses manifestados en las políticas aplicadas respecto a la
organización inicial en la dominación de estas áreas marginales es
otra variable de consideración. Por último, consideramos la
comparación de ambos espacios respaldada en la configuración de
nuevas sociedades. Estas, surgidas en nuestro territorio sobre la base
de la existencia de poblaciones originarias con rasgos distintivos y
con estadios culturales diferentes, estarán a la vez comunicadas e
igualadas en el nuevo proceso histórico que experimentan. La
existencia en ambos espacios de abundante población, practicando la
agricultura en ambos y con complementación y/o predominio de la
caza y la pesca en el litoral, la existencia de diversas formas de
organización social y política en ambos espacios generarán ante
similares metodologías de dominación e idéntica normativa
diferentes alianzas, formas de resistencia y prácticas diversas en cada
caso.
La construcción de los grupos de poder encontraría en ambos
casos polarizada a la sociedad en construcción. En estas, las alianzas
de las élites, representadas entonces por los encomenderos, alineaba
en su grupo a los integrantes de la Iglesia como mediadores entre
todos los sectores locales y representantes de la Corona junto con
otros funcionarios. Ellos se ubicaban en la cima de la sociedad o en
los intersticios de los sectores medios cuando no alcanzaban a
ubicarse en ella. Entretanto indios repartidos, apropiados,
transferidos en el espacio y reasentados, poblaciones movilizadas,
comunidades en resistencia evidenciaban quiebres, dispersión,
enfermedad y muerte conducentes a la creatividad de la autodefensa
ante las nuevas experiencias coloniales. Los indígenas, cualquiera
fuera su jerarquía dentro de su propia comunidad, se ubicarían por
18
consiguiente en múltiples espacios marginales de la estructura social
impuesta por las políticas e intereses de la dominación.10
La representatividad historiográfica de los agentes
Los sujetos a evangelizar: los indios
Una de las formas en las que la historiografía ha ido
recuperando imágenes de los indígenas está ligada a la recuperación
de las crónicas obviamente teñidas de un lenguaje estereotipado de
fuertes adjetivos calificativos del idioma hispánico para identificarlos
indudablemente
desde la perspectiva del dominador. Su
entrecruzamiento con papeles oficiales permiten configurar
identidades e imágenes contradictorias de la población dominada
(salvaje-belicoso, pagano, haragán, sumiso, taimado) y, aún mucho
más, la evidencia de los múltiples conflictos que atraviesan los
grupos diferenciados y entrelazados a la vez de dominadores e
indígenas. El análisis pormenorizado de visitas que muestran aún la
dificultad establecida para el control de la población y por otra parte
la configuración de espacios de producción y de circulación ya
predeterminados, enriquece las perspectivas de análisis desde la
segunda mitad del siglo XVII. El período que nos propusimos
conocer más profundamente es el previo, el que corresponde al
proceso de asentamiento y comienzo de la consolidación de la
configuración de la sociedad americana en el hoy espacio argentino
entre la segunda mitad del siglo XVI y los primeros treinta años del
siglo XVII.
La preocupación inicial de la historiografía estuvo vinculada
a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, al objetivo de
establecer, en el proceso de afianzamiento de la nacionalidad, los
10
Santiago CASTILLO y Pedro OLIVER (coords) Las figuras del
desorden, Heterodoxos, proscritos y marginados, Madrid, Actas del V
Congreso de Historia Social de España, Ciudad Real, 10 y 11 de noviembre
de 2005, Siglo XXI, 2006
19
orígenes históricos, centrándolos en el papel jugado por las elites
fundadoras en cada espacio. Dicha tendencia es evidente en los
objetivos enunciados en la creación de Juntas provinciales de
estudios históricos. Más tarde, el explícito objetivo de los
historiadores del centenario consistió en garantizar la identidad
nacional en el contexto del americanismo y, en un proceso que se dio
en forma similar en toda Hispanoamérica que coincidió además con
el restablecimiento de relaciones privilegiadas con España.
Reivindicar la gesta de la conquista de cada uno de los territorios y
del conjunto de América fue entonces un proyecto político prioritario
tomando como base el desarrollo institucional que ubicaba en el
espacio central al siglo XVIII y a la Revolución de Mayo. Por
consiguiente la población indígena aparecía preferentemente en los
estudios históricos a través del estudio de las formas legales que se
fueron aplicando en el territorio para hacer efectiva y organizada la
apropiación.
A partir de la primera mitad del siglo XX historiadores y
editores de documentos de los archivos americanos hicieron efectiva
afortunadamente una de las propuestas que consistió en la
publicación de fuentes históricas que aparecieron a lo largo de toda
la primera mitad del siglo, como las actas de cabildo, cronistas y
diferentes colecciones documentales en las que se destacan las
recopilaciones realizadas por Antonio Larrouy (1909), Emilio
Ravignani (1909) y particularmente por José Torre Revello y
Roberto Levillier. Entre las revistas y colecciones, la Colección de
Textos para la Historia del Derecho Argentino (1939), los
Documentos para la Historia Argentina, la Colección de
Publicaciones Históricas de la Biblioteca del Congreso Argentino, la
Revista de Buenos Aires, la Revista de la Biblioteca Nacional, los
Documentos históricos y geográficos relativos a la conquista y
colonización rioplatense, la Biblioteca de Autores Españoles, la
Recopilación de Leyes de los Reynos de Indias, la Política Indiana
de Juan de Solórzano y Pereyra, la Legislación sobre Indios del Río
de la Plata de Juan García Santillán, la Colección de documentos
20
para la historia de la formación social de Hispanoamérica (14931810) editada por Richard Konetzke. Las publicaciones del Instituto
de Historia del Derecho, los Libros Registros, cedularios del
Tucumán y Paraguay. Catálogo 1573-1716 y Temática de las
constituciones sinodales indianas. Siglo XVI-XVIII. Arquidiócesis
de La Plata, entre otros. En todos estos documentos la población
indígena se presenta como el actor fundamental del que depende la
consolidación del espacio en el que se han asentado ciudades y
sociedad hispánica e hispanizada.11
Paralelamente se publicaron documentos que contenían
cifras y estudios demográficos interdisciplinarios destinados a
establecer las dimensiones cuantitativas y étnicas de la población en
cada uno de los espacios nacionales que incluían como preocupación
fundamental la de la dimensión de la población indígena e
incorporaban la dimensión del mestizaje. Ángel Rosenblat, Manuel
Cervera, Nicolás Bessio Moreno y específicamente la obra de
Salvador Canals Frau, Horacio Difrieri y Milcíades Vignati son un
ejemplo. En la década del sesenta y desde entonces en forma
ininterrumpida la demografía histórica produce con permanentes
renovaciones metodológicas que muestran desde diferentes
perspectivas a la población indígena originaria y su presencia en los
subsiguientes períodos históricos coloniales, independientes y
nacionales. Entre múltiples estudios monográficos se destacan los
estudios de Nicolás Sánchez Albornoz, Ceferino Garzón Maceda,
Emiliano Endrek, José Luis Moreno, Ernesto Maeder, Jorge
Comadrán Ruiz, Aníbal Arcondo, María del Carmen Ferreira, Dora
Celton y el estudio específico de la población indígena de Mario
Boleda y Enrique Tandeter.
11
Emilio RAVIGNANI, "La población indígena en las regiones del Río de
la Plata y Tucumán en la segunda mitad del siglo XVIII", en Actas y
Trabajos Científicos del XXV Congreso Internacional de Americanistas, La
Plata, Argentina, II, 287-305; 1932:
21
En los años sesenta y setenta la temática del indio obtuvo en
América Hispánica un impulso fundamental acompañado por las
nuevas formas de hacer historia en la posguerra y por los intereses
desplegados en la temática por arqueólogos y antropólogos. La
edición de estudios analíticos de los escritos de los cronistas
editados en centros de investigación de diversos lugares del mundo.
Historiadores y antropólogos como Miguel León Portilla, Pedro
Carrasco, Silvio Zavala y Enrique Florescano en México, Rubén
Vargas Ugarte y Raúl Porras Barrenechea, Luis Lumbreras, Pablo
Macera, Franklyn Pease, Thierry Saignes y María Rostorowski de
Diez Canseco en Perú, Mario Góngora y Álvaro Jara en Chile. Todos
los que preanunciaron el estallido de estudios de los pueblos
americanos originarios antes y después de la llegada de los españoles
y la aparición del recorte de la etnohistoria. Las áreas centrales
coloniales, México y Perú, atrajeron a estudiosos de Estados Unidos
y Europa y sentaron asimismo bases en nuevos enfoques y
metodologías que influyeron en el desarrollo del tema y son hoy
clásicos en la historiografía americana colonial. Tal es el caso de la
obra de George Gibson, Francoise Chevallier, William Taylor, Eric
van Young y Nancy Farriss en México y John Murra, Nathan
Wachtell, James Lockhart, Burkholder y Chandler, Nicholas
Cushner en el área andina. Se imponía asimismo la perspectiva del
“choque de culturas” definitiva y casi exclusivamente centrada en la
violencia, el exterminio y la desestructuración de las poblaciones
aborígenes de los años sesenta entre los cuales destacamos
representando esta corriente, las selecciones de cronistas de Josefina
Oliva de Coll, en el área andina los trabajos de Nathan Wachtell y
entre nosotros los de Ricardo Rodríguez Molas.
El sistema de encomiendas, el desarrollo urbano, el sistema y
producción de las haciendas, el trabajo y particularmente la
problemática del uso de la mano de obra indígena y su resultante la
“saca de indios”, el tributo, la disminución de la población indígena,
las figuras de caciques y corregidores y las formas de religiosidad,
fueron temas tratados sistemáticamente en todo el continente. Entre
22
los setenta y los noventa, las nuevas perspectivas y enfoques sobre el
período temprano se profundizaron con los aportes de Ceferino
Garzón Maceda, Guillermo Madrazzo, Gastón Doucet, Enrique
Tandeter, Ana María Lorandi desde la antropología y la historia en
estudios referidos al sistema de encomiendas, el trabajo indígena, la
minería y la circulación de bienes, la legislación, el sistema de visitas
y el proceso de colonización temprano frente a las resistencias
indígenas. Paralelamente los trabajos en el área andina de Steve
Stern y Susan Ramírez, de Enrique Tandeter, Olivia Harris, Peter
Bakewell, Josep Barnadas o Brooke Larson avanzaron sobre esta
línea integrando a la población indígena a toda la gama de
actividades desarrolladas durante el período colonial.
Los festejos del quinto centenario del descubrimiento y
conquista de América en 1992 coincidieron con la renovación de los
estudios coloniales y con la aparición de una versión historiográfica
armónica que se enfrentaba a la versión violenta del “choque de
culturas” por la del “encuentro de culturas”. La historiografía
latinoamericana había ido rescatando paulatinamente la imagen
histórica y fundamentalmente literaria de la población indígena
siguiendo sus propios intereses en la búsqueda de su identidad
colectiva, centrando estos intereses inclusive en la gesta de la
resistencia. Surgió entonces en el panorama de los estudios sobre la
expansión europea y el proceso general de colonización una
conjunción entrecruzada de diversas tendencias de análisis y
metodologías en torno a las problemáticas originadas en las ciencias
humanísticas que colocaban al indígena en el centro de las
preocupaciones. En primer término la otredad orientada hacia la
visión y percepción del otro movilizó a la literatura, a la antropología
y a la historia en la búsqueda de nuevas imágenes y transcripciones
de la experiencia del “encuentro”. El discurso de cronistas y agentes
de la Corona y la percepción de la población americana originaria ya
era el centro de atención cuando impactó considerablemente la obra
23
de Tzvetan Todorov12. En segundo término la preocupación europea
y norteamericana por el proceso globalizador de la expansión y
percepción de los “nativos” movilizó a los historiadores de las áreas
colonizadas y en especial a los de India, a aplicar y extender el
análisis de la subalternidad al concepto específico de la categoría
especial del subalterno colonizado o en un sistema de dominación
colonial que puso al indígena americano en la mira.
Los debates surgidos en la historiografía norteamericana con
este criterio en torno a la ampliación del espacio analizado y
comparado desde una perspectiva interdisciplinaria, estuvieron
destinados a resaltar el papel jugado por dicha historiografía. La
inclusión de toda la amplitud del área colonizada que incorpora no
sólo a Filipinas sino a todo el extremo oriente y a África y Oceanía
fue recogida por Patricia Seed en lo que denominó el “discurso
colonial” en la tendencia de lo que se planteó como la
caracterización de los “coded encounters”13. Es decir, el encuentro de
culturas que reemplazaba armoniosamente al choque de culturas en
la conmemoración de los quinientos años de la conquista. Dicha
propuesta abortó en sus mismos comienzos en lo que a América
latina concierne con la negativa misma de los historiadores y literatos
de ese origen vinculados a dicha historiografía norteamericana.
Basada en la revisión de las bases retóricas y conceptuales con las
que se había abordado a los viajeros europeos y americanos y la
reelaboración de los conceptos vinculados a las formas de establecer
un “orden colonial” originado en la forma de autoridad establecida
en cada espacio, su propuesta se vincula con la relación entre
indígenas y evangelizadores. Ello es, tratando de rescatar las formas
de apropiarse de las rituales y formas del cristianismo y en el uso de
modelos de organización resignificados como en el caso de las
cofradías desde otro uso y otras formas implementadas por los
12
Tzvetan TODOROV, La Conquista de América, La cuestión del otro.
Buenos Aires, Siglo XXI editores, 1987
13
Patricia SEED, Colonial and postcolonial discourse, Latin American
Research Review 26, 1991
24
“nativos” diferentes a las previstas por los dominadores y
mediadores culturales para su aprendizaje.
Las críticas de Hernán Vidal se centraron en la renovada
comprensión social de la literatura de los setenta y en su orientación
a la culturología entendida como el estudio de las formas en las que
la producción simbólica en general impulsa a las agencias sociales y
permite la transformación histórica. Objeta la revitalización de la
política de discusión de la autoridad que en América Latina se da en
el contexto de las teorías de dependencia y considera que la
dimensión política en el análisis cultural no puede reducirse a la
deconstrucción textual de la autoridad bajo la excusa de una crisis en
la noción de subjetividad social14. Por su parte, Walter Mignolo
destaca que no debe olvidarse el espacio desde el cual se emite el
discurso, señalando que el tercer mundo no es sólo un espacio de
estudio sino uno desde el que se habla y, por consiguiente, la
literatura colonial implica que el criterio discursivo establecido en
los centros metropolitanos no es la producción literaria colonial en el
lenguaje de las culturas colonizadas. La conclusión válida es además
que estas no son percibidas por las culturas de los colonizadores. Ello
es singular cuando queremos analizar los discursos de los indios
americanos, en transmisión oral interpretada por los dominadores o
peor aún pictográfica,
desde el concepto generalizado del
analfabetismo y las escasas posibilidades de expresarse de los
sectores subalternos15. Rolena Adorno a su turno, también discute la
noción de discurso colonial y nos recuerda la larga tradición de
América Latina que concentra en José María Arguedas y la
“Transculturación narrativa en los Andes” aparecida con anterioridad
a los años sesenta y representando a historiadores y antropólogos
14
Hernán VIDAL, The concept of colonial and postcolonial discourse. A
perspective from Literary criticism. Commentary and debate, Latin
American Research Review, 113-119,1993
15
Walter MIGNOLO, Colonial and Postcolonial discourse. Cultural
Critique or Academic Colonialism?, Commentary and debate, Latin
American Research Review, 120-131,1993
25
locales que rescataron ya el discurso de múltiples intérpretes y
testigos nativos16.
Paralelamente en el contexto de los “New World encounters”
se desarrolla especialmente la historiografía centrada en los primeros
contactos surgiendo en Estados Unidos, España y Chile trabajos
que tratan sobre la cuestión de los primeros contactos entre religiosos
e indígenas, la apropiación de símbolos religiosos de ambos sujetos,
el papel jugado por los misioneros, la adopción de santos referidos
especialmente a las experiencias vividas en México y Perú.17
16
Rolena ADORNO, Reconsidering colonial discourse for sixteenth and
seventeenth century Spanish America, Commentary and debate, Latin
American Research Review, 135-144,1993
17
Citamos algunos casos. Agradecemos el material publicado en Estados
Unidos al Dr. Osvaldo Barreneche. Stephen GREENBLATT. New World
Encounters, Maureen AHERN: “The Cross and the gourd. The
appropriation of ritual signs in the Relaciones of Alvar Nuñez Cabeza de
Vaca and Fran Marcos de Nizza”. Louise M. BURKART: The missionary
missionized en The Slippery Earth: Nahua –christian moral dialogue in
sixteenth century México. Stephanie WOOD: “Adopted Saints: Christian
images in nahua testaments of late colonial Toluca, en The Americas,
XLVII (3), 1991, pp. 259-294, Stephanie WOOD: The Cosmic conquest:
Late colonial views of the sword and cross in central Mexican Títulos en
Ethnohistory, 38, 1991, pp. 176-195. Irene SILVERBLATT: “Political
memories and colonizing symbols: Santiago and the mountain gods of
colonial Perú”. Jorge PINTO et all: Misticismo y violencia en la temprana
evangelización de Chile, Universidad de la Frontera, 1991. Pilar GARCÍA
JORDÁN, Cruz y arado: la construcción de los orientes en el Perú y
Bolivia, 2004. Universidad del País Vasco: Mesianismo, joaquinismo y
religiosidad. Nuevas perspectivas sobre el castigo de la heterodoxia
indígena en la Nueva España S. XVI-XVII, 2005. Jorge E.
TRASLOSHEROS: Los indios ante los fueros de Justicia religiosa en
Hispanoamérica virreinal, 2010. Ana de ZABALA BEASCOECHEA ed.
Los indios, el Derecho Canónico y la justicia eclesiástica en la América
virreinal. Madrid, Frankfurt Iberoamericana Vervuert, 2011, 244 pp.
26
En los noventa ya no hay dudas que tal como expresa Steve
Stern
“…Una nueva historia vio en los indios de tiempos
tempranos algo más que víctimas, desprotección,
objetos de traumas y paternalismo. Se pensó en
explorar la agencia indígena, las adaptaciones y
respuestas en un entretejido de poder opresivo y
mortalidad sino buscando la iniciativa indígena en
el temprano orden social colonial en su conjunto”18
Los últimos años en la historiografía argentina
Ya entonces la historiografía argentina no ignoraba que en los
orígenes de las sociedades argentinas y en las americanas
encontraría, en tiempos coloniales tempranos, los indicios de su
carácter peculiar. Rastrearía entonces no sólo la supervivencia de los
mismos hasta la actualidad sino que se uniría a la arqueología y a la
antropología en el estudio profundo de los procesos prehispánicos
con el objetivo de encontrar la esencia de lo americano. Avanzando
sobre la cuestión, se abrieron entonces diferentes líneas de
investigación que detallamos en la bibliografía al final de este
trabajo la que indudablemente no es exhaustiva sino orientadora.
Ello es también sin mencionar aquí los trabajos entre otros de Raúl
Mandrini, Guillaume Boccara, Marta Bechis, Silvia Ratto y Lidia
Naccuzzi que se vinculan a la misma temática en el área geográfica
bonaerense y patagónica
La legislación aplicada a la población indígena abordaba
inicialmente por Enrique de Gandía y por Ricardo Zorraquín Becú
fue tratada desde la perspectiva de la historia del Derecho por Gastón
Doucet quien realizó un análisis exhaustivo sobre la temática. Al
comenzar los años noventa también Abelardo Levaggi coordina una
Steve Stern, “Paradigms of Conquest. History, historiography, politics”
Journal of Latin American Studies, 24, Quincentennial Supplement 1992
1-34 esp. 26-29 . Citado por Rolena Adorno op cit pp. 136
18
27
compilación que constituye una síntesis y atraviesa la legislación
argentina sobre los aborígenes del pasado y del presente.
En el caso de Córdoba surgen tempranamente diferentes
líneas de investigación que perviven y marcan tendencias sobre la
temática. Por una parte Carlos Luque Colombres ya se ocupa de la
cuestión de la población indígena y Carlos S. A Segreti lo hace en el
período temprano previo a las ordenanzas de Alfaro al mismo tiempo
que Beatriz Solveira publica sus primeros trabajos acerca de la
encomienda en dicho territorio. Endrek incursionó en la problemática
del mestizaje y, a comienzos de los ochenta, Josefina Piana de
Cuesta bajo la dirección de Enrique Tandeter, publicaba su tesis
sobre los indígenas en Córdoba en el período inicial.
Por otra parte las primeras publicaciones de Ceferino Garzón
Maceda y de Carlos Sempat Assadourian vuelcan incialmente el
centro de atención hacia la problemática de la producción y la
circulación en la región del noroeste en el período colonial.
Generaron escuela en la continuidad de los estudios de Silvia
Palomeque sobre la circulación y la población aborigen y Anibal
Arcondo sobre cuestiones demográficas especialmente que aportan
una mirada sobre la población indígena en su evolución a través del
tiempo El conjunto impulsa los actuales estudios y tendencias
visibles en los encuentros y jornadas de historia de los últimos años
vinculadas a la encomienda en los trabajos de Isabel Castro Olañeta,
a la tierra en el tiempo largo con Sonia Tell y la actuación de los
curas doctrineros con Carlos Crouzeilles. En un trabajo conjunto
publicaron un cuidadoso estudio y transcripción de las fuentes
eclesiásticas de Santiago del Estero que permite acceder a ellas a
todos los interesados en el tema y el período.
Vinculadas al desarrollo de la arqueología del grupo del Dr.
Eduardo Berberián en Córdoba y el noroeste, Beatriz Bixio y
Constanza González Navarro formaron un grupo de trabajo y
centraron sus estudios en la población indígena de Córdoba desde la
28
perspectiva de la imposición de la lengua, las formas de resistencia,
el impacto sobre el noroeste de dichos conflictos en la sociedad
temprana de la región y sobre el trabajo indígena tanto en áreas
rurales como urbanas. Su trabajo conjunto se evidencia en el
esfuerzo de la publicación de la visita de Luxán de Vargas en la
jurisdicción de Córdoba. Dicha Visita es central para el conocimiento
del proceso histórico de la segunda mitad del siglo XVII y ha
permitido en los últimos tiempos diferentes abordajes que tienen en
la región del Litoral su complemento en la visita de Andrés Garabito
de León.19
En otras áreas del noroeste, ya a comienzos de los ochenta
aparece otro trabajo histórico de impacto en los estudios referidos al
Gastón DOUCET, “Introducción al estudio de la visita del Oidor don
Antonio Martínez Luxan de Vargas a las encomiendas de indios del
Tucumán” en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana,
Facultad de Filosofía y Letras. Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires,
Tomo XII, n° 26, pp. 205-246, 1982. Roxana BOIXADOS y Carlos
ZANOLLI La visita de Luján de Vargas a las encomiendas de La Rioja y
Jujuy. Estudios preliminares y fuentes. Buenos Aires, Universidad Nacional
de Quilmes, 2003. Judith FARBERMAN-R. BOIXADÓS, “Sociedades
indígenas y encomienda en el Tucumán colonial. Un análisis comparado de
la Visita de Luján de Vargas”, Revista de Indias, Sevilla; Año: 2006 pp.
601 – 628. Beatriz BIXIO (directora), CONSTANZA González Navarro,
Romina Grana, Valeria Iarza “Visita a las encomiendas de indios de
Córdoba 1692-1693”, Córdoba, CEH Prof. Carlos S A Segreti, Serie
documental tomos I-II, 2009. Estela NOLI “Indios ladinos del Tucumán
colonial. Los carpinteros de Marapa” en Andes, Salta, CIUNSA, v. 12 n° 1,
2001. Citado en Bixio et al. “Los pueblos de indios, indios sin pueblos. Los
calchaquíes en la Visita de Luxan de Vargas de 1693 a San Miguel de
Tucumán” en Anales, Nueva época Instituto Iberoamericano, Universidad
de Goteborg, 6, 2003. María Laura SALINAS, Dominación colonial y
trabajo indígena. Un estudio de la encomienda en Corrientes colonial.
Asunción Centro de estudios Antropológicos de la Universidad Católica,
Biblioteca de Estudios Paraguayos. 2010
19
29
noroeste realizado por Guillermo Madrazo que generó asimismo
escuela y continuidad en esta línea de estudios. Ello es visible
especialmente en la creación de la revista Andes en la Universidad
Nacional de Salta fuertemente impulsada posteriormente por Sara
Mata y publicada hasta el presente. Se destacan asimismo, bajo su
influencia inicial, las investigaciones de Gabriela Sica, de gran
predicamento entre los historiadores jóvenes, en la Universidad de
Jujuy. Allí mismo, donde los arqueólogos argentinos dedicados a las
poblaciones prehispánicas encuentran un espacio para su estudio,
otro historiador también hace escuela, Daniel Santamaría que volcó
su interés en la temática, particularmente a la zona chaqueña colonial
y, llegando a la actualidad, abarca un espacio que vincula la
problemática del noroeste con el nordeste. Siguiéndolo Enrique Cruz
localizó el espacio analizado en la perspectiva de la historia social y
religiosa. Por último se destacan muy especialmente los trabajos de
tres investigadoras muy independientes y conectadas a la vez en el
ámbito nacional e internacional que, procedentes de diferentes
universidades nacionales, actúan como generadoras activas de
espacios de investigación sobre la misma región y aún en algunos
casos extendida a los territorios coloniales hoy pertenecientes a
países vecinos. Se trata de Judith Farberman, de Raquel Gil Montero
y de Mónica Adrian.
En la región de Cuyo se destacan en los últimos tiempos los
trabajos de Margarita Gascón centrados en cuestiones de fronteras
coloniales, los de arqueología y etnohistoria de Catalina Teresa
Michieli y los de Florencia Roulet. En el Litoral extendido a
Paraguay la población guaraní y la presencia de las misiones
jesuíticas se transformaron en el centro de interés de historiadores,
arqueólogos y antropólogos. Los trabajos de Branislava Susnik,
Barbara Potash, Juan Carlos Garavaglia, Nidia Areces, e Ignacio
Telesca en Paraguay, de Ernesto J.A Maeder, María Laura Salinas en
Corrientes y el nordeste y de Nidia Areces en Rosario, aportan
valiosa información sobre el área.
30
El avance considerable de los estudios arqueológicos en
diferentes universidades impusieron con fuerza nuevos modelos de
análisis que no podían ser ignorados- Desde la antropología y la
etnohistoria, es importante el impulso de los estudios centrados en
los aborígenes tanto en el área andina como fluvial litoral, en los
últimos tiempos prehispánicos y en los primeros de la conquista y
hasta la actualidad. Ana María Lorandi en consonancia con los
estudios surgidos en México y especialmente en el área andina
generó escuela en estos estudios y creó la revista Memoria
Americana abordando no sólo el tema del servicio personal en el
área andina de nuestro territorio sino también la problemática de la
resistencia temprana de las poblaciones indígenas. Los trabajos de
Mercedes del Río y Ana María Presta, se vinculan originalmente con
la creación de dicho grupo y revista y continúan en forma
independiente orientados en la misma línea. Entre otros
investigadores de este grupo según lo que consigna la revista
Memoria Americana han hecho aportes fundamentales. En el área
andina del noroeste y el área guaranítica se destacan Roxana
Boixadós, Lia Quarleri, Mercedes Avellaneda, Guillermo Wilde
Juan Pablo Ferreiro, Carlos Zanolli
En síntesis, la población indígena de nuestro territorio está
siempre presente en el proceso histórico colonial con un
protagonismo permanente, activo, formando parte de la sociedad o
enfrentándola. Aparece en la documentación con diferentes
categorías y asignación de funciones derivadas de construcciones
propias de la dominación colonial que dejan al margen su
heterogeneidad evidente. Los aglomera bajo el mismo techo de la
buscada hispanización aún cuando son visibles las diferencias en la
experiencia del “encuentro”, en circunstancias y espacios diferentes
como el noroeste y el litoral argentino. Es así tributario, concertado,
está en depósito, es mitayo, cacique, indio de tasa, indio principal,
hechicero, yanacona. Son guaraníes, guaycurúes, chaqueños,
chiriguanos, charrúas, tobas, huarpes, mocovíes, omaguacas o
comechingones que habían generado culturas muy diferentes los que
31
experimentaron indistintamente como sometidos, repartidos, en
servicio personal, alquilados, sacados, reducidos.
Los evangelizadores: religiosos y sacerdotes
Consideramos que la participación de los integrantes de la
Iglesia como parte del sector dominante está específicamente ligada
al disciplinamiento de los pueblos sometidos y a la fijación de la
normativa destinada al control social y a mantener su posición
marginal en la estructura social. Cumpliendo dicha función ellos
contribuyeron a la reorganización del espacio en las dos regiones
más pobladas del territorio más austral de América Hispánica: el
noroeste y el litoral. Nos interesaron particularmente las prácticas
adaptadas y adoptadas en cada caso por dominadores y dominados
con anterioridad a la llegada de la Compañía de Jesús. Los Jesuitas,
orden cuya fuerte impronta conduce a considerarla tradicionalmente
como la que consolidó la reorganización definitiva del espacio,
actuó sobre un terreno ya abonado de marchas y contramarchas en el
término aproximado de veinte años de ocupación del espacio,
encontrándose a su llegada aún en situación de caos y dispersión. A
pesar del caos y el esfuerzo inicial estimamos que estos primeros
hombres, los de las tres primeras generaciones contribuyeron ya a la
configuración de dos sociedades con identidades diferenciadas sobre
una base y accionar común marcado por los dominadores. La
evangelización, estrechamente ligada a los títulos legítimos de la
dominación, fue uno de los principales objetivos políticos de la
Corona centrado en el proceso de hispanización.
La historiografía americana y europea sobre el tema es
temprana y abundante encarándola globalmente para todo el
continente,20 o localizándola especialmente en las áreas centrales de
20
Constantino BAYLE, El Clero secular y la evangelización de América,
1950. Jacques ROGIER, R. AUBERT, m. Knowles, The Christian
centuries: a new history of the Catholic Church, Londres, 1964. Javier
MONTALBÁN, Ricardo García VILLOSLADA y Bernardino LLORCA,
32
la dominación en América,21 o en la específica del accionar de las
diferentes órdenes de religiosos que fueron protagonistas especiales
de la evangelización.
En Europa y América la historiografía comenzó a producir
muchos trabajos referidos tanto a la relación de la Iglesia con la
sociedad colonial como con la cuestión de las formas de religiosidad
y la más específica de la religiosidad indígena en México con
Rodolfo Aguirre, en Chile con Jorge Pinto, Lucrecia Enríquez y Sol
Serrano, en Perú con Gabriela Ramos, en Brasil con el estudio de la
Visitas episcopales de Rolando Vainfas han indagado más
extensamente en la cuestión.
En la historiografía argentina la historia eclesiástica colonial,
fue cultivada por religiosos y sacerdotes, tendencia que estuvo
eds., Historia de la Iglesia Católica, Madrid, 1954-1963. Leandro TORMO
SANZ, Historia de la Iglesia en América latina, Madrid, 1963,1963 A.
YBOT LEÓN, La Iglesia y los eclesiásticos en la empresa de Indias,
Barcelona, 1954-1963. León LOPÉTEGUi, Felix ZUBILLAGA, Antonio
de EGAÑA, Historia de la Iglesia en la América española desde el
descubrimiento hasta comienzos del siglo XIX, Madrid, 1965-66. Citados
en Leslie BETHELL, ed. Historia de América latina, II 241-245 y otros
más utilizados entre nosotros. Enrique DUSSEL Historia de la Iglesia en
América Latina, Barcelona, 1962. Y con el mismo coordinador Historia de
la Iglesia en América latina. El peso de los días. SXV-XX, Salamanca,
CEHILA, Ed. Sígueme, 1994. Pedro BORGES Historia de la Iglesia en
Hispanoamérica y Filipinas. S. XV-XIX, Madrid, 1992. Paulino Castañeda y
Juan Marchena Fernández, La jerarquía de la Iglesia en Indias: el
episcopado americano, Madrid, 1992
21
Mariano CUEVAS, Historia de la Iglesia en México, México 1921-1928
C. SILVA COTAPOS Historia Eclesiástica de Chile, Santiago, 1925 Rubén
VARGAS UGARTE, Historia de la Iglesia en el Perú, Lima y Burgos,
1953-1962, José María VARGAS Historia de la Iglesia en el Ecuador
durante el Patronato Español, Quito 1962,
33
presente en la profusa producción del Padre Guillermo Furlong 22en
la del Padre Nelson Della Ferrera 23 y en la obra monumental y
sistemática del Padre Bruno24
A ellos agregamos en los últimos veinte años, sin citar los
autores vinculados al accionar de la compañía de Jesús que ha
concentrado la mayor parte de los estudios desde los del Padre
Guillermo Furlong, a muchos otros historiadores que en el contexto
de otras investigaciones, se interesaron en la temática en todo el
país.25 La lectura de los trabajos de Roberto Di Stéfano y Jaime
22
Guillermo Furlong S.J. Los Jesuitas y la cultura rioplatense. Primera
edición Buenos Aires, Huarpes, 1940. Segunda Edición Buenos Aires,
Universidad del Salvador, 1984. … Las misiones y sus pueblos guaraníes,
Buenos Aires, 1962. …José Sánchez Labrador S.J. y su yerba mate,
Librería del Plata, 1960. …Joaquín Camaño, S.J. Y su noticia del Gran
Chaco, Buenos aires, 1955
23
Nelson DELLA FERRERA, “La Iglesia Diocesana: las Instituciones” en
Academia nacional de la Historia Nueva Historia de la Nación Argentina. 2:
Período español 1600-1810, Organización y acción de la Iglesia, Buenos
Aires, ANH- Planeta, 1999. Con José M Arancibia “Los Sínodos del
Antiguo Tucumán”, Buenos Aires 1979.
24
P. Cayetano BRUNO, Historia de la Iglesia en la Argentina, Buenos
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evangelización del territorio argentino, Buenos Aires, Academia Nacional
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Indias, Buenos Aires, Ed. Don Bosco, 1987, 96 pp..
25
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Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia-Planeta, tomo 2,
período español 1600-1810, 1999. Santiago BARBERO, Estela M.
34
Peire nos indujeron a repensar el tema. Por su parte Valentina
Ayrolo, María Elena Barral, Alicia Fraschina, se destacan entre los
historiadores argentinos que han dado un nuevo impulso a la
temática en el período colonial particularmente siglos XVIII y
XIX. 26. Ana María Martínez de Sánchez trabaja en Córdoba sobre
sermones, cofradías y derecho canónico marcando otra tendencia.
Asimismo Enrique Cruz en Jujuy estudia las cofradías en ese
espacio. Gabriela Gareta, Isabel Zacca se integran al tema a partir de
sus indagaciones sobre la muerte y los enterramientos y Telma
Chaile, sobre el culto mariano en el período colonial en Salta.
Patricia Fogelman innovando con nuevas metodologías
desde la perspectiva de la imagen como instrumento de la
evangelización, las cofradías de indios y el culto mariano publica
periódicamente la revista Gere (Prohal) y Vitral, UBA y convoca a
congresos sobre la temática realizando indudablemente un aporte
sistemático en la línea de la historia cultural. Entre los historiadores
sólo conocemos la existencia de una tesis, la de Carlos Crouzeilles en
la Universidad Nacional de Córdoba, vinculada a la cuestión de los
primeros curas doctrineros en las encomiendas. Esperamos su
publicación ya que una mirada a la publicación de la documentación
correspondiente a las visitas de la segunda mitad del siglo XVII,
muestra la escasez de su presencia en las mismas.
ASTRADA y Julieta CONSIGLI. Relaciones ad limina de los Obispos de la
Diócesis del Tucumán. Siglos XVII al XIX, Córdoba, 1995. Daisy RÍPODAS
ARDANAZ, Métodos de evangelización en las misiones jesuíticas
guaraníes, Archivum n° 19, Buenos Aires, Junta de Historia Eclesiástica
Argentina, 2000.
26
Ver Patricia Fogelman, “De la historia social de la Iglesia a la historia
cultural de la religión en la historiografía argentina reciente”, en S. Mallo,
B. Moreyra, coords. Miradas sobre la historia social en la Argentina en los
comienzos del siglo XXI, CEH Carlos S. A Segreti” Córdoba, CEHAC,
UNLP. 2008, pp. 137-162
35
En síntesis y concluyendo, si bien el tema tiene larga
tradición en la historiografía, en la línea de trabajo que nos
propusimos de permitir el diálogo activo entre ambos agentes, los
historiadores nos dieron los datos necesarios sobre los procesos
básicos de la trama histórica sobre la que indagamos, han dirigido
además sus miradas a otras cuestiones referidas al tema y en cierta
forma han considerado a ambos agentes separadamente en tanto aquí
tratamos de indagar sobre la interacción. Son los antropólogos los
que han avanzado sobre dicho diálogo. Es el caso de Guillermo
Wilde que si bien aborda la cuestión desde el accionar de la
Compañía de Jesús, llega a indagar en los espacios más complejos de
las relaciones y en el tema más inasible de las religiones y las
religiosidades.
En el análisis de la historiografía existente se puede
observar la relación inicial entre evangelizadores y evangelizados,
visualizamos a los constructores de las primeras iglesias y de la
burocracia católica, observamos la existencia de legislación y
conflictos surgidos en este proceso. Las imágenes muestran la
endémica escasez de religiosos, la resistencia de los sacerdotes para
trasladarse a estas regiones y fuera de los espacios urbanos, la
precariedad dominante en los primeros tiempos y en contraposición,
la organización rápida de la Iglesia como institución aún cuando su
estructura estaba aún vacía. Aparece una normativa renovada en la
metrópoli y en Indias en función de las nuevas experiencias.
Necesitamos ahora una síntesis después de entrecruzar todas
las experiencias individuales y colectivas desde una mirada atenta en
cada parroquia, reducción, misión creada en territorio argentino. El
surgimiento de oratorios privados y de formas de enterramiento
cristiano en las áreas rurales y urbanas y seguir preguntándonos:
¿Cómo acompañaron los religiosos el proceso de conquista? ¿Cómo
se relacionaron con los indígenas en el primer contacto? ¿Cuál fue su
presencia en el momento inicial de la conquista antes de la llegada de
la Compañía de Jesús? ¿Cómo se menciona a los indígenas y a los
36
religiosos en las actas tempranas de los Cabildos y Cabildos
eclesiásticos y que problemáticas se señalan? ¿Cómo están presentes
en la justicia capitular temprana indígenas y sacerdotes o religiosos?
Y en los archivos notariales y testamentarías? ¿Cuál fue el
comportamiento de los indígenas en la instancia de la conquista?
¿Cómo accederemos al conocimiento de las experiencias en cada
comunidad indígena, en cada parroquia? ¿Como a las experiencias
en cada chacra, estancia, encomienda o las aldeas que entonces
llamaron ciudades? ¿Como a la implantación de rituales en cada
espacio? ¿Cuántos Cabildos indígenas funcionaron en nuestro
territorio, cuánto tiempo y cuáles fueron los problemas planteados?
Podemos confirmar que en los márgenes del Imperio escasearon los
religiosos inicialmente y también en el siglo XVIII. ¿Abundaron las
vocaciones sacerdotales y en las órdenes recién en la segunda
generación de españoles? ¿Si así fue podemos afirmar que ello fue en
la búsqueda estratégica de espacios individuales de poder de las
familias de encomenderos ya conformadas? 27 ¿Cómo se explica el
arraigo de la religiosidad católica? ¿Es debida al aumento de
vocaciones en la segunda generación o la temprana y rápida
estructuración de la Iglesia?
27
Daniel GATICA, El origen de las Familias Gatica de San Luis de
Loyola”, La Plata, Instituto de Genealogía y Heráldica de la provincia de
Buenos Aires, tomo II, La Plata 1997. Citado en trabajo final de seminario
UNLP, Los conquistadores de Cuyo, 2010 aludiendo al hecho de
identificar actualmente el apellido tanto al conquistador como al
conquistado.
37
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Salta, 1992 pp.39-70. “Los beneficios yerbateros en Concepción, frontera
28
Los títulos y datos de edición fueron obtenidos en la información que
cada investigador presenta al Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas, Argentina o en otras publicaciones de la
especialidad.
38
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75
Evangelizar en la frontera: Santiago del Estero 1553- 1630
Mg. María Cecilia Oyarzábal
“…la gente que alla ay es tanta es poco
el numero de los rreligiosos que pasan
para lo que es menester a cuya causa
mueren muchos de aquellos indios sin
lumbre ni conoscimiento de fee…1
Introducción
El espacio americano que se fue abriendo a los ojos europeos
se mostró como un mundo múltiple y complejo. Su geografía
heterogénea, su gente, sus expresiones de rebeldía o sujeción
enfrentaron a los conquistadores con su propio ideario, sus propias
limitaciones y preconceptos. Sistemas de creencias y coyunturas,
realidad y diversidad se confrontaron en un proceso de vastas
Licenciada en Historia en la Universidad Nacional de La Plata, Magister
de la Universidad Pablo de Olavide. Sevilla y becaria de ANPCyT de
proyecto radicado en Instituto de Historia del Derecho
1
Real Cédula al General de la Orden de San Francisco, 1550, en Roberto
LEVILLIER, Virreinato del Perú. Organización de la Iglesia y Órdenes
religiosas en el siglo XVI., Colección de Publicaciones Históricas de la
Biblioteca del Congreso Argentino, Madrid; sucesores de Rivadeneyra S. A.
1919, p. 40.
76
dimensiones, de complejas ramificaciones.
Es que el seno de
cualquier sociedad, hasta la que parece superficialmente como más
homogénea está organizado por tensiones, negociaciones y
conflictos. El contexto de conquista va a acelerar dramáticamente
estos procesos para dar a luz un mundo americano signado por el
mestizaje biológico y cultural. Desde los primeros contactos, el
Nuevo Mundo adquirió una dinámica totalmente novedosa y que
excedió en gran medida al proyecto conquistador, pléyade de
mezclas y génesis de nuevas formas que, en un movimiento
inagotable, definen y redefinen a América.
El presente trabajo busca brindar una mirada sobre el proceso
de evangelización en una región periférica, la que corresponde a la
actual provincia de Santiago del Estero. Para ello nos valdremos de
un marco teórico que pueda proporcionarnos los elementos para
pensar el fenómeno religioso en su polimorfismo, desde su función
legitimadora de poder, su imbricación en la cotidianeidad social o su
aspecto más íntimo, el que responde a procesos afectivos e
individuales. Pensar las necesidades que subyacen a la imposición
conquistadora, los rasgos que acercaron a los naturales en su papel de
feligreses nos permitirá acercarnos a ese objeto de tan difícil
aprehensión que es la religiosidad indígena post-conquista.
Por otro lado veremos de qué manera se desarrolla el proceso
de evangelización en una jurisdicción caracterizada por
particularidades que determinarán en gran medida el accionar de los
evangelizadores, el poder de los encomenderos y la relación con la
población indígena. Para ello nos basaremos principalmente en los
trabajos de especialistas que han estudiado la zona y en el estudio de
fuentes primordialmente eclesiásticas. La experiencia de aquellos
que nos han legado su testimonio (ya sea directamente como en el
caso de los cronistas o a través de los documentos propios de su
labor como los redactados por funcionarios laicos o eclesiásticos)
recurre invariablemente a la comparación con el antecedente
peruano. Es necesario pensar si esta tendencia no nos priva de
77
analizar esta región en su propia especificidad2, aunque en este caso
la condición fronteriza aparece como una contracara ineludible de la
experiencia que los conquistadores hallaron en el incario.
La empresa conquistadora americana contó con una doble
vertiente de poder, como bien lo explica Joseph Barnadas:
“A cambio de la legitimación de los derechos que
reivindicaban sobre un continente solo conquistado o
explorado parcialmente los Reyes Católicos estaban
obligados a promover la conversión de los habitantes de
las tierras recién conquistadas y a proteger y mantener la
iglesia militante bajo el Patronato Real. La política
eclesiástica se convirtió en un aspecto más de la política
colonial”.3
El afán de la Iglesia por evangelizar a los naturales de América debe
verse bajo el prisma de las múltiples formas en que la religión opera
en los individuos, proceso de una vastedad infinita que se extiende en
todos los planos de la vida y del espacio4. En efecto, las operaciones
2
Guía nuestra reflexión lo expresado por Casevitz, Saignes y Taylor cuando
critican el punto de vista andino- centrista que postula la influencia
unilateral de las sociedades serranas “más avanzadas” sobre los pueblos de
las tierras bajas”; Renard CASEVITZ, Thierry SAIGNES y A.C. TAYLOR,
Al este de los Andes. Relaciones entre las sociedades amazónicas y andinas
entre los siglos XV y XVII, Ediciones ABYA-YALA, IFEA, 1988.
3
Joseph BARNADAS, “La Iglesia Católica en la Hispanoamérica colonial”
en Leslie BETHELL, Historia de América Latina, tomo II: América latina
colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII, XVIII. p.186.
4
Las múltiples formas de incidencia en la vida de los naturales que trajo
aparejada la conquista ha sido ampliamente estudiado. Podemos citar a
modo de ejemplos los trabajos de Manuel BURGA, Nacimiento de una
utopía: muerte y resurrección de los incas, Lima, Instituto de Apoyo
Agrario, 1987. Marcello CARMAGNANI, El regreso de los dioses. El
proceso de reconstitución de la identidad étnica en Oaxaca. Siglos XVII y
XVIII, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1993. Nancy M.
78
de asimilación y reinterpretación5 del discurso religioso emanado
desde los evangelizadores dará lugar a la creación de un nuevo
universo cultural, un imaginario hijo de la conquista. Como ya se
sugirió, las particularidades de las sociedades autóctonas incidirán
notablemente en la experiencia, Elliot lo sintetiza de la siguiente
manera:
”En vista de los contrastes extremos que se encuentran en
los niveles de “civilidad” alcanzada por los diferentes
pueblos de América de la pre conquista, forzosamente
hubo grandes variaciones respecto al carácter de la
conquista de una región a otra y en cuanto a lo que se
necesitaba para el consiguiente control de la población
conquistada”6
FARRISS, La sociedad maya bajo el dominio español. La empresa
colectiva de la supervivencia, Madrid, Alianza Editorial, 1992. Serge
GRUZINSKI, La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y
occidentalización en el México español. Siglos XVI-XVIII, México, Fondo
de Cultura Económica, 1993. Tristan PLATT, “El feto agresivo. Parto,
formación de la persona y mito-historia en los Andes”, Anuario de Estudios
Americanos, vol. 58, No. 2, 2001, pp. 633-678. Steve J. STERN, Los
pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española,
Huamanga hasta 1640. Madrid, Alianza América, 1986, Nathan
WACHTEL, Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista
española (1530-1570), Alianza Editorial, Madrid, 1976
5
Guillermo BONFIL, “Los pueblos indios, sus culturas y sus políticas
culturales” en Néstor GARCIA CANCLINI (ed.), Políticas culturales en
América Latina, Grijalbo, México, 1987.
6
J.H. ELLIOT, “La conquista española y las colonias de América” en
Bethell Leslie(ed), Historia de América Latina. Tomo I:América Latina
colonial: La América precolombina y la conquista., Barcelona, Crítica, 1990
79
Para quienes se ordenaban en las filas de la Iglesia, numerosos
estudios entre los que podemos mencionar a los de Paul Gangster 7 y
David Brading8 comprueban que la carrera eclesiástica en América
estaba signada por la intención de ocupar un cargo en las principales
ciudades del imperio entre las que -ya lo veremos- no se contaba
Santiago del Estero ni mucho menos sus zonas rurales aledañas. La
imposibilidad de acceder a una plaza en alguna rica ciudad de las
zonas mineras de los Andes empujó a disgustados clérigos hacia la
frontera a través de accidentados caminos de topografía imposible e
indígenas belicosos. Es así que debemos sumar a las variables el
desconocimiento, los prejuicios y en muchos casos la desidia que
incidirán en el resultado de la empresa.
La región que nos ocupa y que coincide con el actual
territorio de Santiago del Estero, colindante con los Valles
Calchaquíes y el Chaco Gualamba y tributaria del imperio inca,
presenta notables particularidades. Habitada por pueblos
identificados como juríes por los andinos, más tarde fueron
catalogados como lules y tonocotes por los españoles. El impacto de
la conquista en las sociedades indígenas dependerá de varios factores
entre los que pueden contarse la organización social de los grupos de
naturales, el grado de contacto con el imperio inca y la forma en que
se estableció el proceso de conquista 9. La cercanía cultural con el
incario, sus formas de trabajo y sociabilidad fueron un valor
Paul GANGSTER, “Religiosos”, en Hoberman L, y Socolow S (comp.)
Ciudades y Sociedades En América latina, Bs. As., Fondo de Cultura
Económica, 1993, pp. 141-173
8
David BRADING, Una Iglesia asediada: el obispado de Michoacán,
México, Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 123-148
9
Silvia PALOMEQUE, “El mundo indígena”, en Enrique TANDETER
(comp.) Nueva Historia Argentina, tomo II: “La sociedad colonial”,
Sudamericana, 2000 p.102.
7
80
agregado en la empresa colonizadora10 en tanto que la lejanía de los
centros de poder y la ausencia de metales preciosos le restaban
interés. Sin embargo, más allá de estas diferencias, todos los órdenes
de la vida de las comunidades autóctonas se vieron sacudidos por la
intrusión europea. La caída demográfica, las formas de trabajo y
subsistencia impuestas y la violencia abierta son las expresiones más
sobresalientes de esto. La supresión de la religión autóctona y de la
lengua fueron dos de las acciones más decididas de intervención en
el acervo cultural autóctono. Y aparejado a estas acciones llegó la
trascendental repercusión hacia el interior de la vida, en el terreno de
las percepciones y del imaginario, de lo cotidiano e individual.
De fuerzas invisibles y esfuerzos manifiestos.
Productos sociales y productores de sociabilidad los sistemas
de creencias son dogmáticos y dinámicos, multifacéticos e íntimos a
la vez. Las creencias tienen un alto valor explicativo para las
sociedades en cuanto al mundo que las rodea y en el que están
inmersas. En un grupo humano tienen además un fundamental valor
en cuanto a las relaciones de diferenciación social que normalizan.
En este sentido, los sistemas míticos al ser apropiados por un grupo
hegemónico que los instituye y dogmatiza tienen una función
legitimante de un orden social determinado y contribuyen a la
perpetuación y a la reproducción del mismo. La religiosidad, el rito,
las pautas sociales y legales son herramientas de enorme eficacia que
solapadamente, bajo las formas más coactivas de la conquista
contribuyeron a la occidentalización de los pueblos originarios. En
ellos, la prerrogativa sobre el sistema cosmogónico es de una
importancia vital en el complejo de dominación. Si “las fuerzas
invisibles que controlan el universo”11 legitiman una estratificación
Gustavo PAZ, “Introducción al dossier: los pueblos de indios del
Tucumán colonial revisitados. De la desestructuración a la identidad”, en
Andes 19, CEPIHA, Salta, 2008.
11
Maurice, GODELIER, Lo ideal y lo material, Madrid, Taurus
Humanidades, 1989, p.191.
10
81
determinada la misma ganará consenso. Es necesario dimensionar
adecuadamente esta función en las sociedades pre modernas;
Maurice Godelier conceptualiza como monopolio del imaginario a
la dominación de algunos hombres sobre ciertos saberes
diferenciadores que establecerían las formas de control de unos
sobre otros en una sociedad sin clases:
“Los verdaderos actores de la historia saben que utilizan
medios “simbólicos” pero “saben” también, que su poder
por medio de los símbolos es un poder eficaz, real y no
ilusorio (...) Aquello que nosotros consideramos como
imaginario social y que es de hecho el acceso a los
medios para controlar la reproducción de la naturaleza y
de la sociedad”.12
Los actores sociales, por su parte se apropian del discurso
religioso más allá del dogma y la imposición respondiendo a la
sensibilidad, la afectividad o las necesidades personales de los
mismos. De este modo tenemos que ponernos frente a un producto
social que es a la vez una herramienta de poder y un sentimiento
movilizante de pasiones y susceptible a las reinterpretaciones.
Se hace necesario, entonces, no correr la mirada de las
motivaciones propias que acercaron a los individuos a abrazar ciertas
prácticas y desechar otras13. Los integrantes de una sociedad dada
Maurice GODELIER, “Constructores de otredad. Poder y lenguaje.
Reflexiones sobre los paradigmas y las paradojas de la legitimidad de las
relaciones de dominación y opresión”, Comunications nro. 28, París, 1973,
pp. 166-167
13
El fenómeno religioso ha sido estudiado desde diversas ópticas. Entre
ellas podemos mencionar a Bronislaw Malinowski (1884- 1942) que ve en
ella una correspondencia con los rituales de los ciclos de vida,
especialmente los relacionados con la muerte. Asume que los seres
humanos experimentan un agudo temor ante la muerte, indudablemente
como secuela de instintos hondamente arraigados. Es aquí donde la religión
12
82
comparten lenguaje y un sistema de referencias y de creencias. Unos
y otros deben ser vistos como instrumentos de comunicación y de
conocimiento pero sobretodo como amalgama simbólica de una
sociedad dada. Es en ellos donde a modo de columnas se yerguen los
preceptos de poder, se cimientan las desigualdades sociales, se
ensamblan los modelos familiares y se apuntalan los criterios sobre
lo que está permitido y lo que no.
En este sentido, Emile Durkheim propone no limitar la
religión a su aspecto sobrenatural sino verla en su dimensión
cultural, como fruto de un proceso histórico14. Debemos vislumbrar
en ella una importante función normativa: la división entre lo
sagrado y lo profano excede el dogma para adentrarse y reglar el
devenir cotidiano de los individuos y ordenar la sociedad. El
principio social de los esquemas de pensamiento, de acción, de
percepción, de apreciación tiene una estricta correspondencia entre
las estructuras sociales y las estructuras mentales, correspondencia
que se establece por la intermediación de la estructura de los
sistemas simbólicos, lengua, religión, arte, etc. La religión
contribuye a la imposición velada de los principios de estructuración
de la percepción y del pensamiento del mundo y en particular del
mundo social, en la medida en que ella impone un sistema de
prácticas de representaciones cuya estructura, objetivamente fundada
en un principio de división política se presenta como la estructura
sobrenatural del cosmos.
interviene, ofreciendo salvaguardas psicológicas. La religión aparece en la
sociedad de los hombres como resultado de una crisis individual. Aunada al
ritual, la misma tendría, entonces, una función catártica. Bronislaw
MALINOWSKI, Sex, culture and Myth , Londres, Hart Davies, 1963, p.
261, en Brian MORRIS, Introducción al estudio antropológico de la
religion, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1995, p. 186.
14
Emile DURKHEIM, Las formas elementales de la vida religiosa, Madrid,
Alianza, 1993, p. 35
83
Estas estructuras contienen así mismo una nota de profunda
aleatoriedad por lo que no debemos ver a la religión como un
producto unívoco. La base mítica de cualquier religión es un
conglomerado heterogéneo de relatos que puede generar las más
variadas disparidades, que pueden hacerse visibles, por ejemplo, a
nivel regional. Por otra parte se suma al juego la percepción
individual de los sujetos sobre el mundo divino y la devoción15. El
producto religioso es una mezcla de operaciones intelectuales y
operaciones afectivas o prácticas.
La realidad de toda cultura debe ser dinámica y abierta. Si
esto no sucediera se caería en la endogamia cultural y en el
etnocentrismo
y
consiguientemente
en
la
esterilidad.
Independientemente de la coyuntura histórica, aún prescindiendo de
una situación de conquista la transformación de la cultura es
inevitable. En el caso de los pueblos originarios americanos donde la
evangelización fue compulsiva y la decisión de imponer
premeditada el cambio será más drástico. Evidentemente hay una
recepción selectiva del discurso que emana desde la Iglesia. La
reinterpretación (operada o inconsciente) es parte fundamental de la
circulación del mensaje religioso. De ello se deriva que la forma que
toma la estructura de los sistemas de prácticas y de creencias
religiosas en un momento dado del tiempo puede estar muy alejada
del contenido original del mensaje y no puede comprenderse
completamente sino por referencia a la estructura completa de las
relaciones de producción, de reproducción, de circulación y de
apropiación del mensaje y a la historia de esta estructura. Las
En este sentido enriquece nuestro análisis el término “incorporación” que,
como lo expresa Emilio Willems: “indica ya que el papel del individuo en
el proceso de socialización no es meramente pasivo. Cada experiencia
representa una contribución activa: el individuo desenvuelve actitudes
entorno del valor y este va adquiriendo una significación totalmente
personal cargada de emociones” Emilio WILLEMS, “Asimilación y
aculturación” en Revista Mexicana de Sociología, vol. 6, nro. 3, sept. - dic.
1944, p. 294, en http: www.jstor.org.
15
84
representaciones y las conductas religiosas que se reclaman de un
único y mismo mensaje original no deben su difusión en el espacio
social sino al hecho de que reciben resignificaciones y funciones
radicalmente diferentes.
“Las representaciones religiosas son representaciones
colectivas que expresan realidades colectivas; los ritos
son maneras de actuar que solo nacen en el seno de
grupos reunidos y que están destinados a suscitar,
mantener o rehacer ciertos estados mentales de esos
grupos.”16
En sus formas más elementales, la religión es un intento por
explicar, a partir de la relación del hombre con la divinidad, los
hechos inmediatos que condicionan, y a menudo perturban, la
existencia humana. El discurso religioso, el rito logran la
manipulación simbólica de las aspiraciones. Cuando leemos en las
Constituciones de los Naturales17 que los indios bautizados deben
ser enterrados en las iglesias con el rostro descubierto, sin ofrendas y
que debe vigilarse que sus sirvientes no sean enterrados con ellos, no
debemos ver solo un intento de imponer piedad y apego al ritual
católico. Estas órdenes establecen que algo tan fundamental como el
destino último de aquel individuo es prerrogativa del orden
español.18 La insistencia sobre estas disposiciones en el Segundo
16
Sergio BAGÚ, La idea de dios en la sociedad de los hombres. La
religión: expresión histórica, radicalidad filosófica, pauta de creación
social, México, Siglo XXI editores, 1989. p. 22.
17
Primer Concilio Limense (1551), Constitución 25, “De la manera que han
de ser enterrados los indios” Rubén VARGAS UGARTE, Concilios
Limenses (1551-1772), Lima, Rávago e hijos, 1951, vol. 1.
18
En otra parte se señalaba también que debía impedirse que los familiares
guardasen los cadáveres en sus casas y que las demostraciones públicas de
duelo debían limitarse estrictamente a un día. Los funerales debían ser
exactamente como los que se celebraban para los cristianos, y se
recomendaba que en los pueblos no se cobrasen derechos por sepulturas:
85
Concilio Limense nos da una pauta de la renuencia a ser cumplidas.
Es que bajo estas expresiones culturales estaba latente el manejo de
los criterios de autoridad, poder y prestigio, atributos que las
autoridades indígenas y miembros de las élites nativas aspiraban a
tener y conservar y que simultáneamente la Iglesia y el poder
colonial buscaban controlar y dosificar.
El rito y el mito, así como la estructura y la simbología
eclesiástica cumplen una importante función en la religiosidad,
función que se verá incrementada en la evangelización de la
conquista. El ritual es una pieza innata de la expresión religiosa. El
mismo está constituido por una cadena de actos simbólicos
repetitivos y aunque acompaña al fenómeno religioso no pertenece
exclusivamente a la religión sino a la esfera de otros valores sociales,
que deben medirse como actos simbólicos sociales. Al
contextualizarla socialmente la religión nos da una nueva pauta de su
función, delimita lo permitido y lo prohibido, clasifica al mundo en
una dicotomía tajante: lo sagrado y lo profano signan el
ordenamiento de todas las cosas, las reales y las ideales. En el
pensamiento cristiano el lugar de culto y las imágenes tendrán un
valor sacro y singular, la contraposición con la idea de lo sagrado en
suelo americano es notable. Aquí, lo sagrado y lo profano se
entrecruzaban de una manera muy compleja si se lo considera
respecto al pensamiento occidental.19
Cuando el espacio ocupado es espacio sagrado.
Un tupido monte domina el paisaje de la región santiagueña y
las fluctuaciones de las aguas rigen los movimientos de la población.
“…Y se lleven con cruz y agua bendita, y con los oficios que a los demás
cristianos les suelen hacer. Por lo cual, ni por la sepultura, no se les lleve
limosna alguna, por quitar todo escándalo, lo cual se entiende en los pueblos
de indios…” Primer Concilio Limense, op. cit. p. 459.
19
Manuel BURGA, Nacimiento de una utopía: muerte y resurrección de los
Incas, Lima, Instituto de Apoyo Agrario, 1987
86
A la llegada de los conquistadores existía un patrón de asentamiento
en las riberas de los ríos que dominan la zona: el Salado al norte y el
Dulce al sur. La opinión en este aspecto es unánime: los cursos de
agua tenían una influencia fundamental en la vida de los
individuos20, Daniel Santamaría lo define como “el primer factor de
cambio ambiental y de localización humana” 21. Enrique Bruniard
describe al paisaje como cambiante, dependiente de las lluvias
estivales que acrecentaban el curso de los ríos y determinaban una
agricultura estacional:
“la marcada concentración estival y la variabilidad
interanual de las lluvias, junto a la horizontalidad de la
planicie, introducen diversos elementos de anormalidad
en el drenaje: desplazamientos laterales, derrames,
formación de bañados, lagunas temporarias, valles secos
o “madrejones” (…). En los interfluvios, sobre los suelos
zonales amarillos, se desarrolla un monte alto de
quebracho colorado santiagueño y quebracho blanco,
entre las especies más conspicuas, que se empobrece
hacia el espinal del noroeste y sobre los suelos
aluvionales,
tapizados con
un
monte
bajo,
achaparrado”.22
20
Judith FARBERMAN, Las salamancas de Lorenza. Magia, hechicería y
curanderismo en el Tucumán colonial, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, pp.
30-36; Silvia PALOMEQUE, El mundo indígena, op. cit. pp.96; “Santiago
del Estero y el Tucumán durante los siglos XVI y XVII. La destrucción de
las “tierras bajas” en aras de la conquista de las “tierras altas” en Silvia
PALOMEQUE (Dir.) Actas del Cabildo Eclesiástico. Obispado del
Tucumán con sede en Santiago del Estero, 1592-1667, Córdoba, Programa
de Historia Regional andina, CIFF y H, UNC, 2005, pp. 45-75
21
Daniel SANTAMARÍA, La sociedad indígena, en Nueva Historia de la
Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires,
Planeta, 1999, p. 188.
22
Enrique BRUNIARD, “El escenario geográfico”, en tomo I: La
Argentina aborigen. Conquista y colonización, Academia Nueva Historia de
87
Estos ciclos agrícolas procuraron una forma de uso de la tierra
que excluía la apropiación y la instalación individual, la recolección
de especies vegetales silvestres como el algarrobo y el chañar y la
caza proveyeron importantes aportes energéticos a la dieta de las
poblaciones originarias de la zona.23 La estructura social se
organizaba en torno a pequeños asentamientos con ordenación de
jefatura donde el poder de un cacique debía ser legitimado a través
de prácticas redistributivas. La recolección periódica de la algarroba
y del chañar actuaba como espacio donde se cohesionaban los lazos
sociales24.
El equilibrio ecológico que sustenta a las poblaciones
originarias escasamente pudo sostener las expectativas españolas. La
empresa de reducir indígenas dispersos en el monte lejos estaba de
proporcionar las mismas facilidades que se encontraron en los Andes
al movilizar mano de obra ya organizado en un sistema de mita. El
asentamiento del espacio urbano no se hace más sencillo, las crecidas
del Río Dulce socavan cimientos permanentemente y la salinidad del
suelo arrasa las paredes, la catedral reconstruida una y otra vez es el
símbolo más dramático de esta realidad. La relativa pobreza de la
zona (comparada con las áreas mineras conocidas por los
conquistadores), los conflictos bélicos de las fronteras y la
inestabilidad del asentamiento indígena incidieron en el
ordenamiento de la sociedad. El establecimiento de encomiendas
condujo a una profunda desestructuración de la población originaria
y a un predominio de tributo en servicio personal. Aunque esta forma
no fue unívoca su difusión fue promovida por la condición fronteriza
de la región, como indica Alejandra Anello:
la Nación Argentina, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires,
Planeta, 1999, p.48.
23
Rodolfo RAFFINO, “Las tierras altas del Noroeste”, en Nueva Historia
de la Nación Argentina, tomo I, op. cit., p.87.
24
Silvia PALOMEQUE, “El mundo indígena”, op. cit.
88
“…fueron los encomenderos quienes más se preocuparon
por resaltar las escasas posibilidades de desarrollo que
soportaba la sociedad tucumana debido a la pobreza de la
tierra argumento que les servía para justificar el servicio
personal como recompensa a sus méritos y servicios para
la corona española. Después de todo, el gobernador
Gonzalo de Abreu y Figueroa lo había legalizado en sus
ordenanzas de abril de 1576, contraviniendo la
legislación vigente en materia de encomiendas para el
resto de América. A comienzos del siglo XVII, en el
Tucumán, la encomienda seguía asentada sobre la base
del servicio personal, mientras que en otras latitudes
había evolucionado hacia el pago del tributo.”25
Sin embargo, a pesar de la escasez, esta no fue la única manera de
tributar; la algarroba, los hilados, el algodón, la miel y la cera26
también constituyeron bienes preciados en la magra economía
colonial.
La ciudad de Santiago del Estero se estableció
definitivamente en el año 1553 por obra de Francisco de Aguirre27,
en las márgenes del Río Dulce. Hija como tantas otras ciudades
americanas del modelo cimentado en la Reconquista ibérica nació
con la impronta del mesianismo cristiano el que, como sugiere
Joseph Barnadas siguiendo a Américo Castro puede haber sido
Alejandra ANELLO, “Familia indígena y sociedad en el curato de
Londres (Catamarca), terminando el siglo XVII”, en Judith FARBERMAN,
Raquel GIL MONTERO, Los pueblos de indios del Tucumán colonial:
pervivencia y desestructuración, Universidad Nacional de Quilmes,
Ediunju, Bernal, abril de 2002 p. 102.
26
Judith FARBERMAN, Raquel GIL MONTERO, Los pueblos de indios
del Tucumán colonial… ibid., p. 102
27
Roberto LEVILLIER, Descubrimiento y población del norte argentino
por españoles del Perú: desde la entrada al Tucumán hasta la fundación de
Santiago del Estero, 1543-1553, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1943.
25
89
herencia del prolongado contacto con el adversario musulmán. La
política de la Corona de asegurar las fronteras mediante las
fundaciones y el sucesivo establecimiento de la Iglesia para llevar a
cabo el combate a los infieles aseguraban a los frailes el respaldo
represivo de la autoridad28.
La presencia religiosa fue parte de la vida del novel
asentamiento desde el principio. Así lo atestigua en una carta al Rey
fechada en el año 1586 el reciente gobernador Don Juan Ramírez de
Velasco, quien precisa que en la ciudad existen dos conventos
franciscanos y mercedarios y añade que estos últimos fueron los
primeros que entraron en la zona. Cuatro años atrás había llegado a
la ciudad el primer obispo: Fray Francisco de Vitoria, perteneciente
a la orden de los dominicos, con quien llegaron además los jesuitas a
la región. Éste tendrá un papel rector en el ordenamiento inicial de
la Iglesia y de su expansión en el territorio. La elección del clero
regular para la tarea evangelizadora residía en el carácter netamente
misionero y la mayor manejabilidad que se les atribuía. La
jurisdicción del obispado creado en 1570 prácticamente coincide con
los territorios que abarcaba la Gobernación del Tucumán, Juríes y
Diaguitas. La misma conservará la sede en Santiago del Estero hasta
169929.
La presencia de la Iglesia tendrá una importancia fundamental
en el ordenamiento social y urbano. A la par de las casas del cabildo,
28
Ramírez de Velasco, Carta del gobernador D. Juan al Rey de España,
Archivo de Indias de Sevilla ll-4-74 en Orestes DI LULLO, Noticias
Relativas a Santiago del Estero, Santiago del Estero, Gobierno de la
Intervención Federal, 1956, pp.37-38
29
El período que nos ocupa presenció el gobierno de cinco obispos con
largos períodos de sede vacante entre una gestión y otra. (Fray Francisco de
Victoria (1582-1590) Trejo y Sanabria (1595- 1614) Julián de Cortázar
(1618-1625) Tomás de Torres (1625-1630) Melchor Maldonado de
Saavedra (1630-1634).
90
todas la ciudades tuvieron su origen previendo la erección de la
iglesia parroquial y algunas, además, la instalación de conventos y
monasterios. La iglesia mayor de Santiago del Estero fue erigida en
catedral de la diócesis del Tucumán en 1581.
“En ese momento constaba de una nave, muros de tapia,
techo de torta de barro y corredores laterales de pies
derechos de madera. En 1587 ya se encontraba en un
estado indecoroso por los estragos que causaban el
salitre y la humedad; más tarde fue reemplazada por un
edificio de tres naves “con muchos lazos y molduras y
zaquizamíes, cubiertos de mucha y muy buena madera de
cedro y nogal, muy capaz y suficiente”, según la describe
el canónigo Francisco de Salcedo en febrero de 1616,
cuando el templo ya había sido consumido por un
incendio ocurrido en julio del año anterior.”30
Pero las expresiones de piedad que poblaron el paisaje urbano
no se limitaron a catedrales, iglesias y monasterios. La religiosidad
en su cariz más íntimo tiene una evidente inclinación hacia el culto al
santo. Aquellos santos que, por una serie de características aparecen
más cercanos a la vida cotidiana son elegidos como intermediarios
entre lo divino y lo terrenal, lo eterno y lo inmediato. La
correspondencia entre el santo y sus atributos derivados con su
martirio o su características vitales dan una sensación de
presentificación que evidentemente acerca al feligrés a su culto.
Como marca Patricia Fogelman:
“Las imágenes-objeto (y entre ellas el simulacro
religioso) son históricamente construidas: presentifican,
(es decir, hacen presente) un modelo ausente y a la vez
son apropiadas de diversas maneras y cumplen diferentes
30
Luis María CALVO y Ramón GUTIERREZ, en Nueva Historia de la
Nación Argentina, tomo I, op. cit., pp. 465-466.
91
funciones según los actores sociales que las crean, las
rodean, las observan o las manipulan.” 31.
Cada santo, en general tiene un ámbito en el que se
“especializa”, otorga milagros concretos por los cuales se implora en
determinadas ocasiones de la vida. A la vez, quien pide al santo hace
una promesa que cumplirá si este escucha su pedido. Podemos ver en
ellos una relación de reciprocidad, una relación cercana y palpable.
Los santos oficiales, sin embargo, ocupan los lugares principales en
las catedrales y las iglesias importantes y los populares se van
relegando a lugares secundarios. Así, en esta nueva comunidad, a la
vez que el poder eclesiástico se esmeraba en las significativas
construcciones que hablaran de su autoridad, diversas ermitas
florecieron a su sombra y San Sebastián, San Fabián, Nuestra
Señora y Santa Lucía32 fueron invocados para acabar con sequías,
inundaciones y plagas de diversas alimañas.
Hombre civilizado, hombre de Dios.
En pos de la tarea adoctrinadora la presencia material de la
Iglesia fue ineludible. Los cultos originarios relacionados con la
Naturaleza y los elementos debían ser suplantados por formas
cristianas palpables de adoración. La tan ansiada feligresía debía
alejarse del monte y limitar las expresiones de piedad al ámbito
controlado por los funcionarios de Dios. El Primer Sínodo
provincial indica que en el pueblo donde resida el cacique principal
se haga una iglesia conforme a la cantidad de gente que lo habitase.
“Y procurará el tal sacerdote de adornarla de arte que
entiendan la dignidad del lugar y para lo que se hace,
Patricia FOGELMAN, “Simulacros de la virgen y refracciones del culto
mariano en el Río de la Plata colonial”, en Eadem Utraque Europa, año 2,
nro. 3, Revista de Historia Cultural e Intelectual, UNSAM, Diciembre de
2006, p. 12
32
Luis María CALVO, Ramón GUTIERREZ, op. cit. 475.
31
92
dándoles a entender que es el lugar dedicado para Dios y
para el culto y oficios divinos, y para que concurramos a
pedir a Dios perdón de nuestro pecados, y que en el no se
han de hacer otras cosas ilícitas, ni den lugar a ello. Y en
los demás pueblos pequeños que no hobiere posibilidad
para hacer iglesia, hagan una casa pequeña a modo de
hermita para este efecto, donde pongan una altar
ordenado con una imagen o imágenes, en la mejor
manera que pudieren; y donde fuere tan pequeño que para
que esto no haya posibilidad, a lo menos señalen un lugar
decente con una cruz, donde se les diga la doctrina y
platique las cosas de la fée.”33
Los consiguientes Sínodos provinciales dispondrán que en el lugar
donde antes hubiera una iglesia se ponga una cruz, dejando entrever
que estos edificios fueron objeto de la hostilidad de los naturales. Las
constituciones sinodales remarcan la necesidad de que existan
fiscales en todos los pueblos para que se ocupen del servicio de las
iglesias. Esta necesidad surge de la multiplicidad de tareas que los
sacerdotes deben emprender ante la evidente falta de voluntad de los
naturales por acercarse a la doctrina:
“[…] para que pueda cumplir sus obligaciones que son
muchas como ir por los indios a las chacaras, buscar a los
amancebados, buscar cada dia a los muchachos a la
doctrina, visitarlos a ver si rezan […]”.
Pero a la vez, estos deben representan un modelo ideal y ejemplar a
seguir para la feligresía pagana. En este sentido, los fiscales debían
ser
33
Roberto LEVILLIER, Papeles eclesiásticos del Tucumán colonial, siglo
XVII, Buenos Aires, Publicaciones históricas de la Biblioteca del Congreso
Argentino, Sucesores de Rivadeneyra, 1926, p. 113.
93
“indios de buen ejemplo casados y que en el aspecto
parezcan de quarenta años arriba y sus mujeres y
asimismo hayan de ser de la misma edad y estas y sus
hijos que no lleguen a cuarenta años estén desocupados
mientras fuesen fiscales de todo trabajo.”34
En una sociedad donde la función del poder secular no tenía
las incumbencias que adquiriría después de las revoluciones
modernas, la institución eclesiástica tuvo una clara importancia como
órgano de contención social, la misma tejerá una red que amparará a
la sociedad toda. Como una extensión de este destino, lo sagrado y lo
profano serán parte de un todo que incluye mandamientos y leyes,
pecados y delitos, lo individual y lo colectivo. Una sociedad que
seguía los mandatos de Dios se conducía dentro de los preceptos de
la Justicia y contaría así con la benevolencia divina y a la vez que
evitaría ser reprendida por el poder secular.35
Debemos pensar en este sentido que la tarea evangelizadora no
se restringe solo a la piedad de los individuos o su sentimiento
respecto a la adscripción a uno u otro sistema mítico. Lo permitido y
lo prohibido responde a un ordenamiento global donde dogma y
normas son partes de un todo. Una disposición del Tercer Concilio
celebrado en Lima refleja esta concepción del ordenamiento social:
“Que se les enseñe a los indios a vivir políticamente
Puesto que la vida cristiana y divina que enseña la fe
evangélica exige un hábito de vida no indigno de la
razón natural y del hombre que según el Apóstol primero
es lo animal y después lo que es espiritual,
recomendamos vehementemente a los párrocos y a todos
los que incumbe el cuidado de los indios que se
34
Roberto LEVILLIER, Papeles Eclesiásticos…ibid., .20.
Alejandro AGÜERO, Castigar y perdonar cuando conviene a la
república. La justicia penal de Córdoba del Tucumán, siglos XVII y XVIII.
Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2008.
35
94
preocupen especialmente de que éstos dejando las
costumbres salvajes e incivilizadas, se acostumbren a las
instituciones humanas y políticas como ser que no vayan
al templo sucios y desarreglados, sino lavados, arreglados
y limpios, que las mujeres se cubran la cabeza con algún
manto según lo dispuesto por el Apóstol Pablo, que en las
casas usen mesas para comer y lechos para dormir, que
las casas mismas no sean corrales de ganado, sino
habitación de hombres con orden, limpieza decoro y si
hay otras cosas semejantes que se lleven a cabo
sanamente no con modo violento y molesto sino mas bien
con cuidado y gravedad paterna.”36
Puede verse aquí el correlato entre la vida cristiana y la vida
política entendidas como sinónimos de civilización (y
occidentalidad). Anthony Padgen reconoce el origen griego de esta
idea teleológica de la naturaleza que el cristianismo trajo al Nuevo
Mundo que concebía la existencia de diferentes “niveles en la
humanidad, desde el bestial en un extremo hasta el divino en el
otro”37. La visión aristotélica que se le daba a las artes y a la técnica,
en definitiva a la posibilidad de manipular la naturaleza era un
criterio de alta validez para los teólogos y teóricos de la conquista.
La cultura material era una expresión de la capacidad del hombre,
consecuentemente cuanto más cercano a la naturaleza era la forma de
vida menos inteligencia tenían los individuos y de alguna manera
36
Capítulo Cuarto de la Quinta Sesión del Tercer Concilio Límense, en
Francesco Leonardo LISI, El Tercer Concilio Límense y la aculturación de
los indígenas sudamericanos. Estudio crítico con edición, traducción y
comentario de las actas del Concilio Provincial celebrado en Lima entre
1582 y 1583, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1990. pp. 225-226
37
Anthony PADGEN, La caída del hombre natural. El indio americano y
los orígenes de la etnología comparativa. Alianza Editorial, Madrid,
1988.p. 39.
95
eran menos hombres ya que la capacidad de inventiva era uno de los
requisitos para diferenciar al hombre del animal.38
Es interesante a la hora de rescatar la “visión sobre el otro”
una conceptualización que hace Magnus Mörner39 sobre el proceso
de objetivación que se llevó a cabo sobre la figura del indio. El autor
comprueba de qué manera, a través de la conquista y las acciones
colonizadoras, la variedad de pueblos y culturas que habitaban el
continente, atravesados por diferencias étnicas y jerárquicas, se
convirtieron en un objeto homogéneo: el “indio”, sólo definido por la
oposición a la categoría superior del europeo. Aunque esta
apreciación sea muy significativa para ver el proceso general que se
llevó a cabo en América, es oportuno hacer una matización al
respecto en base a algunos testimonios analizados.
Las apreciaciones de los cronistas de la zona estudiada están
teñidas de una oposición que excede lo europeo y lo no europeo.
Parece vislumbrarse en sus testimonios una dicotomía, definida por
un modelo mas “civilizado” que puede precisarse con la idea del
trabajo, la docilidad y la predisposición a obedecer las órdenes
opuesto al de los grupos más “salvajes” que rehúyen a las normas y a
las imposiciones del español. Las primeras de estas características
resultaban más fácilmente identificables en las poblaciones
organizadas bajo el incario y a las que a priori se oponían los grupos
ribereños de Santiago del Estero. En la descripción que hace de la
zona fray Reginaldo de Lizárraga en el año 1590, caracteriza a los
pobladores con las siguientes palabras:“…ya se van consumiendo
por sus borracheras. Son los indios de esta provincia muy
Anthony PADGEN,…Ibid., pp. 108-111.
Magnus MÖRNER, Los indios como objetos y actores en la historia de
Latinoamérica, en Revista Anales Nro. 1, Gotemburgo, Universidad de
Gotemburgo , Instituto Iberoamericano, 1989, p.161
38
39
96
holgazanes de su natural…”40 y ensaya alguna explicación donde la
causal ecológica tiene protagonismo:
“en los ríos hallan mucho pescado, de que se sustentan:
sabalos, armados y otros; saben muy bien nadar, y
pescanlos desta manera, como los he visto: échanse al
agua (los ríos como no tienen ni una oiedar corren
llanísimos)ceñidos una soga a la cintura; están gran rato
debajo del agua y salen arriba con seis, ocho o mas
pescados colgando de la cintura; débenlos tomar en
alguna cueva, y teniendo tanto pescado, no se les da
mucho por otros mantenimientos”.
El cuadro finaliza con una pincelada condenatoria donde
una vez más se refuerza la diferencia con otros naturales:
“son borrachos como los demás, y peores hacen chicha
de algarroba que es fortísima y hedionda; borrachos son
fáciles a tomar las armas unos contra otros, y cuando no
sacan su pie y fléchanselo. Son grandes ladrones; todos
caminan con sus arcos y flechas, sí por miedo de los
tigres como porque salen indios a saltear, y por no quitar
una manta o camiseta a un caminante no temen
flecharle…"41
Evidentemente el simple vistazo sobre la zona y el
desconocimiento de un religioso cargado de prejuicios hacen tabla
rasa de un complejo sistema de supervivencia.42 La condición
Reginaldo DE LIZARRAGA, “Descripción colonial…”, en DI LULLO,
op.cit., p.34
41
Reginaldo DE LIZARRAGA,… Ibid.,p. 34
42
Silvia PALOMEQUE, “Santiago del Estero y Tucumán durante los siglos
XVI y XVII .La destrucción de las “tierras bajas” en aras de la conquista de
las “tierras altas”, en Silvia PALOMEQUE (dir.), Actas del Cabildo
Eclesiástico…, op. cit., pp. 45-75.
40
97
fronteriza y la inestabilidad de la población indígena aparecerán en el
testimonio del clero como trabas insalvables a la hora de evangelizar.
Estos pueblos que no estaban totalmente sedentarizados ni habían
experimentado un proceso de reducción como los que cayeron bajo
la sujeción del incario presentaron una serie de complejidades para el
proceso conquistador.
Sobre lo que se dicta y lo que se ejecuta. Doctrinar en las márgenes.
La condición marginal del área santiagueña va a proporcionar
ocasiones de movilidad a diversos sectores de la sociedad. Los
encomenderos, por un lado van a poder hacer valer sus intereses,
desoyendo muchas veces las quejas de funcionarios reales o
eclesiásticos. La tensión entre las esferas laica y religiosa parece dar
cierto predominio al sector secular. Así lo evidencia en una carta al
Rey el obispo Toribio de Mogrovejo al subrayar el desprestigio que
sufren los funcionarios de la Iglesia en esta parte del continente:
“En particular es de considerar el estado y persecución en
que esta la Yglesia de Dios en estas partes, porque los
Prelados todos, cada uno en su tanto, son muy
perseguidos y trabajados y desauthorizados por las
personas que están en algunas Audiencias y por los
gobernadores y corregidores y personas seculares
constituydos en algún ministerio de justicia, con que el
edificio spiritual no puede yr en acrescentamiento”43
La frontera y la lejanía con el poder central brindarán
también a los indígenas la posibilidad de actuar como intermediarios
ya sea con los pueblos que aún no habían caído bajo la dominación
43
Carta original del Arzobispo de los Reyes y Obispos de las ciudades del
Imperial, del Cuzco, de Tucumán, de Santiago de Chile y de la Plata a S. M.
dándole cuenta de haberse convocado y celebrado el concilio provincial de
Lima; en Roberto LEVILLIER, Papeles eclesiásticos del Tucumán colonial,
op. cit. pp. 165-166.
98
española44 o en medio de las disputas entre el poder encomendero y
el de la Corona. En su análisis de la Visita de Luján de Vargas –
décadas más tarde-, Judith Farberman comprueba que:
“Las declaraciones de los indios de doce pueblos parecen
revelar un admirable sentido de la oportunidad: sabían
perfectamente que agregar a la lista de abusos que
“faltaba el misal” o que “la capilla estaba arruinada” era
poner el dedo en la llaga. Los encomenderos podían
defenderse muy mal de cargos semejantes e inexcusables,
y las multas que tuvieron que pagar los pocos piadosos
fueron muy altas”45
El problema de la sujeción de la población indígena es una
constante que se prolonga durante los primeros años del siglo XVII.
Las disposiciones llegadas del núcleo del imperio no parecen
contribuir a aliviar la situación. Así lo expresa en una carta enviada a
Su Majestad Fray Fernando de Trejo y Sanabria46, cuando en el año
1611 las Ordenanzas dictadas por el Licenciado Alfaro amenazaban
con infligir un grave desequilibrio en la provisión de mano de obra
de la región. El obispo comienza su exposición aclarando que aunque
las disposiciones parten de la buena voluntad del oidor la
incapacidad de los naturales de la zona y la brevedad de la visita
Judith FARBERMAN, “Santiago del Estero y sus pueblos de indios. De
las ordenanzas de Alfaro a las guerras de independencia.”, Andes 19, Año
2008., pp. 225-255.
45
Judith FARBEMAN, “Feudatarios y tributarios a fines del siglo XVII”,
en Judith FARBERMAN y Raquel GIL MONTERO, Los pueblos indios del
Tucumán colonial…” op. cit. pp. 72.
46
Trejo y Sanabria, Hernando, Obispo de Tucumán, carta a Su Magestad
acerca de la demasiada libertad en que dejó a los indios en sus ordenanzas el
licenciado Alfaro, Santiago del Estero, 11 de febrero, 1612,
Roberto LEVILLIER, Gobernación del Tucumán, Papeles de gobernadores
en el siglo XVI. Documentos del Archivo de Indias, Madrid, 1920
44
99
fueron realidades contrarias al éxito de la gestión.47. Estos indígenas
poco inclinados a las formas de trabajo y asentamiento que se les
imponen, deberían ser tratados con mayor firmeza que los de otras
regiones según el argumento del obispo. Es posible entrever,
además, en las palabras de Trejo y Sanabria, la condena a las formas
abusivas de los encomenderos para con la población originaria y el
fracaso del ordenamiento “república de indios-república de
españoles”. Si bien no tenemos que dudar de las razones
humanitarias de esta censura, debemos tener en cuenta que la
mayoría de las veces los intereses del grupo encomendero
perjudicaba la labor de los doctrinantes. Hemos podido advertir en
las cláusulas dictadas en los Sínodos Provinciales una vasta
referencia a este tema. Se puede inferir que las disposiciones y
prácticas de los encomenderos respecto a sus indios entorpecen la
asimilación de las prácticas cristianas48 y la labor de los doctrineros
en general.
En la confrontación entre la “lógica material”49 y las
necesidades religiosas también podemos ubicar las disputas en torno
a la práctica de la recolección de la algarroba, hábito subsidiario de
la supervivencia previa a la llegada de los españoles, pero necesario
después de estar estos instalados. Como bien lo señala Isabel Castro
47
Roberto LEVILLIER,
Gobernación del Tucumán, Papeles de
gobernadores en el siglo XVI, Ibid.
48
A modo de ejemplo podemos mencionar la disposición que prohíbe a los
encomenderos enviar a los miembros de un matrimonio a realizar tareas en
zonas distantes, ocasionando así la separación de los cónyuges o la
restricción de asignar trabajos los días de fiestas impidiendo la asistencia al
culto.
49
Tomamos esta conceptualización de José Barrán que la utiliza en sus
estudios sobre los conflictos entre religiosos y vecinos en la Banda Oriental
tardo colonial: José BARRÁN, La espiritualización de la riqueza.
Catolicismo y economía, (1730-1800), Cap. 3: “La sensatez materialista de
un pueblo de aldeanos religiosos”, Montevideo, Ediciones de la Banda
Oriental , 1998
100
Olañeta en su trabajo sobre los indios de Quilino, al respecto había
una contradicción permanente en el discurso español, ya que la
endeble economía zonal no podía prescindir del aporte de dicha
cosecha. Esta modalidad particular de “resistencia colectiva”50, como
la define la autora, no puede verse escindida del contexto marginal
que venimos analizando en esta región y sus estructuras sociales. La
posibilidad de llevar a cabo convenientemente la tarea
evangelizadora no se agotaba en las confrontaciones con los
encomenderos o la naturaleza de la población originaria. La escasez
de clérigos había signado la región desde el principio.
Los primeros años de vida de la ciudad fluctuaron en medio de
penurias y la posibilidad de trasladarse a tierras menos hostiles era
una constante. Las carencias económicas se agudizaban por la falta
de consuelo espiritual. Como lo relata Cayetano Bruno, en 1570, con
la partida de los padres Carvajal y Trueno la ciudad quedó sin quien
oficiara los sacramentos indispensables:
“Dirigiéronse los santiagueños a la Madre de Dios en
acto público y solemne dos veces por semana “todos los
lunes e sábados o los mas dellos –recuerda Juan Cano,
alcalde de la ciudad en 1585- iban en procesión con una
cruz desde la iglesia mayor a una ermita de Nuestra
Señora cantando las letanías, llevando unas horas en la
Isabel CASTRO OLAÑETA, “Recuperar las continuidades y
transformaciones: las "juntas" y borracheras de los indios de Quilino y su
participación en la justicia colonial.”, en Judith FARBERMAN y Raquel
GIL MONTERO (comp.), Los pueblos de indios del Tucumán colonial:
pervivencia y desestructuración, op. cit.pp.201, Isabel CASTRO
OLAÑETA, Transformaciones y continuidades de sociedades indígenas en
el sistema colonial. El pueblo de indios de Quilino a principios del siglo
XVII, Alción Editora, Córdoba, 2006.
50
101
mano; e hacían oración ante un altar de la dicha ermita, e
volvían con la misma orden a la iglesia mayor” 51.
El carácter social del fenómeno religioso es de vital
importancia a la hora de delimitarlo, a diferencia de otras
expresiones rituales como la magia ésta es una manifestación
puramente colectiva, como bien lo precisa Brian Morris: “La religión
es inseparable de la idea de culto o moral comunitaria”52 Esta
identificación comunitaria se ve reforzada en un contexto inhóspito
y la necesidad de un funcionario eclesiástico llevó a que se
organizara una partida de vecinos hacia Chile con el fin de traer a su
regreso a un clérigo.53
Curatos pobres, de difícil acceso y una institución eclesiástica
con pocos recursos parecen ser la característica primordial. Aunque
para el siglo XVII la situación se ha modificado en beneficio de la
región, la misma no deja de ser crítica. La escasez de religiosos en
cada convento es una constante: en general no superan los seis
miembros y aunque se vislumbra la expansión de la Orden de los
Franciscanos la fuerza numérica de la instalación de la Compañía de
Jesús en Córdoba es la noticia más promisoria. En su papel de
obispo, Trejo y Sanabria se veía compelido a mediar entre el poder
instalado tanto en Lima como en España y los religiosos de su propia
jurisdicción. Así, tras visitar Jujuy deja constancia expresa de la
necesidad de que un sacerdote atienda a la evangelización de los
indígenas de la zona. Este debía ser “hombre viejo, de buena vida y
costumbres, condición afable y autoridad”, sin embargo no debía
esperar retribución por su tarea puesto que “el fin principal es para
51
Cayetano BRUNO, Historia de la Iglesia en la Argentina, Buenos Aires,
Editorial Don Bosco, 1966. p. 334.
52
Brian MORRIS, op. cit., p. 148.
53
Cayetano BRUNO, op. cit. pp. 334-335.
102
que se acaricien los indios y entiendan que el doctrinarlos no es por
interés, sino por hacerles bien y caridad”. 54
El descontento parece estar a la orden del día. Las Actas
Capitulares del obispado reproducen los testimonios de algunos
religiosos ante el requerimiento para que sirvieran en el coro y altar
de la iglesia catedral. Así el canónigo Pedro Guerrero expresó: “Que
de buena gana acudirá al coro y servicio del altar, como le paguen
la limosna de las misas que dijere, y no pagándoselas solamente
acudirá al servicio del coro”. En tanto el padre Juan de Chazarreta
respondió: “Que el curato de los indios que tiene a su cargo es muy
trabajoso, y no puede acudir al servicio del altar ni hacer semanas y
que solo acudirá al servicio del coro.” Por su parte el padre Juan
Giménez no moderó su insatisfacción cuando manifestó: “Que no
podía hacer semana ni rezar en el coro por ser impedido de la
lengua, no obstante, que por cuatrocientos cincuenta pesos que le
ofrecen, no está por servir a la dicha Iglesia ni en el canto porque
esta contra su voluntad en esta ciudad.”55
Las quejas por la pobreza de la región y los escollos en su
tarea pueblan los documentos del obispado. Evidentemente los
testimonios están teñidos por la necesaria comparación con el
proceso de colonización del incario, paso obligado en la carrera de
todos aquellos quienes -no habiendo podido hallar el lugar ansiado
en las estructuras del núcleo virreinal- se aventuraron en las
márgenes del Imperio56. La realidad de la zona fronteriza, la falta de
Silvia PALOMEQUE, Actas del Cabildo Eclesiástico…op. cit., p. 112.
Silvia PALOMEQUE, Actas del Cabildo Eclesiástico…, Ibid.., pp 101102
56
Elida Tedesco y Carlos Crouzeilles comprueban que el paso por esta
región es parte de una estrategia de ascenso: “Es posible seguir en las actas
la trayectoria dentro y fuera del obispado de los capitulares, en particular,
como algunos de ellos “escalaban” puestos en la jerarquía eclesiástica,
transformándose la catedral de Santiago del Estero en un trampolín para
acceder a cargos en otros obispados, especialmente en Charcas”, Isabel
54
55
103
funcionarios57 y la pobreza general es punto de queja ante las
autoridades limenses en ocasión del Tercer Concilio convocado entre
1582 y 1583. Trejo y Sanabria lo expresa de esta forma:
“Los obispos de Chile y Tucumán y Paraguai son
pobrísimos y no pueden asistir en el concilio sin pasar
grandes necesidades y empeñarse y el vno de ellos a
mucho que reclama por volver a su obispado.”58
Don Martín Enriquez en carta al Rey apunta:
“La doctrina se planto no con buen pie en esta tierra,
porque yo la hallo tan sin fuercas que no viene a cuento a
nada, porque no se trata della sino como de cosa
accesoria y los ministros para lebantalla son muy
flacos.”59
CASTRO OLAÑETA, Sonia TELL, “Las actas del cabildo eclesiástico
como fuente para la historia del Tucumán colonial”, en Silvia
PALOMEQUE, Actas del Cabildo Eclesiástico…, op. cit. p. 19.
57
“Pese a que el decreto de ejecución de la erección del obispado instituía,
además de las dignidades mencionadas, diez canonjías, seis íntegras
(raciones) y seis medias porciones (medias raciones) a lo largo del siglo
XVII solo se ocuparon algunos canonicatos, no así las íntegras y las medias
porciones. El escaso número de prebendados y la demora en los nuevos
nombramientos para cubrir vacantes, motivaron la frecuente acumulación
de funciones en los miembros del cabildo”. Isabel CASTRO OLAÑETA,
Sonia TELL, “Las actas del cabildo eclesiástico como fuente para la
historia del Tucumán colonial”, en PALOMEQUE, Actas del Cabildo
Eclesiástico…, op. cit. pp. 19.
58
Carta original del Arzobispo de la ciudad de los Reyes, Santo Toribio de
Mogrovejo, a S. M.: dándole cuenta de la convocación y celebración del
Concilio presidido por él…, en LEVILLIER, Papeles eclesiásticos… op.
cit. p. 173.
59
Varios capítulos de la carta de Don Martín Enríquez del Perú a Su
Majestad, en Roberto LEVILLIER, Gobernación de Tucumán. Papeles de
gobernadores en el siglo XVI. Madrid, Documentos del Archivo de Indias,
104
La lejanía con Lima es para Trejo y Sanabria un punto negativo para
el buen desempeño de su jurisdicción, ya en 1601 llama la atención
sobre la necesidad de transformar el obispado de Charcas en sede
arzobispal.
A la contrariedad que conllevaba la empresa evangelizadora en
un territorio de tal magnitud, carente de vías adecuadas para el
desplazamiento de los doctrineros y el reducido número de estos,
sumado a una población difícil de asentar, puede agregársele la
precariedad del conocimiento que se tenía sobre la población
autóctona. Sotelo de Narváez, apunta:
“Son grandes hechiceros e que el demonio con ellos
siempre habla: no tienen creencia ni piensan mas de que
han de nacer y morir”60
Esta acotada descripción se nos hace más somera aún, ante obras de
envergadura como la “Instrucción contra las ceremonias y ritos que
usan los indios conforme al tiempo de su infidelidad”,61 que se ocupa
de las prácticas originarias andinas. La obra discurre a través de un
amplio repertorio de creencias sometiéndolas además a la
Buenos Aires, Colección de Publicaciones Históricas del Congreso
Argentino, 1920, pp. 160-161.
60
Cieza y León, Pedro de, “Las guerras civiles del Perú”, en Eduardo
BERBERIAN, Crónicas del Tucumán, Siglo XVI, Comechingonia,
Córdoba, 1987, p.100
61
Comienza describiendo la adoración a las huacas y la asimilación de estas
con los diversos puntos del paisaje ya sean piedras o montañas. La
deificación de Sol y la Luna también son objeto de análisis así como el culto
a los muertos, las hechicerías, las creencias agoreras, el ordenamiento de los
días y del tiempo y las curas y médicos entre muchos otros temas.
Confesionario para los curas de indios con la instrucción contra sus ritos y
exhortación para ayudar a bien morir y suma de sus privilegios y formas de
impedimentos del matrimonio, 1583, copia existente en la Biblioteca de la
Academia Nacional de Historia, Buenos Aires.
105
diferenciación en su tratamiento por los diferentes pueblos. Y si de
dos partes que están en contacto se trata, si debemos pensar en la
confrontación de identidades, en la visión del otro y en un modelo
que supuestamente debe imponerse por natural superioridad no
debemos soslayar el vehículo principal de comunicación: la lengua.
En la Constitución 2 de primer Sínodo Provincial leemos;
“la doctrina y catecismo que se ha de enseñar a los indios
sea el general que se usa en el Perú en lengua de Cuzco
porque gran parte de los indios lo rezan y casi todos
siendo ladino en dicha lengua y por haber muchas
lenguas en esta provincia y muy dificultosas fuera una
confusion traducirlas en cada una de ellas y muchos
indios poco capaces entenderían que cada una de aquellas
es diferente en la sustancia de la otra y también habrá
pocos sacerdotes que hiciesen la doctrina por no saber la
lenguas naturales de estas naciones pero aprendiendo...y
para que los naturales a la hora de la muerte no carezcan
de remedio de la confesión mandamos a todos los
sobredichos curas de indios sepan tres o cuatro preguntas
de los vicios mas usados de entre los indios que doctrinan
en la lengua propia de ellos” 62.
Lo que ya se mencionaba en este apartado sobre la diversidad
de lenguas existentes en la zona, se corrobora con el análisis que
hace Susana Martorell sobre la influencia del quechua en el
Noroeste argentino63. La autora, siguiendo las investigaciones de
Ana María Lorandi, comprueba que aunque el imperio incaico llevó
su influencia al actual territorio de Santiago del Estero, el quechua no
62
Roberto LEVILLIER, Papeles eclesiásticos del Tucumán… op. cit., pp.
17-18
63
Susana MARTORELL DE LACONI, “Relación del español del noroeste
argentino con el andino”, Cuadernos nro. 16 , Universidad Nacional de
Jujuy, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, San Salvador de
Jujuy, 2001, pp.69-81
106
fue una lengua difundida en la población. Por el contrario esta actuó
como “lingua franca” utilizada solo por aquellos que tenían contacto
con los delegados incas. Teniendo en cuenta esta afirmación,
podemos pensar el grado de superficialidad que tenía el
adoctrinamiento en esta zona, en oposición a las regiones centrales
del imperio.
De mitos, ritos e imaginarios.
El sustrato religioso de la cultura es uno de los elementos
claves para comprender el conjunto de valores, símbolos,
legitimaciones e interpretaciones del mundo que la orientan. El rito,
el mito, las imágenes y las diversas formas de culto fueron
implantados en América con diversos grados de difusión y
aceptación. El símbolo es un signo que posee una serie de complejas
asociaciones. La relación entre la imagen y lo que simboliza está
basada en la convención y puede parecer arbitraria64. El imaginario
cristiano, la iconografía y la mitología que lo pueblan son unas de las
expresiones más acabadas de este fenómeno y tendrán una incidencia
definitoria en la evangelización americana. La complejidad de estos
procesos es profunda, sin embargo podemos rescatar algunos rasgos
que signarían la identidad regional en el futuro.
La naturaleza tiene en el mundo americano un lugar central,
son tantos los sitios y objetos declarados sagrados que se desdibujan
a los ojos españoles: el maíz, el agua, la tierra serán objeto de culto,
de veneración. El monte santiagueño no escapa a esta
caracterización: es el lugar donde se llevarán a cabo las celebraciones
de la cosecha de la algarroba, ocasión en que las comunidades
enteras se internaban en el monte para la recolección de los frutos
ritualizada. A la vez, como lo marca Judith Farberman, “hasta tanto
no se organizó la explotación mercantil de la madera, el monte era
Guillermo BONFIL, “La teoría del control cultural en el estudio de
procesos étnicos” en Anuario Antropológico 86, México, 1988.
64
107
uno de los pocos lugares de indiscutible uso común”,65 espacio
autónomo de la justicia y el poder colonizador.
Los conquistadores se enfrentaban a la vez -en este procesoa sus propios imaginarios míticos. El bosque medieval fue objeto de
representaciones complejas: mundo misterioso y maravilloso al que
una arcaica tradición pre cristiana lo colmaba de sentidos66. El
lenguaje religioso –por estar compuesto de una serie de significantesadmite diversos significados según la interpretación que se les
confiera. 67 El monte aparece como el lugar sagrado, propio de los
habitantes originarios donde las reglas impuestas por los
conquistadores no tenían vigencia68. Este rito de recolección de la
algarroba era catalogado por los doctrineros como “Juntas y
Borracheras”, espacio de idolatrías que debía ser censurado. Pero el
imaginario y la realidad que circundan al monte no termina allí: este
espacio constituirá un reducto de importancia vital y simbólica: será
frontera y refugio a la vez. Para el español es el inicio de esa zona
difusa que se aleja de lo conocido, de lo hasta ahora conquistado, es
el territorio del salvaje, donde el poderío europeo aún no puede
ingresar. Para el indígena el monte es el proveedor de gran parte de
su dieta69, el espacio donde afianza sus lazos identitarios y también el
sitio donde puede gozar de cierta libertad.
Los rituales son ocasiones donde se afirma la autoridad del
grupo ya que el uso de la religión debe verse en la función de
conservación del orden social, contribuyendo para hablar por su
65
Judith FARBERMAN, Las salamancas de Lorenza, op. cit. p. 36.
Pierre BONNASSIE, Vocabulario básico de la historia medieval,
Barcelona, Crítica, 1994. pp.34-35
67
Luís MALDONADO, “La Religiosidad popular”, en ALVAREZ
SANTALÓ, BUXÓ y S. RODRÍGUEZ BECERRO (coords.), La
religiosidad popular, Antropología e Historia, ed. Anthropos, Barcelona,
1989.
68
Judith FARBERMAN, Las Salamancas de Lorenza, op. cit.
69
Judith FARBERMAN, Las salamancas de Lorenza. Ibid. p.33
66
108
propio lenguaje a la legitimación del poder naturalizando las
condiciones de existencia, en palabras de Pierre Bourdieu:
“transmutando el ethos como sistema de esquemas
implícitos de acción y de apreciación en ética como
conjunto sistematizado y racionalizado de normas
explícitas, la religión está predispuesta a asumir una
función ideológica., función práctica y política de
absolutización de lo relativo y de legitimación de lo
arbitrario.”70
El imaginario en torno al monte será sujeto de trascendentales
transformaciones. Judith Farberman comprueba que para el siglo
XVIII, la dominación colonial le había quitado al mismo su carácter
sagrado para demonizarlo. Este reducto natural aparece como el
espacio donde se desarrollan las “salamancas”, las reuniones
presididas por el mismo diablo (Zupay) donde se sellaban pactos a
cambio de dones71. Lugar prohibido, espacio de desorden y libertinaje,
los preconceptos condenatorios del español y del proceso de
evangelización habían hecho mella en el, habían distorsionado la
imagen sagrada que del mismo se tenía.
“Aunque el tiempo de la algarroba mantuviera su lugar
decisivo en la reproducción material de esta sociedad
campesina, quizás su contenido religioso se había diluido
ya para la mayor parte de los pobladores. (…) el cambio
fundamental residía en el contenido de los ritos (…) Dos
núcleos de creencias/ rituales se habían superpuesto y la
situación colonial tenía mucho que ver en eso: de una
parte, los rituales de la recolección, vinculados
Pierre BOURDIEU, “Génesis y estructura del campo religioso”,
Relaciones 108, otoño 2006, vol. XXVII, México, El Colegio de
Michoacán, pp. 50.
71
Ricardo SANTILLAN GÜEMES, El imaginario del diablo, Buenos
Aires, Ediciones del Sol, 2007.
70
109
originalmente a la identidad étnica y de la otra, la
hechicería”72.
Una vez más la dicotomía naturaleza-civilización aparecía
estructurando la escena: aquello que se alejaba del orden establecido
y del espacio delimitado se internaba en un submundo bárbaro pero
construido sin embargo con una ingente cantidad de material mítico
de origen europeo.
Estos relatos inexactos del pasado son una exaltación de
virtudes que alguna comunidad considera arquetípicas y que se
expresa en personajes y episodios que, aunque partan de una realidad
vivida, quedan deformados para adaptarse a una imagen idealizada
de la conducta humana. La función del mito, observa Mircea Eliade,
es fijar los modelos ejemplares de todos los ritos y de todas las
acciones humanas significativas. Lo que tiene de específica la actitud
religiosa en una etapa avanzada consiste en la convicción de que el
principio fundamental de la lógica y el de la justicia residen fuera de
la órbita del ser humano, lo cual significa que este, por lo imperfecto,
no puede llegar hasta ambos principios, aunque sí puede acercarse a
ellos por la vía de la comunión con la divinidad. Los símbolos
tienen una función unificadora, a través del simbolismo, los
individuos se integran dentro de un sistema, “un ensamblaje
arbitrario de realidades heterogéneas y divergentes” 73.
El mito es una construcción histórica y las hagiografías no
escapan a esta característica. San Francisco Solano fue un religioso
andaluz que llegó a la región del Tucumán a fines del siglo XVI. El
recuento de su accionar en la zona está repleto de hechos
prodigiosos. Su calidad divina se plasma en relatos que aseveran que
aprendió la compleja lengua tonocoté en pocos días, resucitó a un
72
Judith FARBERMAN, Las salamancas de Lorenza, op. cit., p. 177.
Mircea ELIADE. y Joseph Mitsuo KITAGAWA, The History of
Religions, University of Chicago Press, 1959, en Brian MORRISS, op. cit.
Pp. 102- 103
73
110
indio que había muerto, apaciguó a un toro embravecido y a grupos
rebeldes.74 La iconografía, la leyenda, el relato popular contribuyeron
a exaltar la figura del santo y amalgamarlo con las tradiciones
regionales.
La leyenda y el mito toman vuelo propio a medida que
recorren el tiempo y la geografía, sin embargo no debemos olvidar su
función rectora, ejemplificante en un determinado contexto histórico.
La ciudad de Esteco en el valle de Salta sucumbió a un terremoto en
1692, ochenta y tres años después de su fundación. Las explicaciones
de la catástrofe pronto adquirieron un sesgo mítico. Los testimonios
(todos provenientes de religiosos) hablan de una ciudad tan próspera
que sus habitantes se ensoberbecieron, volcándose al lujo extremo,
los vicios y la altanería. Un peregrino que en algunas versiones es el
propio San Francisco Solano75 advirtió a los disipados vecinos de la
inminente desaparición de la ciudad represalia divina por sus
excesos. Sin embargo, solo una mujer oyó su prédica y aunque siguió
al santo fuera de la ciudad, al sentir el sacudimiento augurado volvió
la vista y se transformó en piedra76.
El incuestionable valor normativo del mito recoge una larga
tradición, Alicia Poderti reconoce que “en las leyendas las
ordenanzas de carácter ético y jurídico se entrelazan con elementos
74
Alicia PODERTI, "El rostro legendario de la historia. La leyenda como
fuente para la historia del noroeste argentino" en Morphé, ciencias del
lenguaje. Años 7-8, Universidad Nacional de Puebla, julio 95- junio96.
p.245
75
Versiones que evidentemente han sido trastocadas por el imaginario
popular ya que San Francisco Solano había muerto en 1610. Entre los
prodigios que lo tienen por protagonista uno da cuenta de un terremoto que
se dio en Lima en 1609. En medio de la catástrofe, San Francisco, ya
gravemente enfermo salió a predicar. Es posible que ambos relatos
terminaran imbricándose y situando al santo andaluz en la catástrofe de
Esteco.
76
Alicia PODERTI, ibid. pp. 234-239.
111
rituales y con prácticas religiosas o mágicas”. Y comprueba que los
mitos que relatan la destrucción de ciudades aparecen en un amplio
espectro de culturas entre las que se cuentan las bíblicas Sodoma y
Gomorra y –destaca la autora- un relato recogido por Guamán Poma
de Ayala que es digno de citarse:
“Según el cronista, cuando Dios visitaba a los indios
antiguos, venía disfrazado de pobre ermitaño que pedía
vestido, comida y bebida. (…)”Y no dandóseles limosna
se volvían: por ellos dicen que sucedían muy grandes
malos y castigos del dios Pachacamac Tieze
Caillaviracocha: que aquellos pueblos eran tragados por
la tierra, cubiertos por los cerros o se tornaban lagunas”77
Como sintetiza Poderti: “Es probable, entonces, que los predicadores
y misioneros, valiéndose de la leyenda de la ciudad perdida o
sepultada, encontraran un argumento útil para su adoctrinamiento
moral, ampliando los elementos de la misma leyenda.”78
El relato histórico nos deja la idea de una región repleta de
salitrales y campos arenosos probablemente magro en excedentes. La
funcionalidad del mito debía poblar estas tierras yermas de fértiles
sementeras y riquezas, de este modo podía explicarse el ciclo riqueza
ensoberbecimiento- despilfarro- impiedad- castigo como ejemplo
adoctrinador. Una vez más el mito sirve para reforzar un modelo de
sociabilidad ideal, ya en 1634, el obispo Maldonado de Saavedra
utilizaba el ejemplo de la ciudad en términos negativos, el enojo de
Dios se expresaba a través de la hostilidad que el medio ambiente
demostraba hacia ella, las plagas, las alimañas y los temblores eran
los ejemplos más contundentes. 79 El castigo divino se expresaba a
través de los desastres naturales, la Naturaleza, aquella deificada por
77
Alicia PODERTI, ibid,. P 242.
Alicia PODERTI, ibid p.244.
79
Alejandro AGÜERO, Castigar y perdonar…, op. cit.
78
112
los originarios se hacía eco de la ira de Dios, ira que residía en un
sistema moral europeo. Debemos pensar en este sentido el alto
impacto que pudieron tener estos mitos que abrevaban en fuentes tan
profundas.
Como ya hemos visto el discurso proviene de la iglesia no es un
camino unívoco. El mensaje sufre un fenómeno de refracción80, es
decir, es moldeado por las adaptaciones, los ajustes, los cambios y
las recreaciones de las tradiciones cristianas reflejadas en las diversas
situaciones locales e individuales. Esto sucederá igualmente
mediante la expansión del catolicismo europeo sobre las sociedades
americanas, aquí las imágenes fueron vehículo de mensajes sobre la
espiritualidad y la piedad: modelo de control sobre los desvíos de la
voluntad.
Conclusiones
La necesidad de los actores sociales de encontrase respaldados
por un sistema de referencias los llevará a buscar asirse a estor
órdenes normativos, a resignificarlos y moldearlos según sus
necesidades. El dogma católico, aquel que llegó a América para
imponerse como verdad absoluta
tenía fisuras de las que
probablemente ningún evangelizador recelara. En el largo periplo de
la historia del cristianismo el mismo había pasado por sus propios
procesos de choque cultural81. El conjunto de los pueblos, tanto los
pertenecientes al Imperio romano como los que irrumpen en él desde
el este y el norte de sus fronteras introducen todos ellos en su nueva
fe cristiana múltiples elementos de sus creencias así como, en
algunos casos, su carácter de poblaciones rurales y campesinas.
Tomar posesión de estructuras rituales homologadas con los
ciclos vitales otorga a la Iglesia la posibilidad de cristianizar lo
80
81
Patricia FOGELMAN, “Simulacros de la virgen… op. cit.
Luis MALDONADO, “La Religiosidad popular”…, op. cit.
113
humano y lo cotidiano, penetrar en las redes sociales de una manera
altamente efectiva porque se asumía parte de la herencia ancestral de
aquellos pueblos. Se constituye así como elemento aglutinante de un
frondoso sistema cultural con toda clase de variantes locales. En este
sentido, los sacramentos cristianos también deben ser vistos en una
clave más amplia, emparentados con otras religiones y sistemas
míticos. Ritos de iniciación, de pasaje ligados a la vida y a la muerte,
quizás el desapego a su origen natural le ha quitado significación
para quedar solo como otro elemento del ritual que, al perder
referencia se han erguido como dogma. Como explica Mircea
Elíade:
“A través de este proceso continuo de asimilación de la
herencia religiosa precristiana y gracias a la integración
en la vida eclesial de las grandes imágenes mitológicas,
se alcanza la gran universalización del mensaje cristiano.
Los grandes símbolos primordiales de la fe (la cruz
como árbol de vida, la sangre, el agua, el baño, el pan, el
vino, el aceite, el banquete…) prolongan y desarrollan los
grandes símbolos de las religiones no cristianas.” 82
En consecuencia, en la mayoría de los casos, se traspasan a los
naturales supersticiones y supervivencias de creencias antiguas y
prácticas mágicas que habían sufrido un proceso de reelaboración
muy largo en el tiempo.83 Al respecto Thérèse Bouysse-Cassagne
plantea como hipótesis que,
“…si hubo una aceptación de una parte de las creencias
europeas por parte de los andinos o si ocurrió una
adaptación de éstas fue porque existían compatibilidades,
e incluso similitudes entre los dos sistemas de
82
Mircea ELIADE, Historia de las creencias y de las vidas religiosas, tomo
II, Madrid, 1979, p. 39, citado por MALDONADO, “La Religiosidad
popular”, op. cit. p. 37.
83
Pilar SANCHIZ OCHOA, op. cit. P. 389.
114
representación del mundo. Esta hipótesis, obviamente, no
pretende ignorar el hecho de que el pensamiento
occidental ha sido impuesto por la fuerza, ni que muchas
creencias vernaculares subsistieron.”84
Nos encontramos así con un proceso de evangelización que se
expresa a través de acciones decididas y visibles, subrepticias y
espontáneas todas encadenadas en un continuo dinamismo, en una
permanente tensión, teñido por una infinita creatividad.
Ya el Primer Concilio Limense en su Constitución Tercera
dispone que las guacas sean derribadas, y en el mismo lugar, si fuera
decente, se construyeran iglesias. Sin embargo, como ya sugerimos,
no fueron estas las únicas disposiciones que violentaron el sistema de
creencias y la percepción cotidiana de las creencias. Menos visible,
la práctica de la confesión fue un instrumento de la Iglesia que se
introdujo en la vida cotidiana de los individuos, en su razón, en su
discurrir afectivo y social. El Segundo Concilio se preocupará porque
los indígenas reciban los sacramentos, se compruebe si están casados
en grados prohibidos por la iglesia y se les enseñe a examinar su
conciencia con diligencia antes de la muerte.85 Comprobamos cómo
la imposición –sin descuidar las manifestaciones públicas de
“idolatría”- se interna en las estructuras más íntimas del individuo
signando su cotidianeidad.
Serge Gruzinski86 ha estudiado lo que la confesión implicó para
los nahuas entre los siglos XVI y XVIII, sus conclusiones pueden
Therésè BOUYSSE CASSAGNE, “El sol de adentro: wakas y santos en
las minas de Charcas y en el lago Titicaca siglos XV a XVI)”, en Boletín de
Arqueología PUCP, nro. 8, Meter Kaulicke, Gary Urton, Ian Farrington
editores, 2004. p. 60.
85
Rubén VARGAS UGARTE, Los concilios limenses, op. cit. p. 247
86
Serge GRUZINSKI, “Individualización y aculturación: la confesión entre
los nahuas de México entre los siglos XVI y XVIII”, en Asunción LAVRIN
84
115
ayudarnos a pensar su alcance e incidencia. A partir del siglo XVI y
la Contrarreforma, la confesión se convirtió en una práctica más
opresora y hostil. El acto de la confesión puede ir más allá de los
objetivos espirituales, puede convertirse en un instrumento para
expresar formas aprobadas por la iglesia de individualización y de
culpabilidad, y deteriorar los lazos tradicionales y las relaciones
interpersonales en las sociedades colonizadas.
“Para la confesión –comprueba el autor- se necesitaban
dos requisitos previos: la asimilación de un aparato
conceptual exótico y la aceptación por parte de los
naturales, de su posición como sujetos occidentales en un
sentido doble: como vectores de un individualismo
embrionario
y como sujeto ideológica y
psicológicamente dominados del confesor católico”. 87
El rito de la confesión se difundió a través de la esfera
espiritual para convertirse en una oscura empresa de dominación y
control de cuerpos y mentes, un plan de extrañamiento que apartaba
el individuo de su cultura y su medio, y le imponía la idea del dolor y
el pecado de un lenguaje único con pretensiones universalistas. A la
vez –y paradójicamente-, la confesión brindó una estructura de apoyo
y consuelo entre el mare mágnum de la desculturación. En otras
palabras, se transformó en un mecanismo defensivo y terapéutico,
capaz de calmar no sólo la ansiedad provocada por su misma
práctica, sino también los traumas generados por el dominio colonial.
Asimismo, al conferir significado al nuevo orden, a los nuevos
infortunios y a la multiplicidad de nuevas referencias culturales que
se abatían sobre la realidad indígena, la confesión ayudó a crear un
amortiguador entre las culturas tradicionales y la abierta violencia de
la explotación colonial.
(coord.), Sexualidad y matrimonio en la América hispánica, siglos XVIXVIII, ed. Grijalbo, México, 1989, cap. 2.
87
Serge GRUZINSKI, Individualización y aculturación, ibid. , p. 109
116
Lo expuesto respecto a las manifestaciones de las altas
jerarquías de la Iglesia y de los evangelizadores mismos, nos deja la
idea de una experiencia signada por el descontento. Es dable inferir
que las reiteradas quejas a las autoridades reales tienen como fin
llamar la atención sobre este sector del Imperio, abandonado a la
fragilidad de su precaria economía, a los vaivenes del medio
ambiente y la supuesta “indolencia” de la población originaria frente
a los españoles. Recordemos además la pobreza crónica de las
instituciones eclesiásticas, tanto en lo material como en lo que al
número de doctrineros respecta y en lo tocante a los medios de
evangelización que podían emplearse. Una crónica de traspiés
parece abrirse a nuestros ojos en estas primeras experiencias. Un
modelo exitoso se impone como el patrón de medida que es
imposible de emular. Una mezcla de desazón y desdén tiñe las
palabras elevadas a quienes dictan las normas pero no reparan en las
contingencias.
Ya nos referimos al exiguo conocimiento sobre las creencias de
los naturales y la superficialidad en el esfuerzo comunicacional,
ilustrado en la utilización generalizada del quichua. Podríamos
agregar en este sentido otro cariz de este tema si nos detenemos a
pensar que a la hora de adoctrinar y difundir el cristianismo una
apoyatura indispensable la constituyen los recursos visuales: la
monumentalidad de las iglesias, la incidencia de las imágenes y
pinturas, la suntuosidad del vestuario y el rito inexistentes en este
caso. La pobreza y la escasez, una Catedral vapuleada por los
arrebatos del río tan caro a los naturales y la presencia eclesiástica
contenida por la impenetrabilidad del monte carecen seguramente de
este factor de impacto para la población indígena.
Los instrumentos utilizados por los evangelizadores -escasos en
la jurisdicción santiagueña según nos revelan las fuentes- operaron
de diversas maneras en la evangelización de la población indígena.
Hemos mencionado la importancia de la religión como instrumento
117
de poder así como las motivaciones inconscientes que llevan a los
individuos a adscribirse a una forma u otra de pensamiento religioso.
La catequización de los indígenas americanos, fue uno de los
fenómenos más complejo de la interacción entre españoles e
indígenas. La imposición del ritual cristiano, la adopción de los
sacramentos y otras prácticas por parte de los indígenas, la
pervivencia de diversos aspectos de la religiosidad autóctona son
aspectos de un complejo proceso.
118
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124
“Esta tierra tan sin disciplina y sin conocimiento” 1
Notas sobre la presencia eclesiástica en la jurisdicción de San
Salvador de Jujuy (1550-1630)
Guadalupe Moreno*
Resumen
El presente trabajo propone hacer un recorrido desde las
primeras entradas al territorio de lo que fue la jurisdicción colonial
de San Salvador de Jujuy, hasta el momento posterior a la visita del
oidor Alfaro a la región. Dentro de las complejidades del período,
trataremos de resaltar las coyunturas que nos parecen las más
adecuadas para comprender las características de la evangelización
de la población indígena, en el área citada. La bibliografía analizada
sugiere que, a pesar de la presencia relativamente temprana de los
eclesiásticos, no existió una conversión muy masiva o muy real de
*Licenciada en Antropología, Universidad Nacional de La Plata.
1
Carta a S. M. del Obispo del Tucumán acerca de la visita que hizo a los
pueblos de su diócesis. Refiere al estado de Jujuy, Salta, Esteco, y las
costumbres de los indios. Pondera los servicios y las capacidades de don
Gerónimo Luis de Cabrera. En: Roberto LEVILLIER (Comp.), 1926.
Papeles Eclesiásticos del Tucumán. Documentos originales del Archivo de
Indias, vol. II, Madrid, pp. 59-63.
125
los indígenas de la región, por lo menos hasta la fundación de la
ciudad de San Salvador de Jujuy en 1593. A partir de ese año, el
proceso de evangelización, promovido en gran medida por la acción
de los encomenderos, sería mucho más notorio y habría estado
enormemente ligado a la creación de los pueblos de indios.
Notas metodológicas
Antes de abordar el tema específico que nos preocupa en el
presente artículo he de mencionar algunas nociones fundamentales
que fueron el punto de partida, teórico y metodológico, para poder
trabajar como equipo durante el ya mencionado proyecto de
investigación.
En las últimas décadas, la historiografía ha sufrido
importantes modificaciones en su perspectiva, y consecuentemente,
los estudios históricos de la sociedad se han visto enormemente
influenciados por enfoques provenientes de otras ciencias sociales.
De la mano de estos “aires de renovación” historiográfica han
surgido nuevos ejes de análisis, en los que la historia pudo acoger
aspectos antes omitidos, como los estudios culturales, el análisis del
imaginario, las prácticas de los sectores subalternos, etc.2. En efecto,
ya en la segunda década del siglo XX la historiografía se planteaba
algunos nuevos interrogantes originados en el desarrollo interior de
la misma sociedad americana, aunque fue recién con el aporte de
arqueólogos y antropólogos, que pudo plasmar este interés por
interpretar los casos particulares y novedosos que ofrecía el nuevo
continente, y comenzar a comprender la singularidad americana, la
que luego sería comparada con la perspectiva europea3. De esta
manera, los investigadores comenzaron a considerar a la sociedad
colonial como un espacio en el que se manifestaron tempranamente
diversas reglas de juego. Esta nueva percepción demostraba que la
2
Ver trabajo de Silvia MALLO, en este volumen.
Ver por ejemplo Eric R. WOLF, 1987. Europa y la gente sin historia. Ed.
Fondo de Cultura Económica. México.
3
126
disciplina histórica estaba incorporando la vieja inquietud
antropológica de observar la diferenciación que los sistemas sociales
hacen entre la norma y la práctica4, para así valorizar cuál era el uso
real que hacían los sujetos históricos de estas prácticas, y los
márgenes de libertad que ellas permitían5.
Consideramos, junto con Mallo, que, para reconstruir todo
proceso histórico, es necesario tener en cuenta que:
“Los fundamentos teóricos actuales señalan la capacidad
de los individuos para reconocer múltiples normativas,
identificar sus respectivos contenidos, percibir
situaciones y cualidades. A partir de la disparidad de sus
experiencias, construir el orden del mundo en el que
viven - al mismo tiempo un orden propio y consensuadoes, sin duda, una capacidad que originó el mundo
americano colonial”6.
Desde esta perspectiva, de concebir a los sujetos como actores
sociales capaces de accionar desde lógicas múltiples y en una
pluralidad de niveles, es entonces que trataremos de abordar las
relaciones, procesos, desarrollos y acontecimientos vinculados a la
organización temprana de la Iglesia Católica en el área
correspondiente a la actual jurisdicción de Jujuy y sus zonas
aledañas7.
4
Sobre este modo de caracterizar la labor antropológica ver, por ejemplo:
Roxana GUBER, 1991. El Salvaje Metropolitano. Editores Legasa. Buenos
Aires, p. 68, 69.
5
Ver por ejemplo los trabajos de Silvia MALLO, y Ma. Cecilia,
OYARZABAL, en este volumen.
6
Ver el trabajo de Silvia MALLO, en este volumen.
7
Las ciudades coloniales en general dominaban el amplio espacio rural
situado alrededor de ellas, y es por este motivo que haremos constante
mención de las zonas circundantes a la ciudad de San Salvador de Jujuy,
donde vivía la población indígena que luego fue repartida en encomiendas.
127
Introducción
El presente trabajo se propone recorrer el período
comprendido entre el momento de las primeras entradas españolas al
territorio de la jurisdicción colonial de San Salvador de Jujuy, hasta
aproximadamente 1630. Dentro de este contexto general,
intentaremos ofrecer una síntesis de trabajos anteriores que, sumados
a la mención puntual de algunas citas extraídas de fuentes editadas,
nos permitan comprender las características de las primeras entradas
religiosas en la región.
Los primeros intentos por dominar el territorio estudiado
comenzaron en 1535, cuando Diego de Almagro se adentró en las
tierras del Noroeste. A partir de allí, el arribo de españoles a la
región fue cada vez más frecuente, aunque tuvo un carácter
esporádico. Desde 1550 en adelante, la empresa conquistadora intentó
fundar las primeras ciudades, proceso que no fue sencillo, y que se dio
en un clima de gran inestabilidad política y fuerte resistencia indígena8.
Sin embargo, la paulatina ocupación del espacio posibilitó el
comienzo de una más o menos sistemática predicación a los indios,
sometidos o no al régimen de encomienda, y fue en ese momento que
se efectuaron los primeros bautismos en la puna9.
Es importante mencionar que durante todo el período que va
desde las primeras incursiones en la zona, hasta la fundación
definitiva de las ciudades de Salta (1582) y San Salvador de Jujuy
(1593), la dominación del territorio fue un proceso complejo que
Dicho espacio incluye la zona de la Quebrada de Humahuaca, los Valles
Orientales y la Puna, esta última comprendida a su vez dentro del amplio
espacio surandino definido por los arqueólogos como Área Circumpuneña.
8
Ana María LORANDI, 1988. “El servicio personal como agente de la
desestructuración en el Tucumán colonial”. Revista Andina, Año 6, nº 1.
Cusco, Perú, pp. 135-173.
9
Silvia PALOMEQUE, 2006. “La 'historia' de los señores étnicos de
Casabindo y Cochinoca (1540-1662)”. Andes, n.17, Salta, pp. 139-194.
128
trajo aparejados grandes conflictos. En efecto, la sujeción real de las
poblaciones indígenas a la autoridad de la Corona Española y de la
Iglesia Católica para ese momento es un asunto de enorme discusión.
Aún así, suele haber un acuerdo general en torno al hecho de que los
españoles, sucesores de un incario en proceso de desestructuración,
debieron negociar buena parte de su poder con las poblaciones
locales10. En efecto, algunos autores han llegado a considerar la
hipótesis de que algunas poblaciones originarias –específicamente
los indios de la Puna- no habrían percibido en realidad ningún
cambio en el orden político desde “el tiempo del inca” hasta el año
158911.
Finalmente, será recién con la fundación de los pueblos de
indios por los encomenderos de Jujuy colonial, cuando la predicación
adquirirá un carácter sistemático, que llevaría, entre muchos otros
factores, a la conformación de las cofradías de indios.
Reiteramos que nuestra intención no es en realidad la de
proponer ningún modelo innovador, sino más bien la de ofrecer una
síntesis, y por lo tanto, hemos trabajado con artículos de otros
10
Los trabajos que abordan esta temática son muy numerosos y no
podemos incluir aquí todos ellos. Referimos al lector a los trabajos de Judith
FARBERMAN, Ana María LORANDI, Silvia PALOMEQUE, Gabriela
SICA, Carlos ZANOLLI, Roxana BOIXAIDÓS, Raquel GIL MONTERO,
entre otros.
11
Sobre este tema Silvia Palomeque afirma que: “Es importante señalar
que en tres de los testimonios de los ancianos, se califica como "tiempo del
inca" al período anterior al año 1588/89, momento en el que dicen haber
sido derrotados por los españoles. Si pensamos en que Almagro ya pasa
por esta zona a inicios de 1536 y que dos décadas después habría una
aceptación de bautismo, vemos que se seguía denominando como "tiempo
del inca" al medio siglo que corrió desde Almagro hasta que son
derrotados militarmente, que también fue el momento en el que dicen haber
aceptado a "su encomendero". Ver: Silvia PALOMEQUE, 2006. Op. Cit, p.
151.
129
investigadores y con información que hemos extraído de fuentes
editadas, principalmente.
El contexto eclesiástico: la evangelización en América
“Cayeron los templos,
las insignias, los trofeos.
Cayeron los mismísimos dioses.
Y al día siguiente de la derrota,
con las piedras de los templos indios,
Comenzamos a edificar las iglesias cristianas”
12
Hemos dicho ya que uno de los objetivos del presente trabajo
es el de “pintar un cuadro” de cuál era la relación entre «la Iglesia» y
la población indígena en el territorio de la actual provincia de Jujuy y
sus zonas de influencia, para la época colonial temprana,
particularmente entre el siglo XVI y los comienzos del XVII. Sin
embargo, para ello necesitamos primero aclarar qué es lo que
debemos entender por Iglesia en el citado período, tema que no es
necesariamente un asunto tan sencillo, ni tan evidente. De hecho, en
general, para entender todo el momento de la colonia, es necesario
salir de las categorías para nosotros cotidianas; y debemos hacer un
esfuerzo, “etnográfico” quizás, por intentar comprender la
perspectiva de los actores, por esquiva que esta pudiera resultar. A
este respecto Roberto Di Stefano considera que cuando hablamos de
Iglesia en la época colonial debemos tener en cuenta dos cosas: la
falta de diferenciación entre «la Iglesia», como institución, y el resto
de la sociedad, y la imposibilidad de hablar de ella como un conjunto
homogéneo de personas e instituciones con intereses unívocos13.
Fragmento del cuento “Las dos orillas” del escritor mexicano Carlos
Fuentes. En: Carlos FUENTES, 1993. El Naranjo. Buenos Aires, Ed.
Alfaguara, p. 11.
13
Roberto DI STEFANO y Loris ZANATTA, 2009. Historia de la Iglesia
Argentina. Desde la Conquista hasta fines del siglo XX, p. 25, 26.
12
130
Sobre el primer punto, es necesario considerar que durante
los siglos de dominación española no se había completado aún el
proceso histórico de separación entre las esferas civil y religiosa y no
existía una clara distinción entre las estructuras estatales y
eclesiásticas. Más aún, la sociedad colonial poseía una unanimidad
religiosa en la que, al menos en lo jurídico, todos sus miembros
profesaban la misma fe, o deberían haberlo hecho, y donde la
legislación eclesiástica formaba parte de las leyes que regían a la
sociedad14. La causa más conocida de esta fuerte vinculación entre
«La Iglesia» y el Estado Colonial en Hispanoamérica, fue el
Patronato Real, medio por el cual los reyes católicos se
comprometieron a promover la conversión de los habitantes
americanos y a mantener a la iglesia militante bajo su protección; a
cambio de su ayuda para legitimar sus nuevos derechos sobre las
tierras americanas recién conquistadas15. En efecto, tal fue el control
que la corona ejerció sobre la Iglesia, que la política eclesiástica fue,
en muchos casos, un aspecto más de la política colonial, y los reyes
de España asumieron una gran cantidad de funciones, que iban desde
presentar a los obispos ante el Papa, elegir a los párrocos y fundar
iglesias, hasta administrar las rentas de las parroquias16. Es por ello
que, para esta época hablar de relaciones entre Iglesia, Estado y
sociedad puede resultar bastante anacrónico, dado que estos no son
en realidad instituciones diferenciadas, sino más bien distintos
ámbitos de ejercicio de un mismo poder17.
Al mismo tiempo, fuera de la esfera de las relaciones institucionales
entre Iglesia y Estado, es decir, en la vida cotidiana y en las prácticas
de los actores coloniales locales, el lugar que ocupaba la religión
14
Roberto DI STEFANO y Loris ZANATTA, 2009. Óp. Cit. p. 25, 26.
Josep BARNADAS, 1990. “La Iglesia católica en la Hispanoamérica
colonial”. En: Leslie Bethell (Ed.) Historia de América Latina. Vol. II, p.
186.
16
Roberto DI STEFANO, y Loris ZANATTA, 2009. Óp. Cit., p. 26.
17
Roberto DI STEFANO, y Loris ZANATTA, 2009. Óp. Cit. p. 26.
15
131
tampoco se agotaba en las prácticas piadosas, sino que permeaba
todas las dimensiones de la vida social18 haciendo que, muchos
ámbitos sostenidos por la sociedad civil, no contaran con autonomía
jurídica respecto de la jerarquía eclesiástica19.
Por otra parte, en la época colonial, lo que llamamos
genéricamente «la Iglesia» puede considerarse en realidad:
“...un conjunto de instituciones y corporaciones muy
autónomas entre sí, carentes de un centro de toma de
decisiones, dependientes de las políticas dictadas por la
Corona Española, prácticamente incomunicadas con la
Santa Sede y muy vinculadas a los intereses de familias y
clanes familiares” 20.
Así, contrariamente a la imagen de homogeneidad que pudiera
tenerse, entre los siglos XVI y XIX, «la Iglesia» incluye una
multiplicidad de actores que frecuentemente manifiestan diferencias
significativas en su manera de pensar y de actuar.
Jaime PEIRE, y Roberto DI STEFANO, 2004. “De la sociedad barroca a
la ilustrada; aspectos económicos del proceso de secularización en el Río de
la Plata”. En: Andes, nº15, pp.117-149. Sobre este tema ver también Josep
BARNADAS, 1990. Óp. Cit. pp. 185-207; y Roberto DI STEFANO y Loris
ZANATTA, 2009. Óp. Cit.
19
Es muy conocido el caso de las cofradías coloniales, que estaban sujetas
al control diocesano que, bajo la figura de las visitas de inspección,
controlaba su “buen funcionamiento”. Ver: Dolores ESTRUCH, 2009.
“Fundar, Gobernar y Rezar. Una aproximación a los vínculos entre sociedad
política y religión en el Jujuy colonial (1656-1776)” En: Runa, Vol.30, nº 1,
pp. 62, 74.
20
Roberto DI STEFANO, y Loris ZANATTA, 2009. Óp. Cit. p. 10, 11.
18
132
La Organización de la Iglesia
La Iglesia en Hispanoamérica funcionó a través de sus
obispados21, aunque a nivel local la pieza clave de la organización
fue la parroquia22. La adaptación de modelo parroquial, traído desde
Europa, y adaptado a las condiciones americanas, dio como resultado
una diferenciación entre «parroquias» propiamente dichas y
«misiones» y/o «doctrinas».
Los misioneros, que eran mayoritariamente miembros de las
órdenes religiosas23, crearon «misiones» o «doctrinas» para la
21
Un obispado era un centro administrativo autónomo responsable del
trabajo misionero, de la legislación sinodal, y de la formación de los
seminaristas. Ver Josep BARNADAS, 1990. Óp. Cit. p. 190, 191.
Igualmente, conviene no perder de vista la precaución mencionada por Di
Stefano, entre otros, acerca de que, si bien la estructura institucional se fue
desarrollando a partir de la multiplicación de los obispados, la creación de
cada uno de ellos durante los inicios del periodo colonial no indica
necesariamente una presencia efectiva de estructuras y personal eclesiástico
en los territorios interesados. “...la creación de nuevas diócesis solía
decidirse en función de los informes de las autoridades locales y sobre la
base de imprecisos mapas, a menudo incluyendo superficies aun
inexploradas. [...] El verdadero escollo [que hubo que sortear durante gran
parte del período colonial] era dotar a la diócesis de las estructuras y del
personal necesario para el servicio del culto y para la pastoral”. Ver
Roberto DI STEFANO, y Loris ZANATTA, 2009. Op. Cit. p. 44, 45.
22
Fue fundamentalmente, a partir del programa de reformas establecido por
el Concilio de Trento, que la parroquia se constituyó en un espacio de
referencia obligatorio para los fieles y fue el centro de la vida religiosa. Ver
Roberto DI STEFANO, y Loris ZANATTA, 2009. Óp. Cit. p. 28.
23
El clero se divide comúnmente en clero regular y clero secular. Las
principales órdenes regulares que se hicieron presentes en Hispanoamérica
incluyen franciscanos, dominicos, agustinos y mercedarios. A ellas se
sumaron los jesuitas en 1568. También hay otras órdenes que ingresaron
más tardíamente, básicamente dedicadas a cuidar enfermos y necesitados en
las ciudades; como los antoninos, los betlemitas y los carmelitas, entre
otros. Generalmente se acepta la gran importancia que tuvieron las órdenes
133
evangelización de los indígenas, mientras que el clero secular fundó
«parroquias» para los españoles. Las primeras eran, en su mayor
parte, rurales, y las últimas, totalmente urbanas.
Las «misiones» y «doctrinas» fueron el ámbito fundamental
en el que se desarrolló la evangelización de los indios en
Hispanoamérica24. La «misión» -o sus sinónimos «reducción», o
«conversión»- constituía el inicio de la cristianización de los pueblos
o parcialidades indígenas, aunque debemos remarcar que el objetivo
español no se limitaba a la cristianización, sino que se pretendía
principalmente la “civilización” de los indígenas. En este sentido, el
primer problema que tuvieron que salvar los españoles en la
catequización fue el de fijar a los naturales a un territorio25 y,
consecuentemente, la política colonial acentuó la organización de la
población nativa en pueblos de indios, lo que permitió un mejor
ejercicio del dominio colonial. A su vez, la organización de las
reducciones de los indígenas a pueblos, intensificó y aumento la
campaña de evangelización, en parte porque la base para la
constitución de un pueblo de ese tipo era la construcción de una
religiosas para traer el cristianismo a Hispanoamérica. En efecto, los
mismos Reyes Católicos recurrieron a los servicios de las órdenes
mendicantes; a cuyos frailes preferían a los miembros del clero secular, en
parte por su mayor celo misionero, su posibilidad para manejar grandes
cantidades de trabajadores, su falta de pretensiones señoriales, y su deseo de
obtener conversiones. Ver Josep. BARNADAS, 1990. Óp. Cit. p. 192, 193.
24
Se considera que para el territorio de América del Sur es posible
establecer una división entre “misiones” y “doctrinas” para la época
colonial temprana. Sin embargo, pese a que en muchos casos ha sido
posible constatar esta distinción, también es cierto que algunos pueblos de
indígenas recién convertidos fueron desde un inicio denominados
“doctrinas”. Esta situación se mantuvo hasta el primer Concilio Limense,
que se inició en 1551. Ver: Carlos CARCELÉN RELUZ, 1994. “Doctrinas
y Doctrineros en el Perú. Sierra Limeña. Siglos XVI y XVII”. En: Revista
Nueva Síntesis. Año 1, nº 1-2, p. 56, 57.
25
Roberto DI STEFANO, y Loris ZANATTA, 2009. Op. Cit. p. 40, 41.
134
iglesia, y también porque cada pueblo debía encontrase dentro de la
jurisdicción de una Doctrina26.
En la fase misionera, y una vez que los sacerdotes obtenían
permiso de los líderes étnicos, los indígenas recibían los principios
básicos de la doctrina cristiana, a la vez que “aprendían la vida
civilizada”. Como veremos, en Jujuy colonial esta etapa comenzará
recién luego de la fundación de la ciudad, en 1593. En los pueblos,
se les enseñaba la doctrina y, cuando se consideraba que la conocían
suficientemente, se los bautizaba. Al mismo tiempo, en algunas
áreas del virreinato, para facilitar el trabajo de la evangelización
muchos sacerdotes quedaban exentos de la autoridad del obispo y los
indios eran liberados del pago del tributo, y por ende de la
encomienda, por un plazo de diez años. Sin embargo, en el territorio
del Tucumán Colonial, no ocurrieron tales exenciones del tributo.
Más aún, en esta zona, la “pobreza de la tierra” hizo que los
encomenderos llevaran la explotación indígena a límites
inconcebibles en otras regiones27, lo que a su vez condujo al fracaso
de más de una experiencia misional. Esta explotación excesiva
estuvo presente durante todo el periodo colonial, pese a los
numerosos esfuerzos de las autoridades por dictar normativas que
aminoraran la pesada carga impuesta a la población indígena local.
26
Ver: Carlos CARCELÉN RELUZ, 1994. Óp. Cit. p. 57; Roberto DI
STEFANO y Loris ZANATTA, 2009. Óp. Cit. p. 25, 26. Asimismo, para el
área de la actual provincia de Jujuy, Gabriela Sica considera que, los
pueblos de indios nacieron como iniciativa de los encomenderos y las
autoridades coloniales que querían garantizar la mano de obra para que los
encomenderos pudieran llevar a cabo sus emprendimientos económicos.
Ver Gabriela SICA, 2006. Del pukara al pueblo de indios. La sociedad
indígena colonial en Jujuy, Argentina, Siglo XVII. Tesis Doctoral,
Universidad de Sevilla, inédita. p. 8, 9. Agradecemos a la autora por
facilitarnos el manuscrito.
27
Ana María LORANDI, 1988. Op. Cit. pp. 135-173.
135
En la mayor parte de las regiones, los encomenderos
demostraron escaso interés por la instrucción religiosa de los indios.
En Jujuy, sin embargo, gran parte de la evangelización en los
pueblos de indios fue apoyada y facilitada por los encomenderos28.
A partir del momento del bautismo, a los indios se los consideraba
completamente incorporados a la vida colonial y eran asignados
territorialmente a una «doctrina» o «parroquia de indios» a cargo de
uno o más curas doctrineros29. Estas parroquias estaban sujetas a la
jurisdicción del obispo y los indios debían comenzar a pagar el
tributo, al rey o al titular de la encomienda a la que fueran
destinados.
Por su parte, las «parroquias» fueron ámbitos que
trasplantaron y conservaron la vida religiosa de los españoles, y en
ellos el párroco pudo asumir un eficiente control de la población
local: debía anotar individualmente cada nacimiento, cada
casamiento y cada defunción en los libros parroquiales, llevar el
recuento de los feligreses en su territorio, elaborar listas de quienes
cumplían o no con el precepto de confesión y comunión anual para la
Pascua, e informar periódicamente el “estado de las almas” a su
cuidado30.
28
Gabriela. SICA, 2006. Óp Cit. pp. 100-239.
Las “Doctrinas” eran parroquias de indígenas asistidas por uno, dos o más
sacerdotes, bien seculares o regulares, con atribuciones de cura de almas.
Carlos Carcelén Reluz afirma que una doctrina es aquella que: se halla
dentro de los límites de una Diócesis; tiene por lo menos una Iglesia
atendida por un cura doctrinero (secular o regular) con el oficio de cura de
Almas y jurisdicción eclesiástica; y, lo fundamental, tiene una población de
feligreses en su totalidad indígenas. Como regla general, el período de
transición de la «misión» a la «doctrina» no era fijo y dependía de la
voluntad del Rey o de sus funcionarios en las colonias, pero a veces
obedecía a un espacio de diez años, luego de los cuales las misiones eran
elevadas a la categoría de doctrinas. Ver: Carlos CARCELÉN RELUZ,
1994. Óp. Cit. p. 56, 57.
30
En este trabajo no nos ocuparemos de las parroquias para españoles. Para
trabajos sobre la misma región ver Dolores. ESTRUCH, Op. Cit. pp. 61-78
29
136
“gente desta tierra”
Los numerosos estudios efectuados sobre la sociedad
colonial han demostrado cómo, lejos de ser un mundo en el que se
impusieron las prácticas y normas de los españoles, las sociedades de
la colonia fueron diversas y mostraron gran variedad de situaciones
que dependieron no sólo de los conquistadores sino de los
conquistados. En este sentido, cualquier intento por caracterizar la
sociedad de la época debe necesariamente tener en cuenta que ella
surgió como el resultado de múltiples procesos de transferencia que
ocurrieron entre todos los actores sociales. Más aún, las
características de las propias sociedades originarias condicionaron
las formas coloniales de dominación emergentes en cada uno de los
espacios que fueron ocupados por los españoles31. Lo que nos
interesa recalcar es que cada una de estas formas específicas de
dominación surgió como el resultado de la interacción de diversos
factores, entre los cuales podemos mencionar: las políticas de la
corona en la colonización de espacios “marginales”32, los intereses
particulares de los individuos que conformaban las huestes
conquistadoras, la abundancia de población originaria, su economía y
patrón de asentamiento (los cuales condicionaron la posibilidad de
obtener mano de obra, o de llevar a cabo la evangelización, por
ejemplo), y las formas de organización política de las sociedades
indígenas (porque fue en base a sus lógicas particulares que se hizo
Silvia PALOMEQUE, “El mundo indígena. Siglos XVI-XVIII”. En:
Enrique TANDETER (Comp.), 2000. Nueva Historia Argentina, Buenos
Aires, Sudamericana, Tomo II, pp. 87-144.
32
La Gobernación del Tucumán fue considerada por el estado colonial
como un área pobre y de frontera, en buena parte porque en ella no había
grandes minas de oro y plata, a la vez que la separaba una gran distancia de
las zonas centrales del virreinato.
31
137
posible generar alianzas con los sectores dominantes de la sociedad
española)33.
Dentro de esta línea de argumentación, creemos que para
comprender claramente el proceso de conquista y ocupación
temprana de la jurisdicción colonial de San Salvador de Jujuy y sus
zonas aledañas, y las características de las primeras entradas
eclesiásticas en la región, debemos comenzar por caracterizar las
sociedades prehispánicas que estaban presentes en el área. Con el
transcurso del siglo XVI sus características particulares, combinadas
con aquellas implementadas por los españoles, originarían una
sociedad con rasgos diferenciados del resto de las situaciones de la
Gobernación del Tucumán, entre los cuales se destacan la larga
perduración de las encomiendas, la redistribución de las poblaciones
en “pueblos de indios”, el funcionamiento de instituciones como
cabildos y cofradías indígenas, una menor caída demográfica a lo
largo del siglo XVII, y el pago ocasional del tributo en dinero34.
En el siglo XVII, la jurisdicción colonial de San Salvador de
Jujuy involucraba un amplio territorio, que abarcaba tres áreas
geográficas diferentes: la Puna, la Quebrada de Humahuaca y el
Valle de Jujuy. En ella se encontraban algunas de las sociedades
indígenas prehispánicas con mayor peso demográfico, complejidad
social y desarrollo de las actividades productivas del Noroeste
Argentino35.
STERN, Steve, 1982. “Ascensión y caída de las alianzas post-incaicas”
En: Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española.
Madrid, Ed. Alianza. pp. 59-92. Para la región del Tucumán ver: Silvia
PALOMEQUE, 2000. Óp. Cit., pp. 87-144, Ana María LORANDI, 1988.
Óp. Cit., pp. 135-173.
34
Gabriela SICA, 2006. Op. Cit., p. 41.
35
Silvia PALOMEQUE, 2000. Óp. Cit. pp. 135-173.
33
138
Mapa 1
“Descripción de las provincias del Chaco y confinantes, según las relaciones
modernas y noticias adquiridas por diversas entradas de los Misioneros de la
Compañía de Jesús que se han hecho en este siglo de 1700”36.
36
Agradezco a la Lic. Dolores Estruch la gentileza de facilitarme el mapa.
El mismo está disponible en: http://www.bvp.org.py/mapas/paraguay3.htm.
139
La Quebrada de Humahuaca37, que se extiende de norte a
sur entre la Puna y los Valles Orientales, fue el territorio que
condensó el mayor número de pobladores originarios, en parte
porque es una zona con excelentes terrenos para las prácticas
agrícolas y el regadío. Allí se desarrollaron organizaciones sociales
estratificadas y complejas, con economías agrícolas basadas
principalmente en el cultivo de especies como maíz, zapallos,
porotos y ají -aunque también explotaban los bosques de algarrobo y
chañar, y practicaban ocasionalmente el pastoreo38. Estas sociedades
implementaron obras de gran infraestructura, como andenes y
canales para el riego, y pudieron sostener altas densidades de
población39. En cuanto a su patrón de asentamiento, sabemos que
estos pueblos eran sedentarios y habitaban en aldeas, aunque también
contaban con recintos fortificados enclavados en lugares estratégicos,
por lo general una elevación, al que la población se trasladaba en
momentos de peligro. Estos poblados defensivos se conocen con el
nombre de «pukaras»40.
Mucho se ha discutido acerca de la filiación étnica de las
poblaciones que habitaron la Quebrada de Humahuaca en tiempos
37
La Quebrada de Humahuaca, posee una longitud aproximada de 180 Km.
y una orientación Norte-Sur. Constituye uno de los accidentes geográficos
más importantes del Noroeste Argentino.
38
Silvia PALOMEQUE, 2000. Op. Cit., p. 94, 95.
39
Ibídem.
40
Este patrón de asentamiento surge en el período de desarrollos regionales
(entre el 900 D.C. y la invasión europea). Momento en que los grupos del
Noroeste experimentaron una serie importante de transformaciones en su modo
de vida, reflejadas en importantes cambios en el tamaño, emplazamiento y
estructura interna de sus asentamientos residenciales. Los Pukaras comienzan a
construirse en el 1300 D.C. y se cree que el cambio responde al
establecimiento de un estado de conflicto endémico generalizado en los Andes
Centro-Sur. Ver Axel NIELSEN, 2001. "Evolución del espacio doméstico en
el norte de Lípez (Potosí, Bolivia): ca. 900-1700 D.C.", Estudios Atacameños,
21, p. 41.
140
prehispánicos41. En este sentido, los documentos coloniales
mencionan a los pobladores originarios de la región con diversos
calificativos,
como
“omaguacas”,
“tilcaras”,
“chichas”,
“churumatas”, “paipayas”, “ocloyas”, “tilianes”, etc.; los que al
principio fueron interpretados por los investigadores como
designando, cada uno de ellos, diferentes parcialidades indígenas42.
En la actualidad, sin embargo, muchos trabajos coinciden en señalar
que la zona de la Quebrada estuvo poblada en tiempos prehispánicos
por una parcialidad denominada Omaguaca43.
Sánchez y Sica, por su parte, si bien han adherido a esta
opinión en líneas generales, han discutido acerca de la composición
interna de la misma y sus variaciones en el tiempo44.
41
Ante la imposibilidad de hacer un tratamiento exhaustivo de un tema tan
complejo en tan breve espacio, remitimos al lector a los trabajos de José
Luis Martínez, Silvia Palomeque, Gabriela Sica, Sandra Sánchez y Carlos
Zanolli, citados en la bibliografía. Un análisis detallado de éste tema puede
encontrarse en Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. y Carlos ZANOLLI, 2005.
Tierra, encomienda e identidad: Omaguaca (1540-1638), Buenos Aires,
Argentina, Sociedad Argentina de Antropología.
42
Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. pp. 42-45
43
PALOMEQUE, Silvia. 2000. Óp. Cit., p. 91, 92.
44
Las autoras han sostenido distintas ideas a este respecto. En un primer
momento, postularon que los Omaguacas eran una entidad compuesta por
diferentes parcialidades: Ocloyas, Paipayas, Tilcaras Humahuacas, y que si
bien cada una de dichas parcialidades estaba a cargo de un cacique, todas
juntas respondían al cacique general de Humahuaca, que era la parcialidad
más fuerte. Ver: Sandra SÁNCHEZ, y Gabriela SICA, 1990. “La frontera
oriental de Humahuaca y sus relaciones con el Chaco”, Bulletín del Institute
Francais d’ Etudes Andines, 19, n° 2, Lima, Perú, pp. 469-497; y también
Sandra SÁNCHEZ, y Gabriela SICA, 1991. “Algunas Reflexiones acerca
de los tilcaras”, Revista Avances en Arqueología nº1, IIT, UBA, Tilcara,
pp. 82-99. En otra publicación, las mismas autoras han sostenido que en la
Quebrada existían tres unidades sociopolíticas independientes con sus
respectivos linajes curacales: Omaguaca, Tilcaras y Tilianes. También han
considerado la posibilidad de que al interior del curacazgo de Omaguaca
141
Por su parte, Zanolli, ha discutido esta posición, proponiendo que,
en realidad, ya desde el «tiempo del inca» se denominó con el
término Omaguaca a una importante porción del territorio de la
actual provincia de Jujuy, cuyo eje central estaría localizado en las
inmediaciones de la Laguna de Pozuelos45. El autor, considera que la
designación “omaguacas” casi no aparece en las fuentes coloniales
más tempranas, sino que lo hace posteriormente, para designar a los
indígenas que fueron encomendados a Pedro Zarate, y que habitaban
en el pueblo de San Antonio de Humahuaca, en la quebrada
homónima; los cuales, al menos en parte, eran chichas. La zona
sostenía desde temprano intensas relaciones con otras áreas vecinas
(Atacama, Lípez y Chichas), vínculos que podían adquirir diferentes
modalidades46.
La Puna es una amplia meseta situada alrededor de los 3500
m.s.n.m., de clima árido y gran amplitud térmica, salpicada de
salares y lagunas salobres. Tiene una altura que va desde los 3500
m.s.n.m., en sus partes más bajas, hasta los 6000 m.s.n.m; y está
rodeada por las cumbres de varios cordones montañosos. En ella las
precipitaciones escasas, los ríos efímeros, y la vegetación exigua,
crean un entorno hostil, donde pese a la aparente uniformidad las
existieran solo dos parcialidades, que habrían mantenido sus propias
autoridades y linajes independientes desde el siglo XVI hasta mediados del
Siglo XIX. Para una discusión con más detalle sobre estos temas, ver
Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. pp. 42-45.
45
Carlos ZANOLLI, 1995. “Omaguaca: la tierra y su gente. Presencia
chicha hacia el sur de Talina. Siglo XVI”. En: Presta, Ana María (Ed. y
Comp.). Espacio, etnías, frontera. Atenuaciones políticas en el sur del
Tawantinsuyu siglos XVI – XVIII, Sucre, Bolivia, Ediciones ASUR, pp. 322.
46
Sobre las relaciones de los pueblos de la Quebrada con otras regiones hay
una gran cantidad de trabajos historiográficos, como por ejemplo los de José
Luis Martínez, Gabriela Sica, Sandra Sánchez, Viviana Conti y Silvia
Palomeque. También numerosos arqueólogos han trabajado en estos temas,
como M. Albeck, Axel Nielsen, Beatriz Cremonte, Myriam Tarragó y
Mercedes Garay de Fumagalli, entre otros. Entre los arqueólogos chilenos
destacamos los trabajos de Lautaro Núñez Atencio y su equipo.
142
pequeñas variantes en la ubicación, la altitud, la orientación, el
relieve y los cursos de agua, crean micro ambientes diversificados,
muy importantes para el desarrollo de la vida humana47. Para M. E.
Albeck, se puede dividir a la puna en cinco zonas: septentrional, centro
occidental, centro oriental, meridional y occidental48. En la zona
septentrional (Yavi y el curso medio del río San Juan) la Puna es una
árida planicie, atravesada en ciertas regiones por valles húmedos. En la
zona centro oriental (cuenca de la laguna de Guayatayoc y del río
Miraflores) existen pequeñas quebradas reparadas del viento, donde se
presentan microclimas más benignos. Finalmente, las dos últimas zonas
de la Puna reciben las denominaciones de Puna Occidental y Puna
Meridional y en ellas el ambiente se torna cada vez más seco, ya que
decae el nivel de precipitaciones. Son las regiones más elevadas y
áridas del conjunto y están ocupadas por extensos salares49.
En tiempos prehispánicos esta región estaba habitada por
poblaciones que se organizaban en pequeñas unidades y estaban
dispersas en grandes espacios. Estos pueblos han llegado a nosotros
bajo el nombre de “casabindos” y “cochinocas”, los que a su vez se
integraban en un conjunto mayor de pueblos semejantes como los
“lipes”, “atacamas”, “apatamas50” y “chichas”51. El recurso principal
M. ALBECK, 1992 “El ambiente como generador de hipótesis sobre la
dinámica cultural prehispánica en la Quebrada de Humahuaca”. En: Revista
Cuadernos, nº 3, Jujuy, Argentina, Facultad de Humanidades y Ciencias
Sociales, Universidad Nacional de Jujuy, 1992, p. 98.
48
M. ALBECK, “El ambiente como generador...” Op. Cit. 95-106.
49
Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. pp. 15-17.
50
Se ha discutido bastante acerca de la denominación “apatamas”. Algunos
autores lo han considerado una etnia independiente mientras que otros los
ven como un subgrupo (o hasta un error de grafía) de los “atacamas”. La
discusión excede los límites del presente artículo. Remitimos al lector a los
trabajos de Pedro Krapovicas, José Luis Martínez, Silvia Palomeque y
Gabriela Sica, entre otros.
51
José Luis MARTINEZ, 1998. Pueblos del chañar y el algarrobo. Los
atacamas en el siglo XVII, Santiago de Chile, Dibam-Facultad de Filosofía
y Humanidades, Universidad de Chile, pp. 15-43.
47
143
de estas poblaciones eran los rebaños de camélidos andinos (llamas,
alpacas, vicuñas y guanacos), la sal, el oro y las rocas para construir
distintos instrumentos. También practicaban la caza, recolectaban
huevos y vegetales, y cultivaban quínoa y papa en áreas específicas y
con gran esfuerzo52. Estas comunidades pastoriles, con economías
trashumantes, sostuvieron importantes redes de intercambio, que
realizaban mediante caravanas de llamas. Ellas, viajaban a través de
arduos caminos, cargadas de calabazas, maderas, plumas, cebil, miel,
mates de las zonas boscosas, piedras semipreciosas del desierto
chileno, valvas de moluscos del pacífico y, sobre todo, granos de los
valles53. Todos estos productos eran traídos a cambio de sal y
productos ganaderos de la zona. A su vez las caravanas de llamas
permitieron articular amplias zonas del Noroeste y han sido un
fenómeno de integración de suma importancia54. José Luis Martínez
afirma que este marcado desplazamiento a territorios lejanos a sus
lugares de origen, al que llama «territorialidad dispersa», es una
característica que distingue al área circumpuneña55 en toda su
52
Silvia PALOMEQUE, 2000. Op. Cit. p. 92.
Lautaro NÚÑEZ ATENCIO, y Tom DILLEHAY,. Movilidad giratoria,
armonía social y desarrollo en los Andes Meridionales: patrones de tráfico
e interacción económica (Ensayo). Antofagasta (Chile), Dirección General
de Investigaciones Científicas y Tecnológicas. Universidad del norte. 1979,
190 p. Ver también: Axel NIELSEN, 1997. “El tráfico caravanero visto
desde la Jara”, Estudios Atacameños, nº 14, pp. 339-371.
54
Sobre este tema hay una extensa bibliografía. El trabajo más importante,
que ha dado pie a infinidad de estudios posteriores, es sin duda la
monografía antes citada de Lautaro NÚÑEZ ATENCIO y Tom DILLEHAY
(1979). Ibídem.
55
“La subárea Circumpuneña es el segmento más meridional de lo que la
arqueología andina ha denominado como “Área Centro-Sur Andina” y que
se extiende aproximadamente por todo el macizo altiplánico y sus vertientes
amazónica y oceánica. En este conjunto esta subárea abarca básicamente
un espacio de puna que la arqueología sitúa desde el salar de Uyuni hacia
el sur y que coincide en sus líneas más generales con esa banda o franja
dentro de la que, según la documentación colonial, parecerían desplazarse
53
144
historia arqueológica y hasta los tiempos post-hispánicos. A su vez
afirma que, debido a la alta movilidad, la realización de matrimonios
interétnicos era una práctica común, y ello daba lugar a una marcada
«interdigitación étnica»56. Estas características, como veremos
posteriormente, afectaran notoriamente la relación que las
poblaciones de la puna establecieron con los españoles; en efecto,
ellas parecen haber gozado de una interesante “capacidad de
negociación”57 y sus hábitos de “alta movilidad” deben haber
dificultado enormemente la tareas de reducción, en caso de que estas
hayan sido realmente efectivas58.
Finalmente, los Valles Orientales corresponden a la región
desde Volcán hacia el sur, donde la Quebrada se ensancha, y el
relieve empieza progresivamente a suavizarse hasta transformarse en
el Valle de Jujuy. En esta zona, los cauces fluviales se abren, y dan
lugar a un espacio abierto, con abundante vegetación, el cual fue el
centro de la población española colonial59. Esta fue una zona de
y relacionarse las poblaciones atacameñas, lipes, humahuacas, etcétera.”
José Luis MARTINEZ, 1998. Op. Cit. p. 25.
56
Ibídem, p. 18.
57
Ver por ejemplo el trabajo de José Luis Martínez sobre los “lipes”, en la
actual Bolivia. José Luis MARTÍNEZ, 1995. "Papeles distantes, palabras
quebradas. Las informaciones sobre los lipes en el siglo XVI", en: Presta
(Ed.): Espacios, Etnias y Fronteras. Atenuaciones políticas en el Sur del
Tawantinsuyu, Siglos XV-XVIII. Ediciones ASUR 4, Sucre, pp. 285-317.
58
Sobre este tema José Luis Martínez comenta, también sobre los “lipes”, el
caso de un padrón de 1603, en el cual se “reitera” la orden de que los indios
sean reducidos. El autor opina que estas órdenes recurrentes indicarían que
las poblaciones de la puna en realidad gozaban de amplios márgenes de
libertad, y que, dada su alta movilidad, reducirlos fue una tarea compleja.
José Luis MARTÍNEZ, 1995. Op. Cit. pp. 285-289. Sobre este tema ver
también Raquel GIL MONTERO, en Prensa. “Los pastores frente a la
minería colonial temprana: Lípez en el siglo XVII”. En prensa en Lautaro
Núñez y Axel Nielsen (Eds.): Viajeros en ruta: arqueología, historia y
etnografía del tráfico Surandino.
59
Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. p. 21, 22.
145
intensas y cambiantes relaciones, que parece haber sido, ya desde
tiempos prehispánicos, la frontera que separaba a las poblaciones del
área, de los pueblos “chiriguanos” de la región chaco-santiagueña.
Para Sánchez y Sica el área fue una porción de la frontera diseñada
por el «Tawantinsuyu», en la que los incas habrían asentado
diferentes enclaves multiétnicos, con el objetivo de frenar las
invasiones provenientes desde el este. Estos enclaves habrían estado
poblados por “churumatas”, “paipayas”, “ossas” y “ocloyas”; todos
ellos «mitimaes»60 posiblemente vinculados a distintas regiones de la
actual Bolivia, que canalizaban las relaciones entre las tierras altas y
bajas61.
Hacia el año de 1480, poco antes de que Colón llegara a
América por primera vez, el Imperio Inca, también conocido como
«Tawantinsuyu», extendió su dominación, hasta Chile y Argentina,
incorporando activamente a las sociedades del Noroeste bajo su
dominio. Esta organización política fue la más compleja desarrollada
en los Andes prehispánicos, y su territorio, dividido en cuatro
«suyus» o provincias, y con su capital en la ciudad de Cuzco en la
Los mitimaes, llamados a veces mitmakunas o mitmas, eran “colonos”,
trasladados por el estado Inca desde sus comunidades de origen hacia
enclaves multiétnicos, que mantenían sus lazos con sus comunidades de
origen. Este sistema permitía controlar zonas ecológicamente diferentes y
así disponer de recursos complementarios. Para algunos autores, como John
Murra, este sistema es un rasgo distintivo de las sociedades andinas, y su
origen es anterior al estado incaico, el cual habría retomado esta institución
para extenderla en una escala hasta el momento desconocida, con fines
económicos y militares. Para una mayor discusión sobre estos temas ver:
John MURRA, 2002. “El control vertical de un máximo de pisos ecológicos
en la economía de las sociedades andinas”, En: El mundo andino.
Población, medio ambiente y economía, Lima, Perú, Instituto de Estudios
Peruanos/Pontificia Universidad Católica del Perú, pp. 85-139. Ver también
Nathan WACHTEL, 1981. “Los mitmas del valle de Cochabamba: la
política de colonización de Wayna Capac”, Historia Boliviana, nº 1,
Cochabamba, Bolivia, pp. 21-57.
61
Sandra SÁNCHEZ, y Gabriela SICA, 1990. Op. Cit. pp. 469-497.
60
146
sierra peruana, abarcaba desde Ecuador hasta el río Biobío, y la
actual Mendoza62. En el Noroeste, los incas crearon 4 nuevas
provincias: Humahuaca, Chicoana, Quire Quire y Austral. El
«Qhapaqñan» o camino del inca, que aseguraba la comunicación, el
transporte y la movilización de los ejércitos, fue ampliado y actuó
como instrumento de integración política y simbólica63. Los incas
edificaron tambos para almacenar cereales para sus ejércitos y
«pukaras» defensivos, impusieron su lengua, el quechua, y
trasladaron poblaciones enteras de colonos o «mitimaes» para
controlar a la población local. Su influencia modificó muchos hábitos
de la población local, como por ejemplo las pautas artesanales. Las
piezas cerámicas típicas de este período en el Noroeste fueron los
keros y arébalos, contenedores hechos de paredes finas y con
superficies pulidas decoradas en rojo, negro y blanco con diseños
geométricos, que se encuentran en numerosos sitios arqueológicos
del Noroeste.
A partir de la llegada de Francisco Pizarro, en 1532, los
Andes centrales presenciarían la caída del imperio incaico. Sin
embargo, en las regiones alejadas, como la Quebrada y la Puna, el
desmoronamiento del «Tawantinsuyu» no fue inmediato, y como
veremos más adelante, las circunstancias de la conquista y ocupación
del territorio de la futura jurisdicción hicieron que los habitantes
pudieran conservar sus costumbres y su cultura material por un largo
período64.
Luis GONZÁLES, 2000. “La dominación inca. Tambos, caminos y
santuarios”. En: Myriam N. Tarragó, Nueva Historia Argentina, Los
pueblos originarios y la conquista, tomo I, capítulo I, Buenos Aires, Ed.
Sudamericana, pp. 301-342.
63
Axel NIELSEN, José BERENGUER y Cecilia SANHUEZA, 2005. "Los
caminos del Inka. Entre el desierto de Atacama y el altiplano de Lípez", en
Anuario del ABNB, No. 11, pp. 419-457.
64
Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. p. 68, 69.
62
147
Las primeras entradas españolas
“Los indios estaban cabreros”65
A principios del siglo XVI, los reyes de España firmaron cuatro
capitulaciones66 en las que les otorgaron grandes franjas de territorio y
futuros títulos de encomiendas de indios a súbditos “adelantados” que,
con sus propios recursos económicos, se ocuparan de la empresa de
conquista. Fue en este contexto general que, desde dos orígenes
diferentes, comenzaron las entradas hacia el espacio que luego sería la
gobernación del Tucumán. Los territorios del Este, “sin indios, ni
metales”, fueron alcanzados por primera vez por una expedición que
habría partido desde la península Ibérica en 1535, al mando de Don
Pedro de Mendoza, quien, tras levantar el asiento de Buenos Aires en
1536, subió con sus hombres por el Río Paraná hasta las tierras del
Paraguay, buscando llegar a Charcas a través del Chaco67.
Por otra parte, ese mismo año de 153568, partió desde el Perú, la
primera incursión al actual Noroeste Argentino, que iba encabezada
por Diego de Almagro, y no tenía en realidad el objetivo de
conquistar el territorio, sino que se dirigía hacia Chile. El capitán
viajaba como aliado de uno de los linajes incas e iba acompañado de
65
“Los Indios estaban cabreros" es el nombre de una obra teatral escrita
por Agustín Cuzzani. La obra trata acerca de la historia del descubrimiento
de Europa, es decir, es la historia al revés.
66
Los beneficiarios de dichas capitulaciones fueron Francisco Pizarro, Diego
de Almagro, Pedro de Mendoza y Diego de Alcazaba. Ver: Ana María
LORANDI, 2002. Ni ley, ni rey, ni hombre virtuoso. Guerra y sociedad en el
virreinato del Perú. Siglo XVI y XVII, Barcelona, España, Editorial Gedisa.
67
Silvia PALOMEQUE, 2000. Op. Cit. p. 103, 104.
68
Pocos años antes de la expedición de Almagro el Estado inca había
comenzado a derrumbarse, por lo que los conquistadores se enfrentaron a un
incario que estaba en proceso de desestructuración, y en el que el poder de
los señores étnicos locales anteriormente sujetos a la autoridad incaica era
cada vez mayor. Ver Silvia PALOMEQUE, 2000. Op. Cit. pp. 103-105.
148
gran número de “indios amigos” y cargadores69. Fue a partir de ese
momento que las poblaciones del Noroeste se vieron inmersas en
nuevas relaciones de contacto, que aumentarían paulatinamente hasta
el momento en que los españoles terminasen subyugando y
explotando a las poblaciones nativas, en un proceso que se iba a
prolongar por tres siglos70. Más aún, desde 1549 la empresa
conquistadora tuvo como estrategia la formación de ciudades en varios
puntos de la región del Tucumán y hubo una ocupación más concreta
del territorio con asentamientos de población relativamente estables.
Sin embargo, para algunos autores, este período fue considerado
desde la perspectiva indígena como una continuación del “tiempo del
inca”71. En efecto, en un un trabajo publicado hace algunos años,
Silvia Palomeque plantea que las poblaciones originarias de la
encomienda de Casabindo y Cochinoca no tuvieron “conciencia” de
una ruptura del orden establecido hasta el año 1589, y que los
ancianos que brindan testimonio en el juicio analizado por la autora
se referían a toda la etapa de fundación de ciudades como “tiempo
del inca”72. Asimismo, para Gabriela Sica, las poblaciones de la
Quebrada y la Puna no percibieron inmediatamente el
desmoronamiento del «Tawantinsuyu»; por el contrario, la mayor
parte de los poblados de la región continuaron en pie y sus habitantes
mantuvieron tanto su cultura material como sus costumbres
cotidianas; aunque esto haya sucedido en un entorno:
69
Ibídem, p. 104, 105.
Ana María LORANDI, 1988 Op. Cit. p. 143.
71
Si bien es sabido que las fuentes que permiten el estudio del Tucumán son
en general “parcas” y no tienen la riqueza de aquellas que se han encontrado
para la zona de los andes centrales, el análisis excepcional de un juicio,
realizado hace algunos años por Silvia Palomeque, le ha permitido a la
autora recuperar, aunque con limitaciones, una “versión indígena” de la
historia del proceso de conquista para la región de la puna jujeña, lo que a
su vez ha enriquecido enormemente la historia regional de dicho proceso,
integrándola con las situaciones de las áreas cercanas, como el sur de
Bolivia. Ver Silvia PALOMEQUE, 2006. Op. Cit. pp. 139-194.
72
Ibídem, pp. 139-194. Para más detalles ver nota al pie nº 11.
70
149
“compartido con invasores que transitaban por su espacio
con una nueva cultura que incluía desde animales y
utensilios desconocidos hasta una lengua y un Dios
extraños”73.
Retomando entonces las informaciones que tenemos acerca de
los primeros contactos que los españoles tuvieron con las
poblaciones indígenas de la región, sabemos que, a inicios de 1536,
don Diego de Almagro viajo a Chile acompañado por “Paulo Inga”,
200 soldados a caballo y más de trescientos infantes, entre los cuales
se encontraba Martín Monje, futuro encomendero de la región74. A
pesar de la protección inca de la que gozaban por viajar con un
descendiente del linaje real, las huestes de Almagro encontraron
importantes resistencias en muchas partes de su recorrido.
Atravesaron la Puna de Jujuy y los Valles Calchaquíes, hasta cruzar a
Chile por el Portillo, pero esta alianza con los linajes cusqueños no
les sirvió en todas las provincias, y la expedición -que a lo largo de
buena parte del camino había podido resistir aprovisionándose en los
depósitos estatales del incario- se encontró hacia el sur con una
fuerte oposición militar que puso en riesgo la travesía. Sin embargo,
no existen menciones a ninguna resistencia en la zona del camino del
73
Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. p. 68, 69.
En el año 1540, Martín Monje, vecino de La Plata, recibió un depósito de
indios de la puna. Francisco Pizarro le entregó una merced de encomienda
sobre “Casabindo y Cochinoca”, probablemente como retribución por sus
servicios en la expedición de Almagro. Monje conservó la encomienda
sobre dichos indios hasta su muerte, en 1570, cuando la encomienda quedó
en manos de su hijo Lorenzo de Aldana, quién fue el primero que cobró
tributos. Antes de la fundación de Jujuy, la encomienda pasó a manos de
Cristóbal de Sanabria. Ver Silvia PALOMEQUE, 2006. Óp. Cit. 139-194 y
Gabriela SICA, 2006, Op. Cit. p. 128.
74
150
inca que pasaba por el "valle de Casabindo", y parece ser que los
españoles se abastecieron sin problemas hasta la puna de Jujuy75.
Posteriormente, a partir de la década de 1540 (en congruencia
con la política de la corona que estimulaba la ocupación de nuevos
territorios, para acceder a mano de obra indígena y nuevas riquezas,
y “descomprimir” las zonas centrales del imperio) el Gobernador
Vaca de Castro fomentó la entrada de los conquistadores al Tucumán,
los que esta vez sí tuvieron que enfrentar una fuerte resistencia de parte
de todas las poblaciones locales. En 1543 la expedición al mando de
Diego de Rojas, Felipe Gutiérrez y Nicolás de Heredia tuvo que hacer
frente, ya desde la Puna y en todo el territorio hacia el sur, a varios
ataques indígenas y robos de alimentos, y lo mismo le pasó a Pedro de
Valdivia en territorio chileno, quien al cruzar Tarapacá hacia Atacama
debió enfrentar la resistencia de los atacamas y de 1500 indios
chichas, que le presentaron batalla76.
Fue también en este momento, y como parte de la misma política
colonial que fomentaba la colonización de las áreas “marginales”, que
se efectuaron los primeros repartos y depósitos de indios que
involucraban a grupos de la futura jurisdicción de Jujuy. Nos
referimos a las encomiendas77 concedidas a Martín Monje y a Juan
de Villanueva en 1540 por Francisco Pizarro78.
75
Silvia PALOMEQUE, 2000. Op. Cit. p. 105.
Citamos la situación de los atacamas pues no la consideramos alejada de
aquella de los casabindos y cochinocas, dado que, como ya hemos
mencionado, todas las unidades étnicas del área circumpuneña guardaban
importantes relaciones. En efecto, J. L. Martínez ha llegado a considerar
que los atacamas o los chichas podrían muchas veces haber actuado como
mediadores entre los españoles y otras parcialidades indígenas de la región.
José Luis MARTÍNEZ, 1995. Op. Cit. 285-317; y José Luis MARTINEZ,
1998. Op. Cit. pp.15-38.
77
La posesión de una encomienda implicaba beneficios para el que la
recibía, especialmente el cobro del tributo indígena. Por otra parte el
encomendero debía hacerse cargo de una serie de obligaciones como la
76
151
Sin embargo, para el año 1549, la empresa conquistadora tuvo
ya otra estrategia: la formación de ciudades. Con ellas, comenzaría el
proceso de ocupación concreta del territorio, que pretendía asentar
una población española relativamente estable. Es también a partir de
este momento que comenzó a concretarse la posibilidad de la
expansión religiosa, que se realizó mayormente a partir de ciudades.
En efecto, es en el ámbito urbano donde tienen en principio sede las
primeras estructuras eclesiásticas y desde donde se inicia una más o
menos sistemática predicación a los indios comarcanos sometidos o
no al régimen de encomienda79. Este proceso de asentamiento,
comenzó cuando, en dicho año de 1549, La Gasca encargó a Juan
Núñez del Prado que fundara un pueblo en la "provincia que se dice
Tucumán", como le había sugerido el Cabildo de Charcas80. De ahí en
más se fundaron varias ciudades en la región -las primeras fueron
Barco I (fundada en 1550), Barco II, Barco III, y, finalmente, Santiago
del Estero (1553)81-, que sin embargo fueron destruidas más de una
vez, y sufrieron varios traslados.
evangelización y protección de sus encomendados, y responder cuando le
fuera solicitada ayuda militar por las autoridades.
78
Ya hemos hablado de la encomienda otorgada a Martin Monje sobre los
pueblos de la puna. Los indígenas de “Omaguaca” y “Sococha” fueron
entregados en encomienda a Juan de Villanueva. Posteriormente, su
posesión cambiaria a manos del capitán Pedro de Zarate. Dicha
encomienda, con el tiempo, tuvo su cabecera en el pueblo de San Antonio
de Humahuaca, en la quebrada homónima, en Jujuy. Para Mayor discusión
sobre estos temas ver Carlos ZANOLLI, 2005. Op. Cit. y Gabriela SICA,
2006. Op. Cit.
79
Roberto DI STEFANO y Loris ZANATTA, 2009. Op. Cit. p. 44.
80
Silvia PALOMEQUE, 2000. Op. Cit. p. 107.
81
El proceso de fundación de las primeras ciudades en el Noroeste es un
proceso complejo, que excede ampliamente los límites de este trabajo. Hay
una gran variedad de trabajos sobre el tema. Dentro de los trabajos de
síntesis más completas, mencionamos por ejemplo: Ana María LORANDI,
2002. Op. Cit., 130-143 y Silvia PALOMEQUE, 2000. Op. Cit. pp. 87-144.
Sobre fuentes del período, hay numerosas probanzas de meritos y
documentos varios publicados en las obras de Roberto Levillier, aunque es
152
Igualmente, sabemos que pese al clima de gran inestabilidad
política y resistencia indígena que reinaba en los Valles Calchaquíes
y las tierras altas, y a que la ruta de la Quebrada era bien conocida
por su conflictividad, no se la consideraba intransitable, y en la zona
había poblaciones indígenas, probablemente chichas, que
colaboraban con los españoles y mantenían los tambos82.
Por dicha ruta también circularon eclesiásticos. En efecto,
hacia 1550 encontramos referencias a que los padres Trueno y
Carbajal pasaron un tiempo en el "tambo de Humaguaca" después de
que Núñez del Prado fundara Barco83.A pesar de ello, la endeble
presencia que los españoles lograron en la Quebrada y la Puna
durante este período y hasta el asentamiento de San Salvador de
Jujuy, condicionaron que el contacto religioso de los sacerdotes,
venidos en su mayoría desde Charcas, con las poblaciones indígenas
locales, fuese de carácter esporádico, “más simbólico que real”84. El
primer registro que tenemos del contacto entre eclesiásticos con las
poblaciones de la Puna, es un documento del Archivo General de
Indias con fecha del dos de febrero de 155785, que da cuenta de que
el clérigo Cristóbal Díaz de los Santos, bautizó por su propia
voluntad al curaca de Casabindo -“Coyoacona”- cuando iba camino
hacia Chile, junto a varios vecinos de La Plata, en una comitiva al
necesario considerar que dichos documentos pueden ofrecer una historia
sesgada del emplazamiento español en la región. Sobre esto ver Silvia
PALOMEQUE, 2006. Op. Cit. 139-194.
82
Silvia PALOMEQUE, 2006. Op. Cit. pp. 139-194.
83
Ibídem.
84
Gabriela SICA, 2006. Óp. Cit. p. 3.
85
Archivo General de Indias, Patronato legajo 188 nº 1, año 1557,
transcripción de José Luis Martínez Cereceda, Estudios Atacameños nº 10,
San Pedro de Atacama, Chile, Universidad Católica del Norte, 1992, p. 11.
Aclaramos que, dado que la hemos consultado, citamos la fuente
directamente. Sin embargo, numerosos autores citados en este trabajo han
trabajado esta misma fuente, como por ejemplo José Luis MARTINEZ,
Silvia PALOMEQUE, Carlos ZANOLLI, y Gabriela SICA.
153
mando de Joan Velázquez Altamirano86, encomendero de los
atacamas. Según la fuente, al pasar la comitiva por Casabindo, se
acercan a ellos los indios encomendados a Martin Monje y le piden,
de propia voluntad, a Velázquez Altamirano que los bautice. El cura
bautiza al cacique, a su mujer y a varios niños y, como parte de la
práctica corriente, da a todos ellos nombres nuevos (Ysabel, Joan,
etc.). El documento también pone de manifiesto que, al menos uno
de los objetivos de la expedición, era “traer a los indios [de atacama]
al conocimiento de la fe católica”:
“Yendo de camino el señor Joan Velazquez Altamirano
por mandado de su magestad a la prouincia de Atacama
a traer a los yndios della a conosçimiento de nuestra
sancta fee catolica estando en el valle de Cazavindo
yndios encomendados por su magestad a Martin Monje
vezino de la çiudad de La Plata [...] vinieron los yndios al
diçho valle de paz y el caçique prençipal llamado por su
nombre Coyacona el qual por su propia voluntad
demandó ser cristiano y que juntamente le baptizasen
todos los niños que de presente avia en el dicho valle los
quales yo Crispoual Diaz de los Santos clerigo bautizé
por mandado y ruego del dicho señor Joan Velazquez
Altamirano y les hizo un raçonamiento con la lengua
donde les di a entender la ley que avian de tener para
siempre jamas y el ynterese y proueçho de que tal
bautismo se les seguia para sus animas...” 87.
86
Joan Velázquez Altamirano fue corregidor del corregimiento de Atacama
y encomendero de los “atacamas”. Sostuvo importantes redes de comercio.
Sobre la región de Atacama ver los trabajos de José Luis Martínez y Cecilia
Sanhueza, entre otros.
87
AGI, Patronato legajo 188 nº 1, año 1557, 1992. Op. Cit. p. 11. El
subrayado es nuestro. Sobre este punto conviene recordar la precaución de
Roberto DI STEFANNO acerca de que, aunque hay ejemplos que pudieran
darnos otra impresión, como este, el bautismo no era en general una práctica
154
En ese mismo documento consta también que al momento los
indios del “valle de Casabindo” seguían estando
“rebelados e sin querer servir ni reconocer el servicio de
su majestad ni al dicho Martín Monje a quien ha muchos
años están encomendados"88
Por lo que la situación no parece haber cambiado desde 154089.
Creemos, como ya hemos adelantado, que para el caso de los
indígenas de la puna, la situación de dominación efectiva, no parece
haber seguido los lineamientos válidos para otros lugares, incluso en
momentos posteriores a este, cuando comienzan a llevarse a cabo las
“reducciones”. La recurrencia de las órdenes dictadas por los
españoles “para la reducción de los indígenas”, hacen pensar que
ellos habrían gozado de amplios márgenes de libertad90.
La época de los primeros asentamientos en el Noroeste es un
momento complejo de gran inestabilidad política, cuya descripción
completa excede los límites del presente trabajo. A modo de síntesis
diremos que, fuera de una corta etapa caracterizada por los buenos
tratos con los indios durante el gobierno de Pérez de Zurita -en la que
puede para algunos autores hablarse de una aceptación de
religiosos91-, la regla general del período fue el conflicto. A partir de
1569, y durante todo su gobierno, el virrey Toledo intentó organizar
definitivamente el virreinato, efectivizar el cobro de los tributos e
impulsar la evangelización92. En el Tucumán, una de las mayores
otorgada con extrema facilidad por los eclesiásticos de la época. Ver
Roberto DI STEFANO y Loris ZANATTA, 2009. Op. Cit. p. 40.
88
AGI, Patronato legajo 188 nº 1, año 1557, 1992. Op. Cit., p. 11.
89
Silvia PALOMEQUE, 2006. Op. Cit. 139-194.
90
Seguimos en este punto las ideas de J. L. MARTÍNEZ, 1995. Op. Cit. pp.
289-292; y Raquel GIL MONTERO, En prensa. Op. Cit.
91
Silvia PALOMEQUE, 2006. Op. Cit. 139-194.
92
Ana María LORANDI, 2002. Op. Cit. pp. 137-143.
155
preocupaciones del virrey fue la de asegurar la ruta a Charcas, que
había sido interrumpida por el alzamiento de los indígenas al mando de
“Juan Calchaqui”, luego de la destitución del gobernador Pérez de
Zurita, y solo se la podía transitar con protección armada93. Para ello
Toledo intentó fundar una ciudad desde la que pudiera asegurar el
dominio español, y, aunque todos sus intentos anteriores resultaron
infructuosos, sus propósitos fueron alcanzados en 1582, cuando Lerma
logró fundar Salta94. La fundación de este nuevo emplazamiento
desencadenó importantes conflictos por la posesión de la población
indígena de la futura jurisdicción de Jujuy. A las encomiendas de
indios que habían sido entregadas a los vecinos de La Plata, se
sumaron otras que fueron otorgadas a aquellos adelantados que
participaron en la fundación de la ciudad de Salta, aportando para
ello sus propios recursos95. En medio de esta situación, los
documentos mencionan que, para 1589, los caciques de la zona de
“Casabindo y Cochinoca” estaban intentando llegar a un acuerdo con
la Audiencia de Charcas, bajo el cual aceptarían religiosos, y
Para una síntesis de este proceso ver Ana María LORANDI, 2000. “Las
Rebeliones indígenas” En: Enrique TANDETER (Comp.): Nueva Historia
Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, Tomo II, pp. 285-329.
94
Dentro de estos intentos infructuosos, en la zona que estudiamos se
fundaron las ciudades de Nieva, San Francisco de Alava (1575) y la
primera ciudad de Jujuy (1577). Todas ellas fueron destruidas en sus
primeros años.
95
En ese momento la población indígena de la Puna y la parte superior de la
Quebrada respondía ya a sus encomenderos, que eran vecinos de La Plata.
Ver Silvia, PALOMEQUE, 2006. Op. Cit. 139-194. A partir de la fundación
de Salta, entre 1583 y 1584, el gobernador Lerma otorgó las encomiendas
de Tilián, Purmamarca, Ocloya, Churumatas y Paipaya, situación que
provocó que, al momento de la fundación de Jujuy, en 1593, quedara sólo
una encomienda para repartir, la que Francisco de Argañaraz se concedió a
sí mismo en su carácter de fundador de la ciudad. Esta merced fue la de
“Tilcara, Ossas y Gaypetes”. Ver Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. Cap. 3.
93
156
abastecerían los tambos, a cambio de que se les garantizara que solo
tributarían al rey, y no serían otorgados a particulares96.
Por último, mencionaremos que, a pesar de la conflictiva
presencia española, ya para 1570, algunas poblaciones indígenas de
la región estaban siendo objeto de traslados por parte de los
españoles. Sobre este punto, Carlos Zanolli plantea que, antes de la
fundación de Tarija en 1574, Pedro de Zarate habría comenzado el
trasladado de indios de su encomienda de Omaguaca, que eran de
filiación chichas, hacia la quebrada homónima97.
La Evangelización en los pueblos de indios
A partir del año 1593, con la fundación de la ciudad de San
Salvador de Jujuy por Francisco de Argañaraz, la presencia española
en la región quedó prácticamente consolidada. Entre 1596 y 1630,
los “vecinos encomenderos” que habían sido beneficiados con
mercedes de tierras y encomiendas de indios reclamaron sus antiguos
títulos y los hicieron efectivos. Una vez logrados sus derechos,
relocalizaron a la población indígena a su cargo en “pueblos de
indios”, no siempre respetando las divisiones prehispánicas98.
96
Sobre este punto, Silvia Palomeque cita a Lizárraga cuando dice que
[habiendo aceptado la Real Audiencia de Charcas la propuesta de los
indios] “e yo, llegando a Talina, me detuve alli algunos días esperando el
sacerdote señalado, que si viniera me fuera con él por ahorrar de tanto
despoblado y riesgo de algunos indios de guerra, más nuestro señor fue
servido llegase en salvo a Salta...". Ver: Silvia PALOMEQUE, 2006. Op.
Cit. p. 164.
97
Carlos ZANOLLI, 1995. Op. Cit., pp. 319-344.
98
Gabriela Sica, que ha trabajado profundamente la constitución de los
pueblos de indios en Jujuy en la colonia temprana, menciona que, al
contrario de lo que pasó en otras partes del virreinato donde los pueblos de
indios fueron organizados por funcionarios reales, en Jujuy esta labor fue
llevada a cabo por los encomenderos. Ver Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. p.
190.
157
Un “pueblo de indios” era un asentamiento en el que se
“reducía”, es decir se juntaba, a la población indígena, y que tenía
una distribución del espacio característicamente española. “Reducir”
significaba reunir en poblados, “bajo el imperio de la cruz y la
campana, símbolos de la civilidad” 99, por lo que la creación de estos
pueblos fue uno de los presupuestos más importantes de la
evangelización. En una carta que envía al Rey para referirse a la
situación de los indios “ocloyas”, el Obispo de Tucumán, fray
Melchor Maldonado de Saavedra, declara que:
“Ansi mismo ay otro derecho [...] del bien comun y
publico de toda la prouincia y es interes del Rey nuestro
señor [...] el reducir los yndios de este obispado a
comunidades y a modo politico y de honbres sacandolos
de los montes de los valles donde vivien como fieras sin
conocimiento de dios y sin sujecion a ningun fuero...”100.
En efecto, para que el pueblo se constituyera realmente como
tal, era necesario que sus habitantes tuvieran una estructura de
gobierno (que incluía curacas, segundas personas, alcaldes,
Cabildos101 y cura doctrinero), y que pudieran acceder a tierras
comunales en las que cultivar sus alimentos y alimentar sus ganados.
99
Roberto DI STEFANO y Loris ZANATTA, 2009. Op. Cit. p. 41.
Información hecha por el Obispo de Tucumán, fray Melchor Maldonado,
sobre la posesión de los indios Ocloias, que pretendían tener los religiosos
de San Francisco. En: Roberto LEVILLIER, (Comp.), 1926. Papeles
Eclesiásticos del Tucumán. Documentos originales del Archivo de Indias,
vol. II, Madrid, p. 85.
101
Si bien es cierto que como regla general los cabildos indígenas casi no
existieron en la Gobernación del Tucumán, la jurisdicción de Jujuy parece
haber sido la excepción a esta regla. En ella casi todos los pueblos de indios
tuvieron cabildo, aún aquellos que se ubicaron dentro de la propiedad
privada de los encomenderos. Ver Gabriela. SICA, 2009.
“Transformaciones y formas de legitimación en la autoridad de los caciques
coloniales de Jujuy: Siglo XVII”, Memoria. Americana, n.17-1, pp. 43.
100
158
Según Gabriela Sica, la construcción de pueblos de indios constituyó
una transformación fundamental para la población local porque
obligó
“a la población prehispánica –que ya había perdido la
posesión de sus antiguos territorios- a instalarse en
pueblos, que copiaban el patrón arquitectónico y las
instituciones españolas [...]. En este sentido, la conquista
implicó la aparición de nuevas relaciones que,
necesariamente, se vieron reflejadas en la dimensión
espacial”102.
En su extenso y detallado trabajo sobre los pueblos de indios
de Jujuy, la citada autora explica como durante el periodo que va
desde 1593 a 1630, algunos encomenderos se llevaron a la gente de
sus encomiendas a otras jurisdicciones, en contra de todas las
reglamentaciones vigentes. Sin embargo, hubo otros que trasladaron
a las poblaciones de su encomienda hacia zonas similares y cercanas
a aquellas donde habían estado los asentamientos prehispánicos.
Ejemplos de estos pueblos de indios son: “Santa Ana de Casabindo”,
“Nuestra Señora del Rosario de Cochinoca”103, y “San Francisco de
Gaypetes”, en la puna; y “San Antonio de Omaguaca”104, “San
Francisco de Paula de Uquia”, “San Francisco de Tilcara” y “Santa
Rosa de Purmamarca”, en la Quebrada de Humahuaca 105.
Finalmente, otros encomenderos trasladaron poblaciones enteras
dentro de sus propias tierras. Este proceso afecto sobre todo a
102
Gabriela, SICA, 2006. Op. Cit. pp. 188.
Ambos fundados por iniciativa de su encomendero Cristóbal de Sanabria
a comienzos de 1600. Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. pp. 192.
104
Fundado por su encomendero Juan Ochoa de Zárate a finales del Siglo
XVI. Gabriela, SICA, 2006. Op. Cit. p. 198; y Carlos ZANOLLI, 2008.
“Entre la coerción, la oportunidad y la salvación: Las cofradías de indios de
San Antonio de Humahuaca. Siglos XVII y XVIII”. Andes, n.19, Salta, p.
347.
105
Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. pp. 191-202.
103
159
aquellas encomiendas hechas sobre las poblaciones indígenas que
habitaban la zona de los Valles Orientales, víctimas frecuentes de las
invasiones de los pueblos “chiriguanos” del área chaco-santiagueña.
Desde allí, los encomenderos trasladaron a sus indios y los
relocalizaron en zonas situadas dentro del Valle de Jujuy, la zona
preferencial de ocupación española. Ejemplos de este tipo de pueblos
son “San Ildefonso de Yala”, “San Francisco de Paipaya”, “Ocloya”
y “San Francisco de los Ossas”. Como regla general puede decirse
que todos ellos sufrieron de uno a varios traslados hasta que lograron
su asiento definitivo106.
Paralelamente a estos procesos de relocalización de los
indígenas, comenzó a incrementarse el arribo de misioneros a la
región, entre los que había integrantes de la Compañía de Jesús, y
también algunos padres franciscanos. En efecto, la compañía de
Jesús, ya había comenzado a enviar misioneros al Tucumán en 1586,
como consta en algunas fuentes coloniales,
“Agradó á los dos provinciales la petición del obispo, y
en el año 1586 enviaron desde el Perú á los PP. Juan
Atienza, Francisco Angulo y Alonso Bárcena, los tres
sacerdotes, y al lego Juan Villegas. [A la gobernación del
Tucumán]”107
Asimismo, sabemos que las primeras "expediciones
evangélicas" de los jesuitas entre los “omaguacas” habían
comenzado ya en mayo de 1593, un mes después de la fundación
definitiva de la ciudad de San Salvador de Jujuy, y que fueron
llevadas a cabo por sacerdotes designados desde el Obispado de
106
Ibídem, pp. 203-228.
Nicolás DEL TECHO, 1897 [l673]. Historia de la Provincia del
Paraguay de la Compañía de Jesús. Librería y casa editorial A. de Uribe y
compañía. Madrid, Asunción del Paraguay. Agradezco a la Lic. Julia
Costilla por darme a conocer esta fuente.
107
160
Charcas108. En efecto, ya en tiempos anteriores, más precisamente
para el año 1590, había arribado al Tucumán el Padre Pedro Añasco,
quien recibió, junto a Gaspar Monroy, el encargo de evangelizar á
los omaguacas, los que al parecer, habían dado mucho trabajo a los
sacerdotes que los habían visitado anteriormente,
“Mientras acontecía lo referido en el Paraguay, la
Compañía de Jesús procuraba con tanta fortaleza como
con buen éxito reconciliar á los omaguas con los
españoles y con Cristo [...] hacía ya treinta años que se
habían rebelado, dando muerte á los sacerdotes y á no
pocos españoles; con sus robos y asesinatos hacían
imposibles de transitar los caminos que van al Perú, y
tenían consternadas las villas y aldeas próximas. [...]El P.
Gaspar Monroy, deseando una muerte gloriosa, á pesar
de los consejos que le daban sus amigos para disuadirle
del temerario proyecto que había concebido, penetró en el
país de los omaguas, llevando por toda arma una cruz y
por único compañero el lego Juan de Toledo. Quiso Dios,
contra lo que era de esperar, que fuese benévolamente
recibido por los indios. Su predicación tuvo tan feliz
éxito, que cinco caciques autores de homicidios y
sacrilegios pidieron ser instruídos en la religión cristiana
y recibir el Bautismo. Poco después se convirtieron
seiscientos omaguas, hechos corderos de lobos que eran
antes, y doscientos diez y ocho renegados abjuraron sus
errores, casándose luego como ordena la Iglesia”109.
108
Silvia PALOMEQUE et. al, 2005. Actas del Cabildo Eclesiástico.
Obispado de Tucumán con sede en Santiago del Estero 1592-1667,
Córdoba, Programa de historia Regional Andina, Ferreira Editor.
109
Nicolás DEL TECHO, 1897 [l673]. Historia de la Provincia del
Paraguay de la Compañía de Jesús. Librería y casa editorial A. de Uribe y
compañía. Madrid, Asunción del Paraguay.
161
Fue también para esta época que comenzaron a otorgarse
mercedes de tierras a las órdenes religiosas. En efecto, sabemos que
la Compañía de Jesús, que contaba con tierras desde los momentos
previos a la fundación de la ciudad, extendió sus propiedades
territoriales gracias a varias mercedes de tierras otorgadas por
Argañaraz en 1593110. Por ejemplo, sabemos que el tres de
Diciembre de 1595 la Compañía de Jesús recibió del Teniente
Gobernador Francisco de Argañaraz una merced de tierras, que fue
entregada al padre Francisco de Angulo111.
En la Puna, por otra parte, el proceso de evangelización fue
llevado a cabo por sacerdotes pertenecientes al clero secular112, y
parece haber sido más esporádico y tardío.
Esta región contó con importantes recursos mineros que
llamaron la atención de los conquistadores desde muy temprano, y ya
desde 1570 hay menciones en los documentos acerca de
asentamientos de españoles en las minas de la zona. Sin embargo, y
pese a la voluntad española de “reducir” a los indios y explotar su
fuerza de trabajo para abastecer las minas, numerosas citas en los
documentos tempranos, parecen indicar que las poblaciones locales,
y en general las de toda el área circumpuneña, pasaron mucho
110
“Antes de esa fecha, los jesuitas poseían una finca en la entrada de la
Quebrada de los Reyes, a orillas de los ríos Grande y Reyes, donde los
ignacianos habían instalado un molino, que posteriormente le daría nombre
al paraje. Para 1598, la “Misión de los Molinos”, de la cual el jesuita P.
Juan Viana estaba al frente, tenía el deber de proveer la harina que se
consumía en la ciudad de San Salvador”. Miguel Ángel VERGARA, 1932.
“Jujuy Eclesiástico en el Siglo XVII”. En: Boletín del Instituto de
Investigaciones Históricas, Tomo XV, Buenos Aires, Facultad de Filosofía
y Letras, UBA, pp. 353-431. Agradezco a la Lic. Dolores Estruch por
ponerme generosamente en conocimiento de esta cita del texto de Vergara.
111
Archivo General de la Nación, en adelante AGN, Mercedes de tierras.
Sala IX: 45-6-4.
112
Ver Gabriela SICA, 2006. Op. Cit.
162
tiempo sin estar ni asentados ni reducidos, sino que “antes los más
estaban de guerra”, y tampoco eran adoctrinados. En 1583 el Virrey
Enríquez informaba que:
"... la provincia que llaman de Atacama y los Lipes y
Condes que están en la corona real [...] algunos de estos
indios pagan tasa a S.Magestad [...] no están del todo
asentados ni reducidos antes los más están de guerra y es
necesario que vaya allí el dicho corregidor para que
ampare a los sacerdotes que los doctrinan...”113.
También, para el caso de los lipes, en el año 1584 se dice que:
“los quales repartire a los yngenios y beneficios de
metales y procurare asegurarlos para tratar de
reduzirlos a pueblos para que se les ponga doctrina
porque es de gran lastima de uer la perdiçion y
ynfidelidad de los yndios de aquella prouincia estando
tan cercanos a esta y tan domesticos que por negligençia
y culpa del corregidor estan por reduzir y por bautizar los
mas dellos”114.
A partir de 1600, sin embargo, la situación parecería cambiar,
ya que fue en ese momento que se fundaron en esta región los
pueblos de “Santa Ana de Casabindo” y “Nuestra Señora del Rosario
de Cochinoca” por iniciativa de su encomendero, Cristóbal de
Sanabria. Por informaciones posteriores sabemos que para 1654 el
primero de ellos estaba gobernado por autoridades étnicas, cabildo
indígena y un grupo importante de funcionarios de la iglesia115.
113
LEVILLIER, Roberto (Comp.), 1926. Op. Cit., IX: 136. Citado también
por Silvia PALOMEQUE, 2006. Óp. Cit. p. 160. El subrayado es nuestro.
114
Carta de Damián de la Bandera, villa de San Pablo del Villar, 14 de Abril
de 1584, citada por José Luis MARTÍNEZ, 1995. Op. Cit. p. 288. El
subrayado es nuestro.
115
Silvia PALOMEQUE, 2006. Op. Cit. 139-194.
163
Finalmente, la zona de los Valles Orientales, parece haber sido
aquella dónde la evangelización fue más tardía, algo que quizás se
relacione con su situación de área de frontera, y con la dificultades
que esto trajo para la conformación de los pueblos de indios116. En
efecto, la frontera oriental de los valles jujeños, área habitada por
poblaciones chiriguanas, permaneció hostil a la evangelización
religiosa, y si bien algunos misioneros con profunda vocación
religiosa entraron en el área, no tuvieron en general una buena
acogida por parte de las poblaciones del área. Fray Melchor de
Maldonado, en una de las cartas que le escribe al Rey, describe lo
sucedido a dos sacerdotes y un estudiante que decidieron adentrarse
en la zona:
“...salioles una naçion que llaman chiriguanaes, que
serian hasta cinquenta estos hiçieron escarnio de su
Predicaçion, quitaronles su ropa, y las bestiduras sagradas
con que deçian missa, y una mañana estando reçando los
mataron con unos garrotes aviendo muerto la noche antes
al estudiante, diçiendo el dicho Padre Gaspar Ossorio al
morir, ay Jesus, y no aviendoles reclamado quando les
escarneçieron y quitaron lo que llebavan, comieron asado
al estudiante y no quissieron comer los cuerpos de los
religiossos, porque dixeron que estavan flacos...” 117.
Pese a las dificultades, sabemos que los franciscanos y los
padres de la Compañía de Jesús estaban ambos interesados en la
catequización de los indígenas de la región, por la que sostuvieron
varias disputas. La doctrina de San Francisco de Ocloyas estuvo
asistida por la Orden Franciscana desde 1612, luego de que el
116
117
SICA, Gabriela. 2006. Op. Cit. Cap. 3.
En Roberto LEVILLIER (Comp.), 1926. Op. Cit., p. 101, 102.
164
gobernador Quiñones de Osorio solicitara al P. custodio su apoyo 118.
Posteriormente, y luego de innumerables conflictos, la tarea
evangelizadora de dichos indios pasó a manos de los padres de la
Compañía de Jesús. En efecto, algunos hechos harían pensar que la
política española en la ciudad de Jujuy estaba favoreciendo el
accionar de los jesuitas, y a finales de la década de 1630 se suscitó
nuevamente un conflicto, esta vez entre los franciscanos y el Cabildo
de Jujuy sobre la evangelización de los indios de la encomienda de
Ocloya, en el que los primeros acusaron al Cabildo de impedirles la
entrada al valle de Ocloya, para favorecer la acción de la Compañía
de Jesús119.
Sin embargo, como hemos mencionado, las invasiones
periódicas de las poblaciones chaco-santiagueñas dificultaron la
conformación de pueblos de indios y, con ello, la posibilidad de una
conversión efectiva de las poblaciones de Jujuy oriental. Un hecho
revelador de esta situación nos parece hallar en otra carta del Obispo
del Tucumán, que en el año 1639, es decir, hacia el final del período
que analizamos en este trabajo –momento en que ya existía en “San
Antonio de Humahuaca” la cofradía de indios de la Virgen de
Copacabana120- declara que,
“En este obispado y en los terminos de la çiudad de jujuy
ay una Provinçia de yndios que llaman Ocloyas donde
esta la fee con muy pocos prinçipios, y donde an pereçido
muchas animas, son tierras muy dobladas y muy asperas,
es gente encomendada, y que sirve, no pudieron nuestros
anteçesores, ni los governadores, (aunque se hiçieron
118
TOMMASINI, Gabriel (O. F. M.), 1933. Los indios ocloyas y sus
doctrineros en el siglo XVI. Córdoba, Imprenta de la Universidad de
Córdoba.
119
Hay varios documentos sobre esta disputa en Roberto LEVILLIER,
(Comp.), 1926. Op. Cit., p. 98 y sigs. Ver también Gabriela SICA, 2006.
Op. Cit. p. 215.
120
Carlos ZANOLLI, 2008. Op. Cit., pp. 345-369.
165
algunas diligençias) sacarlos de las quebradas, y ritos en
que vivian, y reduçirlos a vida comun, christiana, y
politica, en este estado llegamos a este obispado, y en la
dicha çiudad de jujuy nos alcanço un religiosso [...] y este
vissitador nos pidio diesemos a su religion aquella
dotrina...”121
Podemos decir entonces que, con algunas variaciones en el
tiempo de acuerdo a su ubicación, en este momento muchas de las
poblaciones indígenas asentadas en los pueblos de indios comienzan
a recibir la doctrina cristiana. De esta manera, recalcamos el rol que
tuvieron los pueblos de indios para la evangelización de la población
indígena en la región. En efecto, en Jujuy no hay una diferenciación
clara entre misiones y doctrinas -como sí se ha encontrado para las
áreas centrales del virreinato-, aunque sí es cierto que las parroquias
de indios, también llamadas doctrinas, se crearon en los citados
pueblos, y que el rol de los encomenderos fue fundamental para su
funcionamiento.
En los pueblos de indios, el encargado de la evangelización era
el “cura doctrinero”, que debía realizar todas las tareas específicas
que correspondían a su cargo: bautizar, casar y enterrar a sus
feligreses, y realizar el sacramento de la misa. A su vez, estos
sacerdotes contaban con importantes privilegios, “derechos”, entre
los que se contaba disponer de la colaboración indígena (siempre
para cosas relacionadas con el cumplimiento de su tarea evangélica y
no para su servicio personal, aunque esto era solo la teoría), disponer
y administrar las limosnas recolectadas durante los oficios religiosos,
administrar los bienes de las cofradías, y recibir tanto los
121
Carta del Obispo de Tucumán, fray Melchor Maldonado, a S. M., con
informe de las diferencias, habidas entre los religiosos de San Francisco y
los de la Compañía de Jesús sobre las doctrinas de los indios Ocloyas. Sigue
el decreto puesto a la misma por el fiscal de S. M. En: Roberto
LEVILLIER, (Comp.), 1926. Op. Cit. p. 99. El subrayado es nuestro.
166
obvencionales religiosos como un pago específico por los servicios
eclesiásticos brindados a los indígenas tributarios a su cargo 122.
En la mayoría de los casos, los curas doctrineros mantuvieron
importantes relaciones con los curacas de los pueblos de indios,
principalmente porque ambos compartían una serie de tareas
administrativas comunes, y también porque pese a las
modificaciones en los roles tradicionales, consecuencia de los
cambios introducidos por las instituciones de origen español en los
pueblos de indios123, los líderes étnicos, al igual que los curas,
gozaban de una situación privilegiada, que supieron aprovechar para
obtener beneficios económicos124. Entre las tareas compartidas, el
curaca debía acompañar al cura doctrinero en el cuidado de los
bienes muebles e inmuebles de la iglesia, y colaborar con las
autoridades de fiestas y de cofradías religiosas en el cuidado de los
bienes de las mismas. Además, era el máximo responsable del pueblo
ante el cura doctrinero, y estaba a cargo de designar a los auxiliares
Enrique N., CRUZ, 2006. “Poder y relaciones sociales en curatos de
indios. El curato de Cochinoca en el Siglo XVIII (Puna de JujuyArgentina)”, Revista Hispania Sacra, Missionalia hispanica, Nº de EneroJunio, pp. 58-117.
123
En un trabajo reciente Gabriela Sica explica que la autoridad de los
curacas o caciques se modificó con la creación de los pueblos de indios y el
marco legal dispuesto por las Ordenanzas de Alfaro. En efecto, si bien las
Ordenanzas reconocieron algunos privilegios a las autoridades indígenas;
modificaron su poder y sus funciones, como parte de una estrategia para
“amoldarlos” a su nuevo rol de articuladores entre el grupo, el encomendero
y el Estado colonial. Con la aparición del Cabildo indígena en los pueblos
de indios, se otorgó el poder de administrar justicia y resolver conflictos a
sus alcaldes y regidores y se dejó a los caciques el repartimiento de mitas.
Ver: Gabriela SICA, 2009. “Transformaciones y formas de legitimación en
la autoridad de los caciques coloniales de Jujuy: Siglo XVII”, Memoria.
Americana, n.17-1, pp. 33-59.
124
Sobre las relaciones de curacas y curas doctrineros, para la obtención de
beneficios económicos en la región ver Enrique N CRUZ, 2006. Op. Cit.,
pp. 58-117, y Carlos ZANOLLI, 2008. Op. Cit., pp. 345-369.
122
167
del párroco y de repartir el trabajo “para la doctrina” en la
comunidad. Los curacas también debían promover y conseguir la
asistencia y participación al catecismo de los demás indios, y cumplir
de forma ejemplar los servicios, derechos y obligaciones
religiosas125.
Finalmente, es ineludible hacer una mención acerca de las
cofradías de indios en Jujuy temprano-colonial126. Ámbitos
privilegiadamente indígenas, estas instituciones tuvieron una enorme
importancia en Hispanoamérica, y funcionaron en la práctica como
corporaciones, asociaciones de culto, que permitieron a los indígenas
unirse, con fines fundamentalmente religiosos. Los indios que eran
miembros de una cofradía realizaban actos devocionales con el
propósito de “salvar sus almas” y, al mismo tiempo, participaban de
las actividades económicas de la cofradía, que muchas veces
funcionaba como una forma de seguro social127.
En el área de Jujuy casi todos los pueblos de indios de la
Quebrada crearon cofradías de indios128. Entre ellos sin embargo, se
destaca el caso del pueblo de “San Antonio de Humahuaca”, donde
ya en 1634 se creó la Cofradía de la Virgen de Copacabana, que
permaneció hasta 1681129. Dicha institución fue fundada en 1634 por
125
Enrique N. CRUZ, 2006. Op. Cit. pp. 58-117.
Los estudios acerca de cofradías son numerosísimos, y ocupan un amplio
capítulo de la literatura histórica de la colonia. No podemos en tan breve
espacio mencionar a todos los autores que han trabajado sobre cofradías en
la historiografía argentina, por lo que preferimos directamente abocarnos a
las cofradías de indios en la zona de Jujuy. Para un análisis del tema de las
cofradías específicamente ver el trabajo de Candela DE LUCA, en este
volumen. Sobre cofradías de indios en la zona de Jujuy ver los trabajos de
Carlos ZANOLLI, quien ha trabajado extensamente el tema en varias
oportunidades. Ver también Enrique N. CRUZ, 2006. Op. Cit. pp. 58-117.
127
Carlos ZANOLLI, 2008. Op. Cit., pp. 345-369.
128
Gabriela SICA, 2006. Op. Cit. Cap. 4.
129
Carlos Zanolli explica que las cofradías de Humahuaca se suceden en un
proceso casi ininterrumpido desde la creación de la cofradía de la Virgen de
126
168
Pedro de Abreu, quien al momento era “cura doctrinero por
oposición de la doctrina de Omaguaca y sus anejos de Cochinoca,
Casavindo, Tilcara y Purmamarca”130. Abreu tuvo una personalidad
destacada, edificó la primera iglesia de San Antonio de Humahuaca y
logró impulsar un fuerte proceso de evangelización131; el cual
continuaría durante todo el período colonial, y que, con el tiempo,
otorgaría a los indígenas de Humahuaca un profundo sentido de
espiritualidad, fervor y devoción religiosa que se mantiene hasta la
actualidad132. Por otra parte, entre los pueblos de la Puna,
existieron dos cofradías de indios: la cofradía de Nuestro Padre San
José, en Cochinoca y la de Nuestra Señora de la Asunción en la
iglesia de Casabindo133. Sin embargo, ninguna de ellas tuvo un
especial valor para los procesos de identificación o re-identificación
étnica134.
Comentarios finales
En el presente trabajo se ha sugerido que es la ocupación
estable de un territorio la que permite comenzar con la tarea de la
expansión religiosa y la evangelización de las poblaciones indígenas.
Copacabana en 1634 hasta la del Santísimo Sacramento en 1710, y la de
Santa Bárbara en 1713, que coexistió casi de manera paralela con la de San
Antonio de Padua (1714-1777). Ver C. ZANOLLI, 2005. Op. Cit. y C.
ZANOLLI, 2008. Op. Cit., pp. 345-369.
130
Carta a S.M. del Obispo de Tucumán, Fray Melchor de Maldonado de
Saavedra, con aviso de la muerte de don Fernando Franco de Rivadeneyra,
déan de aquella iglesia; propone eclesiásticos para la vacante. En: Roberto
LEVILLIER, (Comp.), 1926. Op. Cit., pp. 29-40. También citado en C.
ZANOLLI, 2008. Óp. Cit., pp. 345-369.
131
Ibídem, pp. 348-349.
132
Ibídem, pp. 345-369.
133
Enrique N. CRUZ, Op. Cit., pp. 58-117. Gabriela Sica menciona también
que en algún momento del período colonial la gente de Casabindo y
Cochinoca conformó una cofradía para la advocación de la Virgen de la
Candelaria.
134
Enrique N. CRUZ, Op. Cit , pp. 58-117.
169
En congruencia con esta sugerencia, hemos visto que durante los
primeros tiempos que se sucedieron a la llegada de los españoles, es
difícil evaluar el éxito de las políticas de conversión dirigidas hacia la
población indígena. Sabemos que, junto con la formación de ciudades
y el comienzo de un proceso de ocupación concreta del territorio,
comenzó a concretarse el deseo de la Iglesia de llevar a cabo su
expansión religiosa. La misma fue realizada mayormente desde las
ciudades, ya que fue en el ámbito urbano donde tuvieron sede las
primeras estructuras eclesiásticas y desde donde se inició una más o
menos sistemática predicación a los indios. A pesar de ello, pareciera
que la endeble presencia que los españoles lograron en la Quebrada y
la Puna durante este período y hasta el asentamiento de San Salvador
de Jujuy, condicionaron que el contacto religioso de los indígenas
con los sacerdotes fuese “más simbólico que real”.
Con todo, la carencia de fuentes hace difícil evaluar este
proceso. En efecto, si bien sabemos que los eclesiásticos atravesaron
la ruta de la Quebrada ya desde 1550 o un poco antes, pese a que esta
era conocida por su conflictividad, el primer registro que tenemos del
contacto entre eclesiásticos y poblaciones de la región data de 1557 y
refiere al bautismo que hace el clérigo Cristóbal Díaz de los Santos,
cuando iba camino hacia Chile junto a varios vecinos de La Plata, a
un grupo de indígenas de la Puna entre los cuales se encontraba el
curaca de Casabindo.
Es recién a partir de la fundación de la ciudad de Jujuy, con
los primeros asentamientos españoles que fomentan la llegada de
nuevos pobladores y el establecimiento de instituciones eclesiásticas
en el ámbito local, que la expansión religiosa cobra verdadero
impulso. En esta etapa, la población indígena de la Puna, la
Quebrada de Humahuaca y los Valles Orientales fue paulatinamente
relocalizada por sus encomenderos en “pueblos de indios”,
asentamientos con rasgos espaciales españoles que iban a facilitar la
labor misionera. En este sentido, es de destacar que, a pesar de los
esfuerzos del Oidor Alfaro para que se conformaran pueblos de
170
indios en toda la jurisdicción del Tucumán, Jujuy era la única región
en que no había “indios sin pueblo” 135.
A modo de corolario podemos decir que fue esta situación
particular que vivieron los indígenas de la región la que contribuyó al
éxito local de la política de evangelización. La misma, fomentó a
que, de manera paulatina y a través de diferentes procesos dentro de
los cuales es innegable el rol de las cofradías de indios, surgiera un
sentimiento de “religiosidad” que es posible percibir entre las
poblaciones locales hasta la actualidad.
***
Agradecimientos
Como antropóloga, recibida en una facultad con fuerte orientación
arqueológica, me fascinaron desde los inicios de la carrera, las posibilidades
que la documentación histórica abría para conocer las prácticas de los
sujetos - me interesaban fundamentalmente los sujetos indígenas- en los
tiempos de la colonia temprana. Fue entonces, que comencé -con la
generosa ayuda, y de la mano, de la profesora Silvia Mallo y las otras
personas que integran este libro- a participar en diversas actividades
organizadas en el Centro de Estudios de Historia Americana Colonial
(CEHAC), de la misma facultad. Concretamente, en el año 2006, me
incorporé al Proyecto de Investigación La organización inicial del espacio
americano: La participación de la Iglesia en el reordenamiento y sujeción
de la población originaria del NOA y NEA. (1550-1630), del cual es fruto
este trabajo. Hoy, seis años después, valoro enormemente los años de
Judith FARBERMAN, 2008. “Santiago del Estero y sus pueblos de
indios: De las ordenanzas de Alfaro (1612) a las guerras de independencia”,
Andes, Salta, n.19, p. 226.
135
171
formación en el Centro de Estudios de Historia Americana Colonial. Al
mismo tiempo, la enorme ayuda de la Dra. Raquel Gil Montero y sus
valiosos y constantes aportes, fueron de inestimable valor en mi formación.
Agradezco también los enriquecedores comentarios de mis amigas y
colegas, Julia Costilla y Dolores Estruch, que han tenido la paciencia de leer
el trabajo para brindarme sus comentarios. También a la Dra. Ana María
Lorandi, por sus valiosas sugerencias.
A lo largo de los años, la oportunidad de trabajar junto a
historiadores me ha enriquecido enormemente, aunque he de confesar que, a
veces, me sigue costando comprender algunas de sus inquietudes. Podría
decirse -con una frase que cito no sin cierto ánimo de reivindicación
identitaria- que aún no he conseguido del todo alcanzar el “punto de vista
del nativo”.
172
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sobre la posesión de los indios Ocloias, que pretendían tener los religiosos
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relaciones modernas y noticias adquiridas por diversas entradas de los
Misioneros de la Compañía de Jesús que se han hecho en este siglo de
1700. Disponible en: http://www.bvp.org.py/mapas/paraguay3.htm
177
WAKAS E IDOLATRÍAS, CASTIGOS Y MILAGROS.
LA FUNCIÓN DEL CULTO EN LA ORGANIZACIÓN TEMPRANA
DEL ESPACIO DE CHARCAS
Maria Candela de Luca*
Introducción
Dentro de la organización del territorio americano, la Iglesia
interpretó un papel protagónico, muchas veces superpuesto e
indivisible del poder real. La religión católica delimitó, en muchos
aspectos, el criterio de pertenencia a una sociedad a la que se accedía
mediante el bautismo, rito que convertía a los individuos en súbditos
de la corona de Castilla. El rol de la Iglesia fue fundamental en la
medida en que aportó los elementos necesarios para generar la
unicidad de un territorio heterogéneo, tanto en el aspecto ideológico,
como en el jurídico-administrativo.
Sin embargo, este nuevo ordenamiento distó mucho de ser
lineal. Si bien la población nativa fue organizada y asignada a
diferentes parroquias, cada una de las cuales pertenecía a una
diócesis que era dirigida por un Obispo; las distintas jurisdicciones
eclesiásticas muchas veces se superponían. Las instituciones
religiosas, en cuyo nombre procedían tanto el clero secular como el
regular, actuaron e interactuaron, entrando también muchas veces en
conflicto entre ellas. Al mismo tiempo, la política de segregación
*Profesora en Historia en la Universidad de La Plata. Becaria de
CONICET
178
territorial de las poblaciones indígenas que llevó a la configuración
institucional de la República de Indios fue una constante de la corona
de los Habsburgo. Límites poco claros y fronteras jurisdiccionales
difusas fueron permanentes durante al menos los primeros 100 años
del período colonial. Tales vicisitudes generan dificultades a la hora
de poder observar con nitidez el ordenamiento inicial del espacio.
Consideramos, entonces, que el sometimiento de la
población originaria debe verse sostenido en tres pilares: la iniciativa
privada, el rol del la Monarquía, y fundamentalmente el de la Iglesia
Católica, que funcionó como la columna ideológica de la dominación
política y económica sostenida por la Corona y los encomenderos.
En este apartado nos ocuparemos de observar las estrategias
utilizadas por el clero en la organización inicial del área
correspondiente al Alto Perú; territorio en que Gonzalo Pizarro,
gracias a la ayuda enviada por su hermano Francisco, logró someter a
sus originarios pobladores en 1538. Un año más tarde fue fundada la
ciudad de La Plata1 en la cercanía del cerro de Porco, considerado
una waka2 que era venerada por los habitantes de la región. El
objetivo puntual de este trabajo está enfocado en analizar las
estrategias de sujeción para con los pueblos indígenas que estén
relacionadas con la difusión del cristianismo en el territorio
correspondiente a la Villa Imperial de Potosí, –fundada en 1545-, y
sus anexos rurales, siendo este el territorio correspondiente a la
confederación Qarakara – Charka3.
1
Esta mencionada ciudad sería la sede de la Real Audiencia, como
asimismo del Obispado de Charcas, creado en 1561, y transformado en
Arzobispado en 1609.
2
Deidad, objeto y/o espacio de veneración. Más adelante profundizaremos
en este concepto.
3
Ver T. PLATT, T. BOUYSSE-CASSAGNE, O. HARRIS, Qaraqara –
Charka. Mallku, Inka y Rey en la Provincia de Charkas (Siglos XVI – XVII).
Historia antropológica de una confederación Aymara. Institut français
d'études andines - IFEA; Plural editores; University of St. Andrews;
179
Vista satelital del espacio analizado. En el mismo se destacan la ubicación de los
cerros / waka de Potosí y de Porco .
Ubicados a alrededor de 4.000 metros de altura sobre el nivel
del mar, en una zona fría, desértica y absolutamente hostil; tanto el
cerro de Porco y el Cerro Rico de Potosí4, extendieron su influencia
University of London; Interamerican Foundation; Fundación Cultural del
Banco Central de Bolivia; 2006.
4
En un interesante trabajo en el que articula fuentes del período colonial
con el registro arqueológico, Pablo Cruz se ocupa de reflexionar sobre
múltiples cerros – huaca (como los denomina), de la zona de Potosí y
180
como wakas en un territorio que luego fue transformado en
jurisdicciones administrativas coloniales. Fundamentalmente, el
último cerro mencionado se convertiría en el epicentro minero del
Virreinato del Perú, eje alrededor del cual giraron tanto la
movilización de recursos, como la producción y mano de obra desde
Quito hasta el Río de la Plata, pasando por Lima, Cuzco, y el
Tucumán. Tanto es así que la ciudad de Potosí alcanzó, hacia 1611,
los 160 mil habitantes: una cantidad de población superior a varias
de las grandes capitales europeas. Fue, sin embargo, un mundo de
acentuados contrastes. No puede dejar de señalarse el abrumador
descenso demográfico indígena que entre fines del siglo XVI y
principios del XVII diezmó a la población, gracias a la combinación
del trabajo minero y enfermedades, entre la que debe destacarse una
epidemia de viruelas y sarampión hacia 1590. Ese derrumbe
poblacional generó la permanente demanda, y consecuente traslado
de mano de obra para el trabajo en las minas de plata5. En este
contexto apocalíptico, la conmoción invadió todos los ámbitos de la
vida humana, incluyendo el espiritual. Diferentes fuentes relatan
cómo en estos momentos de gran nerviosismo e inquietud social,
proliferaron apariciones, milagros y “castigos divinos”, que fueron
interpretados por los religiosos españoles como explicaciones del
nuevo ordenamiento.
Nos interesa conocer cómo el proceso de imposición,
negociación y resistencia a la invasión española fue experimentado
por la población colonizada. Específicamente, queremos comprender
aquellas tácticas tempranas de ordenamiento del espacio y de la
sociedad en las que puedan observarse referencias a diferentes
Chuquisaca. Ver P. CRUZ, “Huacas olvidadas y cerros santos. Apuntes
metodológicos sobre la cartografía sagrada en los Andes del sur de Bolivia”,
Estudios Atacameños nº 38, Arqueología y Antropología surandinas, 2009,
pp. 55 – 74.
5
Ver R.. RODRIGUEZ MOLAS, Los sometidos de la Conquista.
Argentina, Bolivia, Paraguay. Bibliotecas Universitarias, Centro Editor de
América Latina, Buenos Aires, 1985.
181
aspectos de la religiosidad andina. Con tal fin, revalorizamos el
abordaje de fuentes ya utilizadas, tales como relatos de viajeros,
Reales Cédulas, Probanzas de Méritos y Servicios, Constituciones
Conciliares e inclusive la magnífica – y aún no suficientemente
estudiada- obra de Bartolomé de Arzáns de Orsúa y Vela, Relatos de
la Villa Imperial de Potosí6. Nuestro objetivo primordial es
adentrarnos en el análisis de ciertos ribetes característicos de la
religiosidad andina, como un punto de partida para decodificar
aspectos referidos a la temática que protagoniza nuestro principal
tema de investigación, las cofradías religiosas de indios. No
pretendemos, sin embargo, más que realizar un breve preámbulo,
motivo por el cual nos basamos en esta oportunidad en material
documental previamente abordado por otros autores. Nos interesa
realizar una acotada introducción a modo de ensayo, intentando
rescatar las perspectivas de los sectores subalternos, considerando
que sus voces, decisiones y creatividad frente a las nuevas
experiencias, aún pueden reconocerse en la pluma de los
dominadores. Intentaremos realizar un recorrido que tienda puentes
entre ciertos conceptos que nos resultan importantes para
introducirnos en el tema que nos compete, tales como la concepción
andina de la organización del espacio, y el significado y rol de las
wakas a este respecto; pasando por los mecanismos utilizados por el
clero para la extirpación de idolatrías durante el período de
ocupación temprana del espacio de Charcas, enfatizando en la
importancia de la producción, uso y apropiación de imágenes con
este objetivo. Ya que compartimos la hipótesis de que las
hermandades religiosas de indios fueron instituciones que
funcionaron –paradójicamente – como un “refugio”7 para ciertas
6
B. ARZÁNS DE ORSÚA Y VELA, Relatos de la Villa Imperial de
Potosí, La Paz, Plural editores, 2009.
7
Ver C O. CELESTINO, y A. MEYERS, Las cofradías en el Perú.
Frankfurt, Editionen der Iberoamericana, 1981. G. LARA CISNEROS,
“Aculturación religiosa en Sierra Gorda: el Cristo viejo de Xichú” Estudios
de historia novohispana, Nº. 27, 2002, pp. 59-89; T. PLATT, “The Andean
Soldiers of Christ. Confraternity organization, the mass of the sun and
182
prácticas culturales autóctonas que adquirieron una diferente
morfología y significación en el contexto colonial; nos concierne el
rol de las cofradías como promotoras y difusoras de imágenes
religiosas, razón por la cual estamos atentos en observar
precisamente los deslizamientos culturales que se traducen en la
utilización de estos elementos iconográficos.
Comentarios breves acerca de la problemática de los estudios
sobre la religiosidad andina.
El desafío para el historiador que procura emprender
estudios culturales exige una detallada muestra de las herramientas
conceptuales que utilizará para aprehender aquello que pretende
analizar. Es por eso que, antes que nada y para poder realizar una
clara exposición del problema a desarrollar, deben definirse desde
qué perspectiva se abordarán las categorías propuestas.
Consideramos que la historia cultural nos proveerá de las
herramientas necesarias para adentrarnos en el universo de la
religiosidad andina de fines de siglo XVI y principios del XVII; ya
que creemos que el sustrato religioso de la cultura resulta un
elemento clave para comprender la interpretación del mundo de una
sociedad determinada. Los estudios culturales americanos presentan
dificultades para conocer estos aspectos, razón por la cual es preciso
regenerative organization, the mass of the sun and regenerative warfare in
rural Potosi (18th-20th centuries)” Journal de la Société des Americanistes
LXXXIII, 1987, p. 139 a 192. J. RODRÍGUEZ MATEOS, “Las cofradías
de Perú en la modernidad y el espíritu de la contrarreforma”; Anuario de
estudios americanos, Vol. 52, Nº 2, 1995, p. 15-43; F. ROJAS LIMA, “La
cofradía indígena, reducto cultural de los mayas de Guatemala” en M.
RIVERA DORADO y A. CIUDAD RUIZ, Los mayas de los tiempos
tardíos, Publicaciones de la Sociedad Española de Estudios Mayas Nº 1
Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1986. R. H. YÁNEZ ROSALES,
“Las cofradías indígenas de Tlajomulco.” En Estudios del Hombre nº 6,
Publicaciones del centro Universitario de ciencias del Hombre y
Humanidades, México, 1997
183
contar con un marco de referencia que funcione como punto de
partida para poder leer los discursos subyacentes del corpus
documental, -ya sea este tradicional o no.
Si consideramos lo expresado por Bourdieu, las religiones
funcionan como sistemas simbólicos elaborados, en los que existen
agentes destinados a hacer funcionar ese sistema denominados como
agentes o profesionales de la religión. En una sociedad desigual, el
autor divisa que las prácticas y representaciones religiosas se
organizan en torno a dos posiciones polares: las dominantes, que
justifican su existencia en tanto tales y la reproducen, y las
dominadas. Estas últimas, tienden a reconocer la legitimidad de la
dominación basándose en el desconocimiento de su arbitrariedad. De
esta manera, contribuirían a su reforzamiento8. En el caso de la
América colonial, queda patentemente registrada la contribución de
la Iglesia al mantenimiento del orden político a través del refuerzo
del orden simbólico, que naturalizó y legitimó los modos de
dominación impuestos por los conquistadores. Debemos tener en
cuenta que, en este caso, los agentes o profesionales de la religión no
fueron sólo sacerdotes españoles, sino también los mismos indios –
especialmente aquellos que gozaban de un lugar de jerarquía dentro
de sus comunidades, como caciques y curacas-, que se integraron al
clero o que, siendo laicos tomaron de todos modos un lugar en las
instituciones religiosas, como los priostes y mayordomos de las
cofradías. Estas asociaciones adquirieron una enorme importancia y,
entre otras funciones, resultaron articuladoras del calendario ritual.
Consideramos de vital importancia enfocarnos en estos aspectos si
tenemos en cuenta que, según Bourdieu, la inculcación de formas de
pensamiento comunes se afirma en fiestas y ceremonias religiosas,
utilizadas como eficaces estrategias que refuerzan la incorporación
de las creencias colectivas9. Sin embargo, a través de la bibliografía
recientemente observada en materia de hermandades –institución
P. BOURDIEU, “Génesis y estructura del campo religioso” en Relaciones
108, otoño 2006, vol. XXVII, p 57
9
P. BOURDIEU, Op. Cit., p. 55
8
184
implantada en el continente desde prácticamente los inicios del
período colonial-, detectamos que los últimos estudios destinados a
analizar estas agrupaciones, (que fueron integradas por diferentes
grupos étnicos), resaltan que funcionaron como un “refugio” para
valores culturales propios que permanecieron en el marco de una
institución destinada a vigorizar las prácticas religiosas cristianas. La
empresa colonial ha dejado de representarse, al menos en lo que se
refiere a las publicaciones más recientes, enfatizando en los
mecanismos de dominación impuestos “de arriba hacia abajo”. En
contraste, se resaltan aquellos dispositivos que los grupos
subalternos, indígenas en este caso, utilizaron para resistir,
transformar y paradójicamente asimilar esa estructura de poder, sin
perder sus propias raíces de identificación10.
Por ese motivo consideramos que tales cuestiones deben
ponerse en tensión, teniendo en cuenta que no todas las poblaciones
aborígenes respondieron de la misma forma frente a la política
colonial; siendo este efecto evidentemente registrado en el campo de
la religiosidad. Para el caso específico de Andes, nos resulta
interesante incorporar las reflexiones de Keith Mills11, quien propone
el concepto de movilidad cultural en contraposición al de mestizaje
cultural. Este autor considera al primero como una herramienta más
útil, ya que permite comprender a los procesos culturales de manera
más precisa y eficaz, a la vez que con mayor amplitud; descartando
el de mestizaje por considerar que de algún modo continúa aludiendo
10
M. C. DE LUCA, Las cofradías de indios en el territorio de Charcas
(siglo XVIII): balance historiográfico y nuevas propuestas de análisis, en
Actas de las II Jornadas de Historia Social, Centro de Estudios Históricos
“Prof. Carlos S. A. Segreti” y Centro de Estudios de Historia Americana
Colonial de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, La
Falda, 13, 14 y 15 de mayo de 2009. En CD. 2010.
11
K.. MILLS, “’In Between’: reflexiones sobre el mestizaje cultural y la
movilidad en los andes Coloniales” en Taller El mestizaje como problema
de investigación, Universidad Nacional de Quilmes, Argentina, 18- 19 de
noviembre de 2004.
185
a una categoría racial. Mills enfatiza en la interacción religiosa y
cultural existente en los Andes coloniales, en los que pueden
resaltarse los cruces realizados por los individuos y los grupos a las
líneas demarcadas por la etnia y la clase. Es así como, analizando las
cuestiones atinentes a la interacción religiosa y cultural que
conformaron “un microcosmos emergente cristiano”, el autor
concluye que este microcosmos, si bien se conforma en buena parte
de prácticas religiosas y culturales locales, al mismo tiempo se
destacan aquellas que realzan la pertenencia a una comunidad
cristiana mayor 12. Es en este contexto en el que el autor divisa dos
procesos interactivos; la evangelización, que sería una primera
instancia dependiente de los españoles y los criollos; y la
autocristianización. Este último estaría protagonizado por prácticas
más locales, que, entre otras, tendrán como marco a las festividades
religiosas y también a otro tipo de actividades devocionales en torno
a imágenes de carácter local y regional, que son en las que
procuraremos enfocarnos. Estos procesos, que se superponen,
conjuntamente formarán un “sentido común religioso”, que se
expresará en una amplia gama de reinterpretaciones con
características propiamente andinas, como por ejemplo el culto a los
santos y las prácticas de “demonización”13. Consideramos que el
modelo propuesto por este autor nos permite comprender las
tensiones, negociaciones y conflictos que existieron en el campo de
la religiosidad en Andes; evitando utilizar categorías rígidas o que se
vean imposibilitadas de dar cuenta de aquello que se pretende
abordar por referir, directa o indirectamente, a otra cosa.
Así, teniendo en cuenta lo expresado por Bouysse –
Cassagne en su trabajo sobre las formas de adoración en las minas de
Charcas y del lago Titicaca entre los siglos XV y XVII, creemos que
conceptos como “aculturación”, “sincretismo” y “mestizaje”
resultan inacabados para representar las dinámicas culturales de la
12
13
K MILLS,., Ibid., p 4
MILLS… Ibid., p 5
186
religiosidad andina por considerar que no permiten describirlas en su
especificidad. Estos términos, además de que conllevan una “visión
patrimonial de la cultura”, pueden conducir a excesivas
simplificaciones. En palabras de la autora:
“las creencias prehispánicas y cristianas no se
unieron siempre como distintos componentes de
una reacción química para engendrar un nuevo
estado destinado a perdurar, como se ha
propuesto”.14
En contraste, sin negar que existieron tanto la imposición de
creencias cristianas, así como también prevalecieron otras de carácter
vernáculo; el planteo de la autora es que ambos sistemas religiosos
presentaban similitudes que facilitaron la aceptación de los indígenas
del culto europeo.
Estas apreciaciones nos permiten aproximarnos al universo
religioso andino intentando evitar términos que remitan a una suerte
de esencialismo. Por el contrario, nuestra intención es introducirnos
en la temática propuesta en base a conceptos den cuenta del
dinamismo característico de las practicas culturales, percibiendo su
movimiento tanto en el tiempo como en el espacio, coadyuvando a la
idea de construcción e interacción que intentamos transmitir. Tales
conclusiones nos alertan sobre la gran variedad de representaciones y
de prácticas que atraviesan la religiosidad andina colonial. La misma
presenta un carácter absolutamente polisémico, que fue y es centro
de miradas contradictorias.
T. BOUYSSE-CASSAGNE, “El sol de adentro: wakas y santos en las
minas de Charcas y en el lago Titicaca siglos XV a XVI” en Boletín de
Arqueología PUCP, Nº 8, Meter Kaulicke, Gary Urton, Ian Farrington
editores, 2004, p. 83
14
187
Las wakas y la organización del espacio andino
Sobre la base de tales conceptos, nos disponemos a
reflexionar sobre la organización del espacio que tomó forma en la
Provincia de Charcas durante el siglo XVI. Esta región estaba
ocupada por diferentes “naciones” aymara- hablantes, entre las que
se cuentan los Charka, los Qaraqara, los Sura, los Killaga, los Chicha
y los Chui. Las dos primeras se nos muestran en las fuentes como
detentoras de un claro predominio regional, que llega a su fin al
iniciarse el período colonial. Es por tal motivo que este conjunto de
pueblos adquiere la denominación “Confederación Qaraqara –
Charka”.
En el siglo XVI, si bien las transformaciones implementadas
por los conquistadores españoles, -resaltándose las llevadas a cabo
por el Virrey Toledo entre 1569 y 1581-, significaron un quiebre
profundo e irreversible; existieron elementos prehispánicos que
continuaron reproduciéndose. Las mencionadas reformas
procuraban, mediante la reorganización territorial y administrativa
que significó la instalación de corregimientos y nuevas cabeceras
regionales, reducir los poderes respectivos de los Qaraqara Charka
para someterlos a un nuevo orden bajo el poder del Estado español.
Resultaron sumamente importantes para estas mencionadas naciones,
ya que la instalación de los corregimientos y el reemplazo de los
pueblos de cabecera prehispánicos significó el quiebre de las alianzas
de ambas federaciones, cuyo apoyo militar mutuo probablemente
estaba fundamentado en la devoción compartida de todas las
naciones de Charcas a la waka del cerro de Porco.15 Hacia 1570, la
provincia de Chayanta, ubicada al norte de Potosí, fue consolidada
como capital de la región. A partir de ese momento se emplazó una
nueva estructura administrativa, que pretendía una absoluta ruptura
con la organización social y económica prehispánica, y que
15
Ver T. PLATT, T. BOUYSSE-CASSAGNE, O. HARRIS, Op. Cit.; pp.
65 – 66.
188
perduraría durante casi 200 años. 16 Esta nueva organización
implementada por Toledo, facilitaba la recolección del tributo y la
organización de la mita, así como también la prédica cristiana. Pero,
si bien las reformas toledanas resultaron un importante quiebre,
consideramos que de algún modo la estructura prehispánica de
organización espacial pasó a formar parte de una infraestructura,
ahora colonial. Algunos elementos heredados del período anterior,
cobraron nuevos sentidos y funciones en un contexto diferente,
mientras que otros desaparecieron por completo.
Como dijimos, el territorio que nos ocupa estaba habitado
por la confederación Qarakara Charka, cuyo último término daría
nombre a la Audiencia fundada en 1559, con capital en la ciudad de
La Plata, hoy Sucre. Esta amplia región integraba bajo su
jurisdicción el territorio que corría desde el Norte del lago Titicaca
hasta el Tucumán, incluyendo amplios territorios en el Este hasta una
parte de la costa del Pacífico en el Occidente. Nos interesa
profundizar sobre el área nuclear de estos señoríos, que en el período
posterior a la conquista fueron organizados en dos provincias
coloniales, Chayanta y Porco, ambas dependientes de la Villa
Imperial de Potosí, fundada en 1545. La confederación se integraba
por una multitud de pueblos aymara hablantes, cuyos señores Mallku- se destacaban por su poderío militar, hegemonía que bien
pudo fundarse en la diversidad de sus recursos económicos, y en que
el espacio que ocupaban era vital por su ubicación en el contexto del
Tawantisuyu.
Debe resaltarse, asimismo, que estos pueblos compartían en
su estructura de organización social, aquello que podríamos
denominar como la célula de las sociedades andinas: el ayllu. Si bien
16
T. PLATT, La persistencia de los ayllus en el norte de Potosí. De la
invasión europea a la República de Bolivia. La Paz: Embajada del Reino de
Dinamarca en Bolivia, Fundación Diálogo, 1999
189
existen diferentes acepciones para definir este término 17, en este caso
consideraremos al ayllu como una unidad comunal organizada
espacialmente, que remonta sus orígenes al tiempo pre-incaico. La
pertenencia a una unidad comunal o ayllu, implicaban a los lazos de
parentesco -tanto los de consanguineidad como aquellos creados
“artificialmente” mediante ritos como el compadrazgo, o aquellos
que remitían a antepasados míticos-; que delimitaban
“…su propiedad del suelo […] Los miembros de
la familia se dicen descendientes de una pacarina
común […] la tumba del antepasado común y de
los sucesivos dentro del suelo cultivado,
consagra el dominio del grupo familiar i eleva el
sentimiento de propiedad a la categoría de un
precepto mítico” 18
Sobre esto último descansaba toda una red de relaciones
basada en la reciprocidad y el parentesco. En esta red se imbricaba la
estratificación jerárquica de las autoridades indígenas, así como
también la estructura de las creencias religiosas, en la que las
creencias compartidas en ciertos elementos míticos y simbólicos
fortalecían los lazos sociales.
Para este tema ver F. COSIO, “La propiedad colectiva del ayllu”. En
Revista Universitaria 17, 1916, pp. 10-42; B. J. ISBELL, (1978) Para
defendernos. Ecología y ritual en un pueblo andino. Cuzco: Centro de
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Peruanos, 2000, pp. 123-179; PLATT, 1999, Op. Cit. p. 61
18
COSIO, F. Op. Cit. pp. 15-16.
17
190
Aquí es importante introducir la concepción de la
organización económico social andina elaborada por Murra, en la
que explica cómo la posesión y la producción comunal de la tierra
permite la explotación de tres distintas zonas a las que denomina
“ecología vertical de los andes”: la puna, la sierra y la costa. A lo
largo de estos diferentes espacios, todos los miembros de la
comunidad – en este caso, ayllu-, procuraron controlar tierras para
maximizar con éxito la producción agrícola, así como disminuir las
amenazas medioambientales en cualquiera de ellas. Los pisos
ecológicos verticales fueron demarcadores de fronteras, y en este
sentido es que toman trascendencia las ceremonias rituales y los
“pagos” que cada familia realizaba a los protectores míticos que
presidían sus territorios, reforzando las instituciones sociales a partir
de las cuales era organizado este control vertical y las relaciones
mediante las cuales este se hacía efectivo.19
En este marco, resulta primordial destacar la función de las
wakas como factores organizadores y aglutinantes sociales. En el
mundo andino, se define a las wakas como entidades sacras en las
que se articula lo natural, lo social y lo sobrenatural, en un
parentesco directo con el culto a los antepasados. Su función es
esencial en las sociedades regidas por el calendario agrícola, donde
la religión funciona como sistema organizador de una cosmovisión
que abarca aspectos políticos, económicos y sociales. Considerando
lo afirmado por Bovisio, las wakas se nos aparecen como objetos
sagrados polimorfos, cuyas diferentes expresiones pueden remitirnos
a la naturaleza vegetal, animal, humana o mineral, según el caso; o
bien esta denominación puede aludir a un determinado espacio. Nos
resulta interesante destacar que, a diferencia de otros complejos
religiosos, su concepto mismo implica la materialización de lo
sagrado: la waka no es la representación de la divinidad, sino que es
19
Ver J. MURRA, Formaciones económicas y políticas del mundo andino,
Lima, IEP, 1975
191
la encarnación de ella, lo sagrado en sí mismo 20. Al mismo tiempo,
puede detectarse una escala jerárquica entre estas entidades, que se
fundamenta en el culto a los antepasados. La misma estaría en
consonancia con la identificación entre las entidades sagradas y el
orden social existente. La wakas mayores eran entidades reconocidas
como deidades por todo el pueblo, como los antepasados de quienes
detentaban el poder estatal. Por el contrario, las wakas locales se
encontraban ligadas al antepasado fundador de cada etnia; mientras
que las wakas menores fueron vinculadas al culto familiar. 21
El conjunto de pueblos que nos ocupa, compartían el mismo
universo político y religioso, aglutinado en torno de la waka mayor
ubicada en el cerro de Porco, denominada Tata Purcu. Éste último,
era considerado un patrón sagrado de la guerra, la salud, la
fecundidad y la minería. Tanto el cerro de Porco como el de Potosí –
cuyas ricas minas la convirtieron en la waka más importante de la
región, funcionaron como importantes santuarios, que deben
contemplarse en una lógica de larga duración, es decir, como un
conjunto estructurante de relaciones que se modificaron con gran
lentitud.22
Existen opiniones encontradas respecto de esta cuestión. Si
bien muchas fuentes del período colonial (como por ejemplo los
escritos del Jesuita Acosta), relatan que las minas del Cerro Rico no
fueron explotadas en el período prehispánico, coincidimos con la
opinión de Platt y Quisbert, quienes consideran que existe una
importante relación entre los cerros sacralizados con los yacimientos
H. URBANO, “Ídolos, figuras, imágenes. La representación como
discurso ideológico” en G. RAMOS, y H. URBANO, (comp.); Catolicismo
y Extirpación de Idolatrías. Siglos XVI y XVIII. Charcas. Chile. México.
Perú; Centro de Estudios Regionales “Bartolomé de las Casas”, Cusco,
1993.
21
BOVISIO, M.A.; Las huacas del NOA: objetos y conceptos. Mimeo,
2006.
22
PLATT, T. et. al.; Op. Cit., p 61
20
192
de metales preciosos existentes en ellos; motivo por el cual los
indígenas habrían ocultado a los invasores la existencia de sus
minas23. En torno a la devoción de estos cerros y sus divinidades
mineras, los habitantes de la región –y de otras regiones más lejanas,
desde las yungas a la costa- , organizaron sus circuitos de trabajo e
intercambio, sus formas de pensar, de sentir y de imaginar, durante
generaciones. Bouysse- Cassagne describe cómo ambos cerros
funcionaron como importantes lugares de culto; en los que estaban
superpuestos tanto sus prerrogativas mítico - religiosas con las
económicas, ya desde el tiempo pre – incaico.
El trabajo en los cerros constituía en sí mismo un ritual de
peregrinación, en el que participaban mineros venidos de diversas
regiones que cumplían con la obligatoriedad de la mita24; pero que
Ver T. PLATT, y P. QUISBERT; “Sobre las huellas del silencio: Potosí,
los incas y el virrey Francisco de Toledo (siglo XVI)”. En P. CRUZ, y J.
VACHER, (Eds.) Minas y metalurgias en los Andes del Sur, entre la época
prehispánica y el siglo XVII, pp. 231-277. Sucre, Instituto Francés de
Estudios Andinos e Institut de Recherche pour le Développement (IRD),
2008.
24
Una de las singularidades de la sociedad andina prehispánica es que no
había mercado ni dinero. Es un aspecto importante a la hora de comprender
la organización de una sociedad estatal como la incaica, ya que precisa del
impuesto. Este último se cobraba en forma de trabajo y energía; ya que no
se trataba de intercambios de cosas, sino de derechos en la participación de
los trabajos; retribuibles con “servicios” similares a los que se transmiten de
generación en generación. Las palabras claves para comprender esta
organización son minka – que implica un compromiso- y el ayni – que es
una relación entre iguales, totalmente simétrica. Son vitales para
comprender el sistema de Mita, entendida como la entrega de mano de obra
a una autoridad (el kuraka, o el Inca) para obtener bienes distribuibles para
esa autoridad. El Estado recolectaba el trabajo, para hacer producir las
tierras del Inca. Los incas – y los pueblos por ellos sometidos- trabajaban
cuando se lo pedían y en un ambiente fiesta; ya que los productos que
obtenían eran devueltos a la comunidad en el contexto de celebraciones
rituales. La Mita era un trabajo que estaba forzado a realizarse como
23
193
previo a adentrarse en el mundo subterráneo ofrecían dones a las
wakas a cambio de su protección, sellando este pacto con
“borracheras” que deben interpretarse en el marco de un ritual. El
chantre de la Catedral de La Plata, doctor Don Diego Felipe de
Molina, lo describe en un escrito fechado en 1590
“Y en el cerro y minas de Potosí, cuando algún
metal es tan fuerte que no le pueden romper con
facilidad, lo untan con la coca para que se ablande
y modere con aquel sacrificio, entendiendo estar
allí [en la coca] alguna deidad. Y los indios que la
comen no es por tenerla por ofrenda de guacas y
adoratorios”25
Muchas de estas prácticas religiosas continuaron más allá del
período de extirpación de idolatrías, extendiéndose, algunas de ellas,
inclusive hasta hoy. La mencionada autora explica que esa cierta
tolerancia de los españoles frente a las prácticas religiosas, tenía
como fundamento la simplificación en la explotación de las minas,
siendo objetivo primordial la maximización del rendimiento en el
trabajo de los indios. La existencia de ciertos elementos que podían
considerarse “comunes” a ambas cosmovisiones, como por ejemplo
la idea de santuario o de peregrinación, facilitó tanto la tolerancia de
los españoles frente a algunas ceremonias religiosas, como la
incorporación de ciertas prácticas por parte de los indígenas.
Teniendo esto en cuenta, puede afirmarse que la evangelización de
los Qaraqara y los Charka –junto a las demás etnias originarias de la
región-, si bien significó en lo inmediato la modificación de muchas
consecuencia de la minka. Durante el incario, la Mita adquirió una variedad
de formas: de cosecha (por tres días); para construir (durante uno o dos
años); una sola vez en la vida (en las minas) Muy importante era también el
rol del tejido. Ver F. PEASE, “La religión incaica” y “Organización política
incaica”, en: M. CARMAGNANI, y otros (Coord.) Para una historia de
América II. Los Nudos (l), Méjico, Fondo de Cultura Económica. 1999
25
R.; RODRIGUEZ MOLAS, Op. Cit., p. 184
194
de sus prácticas religiosas, esta situación no necesariamente implicó
la inmediata eliminación de sus cultos ni de los referentes espaciales
con los que estaban relacionados; ya que las minas ofrecieron, tanto
al sistema de creencias andino como al español, un trasfondo de
prácticas compatibles entre dos cosmovisiones enormemente
diferentes.26
Guaman Poma dedica numerosas
páginas a la descripción de las
“idolatrías, en la que el
desarrollo del culto vinculado
con los cerros tiene un lugar
preponderante: “Idolos y uacas
de los Collasuyus […] Toda la
provincia de Colla Suyo, collas,
sacrificaban
con
carneros
negros y cestos de coca y con
diez niños de un año, y conejos y
mullo y pluma de suri
quemándolo, sahumaban a las
dichas
huacas
ídolos
y
sacrificios. […] Y de todo ello le
daban cuenta y relación al dicho
inga, y lo hacían estos dichos
sacrificios en presencia de los
corregidores, tocricoc, y de los
jueces, michoc, ingas, estos
enviaban por la posta y chasqui
a la cabeza de este reino a
avisar de lo que pasa del
sacrificio”.
FELIPE GUAMAN POMA DE
AYALA. Nueva Crónica y Buen
Gobierno I. Lima. Fondo de
Cultura Económica, 2005, pp.
202- 203.
26
BOUYSSE-CASSAGNE, T. Op. Cit. p. 59
195
Es en este sentido en el que consideramos que fue posible la
configuración del microcosmos emergente cristiano mencionado por
Mills, ya que existen deslizamientos de ciertas prácticas y elementos
culturales, que en este contexto adquirieron nuevos sentidos.
Es significativo resaltar que los habitantes del territorio que
después sería denominado como Provincia de Charcas,
probablemente escondieron la existencia de las minas – entendidas
como complejos económico – religiosos - a los españoles, no sólo
por razón de su riqueza sino también de su sacralidad. Según Platt,
Bouysse- Cassagne y Harris, el “descubrimiento” de las minas de
Porco y de Potosí (que tienen fechas tardías, 1538 y 1545
respectivamente), y su revelación a los españoles puede interpretarse
como una transferencia simbólica y material de poderes, una señal de
sumisión y lealtad en el contexto de reciprocidad y redistribución
sobre el que estaba organizada la sociedad, la economía, la política y
la cosmovisión andina27. Sin embargo, el descubrimiento de las
wakas en los cerros fue bastante posterior al de sus minas: mientras
que el cerro de Porco comienza a explotarse en 1539, sus divinidades
son trasladadas –con ese mismo nombre- clandestinamente al valle
de Caltama y encontradas por los españoles en 1577. Para el caso de
Potosí, mientras que los conquistadores obtienen noticias de sus
minas a mediados del siglo XVI, la destrucción de su waka por el
jesuita Arriaga data de 1599. Si bien algunas fuentes –como por
ejemplo los escritos del Padre Acosta- explican que las vetas del
Cerro Rico no eran explotadas por los Incas; podemos pensar en que
los indígenas en realidad intentaban esconder su divinidad, ya que la
existencia de las minas fue revelada a los españoles por extranjeros.
De hecho, Arzáns relata cómo durante su reinado, Huayna Cápac
envía a sus vasallos a explotar las minas del Cerro Rico. Estos
últimos
27
Ver cita nº 24.
196
“ […] después de haber tanteado sus vetas ,
estando para comenzar a abrir sus venas, se oyó
un espantoso estruendo que hizo estremecer a
todo el Cerro; y tras esto fue oída una voz que
dijo: “No saquéis la plata de este Cerro, porque es
para otros dueños”. Asombrados los indios de oir
estas razones, desistieron del intento, volviéronse
a Porco [y] dijeron al rey lo que había sucedido.”
28
Dos aspectos nos resultan importantes en este relato: el
primero, el conocimiento que tenían los indios sobre la existencia de
mineral precioso en el Cerro Rico; y el segundo, cómo se legitima la
ocupación española a través de la aparición de esa voz sobrenatural
que surge desde las entrañas del Cerro, donde advierte que su
aprovechamiento no les está destinada. Es así como puede
imaginarse que el hallazgo de Potosí significó para los invasores un
doble triunfo: por un lado en lo que respecta a la enorme riqueza
mineral contenida en el cerro; y por el otro, por el dominio simbólico
que ahora ejercían nada menos que sobre las divinidades autóctonas.
De wakas a idolatrías
Como observamos, la noción aymara del espacio conlleva
una sacralización del mismo, que a su vez está estrechamente
vinculada a las actividades económicas de las comunidades que lo
habitan. Tal es así que esta concepción trae implícita la idea de
“doble frontera”, al mismo tiempo territorial y espiritual,
característica del sistema económico y de la cosmogonía andina. En
esta cosmovisión, el espacio se divide, tanto desde lo práctico como
en el aspecto simbólico, en dos mitades opuestas – complementarias
denominadas Anan y Urin, o Alasaya y Majasaya en su acepción
aymara. Esta organización aseguraría al acceso a recursos
28
ARZÁNS, Op. Cit., p. 34.
197
económicos a los pobladores tanto de las tierras altas como a los de
los valles; así como también funcionaría como un canal adecuado
para encauzar la violencia, ya que cada una de estas mitades
representaría franjas de población bajo el “patronazgo” de diferentes
divinidades que se encontrarían en permanente oposición, pero
también en equilibrio29.
En su artículo sobre las doctrinas de Chayanta en el siglo
XVIII, Mónica Adrián nos advierte sobre cómo esta cosmovisión fue
utilizada por los curas doctrineros locales para ampliar su espacio de
poder en medio de la política de centralización Borbónica.
Analizando el caso de la creación del Santuario de Nuestra Señora de
Surumi, la autora explica cómo el conocimiento de los sacerdotes
acerca de concepción sagrada del espacio permitió contrarrestar los
efectos resultados de la división de las doctrinas y de la consecuente
disminución en la recaudación de tributos hacia finales del siglo
XVIII. La introducción de una imagen de la Virgen, especialmente
investida de sacralidad al considerársela milagrosa, amplió a los
curas su esfera de influencia -religiosa y económica- por fuera de los
límites jurisdiccionales impuestos por el Estado.30 Observando las
tácticas llevadas a cabo por los miembros de la Iglesia, detectamos
que estrategias similares aparecen en el siglo XVI, en el sentido de
que el conocimiento de las prerrogativas y particularidades en la
concepción sagrada del espacio resulto vital en la re -organización
territorial temprana del área de Charcas.
T. PLATT, “II. Entre Ch´axwa y Muxsa. Para una historia del
pensamiento político aymara”, en BOUYSSE-CASSAGNE, T.; HARRIS,
O.; T. PLATT, Y V. CERECEDA, Tres reflexiones sobre el pensamiento
andino, Biblioteca Andina, Hisbol, 1987
30
M. ADRIÁN,”El espacio Sagrado y el ejercicio del poder. Las doctrinas
de Chayanta durante la segunda mitad del siglo XVIII” en J.L.
MARTÍNEZ, (Coord.); Actas del IV Congreso internacional de
Etnohistoria. Tomo I. Autoridad y Poder; Lima, Fondo Editorial Pontificia
Universidad Católica del Perú, 1998.
29
198
El término “doctrina”, ya desde el momento en que se
produce la visita general del Virrey Toledo no sólo enuncia al
conjunto de enseñanzas cristianas destinadas a transmitirse por
medio de la actividad evangélica, sino, y sobre todo, al espacio
jurisdiccional donde se ejercía esta acción. Si bien esa acepción es de
uso vulgar, casi inmediatamente el vocablo doctrina- cuya
multisemia puede evocar algunas confusiones- es equiparado al de
“Pueblo de indios”, es decir, un espacio ocupado por grupos de
indígenas que eran asignados a un sacerdote cuya tarea era instruirlos
en el conocimiento del evangelio. Los curas doctrineros eran los
encargados no sólo de la administración de los sacramentos, sino
también de disponer justicia y, sobre todo, de castigar los “vicios”
entre los que el concubinato, la idolatría y las borracheras eran los
más frecuentes –y alarmantes- para el clero.
El adoctrinamiento de los indígenas fue la permanente
preocupación tanto de la Corona como de la Iglesia, quedando
plasmada en las directrices establecidas desde el Primer Concilio
Limense (1551 – 1552), que en su Constitución Tercera expresa:
“que las guacas sean derribadas, y en el mismo
lugar, si fuera decente, se hagan iglesias.
Item, porque no solamente se a de procurar hacer
casas e Iglesias donde nuestro señor sea honrado,
pero deshacer las que están hechas en honra y
culto del demonio, pues allende de ser contra la
ley natural, es en gran perjuicio e incentivo para
volverse los ya cristianos a los ritos antiguos, por
estar juntos los cristianos con padres y hermanos
infieles, y a los mismos infieles es grande
estorbo para tornarse cristianos: Por tanto, S. S.
ap. Mandamos que todos los ídolos y adoratorios
que hobiere en pueblos donde hay indios
cristianos sean quemados y derrocados; y si
fuere lugar decente para ello se edifique allí
199
iglesia, o a lo menos se ponga una cruz. Y si
fuere en pueblos de infieles se consulte con el
muy ilustre Visorrey de estos reinos en su
distrito, y en los demás con los presidentes e
gobernadores dellos, para que manden proveer
en ello, por los inconvenientes que de permitirles
adoratorios para ornarse cristianos hay, y por la
ocasión que es para los ya cristianos de volver a
idolatrar.” 31
Nos resulta sumamente significativa la frase “y si fuere lugar
decente para ello se edifique allí iglesia, o a lo menos se ponga una
cruz”; ya que la misma expresa cómo la ocupación efectiva del
espacio, necesariamente implica una ocupación simbólica del mismo.
La imagen fue, en el siglo XVI, una de las armas esgrimidas con
mayor virulencia durante el período de la conquista. La Iglesia
Contrarreformista se valió de este vehículo, casi tanto o más que de
la palabra y de la escritura –ya que les permitía trascender las
dificultades ocasionadas por la multiplicidad de las lenguas
indígenas-, para llevar adelante una guerra de imágenes32, peleada
fundamentalmente en el territorio del imaginario, que perduró
durante siglos y que alcanzó en el Barroco su máxima expresión.
La persistencia de las prácticas religiosas indígenas continuó,
aunque en la clandestinidad, dando como resultado una especie de
dualismo religioso que fue advertido por el clero. Los cerros
continuaron siendo el escenario privilegiado para el desarrollo de las
prácticas rituales, en torno de la figura de veneración que encarnaban
o que albergaban. El mencionado Chantre de la Catedral de La Plata
relata en 1590
31
R. VARGAS UGARTE, Concilios Limenses (1551-1772). Lima, Carolus
Gomez Martinho, 1951, p. 8
32
S. GRUZINSNKI, La guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a
Blade Runner (1492-2019), Fondo de Cultura Económica. México, 1994.
200
“Demás destos adoratorios que son ordinarios,
públicos y a vista de todos, que en cada pueblo y
camino hay muchos, hay en cada pueblo otro
oculto y secreto, que llaman la guaca principal, en
un monte o lugar apartado y remoto de
conversación donde se juntan todos los indios o la
mayor parte gente de fidelidad y secreto. Y allí se
les aparece el demonio en figura de cuervo o de
otra ave donde le adoran, hablando con él
preguntas, respuestas, peticiones; aconsejándoles,
regalándoles y riñéndoles la diligencia o descuido
en su servicio. Ofrecen allí plata y oro e hijos
pequeños suyos pequeños, degollándolos. Y
aunque estas guacas las tienen tan ocultas por
orden del demonio, autor dellas, hay sacerdotes
tan cuidadosos y celosos de la honra de Dios que
las descubren y hacen cesar tan grave daño.”33.
El Segundo Concilio Limense, celebrado en 1567, adoptó
una política más rígida destinada a eliminar las actividades
idolátricas, apuntando ahora a la supresión de ciertos rituales, como
borracheras y festividades de raigambre agraria. Sin embargo, los
intentos continuaron siendo infructuosos, ya que este tipo de
experiencias persistieron a lo largo del tiempo 34. La catequización
fue especialmente promovida por Felipe II, quién en las
Instrucciones entregadas al Virrey Toledo en 1568 exhortaba la
intensificación de la presencia eclesiástica en el Perú para favorecer
el avance de la evangelización, privilegiando a las órdenes religiosas
33
R. RODRIGUEZ MOLAS, Op. Cit., p. 184
Numerosos autores se ocupan de estudiar el desarrollo del calendario
ceremonial andino, en el que las prácticas religiosas cristianas se
imbricaban con rituales de origen agrícola, en el que el consumo de alcohol
sellaba el pacto de reciprocidad entre las autoridades y el pueblo, así como
entre este último y la divinidad. Muchos de estos rituales aún existen en
Bolivia. A modo de ejemplo véase T. PLATT, Op. cit., 1987
34
201
al entregarles tareas que normalmente estaban a cargo del clero
secular, como el adoctrinamiento de los indios. 35 El Tercer Concilio
Provincial de Lima, (celebrado entre 1582 y 1583), se atuvo en parte
a estas Instrucciones permitiendo, por ejemplo, la admisión de
indígenas al sacerdocio. Sin embargo, quedan registradas en este
concilio las quejas de los Obispos, que consideraban que el poder
civil excedía su jurisdicción al otorgar a las órdenes religiosas la
preeminencia sobre la actividad evangélica.36
La erradicación de la idolatría quedaba ahora en estrecha
dependencia del Estado, representado por el Virrey, quien
instrumentó una serie de medidas – como la visita general, el
nombramiento de visitadores eclesiásticos, y la creación de
reducciones indígenas-, con el objetivo de destruir todo símbolo de la
religión andina. Una intención mucho más pedagógica se traduce en
las directrices tomadas por el Tercer Concilio, desde el que se
reglamenta la elaboración de un catecismo único expresado tanto en
35
Se privilegiaba a dominicos, franciscanos, agustinos y a algunos
mercedarios. Ver “Real Cédula al Vicario general y comendadores de la
Orden de la Merced, de estos reinos y del de Aragón, para que favorezcan y
ayuden al P. Diego de Porres, que ha de pasar al Perú Charcas, Río de la
Plata, Tucumán y Santa Cruz de la Sierra, con veinte religiosos, para
entender en la conversión y doctrina de sus naturales.” En LEVILLIER,
R.; Organización de la Iglesia y Órdenes Religiosas en el Virreinato del
Perú en el siglo XVI. Segunda Parte. Colección de Publicaciones Históricas
de la Biblioteca del Congreso Argentino. Documentos del Archivo General
de Indias. Madrid, Sucesores de Rivadeneira, 1919, pp. 829. La presencia
de los jesuitas es mencionada en último lugar. Ver P. TINEO, “La
evangelización del Perú en las instrucciones entregadas al virrey Toledo
(1569-1581)”. En. J. P. SARANYANA, P. TINEO, A. N. PAZOS, M.
LLUCH-BAIXAULLI, Y M. P. FERRER, (Coords.); Evangelización y
teología en América (siglo XVI): X Simposio Internacional de Teología de
la Universidad de Navarra. Servicio de Publicaciones de la Universidad de
Navarra, 1990, Vol. 1, pp. 273-295.
36
Ver R. D. CARBIA, La crónica oficial de las Indias occidentales.
Publicación, [S.l.], Buenos Aires, 1940.
202
lengua española como aymara y quechua. Esta preocupación es
compartida por la Corona37, que ordena mediante Real Cédula de 7
de Julio de 1596 que “se enseñe a los indios la lengua castellana y
que los sacerdotes aprendan la de los indios”38. Es importante
destacar también la función de estos catecismos como difusores de
toda una iconografía religiosa construida tanto por artistas europeos,
como así también mestizos e indígenas. Las viñetas y grabados
aparecidos en estos libros resultaron una importante fuente de
inspiración para pintores y escultores autóctonos que favorecieron,
con su trabajo, la evangelización visual de los pueblos originarios.
Las normas del Tercer Concilio fueron de corte más didáctico y
menos draconiano. Estas últimas se encuentran en consonancia con
las reflexiones del Padre Acosta, sacerdote jesuita que nos provee de
una mirada cuasi “antropológica” de la realidad indígena en el siglo
XVI. En 1577 escribía su famosa obra “De Procuranda Indorum
Salute” (publicada en 1588), donde expresaba en el Capítulo X
denominado “Remedios contra la idolatría”
“A muchos ha parecido forma expedita para curar esta
dolencia tomar por la fuerza los ídolos, guacas y demás
monumentos de la superstición índica que se hallaren y
destruirlos a sangre y fuego, y para hallarlos, si los indios
como suelen, rehusaren descubrirlos o confesarlos,
obligarlos con azotes a que los declaren. […] por más que
cada día se yerra no poco en esto, porque los que quieren
recomendar y fortalecer la religión cristiana no logran
más que hacerla odiosa, porque arrancando de manos de
37
Por Real Cédula del 19 de Noviembre de 1586, Felipe II ordena cumplir
las directrices del Concilio en lo tocante a “la reformación y corrección del
estado eclesiástico, doctrinas de los indios y administración de los
sacramentos”. En R. LEVILLIER, (Dir.); Op. Cit., pp. 236 - 237
38
ARCHIVO DE LA NACIÓN ARGENTINA; Reales Cédulas y
Provisiones 1517 – 1662. Tomo I, Buenos Aires, Talleres gráficos de la
penitenciaría Nacional, 1911, pp. 44. La misma orden se repite en la Real
Cédula de 25 de junio de 1605. Op. Cit. p. 61
203
los indios contra su voluntad los ídolos, se los meten más
en el corazón... […] Porque muchas veces se ha dicho y
conviene repetirlo que la fe no es sino de los que quieren,
y ninguno debe hacerse cristiano por la fuerza. […] Sea,
pues, éste el primer precepto para extirpar la idolatría,
quitarla primero de los corazones, sobre todo de los
reyes, curacas y principales a cuya autoridad ceden los
demás prontamente y con gusto.
Para hacer esto de nuestro catequista y persuadir a que
desprecien la vanidad de los ídolos y abominen de error
tan pestilencial, no necesita acudir con estos bárbaros a
exquisitas razones de filosofía […] sino les propondrá
razones breves, fáciles y que entren por los ojos, y
repitiéndolas, aumentándolas y apelando a la misma
experiencia de los oyentes, las grabará en el ánimo de los
indios.”39
Nos enfocamos sobre la especial atención que otorga el
jesuita a las actividades rituales y al manejo de los símbolos, sobre
todo por la frase “razones breves y fáciles y que entren por los ojos”.
La imagen barroca colonial, como dijimos, cumplió una importante
función pedagógica, destinada a promover el discurso cristiano
mediante mecanismos que tenían mucho más que ver con la
seducción y la fascinación que con la imposición. Los sermones y
procesiones funcionaban como dramatizaciones colectivas, en las que
el poder de la palabra era respaldado y reforzado por imágenes,
gestos y cánticos que conformaban toda una puesta en escena
destinada a atraer y convencer. Si bien este tipo de estrategias
alcanzaron el paroxismo durante el Siglo XVII y la primera mitad del
XVIII, podemos encontrar alusiones a la misma en momentos
previos. El mismo Acosta expresa, en el Capítulo XI de su
previamente mencionada obra, la necesidad de reemplazar a los ritos
39
J. ACOSTA, Obras del Padre Acosta, Madrid, Atlas, 1954, pp. 561-562
204
paganos con los cristianos, siempre mediante la persuasión y no la
coerción:
“Más hay que tener gran cuidado de que en vez de los ritos
perniciosos se introduzcan otros saludables, y borrar unas
ceremonias con otras. El agua bendita, las imágenes, los
rosarios, las cuentas benditas, los cirios y las demás cosas
que aprueba y frecuenta la santa Iglesia, persuádanse los
sacerdotes que son muy oportunas para los neófitos, y en los
sermones al pueblo cólmelas de alabanzas para que, dejada
la antigua superstición, se acostumbren a los nuevos signos y
usos cristianos. Con lo cual conseguirá que, ocupados en
ritos mejores y más decentes, dejen caer de sus manos y de
su corazón las viejas supersticiones de su secta.40”
Vista del campanario de la Iglesia de San Francisco, Potosí, con el Cerro Rico de
fondo. Analizando el caso de la Puna de Jujuy, el historiador de arte Ricardo
González reflexiona acerca de la concordancia entre las formas arquitectónicas y la
de los cerros. En esta imagen advertimos que una correlación semejante aparece en
Potosí. Foto: Gentileza Dolores Estruch, 2009.
40
J. ACOSTA, Op. Cit., p. 565
205
El desalojo de un culto pagano importante, ubicado en un
lugar del cual pudiera extraerse riqueza –para la Corona y también
para beneficio personal-, bien puede haber sido el objetivo de
muchos sacerdotes; ya que esta actividad era clave en sus
posibilidades de ascenso. Platt y sus colaboradoras presentan un
interesante documento fechado en 1591, en el que el bachiller
Hernando González de la Casa –sacerdote del repartimiento y pueblo
de Quilaquila- peticiona se le otorgue merced de una canongía o
curato en la ciudad de La Plata o en la Villa de Potosí, en
compensación a los múltiples servicios que ha ofrecido a Su
Majestad. Entre ellos se cuentan
“la conversión de los naturales en las doctrinas
de Toropalca, Caiza, Macha y Quilaquila, las
cuales dichas doctrinas y pueblos yo dejé de mi
voluntad y reducí y poblé y las puse en policía y
orden, enseñándoles a los naturales los misterios
de nuestra santa fe católica, edificando Iglesias
en los otros pueblos muy suntuosas, y
adornándolas de muchos ricos ornamentos,
cálices y doseles, y otros ornatos al culto divino
necesarios, predicándoles y administrándoles los
santos sacramentos con mucho cuidado y
diligencia.”41
Esta fuente denota la importancia de la estética, revelándose
en el afán del sacerdote en enfatizar la fastuosidad en la
ornamentación de su parroquia. Asimismo, mucho acento pone el
párroco en relatar las penurias atravesadas en 1577. Fue ese el
momento en que obtuvo noticias sobre una waka y adoratorio
ubicados en el pueblo de Caltama; lugar hacia donde se dirigió y
donde encontró cinco ídolos cuyos nombres coincidían con cerros,
siendo el más importante el que correspondía al cerro de Porco:
41
T. PLATT, et. al.; Op. Cit. p.182
206
“Pues acudían en romería a la dicha guaca desde
Cochabamba y todo el distrito de Charcas
Cara[ca]ra Yamparaes y Chichas, y Visissas, y
Asanaques y Carangas y Chuis, y quitándolo
como lo quité cesó la adoración y idolatría, donde
puse un humilladero que yo edifiqué de la Santa
Cruz, donde es adorado nuestro señor y
reverenciado, lo cual fue en grande utilidad y
provecho de los naturales, y se desengañaron de la
ceguedad que tenían, y al presente burlan de tales
ídolos y guacas.”42
Esta práctica de “superponer” imágenes sagradas fue
implementada también en el cerro de Potosí. Como dijimos
previamente, en 1599 el jesuita Arriaga destruyó la waka que
ocupaba lugar en la cumbre del Cerro Rico, -consagrándolo en ese
momento a San Bartolomé, el santo que caza demonios- y
simbolizando su triunfo con una cruz colocada sobre la cima del
cerro. Sin embargo, consideramos que la implantación de nuevas
imágenes no significó la sustitución de los antiguos cultos, así como
tampoco podemos pensar que los rituales prehispánicos se
mantuvieron incólumes durante todo el período colonial ya que
consideramos que el contexto diferente sin dudas los transformó en
muchos aspectos. Por tal motivo, coincidimos con Bouysse –
Cassagne43, quien reflexiona que tanto en este caso como en otros, el
interior de la tierra continuó siendo el refugio donde muchas
prácticas prehispánicas siguieron reproduciéndose. La cosmovisión
según la cual el mundo es concebido como una contraposición,
permanente y equilibrada, entre opuestos binarios; encuentra su más
elocuente expresión en el universo simbólico minero de principios de
la colonia.
42
43
Ibíd., p. 187
BOUYSSE- CASSAGNE, T., Op. Cit. p 75
207
Este dibujo que representa al Cerro Rico ilustra las páginas de
la obra de Arzáns. Nótese la figura de la Cruz en el pináculo del
cerro, como asimismo la figura en forma de capilla que aparece
más abajo. ARZÁNS DE ORSÚA Y VELA, B.; Relatos de la Villa
Imperial de Potosí, La Paz, Plural editores, 2009, pp. 344.
Apariciones, Castigos y Milagros
Tanto para españoles como para indios, las minas
constituirán el eje alrededor del cual se articularían su vida
económica, política y espiritual. Como observamos, las wakas
funcionaron como complejos económico-religiosos y aglutinantes
sociales durante el período prehispánico; y también, de alguna
manera, continuaron haciéndolo durante la colonia. Las wakas fueron
identificadas por los cristianos como idolatrías, quienes procuraron
su destrucción y promovieron su reemplazo por imágenes símbolos
sagrados propios.
208
Las minas fueron mucho más que el telón de fondo de la
Villa Imperial de Potosí. Sentada en las faldas del Cerro Rico, la
ciudad fue la musa de Bartolomé de Arzáns (1676-1736), quien
dedicó gran parte de su vida a rememorar su historia. Si bien el relato
de Arzáns no puede considerarse absolutamente verídico, tampoco
nos encontramos frente a un texto completamente ficcional, que bien
puede ser ilustrativo de los conceptos que hemos venido
desarrollando. De hecho, la dualidad característica de la concepción
andina del espacio se filtra desde el inicio de su narración, en la que
evoca la majestuosidad de la Villa, considerada como el componente
femenino,- la “emperatriz”, la “reina”, la “señora”-, en complemento
con el Cerro masculino –“el señor de cinco mil indios”. A lo largo de
toda la obra, - ejemplo de la tradición moralizadora que manifiesta la
virtud cristiana a través de salvaciones y castigos divinos-, el autor
describe elementos que serán claves en la construcción de la
identidad del criollo. Nos interesa reflexionar sobre aquellos pasajes
en los que explica aspectos relativos a la evangelización, como los
milagros, las apariciones y las puniciones aplicadas a los pecadores.
En varios fragmentos, como en el que trata sobre la inundación de la
laguna de Caricari, el autor describe como la “furia divina” se
descarga sobre Potosí, en forma de desastres naturales que arrasan
con toda la Villa. Cerrando el mencionado capítulo, el autor relata
cómo una imagen de la Virgen perteneciente a la parroquia de indios
de San Bernardo, “sudó copiosas gotas de agua” durante toda la
inundación.
En numerosas oportunidades, la florida pluma de Arzáns se
ocupa de justificar la ocupación española del territorio en pro de la
evangelización. Resulta reveladora su detallada descripción del
hallazgo44 en el interior de una de las minas del Cerro Rico de dos de
los más importantes símbolos emblemáticos de la cristiandad: una
cruz de plata y otra imagen, también tallada en plata, pero ahora
44
Si bien Arzáns fecha este evento en 1566, sabemos que existen ciertas
dificultades como para atenernos a su cronología con precisión.
209
representando una imagen de la Concepción de la Virgen. Estas
figuras de aparición “milagrosa”, -que pueden homologarse a muchas
otras de similares características a lo largo de Hispanoamérica (como
la Virgen de Guadalupe en México)-; claramente cumplieron una
función persuasiva, ya que
“Desde el punto que fue hallada esta imagen,
creció la devoción de los indios y mineros en
tanta manera, que en todas las minas
descubiertas y las que en adelante se
descubrieron, colocaron dentro de los
cruceros la imagen de la Concepción de
Nuestra Señora, y desde aquellos tiempos
todos los años, víspera de la Natividad de
Cristo Nuestro Señor, las bajan en procesión a
las iglesias de la Villa, cada mina con sus
indios […]”45
Sobre todo, reflexionamos sobre la aparición de la imagen de
la Virgen en las entrañas del Cerro. El culto a María fue promovido
por la Iglesia en el siglo XVII en el marco del movimiento
Contrarreformista. En Hispanoamérica en general, algunas
advocaciones fueron especialmente difundidas continuando con el
modelo establecido en la Península Ibérica, en el que la aparición
milagrosa anclaba a la figura de veneración en su propio territorio. 46
En el caso particular de Charcas, la diversificación de la figura de
María adquiere la forma de numerosas devociones locales, que toman
el nombre del lugar donde “aparecen”47. Esta modalidad religiosa
tuvo mucho éxito, ya que el apelativo a fibras emocionales impactó
45
ARZÁNS, Op. Cit., p. 74.
M. PENHOS, “Elementos para el estudio de la iconografía de la Virgen
María en la pintura del período colonial.” Ficha para uno de los alumnos
de Historia del Arte Americano I
47
T. GISBERT, El Paraíso de los pájaros parlantes, Bolivia, Plural
Editores, 2001
46
210
favorablemente en la difusión del culto; sobre todo en lo que refiere a
la realización de milagros. Volveremos sobre fragmentos de la obra
de Arzans en los que describe el accionar milagroso de la Virgen de
la Candelaria como salvadora de los indios en las minas. Arzans
relata cómo, luego del hundimiento de una veta, “ocho indios y un
muchacho”, lograron sobrevivir gracias a la socorro de la Señora a la
que habían invocado; quien los proveyó de comida, agua y luz
durante 16 días, para luego permitirles la salida precisamente el día
de su misa en la parroquia de San Pedro, una de las primeras Iglesias
de indios de Potosí, que precisamente albergaba a esta imagen. Otra
historia similar, pero fechada en 1618 –la previamente citada se
ubica en 1616-, relata el milagro con el que fue bendecido luego de
un derrumbe en el Cerro un indio de nombre Lorenzo, a quien, luego
de invocar a esta Virgen, de la que era devoto:
“Favorecióle, nos solo en [no] permitir que aquel
desmesurado trozo lo moliese e hiciese menudos
padazos, mas, ¡oh piedad de la madre y amparo de
los necesitados!, la misma santísima Virgen se le
apareció visible, y levantándolo de los brazos le
dijo en idioma indiano: “Saltama Lorenzo”, que
quiere decir “Levátante Lorenzo”, y lo levantó de
las manos con las suyas pìadosas sano y bueno y
lo sacó hasta la boca de la mina, y allí desapareció
la santísima Virgen.”48
En estos casos podemos observar cómo el accionar de la
divinidad continúa proviniendo desde el interior de la tierra
(waka/cerro), pero bajo la morfología de la Virgen. Resaltamos que
ambos sucesos se cierran con la peregrinación de los indios en
agradecimiento a la imagen de la Virgen ubicada en la Iglesia de San
Pedro. Es significativo subrayar que, si bien existe numerosa
iconografía mariana, la imagen de la Virgen – Cerro aparece en
48
ARZÁNS, Op. cit., p. 105
211
numerosas pinturas, sobre todo en el XVIII, siendo la más recordada
aquella que se encuentra en el museo de la Casa de la Moneda de
Potosí. Aunque no podemos dejar de mencionar que existen
opiniones encontradas respecto de la interpretación de estas
imágenes49, nos interesa en este caso reflexionar sobre su uso y
apropiación, junto a muchos otros elementos iconográficos, en el
seno de las cofradías que funcionaban en las parroquias de indios.
Vista de Potosí en las faldas del Cerro Rico. Foto: Candela De Luca, 2007.
Ver T. GISBERT, “La virgen María en Bolivia. La dialéctica Barroca en
la representación de María” en Barroco Andino, Memoria del I Encuentro
Internacional, España, y BOUYSSE-CASSAGNE, T., Op. cit. pp 72-73
49
212
La Virgen del Cerro. Potosí. Autor Anónimo. Siglo XVIII. Museo Casa Nacional de
la Moneda. Potosí. Bolivia. Foto: Gentileza Dolores Estruch. 2009 .
213
La Virgen del Cerro de Potosí. Autor Anónimo. 1722. Museo Nacional de Arte. La
Paz. Bolivia. Foto: Leibsohn, Dana, y Barbara Mundy, Vistas: Cultura visual de
Hispanoamérica, 1520-1820. http://www.smith.edu/vistas, 2005. Derechos
reservados © Dana Leibsohn and Barbara Mundy.
214
Comentarios finales. Cofradías, Imágenes e Imaginario
Las hermandades religiosas tuvieron un fundamental rol
social y cultural en Potosí durante la colonia. Estas asociaciones,
cuya característica más evidente fue la práctica del culto en torno a
una figura (imagen /waka) de veneración; no sólo funcionaron como
instrumentos de la evangelización, sino también como aglutinantes
sociales y elementos de control de la población nativa. Al mismo
tiempo, las cofradías permitieron a los miembros de las comunidades
indígenas extender los lazos de parentesco establecidos en el ayllu,
continuando así, de alguna manera con una estructura organizativa
propia en el marco de una institución implantada por los europeos.
Como indicador del fervor religioso y de la riqueza de la Villa, las
cofradías proliferaron, alcanzando para 1690 el número de 112,
distribuidas en las 14 parroquias de indios. 50
Las instituciones eclesiásticas necesitaron, previo a su
implantación en América, una reflexión acerca de las
particularidades de la religiosidad indígena que permitiera la
clasificación de tales sociedades. El conocimiento de las
características subyacentes de los cultos nativos, traducidas en
ceremonias, rituales, concepciones del bien y del mal y diferentes
formas de relacionarse con la divinidad, orientó la actividad
evangelizadora en pos de la búsqueda de la legitimación que
permitiera la sumisión y la cristianización.
Estas cuestiones nos conducen a reflexionar acerca de la
construcción de una religiosidad propiamente andina, a través de la
incorporación de los aborígenes al catolicismo. Si bien no podemos
negar la empresa de dominación que significó la evangelización, no
debe de dejar de tenerse en cuenta que se trató de un proceso
E. SARDO. “El derecho de autonomía: la disputa entre dos cofradías
nativas en el Potosí colonial”. En SALMÓN, J. y DELGADO, G. (Eds);
Estudios Bolivianos, Volumen I: Identidad, ciudadanía y participación
popular, desde la Colonia al Siglo XX, La Paz, Plural editores, 2007
50
215
interactivo, en el que nos es dificultoso interpretar qué cristianismo
adoptaron los indígenas, y cómo lo adoptaron (si es que lo hicieron).
Sin dudas, la pregnancia del discurso cristiano radicó, en buena
parte, en el plano interpersonal de la circulación de ese discurso 51. En
este plano, las hermandades jugaron un rol fundamental, entre otros
aspectos, como vehículos movilizadores de una artillería icónica52
destinados a promover el discurso eclesiástico. Sin embargo, no
podemos dejar de contemplar que esa catequización tuvo, cuanto
menos, resultados ambiguos. En ese sentido, es interesante
enfocarnos no sólo en el poder de la “inculcación” de una religión
extraña, sino, y sobre todo, en la capacidad del sistema socioreligioso
local de poder absorberla y de los medios con los que contó para
hacerlo. La dominación española dejó espacios libres que
permitieron modificaciones y recreaciones culturales de parte de los
indígenas, especialmente en el aspecto religioso.
Ya hemos mencionado la importancia de las cofradías como
articuladoras del calendario ritual. Las fiestas religiosas, que por lo
general incluían misa y procesión en las que no sólo interactuaban
los sacerdotes sino los caciques de las comunidades, resultaban
espacios en los que se decidía sobre cuestiones relativas a los
servicios de mita, el pago del tributo y la distribución de las tierras
comunales53. Al mismo tiempo, el ritual constituía una exposición
jerárquica del poder, que a la vez era su origen y su sustento54,
enmarcada en una coreografía de lo sagrado en la que espectadores
podían rápidamente convertirse en protagonistas de la acción. En un
51
J. PEIRE, El taller de los Espejos. Iglesia e imaginario, Buenos Aires,
Editorial Claridad, 2000
52
S. GRUZINSNKI, Op. cit. p 142
53
Ver O. CELESTINO, “Transformaciones religiosas en los Andes
peruanos. 2: Evangelizaciones”, en Gazeta de antropología, nº 14, 1998, y
S. SERULNIKOV, Conflictos Sociales e insurrección en el mundo colonial
andino. El norte de Potosí en el Siglo XVIII, Argentina, Fondo de Cultura
Económica, 2006
54
F.PEASE, Op. Cit. p 157
216
mundo multiétnico como el andino, coexistieron identidades y
múltiples jerarquizaciones en la que las autoridades, tanto indígenas
como españoles, tuvieron la necesidad de legitimarse aludiendo a
símbolos de prestigio, propios y ajenos, según el contexto general. 55
En un Acuerdo del cabildo de Potosí fechado en 29 de mayo de 1589
se especifica:
“Lo que toca. Las cofradías y sus lugares dellas
declara que las cofradías de los españoles que
están fundadas en esta dicha villa sean preferidas
a las demás por antigüedad y luego las cofradías
de los yndios cada una por su antigüedad sean
preferidas. Las de los mulatos y negros y luego las
de los mulatos y negros sena preferidas cada una
por su antigüedad. Lo que toca a las Ymagenes y
sus lugares en las procesiones que cada una vaya
conforme con su antigüedad y las de la cofradía
conforme a la antigudad dellas”56
Estas imágenes, muchas veces de procedencia desconocida y
consideradas de origen sobrenatural, constituían objetos de culto y
eran sagradas. Para el período colonial cabe destacar la existencia de
representaciones de Cristo y la Virgen así como también de santos,
en forma de bultos, esculturas o pinturas, en las que aparecen
ricamente adornadas con flores y rodeadas de la luz provista por
lámparas y candelabros. Tales imágenes, -cuyo uso fue privilegiado
por el catolicismo contrarreformista ya que permitían que sus
principios estuvieran al alcance de los iletrados 57 -; de los que las
hermandades eran comitentes privilegiadas, circulaban entre la
C. BUNSTER, “Las autoridades indígenas y los símbolos de prestigio” en
Revista Andes Nº 12, Universidad Nacional de Salta, 2001
56
ARCHIVO NACIONAL DE BOLIVIA, (ANB), BO ABNB, CPLA – 5:
388 – 388 v
57
T. GISBERT, El Paraíso de los pájaros parlantes, Bolivia, Plural
Editores, 2001
55
217
comunidad en los días de procesión –en los que se producía el
intercambio de dones y ruegos hacia la divinidad- o reproducidas en
estampas adquiridas por cofrades, y se revestían de un particular
sentido al estar realizadas por mestizos o indígenas. Sin embargo,
resulta interesante también reconocer la práctica, muy corriente
durante todo el período colonial, de colocar objetos de culto indígena
en el interior de las imágenes, o directamente elaborarlas con
elementos sagrados pre – hispánicos. A través de la construcción y
uso de imágenes podemos observar que en las estrategias discursivas
existieron deslizamientos de sentido, en los que indígenas y
españoles podían interpretar diferentes cosas. Expresado en las
palabras de Gabriela Siracusano, quien considera que
“Las prácticas y representaciones, […] no son
entendidas como copia de lo real sino como
construcciones de
sentido
históricamente
definidas y se presentan como subgéneros de
diversos sistemas representativos que pueden
entrar en conflicto e incluso convivir en el
universo mental de un mismo individuo”.58
Es importante destacar cómo, si seguimos los lineamientos
de Bouysse - Cassagne, el sustrato previo a la evangelización en
materia de religiosidad, -aunque no el mismo sentido- aparece
claramente cuando analizamos los rituales y el uso de estos
elementos simbólicos manifestados a través de imágenes.
En nuestro caso particular, el análisis de imágenes resulta de
fundamental importancia, ya que las cofradías servían de marco para
este universo iconográfico. Asimismo, la enseñanza por medio de
imágenes permitía que fueran leídas como en texto, que muchas
veces acompañaban a la palabra oral, a la manera de “sermones
58
G. SIRACUSANO, El poder de los colores: de lo material a lo simbólico
en las prácticas culturales andinas: siglos XVI-XVIII. México: Fondo de
Cultura Económica, 2005, pp. 23-24
218
parlantes”.59 Debe tenerse en cuenta que, como afirma Siracusano,
estas representaciones visuales, se materializan en objetos que
mediante diversos mecanismos de apropiación revelan a la vez que
ocultan formas de intervenir en el mundo.60 Desde hace unos años
los historiadores se interesan por incorporar en sus estudios el
análisis de imágenes –atendiendo a su naturaleza polisémica-,
territorio anteriormente reservado a los historiadores de arte.
Consideramos que tales prácticas, que cuentan con bastantes aportes
en el ámbito europeo y muy pocos en nuestro país, enriquecen los
trabajos historiográficos ya que presentan a los investigadores “el
doble desafío de analizar el arte en su especificidad y en su relación
dinámica con la sociedad que lo produce”.61
R.. MUJICA PINILLA, “El arte y los sermones”. En AAVV. El barroco
peruano. Lima, Banco de Crédito del Perú, 2002. p. 219-258
60
G. SIRACUSANO, Op. cit. pp
61
J.C. SCHMITT, “El historiador y las imágenes”. En Relaciones 77,
Estudios de. Historia y Sociedad, Michoacán, Colegio de Michoacán, vol.
XX invierno 1999.
59
219
Documentos inéditos
Archivo y Biblioteca Nacional de Bolivia (ABNB)
SECCIÓN COLONIA/ AUDIENCIA DE LA PLATA/ RECURSOS
DOCUMENTALES SOBRE LA MINERÍA
CÓDIGO: BO ABNB, CPLA – 5: 388 – 388 v
Título: Acuerdo del cabildo de Potosí sobre el nombramiento de vicario de
dicha villa.
Fecha: 29 de mayo de 1589
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226
ESTRATEGIAS DE CONTROL Y PRÁCTICAS
DE AUTONOMÍA:
IGLESIA Y PUEBLOS ORIGINARIOS EN LA
REGIÓN DE CUYO
1550-1630
Susana E. Aguirre*
Cuando Don Pedro del Castillo fundó la ciudad de Mendoza
el 2 de marzo de 1561, dejó expresa constancia en el documento
fundacional que buscaba perpetuar y poblar esas tierras, encomendar
a los indios en manos de los españoles, “para que los puedan
doctrinar y enseñar en las cosas de nuestra Santa fé Católica, y
mostrarles á vivir políticamente”. Estas breves palabras resumen en
lo micro, los objetivos que en parte dinamizaron la conquista de
América, empresa que tuvo al mismo tiempo una finalidad política,
económica y un propósito religioso. En este sentido, se apuntaba a la
expansión de la religión católica a través de agentes portadores de
una cosmovisión cristiano-europea. El Estado, en un proceso inicial
de secularización dirigió esas acciones asegurando progresivamente
su dominio sobre el de la Iglesia, poder que en la práctica tomaba
cuerpo entre otras cuestiones, a través de la enajenación de los
diezmos eclesiásticos recaudados entre indígenas y españoles
residentes en América. En esa prevalencia el compromiso asumido
fue construir y dotar a las iglesias, al tiempo que la corona
*Doctora en Historia
y Profesora Adjunta de Prehistoria.
Universidad Nacional de La Plata
227
organizaba, de acuerdo a su criterio, la recaudación y distribución de
lo colectado. El poderío estatal sobre la Iglesia, se reafirmaba en el
ejercicio del patronazgo en América, que implicaba la injerencia real
en el nombramiento de sujetos idóneos que se proponían al Papa o al
obispo competente, según fuera el rango de los cargos a cubrir. De
igual forma abonaban esa potestad, la teoría del vicariato real1; el
control ejercido sobre las órdenes monásticas; la intervención para
dirimir las frecuentes contiendas entabladas entre el clero secular y
regular y la verificación previa por parte del Consejo de Indias de los
documentos emanados de los concilios provinciales.
Se ha señalado brevemente la manera en la que el poder civil
intentó poner un freno al poder religioso, situación que conllevó en la
práctica y en el contexto de la sociedad colonial, innumerables
conflictos surgidos en la convivencia entre los representantes de la
iglesia y de la burocracia estatal. Lo expuesto hasta aquí no bastó
para quitar mérito a la amplia participación que tuvo la Iglesia desde
los primeros tiempos en la organización de la vida americana. Por
medio de la evangelización, de la asistencia espiritual cotidiana de
los habitantes, de los preceptos por guardar, de la acción de los
sacerdotes desde el púlpito, a través de la educación, tempranamente
con ella asociada, podemos concluir cuánto condicionaba lo
eclesiástico la existencia de las personas en la época colonial. Es
desde esta perspectiva, que tiene presente el accionar de la Iglesia en
la configuración de la sociedad colonial americana, que nos interesa
indagar en el rol desempeñado por esa institución en la región de
Cuyo en el período comprendido entre 1550 y 1630. Desentrañar el
papel que cumplieron clérigos seculares y regulares en relación a los
1
Juristas y teólogos sustentaron esta teoría aduciendo que las bulas
pontificias de 1493 convirtieron a los reyes católicos y sucesores en
delegados o vicarios del Papa para que en su representación se encargaran,
de evangelizar a los indios, y de la asistencia espiritual de todas las
personas de los territorios recientemente incorporados. Richard
KONETZKE, América Latina II, La época colonial. Historia Universal
Siglo XXI, vol 22, Madrid, Siglo XXI, 1974. p 209.
228
pueblos originarios; la forma en que esos funcionarios, como agentes
sociales, contribuyeron al sometimiento y sujeción de los grupos
preexistentes; conocer qué estrategias pusieron en práctica a la hora
de iniciar la evangelización, y de qué manera su intervención ayudó a
moldear las formas de vida y las relaciones personales entre nativos
y europeos. No obstante lo expuesto, nuestra mirada intenta no
agotarse en el análisis solo de esas prácticas, se propone ser más
abarcativa, incorporando aquellas acciones que se corresponden con
los actores indígenas. El punto de partida elegido para dicho análisis
es la concepción de la vida en sociedad como un escenario donde, si
bien se entablaban relaciones sociales asimétricas, las personas se
interrelacionaban dinámicamente, entrecruzándose experiencias
individuales y colectivas, representaciones y percepciones, que lo
transformaban en una realidad múltiple y compleja. Desde esta
perspectiva los indígenas cobran protagonismo en el proceso de
evangelización, emergiendo no como sujetos pasivos acatando la
religión que se les impone, sino como individuos que, dentro de los
márgenes posibles permitidos por los condicionamientos de época o
por la estructura socioeconómica, toman decisiones a la vez que
tamizan los nuevos conocimientos a la luz de su propia trayectoria
personal. El enfoque propuesto no está alejado de la renovación
historiográfica producida en el campo de la historia social a partir de
los años sesenta, la cual ha permitido un deslizamiento de la mirada,
antes centrada en la estructura, hacia la práctica de los actores. De tal
forma sin desconocer cómo aquella opera o constriñe, la dinámica y
la acción de las personas nos habla también de intersticios y
posibilidades.
Esta investigación se inserta en un proyecto más amplio
cuyo interés se focaliza en un análisis comparativo del accionar de la
Iglesia en el proceso de sujeción de las comunidades autóctonas en
229
las regiones del NEA y NOA durante el siglo XVI hasta mediados
del siglo XVII. 2
Las pretensiones de esta investigación están sujetas a varias
cuestiones que resulta conveniente anticipar. En principio a la
disponibilidad de las fuentes de esos tiempos tempranos y a la
información que las mismas proporcionan. Para el caso de los
pueblos originarios reparamos en otro problema, el que los
testimonios no son de su autoría, son producidos por los europeos en
el marco de una relación de dominación. Eclesiásticos, funcionarios
del gobierno o representantes de la élite, toman la palabra
hablándonos de ellos por medio de discursos que sacan a la luz la
mirada etnocéntrica y reproducen la trama asimétrica de las
relaciones sociales entre blancos e indios en el contexto colonial. Por
otro lado, estudiar la problemática que hemos anunciado en la región
de Cuyo, lleva implícito considerar todo lo que acontecía en la
Gobernación o Capitanía General de Chile en tanto esos territorios,
con el rango de corregimiento, fueron parte de esa dependencia. De
tal forma, los avatares producidos en la frontera araucana, la
presencia de potencias extranjeras que podían jaquear la situación
estratégica de esas comarcas, que resguardaban y defendían toda el
área del Perú, incidían en la vida cotidiana de las poblaciones
situadas al oriente de la cordillera. Al mismo tiempo, para el tema en
el que hacemos foco en este trabajo resulta de significativa
importancia reparar en la movilidad y extracción de las poblaciones
indígenas que frecuentemente se realizaba desde Cuyo a Chile como
lo abordaremos oportunamente.
Antes de introducirnos en la exploración de la problemática
central, realizaremos un breve recorrido sobre las características de
los pueblos originarios de Mendoza, San Juan y San Luis así como
Programa de Incentivos, código 11/ H445 denominación del proyecto: “La
organización del espacio americano: la participación de la Iglesia en el
reordenamiento y sujeción de la población originaria del NOA y NEA
(1550-1630). Universidad Nacional de La Plata
2
230
en la forma en que se efectivizaron las entradas iniciales de los
europeos que abrieron la puerta a la conquista española en la región,
con las consecuentes fundaciones de las primeras ciudades.
Los pueblos originarios de la región de Cuyo
El panorama etnográfico de la región de Cuyo al momento de
la entrada europea ha sido estudiado por diversos autores,
primordialmente a partir de las fuentes producidas por los españoles
en el contexto de la conquista3. De tal forma, en dicha área podemos
reconocer distintos grupos pobladores y autóctonos. Los Puelches
Algarroberos, -denominación que deriva de la preferencia puesta de
manifiesto en la recolección de la algarroba-, ocuparon parte del
actual territorio mendocino, la zona delimitada por el río BarrancasColorado por el sur y el río Diamante por el norte. Los huarpes,
distribuidos entre Mendoza, San Juan y San Luis y los capayanes, en
territorio sanjuanino, aunque por fuera de esta región se extendieron
hasta La Rioja.
Los puelches eran cazadores-recolectores. Cazaban con arcos,
flechas, boleadoras y más tardíamente con lanzas, especialmente
3
P. CABRERA Los aborígenes del País de Cuyo. Universidad Nacional
de Córdoba. 1929. Salvador CANALS FRAU, Las Poblaciones Indígenas
de la Argentina. Su origen-Su pasado-Su presente. Buenos Aires,
Sudamericana, 1953. M OTONELLO, y A LORANDI, Introducción a la
Arqueología y Etnología. Diez mil años de Historia Argentina, Buenos
Aires, EUDEBA, 1987. Carlos MARTÍNEZ SARASOLA, Nuestros
Paisanos los indios. Vida, historia y destino de las comunidades indígenas
en la Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1992. Del último autor: De manera
sagrada y en celebración. Identidad, cosmovisión y espiritualidad en los
pueblos indígenas, Buenos Aires, Ed. Biblos, 2010.
231
guanacos y otras especies menores como las liebres. A posteriori de
la conquista europea, la introducción de otros animales como
equinos y vacunos, modificarían sus hábitos alimenticios.
Combinaban la caza con la recolección de semillas y frutos, como el
molle y la algarroba. Las pieles de los animales que cazaban eran el
recurso imprescindible a la hora de construir sus viviendas o vestirse.
Cosidas mediante tendones, ellas permitían la elaboración de los
toldos, los cuales eran sostenidos por armazones de madera.
Producían cestería pero no tejidos, aunque usaban esas prendas
obtenidas por intercambio con las poblaciones situadas al occidente
de la cordillera.
Trabajaban el cuero y las plumas, con las que elaboraban
plumeros que junto con la sal utilizaban para el trueque. El cacicazgo
era hereditario, no obstante la oratoria y la destreza guerrera eran
dotes que abrían la puerta para alcanzar el liderazgo. En el siglo
XVII la araucanización introdujo cambios y sustituciones étnicas que
modificaron el panorama cultural subyacente al este de la cordillera,
en Pampa y Patagonia, afectando en Cuyo particularmente a los
puelches.
232
Mapa con la localización de los pueblos etnográficos de la región de
Cuyo. T. Michieli, Op. cit, [cita 11], 1994, p.13.
233
Los capayanes geográficamente se ubicaban en un área
intermedia entre la de los cacanos al norte y los huarpes al sur, es
decir, un territorio que es hoy parte de las actuales provincias de La
Rioja y San Juan. Eran agricultores que usaban el recurso de la
irrigación artificial. Cultivaban maíz, zapallo y quinua, cuyos frutos
guardaban en lugares semisubterráneos. Poseían tejido que
fabricaban con lana de camélidos y viviendas de barro y adobe que
construían debajo de un gran árbol de tal forma que su copa servía de
techo. Enterraban a sus muertos en urnas funerarias realizadas en
cerámica, las cuales decoraban con colores negro, rojo y blanco,
conocido como estilo de Sanagasta o Angualasto.
Hornillo Huarpe sobre el que colocaban vasijas de barro
Para la cocción de los alimentos www.museo.rivadaviamendoza.edu.ar
Con la conquista europea la población capayana quedó
dividida, en función de las jurisdicciones políticas creadas. Así, los
de La Rioja se incorporaron a la Gobernación del Tucumán y los de
San Juan dependieron de Chile. Las crónicas nos informan que
resistieron la conquista europea de la misma forma que la hicieron
234
ante la expansión incaica, y, posteriormente en el año 1632, estos
grupos en su totalidad se unieron a los cacanos en el Gran
Alzamiento, aplicándose con ellos la política de desnaturalización
como estrategia de sometimiento4.
Los huarpes tenían rasgos culturales del área andina central,
en este sentido es preciso recordar que la región que nos ocupa formó
parte del área dominada por los incas, integrando una sola
jurisdicción con los territorios que estaban del otro lado de la
cordillera5. Han quedado hasta el presente testimonios, como ruinas
e indicios de antiguas construcciones de ese período como los tres
canales principales en Mendoza que se describen en las fuentes y
que regaban las tierras llevando el agua hasta el área cultivada6.
Lizárraga se refiere a los “Guarpes” cuando recorre la zona y afirma
que esa gente poco afecta a respetar a su curacas “túvolos el Inga
subjectos, y algunos hablan la lengua del Perú”7. Los describe como
“mal proporcionados, desvaidos; las indias tienen mejor
proporción; es la gente que más en breve aprende nuestra lengua y
la habla de cuantas hay en el mundo”8. A sus ojos, especialmente
los hombres, eran ladrones y borrachos, aunque las mujeres
asimiladas a la sociedad colonial se mostraban industriosas, por
ejemplo, hilando lino.
El curso de los ríos revertían las condiciones de sequedad del
territorio tornándolo favorable para la agricultura, a lo que se sumaba
4
Ibídem, pp. 502 y 503.
Silvia PALOMEQUE, “El mundo indígena. Siglos XVI-XVIII”, En:
Nueva Historia Argentina. La Sociedad Colonial, t. 2, Buenos Aires,
Editoral Sudamericana, 2000, p. 99.
6
Fernando MORALES GUIÑAZÚ, Primitivos habitantes de Mendoza
(Huarpes, Puelches, Pehuenches y Aucas, su lucha, su desaparición),
Mendoza, Best Hermanos, 1938.
7
Reginaldo de LIZÁRRAGA, Descripción colonial. Tomo 2. Buenos
Aires, Librería La Facultad, 1916. p 257
8
Op. cit.p. 256.
5
235
la acción de los pobladores originarios, en su intento por ampliar
artificialmente los recursos de agua. Plantaban maíz, calabazas y
quinua. Algunos autores establecen diferencias internas en la cultura
huarpe, entre los grupos asentados al oeste, a los cuales reconocen
como agricultores sedentarios y los del este, caracterizados como
cazadores de animales pequeños como ñandúes, guanacos y
vizcachas. 9
Vista de la Laguna de Guanacache
http://www.argentour.com/es/huarpes/huarpes.php
9
C. MARTÍNEZ SARASOLA, Op. cit., 2010, p. 36. En la página 34, el
autor afirma que prefiere usar la categoría de “planta sagrada” con fines
ceremoniales, que retomamos en este trabajo, en reemplazo del término
alucinógeno pues remite a un “estado patológico de la persona” que surge
desde una perspectiva de pensamiento alejada de la concepción indígena.
236
Foto de canoa huarpe. Museo de Lavalle (Mendoza)
http://www2.medioambiente.gov.ar/recursos_acuaticos/ramsar/guanacache
Un tercer grupo reconocido entre huarpes corresponden a la
zona de las lagunas de Guanacache, llamados “huarpes laguneros o
de Guanacache”. En ese contexto practicaban la caza y la pesca, que
realizaban utilizando balsas de juncos10.
Las crónicas describen las prácticas culturales en relación a
los muertos, de las cuales se deduce que existían dos momentos:
entierro y desentierro, este último al año aproximadamente,
oportunidad en que una persona entendida sacaba las partes blandas
10
CANALS FRAU, Op.cit. p. 380.
237
del cuerpo “dejándole los huesos limpios que seca al sol y luego los
va pintando de color amarillo y otros colores”. Los restos óseos eran
colocados en una bolsa de piel, cubriéndolos con buenas ropas, y
luego los depositaban en alforjas y los llevaban a una casa construida
junto a los parientes. En el contexto de dicha ceremonia mataban un
caballo que se repartía entre todos los asistentes.11. La modalidad
descripta se encuadra en la clasificación de enterramientos
secundarios.
En cuanto a la caza de venados, Ovalle recoge información
dada por otro testigo de que era práctica corriente el que siguieran a
su presa a pie, sin dejarlas comer ni parar con el propósito de
cansarla, de tal forma, “vuelven cargados con la presa a su casa,
donde hacen fiestas con sus familias”12. Estaban organizados en
cacicazgos entre los cuales en un mismo valle existía según Michielli
indicios de jerarquías, no obstante Lorandi sostiene que esta cuestión
debe ser tomada con precaución y no pensar que unos caciques
dominaban sobre otros13. Chamanismo, rituales de iniciación,
consumo de plantas sagradas con fines ceremoniales, enterramiento
de sus muertos con la cabeza orientada hacia la cordillera, eran
prácticas corrientes en esta sociocultura.
A instancias del jesuita Luis de Valdivia fue publicado a
principios del siglo XVII el Arte y Vocabulario de la lengua
Allentiac, que Canals identifica como perteneciente a los huarpes de
11
Diego ROSALES,, Historia General de Chile, Chile, edición Valparaíso,
1878. Michieli pone en duda las afirmaciones de Rosales sobre las
inhumaciones de los Huarpes. Deja abierta la posibilidad que se confunda
con los Puelches a quienes visitó en varias oportunidades o bien que las
mismas sean solo el fruto de su fantasía. C. MICHIELI, Organización
Social y Religión en los Huarpes Protohistóricos. San Juan, Universidad
Nacional de San Juan, 1976.
12
Nicanor LARRAIN, El país de Cuyo. Relación Histórica hasta 1872,
Buenos Aires, Imprenta de Juan Alsina, 1906, p. 10.
13
M OTTONELLO, y A, LORANDI, Op. cit., p. 137.
238
San Juan14 y la Millcayac, como la de los huarpes de Mendoza15,
desconociéndose la lengua del grupo puntano. El levirato, costumbre
que se cree compartían también los capayanes, mediante la cual la
viuda y los hijos pasaban a depender del hermano menor del muerto,
y el sororato, que otorgaba al varón al casarse, derecho sobre la novia
y sus hermanas menores, fueron prácticas culturales inherentes a
estos grupos que debieron horrorizar a los hombres de la Iglesia.
El último grupo que caracterizaremos brevemente son los
pehuenches o “gente de los pinares” como comúnmente se los
denominaba. No correspondían estrictamente a la región de Cuyo, en
tanto su territorio se ubicaba aproximadamente por el sur hasta el
paralelo 40ª y por el norte hasta el actual límite entre la provincia de
Neuquén y Mendoza, sin embargo tenían una relación estrecha con
los grupos locales, en especial con los Puelches, como veremos
oportunamente. Eran cazadores de guanacos y avestruces, y
recolectores de semillas y frutos, como piñones, molle y algarroba.
Con los piñones, que los almacenaban, elaboraban una bebida similar
a la chicha y un producto parecido al pan.
La entrada de los conquistadores españoles en Cuyo y la fundación de
las primeras ciudades.
La región de Cuyo fue descubierta en 1551 por el Capitán
Francisco de Villagra cuando se dirigía a Chile desde Lima con
14
Canals Frau, S. La lengua de los Huarpes de San Juan. Universidad
Nacional de Cuyo, Anales del Instituto de Etnografía Americana, tomo II,
1941. El misionero era afecto al estudio de las lenguas de los pueblos
originarios del Reyno de Chile, de forma tal incluyó en su análisis a las
poblaciones de Cuyo. Fue uno de los primeros Jesuitas que llegó a la zona y
luego de estudiar las lenguas de los pueblos allí existentes escribió en base
a ellas una gramática, un vocabulario y un catecismo de la doctrina cristiana
para facilitar la conversión.
15
Ibídem, La lengua de los Huarpes de Mendoza. Universidad Nacional de
Cuyo, op.cit, tomo III, 1942.
239
soldados, ganado y armas en calidad de refuerzos para la lucha
contra los araucanos16. Aunque de paso, procedió a repartir en
encomienda a los pobladores que encontró. Al Capitán Juan de
Cuevas le fue confirmada por Pedro de Valdivia la merced que
obtuviera en encomienda de los caciques Ichuma, Inicha y de otros
con todos sus indios “que tienen su asiento y tierra detrás de la
cordillera de la nieve en el Valle que dicen de Mahuelturata”17 A
posteriori, a partir de la década de 1560 fue conquistada y poblada la
región desde el occidente de la cordillera, dando origen a las
ciudades de Mendoza, San Juan y San Luis. El Capitán Pedro de
Castillo fundó la primera de ellas y lo hizo en recuerdo del
gobernador de Chile Don García Hurtado de Mendoza. Fue mudada
luego hacia el sudoeste con el nombre de Ciudad de la Resurrección,
denominación que no perduró. La ciudad de San Juan de la Frontera
debe sus inicios al Capitán Juan Jufré y Montesa y su nombre al
Santo Patrono del fundador. Su hijo, Luis Jufré y Meneses la mudó
de lugar eligiendo uno más indicado, no sujeto a las inundaciones, e
incluyó entre sus acciones la fundación en 1594 de San Luis de
Loyola Nueva Medina de Río Seco18. En 1594 Jufré otorgó el título
de Capitán de Guerra a Francisco Riberos Figueroa para que realice
entradas entre los indios para que acudiesen en servicio de sus
encomenderos y si realizaban “insultos o bellaquerías” pudiera
castigarlos
“condenándolos a penas de muerte o efusión de
sangre o mutilación de miembros, si los delitos lo
requieren, lo cual pueda ejecutar en sus personas y
16
Horacio VIDELA, La Evangelización de Cuyo, Investigaciones y
Ensayos Nª 42, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia,
1992.p.113.
17
MEDINA, José Toribio, Colección de Documentos Inéditos para la
Historia de Chile, t. XV, citado por MORALES GUIÑAZÚ, Op. cit, p. 10.
18
ARECES, Nidia, Las Sociedades Urbanas Coloniales, en: Nueva Historia
Argentina. T. 2,
La Sociedad Colonial, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 2000, pp. 158 y 159.
240
bienes sin hacer forma de proceso mas la verdad
sabido como Capitán de Guerra […]”19.
El documento, por demás elocuente, refleja la modalidad de la
conquista sobre los pueblos originarios en su etapa de expansión.
Fundación de Mendoza por Pedro del Castillo en 1561. Cuadro del pintor
mendocino Rafael Cubillos, existente en la Legislatura de la provincia. Bruno, C,
op. cit VIII, p. 499.
Cuyo dependía políticamente de la Capitanía General o
Gobernación de Chile de la que se separó al crearse el Virreinato del
Río de la Plata en 1776 y desde el punto de vista religioso dependió
19
Documento citado por ESPEJO, Juan Luis, La Provincia de Cuyo del
Reyno de Chile, t. I, Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina,
Santiago de Chile, 1954, pp. 33 a 35.
241
inicialmente de la diócesis de Charcas para pasar luego, casi
inmediatamente a depender de la de Santiago de la cual se separó
recién en 180720.
La región, luego de la conquista europea recibió distintas
denominaciones
“provincia de los Guarpes, Nueva Inglaterra (en honor
de la reina María, primera esposa inglesa de Felipe II),
Chile oriental o trasmontano y corregimiento de Cuyo,
por su condición geográfica y política dentro de la
Capitanía”21.
Su historia se encuentra íntimamente entrelazada hasta el siglo XVIII
con la de Chile, en principio por su dependencia política. Para el caso
puntual de Mendoza, capital del Corregimiento de Cuyo, Margarita
Gascón22 señala cómo esa ciudad que emergió como colonia de
periferia, con la finalidad de sostener la expansión, la búsqueda de
nuevos territorios y riquezas, se transformó en el siglo XVII en una
sociedad de frontera, esto es, abocada a proteger militarmente sus
recursos y a mantenerse alerta de las incursiones de Pehuenches y
Puelches. La batalla de Curulaba, que consistió en una importante
derrota militar de los españoles en 1598, retrotrajo los territorios
coloniales en Chile y dio inicio a una rebelión masiva de araucanos.
Estos avatares producidos en el marco de la Guerra del Arauco,
devinieron en un proceso de militarización del otro lado de la
20
ENRIQUEZ AGRAZAR, Lucrecia, El clero secular del Obispado de
Santiago de Chile (1700-1810), en: AGUIRRE, R-ENRIQUEZ AGRAZAR,
L (coord), La Iglesia hispanoamericana de la colonia a la República,
Méjico, Universidad Autónoma de Méjico, 2008, pág 20.
21
VIDELA, Horacio, Historia de San Juan, t. I, nª 4 y Apéndice de
documentos I a VII, Academia del Plata y Universidad Católica de Cuyo,
1962.
22
GASCÓN, Margarita, La transición de periferia a frontera: Mendoza en el
siglo XVII, Andes Nª 12, Universidad Nacional de Salta, 2001.
242
cordillera, con la llegada de un ejército profesional para refuerzo a
principios del siglo XVII, que tendría profundas implicancias para
Santiago y también para Mendoza. Esta última, en la nueva
coyuntura, se transformó en un eslabón ineludible para, el auxilio de
las tropas enviadas desde España vía Buenos Aires hacia Chile; para
la atención directa o indirecta de las demandas surgidas del
aprovisionamiento del ejército, situación que derivó en el desarrollo
local de una actividad ganadera de engorde.
Sobre cómo eran las características de la región, nos resultan claras y
explícitas las apreciaciones de Ovalle quien compara las tierras
chilenas y las de Cuyo,
“[…] parecen dos mundos opuestos y que puso
Dios estos montes que los dividen por raya y muro
que detuviese el paso a las penalidades y
destemple de la parte oriental donde caen las
provincias de Cuyo y gobernación del Tucumán,
para que no perturbasen la tranquilidad y buenas
cualidades que se gozan en la occidental”23.
Señala que existían del lado oriental menos fuentes de agua y
arboleda, así como un calor agobiante a partir del valle de Uspallata.
Chañales, algarroba, higos, pasas, granadas, orejones, manzanas,
aceitunas y vinos constituían la base de la producción local, gran
parte de la cual inundaba los mercados de Tucumán, Buenos Aires y
Paraguay. Sobre las tres ciudades de Cuyo argumenta:
“no han ido en aumento porque la vecindad de Chile no
las ha dejado crecer, por haberse pasado allá muchos de
sus vecinos llevados del mejor temple y otras ventajas”24.
23
Alonso de OVALLE, Histórica Relación del Reyno de Chile y de las
Misiones y Ministerios que ejercita en el la Compañía de Jesús. T. 1,
Santiago de Chile, Imprenta Ercilla, 1890?, p 3
24
Op. cit. p 133
243
Vivir en Cuyo “parece destierro y así lo reputan todos, ni se le
puede dar a ninguno más riguroso en aquel reino que echarlo a
Cuyo”, no obstante, insiste que si se abandona la comparación, la
región tiene sus propios atributos por los cuales vale la pena
aventurarse y permanecer allí.
En la primera década del siglo XVII Mendoza tenía treinta y
dos casas de las cuales, unas pocas eran de tejas y las restantes de
paja. San Juan, por su parte, poseía veintitrés casas y San Luis diez.
Se repite la descripción de sus techos, siendo la mayoría en ambos
casos, de paja. Las dos últimas ciudades tenían una iglesia parroquial
para la asistencia espiritual de los habitantes, situación que difiere de
la de Mendoza donde además de la iglesia principal existían tres
conventos, aunque con escasos religiosos, los de Santo Domingo, La
Merced y el de la Compañía de Jesús25.
Dibujo de Mendoza de Juan Palliere (1823/1887). Litografía de Julio Pelvilain.
Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco, Buenos Aires
25
ESPEJO, Juan Luis , La Provincia de Cuyo del Reino de Chile, t. I, Fondo
Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, Santiago de Chile, 1954, pp.
43 y 44.
244
Un poco más tarde, entrado ya el siglo XVII comienza a
revertirse esa situación que describen las fuentes, en coincidencia
con el devenir frontera de Mendoza que repercutirá también en toda
la zona.
La Guerra del Arauco tendrá otras implicancias en las que
centraremos nuestro interés, pues se asocian con los huarpes de
Cuyo. Desde épocas tempranas estos indios eran llevados al otro lado
de la cordillera para aprovechar su mano de obra y ponerlos al
servicio de los españoles. Se afirma que esos traslados se iniciaron en
un período anterior a la conquista de la región de la que son
oriundos. Más aún, en palabras de Lizárraga, habrían ido los propios
indios a Chile a pedir les enviasen “sacerdotes porque querían ser
cristianos”26. Resulta poco creíble su relato, aunque sea de una
forma u otra, sabemos que las primeras acciones trazadas en procura
de la evangelización comenzaron antes de la fundación de las
ciudades en la región. En las fuentes no se consigna, en esos tiempos
tempranos, problemas surgidos en la relación con los religiosos
aunque ya hemos señalado que eran pocos y no desarrollaban su
trabajo en forma sistemática.
Cuando Pedro de Castillo entró a fundar Mendoza encontró
en el Valle de Aconcagua a un grupo de indios que se dirigían a
Santiago a servir a sus encomenderos27. En este sentido, es válido
destacar que las primeras encomiendas fueron entregadas en 1552
por Francisco de Villagra, cuando realizó su paso por Cuyo en
dirección a Chile, las que fueron confirmadas por el fundador de
Mendoza. La saca de indios para las tierras trasandinas fue una
práctica recurrente que se inscribe en el capítulo de explotación y
merma de esa población originaria. Los testimonios son
contundentes sobre cómo se realizaban esos traslados
26
R de LIZÁRRAGA,. Op. cit. p. 256.
F. MORALES GUIÑAZÚ, Op. cit. p. 10. Castillo les solicitó que
regresaran para anunciar su llegada a los restantes caciques e indios que
esperaron su arribo en el valle de Uspallata.
27
245
[…] Y habiéndolos a las manos los meten en
colleras y los traen pereciendo de sed y hambre
con más malos tratamientos que trataban los
bárbaros y gentiles a los cristianos de la primitiva
iglesia. Ha acontecido que, muriéndose uno de los
dichos indios, por no soltar los demás, para sacar
el difunto le han cortado las manos; y otras veces
(los indios) se han ofrecido ahorcarse y comer
puños de tierra, queriendo antes morir que pasar a
estas partes […]”28.
Todos los años distintas partidas de indios salían a cumplir la mita a
Chile,
“los de San Joan á Coquimbo y los de Mendoza á
Santiago, del cual trabajo pagan á sus amos parte del
tributo, y á ellos se les da el cuarto: en su tierra no
tienen de qué tributar”29.
Este drenaje demográfico se reafirmaba también con las malocas
organizadas por vecinos cordobeses con la finalidad de conseguir, sin
costo alguno, mano de obra servil.
Luego de la batalla de Curulaba en 1598 la apetencia de los
pobladores de Chile sobre los huarpes recrudeció, situación que se
visualiza en toda su dimensión si nos detenemos en el impacto que la
nueva coyuntura generó in situ, en relación a la disponibilidad de la
mano de obra indígena. La sublevación restringió la posibilidad de
contar con encomiendas de araucanos y aunque se autorizó a
esclavizar indios capturados en guerra, dichas
“piezas” no
28
Testimonio de Francisco de Salcedo, Obispo de Chile, del año 1626,
publicado por Horacio VIDELA, , Historia de San Juan, t. I, San Juan,
1962, pp. 851-854
29
R de LIZÁRRAGA,. Op. cit. p. 257.
246
compensaron la demanda local.30 Por otra parte los sublevados
fueron encontrando respuestas eficaces, formas de resistencia a las
malocas que jugaron a su favor, como la quema de pastos que
impedía el avance del ejército, por la falta de alimentos para los
caballos. Resulta claro el relato de Fray Francisco Ponce de León,
testigo que actuó como capellán acompañando las tropas, cuando
afirma
“Antes que presentar batalla, era pues mejor defensa para
los indios quemar los pastos y quitar así la base de
sustentación del ejército español”31.
La dinámica social en tierras trasandinas tuvo su correlato,
como anunciamos, en el aumento de las “sacas” de huarpes hacia
Chile. Los propios encomenderos pretendían incrementar sus
ganancias, mediante la autorización oficial para reemplazar la tasa
por el alquiler de los huarpes en Santiago, por ser más redituable32.
La presencia de los indios de Cuyo no pasaba inadvertida, a tal punto
que la Real Audiencia en un acuerdo referido al servicio personal
enumera ocho categorías de indígenas, punteando en segundo lugar a
los “guarpes” de Cuyo. De acuerdo a las Leyes de Indias los
encomenderos percibían cinco pesos y medio de los ocho pesos de a
ocho reales que pagaban como tributo dichos beneficiarios. El resto
se distribuía, medio para el Corregidor, medio para el Protector de
30
M, GASCÓN, Recursos para la frontera araucana: Santiago de Chile y
Mendoza en el siglo XVII., Revista TEFROS Cuadernos del Taller sobre la
Frontera Sur 7. 1-2, Universidad Nacional de Río Cuarto, 2009. p. 4 . Jara
señala que era costumbre herrar a los indios tomados como esclavos. A tal
efecto, el Cabildo de Santiago libró orden de pagar cinco pesos por “el
hierro de plata para herrar indios aucaes”. Jara, Alvaro, Guerra y Sociedad
en Chile p. 166.
31
Alvaro JARA, Guerra y sociedad en chile: las transformaciones en la
guerra de arauco y la esclavitud de los indios, Santiago, Universitaria,
1971. P. 149
32
M GASCÓN, Op. cit. p. 7
247
Naturales y un peso y medio para la doctrina. De tal forma, para
poder cumplir con el compromiso de pago cada indio debía trabajar
sirviendo ciento sesenta y ocho días33. Basadas en el servicio
personal, las encomiendas favorecieron el traslado de los mitayos a
Chile para servir a los encomenderos. En este sentido, las autoridades
hacían la vista gorda y toleraban que los beneficiarios de esas
mercedes reales residieran en Santiago, contraviniendo las leyes que
mandaban que tuvieran vecindad junto a la encomienda. Según el
padre Rosales, los indios encomendados en Cuyo disminuyeron de
20.000 a 800 en los primeros años del siglo XVII34.
El papel de la Iglesia en Cuyo
Esta investigación como inicialmente adelantamos
centra el análisis en el rol desempeñado por la Iglesia en la búsqueda
de la sujeción de los pueblos originarios en la región de Cuyo,
poniendo la mirada en los agentes religiosos en interacción con los
representantes de las comunidades locales. Esta línea abre la puerta
a una perspectiva más dinámica que nos permita observar sus
prácticas, respuestas y estrategias puestas en juego en un tiempo y
lugar determinado, cobrando sentido todos ellos como actores
sociales. El concepto sujeción refiere, entre otras acepciones a la
“unión con que algo está sujeto de modo que no puede separarse,
dividirse o inclinarse”35. Es en ese sentido en que enmarcamos el
accionar de la Iglesia, en su intento de imponer la religión católica.
En la nueva sociedad, surgida a consecuencia de la conquista
europea, los indígenas debían ser incorporados renegando de sus
creencias, cuestión que tenía como punto de partida su consideración
como idólatras. La concepción renacentista opera de tal forma que
hace posible que en la conquista americana se combinen política y
33
MORALES GUIÑAZÚ, Op. cit. p. 39.
ROSALES, Op. cit.
35
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Diccionario de la Lengua Española,
Buenos Aires, Espasa Calpe, 2001. p. 2107.
34
248
religión, designio donde cobra fuerza la imposición de la
cristianización de los pueblos originarios. El cristianismo es en clave
de época
“un modo de existencia antes que un conjunto bien
definido de creencias y de rituales: englobaba la
educación, la moral, el arte, la sexualidad, las prácticas
alimenticias y las relaciones de alianzas, y acompasaba el
transcurrir del tiempo y los momentos esenciales de la
vida”36.
Alejada de la sede de la Diócesis de Santiago, de la cual dependía, y
permaneciendo incomunicada durante varios meses al año al cerrarse
los pasos cordilleranos, la región analizada vivía una situación
particular, especialmente en lo tocante a la asistencia en materia
religiosa. En 1581 Fray Diego de Medellin escribe una carta al Rey
explicando las dificultades y pobreza de la tierra de su Diócesis37, la
cual resulta esclarecedora. En ella expresa:
“Vuestra Majestad me mandaba proveyese de
sacerdote para los pueblos de Cuyo, que están
de la otra parte de la cordillera, donde por
espacio de ocho meses no se puede pasar allá
ni de allá a acá y vine en mucho trabajo,
porque ni había clérigos que inviar ni frailes
que quisiesen ir ni aún persona a quién con
brevedad pudiese ordenar.”
Se explaya sobre los problemas suscitados a partir de su intención de
dotar de religiosos a Cuyo, cumpliendo las órdenes reales:
36
Serge GRUZINSKI, El Pensamiento Mestizo, Barcelona, Ediciones
Paidós Ibérica, 2000. p.98.
37
J.T. MEDINA, Colección de Documentos, t. III, op. cit. pp 119-120
249
“Dígo porque entienda Vuestra Majestad que la
necesidad me ha hecho ordenar algunos que no
saben tanto como yo quisiera por poder cumplir
con lo que Vuestra Majestad me manda y con lo
que mi oficio me obliga y aún por cierto que doy a
los que a Cuyo envío todos los diezmos de
aquellos pueblos y los vecinos dellos también
contribuyen y con todo eso es menester la gracia
de Dios para poder hallar sacerdotes que allá
quieran ir por ventura.”
Es su parecer que la única forma de solucionar tantos inconvenientes
que privan de asistencia espiritual a esos pobladores trasmontanos
es:
“Dando Vuestra Majestad algún favor a los
sacerdotes que allí se envían irán de mejor gana y
los vecinos se hallarán consolados, porque son muy
pobres”.
La escasez de sacerdotes del clero secular fue un problema
recurrente que afectó al Obispado de Chile durante los primeros
siglos de existencia, situación que impactó también en el
Corregimiento de Cuyo, territorios donde no había incentivos que
atrajesen a los hombres de la Iglesia.38. Para el caso puntual de los
grupos originarios, su evangelización tuvo inicio, como anunciamos
oportunamente, cuando el Mariscal Francisco de Villagra atravesó la
zona desde Perú hacia Chile en 1551, acompañado por un fraile
mercedario. La asistencia espiritual de los indios y de los restantes
pobladores, tropezaba con la dificultad de no contar con recursos
humanos. A comienzos del siglo XVII desde el templo matriz de
38
Lucrecia ENRIQUEZ AGRAZAR, , El clero secular del Obispado de
Santiago de Chile (1700-1810), en: AGUIRRE, R y L. ENRÍQUEZ
(Coord), La Iglesia hispanoamericana de la colonia a la República,
Mèjico, Universidad Autónoma de Méjico, 2008. p 21.
250
Mendoza y de las doctrinas rurales se desarrollan estrategias por
parte del clero diocesano que tendieron a sistematizar la atención
religiosa aunque el clero regular no permaneció al margen de estas
acciones, de forma tal que mercedarios, dominicos, franciscanos y
Jesuitas estuvieron también presentes. Desde mediados del siglo XVI
los mercedarios asistieron a los pobladores yendo y viniendo de un
lado al otro de la cordillera39. El Cabildo de San Juan presentó sus
quejas ante Felipe II en 1573 por la falta de sacerdotes, dejando en
claro que se cobraban sus diezmos pero no se proveía de religiosos a
la ciudad. Dos años más tarde las voces de los vecinos mendocinos
solicitaban del Cabildo destinar “cuatrocientos pesos de buen oro y
de ahí para abajo lo que se concretare para el clérigo o fraile que
quisiere venir a esta dicha ciudad”40. Parecieron acallarse las
demandas momentáneamente a partir de 1578, cuando Mendoza y
San Juan contaron cada una con un sacerdote, Juan de Oliva y Diego
Falcón respectivamente.
A inicios del siglo XVII, en su viaje a Chile desde España,
visitó Cuyo Juan Pérez de Espinosa, de la orden de los franciscanos.
Sorprendido por la llegada del invierno, permaneció cinco meses sin
poder cruzar la cordillera nevada, coyuntura que fue aprovechada por
el religioso para formar doctrinas, dado que pudo comprobar que la
zona carecía de ellas. De igual modo se ocupó de “otras cosas
tocantes al conocimiento de nuestra santa fe católica y buena policía
de los naturales, que esto estaba muy desencuadernado (…)
pusiéronse once doctrinas, y los indios quedaron contentos”41. De
todas ellas, se dotó con personal especializado a las doctrinas de las
39
E., MARTÍN DE CODONI, Los Mercedarios en la Mendoza Colonial,
en: VIDELA DE RIVERO, G. y R. HERRERO (Comp), Aportes para la
Historia de la Iglesia en Mendoza, Mendoza, Junta de Estudios Históricos
de Mendoza, 2008. pp. 17-24. Debido a la pérdida de las actas capitulares,
no se conoce si fueron mercedarios o dominicos los que radicaron el
primer convento en Mendoza.
40
Op. cit. p. 24
41
Documento citado por C. BRUNO, Op. cit, 1968. p.558.
251
Lagunas en Huanacache, en San Juan y la del Valle de Uco, en
Mendoza, motivado por la falta de medios, a lo que se sumó
también, para el caso de la primera, el no encontrar religiosos que
supieran la lengua de los grupos indígenas locales. Las restantes se
asistieron mediante representantes del clero regular, que misionaban
cubriendo una extensa zona a lo largo del año42. En 1609, con el
arribo de los Jesuitas a Mendoza, inicia la orden un proceso más
sistemático de evangelización entre los grupos locales, trabajo que
estuvo a cargo de los padres Juan Pastor y Cristóbal Diosdado
quienes pusieron énfasis en tratar de fundar reducciones, entre ellas
la de San Lorenzo de Uspallata, lugar donde se explotaban minas de
plata y demás metales.43 Para 1623 las de Valle Fértil y Huanacache
pasaron a manos de los dominicos y la de Uco y Desaguadero, a
cargo de los mercedarios.
Ruinas de San Francisco, Mendoza
42
43
H VIDELA, Op. cit., p. 121.
F. Morales Guiñazú, Op. cit. pp. 27-28
252
El Obispo Espinosa regresó dos veces más a Cuyo,
encargándose celosamente de las doctrinas. En este sentido, debemos
señalar que durante el lapso temporal que nos ocupa, la región fue
objeto de varias visitas pastorales por parte de los obispos. Haciendo
caso omiso a los avatares del cruce cordillerano, ellos se ocuparon de
velar directamente por el cumplimiento de la cristianización de los
indios y, como veremos oportunamente, alzaron sus voces
denunciando las sacas y traslados de huarpes a Santiago.
Aunque las fuentes no expresen los métodos empleados por
los agentes de la Iglesia en el proceso de conversión de los indios al
catolicismo en forma directa, ciertas estrategias implementadas
logran filtrarse saliendo a la luz. En este sentido, el uso de la lengua
nativa de los grupos a catequizar por parte de los sacerdotes aflora
como un recurso clave que se enmarca en los lineamientos del
Jesuita Acosta y en lo dispuesto por el Tercer Concilio Limense 44.
Sus disposiciones, que tuvieron un carácter fundacional,
introdujeron una serie de cambios importantes en la catequización de
los naturales americanos. Felipe II afirmaba en 1580 en una Real
Cédula que
44
El mismo se concretó entre los años 1582 y 1583 e introdujo una serie de
cambios significativos, entre ellos reformuló la política de evangelización,
preocupándose por la catequesis y el ordenamiento religioso de los indios.
Se buscaba integrarlos al estado español por medio de la religión católica,
siendo la Iglesia en ese sentido un vehículo importante para su concreción.
Francisco LISI, El Tercer Concilio Limense y la Aculturación de los
indígenas sudamericanos, Salamanca, Ed. Universidad de Salamanca, 1990.
pp. 54 y 55.
253
“la inteligencia de la lengua general de los indios es el
medio más necesario para la explicación y enseñanza de
la doctrina cristiana”45.
De tal forma, el tercer concilio aprueba el catecismo en castellano,
quechua y aimará,
“para que el mismo fruto se consiga en los demás
pueblos, que usan diferentes lenguas de las dichas,
encarga y encomienda a todos los obispos que procuren,
cada uno en su diócesis, hacer traducir el dicho catecismo
por personas suficientes y pías en las demás lenguas”46.
En esa dirección, varios libros impresos en el transcurso del siglo
XVI, como la Doctrina cristiana y catecismo y el Confessionario
Breve, ambos en lengua Huarpe.Allentiak escritos por el Padre Luis
de Valdivia, y el Vocabulario de la lengua huarpe del padre Juan
Pastor, al que se agregó luego otro Vocabulario realizado por el
padre Luis Santisteban, reflejan la preocupación por dar
cumplimiento en nuestra región a lo requerido por la corona y a las
disposiciones conciliares. La lengua es reconocida entonces como
“instrumento del doctrinar47” y la de los naturales de Cuyo era
diferente a la de los grupos del territorio chileno, de tal forma, los
obispos a la hora de ordenar sacerdotes, debían tener en cuenta esta
cuestión.
45
Cayetano BRUNO, Las Ordenes Religiosas en la evangelización de las
Indias, Rosario, Ediciones Didascalias, 1992. p. ¿¿¿
46
Citado por BRUNO, Op. cit, 1968. p. 415
47
Carta de fray Diego de Medellín a Su Majestad pidiendo el envío de una
persona que sepa gramática, en J.T MEDINA,., Op. cit. III, p.57. Fray
Cristóbal Núñez de la orden de los Predicadores recomienda al Rey que
para el examen para las doctrinas “se tenga atención principalmente a la
buena fama, a la virtud, a las letras y a la casta y luego a la lengua y que por
ninguna vía admitan mestizos para obras tan altas […]”. Ibídem, p.124-125
254
La lengua materna constituye un recurso cultural que se
expresa entre quienes la comparten mediante el uso de la palabra. En
su totalidad, la lengua sólo está presente en la comunidad lingüística
pues los individuos ejercen el dominio sobre una parte, que van
incorporando a lo largo de su vida. Representa una determinada
manera de ver el mundo, resume la historia y la cultura del pueblo,
ya que en toda sociedad que no posee escritura, la palabra traduce la
memoria social, las costumbres, los valores, las normas y las leyes
que se transmiten entre los miembros de la comunidad.48 El
conocimiento de la lengua vernácula por parte de los agentes de la
Iglesia abre una puerta a la comunicación, a bucear bajo otra
modalidad en el mundo indígena, situación que establece una
diferencia cualitativa en relación a los primeros tiempos coloniales,
donde la palabra de Cristo se canalizaba a través del latín o mediante
el uso del español. En ese entonces era perentoria la necesidad de
imponer la soberanía real en el marco de la conquista, y la
evangelización está subordinada a esa lógica.
La guerra, el requerimiento y la encomienda fueron los
dispositivos de poder puestos en acción para la consecución de los
objetivos trazados. Boccara al ocuparse del caso araucano, señala
que este modelo de conquista operaba a través del método de
integración-exclusión, pero más tarde se pondría en práctica un
modelo de asimilación-marginación que entraría en vigencia desde
mediados del siglo XVII, aunque reconoce sus antecedentes en la
política llevada a cabo por Luis de Valdivia, de guerra defensiva, en
los primeros años de ese siglo49. Este cambio, señala, debe
contextualizarse en un proceso donde se genera una metamorfosis en
el modo de entablar una relación con el otro en el mundo americano
48
Tzvetan, TODOROV, La conquista de América. La cuestión del otro,
Méjico, Siglo XXI, 1987. p. 88.
49
Guillaume BOCCARA, « El poder creador: tipos de poder y estrategias
de sujeción en la frontera sur de Chile en la época colonial », Nuevo Mundo
Mundos Nuevos, BAC - Biblioteca de Autores del Centro, 2005, [En línea],
URL: http://nuevomundo.
255
colonial. En este sentido, podemos reconocer en los libros escritos
por este jesuita en lengua vernácula y que se asocian con la
evangelización de los grupos originarios de la región de Cuyo, una
herramienta para la acción multiplicadora a cargo de otros religiosos.
La otredad y sus diferencias culturales son encarados desde la
perspectiva del interés en su transformación. En esa línea, podemos
comprender cuánto alarmaba a los misioneros la forma de vida de los
indios, esto es, que no formaran poblaciones y que estuvieran
diseminados, cuestiones percibidas como obstáculos para el logro de
los objetivos propuestos50. De allí que se pusieran en juego
dispositivos que tendieran a la normalización, mediante la
incorporación de pautas y valores, cuyos cánones emanaban de la
cultura cristiana -europea. El Padre Techo describe que los huarpes,
en forma similar a los judíos, vendían a sus hijas para casarlas51. De
tal manera entienden el proceder de esconderlas de los misioneros,
“hasta que las venden y casan (…) Y muchos de los indios cristianos
se casan también de esta manera comprando mujeres”. Desde esa
mirada emergía la desaprobación ante la costumbre del levirato, que
ya anticipamos, y que consistía en que, una vez viuda, la mujer debía
casarse con el hermano del muerto.
50
Se ha señalado cómo la información producida sobre los pueblos
nómades originarios en el temprano período colonial, tanto por los agentes
de la iglesia, burócratas o viajeros, desde una mirada etnocéntrica asociaba
nomadismo con “barbarie” con todas sus implicancias. A posteriori, el
manejo de esas fuentes acríticamente por los investigadores, impidió
durante mucho tiempo correr el telón para reconocer en ellos las estrategias
de programación de sus actividades económicas, la forma de relación y
aprovechamiento del espacio, el registro pormenorizado sobre animales y
plantas. L. NACUZZI, C. LUCAIOLI, Y F. NESIS, Pueblos nómades en
un estado colonial. Chaco, Pampa, Patagonia, siglo XVIII, Buenos Aires,
Antropofagia, 2008.
51
Nicolás del TECHO, Historia de la Provincia del Paraguay de la
Compañía de Jesús, II, Madrid, Uribe, 1897. pp. 107-108
256
Sin duda, algunas prácticas y creencias sostenidas por los
indios produjeron mayor rechazo entre los religiosos
por
incompatibles con el catolicismo. La obra del Padre Luis de
Valdivia, Confesionario Breve, en lengua Allentiak, ya mencionada,
incorpora numerosas preguntas a utilizar a la hora de la confesión de
los indios cristianizados. El objetivo apuntaba a desentrañar si habían
adorado al “Hunuc Huar52, cerros, luna o sol” o si al enfermarse
habían solicitado la asistencia de algún hechicero. En el mismo
documento pero en lengua Millcayac, se amplía el interrogatorio con
la finalidad de indagar si al cruzar la cordillera habían ofrecido
ofrendas como “maíz, plumas, o otras cosas”, o si en períodos de
escasez de lluvias buscaron hechiceros “que suele hablar con el
diablo para que hiciese llover…”53 . Sobre ese conjunto de prácticas,
interpretadas como demoníacas, no solo operaba la censura sino una
pretendida anulación y reemplazo por otras, mediante el proceso de
evangelización.
Lo que los religiosos ponen en marcha, es un dispositivo de
colonización ideológica cuyos alcances se nos tornan inasibles. Es
imposible saber si esas acciones consiguieron secularizar la
cosmovisión indígena, aunque pueda sospecharse que
convulsionaran costumbres aferradas en el tiempo, generaran
incertidumbre, dudas y ambigüedades. El trabajo de la Iglesia cobra
mayor notoriedad a la hora de denunciar la explotación a la que eran
sometidos los indios de Cuyo, con especial referencia a los huarpes.
En este sentido sobresale la gestión del Obispo Francisco Salcedo,
quien visitó la región en 1626, recorriendo San Juan, Mendoza, Valle
Fértil y Capayanes. El informe de lo observado y de las noticias
recogidas in situ es categórico. Toma en cuenta que las primeras
ciudades llevaban más de sesenta años de fundadas, y “ por asistir
52
Deidad huarpe,
Valdivia, Lengua Allentiac, pp 28-29, citado por C. MICHIELI,
Organización Social y Religión en los Huarpes Protohistóricos. Instituto de
Investigaciones Arqueológicas y Museo, 2, San Juan, Universidad Nacional
de San Juan, 1976.
53
257
los vecinos y encomenderos dellos en esta de Santiago y Coquimbo”
trasladaban desde siempre un tercio de los indios de la zona hacia
Chile, para que los sirvieran o en su defecto, para alquilarlos.
Denuncia:
“[…] muchos vienen forzados de más de cien leguas,
desamparando sus mujeres e hijos, pasando a esta tierra
por temples contrarios a los de su patria y naturaleza. Y
no los dejan volver a ella hasta que, dando lugar la nieve
de la cordillera, se vuelven sin licencia de sus
encomenderos”.
En las sacas que se realizaban, -en perjuicio de lo ordenado-, los
encomenderos enviaban mestizos y mulatos para que efectuaran los
traslados, dando lugar a que los indios para no ser prendidos se
escondieran en lugares inhóspitos para evitar la desnaturalización
compulsiva. Pero, una vez prendidos
“habiéndolos a las manos los meten en colleras y los
traen pereciendo de sed y hambre con más malos
tratamientos que trataban los bárbaros y gentiles a
los cristianos de la primitiva Iglesia. Ha
acontecido que, muriéndose uno de los dichos
indios, por no soltar los demás, para sacar el
difunto le han cortado las manos; y otras veces (los
indios) se han ofrecido ahorcarse y comer puños
de tierra, queriendo antes morir que pasar a estas
partes”54.
A instancias de Salcedo se convocó en 1626 el tercer Sínodo
de Santiago cuya sesión preparatoria se realizó el día 22 de abril,
comenzando su actividad dos días más tarde. Subyace en esa reunión
54
Documento publicado por Videla H. citado por R. RODRÍGUEZ
MOLAS, Los Sometidos de la Conquista. Argentina, Bolivia, Paraguay,
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985. p.p.251-254.
258
una clara preocupación de la Iglesia por la evangelización de los
indios, especificando que el oficio episcopal y el de todos los
sacerdotes debía ser enseñar la doctrina cristiana. Consta de seis
capítulos y 53 constituciones, entre las cuales una de ellas se ocupaba
de los huarpes55. En este caso, detallaba que en ningún otro lugar de
la jurisdicción de ese Obispado era tan urgente atender al remedio
espiritual de los indios como en Cuyo, pero solucionarlo dependía en
gran parte del poder temporal. Según su criterio sólo este último
podía poner fin a los malos tratamientos y a los traslados forzosos de
los indios al otro lado de la cordillera para cumplir la mita. Ahora
bien, resulta importante reparar en las cuestiones que guiaron el
proceder del obispo Salcedo. Sin duda, como eclesiástico
comprometido, un sentimiento humanitario aflora en su denuncia,
que lo impulsó a visibilizar una problemática de la que distintos
actores sociales, civiles y religiosos, tenían noticia y simulaban
desconocer. Sin embargo, el contenido de la constitución para los
indios de Cuyo proporciona otro horizonte interpretativo de mayor
alcance.
En este sentido, se advierte que la acción de los
encomenderos, en connivencia con el poder civil generaba un
conflicto de intereses entre la lógica que guiaba a los particulares y la
que regía la labor de la Iglesia. Desde un inicio los titulares de
encomiendas de la zona cuyana fueron autorizados a residir en
Santiago, sin sustentar vecindad. En algunos momentos se les
requirió por Real Cédula que podían vivir en Santiago “a condición
de poner escudero en sus encomiendas y suministrar bueyes y otros
sustentos”56, requisito que seguramente no debió cumplirse en tanto
55
Carlos OVIEDO CAVADA, Sínodo Diocesano de Santiago de Chile, en:
Historia, Santiago de Chile, 1964. pp.313-360.
56
E. ACEVEDO, Documentos Históricos relativos a Cuyo existentes en el
Archivo (y Biblioteca) Nacional de Santiago de Chile, Mendoza,
Universidad Nacional de Cuyo, 1963. p.45. Se trata de la Real Cédula
fechada en Madrid el 30 de Marzo de 1627.
259
la solicitud se reitera, en un contexto donde las autoridades locales
comúnmente se llamaban al silencio, naturalizando la situación.
Las encomiendas en Cuyo y la residencia de sus titulares en
Santiago, generó una coyuntura favorable que abrió la puerta a la
posibilidad de traslado de indios hacia el otro lado - particularmente
de los huarpes-, con el argumento de servirlos. El interés primordial
de los beneficiarios de la merced apuntaba al aprovechamiento de la
mano de obra indígena, ya fuera en forma directa, trabajando para
ellos, o en su defecto alquilándolos a otros particulares, siendo ambas
situaciones redituables. Tan naturalizadas estaban las sacas de
naturales que las ordenanzas reales mandaban que “los indios de
Mendoza, San Juan y San Luis, donde quiera que estén, deben pagar
ocho pesos ocho reales de tributo (…)”57 La lógica presente en esas
acciones apuntaba al beneficio de un grupo de particulares, a
expensas de la explotación de los indios, con el beneplácito de los
agentes de la burocracia estatal. En la situación descripta existen
cuestiones que atentaban contra la modalidad de trabajo de la Iglesia,
que sin duda están en la base de la queja de Salcedo. La transferencia
de grupos locales a Chile, perturbaba el proceso de evangelización,
alteraba la tarea de los curas doctrineros los cuales estaban
encargados de impartir la doctrina cristiana con pleno conocimiento
de sus feligreses. Mal podían encaminarse en esa dirección con el
desorden generado por los traslados, situación que impactaba sobre
la unión de la familia, “se desea se guarde la inmunidad del santo
sacramento del matrimonio entre los indios” como conviene. De tal
forma, el abandono de las mujeres por ausencia de los maridos
desembocaba en no pocos amancebamientos, dando lugar a prácticas
y costumbres alejadas de la moral cristiana.
La constitución fijaba que los huarpes establecidos en las
chacras de los vecinos próximos a Mendoza tuvieran un cura que no
fuera el mismo que atendía a los españoles, quien debería encargarse
57
J.L. ESPEJO, Op. cit. p. 109.
260
de su adoctrinamiento, oficiando la misa “unas veces en la iglesia de
la Barranca y otras en la ermita del Señor San Juan”. Tener
designado en exclusividad un sacerdote apuntaba a modificar las
costumbres de los indios, velando para que estos guardaran los
preceptos cristianos. De tal forma, se mandaba pagar cuatrocientos
patacones por su desempeño, mitad en reales y la otra parte en frutos
de la tierra, aumentándose cincuenta patagones más a los sacerdotes
encargados de las doctrinas más alejadas58. Estas últimas eran, la de
los indios de Guanacache, lagunas de Mendoza y San Juan, con
iglesia en el “Jaguey de Nanclanta”, lugar donde se reunirían todos
los naturales en el momento de ser visitados por su cura, el que
también debía ocuparse de doctrinar a los indios “ulungastos” por no
tener sacerdote designado. Se organizaría otra doctrina en el Valle de
Uco, de la Barranca y con los indios que llamaban de Don García.
Otra con la población del valle de Jaurúa, Diamante y zona aledaña.
Otra en el valle del Desaguadero y “los de Agustín Busto y Barrera y
los que eran de Francisco y Sáez y de don Gabriel de Miguel y de
don Alonso de Cepeda y del General Andrés de Illanes y Capitán
Puebla”. Por último se fijaba la de Valle Fértil y de los indios del río
Bermejo, de Mena y los Capayanes. La doctrina se asocia entonces
con un ámbito geográfico determinado, en connivencia con un
espacio simbólico, donde distintos elementos y rituales permiten la
marcación de la religiosidad, como la cruz, la iglesia, el catecismo, la
misa.
Los doctrineros tenían asignado recabar información sobre
los indios, llevando matrícula con sus edades, si eran cristianos
procederían a confesarlos desde la
“Pascua de Navidad hasta el Espíritu Santo y a los que
fuesen capaces de comulgar y los exhorten a que acudan
donde lo puedan hacer desde el domingo de Ramos hasta
el de Cuasimodo que son quince días”.
58
OVIEDO CAVADA, Op. Cit, pp. 313-360.
261
Debían prestar atención especialmente, a los que no eran cristianos,
para concretar su conversión; a los enfermos, para prepararlos “para
morir bien”, a los niños sin bautizar “por ser tan importante la
salvación eterna de un alma”. Para evitar los males derivados de los
traslados, en el artículo 6ª de la Constitución se mandaba que los
agentes de la Iglesia no permitieran que las autoridades civiles
sacaran indios hacia Chile, notificándolos de las penas impuestas por
decreto. Se trataba de la pena
“de excomunión mayor y cien pesos oro por cada
pieza que se sacase de Cuyo; y facultando a los
vicarios, curas y doctrineros para que aplicasen
estas penas a todos los encomenderos y demás
personas de cualquiera clase, así naturales como
españoles, si en Enero del año siguiente no
estuviesen en sus tierras los indios que se hallaban
fuera de su naturaleza, por alquiler o cualquier otro
modo con que se pudo compelerlos al abandono de
su hogares”59
En el forcejeo producido entre los dos poderes, el civil y el
religioso, ganó la contienda la Audiencia de Chile. Se opuso a todas
las medidas iniciadas por la Iglesia para protección de los indios
huarpes, las cuales, como quedó expuesto, tocaba muchos intereses
en juego. Desde aquella perspectiva, el caso era una cuestión de
“legos”, así lo argumentó la institución judicial desautorizando el
proyecto del Obispo y la puesta en práctica de lo normado en la
constitución. Varios incidentes enfrentaron al Obispo con la
Audiencia por motivos diferentes, al punto de elevar sus quejas al
Rey. En desagravio a cómo administraba justicia el Tribunal
escribió:
59
F. MORALES GUIÑAZÚ, Op. cit. pp. 40-41.
262
“Los Oidores de esta Audiencia no ejecutan más que lo
que les conviene y a sus deudos y amigos. En Chile no se
cumplen más órdenes y cédulas de V.M. que las que se
conforman con sus afectos e intereses […]”.
En 1633 la embestida será mayor, pedía que se suprimiese la
Audiencia argumentando:
“Esta Audiencia es excusada (innecesaria) que las causas
son pocas y de ninguna sustancia; y si hay algunos pleitos
es porque hay Audiencia […] 60.
El contenido de la constitución se constituye en un
documento interesante para reflexionar sobre las estrategias de
sometimiento y sujeción de los grupos indígenas por parte de la
Iglesia, en tanto abre una ventana desde donde pueden visualizarse
los mecanismos utilizados para su consecución, los cuales poseen
raíces comunes con el uso de la lengua vernácula como táctica de
sumisión ya señalada. En la propuesta vinculada con Salcedo, se
apuesta a un cambio cualitativo a través de la acción personalizada
del doctrinero sobre los individuos evangelizados o próximos a
evangelizar. A una transformación sustancial de las pautas y
costumbres indígenas, a partir de la inculcación de otras, ancladas en
la valoración de una forma de vida cristiana y por ende ordenada,
basada en el matrimonio y la unión de la familia. Desde la
perspectiva de la cultura cristiana-europea se trataba de “civilizar” a
los indios a través de una tarea sistemática y permanente. El
sacerdote debería atender a que el rebaño respetara los preceptos
cristianos, de tal forma, observación-información-comunicación
emergen como herramientas claves para la acción. La capilla o
iglesia, como lugar consagrado del culto, la misa, el énfasis puesto en
determinados rituales como el bautismo, la confesión, hacen que
60
Carta del Obispo Salcedo al Rey el 2 de Mayo de 1626. Documentos
citados por Diego BARROS ARANA, Historia General de Chile, 4, Chile,
Editorial Universitaria, 2000. p.p. 169 y 175.
263
estas doctrinas puedan definirse, siguiendo a Boccara, como
“espacios de pacificación”, una extensión de la guerra por otros
medios61. Es desde esta óptica donde cobra su verdadera dimensión
el funcionamiento de la maquinaria de la Iglesia en tierras
americanas.
Prácticas de autonomía
Llegados a este punto centraremos la mirada en los sujetos
destinatarios de esta política “civilizatoria” en un intento por
reconocer sus acciones y respuestas frente a los mecanismos de
sujeción. En la documentación colonial, como anticipamos aflora
solamente el discurso oficial a través de los agentes estatales y
eclesiásticos, discurso que refleja la mirada hegemónica y que al
referirse a los indígenas está plagado de “etiquetas descriptivas”62.
Esas voces también trasuntan el desencanto de los religiosos frente a
un proyecto que no consiguen consolidar entre su rebaño; quejas que
muchas veces se esgrimen en el marco de una pugna con los
funcionarios civiles y donde se señalan estrategias llevadas a cabo
por los indios que son evaluadas como contrarias a los intereses
evangelizadores.
Más allá de las cuestiones que estuvieran en juego con los
reclamos, esa información resulta válida a los fines de identificar
aquellos actos que se inscriben en la línea propuesta. Previo a reparar
en ellas, es conveniente advertir la cercanía entre el concepto de
aculturación impuesta y el de evangelización, aunque el uso de la
61
G., BOCCARA, Op. cit.
Se refiere al uso reiterado de ciertos conceptos que crean un “efecto de
realidad” José Luis MARTÍNEZ, “Textos y palabras. Cuatro documentos
del siglo XVI”, en Ana María PRESTA, Espacio, etnías, frontera.
Atenuaciones políticas en el sur del Tawantinsuyu. Siglos XV-XVIII, Sucre,
Asur, 1995, citado por Walter M Delrio, Memorias de expropiación.
Sometimiento e incorporación indígena en la Patagonia, 1872-1943,
Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2005, p. 27.
62
264
primera categoría debe estar alejado de una concepción mecanicista
que tome a la cultura como una esencia destinada a cambiar
inexorablemente, en este caso por asimilación a la cultura europea.
Los procesos de etnogénesis actuales hacen triza esa mirada estática,
que ha contribuido por otra parte a invisibilizar a las poblaciones
originarias. Para el caso de Cuyo, Diego Escolar da cuenta
pormenorizadamente de la dinámica de rearticulación étnica y de la
etnogénesis huarpe, cuya trayectoria está plagada de luchas,
representaciones y demandas. Por otra parte, esas emergencias
étnicas ponen en tensión la manera de concebir la identidad y en
Cuyo puntualmente, echan por tierra los discursos de la extinción
huarpe presentes en la historiografía tradicional.63
Deseamos explicitar que es innegable que en el marco de la
dominación colonial se produjo una lucha –desigual-, por el control
cultural, en la que quedaron inmersos los pueblos indígenas, -que se
prolonga hasta nuestros días- en la cual la Iglesia asumió un rol
protagónico. Bonfil señala que la maquinaria de la conquista puso en
juego un “proceso global de expropiación, eliminación e imposición
cultural64”. En esa línea los sujetos indígenas -como integrantes de
una sociedad en un contexto histórico determinado-, emergen
participando de la trama social no como agentes pasivos, por el
contrario, elaborando iniciativas relacionadas con mecanismos de
resistencia, apropiación e innovación cultural. En la actualidad, otros
enfoques dan cuenta de la necesidad de moderar el uso de los
conceptos de aculturación y resistencia como procesos opuestos y
excluyentes al abordar problemáticas referidas al contacto entre
63
Diego ESCOLAR, Los dones étnicos de la Nación, Buenos Aires,
Prometeo, 2007.
64
Guillermo BONFIL, Los pueblos indios, sus culturas y las políticas
culturales, en N., GARCÍA CANCLINI, Políticas culturales en América
Latina, Méjico, Grijalbo, 1987. p. 105. Para ampliar puede consultarse el
mismo autor “Lo propio y lo ajeno. Una aproximación al problema del
control cultural”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Nª
103, México, UNAM, 1983.
265
culturas distintas, mientras que la realidad social se vislumbra por
demás heterogénea y compleja. En esa dirección hoy se reconocen
los agentes que ofician de intermediarios o articuladores; el
“pensamiento mestizo”; al tiempo que surgen los "espacios
intermedios", los lugares intersticiales65.
Retomando el eje del análisis podemos señalar que la fuga
fue una estrategia indígena para acceder a lugares inhóspitos que
funcionaron como “refugio” para mantenerse fuera del alcance de la
iglesia, en otros casos la modalidad adoptada fue esconderse
momentáneamente para realizar prácticas culturales, descalificadas y
censuradas por los religiosos. En 1642 un religioso manifestaba que
“andaba a caza de almas como de fieras, porque hay gran número
de indios huyendo de los sacramentos”66.
Otra forma de respuesta dada por las comunidades
originarias en la región en la que hacemos foco, fue la de los
capayanes, quienes en 1632, tal como adelantamos, se unieron a los
cacanos en el marco del Gran Alzamiento. Se trata de prácticas más
activas que conllevaron el enfrentamiento directo y el rechazo al
proceso de sujeción trascendiendo el plano religioso. Al ser
vencidos, las autoridades coloniales aplicaron con ellos la estrategia
de desnaturalización, con todas sus implicancias, dada las
características de la cosmovisión indígena y la forma particular de
relación entablada con la naturaleza o lugar del que eran originarios.
Anteriormente, en 1564 y por fuera de nuestro período, se produjo
una violenta reacción de los indios que puso en peligro a la ciudad de
Mendoza, asesinaron al Alcalde y a otros vecinos, en el momento en
que había solamente trece hombres en la traza urbana. La alarma
65
Ingrid DE JONG y Lorena. RODRIGUEZ, Introducción. Mem.. am.
[online]. 2005, n.13 [citado 2010-11-20], pp. 9-19. Disponible en
<http://www.scielo.org.ar/scielo.php
66
Carta del Obispo Villarroel a S M del año 1642, Publicada por J. A.
VERDAGUER, Historia Eclesiástica de Cuyo, Turín, 1934. Citado por
MORALES GUIÑAZÚ, Op cit. p.28
266
cundió rápidamente en Santiago, desde donde las autoridades
comisionaron al Capitán Gonzalo de los Ríos junto con los vecinos
de Cuyo residentes allí, para que auxiliaran en esa urgencia67. La
violencia fue justificada a la luz de los continuos traslados a Chile
que padecían los indios, a instancia de sus encomenderos, y aunque
presentaban sus quejas a las autoridades eran desoídas.
Aunque estemos imposibilitados de establecer los verdaderos
alcances de la evangelización, los propios sacerdotes arrojan una luz
señalando la persistencia entre los indios de rituales que desafiaban
las pautas cristianas. En la puga con el poder civil, los eclesiásticos
no escatimaban en apuntar reiteradamente el descrédito ganado por
los españoles entre los indígenas, situación que en parte, según
esgrimían empañaba su propia labor. Larrain reproduce un supuesto
diálogo mantenido por un religioso inculcándole a un indio las
ventajas del paraíso -para quienes se convirtieran al cristianismo-,
ante quien este último expresó que si los españoles también iban allí
“yo no quiero ser bueno ni ir al cielo”68. Similar argumentación
sustentan los jesuitas cuando afirman “Los indios, muchos de ellos,
se esconden de nosotros, y generalmente esconden a sus hijos” y
afirman que por más que se dijeran cristianos, se casaban según sus
costumbres, es decir comprando sus mujeres, “sin poderlos disuadir
de que no están casados”. La dificultad en erradicar pautas
culturales como las citadas así como la hechicería, las borracheras,
la poligamia, el casarse con varias hermanas, aflora de manera
insistente en las voces provenientes de la iglesia y son el reflejo de
los sinsabores de los encargados de la labor evangélica69.
Las preguntas del Confesionario Breve, cuyo autor fue el
Padre Valdivia y del cual nos hemos ocupado antes, también nos
informan de costumbres y creencias ancestrales arraigadas en la
cosmovisión indígena. En esa línea, los cerros, la luna, el sol,
67
MORALES GUIÑAZÚ, Op. cit. p.25
N. LARRAIN, Op. cit., p. 41
69
C BRUNO, Op. cit., p.560
68
267
cobraban sentido en otra dimensión para esos “guardianes de la
memoria”. En la trama de los documentos otros patrones originarios
se deslizan tomando el carácter de ofrendas; de recursos, para lograr
un paliativo mediante la intervención de hechiceros, ya fuera para
enfrentar las enfermedades o para torcer las fuerzas de la naturaleza.
Sin duda, todas ellas nos remiten a una matriz cultural, en cuyo
marco cobran cuerpo las acciones de los individuos, matriz que sin
ser inmodificable, no fácilmente podía cambiarse o sustituirse. A
contracara de las estrategias de sujeción esas prácticas nos hablan de
cierta autonomía, de persistencias frente a la imposición, a los
modos de control y al disciplinamiento.
En sus indicaciones de cómo debían obrar los sacerdotes, el
Obispo Salcedo apostaba a un trabajo metódico y permanente para
erradicar de la memoria antiguas tradiciones enclavadas en el nivel
de las creencias. No obstante, si aceptamos como ciertas las quejas
de los religiosos, la vigilia de los religiosos y el adoctrinamiento
sistemático no cubrieron totalmente sus expectativas
Conclusiones acerca de la particularidad de la Evangelización en Cuyo
en el contexto del territorio argentino y americano
A manera de cierre queremos agregar unas breves palabras. A
lo largo de este trabajo hemos analizado cómo los agentes de la
iglesia apostaron a la imposición del cristianismo entre las
poblaciones originarias de Cuyo en épocas coloniales tempranas,
poniendo en juego distintas estrategias. Se señaló cómo buscaron la
sujeción de los individuos y la colonización de las mentes nativas,
para reemplazar viejos cultos, creencias y mitos. En esa historia en
pequeña escala, -sin detenernos en las particularidades-, se reproduce
la forma y los modos de acción propios de los agentes europeos en
tierras americanas. En ese contexto coercitivo, emergen algunas
respuestas de los actores indígenas, aunque ellas no se inscriben en el
plano discursivo. Llegan hasta nosotros tímidamente y en forma
268
mediada, no obstante logran decirnos algo a través de lo que hacen,
de sus prácticas, situación que se inscribe en el carácter activo y
reflexivo de la conducta humana. En ese proceso en el que cayeron
inmersos y que tendía a su sujeción, los resultados alcanzados por la
Iglesia, atento a las preocupaciones de los sacerdotes, fueron poco
contundentes. Quizá resulte válido reparar en los elementos de
sustitución que el catolicismo ofrecía y hasta dónde ellos anclaban
raíces en la realidad concreta y cotidiana de los indios, en esa línea
cobra fuerza la idea de que no resultara fácil cambiar una visión de
mundo.
269
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272
Procesos de evangelización y ordenamiento espacial en
Santa Fe La Vieja (1573-1660)y San Juan de Vera de las Siete
Corrientes (1588)
Diego Citterio *
El espacio Litoral
El espacio litoral donde se encuentran las dos ciudades que
forman parte de nuestro estudio, presenta características particulares
que percibieron los conquistadores del territorio. Comunica en un
entramado fluvial áreas cercanas como Uruguay, Iguazú y Paraguay
y aún las distantes que lo vinculan con Cuiabá en Brasil actual o con
el altiplano boliviano. Ello implica la posibilidad del constante
movimiento de la población hacia diferentes espacios y el acceso a
diversos recursos.
*Licenciado en Historia. Universidad Nacional de La Plata –Becario
CONICET
273
En el actual territorio argentino las podemos ubicar en un
sistema de cuatro ecosistemas como señalan Areces, Di Bernardi y
Tarragó.1 Todos ellos vinculados al sistema fluvial ya que se asientan
sobre los ríos que lo conforman y que les permiten recursos de vida y
comunicación. Tres grandes corrientes de aguas cruzan el territorio:
los ríos Salado, Paraná y Carcarañá. El Salado nace y se forma en
territorio argentino, recibe bajo el nombre de Cachi sus aguas de los
valles occidentales que se dirigen al Sudeste del sistema de sierras
del Despoblado. El Salado en todo su curso de más de 436 leguas, es
río tortuoso pues debe buscar su curso casi siempre en un terreno
poco inclinado y de difícil acceso.
El río Paraná, el más importante, nace en las faldas de las
sierras del Brasil, forma en sus comienzos dos brazos que se unen en
los 20’ latitud y se desparrama como un mar en un terreno bajo y
aluvial, tomando aquí el nombre de Paraná (cuyo significado en
guaraní es el de río grande que parece mar). La longitud de su curso
principal es de 4.700 kilómetros, corriendo en territorio argentino la
mitad de este trayecto, y para poderlo estudiar mejor se le ha
dividido en alto, medio y bajo Paraná. El alto Paraná dentro de
nuestro territorio, con fondo rocoso en parte, comienza en la boca del
Iguazú y va hasta la isla de Apipé o sea 120 leguas, en cuyo trayecto
su curso va encajonado a veces bajo altas barrancas cubiertas de
espesos bosques y es solo navegable en las grandes crecientes. El
Paraná medio llega desde las islas de Apipé hasta el puerto de San
Pedro 250 leguas, con costas altas de 60 metros, o tan bajas en otros
puntos que el río se desborda formando bañados, donde se halla la
causa de la formación de los camalotes, pues cuando baja el río a sus
orillas nacen cañas y otras plantas acuáticas en los depósitos flojos y
bajos de las riberas, creando la trabazón y vivienda de flores,
insectos y otra clase de animales tan poéticamente descriptos por
Nidia ARECES, Cristina DI BERNARDI y Griselda TARRAGÓ, “Blancos
e indios en el corredor fluvial paranaense” en Areces Nidia (compiladora),
Poder y sociedad Santa Fe La Vieja, 1573-1660, Rosario, Prohistoria y
Manuel Suárez, 2000.
1
274
Holmberg, viviendas que al crecer el río e inundar los terrenos
circunvecinos a sus orillas, son arrancadas en masa y flotan en las
aguas llevadas hacia abajo por la corriente. Por último el bajo Paraná
desde San Pedro hasta la confluencia con el río Uruguay cuya
sección se llama Delta del Paraná.2
En primer lugar entre los mencionados se encuentra el
ecosistema isleño, delimitado en el área delta del Paraná inferior con
aprovechamiento de fauna asociada al recurso del río y lagunas
interiores-peces, moluscos, nutrias y carpinchos entre otros-, tiene
ventajas indudables para la comunicación. A este ecosistema se
vinculan los mbeguás, chanás, chanás-mbeguá, chaná-timbues y
guaraníes.
Los tres ecosistemas restantes señalados son los ribereños
En primer término el Ribereño pampeano mixto, delimitado por el
área que corre entre la llanura chaqueña y pampeana. Los grupos que
la habitan son los timbues, carcaraes, corondas y guaranies mas
ligados al río. Es indudablemente una zona apta para el desarrollo de
la agricultura. En segundo término el ecosistema Ribereño Isleño que
se encuentra ligado al río como área aluvial del Paraná de costa baja
y anegadiza. Habitado por los mocoretaes y quiloazas. Y el tercero y
último ecosistema, el Ribereño Chaqueño Mixto. Un
aprovechamiento del paisaje chaqueño, con clima subtropical y
mejores posibilidades de caza y recolección. Los grupos que se
ubican son apenes y chaná salvajes.3
Las mismas autoras proponen una sistematización de cuatro
formas generales de la ocupación diferencial del espacio por parte de
estos grupos: Con interacción limitada pero dinámica; mostrando
interdependencia intertribal por la ocupación de un mismo
2
Manuel CERVERA, Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe: 15731853, 2° edición, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral. 1979.
3
N. Areces, C. Di Bernardi y G. Tarragó, “Blancos e indios….cit. p 16-18
275
ecosistema; y desencadenando un conflicto intertribal por la
ocupación de un mismo ecosistema y vinculaciones extraterritoriales.
Las actas del Cabildo señalan que por este río se comerciaba algo
desde Santa Fe a Santiago y principalmente hasta Matará, aunque
seguramente solo en época de crecientes y en pequeñas
embarcaciones. Varios atrevidos exploradores ya entonces
proyectaron la navegación del Salado.
Los pueblos originarios del espacio Litoral
En el siglo XVI existían varios asentamientos guaraníes, pero el más
importante era el del norte de la provincia de Corrientes y el litoral
de la de Misiones. Un segundo enclave estaba ubicado en las islas
que forma el Paraná hacia su desembocadura. Un tercer enclave
parece haber estado en las islas del delta del Paraná aunque de menor
importancia Los guaraníes, eran hábiles canoeros. Viajaban en sus
canoas a través de los cursos fluviales además de utilizarlas para la
guerra.
La familia extensa constituía la unidad social básica aunque
la expresión comunitaria era el conjunto de familias, cuyo patrón de
asentamiento era a su vez la aldea. La aldea era la comunidad
expresada4. En cuanto a lo sobrenatural, participan en líneas
generales de las concepciones explicadas en los chiriguanos y de la
noción de la “tierra sin mal”. La “tierra sin Mal” es un paraíso al cual
el héroe civilizador (asociado con el ser supremo) se retiró luego de
haber creado el mundo y traído a los hombres los conocimientos
esenciales para su supervivencia. Es allí adonde después de ciertas
pruebas llegan los muertos privilegiados, los chamanes y guerreros.
Pero este paraíso se abre también a los vivos que hayan tenido el
valor y la constancia de observar las normas de vida de los
4
Carlos MARTÍNEZ SARASOLA; Nuestros paisanos los indios Vida,
historia y destino de las comunidades indígenas en la Argentina. Emecé,
Buenos Aires, 1992
276
antepasados y que, guiados por el poder privilegiado del chamán,
hayan descubierto el camino hacia él.
En el período previo a la conquista europea, los guaraníes se
enfrentaron y se convocaron alternativamente para defender o
detentar un mayor control sobre tierras, bienes y mujeres. Con la
llegada de los españoles y portugueses, se vieron envueltos en
nuevas lógicas de dominio que les significo una puesta en juego de
su capacidad de reacción estratégica, lo cual fortaleció el poder de
ciertas parcialidades y debilito la supervivencia de otras. A partir de
la llegada de los europeos los guaraníes fueron diferenciados de otras
poblaciones de la región por el idioma y los patrones generales de
asentamiento, organización económica, tipo cerámico así como por
sus tradiciones mágico-religiosas y el tipo de liderazgo sociopolítico
manifestado.5
Los Chaná Timbú eran parcialidades ubicadas en ambas
márgenes del Paraná en territorios de las actuales provincias de
Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. Este grupo cultural
tuvo tres lugares principales de asentamiento, que de norte a sur eran;
Corrientes [mepenes y mocoretás]; Santa Fe y Entre Ríos [timbúes,
carcaráes, corondas, quiloazas y calchines]; Buenos Aires, Santa Fe y
Entre Ríos [chanaes y mbeguaes]
5
Ibid.; p 83 // Quarleri Lía; Rebelión y guerra en las fronteras del Plata.
Guaraníes, jesuitas e imperios coloniales. Fondo de Cultura Económica,
Buenos Aires, 2009. p 27
277
Mapa de ubicación de los pueblos originarios al momento de la
conquista española
Tomado del Areces Nidia (compiladora); Poder y sociedad Santa Fe La Vieja,
1573-1660. Prohistoria y Manuel Suárez. Rosario 2000
278
Mapa sobre el curso de los ríos y las principales comunidades indígenas
Tomado de Manuel Cevera, Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe: 15731853, 2° edición, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral. 1979
279
El modo de subsistencia básico era la pesca, actividad que
practicaban en grandes canoas monóxilas de hasta veinte metros de
longitud. Se organizaban en aldeas ubicadas a la vera de los ríos, con
principio de semisedentarismo en aquellos grupos que practicaban la
agricultura en forma incipiente.
Nos relata Ulrico Schmidl en su Viaje a España y Las Indias
“llevan en ambos lados de la nariz una estrellita que esta
echa de una piedra blanca y azul y son gentes grandes y
garbosas de cuerpo; pero las mujeres son toscas y las
jóvenes viejas están
siempre rasguñadas y
ensangrentadas debajo de los ojos.”6
Fray Reginaldo Lizárraga por su parte, cuando realiza su visita
a la región nos deja una descripción sobre el área del Paraguay y sus
tierras vecinas que serán Santa Fe y Corrientes.
“A la parte del Oriente de toda la provincia de Tucumán
demora (hablando como marineros) el Río de la Plata; no
sé la causa por qué le pusieron este nombre; en él no se ha
hallado una puncta, ni de oro acá llamámosle el Paraguay;
no le he visto, mas quien ha atravesado a todo el Tucumán
puede decir lo que della ha oído a españoles que cada DIA
salen a ella. Tiene algunas ciudades y grandes; la mayor y
mas principal se llama la Asumption, cabeza de aquel
reino, con mucha gente, los más allí nacidos, mestizos y
mestizas; los españoles meros son pocos. Abundante de
mucho mantenimiento, caña dulce, cosas de azúcar
muchas y muy buenas; vino bonísimo; fundada a la
barranca del río, que en muchos géneros y muy buenos
pescados es fértil, donde todos los allí nacidos, así varones
como mujeres, desde niños se enseñan a nadar y nadan
6
Ulrico SCHMIDL; Derrotero y viaje a España y las Indias, Buenos
Aires, Espasa Calpe, 1980 p 53
280
galanamente, y no es falta que las mujeres lo sepan,
porque Platón en su Republica quería que las mujeres
supiesen pelear.”7
Los Caingang ocupaban en el siglo XVI el interior de la
Mesopotamia. Estos “hombres del bosque” eran básicamente
recolectores, especialmente del fruto del pino de Misiones, también
recogían larvas y frutos silvestres, además de miel y algarroba. Eran
una cultura nómade sin asentamientos permanentes. En el siglo XVI,
los caingang sufrieron un proceso de irradiaciones culturales desde
otras regiones, lo cual de todas maneras nos dificulta la
reconstrucción exacta de lo que estaba sucediendo. Las diferentes
parcialidades estaban al mando de un cacique que en algunos casos
era el chamán. Los chamanes utilizaban la yerba mate para
comunicarse con la divinidad y conocer sus designios; sabemos
además de la importancia de los “dueños de los animales” a los que
veneraba y temía.8
Podemos señalar que este ordenamiento territorial que hemos
descripto en párrafos anteriores (comunidades indígenas
organizadas), resultara alterado por el desarrollo de la conquista de
los adelantados pero también por la influencia de las órdenes
religiosas que lleguen a estas latitudes. Como señala Guillermo
Wilde para el caso del Paraguay
“una de las claves para comprender la formación de la
organización reduccional es la importación de símbolos y
rituales de tradición hispánica para investir a las
autoridades nativas. La formación de este espacio fue un
7
Reginaldo LIZÁRRAGA, Descripción breve de toda la tierra del Perú,
Tucumán, Río de la Plata y Chile. Buenos Aires, Academia Nacional de la
Historia, 1999 p 365-368
8
C. MARTÍNEZ SARASOLA, Nuestros paisanos los indios…. Cit, p 84
281
proceso en el cual no solo se definieron limites religiosos
sino también políticos y culturales.”9
Exploración, conquista y asentamiento español:
Los adelantados
En el sistema colonial que se impuso es estas tierras
incidieron los siguientes factores: Las distintas características de las
sociedades indígenas, las características del proceso de conquista y
de los españoles que participaron en el mismo y fundamentalmente
las relaciones entre los indígenas y los españoles durante el período
de la conquista. El período inicial de la conquista se caracterizó por
su prolongada duración de medio siglo y por los frecuentes
conflictos. Entre los mismos conquistadores; su culminación no
implicó el fin de los enfrentamientos militares ya que las resistencia
de los pueblos de los valles calchaquíes continúo un siglo más y
durante todo el período colonial se mantuvieron conflictivas
relaciones con los indios no sometidos del Chaco, la Pampa y la
Patagonia y también con los portugueses.
Esta constante actividad militar implicó la necesidad de la
colaboración de los antiguos conquistadores, luego devenidos en
encomenderos, y fue la base sobre la cual se consolidó un poder
privado que siempre logró negociar desde una sólida posición la
aplicación de las políticas de la corona. El inicio de la conquista no
fue igual en todas las zonas dominadas. La expedición conquistadora
que fundó los primeros asientos en las costas del Río de la Plata y del
Paraná debió trasladarlos a causa de la resistencia indígena
provocada por la pretensión de obtener alimentos o trabajo de
sociedades que no tenían mayor capacidad para generar excedentes.
9
Guillermo WILDE, Religión y Poder en las misiones guaraníes, editorial
SB, Buenos Aires, 2009.
282
Esta expedición terminó fundando Asunción (1537) en
tierras de los sedentarios y agrícolas guaraníes, y si bien estos se
sublevaron en 1538 y 1539, la colonización se fue consolidando
sobre la base de la capacidad de Irala para manipular - a favor de los
españoles- las relaciones de parentesco establecidas con los
guaraníes mientras mantenía su colaboración al apoyarlos en sus
sangrientos enfrentamientos con los guaycurúes. En 1556, ante la
imposición del sistema de encomiendas de Irala, se desató una nueva
rebelión indígena que persistió hasta 1560, mientras que las luchas
entre facciones de españoles continuaron hasta el año 1567, cuando
la autoridad real logró imponerse a través del adelantado y
gobernador del Río de la Plata, el acaudalado minero potosino Juan
Ortiz de Zárate.
En la década de 1570-1580, se fundaron las principales
ciudades del litoral en base a los recursos de la colonia del Paraguay;
hacia allí irá su población mestiza- “los mancebos de la tierra”-, el
ganado que luego poblará las pampas y también los indios guaraníes
cuyo reparto organizado por Garay ya que en Buenos Aires y Santa
Fe el servicio de los indios locales era muy débil.10 Ignacio Telesca
señala que para cuando se fundó Asunción por 1537, ninguno de los
conquistadores la pensó como un fin en sí mismo sino como centro
de aprovisionamiento de víveres y fuerzas para llegar al famoso
Dorado.11 La mano de obra indígena fue entonces la principal riqueza
con la que contaban ahora los conquistadores, la cual fue repartida en
encomienda a partir de 155612. Al mismo tiempo se inició el éxodo
Silvia PALOMEQUE “El mundo indígena. Siglos XVI-XVIII” en
Enrique Tandeter (Dir.) Nueva Historia Argentina Tomo II, Sudamericana,
Buenos Aires, 2000.
11
Ignacio TELESCA, Tras los expulsos : Cambios demográficos y
territoriales en el Paraguay después de la expulsión de los jesuitas,
Asunción, Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción, 2009
12
Branislava SUSNIK, Una visión socio antropológica del Paraguay. XVIXVII. Asunción: Museo Etnográfico Andrés Barbero, 1993 citado por
IgnacioTELESCA “Tras los... Ibid. P 28
10
283
fundador desde Asunción; hacia el sur Santa Fe (1573), Buenos
Aires (1580), Concepción (1585) y Corrientes (1588).13
Entre las particularidades que podemos señalar en cuanto a
este espacio,
la población indígena no posee las mismas
características que otras poblaciones que también formaron parte de
procesos de conquista como los de la zona del noroeste argentino14.
Los estadios culturales de las comunidades nativas son diferentes
entre sí. Lo que genera la necesidad de aplicar estrategias diferentes
por parte de los adelantados para desarrollar los asentamientos ya
que los sistemas experimentados por los conquistadores en otros
territorios no resultaron exitosos. Ha sido caracterizada como un área
en la que prima la inestabilidad con secuencias de avances y
retrocesos y una frontera viva. La relación con el indígena se
establece aquí más que en la alianza en la negociación, la hostilidad
y la resistencia. Es considerada asimismo como una región que no
aporta población por lo que los espacios se mantienen con pocos
hombres y la apropiación de grandes extensiones de tierra sobre
diversidad de suelos. 15 Las principales investigaciones históricas
llevadas a cabo por la más temprana historiografía santafesina se la
debemos a Juan Álvarez y a Manuel Cervera.
Ignacio Telesca “Tras los... Ibid. P 28
Ver los capítulos de esta compilación de Oyarzábal Cecilia, Evangelizar
en la frontera: Santiago del Estero 1553- 1630 // De Luca Candela; Wakas e
idolatrías, castigos y milagros. La función del culto en la organización
temprana del espacio de charcas// Moreno Guadalupe “Esta tierra tan sin
disciplina y sin conocimiento” Notas sobre la presencia eclesiástica en la
jurisdicción de San Salvador de Jujuy (1550-1630)
15
Nidia ARECES, Silvana LÓPEZ, Élida REGIS, Elida y Griselda
TARRAGO. “La ciudad y los indios” en Nidia ARECES (compiladora)
“Poder y sociedad Santa Fe… Cit, pp 39-43 Se señala la existencia de 80
pobladores blancos inicialmente que llegaron a la cantidad de 126 vecinos y
moradores en 1621 y a 270 vecinos en 1675.
13
14
284
Manuel Cervera se destacó dentro de una corriente de
análisis liberal-positivista, su producción estuvo profundamente
marcada por el acopio de datos a través de rigurosas pesquisas en
documentos y textos éditos. El relato descriptivo, detallista y
minucioso de hechos singulares caracterizan sus obras, como así
también una fe inquebrantable en el "orden y progreso" y en el
espíritu laico. En su "Historia de la ciudad y provincia de Santa
Fe" presenta una concepción integral de la historia. Esta obra fue un
libro exitoso, muy consultado y citado, referencia ineludible, aun
hoy, en cualquier estudio histórico de la región, ya que contiene un
cúmulo de información por demás significativo. La temática que
predomina en sus obras es la referida a la conquista y colonización
española: para él, la indagación en el pasado era un homenaje a los
hombres que edificaron la nación.
Juan Álvarez, en “Ensayo sobre la historia de Santa Fe”16
complejiza el análisis al agregar otras dificultades a las que los
españoles deberían de enfrentarse para permanecer. Con respecto a la
ubicación geográfica Santa Fe estaba lamentablemente emplazada no
tenía un puerto fuerte ni era un núcleo de importancia y necesidad.
La producción agrícola variaba pero carecía de una capacidad
exportadora y la actividad ganadera era ínfima pero suficiente para
autoabastecer a la población. El comercio era pequeño y carecía de
importancia ya que existía una amplísima tolerancia por parte de las
autoridades locales para con los navíos extranjeros. Así, dos errores
fundamentales se cometieron al fundar la ciudad: crear un puerto
“interior” cercano a Buenos Aires que sólo condujo al
enfrentamiento
y situarla cerca del Chaco y de los indígenas
combativos que ese espacio habitaban.
Con respecto a la
problemática indígena, hasta superado el traslado, continúa la
incapacidad para mantenerlos en encomienda ya que el espacio
16
Juan Álvarez; Ensayo sobre la historia de Santa Fe. Buenos Aires,
Establecimiento Tipográfico E. Malena, 1910
285
mismo seguía habilitando su fuga, contribuyendo así a la continuidad
de la pobreza estructural de la ciudad.
En el texto de mediados de siglo XX Las ruinas de Cayastá
son de la Vieja Ciudad de Santa Fe fundada por Juan de Garay17 ,
Guillermo Furlong y Raúl Molina, abordan el entonces reciente
descubrimiento arqueológico de la vieja ciudad en el que se pueden
rastrear datos relativos a la población blanca e indígena. En el
prólogo se advierte que fueron las poblaciones indígenas no
sometidas, como los guaycurú y los calchaquíes, las que hicieron que
Santa Fe debiera ser trasladada, ya que sus estancias comenzaban a
ser despobladas, su ganado robado y los caminos al interior cortados
por invasiones y asaltos, a lo que se le suman los constantes avances
del río. Así, son cuestiones que se encuentran por fuera del control de
los vecinos las que obligaron, según el criterio de dichos
historiadores, al traslado de la ciudad, quedando a su criterio
descartado cualquier interés o estrategia propia del grupo. Se pasa
luego a corroborar mediante un padrón elevado por el Gobernado
Diego de Góngora el número de habitantes que resulta ser de mil
habitantes, entre los que se encuentran 226 indios y 126 vecinos
afincados y con familia.
El trabajo de Luis María Calvo18 aporta un detallado estudio
de los primeros pobladores de Santa Fe la Vieja. Analiza las
propiedades de dichos pobladores, confecciona una cuadrícula de
solares que se constituyeron en la fundación de la ciudad y nos
señala las principales fuentes a analizar para este período. Los libros
parroquiales, los de la iglesia matriz, Archivo de la actual catedral
metropolitana y los archivos notariales que se conservan en el
17
Guillermo FURLONG CARDIFF, Raúl A. MOLINA, Las Ruinas de
Cayastá son de la vieja ciudad de Santa Fe fundada por Garay. Buenos
Aires, Arayú, 1953.
18
Luis María CALVO, Santa Fe la Vieja: Población y grupos familiares
españoles [1573-1660], Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia,
1999.
286
departamento de estudios etnográficos y coloniales de Santa Fe:
Escrituras públicas y expedientes civiles
En el trabajo de Nidia Areces y colaboradores19 se realiza
una exhaustiva revisión de la historia del surgimiento de Santa Fe.
En la obra se analiza no sólo su fundación inicial y las relaciones
establecidas con los pobladores indígenas de la región sino también
la apropiación de tierras y mano de obra en el sistema de
encomiendas y estancias que otorgaron el poder a los nuevos
“vecinos” y habitantes llegados en el proceso de ocupación y
asentamiento. Se establecen asimismo las relaciones establecidas
como espacio de frontera con el área portuguesa y por último la
necesidad de reinstalar la ciudad en otro espacio a mediados del siglo
XVII. Una de las principales cuestiones señaladas es “la saca de
indios” denunciada reiteradas veces en el cabildo y problema
endémico en otras áreas de la región. La saca es en si misma la
demostración no sólo de la falta de mano de obra sino también la
inviabilidad del sistema de encomienda en la región. Es asimismo
testigo de la movilidad espacial intensa de las poblaciones requeridas
como mano de obra en todo el territorio ya dominado. Además
señalan las autoras:
“Los trabajadores iniciales para la construcción de la
ciudad son los guaraníes que llegaron con la expedición de
Garay, a los que se le van a sumar los grupos de la región
que pudieron ser reducidos. Este espacio de recolonización
del litoral de los ríos estaba poblado por grupos que fueron
mas dificultosamente integrados que los del área
paraguaya. Un claro indicio de esto son las dificultades
para congregar o reducir en pueblos a los grupos indígenas
existentes. Se establecieron reducciones y se intentó llevar
al respecto una política consecuente pero para el periodo
19
Nidia ARECES, Silvana LÓPEZ, Elida REGIS y Griselda TARRAGÓ;
“La ciudad y los indios” ….. Cit. pp. 39-42
287
que estudiamos estas primeras reducciones tienen una
existencia efímera por las huidas, las desastrosas
epidemias, la movilidad provocada por el cumplimiento de
faenas fuera de la reducción, el ataque a otros grupos
indígenas no sometidos.”20
En síntesis se remarca la situación de la población indígena
sufriendo el desarraigo, la desagregación y la pérdida de
identidad étnica.
En lo que concierne al tema que constituye el eje del
presente análisis si bien en la obra se otorga la mayor importancia a
la instalación en el área de la Compañía de Jesús al comenzar el siglo
XVII, sólo se señala la presencia previa de la iglesia secular como
así también la regular. La primera es mencionada, en la designación
de un edificio para la Iglesia Mayor en el acto de fundación a pesar
de no estar acompañada la expedición por sacerdotes, Se menciona
asimismo la posterior instalación de dominicos, franciscanos,
mercedarios y jesuitas.21
La Iglesia en Santa Fe
El inicio de la presencia de la religión católica en Santa Fe
con anterioridad a la instalación de la Compañía de Jesús en la
región, se llevó a cabo a través de la labor de las órdenes religiosas,
como los dominicos, betlehemitas, mercedarios, predicadores,
franciscanos. Luego de superado el período de conquista se
establecían las posibilidades del armado incipiente de una iglesia
parroquial. Dos instituciones nacieron en el mismo instante de la
fundación santafesina. La primera, el Cabildo, Ayuntamiento y
Regimiento de la Ciudad, con todas las obligaciones y prerrogativas
20
21
Nidia ARECES, Ibid., p 45
Nidia ARECES, Ibid., p. 41
288
de su gobierno, el cual fue instalado por el mismo Garay, con la
asignación de lugar propio, junto a la iglesia, frente a la plaza Mayor.
La segunda, el Templo parroquial, con la “advocación de la
Universidad de los Santos” y la sede de su edificación, a saber; en la
manzana, mirando hacia el Sud, sobre la citada plaza Mayor, en la
esquina rumbo sudoeste. Como no arribó Garay con sacerdote alguno
en la expedición fundadora, no pudo iniciarse en esos momentos, la
fabrica de la iglesia, que elevada a parroquia, vino a ser la primera
Parroquia del Litoral argentino.
El trabajo de Monseñor Nicolás Fasolino22, realiza un
recorrido y análisis importante de los hechos previos a la fundación
de Santa Fe, destacando la importancia que tuvo la fundación de la
ciudad de Asunción en Paraguay. Y como esta se convirtió en la
primera diócesis en el Plata. Con respecto a la fundación de la ciudad
de Santa Fe la Vieja, es necesario señalar que fue fundada el 15 de
noviembre de 1573 por Don Juan de Garay.23 La jurisdicción fue, la
Ciudad recientemente fundada y
“por la parte del camino del Paraguay y
hasta el cabo de los anegadizos chicos, y por río
abajo, camino de Buenos Aires, veinticinco leguas
mas debajo de Sancti Spiritus; y hacia las partes de
Tucumán, cincuenta leguas a la tierra, desde las
barrancas de este río y de la otra parte del Paraná,
otras cincuenta.”24
Fasolino destaca también la presencia de la Orden de los
Franciscanos, la más importante antes de la llegada de los Jesuitas.
Nicolás FASOLINO, “Instituciones religiosas de Santa Fe” en Historia
de las instituciones de la provincia de Santa Fe, tomo III,Santa Fe,
Comisión Redactora de la Historia de las Instituciones en la Provincia de
Santa Fe, 1970, pp195-196
23
Nicolás FASOLINO, Ibid., p 182
24
Nicolás FASOLINO, Ibid., p 182
22
289
Subraya el autor que los principales religiosos de esta orden fueron
Fray Pascual de Rivadeneyra y Fray Juan Diego de Malaver hacia el
año 1574. También es necesario señalar la existencia de dos obras
más la Venerable Tercera Orden y la Escuela de San Francisco.
Las principales reducciones mencionadas en el texto son las
pertenecientes a los Mocoretaes, Chanaes y Calchines. Es de creer,
sin embargo, que los primeros habitantes de Santa Fe de acuerdo a la
tradición española católica, al mensaje, que envolvía el nombre de la
nueva población, iniciaron prontamente los trabajos para la
edificación del templo parroquial, a los fines de rendir el culto
externo, propio de nuestra iglesia. Las doctrinas de indios eran temas
de tratamiento en el cabildo de la antigua ciudad de Santa Fe la
Vieja, sobre todo en cuanto al sustento de los religiosos,
“Sin embargo, desde el 21 de mayo, merced a
provisión hecha por el vicario general Ortiz
Melgarejo, hallabase en Santa Fe, como cura y
vicario de naturales el p. arias mansilla, quien se
encargaba de adoctrinar a los indios. El
estipendio por la visita dos veces al año a las
doctrinas de indios, era de tres tomines por cada
indio al año y se le pagarían dos partes del
estipendio en sayal y la tercera en lienzo. El
teniente de Gobernador dio al P. Arias de
Mansilla la lista de las doctrinas a visitar. El año
se considerara desde la salida del Cura, que será
el día siguiente a la fiesta de San Juan Bautista, y
el estipendio se le abonaría cada cuatro meses.
Además, para el sustento del Cura y Vicario cada
uno acudiría con bizcochos, may, carneros, tocino
y luego con vino para celebrar. Todo habían de
290
dar los españoles; nada podía esperarse de los
indios.”25
Florencia Font señala la llegada de la Compañía de Jesús al
espacio santafesino se da en 1610, de manera más retrasada que las
otras órdenes. Según la autora la orden confecciona una red de
solidaridades y el primer eslabón de esa cadena seria el Colegio de la
Inmaculada, a partir del cual los jesuitas se vinculan con los distintos
estamentos de la sociedad santafesina. Font indica que las
reducciones jesuíticas tienen un éxito relativo debido a las
características de la población española cercana como por las pautas
socioculturales de los mocovíes, que es el grupo nativo que ella
analiza. Toma como base documental el relato de Florián Paucke ya
a mediados del siglo XVIII “Hacia allá y para acá. Una estada
entre los indios mocobies (1749-1767).”26 Para urgir esta labor
espiritual, llegaron en los comienzos de la vida ciudadana, los
religiosos de la Orden de Menores Franciscanos quienes a través de
cuatro siglos, nunca abandonaron su obra y su ministerio en la ciudad
santafesina.
25
Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe. Actas del cabildo de
la ciudad de Santa Fe Tomo I, Santa Fe, 1942-1944
26
Según la autora la orden confecciona una red de solidaridades y el primer
eslabón de esa cadena seria el Colegio de la Inmaculada, a partir del cual los
jesuitas se vinculan con los distintos estamentos de la sociedad santafesina.
Font indica que las reducciones jesuíticas tienen un éxito relativo debido a
las características de la población española cercana como por las pautas
socioculturales de los mocovíes, que es el grupo nativo que ella analiza.
Toma como base documental el relato de Florián Paucke ya a mediados del
siglo XVIII Hacia allá y para acá. Una estada entre los indios mocobies
(1749-1767). Font, M.Florencia Caciques y misioneros. Jefaturas en la
reducción de San Francisco Javier de Mocovíes en Santa Fé, En: Mata de
López, Sara y Areces, Nidia (coordinadoras) Historia Regional. Estudios de
casos y reflexiones teóricas .Salta, UNS, 2006.
291
Se afirma que el P. Fray Juan Pascual de Rivadeneyra, pasó
por la nueva población y estuvo un tiempo en Santa Fe,
aprovechando ese tiempo para iniciar la construcción del Convento
Franciscano, pues ya estaba al frente de la Parroquia el P. Fray Diego
de Malaver, quien llego, en una expedición misionera enviada desde
Lima. El P. Rivadeneyra siguió su marcha fundadora hacia
Asunción. Sin embargo las obras no se realizaron con presteza, ya
que también el Convento de San Francisco padeció de la misma
enfermedad colonial, la lentitud y arrastre de las edificaciones. Don
Hernandarias de Saavedra, teniente de gobernador en 1594, “hizo
bajar” a la ciudad de Santa Fe, grandes palmeras, las cuales según
algunos, eran tan gruesas como el cuerpo de un hombre, y con esas
canaletas de palma cubrió y techó todo el edificio.
No hubo paz, en la primera década ciudadana, y ya en esos
primeros años, nació y creció una honda diferencia entre españoles y
criollos o “mancebos de la tierra”, en especial porque los primeros,
se creían con el absoluto derecho a detentar el mando en el Cabildo
de la ciudad; mientras otros conquistadores no dejaban de azuzar
desde fuera, ya que, al hablar de este hecho, Garay escribió que “[…]
la desvergüenza y alteración que sucedió en la ciudad de Santa Fe
no hubiera acaecido, si de antes no lo hubiera molestado el virrey de
Lima, Don Francisco de Toledo.”
Los Franciscanos hacia 1580 no debieron ser mas de tres o
cuatro religiosos, cuya edad estima aunque es un tanto increíble
Fasolino oscilaba cerca de los ochenta años, por lo cual el ministerio
pastoral era sumamente reducido; sin embargo a los Franciscanos se
les debe la firmeza de la fe en los habitantes de la ciudad y la
iniciación de las reducciones de indios en los contornos y aún a
mayor distancia. Es la Orden que estuvo más entrañablemente unida
a la población de la ciudad de Garay y a su historia, de manera que
todos los altos y bajos, y todas las vicisitudes, que afligieron a la
Ciudad, repercutieron en los claustros franciscanos, en donde se
prodigó no pocas veces, la caridad y el asilo – dos pilares del
292
accionar religioso en aquel tiempo, en situaciones de escasez y en
acontecimientos públicos bien dolorosos.
Brote de la actividad espiritual y cultural de los Religiosos
Franciscanos han sido especialmente dos obras. La primera de ellas
es la Venerable Orden Tercera, cuyo establecimiento, fue una natural
consecuencia de la vida claustral franciscana. Las primeras
reducciones fueron reducidas por los Religiosos Franciscanos, cerca
de la ciudad de Santa Fe, a las que se añadieron otras regenteadas por
sacerdotes diocesanos, en especial nativos, de modo que en 1621, el
obispo de Buenos Aires, fray Don Pedro de Carranza, en 15 de
agosto, y el gobernador del Río de la Plata, Don Diego de Góngora,
pudieron reconocer dichas Reducciones, citando en especial las de
San Lorenzo de los Mocoretaes, San Bartolomé de los Chanaes y San
Miguel de los Calchines, por citar tan solamente algunas.
La Iglesia secular y la distribución de las parroquias en el
territorio es una de las acciones que acompañaron en América a la
fundación de ciudades. En Santa Fe la iglesia Matriz ocupaba dos
solares, mientras que, en la misma manzana, el solar con frente a la
plaza fue destinado en principio al cabildo. Garay concedió el solar
restante a Bernabé Sánchez, uno de los peninsulares fundadores27. A
pesar de todas las buenas voluntades, la obra de la Iglesia parroquial
anidaba aun en los deseos del pueblo y en las preocupaciones del
Cabildo, pero avanzaba muy lentamente, por lo cual el nuevo
Cabildo, que inicio su mandato el 1 de enero de 1578, estableció en
su primera reunión, la multa de “seis varas de lienzo para la obra de
la Iglesia, a los que no cercaran sus pertenencias, dentro de los
primeros quince días”.
Sin embargo, ya la Iglesia había recibido la primera ofensa
de parte del presuntuoso joven teniente de gobernador, don Diego
27
Darío Barriera, Conquista y colonización hispánica: Santa Fe la Vieja
[1573-1660] tomo 2 en Barriera Darío (Dir.) Nueva Historia de Santa Fe,
Rosario, Prohistoria-La Capital, 2006.
293
Ortiz de Zarate y Mendieta. Era en el año de 1577. Mendieta entro en
sospechas contra el antiguo Teniente de gobernador, Don Francisco
de Sierra y los Alcaldes de la Ciudad. Estos últimos se presentaron a
exponer sus excusas y sincerarse; aun cuando Mendieta los despidió
con buenas palabras, sin embargo Sierra, conocedor del
temperamento cruel de la joven Autoridad, se fue a la Iglesia
parroquial y se asiló allí, defendido por la inmunidad eclesiástica del
lugar sagrado.28 No se detuvo Mendieta en tales prescripciones
jurídicas e invadió el recinto sagrado, a caballo, profanó el asilo y
contra todo derecho sacó oprobiosamente a Sierra, dándole de
estocadas, y milagro fue que escapara con vida. El pueblo de Santa
Fe se levantó iracundo, y mientras Mendieta era expulsado de la
Ciudad, el Cabildo elevó a Sierra al cargo de Teniente de
Gobernador.
Dada la religiosidad de los españoles, fue natural que, apenas
fundada la Ciudad, se iniciara la construcción de la Iglesia, que debía
ser la parroquial, o la Matriz, como en algunas partes se la llamaba
con edificio importante, según la calidad. Mas la realidad fue bien
otra. La pobreza de la población se retrató en la obra de la Iglesia, y,
permanentemente postergada a pesar de los pedidos de los Curas
párrocos al Cabildo ciudadano
y las resoluciones de esta
corporación. La razón de la prolongada vacante la expresa Don Juan
de Garay, en carta al rey, con motivo de la presentación de Guerra, y
en donde explica a la vez por qué el obispo no trajo compañía de
religiosos, pues
“[…] harta necesidad de ellos había en la
diócesis asunceña,… cuando dice: “No hubo religioso,
que quisiese venir a esta miseria, aunque podrían
28
El asilo en sagrado es un práctica habitualmente común en el período
colonial y bien entrado el siglo XIX, en la cual un individuo que es
perseguido por alguna autoridad, se refugia en un templo [precisamente el
altar] y reclama para sí el derecho a no ser capturado o en todo caso no ser
maltratado al momento del arresto.
294
ganar harta riqueza de almas, tan faltas de doctrina
cristiana, Dios por su misericordia lo remedie.” 29
A pesar de sus pedidos y solicitudes al rey, de las cuales la
última, en la carta de Garay, fechada en Marzo en 1583, suplicaba
religiosos, ornamentos y campanas, nada se obtuvo y el bravo
Capitán moría a manos de los indígenas, juntamente con un fraile
franciscano, sin haber podido remediar la miseria espiritual de
Asunción, Santa Fe y Buenos Aires, las ciudades del Litoral, que
habrían de inmortalizar su nombre a través de la historia.
El segundo obispo, fray Guerra tuvo un gobierno accidentado
en Asunción con repercusión en Santa Fe. La tranquila vida de sus
contados pobladores se vio turbada por un incidente entre el pueblo
santafesino, representado por su cabildo y el obispo, cuyas
constituciones exigían que se abonara medio peso por la doctrina a
darse a cada indio; además de los derechos de entierro y casamiento
de los indios y otros diezmos; todo lo cual tuvo mala acogida
popular.
Las constituciones fueron leídas en la Iglesia Matriz, según
mandato episcopal, y en vista de que se las conceptuaran
perjudiciales a la republica, se reunieron en 20 de mayo de 1585,
para apelar o suplicar contra ellas al rey, el teniente de gobernador.
Don Gonzalo Martel de Guzmán y el cabildo de la ciudad,
resolviendo dar poder especial al procurador de la ciudad, Don Pedro
de Espinosa, a fin de mover pleito y poder estar ante cualquier
jurisdicción y justicia, sea eclesiástica o civil. Tres años más tarde-20
de agosto de 1588, el Rey proveyó no se establecieran nuevos
diezmos; y solamente se exigiera el primer diezmo, el de la Doctrina
cristiana. Esta provisión llegó con inexplicable tardanza, pues fue
notificada a los sacerdotes de Santa Fe en los años 1618 y 1619,
29
Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe. Actas del cabildo de
la ciudad de Santa Fe Tomo I, Santa Fe, 1942-1944 pp. XVIII
295
cuando ya el obispo Fray Guerra había sido transferido a la diócesis
de Michoacán, en Méjico.
El asunto diezmos y aranceles, siempre dio pie a disgustos,
enfrentamientos y excomuniones o persecuciones, en especial con
los que no abonaban lo establecido, los compradores en remate, y los
que no cumplían con las autoridades eclesiásticas. Los aranceles eran
cortos y los diezmos bastante pobres hasta casi el final del siglo
XVIII, fecha en la que se acrecentaron por el adelanto de la Ciudad
y las vaquerías de la otra banda del Paraná. Los diezmos se dividían
en cuatro partes; la primera para la sustentación del Obispo y del
seminario conciliar, la segunda para las prebendas del cabildo
eclesiástico de Buenos Aires; la tercera y la cuarta parte para la
congrua sustentación del cura párroco, beneficiados de epístola y de
evangelio y otros sacerdotes, además de la Iglesia y su llamada
Fábrica o gastos de culto y expensas de mantenimiento de los
edificios. Luego debían mantener sacristanes y ayudantes, como
también hacer frente a la subsistencia del hospital.30
El nacimiento institucional de la Iglesia Católica en Santa Fe,
tuvo como podemos observar que sortear las dificultades económicas
existentes para la erección de los templos. Es por eso que a nuestro
modo de ver, fueron las principales órdenes regulares, las que dieron
inicio a lo que denominamos evangelización.
La acción del conjunto de las órdenes regulares permitió, el
establecimiento de los “mancebos de la tierra” y así poder establecer
un orden territorial vinculado al desarrollo de la encomienda.
San Juan Vera de las Siete Corrientes
“en el nombre de la santísima trinidad padre, hijo y
espíritu santo tres personas y un solo dios verdadero y de
la santísima virgen María su madre y del rey don Felipe
30
Fasolino Nicolás, Ibidem, p. 188-190
296
Nuestro señor yo el licenciado Johan de Torres de vera y
Aragón adelantado gobernador y capitán general y justicia
mayor y alguacil mayor de todas estas provincias del río
de la plata por su majestad en cumplimiento de la
capitulación que hizo el adelantado Juan Ortiz de zarate
caballero de la horden de señor santiago mi suegro con su
majestad de que poblaría ciertos pueblos en estas
provincias como mas largamente se contiene en la dicha
capitulación a que me rrefiero en cumplimiento de ella
fundo y asiento y pueblo la ciudad de vera en el sitio que
llaman de las siete corrientes provincia del Paraná y el tape
con los limites e términos siguientes de las ciudades de la
Asunción de la concepción de buena esperanza santa fe y
san salvador ciudad real villa rica del espíritu santo san
francisco y biaca en la costa del mar del norte para agora y
para siempre jamás en el entretanto que su majestad o por
mi otra cosa sea mandado en su real nombre la qual dicha
parte parece ser mejor y buen sitio donde la gente pueda
estar y poblar por tener como tiene tierras de labor leña
pesquerías pastos montes para la sustentación de los
dichos pobladores y de sus ganados para la perpetuación
de la dicha ciudad con muchas tierras para estancias para
repartir a los pobladores y vecinos de ella como su
majestad lo manda por sus reales cedulas con protestación
que si se hallare otro sitio mejor se pueda trasladar la dicha
ciudad con el propio nombre de donde convenga mas al
servicio de dios nuestro señor y de su majestad bien y
utilidad de los pobladores y esta mudanza se haga con
acuerdo y parecer del cabildo…”31
La ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes, ubicada
en el litoral del actual territorio argentino, fue fundada en el año
31
Academia Nacional de la Historia; Actas Capitulares de Corrientes,
Tomo I, ANH, Buenos Aires, 1941-1946. p 28-29
297
1588 por Juan Torres de Vera y Aragón; en cumplimiento de los
compromisos contraídos por su suegro, el adelantado del Río de la
Plata, Juan Ortiz de Zárate. Con el establecimiento de esta ciudad, en
el lugar que se conocía como de las “Siete corrientes”, se
completaron las bases iniciales para la conquista del Río de la Plata.
Corrientes, en dicho momento se constituyó en un avance en el
poblamiento del territorio todavía marginal de la actual Mesopotamia
argentina, también una escala para la comunicación con el Tucumán
a través de las ciudades de Concepción del Bermejo y Esteco.
Condicionada por su situación de frontera, entre otras
características, tuvo serias dificultades en los primeros tiempos para
hacer efectiva la dominación de los diversos grupos indígenas de la
región. Desde el momento de su fundación y durante todo el siglo
XVII, sus vecinos asistieron a la inestabilidad y al avance
permanente de los grupos chaqueños. En Corrientes la organización
de la población indígena se dio a través de la encomienda. María
Laura Salinas32 que ha estudiado el tema de la sujeción indígena y el
reparto de recursos por parte de los españoles señala dos tipos de
encomienda particulares en Corrientes y sus alrededores:
La encomienda de indios mitarios: estaba conformada por indígenas
que vivían en pueblos o reducciones. En algunos casos tanto en
Paraguay como en Corrientes estos pueblos estaban administrados
por religiosos franciscanos (Itá, Caazapá, Yuty, Itatí) en otros casos
los indígenas estaban reunidos en pueblos pero no tenían la presencia
permanente de religiosos.
La encomienda de indios originarios: eran indígenas que por lo
general habían sido repartidos por los gobernadores individualmente,
o por familias. Vivian en las chacras o casas de sus encomenderos y
estaban obligados a servirlos de por vida. La labor de convertir
32
María Laura SALINAS; Dominación colonial y trabajo indígena. Un
estudio de la encomienda en Corrientes colonial. Asunción, Centro de
Estudios Antropológicos de la Universidad Católica (CEADUC). Biblioteca
de Estudios Paraguayos-Volumen 81,. 2010.
298
indios se realizaba por medio de doctrina y reducciones. Las
doctrinas estaban generalmente a cargo de sacerdotes del clero
secular, llamados doctrineros aunque también se hicieron cargo de
las reducciones sacerdotes pertenecientes a las distintas ordenes
religiosas; se dirigían a la conversión tanto de los indios originarios,
o de servicio personal, como de los pueblos de indios encomendados.
La organización en pueblos de indios, tenía el objetivo de lograr un
gobierno autónomo por parte de los indígenas, en ellos no podían
habitar encomenderos ni españoles.
Trazado el pueblo, construidas las casas y asentados los
indios, se procedía a nombrar un alcalde indio de la misma
reducción. Si pasase las 80 casas, dos alcaldes y dos regidores. Los
nombramientos debían hacerse anualmente. La organización de estos
pueblos se hizo en base a dos tipos de propiedad: la del indio y la de
la comunidad. Paralelamente a la organización de la recién fundada
ciudad de Corrientes, se fueron conformando una serie de pueblos de
indios en las cercanías. Las poblaciones españolas estratégicamente
ubicadas en el litoral, pero escasas y muy aisladas entre sí, dejaban
vastas extensiones sin cubrir y numerosas poblaciones indígenas
fuera de su alcance.
Los franciscanos a mediados del siglo XVI ya habían dotado
al Paraguay y a Buenos Aires de numerosas reducciones estables, y
sus pobladores se hallaban encomendados a vecinos de la ciudad.
Fundaron las reducciones de Altos (1580), Yaguarón (1587-8), San
José de Caazapá (1607) y Yuty (1612). La presencia del clero secular
en Corrientes fue demasiado tardía, incluso la creación de la Iglesia
principal se desarrollo.
Al igual que en Santa Fe aquí encontramos el mismo proceso,
el desarrollo de las prácticas religiosas y el proceso de
evangelización, lo llevan adelante los religiosos regulares.
299
Asimismo esto refuerza nuestra idea de que son las órdenes
religiosas las que sitúan la organización espacial, a través de las
doctrinas y las encomiendas.
El proceso de Corrientes es similar a los que se describen
para Santa Fe y para toda la región del litoral incluida la fundación
de Asunción. Es necesario señalar que estos procesos se enmarcan un
proceso de entrada al territorio argentino que difiere del desarrollado
por los adelantados que ingresan por el noroeste argentino. Pero
cuyos objetivos son el unificar los puntos de encuentro entre Potosí,
Córdoba, Asunción y finalmente Buenos Aires.
A modo de conclusión
En primer lugar señalar que el descubrimiento y población
del área del litoral, atravesó una serie de dificultades en torno a los
grupos indígenas que vivían en el espacio. La ciudad de Buenos
Aires debió ser fundada dos veces y Asunción se transformo en un
polo de concentración que generaba al decir de Juan Carlos
Garavaglia33 un modo de producción subsidiario de otro mayor como
lo era la mina potosina.
Es así que este corredor del litoral, cuyo eje central es el río
Paraná, canal de comunicación con la salida al Atlántico (Buenos
Aires) y las ciudades principales (Santa Fe y Corrientes) que se
vinculan con el “espacio peruano”34 cuyo eje central es el camino
real que une a Córdoba con todo el espacio del noroeste.
Juan Carlos GARAVAGLIA, “Un modo de producción subsidiario: la
organización económica de las comunidades guaranizadas durante los siglos
XVII-XVIII en la formación regional altoperuana-rioplatense”, en
Assadourian, C. (comp.) Modos de Producción en América Latina.
Cuadernos de Pasado y Presente. México. Siglo XXI. 1984.
34
Assadourian Carlos Sempat, El sistema de la economía colonial: El
mercado interior. Regiones y espacio económico. México Nueva Imagen.
1983.
33
300
Los grupos que habitaban este espacio, como lo señalan varios
de los autores de consulta, eran seminómadas. No estaban
establecidos en lugares fijos. Lo cual dificultaba el dominio por parte
de los conquistadores. Sin embargo estos pueblos fueron reducidos y
subordinados a organizarse en algunos caso en misiones, en doctrinas
o encomiendas.
La presencia de la Iglesia Católica en los momentos
fundantes de las ciudades tiene relación con esta situación. Las
principales órdenes regulares eran las que llevaban adelante el
desarrollo de las encomiendas tanto en la ciudad de Santa Fe como
en San Juan de Vera de las Siete Corrientes. En Santa Fe la duración
de la misma fue relativamente corta hasta el traslado de la ciudad a
su ubicación actual. En Corrientes atravesaron todo el siglo XVII y a
principios del XVIII finalizaron. La presencia de la iglesia secular, es
más notoria en la ciudad de Santa Fe, por lo que Fasolino nos ha
mostrado la presencia del clero diocesano y el desarrollo de las
edificaciones. En tanto que en Corrientes esta presencia se ve
mayormente demorada.
Es necesario señalar que el vinculo Iglesia-Corona posibilito
esta empresa de conquista, dominio y organización del nuevo espacio
explorado. Organizando la ubicación de las comunidades nativas y el
trazado del espacio en función de una lógica económica y plan de
colonización.
301
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303
Cambios, permanencias y particularidades
“[…] andaba a caza de almas como de fieras,
porque hay gran número de indios
huyendo de los sacramentos”[p.266]
[…]se convirtieron seiscientos omaguas, hechos corderos de lobos
que eran antes, y doscientos diez y ocho renegados abjuraron sus
errores, casándose luego como ordena la Iglesia” [p. 161]
Repetimos estas citas elocuentes que sintetizan la realidad
de la evangelización en territorio argentino en sus áreas más
marginales y que se repite en el contacto con las poblaciones
americanas en los estadios culturales más elementales. Pusimos el
acento en analizar los primeros contactos sobre un eje temático, en
este caso, el proceso histórico de la evangelización inicial. Nos
propusimos observar la diversidad de realidades de las poblaciones
que habitaban en el territorio y la necesidad de arbitrar diferentes
estrategias para lograr el objetivo de la evangelización. Metodologías
antiguas y probadas en el continente europeo y/o pragmáticas en
función de la conciencia de la realidad local, adquirida en el
contacto, por los conquistadores en su conjunto y por los
representantes de la Iglesia en particular. Puede observarse la
diversidad, la permanencia y las particularidades en cada uno de los
procesos históricos analizados que no cubren tampoco la totalidad
del territorio pero esperamos que esta síntesis sea de utilidad.
Cada uno de los autores, egresados de sus carreras durante el
proceso de elaboración del tema, recibió una orientación básica con
el objetivo de que, con los mismos instrumentos, surgiera el enfoque
personal tanto en la indagación como sobre los resultados obtenidos
304
y la exposición del mismo. En el proceso inicial de la desorientación
de cada uno frente a un tema que solicitaban y a la vez eran
conscientes que no era absolutamente novedoso y original, sufrieron.
Luego surgieron en ese contexto los caminos hacia la reconstrucción
histórica de este proceso intrincado que a mi juicio
sin duda
supieron desmadejar.
Surge así este mundo complejo y plagado de limitaciones
tanto en el asombro y la creatividad de los pobladores como en la
necesaria creatividad y reformulación constante de los
conquistadores a contrapelo de sus propias experiencias ante cada
nuevo contacto. La dinámica de la conquista superó
en
negociaciones, tensiones y conflictos múltiples a unos y otros y
generó la inestabilidad de la frontera y la resistencia como la
experiencia más extendida. Si bien la diversidad y particularismo de
cada región en estos confines no confundió a Lizárraga como a
tantos otros en la definición de hombres y regiones tan diversos y
adoptó el criterio de unificar el discurso de la borrachera o el
salvajismo, si lo experimentaron los pobladores que se asentaron en
el territorio.
En todos los casos en el área del noroeste, el centro y el
litoral la presencia de los levantamientos de indios calchaquíes y
chaqueños incide sobre el ordenamiento del espacio y el crecimiento
de los centros urbanos. La cuestión de la lengua y su aprendizaje es
siempre una valla para la comunicación. La lucha por el poder invade
todas las experiencias generando favoritismos, tensiones,
desautorización y entorpecimiento del proceso de asimilación. Los
conflictos afectan tanto a los agentes indígenas y religiosos como
también se dan entre laicos y religiosos, grupos indígenas entre sí o
con sus propias autoridades. Los “saberes diferenciados” van
configurando en cada espacio sociedades jerarquizadas,
desigualdades sociales y étnicas y la alteración de lo dado, lo
conocido. El poder se ejerce en forma sanguinaria y en las diferentes
formas del abuso sin olvidarse de la obtención de beneficios ni
305
tampoco, en el caso de los sacerdotes, del cobro de salarios
asignados para la doctrina. Las apetencias de los dominadores
generaron a su vez la movilidad constante de la población en
procesos de relocalización y de saca.
La evangelización es reiteradamente pintada como un
esfuerzo superficial con multiplicidad de actores diversos que
transmiten viejas supersticiones y prácticas del viejo mundo. Todo
ello no impide que la religión católica se instale entonces
adquiriendo no sólo una dimensión cultural sino fundamentalmente
política. Es central en la organización del espacio y rápidamente se
organiza aunque sin recursos, como institución, sus sínodos y
concilios, reducciones, ermitas y formas de enterramiento. La fuerza
de sus enfrentamientos con cabildos, funcionarios y encomenderos lo
atestiguan.
Observamos como cuestiones comunes una vez más la
escasez crónica de sacerdotes, clérigos y religiosos, pobreza de las
regiones que multiplica los curatos pobres, aislados, descontento,
desazón, desdén de los religiosos por estas tierras y por lo que creen
es la indolencia de los naturales. Recurrencia a la colaboración de los
mismos indios (fiscales) en la evangelización y construcción de las
iglesias. Predominio en algunas regiones del accionar de los
regulares y en otros de los seculares. Escasa fuerza y recursos de los
obispados locales que impiden su asistencia a sínodos y concilios y,
en comparación mayor fuerza en la Iglesia de Santiago de Chile. Se
observa asimismo una evangelización efectiva con posterioridad a la
fundación de ciudades y pervivencia de prácticas prehispánicas
alojadas en cofradías y hermandades católicas.
En Alto Perú la mayor complejidad social, religiosa y
cultural de la sociedad originaria y el hecho de constituir un centro
de mayor interés para los conquistadores, nos enfrenta a una
experiencia religiosa diferente con espacios sacralizados y de
peregrinación regional, ocultamiento y traslado de deidades,
306
estrategias de conversión con abundancia de imágenes, ostentación y
proliferación de cofradías de indios y fiestas religiosas que nos
muestran otra realidad en el mismo proceso de evangelización.
La contracara de los espacios del Noroeste y Cuyo
previamente pertenecientes en mayor y menor medida al área del
incario, es el litoral, sólo comparable con la experiencia en el sur
cuyano. Santa Fe y Corrientes representan a la región. Con
abundante población, enclaves en estadios culturales de agricultura
en aldeas y de caza, pesca y recolección con nomadismo en su mayor
parte, centro de rebeliones, de sacas y de huidas, la inestabilidad, los
avances y los retrocesos caracterizan a la región en la que
predominan la hostilidad, el despoblamiento y la resistencia. Las
tensiones entre los mismos dominadores habilitan tempranamente el
uso del asilo y obispos y vecinos se enfrentan en torno a los diezmos.
En Cuyo la movilidad y extracción permanente de población
para atender las necesidades de los encomenderos residentes en
Santiago de Chile y las prácticas violentas en el proceso de
ocupación del territorio hacen que, “vivir en Cuyo parezca un
destierro”. La escasez de religiosos en la región es preocupación
constante del Obispado reiterándose las Visitas Pastorales, la
traducción a lenguas vernáculas como “instrumento de doctrinar” en
tanto la denuncia de explotación enfrenta a obispos y oidores. A
pesar de ello un espíritu de autonomía y resistencia a la imposición
del control y del disciplinamiento, son el rasgo visible en esta región.
En nuestro análisis deduzco que el largo proceso entre la
prédica, el convencimiento, la conversión real o disfrazada, la
dominación y la explotación no resultó sencillo. Eliminar las
antiguas religiones y prácticas rituales para imponer la nueva
religión resultó arduo, trabajoso y sin recursos humanos ni
económicos para concretarlo. Lograron sin embargo imponer la
religión católica, afirmar la pervivencia de la dominación, la
convivencia controlada, la prédica en reducciones y parroquias, la
307
transmisión de la religión por parte de nuevas generaciones de las
comunidades, la extensión de cofradías y hermandades, la educación
y la salud bajo el control de la Iglesia y, particularmente la paulatina
y permanente
desarticulación y desnaturalización de las
comunidades indígenas dominadas integrándolas paulatinamente a la
sociedad tanto en el área rural como la urbana en un proceso intenso
de hispanización.
Silvia C. Mallo
308