Dossier A 150 años de la Comuna de París
Apuntes sobre un enigma filosófico: La República
universal y la Comuna de París (1871)
Notes on a philosophical enigma: The Universal Republic and the Paris
Commune (1871)
PATRICE VERMEREN1
Traducción y corrección:
Susana Villavicencio2
Resumen: ¿Cómo podemos pensar la Comuna de París (1871) si no es como una revolución prematura
(Marx) o como la responsable de haber salvado la República en Francia? Si el acontecimiento no procede
de ninguna necesidad histórica, ¿qué sentido tiene el enigma de esta afirmación inesperada de un
principio político, bajo la bandera de una República universal, y que ve a un pueblo entero de sin
nombres constituirse en sujetos de la emancipación, en la existencia misma en acto de un poder de
igualdad y en la experiencia inédita de la democracia contra el Estado?
Palabras clave: Comunero; barbarie letrada; república universal; educación integral.
Abstract: Is it possible to think the Paris Commune (1871) other than as a premature revolution (Marx)
or as having saved the Republic in France? If the event did not stem from any historical necessity, what is
the meaning of the enigma of this unexpected affirmation of a political principle, under the banner of a
universal Republic, which sees the nameless people constituting themselves as subjects of emancipation
in the existence in act of a force of equality and in the unprecedented experience of a democracy against
the state?
Keywords: Commoner; literate barbarism; universal republic; integrated education.
________________
Cómo citar: Vermeren, P. (2020). Un enigma filosófico: La República universal y la Comuna de París (1871).
Cuadernos Filosóficos, 17.
Publicado bajo licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 4.0 Internacional [CC BY-ND 4.0]
Fecha de recepción: 10/01/2021
Fecha de aprobación: 12/03/2021
1 Universidad París 8 (Saint-Denis, Isla de Francia, Francia).
ORCID ID: https://orcid.org/0000-0002-5976-4393.
[email protected]
2 Universidad de Buenos Aires (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina).
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La Comuna de París comienza por una insurrección en la colina de Montmartre el 18 de
marzo de 1871 y termina 72 días después, en las últimas barricadas al este de París. Durante
estos 72 días, una asamblea ‘comunalista’ se instala en el Hotel de Ville de París a manos de los
`comuneros’ (communards). La represión fue feroz: 20.000 muertos, con certeza, 10.000
condenados por insurrección deportados a Nueva Caledonia o a Argelia, y 6.000 exiliados —
la mayoría en Inglaterra, pero también en América del Sur.
1) A fines de 1871, Elme Caro, profesor de filosofía de la Sorbona que dedicó toda su vida a
defender la sociedad francesa contra la invasión del ateísmo y del pesimismo en nombre del
espiritualismo, escribe: “acabamos de escaparle a la barbarie, pero lo que debemos saber es
que, en ese furioso asalto contra la civilización, se trató de una barbarie ilustrada” (Caro,
1872). A este juicio, según el cual la Comuna de París ha sido en verdad una invasión de la
bohemia literaria y filosófica en un gobierno hecho a su imagen, responde como en eco la
lectura que hace George Sand –no obstante partidaria de la revolución precedente, la de la
República de 1848– del capítulo “La orgía roja” del libro de Paul de San Víctor, donde la
insurrección de 1871 es descrita como una parodia grotesca y sangrienta de la de 1793 (de
Saint Victor, 1871; Sand, 1987, p. 52 y ss.).
O bien la reacción de Nietzsche frente al falso anuncio del incendio del Louvre por los
insurgentes. El razonamiento de Nietzsche en El nacimiento de la tragedia (Nietzsche, 1977)3
es que el destino de la cultura es el de una horrible destrucción, porque la fe en la felicidad
terrestre de todos tiene por efecto sacudir a la sociedad, sembrando el descontento en una
“clase bárbara de esclavos” capturada por utopías que les hacen ver su existencia como una
injusticia y que no hay más fe que en las revueltas incesantes.
Sabemos que la palabra ‘bárbaro’ (adjetivo calificativo) fue utilizada por primera vez en la
antigua Grecia para designar aquellos que no son griegos, que hablan mal y por lo tanto
piensan y actúan mal, que viven en el exceso, en la hubris, y son incapaces de instaurar un
orden político fundado en la razón. La palabra barbarie (sustantivo común) fue inventada por
los romanos y los cristianos, que reivindican, cada uno a su manera, la humanidad contra la
bestialidad de aquellos que optan por la inhumanidad. Pero la palabra barbarie cobró un
sentido más fuerte en la Modernidad, mediante 5 rasgos particulares: el goce de matar, la
insensibilidad, la interioridad, la destrucción de la civilización, la ausencia de organización
política (Droit, 2019; Navet, 1982).
3 Ver también Nietzsche (1992, p. 188; 1968, p. 344).
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2) ¿Qué es de hecho la Comuna? En cierto modo es la cuarta tentativa de revolución en la
Francia del siglo XIX: después de la Revolución francesa de 1789, que dio lugar a la primera
República seguida por el imperio napoleónico y la restauración de la monarquía de los
Borbones, de la revolución malograda de 1830, confiscada al pueblo por la monarquía
constitucional de Louis-Phillipe, y de la revolución traicionada de 1848, que instala la segunda
República y termina con el golpe de Estado del presidente Luis Napoleón Bonaparte,
engendrando el Segundo Imperio, un régimen de facto y autoritario. Después de 18 años de
reinado, Napoleón III, físicamente enfermo, declara la guerra contra la Alemania de Bismarck el
19 de julio de 1870, provocando la invasión de Alsacia y Lorena, el arresto del Emperador y la
derrota desastrosa de Sedán, y finalmente la capitulación de la Armada francesa en Metz el 2
de septiembre. El 4 de septiembre se proclama la República; una República conservadora, la
República de los Jules: Jules Favre, Jules Simon, Jules Ferry, que reemplaza el Segundo Imperio y
capaz de restaurar la monarquía. Dicha república se dota de un gobierno de Defensa Nacional,
mientras que París se encuentra sitiada por los prusianos. Un París poblado en un 60% por
asalariados, obreros, empleados, domésticos o conserjes, sin contar numerosos artesanos y
artistas, un pueblo tradicionalmente animado por el patriotismo luego de la Revolución
Francesa y, entre sus elementos más avanzados, por el sueño internacionalista de una
República universal garante de la paz mundial y de la fraternidad entre los pueblos. El 28 de
enero 1871 se firma el armisticio, pero París, que se encuentra aún bajo sitio, rechaza los
compromisos del tratado de paz, entre ellos la pérdida de Alsacia y Lorena y una
indemnización de 5 millones de francos a los alemanes. El problema para el gobierno burgués
será cómo desarmar a la población parisina, que frente al peligro había sido movilizada para
integrar la guardia nacional. En París, a las 3 de la mañana del 18 de marzo, los soldados de la
Armada de la República intentan recobrar los cañones de la Guardia Nacional que estaban en
manos del pueblo. La población parisina, y en particular las mujeres, los niños, los guardias
nacionales, resisten. Los soldados fraternizan con el pueblo insurgente, dos generales son
ejecutados, se erigen barricadas. Thiers huye de la capital y ordena la evacuación del Gobierno
fuera de París. Nos encontramos pues frente a una situación donde la legalidad republicana se
refugia en Versalles mientras que en París los insurgentes han elegido un Comité central de la
Guardia Nacional que se apodera del Hotel de Ville y propone organizar elecciones
municipales. Estas elecciones, consideradas ilegales por Versalles, tienen lugar el 26 de marzo y
proclaman la Comuna de París.
3) ¿Qué es un ‘communard’ (‘comunero’)? O mejor, ¿qué es un ‘ communeux’? Ya que éste
es el término más utilizado por los reaccionarios de aquel entonces para designar
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peyorativamente a los partisanos de la comuna. Lo encontramos sobre todo bajo la pluma de
escritores y periodistas anticomuneros y es sinónimo de revoltoso alcohólico, pillo e
incendiario, cuando no bestial, sanguinario y alienado. Pero a su vez el término hace referencia
particular a los “sin nombre”. Edmond de Goncourt, por ejemplo, paseando por el Boulevard
de Montmartre y viendo un afiche del comité de la Guardia Nacional, escribe un 19 de marzo
en su Diario: “veo publicados los nombres del nuevo Gobierno, son nombres tan
desconocidos que todo aquello se asemeja a una mistificación” (de Goncourt & de Goncourt,
1895, p. 231); y Maxime du Camp, autor de Convulsiones de París afirma: “evidentemente, el
Comité Central compuesto, como sabemos, de un montón de gente desconocida, nombrada
por gente que tampoco los conoce, este Comité central se erigía como Gobierno” (du Camp,
1878, p. 6). Del lado de los “comuneros”, como Arthur Arnould, también son descritos como
un pueblo de anónimos aquellos que acceden al Comité Central el 18 de marzo 1871: “La
primera ciudad del universo, la más esclarecida, aquella que estamos habituados a considerar
como la vanguardia de la civilización y del progreso, pertenecía no solamente a lo desconocido,
sino a los desconocidos [...] ni un solo miembro de las clases gobernantes estaba allí, una
revolución que no estaba representada ni por un abogado, ni por un diputado, ni por un
periodista, ni por un general. En su lugar, un minero de Creusot, un encuadernador, un
cocinero, etc.” (Arnould, 1878, p. 96). Lo que resulta más sorprendente entonces es el hecho
de que en el Hotel de Ville de París se haya instalado un Comité Central de la Guardia
Nacional electo por ésta e integrado por los sin nombre. Podríamos evocar aquí el análisis que
hace Jacques Rancière de una célebre revuelta de esclavos en la antigua Roma, conocida como
la secesión de la plebe romana sobre el monte Aventino (según el relato de Tito Livio), y
comentado en 1829 por Pierre-Simon Ballanche (2017). La plebe abandona la ciudad y el
Senado la insta a regresar cueste lo que cueste: hasta le concede el reconocimiento de
tribunos de la Plebe, representantes inviolables del pueblo. Rancière escribe que para que
exista la lucha de clases, fue menester que los sin nombre adquirieran un nombre, que los sin
historia se concedieran una familia y una tradición, que los sin voz se pusieran a hablar, que los
invisibles aparecieran. Dicho de otro modo, la emancipación no es un producto de la lucha
sino más bien la condición propia de la lucha. El sujeto de la emancipación no preexiste al
movimiento que le da nacimiento. Lo que puede pensarse también a través de otro concepto
de Rancière, el de escena: “trabajar sobre la escena implica rechazar toda una lógica de la
evolución, del largo plazo, de la explicación a partir de un conjunto de condiciones históricas, o
de una realidad oculta a través de las apariencias. En el concepto de escena hay una cierta idea
de una temporalidad discontinua, la elección de un cierto modo de racionalidad” (Rancière &
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Jdey, 2018, p. 11). La cuestión deviene entonces: ¿qué es lo que está en juego en esta
singularidad que es la Comuna de París, más que partir del enunciado infinito de sus
condiciones?
4) El acontecimiento no procede de ninguna necesidad histórica. Siempre podrá decirse que
el advenimiento de la Comuna fue preparado por el recuerdo de 1798, de 1830, de 1848, por
las ideas republicanas defendidas en la prensa de oposición al imperio, la influencia del
pensamiento de Proudhon, de Blanqui o de la Asociación Internacional de Trabajadores, la
agitación de las clases trabajadoras y las huelgas que marcaron el fin del reinado de Napoleón
III, o bien que la composición de la población parisina había evolucionado, pero la insurrección
fue más bien del orden de un levantamiento inesperado, difícilmente percibido como
insurrección por sus propios actores. Conocemos las dos historiografías dominantes que han
presidido la representación y la comprensión de la Comuna. Por un lado, la del comunismo de
Estado: Marx escribió que la Comuna de París fue una revolución prematura, y cuando Lenin
vio arribar el día 73 de la revolución soviética, habría bailado en la nieve delante del Palacio de
Invierno, ya que ésta había sobrepasado los 72 días que duró la Comuna; como si el partidoEstado bolchevique, el Estado nuevo de la dictadura del proletariado, concretizara aquello que
la Comuna de París no había podido realizar de manera duradera. Por otro lado está la
historiografía de la historia nacional de la Francia republicana, en donde los miles de
insurgentes que combatieron y murieron en París habrían salvado la República.
5) El Comité central electo por la Guardia Nacional no busca gobernar, sino entregar el
poder a aquellos electos por el pueblo. Organiza entonces elecciones para el 26 de marzo y de
las cuales resulta un Consejo Comunal de 79 miembros entre los cuales hay una treintena de
obreros y artesanos (se distingue, no obstante, una mayor cantidad de zapateros,
sombrereros, orfebres y encuadernadores que de proletarios), 25 periodistas o letrados
(maestros o médicos…), algunos artistas como Gustave Courbet; son mayormente franceses,
parisinos, pero también extranjeros de todas las edades y de todas las tradiciones políticas:
viejos republicanos y ‘jacobinos’ nostálgicos de la convención ‘montañarde’ de 1793 y de
Robespierre, o seguidores de Blanqui (aunque el propio Blanqui está en prisión) que defienden
la acción de una vanguardia seguida de una dictadura revolucionaria, socialistas
internacionalistas de la Asociación Internacional del Trabajo que creen en una organización del
trabajo fundada sobre la asociación mutualista, o en el colectivismo antiautoritario y federalista
a la manera de Proudhon. Es así como a partir del 26 de marzo hay dos órganos coexistentes:
el Comité central de la Guardia Nacional y el Consejo de la Comuna, con una decena de
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miembros pertenecientes a los dos órganos, situación que no estará exenta de conflictos en
los repartos de poder.
6) El 28 de marzo la Comuna es proclamada y la ruptura con la Asamblea de Versalles
consumada. ¿Qué quiere decir “Comuna”? La palabra está cargada de una pluralidad de
sentidos. En primer lugar, quiere decir que los gobernantes de la ciudad son elegidos por el
pueblo de París en lugar de ser nombrados por el poder central. Esto connota para muchos el
recuerdo de la comuna insurreccional de agosto de 1792, que marca la toma de poder de los
sans-culottes parisinos. Prefigura asimismo una Comuna autónoma parisina gobernándose sola,
convirtiéndose en el modelo para las demás ciudades de Francia, entendida como una
federación de comunas. Se crean 9 comisiones, que corresponden en cierto modo a
ministerios, pero cuya dirección electa es colectiva, y cuyos miembros celebran sesión a diario
en la asamblea comunal del Hotel de Ville. El ideal de la democracia directa es visible incluso en
la vida de los comités locales, en las circunscripciones, con el riesgo consecuente de una
dispersión de fuerzas y de la confusión de los órdenes establecidos.
7) El 3 de abril la Comuna intenta una primera salida militar contra la Armada de Versalles,
salida que fracasa y los prisioneros terminan siendo masacrados por los militares
(singularmente por Flourens y Duval). El 9 de abril el general Dombrowski -republicano polaco
que se puso al servicio de la Comuna- consigue reconquistar Asnières. El 16 de abril se
organizan elecciones complementarias para reemplazar a las personas electas que han
renunciado. Entre el 9 y el 14 de mayo la situación militar se degrada con la caída de los
fuertes de Issy y Vanves en manos de los versalleses.
Pero lo que caracteriza todo el periodo de fines de marzo al 21 de mayo es la calma que
reina en París: la gente del pueblo vive y trabaja, en los teatros hay conciertos y espectáculos,
mientras que al mismo tiempo se discuten gran cantidad de medidas sociales en el ámbito del
trabajo, de la educación, del arte y de la situación de la mujer. Aparte de Rimbaud, Verlaine y
Victor Hugo (este último sin comprender del todo bien lo que sucede, pero resueltamente
hostil a la represión), todos los escritores y filósofos, desde Flaubert a Dumas hijo, de los
hermanos Goncourt a George Sand, apoyan a Versalles. Paul Lafargue testimonia durante su
estadía parisina del 7 al 18 de abril: “La más libre y tranquila circulación está permitida en
todos los barrios. Desde la desaparición de la policía, como por acto de magia, ya no se
escucha más hablar de robos ni de asesinatos” (Lafargue, 24-28 de abril y 3 de mayo de 1871).
Y Villiers de l’Isle Adam, en un artículo del Diario de Lissagaray y Le Pelletier afirma: “Uno
entra, circula, se agrupa. La risa de los niños de París interrumpe las discusiones políticas.
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Acérquese a los grupos, escuche. El pueblo entero discute de cosas importantes; uno escucha
por primera vez a los obreros intercambiar sus apreciaciones sobre problemas que hasta ahora
habían sido abordados únicamente por los filósofos. Ningún rastro de controladores; ningún
agente de policía obstruye la calle, ni molesta a los paseantes. La seguridad es perfecta” (citado
en Badiou, 2009, p. 142).
Pero el 21 de mayo las tropas de Versalles entran en París, provocando la caída, una por
una, de las barricadas, y la semana sangrienta, que se extiende hasta el 28 de mayo concluye
con la masacre de 20.000 personas, fusiladas sin proceso, y el arresto de otras 50.000.
8) Podríamos sostener que el poder comunalista, nacido de una reacción defensiva y del
rechazo a resignarse a la derrota, atormentado por la traición de una República que
sospechaba capaz de retornar a la monarquía en cualquier momento, habría dudado bastante
antes de transformarse en un gobierno revolucionario. Pero también podríamos sostener,
siguiendo a Arthur Arnould, autor de una Historia popular y parlementaria de la Comuna de
Paris (1878) y a Kristin Ross, autora de El imaginario de la Comuna (2015), que la Comuna no
fue tanto una insurrección como la afirmación de una política, de un principio que ya existía de
hecho, bajo el estandarte de la República universal. La expresión es de Anacharsis Cloots, que
afirma la revolución francesa sobre bases internacionalistas, y es retomada por la comuna, en
ruptura con la revolución burguesa de 1789 y a favor de un verdadero internacionalismo
obrero. Se trata de un sistema material de deseos, de identificaciones y de prácticas que
significan en primer lugar el desmantelamiento del Estado autoritario y de la Nación imperial,
de toda autoridad estatal y centralizada, con su burocracia, su ejército profesional, su policía. Y
desde este punto de vista, podemos destacar, junto a Kristin Ross, 3 actos importantes de la
comuna:
a) El incendio de la guillotina de la Plaza Voltaire el 10 de abril de 1871: un grupo de
mujeres la prende fuego para quemar cualquier equiparación entre revolución y cadalso.
b) La destrucción de la columna Vendôme el 16 de mayo, monumento a la gloria de las
conquistas napoleónicas y del militarismo de los tiranos. Se trata de protestar contra las
guerras entre los pueblos y de defender la fraternidad internacional. Sabemos que Gustave
Courbet fue considerado culpable y obligado a reintegrarla toda su vida (González, 2021).
c) La creación de la Unión de Mujeres por la joven rusa de 20 años Elisabeth Dimitrief,
enviada como observadora por Marx, quien buscó crear una convergencia entre la creencia
de Tchernichevski en el potencial emancipador de la comuna campesina y las teorías
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económicas de Marx. Los actos son los que gestan los sueños. En el libro de Tchernichevski
¿Qué hacer?, Véra Pavlovna fundaba una cooperativa de costureras, y con ese mismo
modelo Dimitrief organizó, junto con Louise Michel y Paula Minck, la Unión de Mujeres
para la Defensa de París y el Cuidado de los Heridos, con el fin de reorganizar por
completo la labor de las mujeres, y brindarle a estas cooperativas un espíritu de federación
que pudiera impactar en Francia y en el extranjero. Ya sea como un acto audaz de
internacionalismo, ya que la Comuna no se contentó con contar entre sus miembros con
muchos extranjeros (el general Dombrowski y Wroblewski -a menudo se incluye a La
Cécilia, pero él en realidad había nacido en Tours-, la rusa Dimitrief, el polaco Fränkel;
hecho que les era reprochado por Thiers y los versalleses), ésta se presentó como la
tentativa de favorecer la asociación voluntaria de todas las iniciativas locales, más allá de las
fronteras. Los Versallais pretendieron en vano ver en la Comuna la injerencia de poderes
extranjeros, como el de la Internacional o también de los Francmasones, también adeptos a
la República universal (Clément, 2014).
9) La Comuna de París no debe concebirse como la que “salvó” la República, por su
patriotismo, su lucha por las libertades republicanas, sus logros (las guarderías, la instauración
de la escuela gratuita, laica y obligatoria, etcétera). Por el contrario, hay que sustraerla de la
ficción de que ya ocuparía un lugar en la historia republicana liberal francesa: “los comuneros
querían la república universal democrática y social, y no plutocrática”.
Como bien se sabe, Marx no solamente expresó que la comuna había sido una revolución
prematura, sino que dijo también que su importancia residía no sólo en los ideales que
pretendió alcanzar, sino en su propia existencia en acto, al ser un laboratorio de invenciones
políticas, sociales, educativas, artísticas, así como una experiencia de igualdad en acción.
10) Diré algunas palabras a propósito de un libro que acaba de editarse de Jean-François
Dupeyron, En la escuela de la Comuna de París. La historia de otra escuela (Dupeyron, 2020).
Al menos 3 hipótesis presiden este estudio. La primera, foucaultiana, establece que el
objetivo de la escolarización de los niños del pueblo en el siglo XIX fue el gobierno de las
clases peligrosas a través de la modelación escolar de sus menores. Es decir, el efecto de un
ejercicio racional del poder aplicado a la acción del Estado y dirigido hacia la población. La
segunda, rancieriana, sostiene que la emancipación del niño y del dominado es condición
primera de su instrucción, y que ella no constituye simplemente un resultado posible. La
tercera, dupeyroniana, es que la nueva educación no fue una reacción a posteriori a los
defectos de la escuela pública republicana, sino que la precedió (y esta anterioridad engendra
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asimismo una exterioridad, ambas atestiguadas por los proyectos de educación llevados a cabo
por los socialismos y por el movimiento obrero del siglo XIX). Jean-François Dupeyron se
ubica claramente, aunque jamás utilice la palabra, en la corriente que reconoce una tradición
oculta, presente por ejemplo en los trabajos de François Jacquet-Francillon, que juega un poco
aquí -a pesar de sí mismo- un rol análogo a aquel de John Lewis para Luis Althusser o al de
Daniel Lindenberg para Jacques-Alain Miller. Pero si Jaquet-Francillon no menciona la
experiencia de la Comuna de París ¿lo hará por ignorancia o porque su horizonte estaría
limitado al modelo dominante, republicano, de la historia escolar francesa? ¿No será más bien
que no tomó la Comuna de París como objeto porque no cree que su experiencia educativa se
inscriba en la tradición singular de la Nueva Educación?
¿Qué es una tradición? Ésta plantea un origen, sea mítico (en nuestro caso, el plan
Lepelletier de Saint-Fargeau) o real (como el programa de enseñanza de la Asociación fraternal
de institutores, institutrices y profesores socialistas, redactado por Gustave Lefrançais y
compañía en 1849 y la Fundación de la Sociedad la Nueva Educación en abril de 1871). Define
a su vez una ortodoxia por exclusión de lo que no es (la educación gubernamental y la
educación confesional). Legitima un presente que puede ser pura repetición de lo mismo, o la
invención de algo nuevo. Si existe una tradición socialista oculta, ésta valoriza el trabajo por
encima del saber -este último constituiría más bien una herramienta al servicio del trabajo y de
la producción- y promueve cuatro elementos rechazados por el pensamiento pedagógico del
Ministerio de Instrucción Pública y de la historiografía republicana oficial: la educación integral
politécnica (o enseñanza integral, concepto ya presente en los furieristas y en Blanqui,
teorizado y experimentado por Paul Robin, al que la Asociación Internacional de Trabajadores
le agrega la enseñanza politécnica), la escuela taller (Marx dirá que “todo niño, a partir de los 9
años, debe ser un trabajador productivo”, una idea cercana a la de la pedagogía del trabajo de
Fourier, Cabet y Proudhon), el método sindical (método autogestionario de educación en
común apelando a las iniciativas corporativas ilustradas por Edouard Vaillant que dirigía la
delegación de la enseñanza de la Comuna, en contra de la injerencia del Estado sobre la
educación y no solamente de la Iglesia), y el método experimental que privilegia la ciencia y el
contacto directo con la experiencia. Las experiencias educativas de la Comuna de París -sobre
las cuales este libro nos brinda indicaciones valiosas- deberían restituirse siguiendo esta lógica.
Postula allí que la construcción de la escuela republicana va a la par de aquella de la escuela
socialista. Señala a su vez el rol crucial que tuvieron las mujeres en la creación de la Sociedad la
Nueva Educación (la figura emblemática es, sin duda, Louise Michel) y de manera más general,
la imbricación de múltiples redes: comités republicanos, asociaciones femeninas, secciones de
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la AIT y logias masónicas republicanas. Lo que se construye aquí, a la imagen de la democracia
contra el estado representada por la Comuna de París, sería una educación tanto contra la
Iglesia como contra el estado, factible de ser pensada bajo la categoría de pedagogía
demopédica, expresión de Proudhon acuñada por Jules Andrieu (1869, p. 420). Este último
dirigió a partir del 20 de abril los servicios públicos de la Comuna y ofrecía en su domicilio un
curso secundario de enseñanza para los obreros, coronado por un curso de filosofía, que,
contra la filosofía dogmática, ponía en relación la filosofía y la historia. La experiencia
“demopédica”, es decir, una autoeducación social y moral que demuestra la potencia de la
acción y la capacidad de aprender propios del pueblo es entonces lo contrario de un catecismo
republicano.
La tesis de Dupeyron buscaría entonces mostrar, oponiéndose a las interpretaciones
republicanas, que la Comuna es un momento privilegiado de la experimentación de “otra
escuela”, alejada tanto de la escuela estatal de los “republicanos de orden”, así como de la
escuela confesional de las congregaciones religiosas; una escuela emancipada, construida por y
para el pueblo.
11) ¿Qué repercusión tuvo la experiencia de la Comuna de París del otro lado del
Atlántico, particularmente en los países del Cono Sur?
a) En primer lugar, después de la gran cantidad de exiliados que se instalan en América
Latina luego de 1848, como Amadeo Jacques, quien participa de la construcción de un sueño
pedagógico de la República Argentina (Vermeren, 1998), ¿podemos hablar de una segunda ola
de exiliados, compuesta por los comuneros que integrarían sobre todo la prensa radical, o de
la experimentación de una escuela emancipada? Entre los más célebres figura Arthur Arnould,
quien esperaba asociarse à Massenet de Marancourt en Buenos Aires en 1873 (Arnould, 25 de
agosto de 1874). Habría que señalar igualmente las luchas de las mujeres que se sucedieron en
Argentina y Chile, y entre ellas el destino singular de Herminie Cadolle, cercana a Louise
Michel, quien evoca en sus memorias su detención en la prisión de Versalles. Corsetera de
profesión, participa de la Unión de Mujeres por la Defensa de la Paz y el Cuidado de los
Heridos durante la Comuna de París, luego pasa seis meses en prisión, mientras su marido,
pintor de viviendas, cumple una pena de dos años en la prisión de Rouen. Después de la
Comuna, ella continuó la lucha por los derechos de la mujer y, ya viuda, se exilió en Buenos
Aires en 1887, donde abrió un taller y tuvo la idea de cortar el corsé en dos para así liberar el
cuerpo de la mujer. Será célebre por su contribución a la emancipación de la mujer creando el
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soutien-gorge [sostén], presentado en la Exposición Universal de 1889 y la de 1900 (Aprile,
2017).
b) Podemos señalar asimismo la difusión de la experiencia de la educación integral de Paul
Robin en Cempuis por parte de José ingenieros: “Nada más pernicioso que suponer completa
e indiscutible la enseñanza que da el Estado; éste no puede dar todo lo que es necesario saber,
ni todo lo que da es necesariamente útil y exacto. El individuo debe adquirir, por su propia
iniciativa, y con esfuerzo privado, lo que constituirá su personalidad intelectual y científica; ésta
nace de la diferenciación y no puede ser el producto de la educación oficial que es uniforme,
sino más bien de la autoeducación que es individual y, por lo tanto, diferenciada” (Ingenieros,
1901)4. Antiguo alumno de la Escuela Normal Superior de París, había escrito tres artículos en
la Revista Positivista de Littré y Wiroubof, para demostrar que el hombre, en cuanto ser
aislado, tiene derecho al desarrollo completo de sus facultades intelectuales y físicas, y, en
cuanto órgano de la colectividad, tiene el deber de participar en el trabajo total necesario: “en
una sociedad donde los productos estuvieran repartidos equitativamente, donde el trabajo
fuera naturalmente equilibrado, donde reinara en todo la conformidad a la justicia, la igualdad
estaría consagrada por la educación integral”. Robin escribe un informe sobre la enseñanza
para la Asociación Internacional de Trabajadores -que no pudo discutirse en el Congreso de
Bale de 1869- y otro sobre la enseñanza integral para el Congreso de Mayence (julio 1870),
estuvo en residencia en Brest en octubre 1870, y más tarde se exilió en Londres — no
participó, por ende, de las experiencias de la educación integral de la Comuna de París. En
Londres fue alumno de John Stuart Mill y de Marx. En 1880, Ferdinand Buisson, simpatizante de
la Comuna de París y director de enseñanza primaria del Ministerio de Jules Ferry, le
encomienda la dirección del orfanato de Cempuis, dependiente de la ciudad de París, para
experimentar la educación integral. Este hecho nos obliga a preguntarnos sobre la capacidad
del Estado de apropiarse de la tradición de la pedagogía de la emancipación. La experiencia se
termina por un escándalo organizado por la oposición, a través de una campaña de prensa
orquestada en La Libre Parole de Drumont.
c) Contamos, finalmente, con el famoso relato de Paul Groussac, que asistió al proceso de
Louise Michel, condenada luego de una manifestación anarquista de obreros desempleados que
termina con el saqueo de muchas panaderías en 1883: “esa ‘institutriz sin estudiantes’, ese
‘espantapájaros’: una figura horrible, desencarnada, sin cabellos, pálida, que parece una histérica
escapada de la Salpétrière”. Y también:
4 Ver también Vermeren (1984) y Vermeren & Villavicencio (1998).
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cerca de mí, una docena de anarquistas en camisa y redingote, estudiantes perdidos y
obreros desocupados, discutían con esa violencia vacía de sentido y febril que no es
expresión de nada, ni siquiera de una veleidad de acción. Primaban las frases idiotas y
las fórmulas estereotipadas de todas las reuniones anarquistas, pero sin el mínimo
acento de convicción. Algunos curiosos, con manos enguantadas, señoras con
sombreros y velo, se paraban tranquilamente delante de estos falsos energúmenos
como si tuvieran frente a ellos una tropa de saltimbanquis en la feria de Neuilly. [...] El
batallón de anarquistas es el refugio de los rechazados de todo tipo de carrera y
profesión. Guesde, Lafargue, Lissagaray son los fracasados de la literatura; Louise
Michel, Paula Minck, las desechadas del amor, agreguemos a esto los abogados sin
causa, los médicos sin diploma, los químicos sin laboratorio, todos los buenos para
nada del mundo de la ciencia y del trabajo. Ninguno de esos seres inconsistentes tiene
en él un solo grano capaz de fecundar el presente o el futuro. En sus mentes huecas y
en sus corazones inertes reina el vacío; su exasperación es un delirio de impotencia.
Ellos no saben nada, no pueden hacer nada, y por eso mismo, no quieren nada.
(Groussac, 2 de agosto de 1884)5
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5 Ver también González & Vermeren (2007).
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