perspectiva
de género
en la salud
La
Luz María A. Moreno Tetlacuilo
Ana María Carrillo Farga
COORDINADORAS
Universidad Nacional Autónoma de México
Facultad de Medicina
La perspectiva de género
en la salud
Facultad de Medicina
La perspectiva de género
en la salud
LUZ MARÍA ANGELA MORENO TETLACUILO
ANA MARÍA CARRILLO FARGA
Coordinadoras
Universidad Nacional Autónoma de México
México, 2016
La perspectiva de género en la salud /coordinadoras Luz María A. Moreno
Tetlacuilo, Ana María Carrillo Farga. -- Primera edición.-- Ciudad de
México : Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de
Medicina, 2016
xxxiv, 246 páginas ; 23 cm.
Incluye bibliografías
ISBN 978-607-02-7878-5 (impresión)
ISBN 978-607-02-8115-0 (electrónico)
Identidad de género -- Aspectos de la salud. 2. Salud -Diferencias sexuales -- México. 3. Mujeres -- Salud e higiene -- México.
4. Promoción de la salud -- Aspectos sociales -- México. I. Moreno
Tetlacuilo, Luz María A., coordinador. II. Carrillo Farga, Ana María,
coordinador. III. Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Medicina.
613.0420972-scdd21
Biblioteca Nacional de México
La perspectiva de género en la salud
Luz María Angela Moreno Tetlacuilo y Ana María Carrillo Farga
Coordinadoras
Primera edición: 30 de marzo de 2016
D.R. © 2016, Universidad Nacional Autónoma de México
Facultad de Medicina, Circuito Interior
Ciudad Universitaria, Av. Universidad 3000,
Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México
ISBN 978-607-02-7878-5 (impresión)
ISBN 978-607-02-8115-0 (electrónico)
Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular
de los derechos patrimoniales.
Libro para distribución gratuita.
Impreso y hecho en México.
Cuidado editorial
Jorge Inclán, Formas e Imágenes, S.A. de C.V.
[email protected]
Diagramación y diseño
Leticia Pérez Solís
Fondo de portada
Octavio Rivero Serrano, Óleo rojos, 80 × 60 cm, 2010
Agradecimientos
Con esta obra culmina el esfuerzo colectivo que inició con el primer
ciclo de conferencias sobre género y salud realizado en 2010, en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Agradecemos a las autoras y los autores el haber creído en nuestro
proyecto, y a los y las colegas que de manera generosa participaron en
la revisión de los textos.
Fueron varias las personas que con alto espíritu universitario y de
colaboración en las actividades académicas de nuestra institución, la
Facultad de Medicina de la UNAM, apoyaron y facilitaron esta labor.
El impulso que durante su gestión al frente de la Facultad de Medicina dio el doctor Enrique Luis Graue Wiechers al enfoque de género,
fue definitivo para que el libro saliera a la luz, el cual contó siempre
con el respaldo de la jefatura del Departamento de Salud Pública a
cargo de la doctora Laura Moreno Altamirano, quien sugirió la elaboración de la obra, y del doctor Malaquías López Cervantes, que la
apoyó de manera decidida.
El doctor Jorge Avendaño y la licenciada María de la Paz Romero
se interesaron por el libro, nos apoyaron y nos guiaron.
La licenciada Graciela Zuñiga y la maestra Norma Benítez se
ocuparon de la gestión administrativa de esta publicación.
Tenemos con todas ellas y todos ellos una deuda de gratitud.
Luz María A. Moreno Tetlacuilo
y Ana María Carrillo Farga
V
Contenido
IX
Presentación
Germán Enrique Fajardo Dolci
XI
Prólogo
Enrique Luis Graue Wiechers
XIII
Introducción
Luz María Angela Moreno Tetlacuilo
EL PROCESO SALUD-ENFERMEDAD-ATENCIÓN
La perspectiva de género en el análisis de los
problemas de salud: un reto importante y necesario
3
Yuriria Alejandra Rodríguez Martínez
Género e investigación sobre salud:
apuntes para acompañar una búsqueda
29
Juan Guillermo Figueroa Perea
SALUD SEXUAL Y REPRODUCTIVA
Medicina, género y reproducción: El carácter político
de los discursos y las prácticas profesionales
Joaquina Erviti
VII
51
VIII
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Algunas dimensiones culturales de parejas con diagnóstico
de infertilidad, tratamientos y el sistema de género y cuerpo
83
Mayra Lilia Chávez-Courtois
Mujeres sin hijos: circunstancias, razones y presiones
en torno a la “elección” voluntaria de no ser madres
101
Alba Elena Ávila González
VIOLENCIA E INEQUIDADES DE GÉNERO
Las mujeres ante la ciencia. Sus retos y aportes
en género y salud
123
Elsa Susana Guevara Ruiseñor
Pautas de género en el desarrollo del habitus médico:
los años de formación en la Facultad de Medicina,
el internado y la residencia médica
147
Roberto Castro
Violencias cotidianas, acoso laboral y salud
175
Rocío Fuentes Valdivieso
Lenguaje sexista / lenguaje no sexista
197
Hortensia Moreno Esparza
NUTRICIÓN, ALIMENTACIÓN Y GÉNERO
Los trastornos de la conducta alimentaria
en mujeres y hombres
221
María del Carmen Iñarritu Pérez
Autores / as
243
Presentación
Los médicos necesitan diagnosticar, tratar y rehabilitar las enfermedades
de acuerdo con el sexo de los y las pacientes, pero es importante también que respondan a las diferencias de género –influenciadas por
factores sociales, económicos, culturales, geográficos y de comportamiento– para entender la manera en que las mujeres y los hombres
enferman, y se acercan a su propia salud.
Por eso, una de las finalidades de la Facultad de Medicina de la
UNAM es incorporar las nuevas herramientas teórico-metodológicas
para el estudio y análisis de los problemas de salud de la población,
que permitan promover la salud y mejorar la atención médica. Otra
de ellas, es la perspectiva de género que –sin dejar de reconocer los
aspectos genéticos o fisiológicos que están en la base de las enfermedades de uno y otro sexo–, estudia la manera en que las inequidades
y desigualdades de género, así como los estereotipos, la división sexual
del trabajo, las prácticas, y las actitudes y conductas construidas desde
el género afectan de manera diferencial la salud de hombres y mujeres.
Estudia, asimismo, los posibles sesgos en la práctica médica y en la
investigación biomédica, como resultado de la reproducción de las
inequidades y desigualdades de género en el campo médico, sea por
errores del observador causados por adoptar sólo la perspectiva de los
IX
X
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
varones, o por la tendencia a emplear a los hombres como estándar,
incluso en los estudios de enfermedades que afectan a ambos sexos.
Desde este referente, la Facultad de Medicina de la UNAM alberga
en el Departamento de Salud Pública el Programa de Estudios de Género y Salud, el cual convocó al primer ciclo de conferencias sobre el
tema a un grupo de expertos y expertas provenientes de diversos campos
del conocimiento, y como producto de tal actividad surgió el libro La
perspectiva de género en la salud, que el lector tiene en sus manos.
Al publicarlo, la Facultad de Medicina espera contribuir a los esfuerzos que hoy se realizan en otros ámbitos para lograr un abordaje
de la salud inclusivo e interdisciplinario que tome en cuenta tanto en
la investigación, como las políticas de salud y la atención médica las
especificidades de sexo y género de los y las pacientes, con el fin de
tener no sólo un mejor entendimiento de la etiología de las enfermedades, sino una intervención más efectiva, de la que se beneficien por
igual mujeres y hombres.
Dr. Germán Enrique Fajardo Dolci
Prólogo
La salud de las mujeres y de los hombres es biológicamente diferente y
socialmente desigual. La fisiología y la genética se manifiestan de forma
distinta en la salud y enfermedad de ambos sexos, y la inequidad y violencia contra las mujeres continúa siendo una deuda sin saldar en el
mundo y en específico en nuestro país. En México, según cifras del INEGI,
46.1% de las mujeres mayores de 15 años han sido agredidas por su
pareja, un solo dato –escalofriante– para mostrar la desigualdad de género
que persiste en nuestra sociedad y la necesidad de introducir esta perspectiva en todos los ámbitos, como es precisamente el de la salud.
De aquí la trascendencia de la publicación de este libro La perspectiva de género en la salud. El texto demuestra la necesidad de incorporar el género en el estudio del proceso salud-enfermedad-atención
y se aborda tanto en su nivel psicológico como biológico, tanto en su
nivel social como cultural, así como en su esfera institucional. Hacer
una diferenciación de sexos en el estudio clínico del cuerpo humano
nos ayuda a obtener resultados más precisos y relevantes para mejor
comprender los orígenes de ciertos padecimientos, el procedimiento
para tratarlos y posibles métodos de prevención.
Es un hecho indiscutible el que las mujeres han estado menos representadas en los protocolos de investigación y la mayoría de los estudios
sobre salud, o compilación de datos no incluyen un análisis desglosado
XI
XII
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
por cuestión de sexo. Algunas patologías que afectan sólo a las mujeres,
como puede ser la depresión postparto, son casi invisibles y poco estudiadas, en cambio algunos males que aquejan a ambos géneros son
explorados, casi en su totalidad, desde el punto de vista del hombre
como pueden ser aquellos relacionados con la salud sexual.
La salud y la equidad de género son dos derechos básicos que no
pueden estar disociados, como tampoco lo pueden estar el resto de los derechos humanos fundamentales, y ello por la sencilla razón de que no se
busca únicamente la igualdad de mujeres y hombres en todos los ámbitos, sino porque la diferencia de sexo incide directamente en la salud y
enfermedad de las personas. En México se ha avanzado en la comprensión de la importancia por introducir la perspectiva de género en la
salud, sin embargo, estamos lejos de otros países donde, desde hace
años, la categoría de la investigación en salud y género es reconocida con
la misma importancia que el resto de todas las otras áreas.
La perspectiva de género en la salud supera los límites del ámbito
sanitario, compete también a lo institucional. Un claro ejemplo es que
hoy en día el número de estudiantes que ingresa a la Facultad de Medicina
de la UNAM es porcentualmente igualitaria entre hombres y mujeres, sin
embargo, este porcentaje está muy lejos de semejarse en cuanto al número de profesionistas y mujeres en los puestos administrativos y de toma
de decisión. Sin olvidar que nuestra Universidad, tanto en el ámbito
educativo como de investigación, o académico-administrativo, es un lugar
idóneo para analizar la información disponible, generar conocimiento,
ponerlo en práctica e incidir en las políticas públicas en el resto del país.
La publicación del libro La perspectiva de género en la salud es, por
todo lo anterior, un paso más en el compromiso que tiene esta Casa
de Estudios por impulsar la investigación de punta y mantener una
política permanente de difusión sobre la importancia de la equidad de
género en todos los terrenos, como es el de la salud, condición indispensable y primordial para el goce y disfrute de todos los demás derechos
y facultades conferidos por nuestras leyes y tratados internacionales.
Dr. Enrique Luis Graue Wiechers
INTRODUCCIÓN
El género: un determinante social
de la salud-enfermedad-atención
LUZ MARÍA ANGELA MORENO TETLACUILO
La publicación de este texto tiene como propósito aportar una nueva
fuente de información acerca del proceso salud-enfermedad-atención, y de la educación e investigación en salud, con una perspectiva
de género. Infortunadamente, a pesar de su importancia, la difusión del conocimiento producido en este campo es todavía insuficiente y poco conocido, sobre todo en el ámbito de las profesiones y
formación de recursos humanos de la salud. De ahí surge la necesidad de promoverlo, con el afán de contribuir a que la práctica de los
y las profesionales de la salud, así como, del profesorado y de los/las
investigadores/as amplíen su conocimiento sobre el tema e incorporen esta perspectiva en su quehacer cotidiano, ya sea en la docencia,
la investigación o la práctica profesional.
La obra se inscribe dentro de un marco social y complejo de la
salud, perspectiva que se encuentra casi ausente en el área de las profesiones pertenecientes al campo1 de la biomedicina; lo anterior, sin
1
Campo: red o configuración de relaciones objetivas entre posiciones. El campo
médico está constituido por el conjunto de instituciones políticas que regulan mediante
leyes y reglamentos la cuestión sanitaria de la sociedad, por medio de las instituciones de
salud; las instituciones educativas; los profesionales médicos y enfermería, personal paramédico, profesorado y estudiantado (Castro: 2010, p. 56-57).
XIII
XIV
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
menoscabar ni desconocer la importancia que tienen los factores
biológicos involucrados en el desarrollo del proceso salud-enfermedadatención en hombres y mujeres. El libro que se presenta tiene un
enfoque multidisciplinario y se dirige a profesionales de todas las
disciplinas interesados/as en el tema. Cabe mencionar que este texto
surge como producto del primer ciclo de conferencias sobre género y
salud que tuvo lugar en la Facultad de Medicina de la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM) en octubre de 2010, en el
que participaron profesionales interesados/as y comprometidos/as en
compartir su saber sobre el tema, y que generosamente también aceptaron participar en la conformación de este texto que se presentará en
los apartados que siguen.
Previo a realizar una breve presentación de la obra es necesario
exponer de manera sucinta la importancia y la necesidad de incorporar la perspectiva de género en el estudio del proceso salud-enfermedadatención, así como en la práctica de las profesiones de la salud, la
docencia y la investigación.
Género: una determinante social de la salud
Salud-enfermedad constituyen un proceso complejo, en cuya génesis
intervienen factores objetivos y subjetivos de orden biológico, psicológico y social; dentro de estos últimos, la clase social y la etnia han
sido contempladas por largo tiempo. En décadas recientes, se ha revelado que el género es también un importante determinante social
de la salud y la enfermedad, lo que ha sido reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Panamericana
de la Salud (OPS) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), entre otros organismos (OPS/OMS, 2005; Gita Sen,
Piroska Östlin:2007; Petra:2009, Hawkes:2013).
Dicho reconocimiento tuvo como precedente los esfuerzos hechos
por los grupos de feministas que persistieron y lograron poner el tema
en la agenda de diferentes convenciones y reuniones internacionales;
entre ellas se pueden señalar: la Convención para la Eliminación de
INTRODUCCIÓN EL GÉNERO: UN DETERMINANTE SOCIAL DE LA SALUD-ENFERMEDAD-ATENCIÓN
§
XV
todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (Asamblea General de la ONU, 1979); la Declaración sobre la Eliminación de la
Violencia contra la Mujer (Asamblea General de la ONU, 1993);
la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (El
Cairo, 1994); la Conferencia Mundial de la Mujer (Beijing, 1995) y
la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y erradicar la Violencia contra la Mujer (Belén do Pará Brasil, 1995). En tales reuniones se reconoció que los problemas de salud de las mujeres
son resultado de las inequidades y desigualdades estructuradas socialmente desde el género. Se enarbolaron los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, se pasó de los programas de planificación familiar
a los servicios de salud sexual y reproductiva, y se llegó al consenso de
que la atención de la salud de las mujeres debe ser integral y no limitarse al ámbito reproductivo.
Estos esfuerzos a favor de la salud de las mujeres han continuado,
y, así fue como se logro, en 1993, la inclusión de las mujeres en los
estudios clínicos, fecha en que se emitió en Estados Unidos la National Institutes of Health Revitalization Act, ley que mandata la inclusión
de las mujeres y las minorías en los estudios de investigación clínica
patrocinados por los Institutos Nacionales de Salud en Estados Unidos.
Las investigaciones emanadas de esta política pública han revelado
importantes diferencias biológicas entre hombres y mujeres, así como,
las inequidades y desigualdades que enfrentan las mujeres en la atención de su salud (Johnson, 2014). Es importante mencionar que el
conocimiento en la salud de los hombres también se ha visto beneficiado a partir de estos esfuerzos, como se muestra más adelante.
Lógica a través de la cual el género juega un papel
determinante en el proceso salud-enfermedad-atención
Al interior de la configuración de un orden social de género, entre
hombres y mujeres se establecen relaciones de poder inequitativas y
desiguales, desfavorables para las mujeres; que atraviesan todos los
estratos sociales y grupos étnicos, aunque desde luego las mujeres
XVI
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
pobres y de grupos étnicos desfavorecidos resultan más afectadas, de
ahí que haya surgido el acuerdo de hablar de “mujeres” y no de “mujer”, ya que no existe homogeneidad entre ellas.
En este tipo de relaciones, a las mujeres se les atribuye una posición
de subordinación y dependencia (económica y subjetiva) al poder
masculino, además de que se les confiere un menor valor social con
relación a los hombres, y no se les reconoce como sujetos plenos de
derechos y de ciudadanía, posición que varía en las diferentes sociedades de acuerdo con su nivel de jerarquización genérica y el momento histórico que se vive de manera sincrónica y diacrónica. En
materia de salud, el resultado de esta posición social asignada a las
mujeres, especialmente de las que son pobres y pertenecen a grupos
étnicos socialmente marginados, es una salud precaria (AbouZahr:
2009, Petra: 2009, Hawkes: 2013).
Por su situación de dependencia, ellas, por lo general, son más
pobres que los hombres y en estas condiciones tienen una tasa más
baja de acceso a los servicios de salud (Sen: 2002, AbouZahr: 2009),
situación que favorece el subregistro de algunas enfermedades en el
sexo femenino, entre ellas, la tuberculosis y el paludismo (Piroska
Östlin: 2007). Además, de acuerdo con Gómez Gómez (2003), la
pobreza tiene un efecto más negativo en la salud femenina que en
la masculina; se observa que mientras la pobreza multiplica por dos y
hasta por cinco el riesgo de muerte prematura en los hombres, en ellas,
se multiplica por cuatro y hasta por doce veces. En opinión de Amartya Sen (2002: 44), en sociedades con una gran inequidad de género,
sobre todo en mujeres sin seguridad social, la mortalidad femenina
supera a la masculina; este hecho ha dado lugar al concepto de mujeres faltantes (INEGI: 2004, AbouZahr: 2009).
Por otro lado el menor valor social atribuido a las mujeres constituye el substrato para la discriminación y la violencia de la que muchas
de ellas son objeto, de manera generalizada en las sociedades, y al
interior de la familia, en la escuela o en el trabajo; los servicios de
salud no son la excepción. Además, se ha observado que las niñas
reciben menos atención cuando enferman y son llevadas tardíamente
a los servicios de salud; esto aumenta el riesgo de mortalidad, pero
INTRODUCCIÓN EL GÉNERO: UN DETERMINANTE SOCIAL DE LA SALUD-ENFERMEDAD-ATENCIÓN
§
XVII
también de desnutrición pues pasan más tiempo enfermas (con diarrea
o con fiebre), lo que disminuye la fortaleza de su aparato inmunológico e incrementa el riesgo de nuevos procesos infecciosos (Sen; 2002,
AbouZahr: 2009).
A estas condiciones, se agrega la minusvaloración de la mujer y el
androcentrismo2 que han caracterizado a la profesión médica, y que
se expresan en los sesgos de género de los servicios de salud, donde se
ha observado que el porcentaje de mujeres que no reciben tratamiento adecuado es superior al de los hombres en esas mismas circunstancias, y que el personal médico tiende a realizar diagnósticos más
sofisticados y mayores esfuerzos terapéuticos para resolver los problemas de salud de los hombres que de las mujeres que presentan los
mismos problemas de salud (Álvarez-Dardel, 2004, Petra: 2009,
INEGI/INMUJERES: 2010). Un ejemplo es el caso del infarto al miocardio: se ha observado que ellas son referidas para tratamiento en
estadios más avanzados de la enfermedad, son sujetas con menor
frecuencia a terapia de reperfusión y angiografía coronaria, y que son
desfavorecidas en especial las mujeres de minorías étnicas; por otro
lado, las adultas mayores son tratadas menos agresivamente que los
hombres de la misma edad en todas las fases del infarto; en consecuencia, la morbi-mortalidad y la tasa de letalidad global después del
ataque inicial de enfermedad isquémica del corazón son más elevadas
en este sector de la población. Sin embargo, las mujeres con mayor
riesgo de morir de un infarto al miocardio respecto de los hombres
de su misma edad son las jóvenes; también se reporta que ellas reciben
en menor proporción tratamiento adecuado para prevenir nuevos
episodios de evento o enfermedad vascular cerebral (EVC) y de enfermedad isquémica del corazón, (Gorodeski GI: 2002, Reeves: 2008,
Petra Verdonk: 2009, Johnson: 2014).
2
La mentalidad androcéntrica considera valorativamente que los hombres y lo
masculino son superiores, mejores, más adecuados, más capaces y más útiles que las mujeres. Por ello es legítimo que a nivel social tengan el monopolio del poder de dominio y
de violencia (Lagarde: VII).
XVIII
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Además, al interior del orden social de género, de acuerdo con
Eugenia Flores y Gloria Sayavedra, “históricamente las mujeres han
sido consideradas cuerpo-naturaleza y propiedad de otros”, su cuerpo
y sexualidad han sido expropiados y están en función de los demás y
centradas en la reproducción, desde este referente se constituye la
subjetividad de las mujeres. El cuerpo y la sexualidad femenina se
encuentran atravesados por el poder patriarcal y adquieren un carácter político” (Sayavedra: 1997).
Esta visión del cuerpo y la sexualidad femenina define por un lado,
la posición que históricamente la sociedad ha asignado a las mujeres
como su rol principal, el de madre-esposas; de ahí que aquellas que
no pueden cumplir con este mandato social ya sea por imposibilidad
física o por propia decisión son socialmente estigmatizadas, se sienten
culpables y se someten a tratamientos muy molestos y dolorosos. Por
otro lado, de acuerdo con Flores y Sayavedra (1997), simbólicamente el cuerpo femenino se asocia a la violencia en dos vertientes, como
depositario de y como sitio de peligro.
Lo anterior da origen a las normas de control social de la sexualidad y el cuerpo de las mujeres que las limita en su libertad y apropiación del mismo. Para sostener dicho control, la sociedad legitima la
violencia y discriminación contra ellas; su ejercicio se permite en todos
los espacios, incluyendo los servicios de salud, tal como, entre otros,
ha documentado Roberto Castro (2010). Esta situación también se
reproduce en las escuelas de medicina, principalmente en las sedes
hospitalarias, donde las estudiantes realizan sus prácticas, problema
que ha sido ampliamente referido en diversas publicaciones especialmente de países desarrollados, escasamente en México.3 Este control
de la sexualidad y el cuerpo femenino representa un riesgo para la
salud de las mujeres y limita su acceso a la prevención de problemas
de salud relacionados con el aparato reproductivo, tales como el
3
Vease: Fnais: 2014; Rees: 2011; Castro:2010; Babaria P;2009; Romito P: 2007;
Stratton: 2005; Witte: 2006; Rautio: 2005; Fernández: 2005; Moscarello R: 1994; Carr
PL: 2000; Nora: 2002; Carr PL: 2003; Bickel Janet: 2003: SchoroenT: 2004; Nora LM:
1993; Moreno-Tetlacuilo: 2012; Moreno-Tetlacuilo: 2013.
INTRODUCCIÓN EL GÉNERO: UN DETERMINANTE SOCIAL DE LA SALUD-ENFERMEDAD-ATENCIÓN
§
XIX
acceso a la anticoncepción, a la prevención del cáncer cervicouterino
y de mama. Además, en el caso de las estudiantes favorece la deserción
escolar, afecta su desarrollo académico o limita su acceso y elección de
algunas especialidades, por ejemplo las quirúrgicas.
Por otro lado los roles de género,4 algunos emanados de la división
sexual del trabajo, atribuyen a las mujeres, con base en sus características biológicas reproductivas, la responsabilidad exclusiva del cuidado de los/as hijos/as, de las personas enfermas y mayores, así como,
del cuidado de la casa y la preparación de los alimentos; a esto se
agrega que ellas han sido socializadas para ser y servir a los demás.
Estos roles de género constituyen también serios obstáculos para que
las mujeres accedan a la atención de los servicios de salud, tanto preventivos como curativos (Hawkes: 2013).
Así, la socialización de género construye significados, prácticas,
actitudes, conductas e intereses hacia la salud y la enfermedad distintos de acuerdo al género, los cuales propician exposiciones a riesgos y
factores protectores diferentes. Esto, afecta la evolución del proceso
salud-enfermedad de manera disímil, de modo que se gestan diferentes perfiles de salud de acuerdo con el sexo.
Por tanto, el género no es sólo un determinante social de la salud
de las mujeres. Los estereotipos construidos socialmente desde la
masculinidad y la división sexual del trabajo, que exponen a los varones a ocupaciones y condiciones de trabajo más riesgosas, limitan
su acceso oportuno a los servicios de salud e incrementan su riesgo
de muerte prematura por accidentes, homicidios, cirrosis hepática,
VIH/SIDA y discapacidad (Hawkes: 2013). Es decir, este orden de
género les impone presiones constantes propias del competido mundo masculino que impactan de manera negativa su salud, pero también los coloca en una posición jerárquica respecto de las mujeres y
los exime de responsabilidades con respecto al cuidado de su salud
y la de las personas que los rodean. Por otro lado, los horarios laborales de las empresas son incompatibles con los horarios de los
4
Entendidos como “las tipificaciones que se esperan de los actores en determinadas
situaciones sociales” (Salas Valenzuela: 2004:225).
XX
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
servicios de salud, y a los hombres no se les facilita obtener permiso
durante las horas de trabajo para solicitar atención médica. Además
no reciben diagnóstico y tratamiento oportuno de enfermedades
consideradas tradicionalmente femeninas, como la depresión (Petra
Verdonk: 2009).
A pesar de los avances que ha tenido la investigación en torno a
la salud de las mujeres, todavía persisten importantes sesgos de
género; por ejemplo, se observa, que el número de mujeres incluidas
en los estudios es insuficiente y que frecuentemente los datos no se
desagregan o no se analizan por sexo, lo que impide conocer si
existen diferencias en la incidencia y prevalencia de enfermedades,
y en la sobrevida, entre hombres y mujeres. Por otro lado, en la
mayoría de los proyectos de investigación biomédica básica no se
incluyen hembras entre los animales utilizados en los experimentos
(Johnson: 2014).
Algo semejante ocurre en la educación médica; aunque, a escala
global el número de mujeres ha superado el 50% en la mayoría de las
escuelas de medicina, todavía persisten la discriminación de género,
el sexismo y el hostigamiento sexual.5
Hasta aquí se ha intentado mostrar la importancia que tiene el
género como determinante social del proceso salud-enfermedadatención, así como, su trascendente influencia en la investigación y la
educación en salud, con el fin de justificar la necesidad de ampliar su
difusión entre estudiosos de la salud de diferentes áreas de conocimiento, para mostrar que es posible mejorar la salud de varones y
mujeres cuando se cuenta con las herramientas conceptuales de la
perspectiva de género que permite conocer y comprender que los
estereotipos, los roles, la división sexual del trabajo, así como las relaciones de inequidad y desigualdad entre mujeres y varones, no
forman parte de la naturaleza de las personas, sino que son producto
de un orden social y, por lo tanto, susceptibles de ser modificados.
5
Véase en: Rees: 2011; Castro: 2010; Babaria P; 2009; Romito P: 2007; Stratton:
2005; Witte: 2006; Rautio: 2005; Fernández: 2005.
INTRODUCCIÓN EL GÉNERO: UN DETERMINANTE SOCIAL DE LA SALUD-ENFERMEDAD-ATENCIÓN
§
XXI
Esta inquietud ha dado origen al libro que aquí se presenta, donde convergen investigadoras e investigadores de diferentes disciplinas
interesados en el área de la salud y que muestran un amplio abanico
de temas que permiten una mirada multidisciplinaria a estos tópicos.
Se trata de una obra que trasciende los límites disciplinarios de la
medicina pero que la enriquece, porque se ubica en esos conocimientos trasfronterizos que permiten el dialogo entre saberes. Al colocar el
género como punto de partida, las y los autores utilizan distintas
vertientes disciplinarias como la antropología, la sociología o la historia para analizar diferentes fenómenos asociados a la salud reproductiva, la violencia de género o los servicios de atención pública. Con
ello se proponen identificar nudos problemáticos en ciencias de la
salud, y sugerir alternativas que permitan contar con mejores herramientas éticas y conceptuales para enfrentar los desafíos que hoy se
nos imponen.
Acerca del contenido
La obra contiene trabajos de investigación, artículos de reflexión y
análisis teórico, así como textos de revisión sobre temas trascendentes
acerca de la salud con una perspectiva de género. Para fines de una
estructuración lógica, el libro se divide en cuatro partes, la primera se
refiere al proceso salud-enfermedad; en el segundo apartado se abordan temas relacionados con la salud sexual y reproductiva; la tercera
parte conjunta textos relacionados con la violencia, las inequidades y
desigualdades de género, presentes en, la ciencia, el campo médico,
el ámbito laboral y el lenguaje sexista; en la cuarta parte se aborda el
tema de los trastornos de la conducta alimentaria y su relación con
el sexo/género.
El artículo La perspectiva de género en el análisis de los problemas de
salud: un reto importante y necesario, introduce al género como un
determinante social de la salud, hace evidente que existen diferencias
en la salud de hombres y mujeres a través del análisis de la información
epidemiológica y estadística en salud; explica que tales diferencias
XXII
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
pueden tener un origen biológico o deberse a las condiciones de riesgo y vulnerabilidad asociadas al género. También fundamenta la
importancia de desagregar por sexo la información epidemiológica y
de analizarla con perspectiva de género con el objetivo de instaurar
programas preventivos que atiendan las necesidades específicas de
hombres y mujeres. Además, abre una ventana de análisis hacía la
trascendencia del estudio de las masculinidad como determinante
social de la salud y su relación con la sobremortalidad masculina. Por
otro lado, se hace un análisis profundo sobre la manera en que los
papeles socialmente asignados a las mujeres desde el género constituyen serios obstáculos para su salud, así como las repercusiones que la
construcción genérica de la sexualidad tiene en el maltrato que reciben
muchas mujeres en los servicios de salud. Se presenta a manera de
ejemplo el caso específico de la diabetes mellitus tipo II. Finalmente
se revisan algunos criterios básicos y lineamientos para la aplicación
de la perspectiva de género en los programas de salud.
En Género e investigación sobre salud: apuntes para acompañar
una búsqueda, en primera instancia analiza la investigación como
un proceso crítico y un ejercicio ciudadano que busca generar conocimiento. Considera el proceso salud-enfermedad desde tres dimensiones, 1) la identidad; 2) las relaciones de poder y el contexto
de estratificación social y asimetrías de género en el que este proceso se desarrolla; 3) la toma de decisiones y el cuidado a la salud. En
la segunda parte discute la dimensión política de la perspectiva de
género, cuyo objetivo es evidenciar y transformar las relaciones de inequidad y desigualdad que enfrentan las mujeres, así como, desnaturalizar las jerarquías de género.
La segunda parte del libro, corresponde a la temática sobre salud
sexual y reproductiva. El texto Medicina, género y reproducción. El
carácter político de los discursos y las prácticas profesionales inicia con un
recorrido histórico sobre el proceso de medicalización mediante el
cual la profesión médica adquiere poder sobre la población al emprender acciones de intervención y vigilancia de la sexualidad y la
reproducción. Hecho que condujo a, 1) la exclusión de las mujeres del ejercicio de las actividades relacionadas con la salud; 2) a la
INTRODUCCIÓN EL GÉNERO: UN DETERMINANTE SOCIAL DE LA SALUD-ENFERMEDAD-ATENCIÓN
§
XXIII
naturalización y significación de la diferencia sexual y la asignación
de atributos diferentes y superiores a los hombres; 3) a la tipificación de los hombres como sujetos y las mujeres como objetos; 4) a
la naturalización de las desigualdades; 5) a la regulación de los cuerpos
y del número de sexos.
En esta parte se aborda lo relativo a la ciencia y los estereotipos
de género, las mujeres y la enfermedad. Se analiza al género como
generador de riesgos para la salud y como determinante de la atención que reciben las mujeres en los servicios de salud, donde ellas son
disciplinadas por los profesionales de la medicina a través del control de sus cuerpos y su sexualidad. También, analiza el sexismo del
lenguaje utilizado en los textos de medicina y su importancia en la
transmisión de los estereotipos de género que mantienen el orden
social de género como un objetivo político inconsciente y normatizador de la sociedad.
En la tercera parte, se aborda el tema de las tecnologías anticonceptivas, género y riesgo, que funcionan como mecanismos de opresión
en torno a la reproducción. Se plantea la desigualdad de género en el
uso de los métodos anticonceptivos y el papel que juega la masculinidad hegemónica en la invisibilización de la reproducción masculina; además, se visualiza la anticoncepción como una tecnología
disciplinaria de las conductas reproductivas que se instituye mediante la socialización. También considera la capacidad performativa de
estas tecnologías en la constitución de identidades colectivas que han
colocado a las mujeres como responsables de la anticoncepción en las
sociedades occidentales.
El riesgo se visualiza como un constructo sociotecnológico y político, se plantea que los riesgos tienen un referente de género inequitativo y desigual que favorecen a lo masculino.
En la cuarta parte del artículo, se toca lo referente a las regulaciones y prácticas médicas en torno a la reproducción, cuyo eje se centra
en la salud reproductiva de las mujeres como consecuencia de la persistencia de la visión estereotipada de la mujer-madre-esposa en la
práctica y la educación médica. También se aborda lo relacionado con
el control médico de la anticoncepción y los estereotipos del personal
XXIV
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
médico sobre la sexualidad femenina que no reconoce a las mujeres
como sujetos capaces de controlar su sexualidad y la anticoncepción,
lo que justifica la intervención médica en los cuerpos femeninos con
el argumento de prevenir los riesgos y controlar la natalidad.
En el artículo Algunas dimensiones culturales de parejas con diagnóstico de infertilidad, tratamientos y el sistema de género y cuerpo, se presentan algunos de los resultados de una investigación cualitativa
realizada en un grupo de hombres y mujeres con infertilidad.
En este texto, la infertilidad se aborda desde una visión antropológica y se presenta como un problema complejo que se enmarca al
interior de los sistemas de género y cuerpo, que trasciende lo biológico. Dentro de este sistema, la procreación es una demanda social,
es un “deber” que hombres y mujeres tienen que cumplir, pero que
se simboliza de manera diferente de acuerdo al género. En este contexto, los hombres y mujeres que no pueden cumplir con tal mandato, se ven ante la necesidad de buscar medidas para consumar esa
demanda social, en la que, en palabras de la autora, el cuerpo es un
protagonista, un cuerpo biológico significado y vivido de acuerdo al
género y la cultura.
Además, la infertilidad coloca a hombres y mujeres en una posición de vulnerabilidad al no poder cumplir con el papel social de la
reproducción, e impide a las mujeres convertirse en madres, mientras
que, a los hombres los imposibilita de probar su virilidad al no poder
tener una descendencia y cumplir con su papel de proveedor. A través de las entrevistas, se accede al significado que, desde el género,
las personas con este problema dan a su imposibilidad de procrear y
a los tratamientos que reciben; a las vivencias que experimentan en
sus cuerpos, atravesados por el género, ante el dolor físico y viviente
y las distintas experiencias que provienen de las diferencias en los
métodos de diagnóstico y tratamiento; a la invasión de la intimidad
de hombres y mujeres, pero que colocan a las mujeres en una posición de mayor vulnerabilidad. En las conclusiones se discute el papel
de las nuevas tecnologías reproductivas en relación con la paternidad
y la maternidad.
INTRODUCCIÓN EL GÉNERO: UN DETERMINANTE SOCIAL DE LA SALUD-ENFERMEDAD-ATENCIÓN
§
XXV
Mujeres sin hijos: circunstancias, razones y presiones en torno a la
“elección” voluntaria de no ser madre, es un trabajo de investigación
cualitativa realizada en un grupo de veinte mujeres, quince mexicanas
y cinco extranjeras, que de manera consciente y voluntaria optaron
por no ser madres. En la primera parte del artículo se presenta un
análisis acerca del emergente número de mujeres que toman esta decisión y los conflictos sociales que enfrentan. Se discuten los cambios
que han sufrido las representaciones sociales de la maternidad y del
ser mujer en una generación de mujeres a las que les ha tocado vivir
una época de múltiples cambios sociales y políticos, el feminismo y la
revolución sexual entre otros, cambios que han despertado en ellas
la decisión de vivir para sí y no para los demás, de adueñarse y decidir
sobre su cuerpo, su sexualidad y su fertilidad que identifican como
vivencias independientes. Se describe el perfil de estas mujeres en el
mundo y en México, así como, el contexto y algunas de las razones
por las que tomaron esta decisión trascendental.
Con el sexto artículo inicia la tercera parte del libro en el que
se aborda el tema de la violencia, las inequidades y desigualdades de género que afecta a las mujeres en los diferentes ámbitos
donde se insertan.
Las mujeres ante la ciencia. Sus retos y aportes en género y salud es
un texto de corte histórico en el que, desde una visión feminista se
analizan las inequidades y desigualdades que han enfrentado las mujeres en el campo de la ciencia, específicamente en el terreno de la
medicina. Se hace énfasis en el proceso de exclusión e invisibilización
del que, históricamente, han sido objeto, tanto en el pasado como en
el presente, por esta razón uno de los objetivos del texto es visibilizar
lo que las mujeres han aportado a la ciencia y a la medicina.
El séptimo artículo, Pautas de género en el desarrollo del habitus
médico: los años de formación en la facultad de medicina, el internado
y la residencia médica, tiene como objetivo caracterizar diversos patrones de interacción docente-alumno que se basan en la desigualdad
de género que se expresa en la violencia de género que afrontan las
estudiantes de medicina. En el artículo se presentan resultados de
una investigación cualitativa realizada en un grupo constituido por
XXVI
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
estudiantes de medicina y personal médico, hombres y mujeres,
provenientes de los estados de Morelos, México, Nuevo León y el
Distrito Federal.
En la primera parte se hace una revisión histórica del momento
en que la socialización del estudiantado de medicina surge como un
objeto de estudio de la sociología médica. A la vez se describen los
enfoques de dos escuelas líderes en el tema, la de Columbia que aborda el problema desde una perspectiva funcionalista y la de Chicago
que lo hace desde un enfoque simbólico-interaccionista, además se
refiere que a través de las investigaciones realizadas desde estos paradigmas se identificaron distintos modelos de aprendizaje en la educación médica. También se aborda lo relativo al surgimiento de
la investigación sobre el tema del maltrato hacía el estudiantado
de medicina y la sobrecarga de trabajo durante el entrenamiento. Por
otro lado se destaca la ausencia de un modelo sociológico con enfoque
de género que devele las condiciones sociales que favorecen la constitución del autoritarismo médico y el importante papel del curriculum
oculto en la conformación del mismo.
Teóricamente la investigación se fundamenta en la teoría de Foucault sobre el papel de las instituciones, las relaciones de poder y la
producción de discursos que se traducen en tecnologías del yo, mismas
que se expresan en patrones de aprendizaje, desarrollo de habilidades
y actitudes, teoría que se articula con las tesis de Goffman sobre la
constitución social e histórica de los sujetos, la emergencia del “sí
mismo” o el self de la interacción social y las categorías de campo y
habitus desarrolladas por Bourdieu. El autor enfatiza qué es precisamente en el campo médico donde se conforma el habitus médico y
se generan las condiciones de interacción social que favorecen la
formación de médicos y médicas.
Además se menciona la poca importancia que se ha dado al papel
que juegan las “tecnologías del yo” en la legitimación y reproducción
del campo médico y se argumenta sobre la importancia que tiene el
enfoque de género en el análisis de las desventajas que para las mujeres ha representado la hegemonía masculina en la constitución de las
instituciones y la ciencia.
INTRODUCCIÓN EL GÉNERO: UN DETERMINANTE SOCIAL DE LA SALUD-ENFERMEDAD-ATENCIÓN
§
XXVII
En la tercera sección se presentan los resultados de la investigación,
se hace un profundo análisis, y se muestran las vías por medio de las
cuales se conforma el habitus médico al interior del campo médico a
través de las relaciones de desigualdad de género que ahí se desarrollan,
a la vez que se revela como se constituyen los sujetos mediante las
interacciones que representan las tecnologías del yo, mismas, que a
su vez representan una forma de violencia simbólica. Se describe y
analiza la violencia de la que son objeto las estudiantes en las escuelas
de medicina.
En Violencias cotidianas, acoso laboral y salud, se presenta en primer lugar, una amplia revisión teórica y conceptual sobre el mobbing
y sus efectos en la salud de las personas que sufren este tipo de violencia, y se enfatiza la importancia de la teoría feminista para el estudio de este problema de salud. En un segundo momento se
desarrolla y establece la diferencia entre violencias cotidianas y el
mobbing; en seguida se expone el origen y evolución del concepto,
así como las características del problema y sus efectos en la salud física y mental de las mujeres expuestas al problema, posteriormente
se presenta el proceso a través del cual se desarrolla el mobbing en
los espacios laborales.
En la tercera sección se presentan los resultados de la investigación
efectuada por la autora, los datos muestran la presencia de los efectos
del mobbing en la salud física y mental de las diez mujeres entrevistadas, la aparición de fibromialgia entre ellos. La autora concluye que
el mobbing es una expresión del patriarcado cuya finalidad es aniquilar emocionalmente a las mujeres y que éste frecuentemente toma la
forma de violencia simbólica. Finalmente la autora presenta algunas
propuestas para afrontar y resolver el problema.
En el artículo Lenguaje sexista / lenguaje no sexista, la autora analiza y reflexiona teóricamente sobre un hecho de violencia verbal
hacía las estudiantes en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de
la UNAM, lo aborda desde la crítica feminista de Judith Butler y el
pensamiento de Pierre Bourdieu sobre el sexismo en el lenguaje. Ella
también hace consideraciones acerca del efecto del poder que tiene el
ultraje lingüístico para lastimar a las mujeres, así como, la capacidad
XXVIII
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
del lenguaje para constituir sujetos y su posibilidad de otorgar a éstos
una existencia social colectiva al nombrarlos. Por otro lado, se conceptualiza y significa al sexismo en el lenguaje como una herramienta del
sistema patriarcal para colocar a las mujeres en una posición de desigualdad e inferioridad con relación a los hombres, como una forma
masiva de injusticia social penetrante, profunda, resistente al cambio
por su contenido psicológico; se argumenta que través de las palabras
se refuerza la dependencia, se banaliza, se menosprecia e invisibiliza a
las mujeres. Se discute el significado de las diferencias de género en el
uso familiar del lenguaje.
En el siguiente apartado se defiende una reforma para el uso no
sexista del lenguaje, se argumenta a favor de la propuesta del movimiento feminista para el uso de un lenguaje inclusivo que elimine el
uso del masculino como universal o neutral, a la vez que se evidencia
la existencia de un vacio en los usos del lenguaje, el vacío del “simbólico femenino”. Además, se alude a las resistencias al cambio de los
defensores del lenguaje “políticamente correcto”, entre los que se
encuentran artistas, intelectuales y académicos connotados, que perseveran en mantener el statu quo. La autora argumenta, critica y
busca explicaciones a esta resistencia política.
La importancia de este artículo, radica en su carácter incluyente
que puede trasladarse fácilmente al análisis de los usos del lenguaje
sexista utilizado de manera cotidiana en el ámbito de las profesiones
de la salud, como se señaló en el tercer artículo.
El artículo Los Trastornos de la Conducta Alimentaria en mujeres y
hombres (TCA), constituye la cuarta sección del libro dedicado a aspectos de la alimentación y nutrición. El texto inicia con una introducción en la que se presenta la clasificación y la definición de los
diferentes problemas que se engloban como TCA. Posteriormente se
presenta la información reportada en el ámbito nacional y por diversas investigaciones acerca de su prevalencia de acuerdo al sexo y edad,
mismos que muestran que el problema predomina en las mujeres. En
seguida, estas diferencias se analizan a la luz de la teoría feminista y la
perspectiva de género, se refieren diferentes modelos teóricos que
establecen la relación entre género-cuerpo sexualidad y TCA.
INTRODUCCIÓN EL GÉNERO: UN DETERMINANTE SOCIAL DE LA SALUD-ENFERMEDAD-ATENCIÓN
§
XXIX
También se señala que los riesgos para los TCA se presentan
de manera diferencial para hombres y mujeres, estos pueden ser de
orden personal, familiar y social; los personales a su vez pueden ser
de orden biológico y psicológico. Dentro de los factores biológicos
se señalan, factores hormonales en las mujeres y los cambios corporales durante la pubertad en hombres y mujeres; dentro de los
factores de riesgo psicológicos se señalan, la insatisfacción con la
imagen corporal, la depresión y el deseo de un cuerpo extremadamente delgado en las mujeres; mientras que en los hombres se refieren, la ansiedad, sentimientos de ineficiencia y el deseo de un
cuerpo musculoso. Entre los riesgos familiares se mencionan, las
relaciones familiares de poca afectividad, controladoras, que emiten
mensajes negativos referentes al peso –especialmente de la madre–,
aunque, la autora señala que existen muy pocos estudios que
investiguen la influencia de la relación padre-hija. Se destaca la
importancia de las expectativas sociales en la conformación subjetiva de la imagen corporal de un cuerpo delgado en las mujeres y
un cuerpo musculoso en los hombres. Además, se señala a los TCA
como una enfermedad socialmente promovida, se discute el papel
de los medios masivos de comunicación en la promoción de la
imagen corporal delgada para las mujeres y de la muscularidad en
los hombres. La autora concluye que estos problemas por su trascendencia constituyen una preocupación social y presenta algunas
propuestas encaminadas para su prevención. La riqueza de este
artículo radica, en que en él se desagregan los datos por sexo a
diferencia de la mayoría de los textos que centran el problema sólo
en las mujeres.
Hasta aquí se ha presentado una pequeña muestra de la riqueza
que contiene este el libro, que se ha logrado conjuntar gracias al empeño de todos y todas las autoras/es por aportar textos interesantes y
de gran calidad, que seguramente serán del interés y de mucha utilidad
para los y las lectoras en su quehacer profesional cotidiano y en algunos casos abrirán una nueva visión del proceso salud-enfermedadatención y de la relación entre personas usuarias y personal de salud
a través de la reflexión.
XXX
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
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Agradecimientos a la doctora Elsa Guevara Ruiseñor por sus atinadas
sugerencias para mejorar el texto.
PRIMERA PARTE
El proceso
salud-enfermedad-atención
La perspectiva de género en el análisis
de los problemas de salud: un reto
importante y necesario
YURIRIA ALEJANDRA RODRÍGUEZ MARTÍNEZ
RESUMEN: El objetivo de este trabajo es mostrar la necesidad e importancia
del avance respecto de la igualdad de género en la prevención y la atención
a la salud, con la presentación de algunos datos epidemiológicos desagregados por sexo, además de reflexiones y análisis desde la perspectiva de
género. Igualmente se exponen algunos criterios básicos y útiles para incorporar la perspectiva de género en los programas y servicios de salud.
El género es el conjunto de atributos simbólicos, sociales, políticos,
económicos, jurídicos y culturales asignados socialmente al ‘ser hombre’
o ‘ser mujer’; a partir de tales atributos se establecen roles y estereotipos
de mujer y hombre con los que las personas construyen sus identidades
en determinados contextos. Así se constituyen formas de comportamientos, actividades a realizar y diferencias en el ejercicio del poder
que socialmente son jerarquizados y mandatados para ser cumplidos
de manera diferencial por las mujeres y los hombres.1
El sistema de género establece una serie de mandatos tradicionales
asignados y legitimados socialmente para la mujer y otros para el
Véase Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva. Programa de
Acción Específico 2007-2012 Igualdad de Género en Salud. México, Secretaría de Salud.
2008. p. 18.
1
3
4
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
hombre, de manera que cada persona es interpelada por dichos mandatos y responde en la conformación de identidades en contextos
determinados social, económica, política y culturalmente.
Estos mandatos tradicionales de género afectan la manera en que
las mujeres y los hombres viven el proceso de salud-enfermedad, pues
influyen en su manera de percibir los riesgos y la vulnerabilidad, los
síntomas y malestares, buscar atención médica, recibir un diagnóstico
oportuno y un tratamiento adecuado, así como, lograr la adherencia
al tratamiento indicado, además del autocuidado de su salud y el
cuidado para la salud de otras personas.
Si bien la relación del género con la salud cada vez se documenta
más, cabe recordar que algunas diferencias en salud entre mujeres y
hombres pueden tener relación con las diferencias derivadas de su
sexo. De esta manera, se debe reiterar que se trata de las diferencias
biológicas determinadas fundamentalmente por el sexo, las cuales se
han documentado a partir de evidencias científicas sobre diferencias
en moléculas, células, anatomía, fisiología y funcionamiento metabólico. Por ejemplo, existen evidencias de que las niñas recién nacidas
están protegidas por características determinadas biológicamente por
su cariotipo sexual; en contraste, mueren más niños recién nacidos
debido a condiciones relacionadas con su aparato respiratorio (Sen y
Östlin, 2007).
Por otro lado, diversos estudios han revelado que el gen recesivo
de hemofilia está en el cromosoma X de los hombres, por lo que en
ellos existen más casos de este padecimiento; las mujeres pueden ser
portadoras pero ellas tienen dos cromosomas XX, por lo que el gen
recesivo no se expresa (Sen y Östlin, 2007). Otro ejemplo son los
cambios hormonales en el sexo femenino que impactan en mayor
medida la composición ósea y el metabolismo, mismos que generan
mayor cantidad de osteoporosis y dislipidemias. En concordancia con
lo anterior, debemos considerar que la estructura anatómica y fisiológica de los genitales femeninos es una condición biológica que
posibilita en mayor medida la infección del virus del papiloma humano
o del virus de inmunodeficiencia adquirida, de forma que las mujeres
están más expuestas al riesgo de adquirir estas enfermedades. El sexo
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LOS PROBLEMAS DE SALUD
§
5
también confiere la diferencia anatómica para la aparición de cáncer
cérvico-uterino y de ovarios de manera exclusiva en las mujeres y de
cáncer de próstata únicamente en los hombres.
Igualmente se ha documentado una mayor sensibilidad a la exposición química de algunas sustancias, de manera que en seres humanos con sexo femenino se presenta una mayor absorción del alcohol,
y una menor excreción de sustancias solubles en grasa (Sen y Östlin,
2007), por lo que existe mayor riesgo de que presenten problemas de
sobrepeso y obesidad. Este aspecto metabólico también impacta en
los problemas de adicciones en las mujeres, dado que el efecto del
consumo es diferente de acuerdo con el sexo, debido a que el tejido
adiposo del cuerpo de la mujer tiene efectos en la absorción y acumulación de drogas solubles en grasa, tales como el alcohol, las benzodiacepinas y el tetra-hidro-canabinol; lo anterior determina que las
mujeres se intoxiquen con iguales o menores cantidades de estas sustancias, favoreciendo con ello que el abuso en el consumo de drogas
se desarrolle más rápidamente en ellas, a la par de las consecuencias en
todos los ámbitos de su vida, no sólo el fisiológico (CNEGSR, 2006).
Por otro lado, en el caso de los hombres, la menor sensibilidad a la
exposición química y la menor absorción de alcohol debido a sus
características biológicas también influyen en la mayor resistencia
física ante la intoxicación por consumo de alcohol, lo que se puede
conjugar con su respuesta subjetiva de sometimiento a las demandas
sociales de género, las cuales apuntan hacia la demostración de su
masculinidad al asumir riesgos para su salud y bienestar.
Se puede afirmar que la salud de las mujeres y los hombres tiene
diferencias derivadas de su conformación biológica por sexo, aunque
también tiene circunstancias socioculturales derivadas del género
que les coloca y expone de manera diferente a riesgos y condiciones
de vulnerabilidad específica para su salud. De acuerdo con las investigaciones, algunas condiciones de salud de las mujeres y los
hombres están determinadas por las diferencias biológicas sexuales,
pero el estado de salud entre ambos está determinado a partir de una
combinación de diferencias biológicas sexuales y diferencias sociales
derivadas del sistema tradicional de género: “Mientras que las
6
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
personas pueden tener diferentes exposiciones biológicas y sociales a
riesgos para la salud y las condiciones dependen tanto de su sexo como
de su posición social, su vulnerabilidad ante riesgos contra la salud
está determinada social no biológicamente” (Sen y Östlin, 2007: 45)
Para atender las necesidades específicas de salud de las mujeres y
los hombres se requiere reconocerlas a partir de las diferencias biológicas y también de la identificación de las diferencias en las condiciones
y necesidades de salud, derivadas de la exposición a riesgos y de la
vulnerabilidad por género.
La vulnerabilidad afecta la capacidad de las personas para evitar,
responder, hacer frente o recuperarse de las exposiciones a los riesgos
para la salud; está relacionada con el género y el impacto nocivo que
tienen los roles y estereotipos de género, así como las relaciones desiguales de poder entre las mujeres y los hombres. Para avanzar hacia
la igualdad de género en salud es necesario diferenciar entre la exposición biológica y social, y la vulnerabilidad socialmente determinada
de mayor importancia para muchos problemas de salud de las mujeres
y los hombres, la cual se relaciona con ejes de desigualdad social como
la clase, la etnia, la raza, etc.
Reflexiones desde la perspectiva de género de algunos
datos epidemiológicos desagregados por sexo
Para empezar a identificar diferencias en el estado de salud de las
mujeres y hombres es necesario desagregar las cifras epidemiológicas por
sexo. Por ejemplo, si tenemos una gráfica sobre las diez principales
causas de muerte en México (gráfica 1) no podemos observar diferencias epidemiológicas para mujeres y hombres si no desagregamos la
información de la manera arriba mencionada.
De acuerdo con esta gráfica, las principales enfermedades que
provocan muertes en México son las enfermedades del corazón (en
particular las isquémicas), la diabetes mellitus, junto con los tumores
malignos, los accidentes (específicamente los de vehículo motor) y las
enfermedades del hígado. Aunque haría falta hacer gráficas con
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LOS PROBLEMAS DE SALUD
§
7
Gráfica 1. ¿Cuáles fueron las 10 principales causas de muerte en México en 2011?
10.1 Hipoxia intrauterina, asfixia y otros trastornos
respiratorios originados en el período perinatal
10. Ciertas afecciones originadas en el período perinatal
9. Neumonía e influenza
8. Enfermedades pulmonares obstructivas crónicas
6.7
12.8
13.0
16.0
7. Agresiones (homicidios)
23.4
6. Enfermedades cerebrovasculares
5.1 Enfermedad alcohólica del hígado
27.0
10.5
5. Enfermedades del hígado
4.1 Accidentes de tráfico de vehículos de motor
4. Accidentes
Tasa
28.3
14.3
31.5
3. Tumores malignos
61.6
2. Diabetes mellitus
69.8
1.1 Enfermedades isquémicas del corazón
61.3
1. Enfermedades del corazón
91.2
0.0 10.0 20.0 30.0 40.0 50.0 60.0 70.0 80.0 90.0 100.0
El número al final de la barra corresponde a la tasa de mortalidad por esa causa. El número antepuesto
al nombre corresponde al lugar que ocupa el padecimiento en la lista de principales causas de muerte
para 2011.
FUENTE: DGIS, SSA, 2011. Tasa por 100,000 mujeres/hombres.
información estandarizada por otras variables como la edad, el panorama que brinda esta gráfica daría elementos para plantear la importancia de realizar programas y estrategias preventivas de estas
enfermedades y atender a quienes las padecen. De alguna manera, la
información sobre principales causas de muerte es una fuente importante para la toma de decisiones en cuanto a las prioridades de salud
pública en México; sin embargo, ¿qué pasa si desagregamos esa misma
información por sexo? ¿Qué diferencias se develan y qué explicaciones
se pueden dar ante tales diferencias por sexo en las principales causas
de muerte en nuestro país?
Con los datos de las diez principales causas de muerte desagregados
por sexo podemos empezar a ubicar los diferentes padecimientos y el
lugar de importancia que ocuparían para su atención (gráfica 2).
En esta gráfica se observa claramente la diferencia en cuanto a las
diez principales causas de muerte de mujeres y de hombres y el lugar
8
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
que ocupan éstas para ambos. Como se puede ver, la primera y segunda
causa de muerte es la misma para mujeres y hombres: las enfermedades
isquémicas del corazón y la diabetes mellitus. Sin embargo, para los
hombres hay un diferencial en la tasa de muerte en comparación con
las mujeres en el caso de las primeras, mientras que para las mujeres,
a pesar de ser menor, hay un diferencial en la tasa de muerte de la
segunda.2 Lo anterior es un primer indicio que lleva a preguntar qué
diferencias de sexo y de género están contribuyendo a esos diferenciales, que causan que en México mueran más hombres por enfermedades del corazón, mientras que más mujeres mueren por diabetes
mellitus. La respuesta contribuiría a plantear propuestas para atender
las necesidades diferenciales para mujeres y hombres en cuanto a estos
dos padecimientos.
Por otro lado, la gráfica 2 nos muestra que en 2011 la tercera causa
de muerte para las mujeres y los hombres fueron los tumores malignos;
en particular resalta para las mujeres el cáncer de mama y el cérvicouterino, seguidos de la enfermedad cerebrovascular como la cuarta
causa de muerte. Por su parte, los accidentes (específicamente los de
vehículo motor) fueron la cuarta causa de muerte para los hombres,
seguida de los homicidios y las enfermedades del hígado (resalta la
enfermedad alcohólica de hígado). Destaca que los homicidios de
mujeres no aparece en las primeras veinte causas de muerte.3
Cabe mencionar que la diabetes se mantuvo de 2003 a 2010 como la primer causa
de muerte, con un diferencial ligeramente mayor en la tasa de muerte de mujeres.
3 Es importante considerar que desde principios de los años noventa se ha incrementado la relevancia de analizar desde el enfoque de género, el tema de los homicidios contra
mujeres en México debido al incremento de este tipo de sucesos con características de
feminicidio. Si bien en el presente artículo no se abordará esta grave causa de muerte
de mujeres, es necesario enfatizar que aun cuando epidemiológicamente no se expresa
como una de las primeras veinte causas de muerte de mujeres en México, la tasa estandarizada por edad de muerte de mujeres por homicidio de 2.6 por 100 mil habitantes debería
analizarse en el contexto del incremento de los feminicidios en este país y en el mundo.
Actualmente diversos autores y autoras han evidenciado que “El objetivo del feminicidio
es cuestionar el orden social emergente que anuncia el continuo declive de la tradicional
2
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LOS PROBLEMAS DE SALUD
§
9
Gráfica 2. ¿Cuáles fueron las 10 principales causas de muerte en México en 2011,
desagregadas por sexo?
Insuficiencia renal -10
9
10. Neumonía e influenza - 8
14.5
11.5
9.1 Hipoxia intrauterina, asfixia y otros trastornos
respiratorios originados en el período perinatal - 9.1
7.9
5.5
15
10.7
9. Ciertas afecc. periodo perinatal - 9
17.7
14.4
8. Enfermedades pulmonares obstructivas crónicas - 6
26.3
27.6
7. Enf. cerebrovasculares - 4
19.4
6.1 Enfermedad alcohólica del hígado
6. Enfermedades del hígado - 5
42
15.2
42.7
5. Agresiones (Homicidios) -13
Hombres
4.1 Accidentes de vehículo motor - 7.1
5.8
4. Accidentes - 7
23.1
Mujeres
49.5
14.2
Cáncer del hígado 3.3
4.8
Cáncer cérvicouterino 3.2
6.6
Cáncer de mama 3.1
8.8
61.5
61.6
3. Tumores malignos - 3
68.7
70.8
2. Diabetes mellitus - 2
1.1 Enf. isquémicas corazón- 1.1
52.7
70.2
1. Enfermedades del corazón -1
84.7
0
20
40
60
80
97.9
100
120
El número antepuesto al nombre es el lugar que ocupa el padecimiento en la lista de principales
causas de muerte para hombres en 2011. El número al final de las barras corresponde a las mujeres en
el mismo año.
Fuente: DGIS, SSA, 2011- Tasa por 100,000 mujeres/hombres.
10
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Con base en estos datos podemos empezar a dirigirnos hacia el
análisis epidemiológico con perspectiva de género. Por ejemplo, en
el caso de la cirrosis y la enfermedad alcohólica del hígado como una
de las primeras seis causas de muerte en los hombres, ha llamado la
atención sobre la importancia de analizar la información desde la perspectiva de género (Rodríguez y del Río, 2010). Desde 2005 este padecimiento ha estado entre las primeras seis causas de muerte de los
hombres, lo que implica indagar más la relación de la masculinidad
y el género como un determinante social.
Para realizar el análisis epidemiológico de este padecimiento así
como proponer acciones para combatirlo es necesario tomar en
cuenta la capacidad diferenciada que tienen el sexo masculino de su
menor sensibilidad a la exposición a químicos así como su metabolismo más lento ante el alcohol. Aunado a ello, se deben considerar
las circunstancias derivadas de la masculinidad tradicional que conllevan la demanda social constante para los hombres de tener que
demostrar su masculinidad y su “hombría” mediante le consumo desmedido de bebidas alcohólicas sin importar las consecuencias por
su intoxicación.
Otro ejemplo es el análisis de los datos de accidentes de vehículo
motor que están en las primeras cinco causas de muertes de hombres
en México, donde mueren tres veces más hombres que mujeres (ver
gráfica 3). Para 2006, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes
reportaba que 73% de conductores involucrados en accidentes eran
hombres y 5.6% mujeres de entre 31 y 40 años. Por su parte, el
Observatorio Nacional de Accidentes reportó que para 2011 existe
evidencia de que el sexo y la edad de las personas están asociados
con un mayor número de defunciones. En relación con el sexo, en
2011, 70% de las personas que murieron en un accidente de tránsito
fueron hombres.
Por lo anterior se ha enfatizado la necesidad de incorporar la perspectiva de género en el análisis epidemiológico de estas cifras y en la
posición de dominio y de poder de los hombres frente a las mujeres” (Arteaga y Valdés,
2010: 7).
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LOS PROBLEMAS DE SALUD
§
11
Gráfica 3. Tasa de muertes por accidente de vehículo de motor 2000-2008.
30
25
20
Mujeres
15
Hombres
10
5
0
2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
FUENTE: DGIS, SSA, 2008.
elaboración de intervenciones que buscan prevenir este tipo de accidentes y la muerte en hombres, principalmente en jóvenes (Rodríguez
y del Rio, 2010).
Otra causa de muerte que requiere el análisis con perspectiva
de género son los homicidios, la cual ha pasado de la octava causa de
muerte de hombres (2007) a la quinta (2011). Estas cifras permiten
considerar que la violencia también es producto del sistema tradicional
de género que a su vez resulta ser un determinante social estructural de
la salud de los hombres, así como un factor de riesgo que produce la
ocurrencia de agresiones y homicidios (Rodríguez y del Río, 2010).
En las últimas dos décadas muchos estudios realizados en América
Latina han demostrado las diversas maneras en que los hombres latinos
viven la masculinidad (Mirandé, 1997). Se ha mostrado la relación,
entre la mortalidad de los hombres y estereotipos masculinos (Bonino,
1989), así como entre la masculinidad y los problemas de salud de
ellos (de Keijzer, 1994). Específicamente, en el caso de México,
los estudios en el tema de las masculinidades se han desarrollado en
mayor grado vinculados con el tema de la salud, la sexualidad y la
reproducción (Lerner, 1998), sin embargo, las cifras epidemiológicas arriba señaladas muestran que es necesario abrir el campo de estas
12
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
investigaciones hacia las temáticas de salud no necesariamente involucradas con estos aspectos.
Cabe recordar que los hombres no conforman un conglomerado homogéneo e invariable, y no actúan en automático con un modo
masculino único (Mirandé, 1997), sino a partir de los mandatos sociales
se presenta una variedad de modalidades de masculinidad, en muchos
casos contradictorias. Por ello, desde la perspectiva de género es muy
importante avanzar en los estudios sobre las masculinidades y su influencia en los problemas de salud, para comprender como los hombres
los viven e identificar elementos base para su abordaje y que puedan
ser incorporados a las líneas de acción de la salud pública.
Por otra parte, en cuanto a las mujeres se pueden comentar algunos
temas relevantes; sus principales causas de muerte expuestas en la
gráfica 2 muestran que en México en 2011 las enfermedades crónicodegenerativas ocupan el primer lugar, lo que también invita al análisis
epidemiológico con perspectiva de género que sustente la formulación
de propuestas de acción para la prevención y la atención a personas
que las padecen. Por ejemplo, se debe considerar la influencia del
género en el cuidado de la salud, lo cual dificulta la práctica para sí
mismas respecto de los cuidados que realizan para otras personas.
El caso paradigmático del cáncer de mama y cérvico-uterino nos
muestra las múltiples maneras en que el sistema tradicional de género
influye de manera negativa en el cuidado de la salud de las mujeres.
De inicio, podemos afirmar que la falta de atención hacia su salud o
hacía posibles síntomas indicadores de estos problemas de salud se
constata ya que muchas mujeres con cáncer de mama o cérvico-uterino
postergaron la búsqueda de pruebas diagnósticas. Además, las razones
por las cuales postergan la visita al médico para realizarse el papanicolao
o una mastografía son variadas, y algunas tienen que ver con su condición y rol de género. Por ejemplo, omiten estas visitas médicas por
falta de tiempo para sí mismas, pues están ocupadas en la atención de
los demás miembros de la familia, la realización de labores domésticas,
ayudar a otros en sus problemas de salud, etc. También sucede que
no cuentan con dinero para asistir a los centros de salud u hospitales,
pues su trabajo casero no es pagado y muchas veces tampoco tienen
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LOS PROBLEMAS DE SALUD
§
13
un trabajo remunerado fuera de casa que les permita tener autonomía
económica para decidir en qué gastar su dinero, aunado a su falta de
empoderamiento para tomar decisiones en su familia en beneficio
de la propia salud.
Otros datos de la salud de las mujeres en México hablan de su
exposición a riesgos contra la salud, su condición de vulnerabilidad
relacionada con el género y la situación económica. Por ejemplo, en
2011, 80% de las 971 muertes maternas en nuestro país eran evitables.
La muerte materna sigue siendo la punta del iceberg de la desigualdad
social entre mujeres y hombres, dado que ellas mueren por causas
evitables durante el embarazo, el parto y el puerperio, etapas que
paradójicamente son sobrevaloradas en el sistema tradicional de género, el cual coloca a la reproducción y la maternidad como la función
social más valorada de una mujer. En el caso de México, la muerte
materna es un problema derivado principalmente de la falta de calidad
de la atención de la emergencia obstétrica. Por otro lado, también es
importante señalar que se ha desarrollado una reflexión seria en torno
de la violencia institucional ejercida durante la atención a la mujer
durante el embarazo, el parto y el puerperio,4 en este sentido, resulta
indispensable investigar más sobre el impacto de dicha violencia
institucional en la morbi-mortalidad materna, pues el sustento de
esta práctica está soportado por la desvalorización de la mujer y de su
capacidad de vivir la sexualidad en nuestra sociedad.
Recordemos que los mandatos sociales de sexualidad se hallan principalmente centrados en la heterosexualidad, pero se entrelazan con
el género, legitimando una sexualidad para los hombres y otra para
las mujeres (Butler, 1993). La conformación de los individuos en
Véase Villanueva, Luis, “El maltrato en las salas de parto. Reflexiones de un ginecoobstetra” en revista Género y Salud en Cifras, vol. 8 núm. 3, septiembre-diciembre de
2010, pp. 21-26; García, Hernán, Almaguer, Alejandro y Vargas Vicente “La violencia
obstétrica. Una forma de patriarcado en las instituciones de salud” en revista Género y Salud
en Cifras, vol. 8 núm. 3, septiembre-diciembre de 2010, pp. 3-12; Mino, Fernando “Parir
con dolor. La violencia obstétrica en los servicios de salud” en Letra S, Salud, Sexualidad
y Sida, suplemento mensual de La Jornada, núm. 189, jueves 5 de abril de 2012.
4
14
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
sujetos de placer está enmarcada en el cruce de las demandas sociales de
los discursos hegemónicos de la sexualidad y del género. Estos mandatos sociales para una sexualidad de género interpelan a los sujetos normando las prácticas sexuales y su deber ser, de manera que
ubican a la sexualidad femenina como una práctica para la reproducción
independientemente del componente placentero que pueda o no tener. Por lo tanto, a las mujeres embarazadas se les puede recriminar o
criticar por haber tenido una práctica sexual que tuvo como resultado un embarazo.
Varios especialistas (Villanueva, 2010; Hernández et al, 2010; Mino,
2012) han abordado la problemática de maltrato y falta de respeto
hacia la mujer como cuestionamiento irónico o burlón sobre su vida
sexual, emitido durante los momentos en que está a la espera de parir
con dolores y malestares corporales propios de ese proceso. Sin embargo,
cabe preguntarse si otro tipo de maltratos o de “no tratos” apropiados
y con calidad técnica estarían encubriendo los prejuicios médicos en
relación a la vida sexual femenina y los estereotipos y roles tradicionales
de género femenino. Ésta es una veta de investigación fundamental,
misma que desde la perspectiva de género contribuiría para profundizar
como la falta de calidad en la atención de una emergencia obstétrica
o de un parto o cesárea puede derivar en una muerte materna, aun
cuando el personal médico haya recibido de parte de diferentes expertas
y expertos capacitación y cursos de actualización en esta materia.
Otra problemática de salud actual que requiere mayor análisis y
propuestas de intervención desde la perspectiva de género es el VIH/
SIDA. Actualmente hay una razón hombre/mujer de 4.6 hombres por
1 mujer, dato que se ha mantenido en los últimos 9 años, según el
Informe Nacional de Avances en la Lucha contra el SIDA 2012 del
Consejo Nacional para la Prevención y el Control del SIDA (CONASIDA).
Sin embargo, los datos del Sistema Nacional de Información en Salud
revelan que entre 2001 y 2006 la tasa de mortalidad entre mujeres
por esta causa tuvo un incremento de 11.7%. Según el mismo informe, del total de casos registrados en 2011, el 98% de SIDA en mujeres
se dio por transmisión heterosexual. Por su parte, especialistas han
evidenciado como en 2009, 99.5% de las mujeres y 97.1% de los
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LOS PROBLEMAS DE SALUD
§
15
hombres de más de 30 años diagnosticados con SIDA lo adquirieron
por vía sexual; 49.4% de ellos y 99.5% de ellas dijeron tener relaciones
heterosexuales; 26.4% de los hombres declararon ser homosexuales y
21.3% bisexuales (Torres, 2010: 23). Como lo muestran los datos del
Registro Nacional de Casos de SIDA “la progresión de casos de SIDA
entre las mujeres adultas muestra un crecimiento de la epidemia, tanto
absoluto respecto de las cifras que se presentaron en las décadas de los
ochenta y noventa, como relativo frente a los hombres. La vía de
transmisión heterosexual es la responsable de este cambio” (Magis et al,
2010: 37). La información epidemiológica sobre VIH/SIDA también
da luces sobre la necesidad e importancia de analizar los datos con un
enfoque de género, considerando las condiciones en las cuales las
mujeres y los hombres tienen o no prácticas de prevención, o se infectan con VIH, se enferman de SIDA, o en su caso tienen o no acceso
a servicios de salud y a los medicamentos antiretrovirales, entre otros.
Hasta aquí, algunas reflexiones para un análisis con perspectiva de
género de algunos datos epidemiológicos desagregados por sexo. Los
problemas de salud con mayor brecha deben ser analizados tomando
en cuenta esta perspectiva; sin embargo, aunque la brecha no sea tan
evidente, el enfoque de género puede contribuir a la comprensión de
la forma en que mujeres y hombres viven el proceso salud enfermedad, dando luces para la creación de estrategias y acciones específicas
que de manera más efectiva coadyuven a la prevención, al fortalecimiento
del cuidado y autocuidado de la salud, así como una mejor y mayor
adherencia al tratamiento ante una enfermedad diagnosticada. Tal es el
caso de la diabetes mellitus que a continuación se aborda.
Perspectiva de género en el caso particular
de la diabetes mellitus
Desde la Encuesta Nacional de Salud de 2000 se observó que en
México la prevalencia nacional de diabetes mellitus en adultos de 20
y más años de edad era de 7.5%, mujeres 7.8% y hombres 7.2%. Estos
datos evidenciaron la gravedad de este problema de salud en nuestro
16
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
país, aunque de acuerdo con un análisis estadístico mediante modelos
de regresión logística multivariada estratificados por sexo, realizado
por Olaiz et al (2007) se identificaron como variables asociadas con
la presencia de esta enfermedad la edad, la baja escolaridad, el antecedente familiar de diabetes mellitus y la coexistencia de hipertensión
arterial, enfermedad renal e hipercolesterolemia en ambos sexos. Sin
embargo, en el mismo análisis la obesidad abdominal se relacionó
con diabetes mellitus sólo en mujeres, mientras la residencia en zona
urbana se relacionó con esta enfermedad sólo en hombres. En tanto,
la prevalencia ajustada de diabetes por diagnóstico médico previo a la
encuesta, en mujeres subió de menos de 20% en la ENSANUT 2006
a más de 25% en la ENSANUT 2012. Lo anterior también apunta a
la necesidad de investigar con mayor profundidad y con diferentes
metodologías las causas de las diferencias por sexo y qué relación tienen
con el género.
En particular, en lo que respecta a las muertes de mujeres por
diabetes mellitus, podemos preguntarnos qué relación tiene el género
con la posibilidad al acceso a diagnósticos adecuados y la obtención
de condiciones para una adecuada adherencia al tratamiento farmacológico y nutricional que requeriría el control de sus niveles de glicemia. Hasta ahora no hay investigaciones suficientes que muestren
dicha relación, pero sí algunos análisis y experiencias institucionales
(OPS, 2008) que apuntan hacia la necesidad de profundizar en investigaciones con perspectiva de género para mostrar que, debido a la
condición de género además de su condición de clase y en muchas
ocasiones de etnia, las mujeres enfrentan diversas barreras y problemáticas para transformar y fortalecer estilos de vida saludables así
como para tener apoyos de los demás miembros de la familia que
les faciliten la adherencia a la dieta nutricional así como al tratamiento
farmacológico.
Por los mandatos tradicionales del “ser para los otros” y “para el
cuidado de los otros”, muchas mujeres no ejercen su derecho a la
protección de la salud al postergar el cuidado de su propia salud
por atender la de otros miembros de la familia, o por no contar con,
recursos financieros para acudir a servicios de salud cuando sea
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LOS PROBLEMAS DE SALUD
§
17
necesario, adquirir el mejor tratamiento farmacológico existente para
este padecimiento o contar con todo lo necesario para la elaboración
y consumo de una dieta saludable apropiada a los requerimientos de
calorías para tener un buen control metabólico.5
Si bien se ha documentado que las mujeres perciben más tempranamente cambios en sus cuerpos, emociones y malestares corporales, además de tener más condiciones aceptadas socialmente
para expresarse y hablar sobre estas cuestiones, esto no necesariamente contribuye a la obtención de requerimientos personales,
financieros y de apoyo familiar para hacerse cargo del cuidado de
su salud y las medidas necesarias para el mejor control de su diabetes mellitus.
Por otra parte, también desde la perspectiva de género, hay que
apuntalar la importancia de analizar las condiciones de salud y bienestar de los hombres diabéticos, relacionadas con la socialización de
la masculinidad tradicional que les exige y demanda contención
emocional como fundamento de su masculinidad (Corsi, 1995). En
un estudio realizado en Chiapas (Nazar B. y Salvatierra I., 2010), se
encontró que la diabetes mellitus tipo II en hombres de 65 y más años
incrementó significativamente la probabilidad de depresión. Según
sus resultados los hombres diabéticos de mayor edad tienen cuatro
veces mayor riesgo de depresión que los hombres diabéticos jóvenes
y 2.6 veces mayor probabilidad de padecer depresión que los
Se han documentado algunas problemáticas y dificultades que enfrentan las mujeres
con diabetes mellitus al no contar con apoyo de su pareja y/o hijos, u otros integrantes
de la familia, para poder elaborar y consumir alimentos saludables acordes con la dieta
prescrita. Así también, se ha documentado los apoyos que los hombres con diabetes mellitus generalmente reciben por parte de sus parejas y demás familiares que viven con ellos.
Esto tiene relación con los roles tradicionales de género que demandan para las mujeres
atender y hacerse cargo del cuidado de los otros, independientemente de considerar y
ejercer el autocuidado de sí, y para los hombres el control emocional y racional así como
el papel de proveedor y jefe de familia que recibe los cuidados y apoyos necesarios en el
hogar precisamente para cumplir con dicho rol. Véase, Ortiz y Barragán, 2011; del Río,
et al., 2008.
5
18
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
hombres no diabéticos de mayor edad.6 De acuerdo con sus resultados, la depresión es más frecuente en los hombres diabéticos de
65 o más años, ya que registraron significativamente mayor frecuencia
de sensación de soledad, tristeza, desinterés, dificultad para dormir,
falta de energía, así como preocupación excesiva, desesperanza y
llanto fácil, incluso pérdida de autoestima. Según este estudio, la
depresión incrementa la probabilidad de abandono del tratamiento
en el caso de los hombres jóvenes: siete de cada diez abandonan el
tratamiento. Lo anterior podría explicar la mayor pérdida de funciones reportadas por los hombres en edades más avanzadas, así
como su menor esperanza de vida; por lo que la diabetes produce
un conflicto importante en la identidad masculina que se centra
socialmente en demostrar su fortaleza, virilidad y capacidad, funciones que se ven afectadas seriamente por esta enfermedad. Desde
la perspectiva de género, este conflicto estaría contribuyendo a la
génesis de la depresión y al abandono del tratamiento. Como afirman
Nazar y Salvatierra “Aunque los hombres tienen mayores ventajas
sociales respecto a las mujeres, como mayor control y acceso a los
recursos destinados a su salud y los cuidados proporcionados por su
pareja, las demandas sociales les imponen metas que en la vejez o
en la enfermedad no pueden cumplir.” (2010: 88). De ahí que la
atención a mujeres y hombres con este tipo de padecimientos debe
incluir tratamientos para la diabetes y la depresión, aunque tendrían
que considerar, también, el significado de la enfermedad, el impacto
de la mayor edad para favorecer una mejor adherencia y un incremento de la misma, y con ello aumentar el control y calidad de vida
aún en el envejecimiento.
En este estudio la depresión en el caso de las mujeres no se asocia con la mayor edad
ni con la diabetes. La depresión fue medida con el Hopkins Symtom Check List-25
(HSCL-25). Los resultados evidenciaron a la edad como un factor clave en la explicación
de la asociación de la diabetes mellitus tipo 2 y la depresión en los hombres.
6
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LOS PROBLEMAS DE SALUD
§
19
Perspectiva de género en salud: algunos criterios básicos y
lineamientos para su aplicación en los programas de salud
A partir de la resolución del Consejo Económico y Social de las Naciones
Unidas del 14 de julio de 1997, publicada por la Organización de las
Naciones Unidas por medio de la Organización Mundial de la Salud
(OMS) estableció en 2002 la Política en materia de Género: integración
de las perspectivas de género en su labor (OMS, 2002). La meta de esta
política es contribuir a la mejora de la salud tanto de hombres como
de mujeres mediante investigaciones, políticas y programas de salud
que presten la debida atención a las cuestiones de género y promuevan
la equidad y la igualdad entre el hombre y la mujer.
La OMS por medio de la Comisión de Determinantes Sociales7
reconoció al género como un determinante social que los sistemas
de salud deben tomar en consideración, por lo que deberían promover
mayor equidad; identificar y atender necesidades diferenciales de
salud desde la planeación y el otorgamiento de servicios; reconocer
y revalorar que la fuerza de trabajo mayoritaria son mujeres; y trabajar
en coordinación intersectorial (Sen y Östlin, 2007).
La Organización Panamericana de la Salud también estableció la
Política de Igualdad de Género 2009-2014 con la meta de contribuir
al logro de la igualdad de género en el estado de la salud y el desarrollo
sanitario por medio de investigaciones, políticas y programas que
presten la atención debida a las diferencias de género en la salud y a
sus factores determinantes y promuevan activamente la igualdad entre
mujeres y hombres.
Para ello creó el Plan de Acción para la implementación de la
política de igualdad de género en la OPS (2009), que se orienta a partir
de 4 ejes de trabajo: 1) la creación de base de datos probatorios sobre el
género y la salud; 2) la creación de herramientas y fortalecimiento
de capacidades en la secretaría y los Estados Miembros de la OPS;
3) el aumento y fortalecimiento de la participación de la sociedad
Véase http://www.who.int/entity/social_determinants/final_report/csdh_finalreport_2008.pdf [visitado el 11 de enero de 2012].
7
20
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
civil, con hincapié en grupos de mujeres y defensores de la igualdad
de género; 4) la institucionalización de políticas sensibles a las cuestiones de género, y mecanismos de vigilancia y seguimiento.
El consenso de las posturas de diferentes expertas y expertos se ha
plasmado en estas políticas y planes de acción, dentro de un marco
institucional e internacional que impulsa el análisis desde la perspectiva
de género de las problemáticas de salud de la población, frente a la
necesidad de atender la desigualdad social y las inequidades de género
en salud.
La manera como se ha consensado el análisis de género permite:
examinar las cosas de abajo hacia arriba y comprender la realidad de
la población local antes de pasar al plano nacional e internacional para
comprender las causas fundamentales de como y por qué el poder,
los derechos y el acceso a recursos relacionados con la salud se distribuyen desigualmente entre los grupos de un país.(OPS, s/f).
La OMS y la OPS han publicado evidencias y líneas de trabajo para
la aplicación del análisis con perspectiva de género y la correspondiente
incorporación de esta perspectiva en políticas, programas y proyectos
de atención a la salud (OMS, 2011; OPS, s/f ).8 Con base en evidencias sólidas recomiendan decisiones oportunas en la atención de
asuntos prioritarios en el sector de la salud para la igualdad de género. En particular, han presentado evidencias sobre las múltiples maneras
en que el género impacta negativamente en la salud de las mujeres y en
menor cantidad respecto a la salud de los hombres, por lo que es muy
importante investigar más el impacto negativo que también tiene el
Además de las guías de OMS y OPS, organizaciones de la sociedad civil y/o algunos
gobiernos han publicado algunas guías y recomendaciones para la aplicación de la perspectiva de género en programas de salud. Un ejemplo de esto es el documento de Sara
Velasco Arias, Recomendaciones para la práctica del enfoque de género en programas de salud
del Observatorio de la Salud de la Mujer y la Dirección General de la Agencia de Calidad del
Sistema Nacional de Salud de la Secretaría General de Sanidad y el Ministerio de Sanidad
y Consumo de España, en 2008 en Madrid.
8
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LOS PROBLEMAS DE SALUD
§
21
género sobre su salud. De esa manera se contribuirá al avance hacia
la igualdad de género en salud a través de investigaciones sobre las
brechas en la salud de mujeres y hombres.
Por otra parte, resulta indispensable considerar lo establecido por
la OPS (s/f ):
La falta de evidencias no significa que no podamos corregir y aliviar
las inequidades de salud debidas a las normas y la desigualdad de
género. No necesitamos más evidencias para saber que la desigualdad,
los roles y las normas de género son importantes determinantes
sociales de la salud. Lo que sí necesitamos es continuar fortaleciendo
las evidencias sobre las formas en que opera el género como factor
de riesgo o de protección para la salud tanto de las mujeres, como de
los hombres de todas las edades y realizar evaluaciones rigurosas
de las ventajas de la incorporación de la perspectiva de género en el
sector de la salud. (OPS, s/f ).
Desde ese marco institucional internacional podemos afirmar que:
es necesario analizar la ocurrencia de enfermedades y los datos epidemiológicos desde la perspectiva de género, y así identificar diferencias
entre mujeres y hombres en:
– Los riesgos establecidos por tipo de actividad y patrones de
comportamiento asignados socialmente a cada sexo.
– La percepción de los síntomas de enfermedad y el momento
de la búsqueda de atención médica.
– Las condiciones de posibilidad de acceso a servicios de salud.
– La adherencia al tratamiento y la manera en que se asume el
papel de enfermo(a) y de cuidador(a).
– Las necesidades específicas de atención y la evaluación de la
calidad de la atención.
– El autocuidado y los apoyos que se tienen para la salud y el
seguimiento y adherencia al tratamiento indicado.
22
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
La identificación de estas diferencias es el punto de partida para
proponer alternativas que desde la perspectiva de género contribuyan
de manera más efectiva al cuidado de la salud y el bienestar de las personas. Al mismo tiempo, el análisis desde este enfoque debería realizarse
para los servicios de salud y su personal en lo que se refiere a:
– La identificación de prioridades en gastos e inversión.
– Las acciones necesarias para fomentar y contribuir a la eliminación de patrones, roles y estereotipos de género adversos a la
salud.
– La promoción de la salud tomando en cuenta la condición de
género de las personas y evitando reproducir o reforzar los estereotipos y roles tradicionales de género.
– La generación de información para la prevención de enfermedades considerando diferencias de género.
– La difusión y promoción de medidas de prevención o tratamiento facilitando la adherencia tomando en cuenta las condiciones de género.
– Las medidas para facilitar el acceso a servicios de salud para las
mujeres y los hombres, incluyendo acciones afirmativas o medidas temporales.
– La implantación de estrategias de evaluación de la calidad con
perspectiva de género.
– La generación de un ambiente y condiciones laborales de igualdad para las mujeres y los hombres que trabajan en las oficinas
y servicios de salud, incluyendo la tolerancia cero al hostigamiento y el acoso sexual.
Para avanzar hacia la igualdad de género en salud es fundamental
aplicar la perspectiva de género a partir de criterios básicos, como
los planteados en la Guía para incorporar la perspectiva de género en
programas de salud (2011). Se trata de una herramienta que establece
una propuesta de lineamientos básicos para acciones específicas de
promoción de la salud, la prevención y la atención de la salud desde la perspectiva de género contribuyendo al establecimiento de
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LOS PROBLEMAS DE SALUD
§
23
condiciones para la igualdad de género en salud. Los lineamientos
básicos serían:
• Desagregar por sexo todos los datos epidemiológicos y aquellos
que se recolectan a través de los sistemas de información en
salud sobre la morbi-mortalidad, discapacidad, gasto en salud,
y realizar análisis epidemiológico con perspectiva de género.
• Utilizar comunicación incluyente, no sexista, no discriminatorio
en todos los mensajes, documentos, productos comunicativos,
internos y externos de la institución de salud.
• No reproducir o fomentar la discriminación por sexo o género
con las acciones de promoción de la salud, prevención y atención
a la salud.
• Tener en cuenta que se trabaja con mujeres y hombres con una
historia, no con objetos para números y metas.
• Fomentar que el cuidado de personas enfermas lo hagan todas/
os los integrantes de la familia (no sólo mujeres).
Como parte de avanzar en la elaboración y puesta en marcha de
propuestas para incorporar la perspectiva de género en programas
de salud, en particular en las acciones de promoción de la salud, la
prevención y la atención en servicios de salud, esta Guía también
expone algunos lineamientos prácticos y específicos para avanzar
en ese sentido. Por citar algunos ejemplos, se propone:
Para las acciones de promoción de la salud y prevención, evitar
reproducir los estereotipos y roles tradicionales de género en las imágenes ahí utilizadas. A manera de ejemplo, esto se tendría que ver
traducido en mensajes sobre el cuidado de la salud como un fin en sí
mismo y no como un medio para beneficiar la salud de otras personas,
como cuando se promueve que la mujer deje de fumar. Otro ejemplo
podría ser que se generen y promuevan mensajes dirigidos a sensibilizar
sobre la prevención de los riesgos que suelen asumir los hombres por
razones de género y que repercuten en su estado de salud, tales como
los accidentes, las adicciones, el VIH/SIDA. Finalmente, otro ejemplo
sería, que se aliente a los hombres de cualquier edad a participar en
24
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
las actividades de salud comunitaria tradicionalmente delegadas a las
mujeres por cuestiones de género. Por mencionar algunos, mostrar
en las imágenes a hombres que cuidan a integrantes menores o mayores
de la familia; llevando a su hija o hijo a vacunar.
Por otro lado, la aplicación de la perspectiva de género en la atención en los servicios de salud requiere que el personal de salud trate a
las usuarias con amabilidad y como personas respetables, incluso llamándolas por su nombre y no con términos en diminutivo que denotan
un trato hacia ellas como seres inferiores que requieren de una protección en particular. Otra propuesta es establecer espacios y horarios de
atención en los servicios preventivos adecuados a los horarios de trabajo
de las mujeres y de los hombres, en particular para la atención en
aquellos programas generalmente dirigidos a la atención de los hombres
como es el caso de las adicciones y el VIH/SIDA. Además, es necesario
que los servicios de salud incluyan el servicio de cuidado de las y los
hijos de las usuarias mientras éstas reciben la atención médica que
requieren. Finalmente, una propuesta es que el consentimiento informado sea un eje central en la prestación de servicios, en especial la
atención de la salud reproductiva de las mujeres.
Consideraciones finales
Se han presentado algunos datos, reflexiones y argumentos sobre la
igualdad de género en salud como un reto importante y necesario para
ser asumido en las instituciones de salud pública. Las ideas y cuestiones
aquí planteadas son resultados del intercambio colaborativo y constructivo que hemos tenido en el desarrollo del Programa de Acción
Específico Igualdad de Género en Salud 2007-2012. No pretenden
ser soluciones y propuestas acabadas, sino ideas reflexivas para motivar
mayor análisis y generación de nuevas propuestas, además este documento busca enriquecer los planteamientos con las consideraciones
de quienes las lean y pongan en práctica.
Aún queda mucho trecho en la construcción de condiciones para
la igualdad entre mujeres y hombres en el respeto de su derecho a la
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN EL ANÁLISIS DE LOS PROBLEMAS DE SALUD
§
25
salud, así como la disminución y eliminación de inequidades en salud
causadas o reforzadas por el sistema tradicional de género. Sin duda,
la realización del derecho a la igualdad entre la mujer y el hombre
establecido en la Constitución Mexicana y en la Ley General para la
Igualdad entre Mujeres y Hombres en el ámbito de la salud es un reto
inaplazable y en el que las personas que trabajamos en las instituciones
de salud debemos trabajar por el bien de toda la población que vive
y transita por México.
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§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
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Género e investigación sobre salud:
apuntes para acompañar una búsqueda1
JUAN GUILLERMO FIGUEROA PEREA
RESUMEN: Se muestran algunos elementos básicos que aporta la perspectiva
de género al investigar los procesos de salud y enfermedad de las personas,
a partir de sus diferencias biológicas y de la forma en que éstas se interpretan socialmente. También se reflexiona sobre la interacción entre elementos conceptuales y políticos subyacentes al proceso de construcción
de la perspectiva de género, ya que ello condiciona las diferentes interpretaciones de los hechos sociales que buscan ser vistos desde aristas más ricas,
diversas y complejas que las que han venido construyéndose desde diferentes
fuentes de conocimiento, como algunas disciplinas académicas y desde el
conocimiento cotidiano.
A partir de estas precisiones y reflexiones, se proponen ejemplos de
los problemas de salud que viven hombres y mujeres, algunos de manera
Texto construido a partir de dos conferencias del autor presentadas la primera en
el Primer Congreso Nacional sobre “Temas selectos de salud. Investigación y acción desde
una perspectiva de género”, organizado por el Instituto Nacional de las Mujeres y varias
instituciones del Sector Salud (23 y 24 de septiembre de 2008) y la segunda, en el Programa
de Estudios de Género y Salud del Departamento de Salud Pública de la Facultad de
Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, dentro de su ciclo de mesas
redondas y conferencias La primera feria de género y salud, celebrada los días 14 y 15 de
octubre de 2010.
1
29
30
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
específica por sus diferencias fisiológicas y otros en función de lo que
culturalmente se construye como imaginarios de género. A partir de la
lectura combinada de lo teórico, lo político y los casos específicos, se
proponen reflexiones y propuestas de investigación para trabajar críticamente alrededor de estos temas, ya sea como investigadores o bien como
proveedores de servicios de salud.
Este texto pretende mostrar algunos elementos básicos que aporta la
perspectiva de género al investigar los procesos de salud enfermedad.
Se trata de una presentación en cuatro partes. La primera incluye
breves considerandos conceptuales. La segunda recupera algunas dimensiones de tipo político, ya que esa es la historia detrás de la perspectiva de género. En la tercera parte se proponen ejemplos de problemas
de salud de hombres y de mujeres, y se reflexiona como se pueden
tratar de repensar las diferencias observadas desde la perspectiva de
género. En la cuarta sección se comparten algunas sugerencias de vertientes de investigación para seguir trabajando.
Se parte del supuesto de que investigar no es únicamente el proceso
ordenado y sistemático, sino que implica además un proceso crítico
a través del cual buscamos generar conocimiento (Ander Egg, 1976).
La mejor manera de ser crítico es por medio de cuestionar las propias
interpretaciones, aquellas que se aprenden por tradición cultural e incluso disciplinaria y que por ello se asumen como obvias. Lo que se
necesita es revisar supuestos y creencias, así como la forma –a veces
obvia– de interpretar las diferencias entre hombres y mujeres en los
espacios de la salud y la enfermedad. En este tenor puede ser muy útil
tratar de entender lo que ofrece la perspectiva de género, comenzando
por acotarla teórica y analíticamente.
Elementos conceptuales
Ante una persona recién nacida se identifican sus rasgos biológicos
con el fin de poder caracterizarla como niño o niña. A partir de ese
GÉNERO E INVESTIGACIÓN SOBRE SALUD: APUNTES PARA ACOMPAÑAR UNA BÚSQUEDA
§
31
momento los actores sociales van creando una serie de condicionamientos sociales para entrenar a la persona, de modo que se comporte
de acuerdo con lo esperado en función de su genitalidad. Lo que la
perspectiva de género trata de hacer evidente es que se nace con cierto
tipo de información biológica y de fisiología y en función de ello, la
sociedad va entrenando a las personas para comportarse y para actuar
de cierta manera.
Eso no niega que exista un conocimiento acumulado para analizar
diferencias genéticas, fisiológicas y anatómicas, que de alguna manera
pueden ir generando ciertas predisposiciones de las personas a tener
procesos específicos de salud-enfermedad. No obstante, una hipótesis
de trabajo es que además los diferentes patrones de socialización
van permeando de manera diferente nuestro proceso de salud-enfermedad. Por ejemplo, a muchas mujeres se les entrena para cuidar
a otros y cuidarse a sí mismas, pero irónicamente hay ocasiones en
que no pueden hacer esto último porque no tienen tiempo por estar
cuidando a otras personas. En cambio, a muchos hombres se les
entrena no sólo para no cuidarse, sino para buscar situaciones de
riesgo; pareciera que es poco masculino el auto-cuidarse. Irónicamente hay mujeres que cuidan a los hombres y se descuidan a sí
mismas, porque están atendiendo al que intencionalmente busca
las situaciones de riesgo.
Por tanto, los factores para exponerse a cierto tipo de problemática
de salud-enfermedad no están únicamente condicionados por lo que
fisiológicamente se es, sino por lo que socialmente se aprende. Esto
influye en procesos diferenciales de empoderamiento sobre la propia
salud. Núñez (2004) señala que un sistema patriarcal contribuye a
que los hombres sean extraños para sí mismos, mientras que muchas
autoras feministas han evidenciado que esas diferencias biológicas se
convierten en desigualdades sociales para las mujeres (Lamas 1996),
al generar diferentes accesos a satisfactores sociales, así como distintos
derechos y oportunidades para cuidar de sí mismas (Correa y Petchesky
1994). Regularmente cuando se piensa en género se suele interpretar
que eso genera múltiples desigualdades para las mujeres y por supuesto que hay evidencias al respecto, si bien lo que menos se trabaja es
32
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
que estos aprendizajes también les generan consecuencias negativas a
los hombres (Figueroa 2009).
Una de las lecturas de la perspectiva de género, es que más allá de
verla únicamente como una categoría abstracta ofrece la posibilidad
de ayudar a tomar distancia de como las personas aprendieron a ser
lo que son como hombres y mujeres. Simone de Beauvoir (1989)
cuando afirmaba que “no se nace mujer, sino que se aprende a serlo”,
señaló paralelamente que tampoco se nace hombre, sino que se aprende. ¿Por qué no revisar los procesos por los cuales se aprende a ser
hombre, a la par que se revisa como se aprende a ser mujer? En el
proceso de salud-enfermedad parecen claras las pérdidas que viven
hombres y mujeres. Por lo mismo, más que quedarse en un falso debate
entre qué escoger para explicar las diferencias, lo biológico o lo social,
la propuesta es de reflexionar ¿cómo ponderar lo biológico y lo social
al interpretar los procesos de salud y enfermedad?
Entre los elementos biológicos a considerar al estudiar la salud
tenemos: la genética, la fisiología, la anatomía y la predisposición a
ciertas enfermedades. En el caso de los factores sociales identificamos los patrones de socialización, los roles familiares y las diferentes
oportunidades para ejercer derechos y cuidar de la salud, así como las
tensiones y riesgos laborales y domésticos asociados a los que significan
las diferencias biológicas. Ello va moldeando procesos de empoderamiento y desempoderamiento diferenciales para mujeres y para hombres, lo que legitima injusticias por jerarquías creadas y reproducidas
socialmente. Por ello, las diferentes causas de morbilidad y mortalidad
no pueden ser tan fácilmente explicadas desde el sexo biológico, sino
que es necesario considerar también aprendizajes y especializaciones
de género (Lagarde 1994).
¿Qué pasaría si se pudiera demostrar que las especializaciones de
género condicionan la forma en que se ejerce el derecho a la salud y
por lo tanto influyen en el acceso a las condiciones de posibilidad para
trabajar por el equilibrio y bienestar fisiológico, emocional y social?
Si eso fuera así, haría falta investigar lo que significa la diferencia
entre lo biológico y lo social. Sin embargo, vale la pena alertar también
que se suele suponer que los varones no se exponen a exclusiones o
GÉNERO E INVESTIGACIÓN SOBRE SALUD: APUNTES PARA ACOMPAÑAR UNA BÚSQUEDA
§
33
consecuencias negativas por el hecho de vivir en una sociedad patriarcal. Al contrario, se ha documentado que las especializaciones de
género también desempoderan a los hombres (Castañeda 2002, Figueroa 2009), y que lo contradictorio de las especializaciones de género
es que los desempoderan a ambos, al fragmentar lo que potencialmente
pueden ser como personas.
Una consecuencia inicial de repasar la salud desde el género
consiste en poder desmenuzar las relaciones entre el género y la
salud. Una primera propuesta es verlo desde las identidades de género y de como se aprende a ser hombre o mujer, mientras que un
segundo nivel de análisis relevante contempla considerar las relaciones
de poder entre personas de ambos sexos. Una tercera dimensión
analítica propone recuperar los contextos en donde vive la gente,
explicitando elementos de estratificación social y asimetrías de género
(Szasz 1999). Esto requiere diversificarse y ponerse en contexto,
documentando como se insertan estos intercambios en una serie de
estratificaciones sociales. La dimensión de género alude a esas tres
dimensiones y por ende, es necesario profundizar en como podemos
desglosarlas.
a) Construcción subjetiva de identidades de género
Una primera posibilidad de trabajo consiste en elaborar nuevas hipótesis y preguntas de investigación. Por ejemplo ¿cómo se vinculan las
personas con su cuerpo por el hecho de aprender cierto tipo de identidad, en tanto hombres y mujeres? ¿Los hombres están entrenados
para cuidar el cuerpo o para llevarlo a situaciones límite? ¿Por qué
muchos hombres se mueren en situaciones de riesgo? ¿No será por un
cierto aprendizaje de como, al socializar, van construyendo una forma
particular de relacionarse con sus respectivos cuerpos? Si esto tiene
que ver con la identidad de género, cuando se habla de que las personas
tienen que hacerse responsables de su salud, ¿qué tipo de responsabilidad puede pedírsele a un individuo que aprendió que es más hombre
en la medida que se expone a mayores riesgos? (Figueroa 2007) ¿Qué
tipo de programa de salud y de política pública se pueden diseñar de
34
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
forma que le generen sentido, si antes no se cuestiona el tipo de identidad de género que se aprendió?
Una de las posibilidades de las dinámicas vitales que se les
ha impuesto a las mujeres como una obligación es la cuestión de la
maternidad, mientras que a los hombres se les ha impuesto la de
la sexualidad. Hay una competencia compulsiva en muchos varones
para ejercer la sexualidad. Con ese tipo de aprendizajes es posible
que vean bloqueadas las posibles decisiones que harían personalmente por considerar otros comportamientos, ya que contra lo que
están compitiendo es contra el modelo de ser hombre. Algo parecido
puede pasar con las mujeres cuando se asume que ser mujeres es
sinónimo de ser madres, como sucede en muchos contextos sociales.
Esas identidades de género dan algunas pistas de por dónde investigar con más detalle ciertos elementos de la salud de hombres y
de mujeres.
b) Relaciones de poder entre hombres y mujeres
En el siguiente nivel de reflexión es necesario analizar si el tipo de
valor social que se les asigna socialmente a hombres y a mujeres afecta
su acceso a las posibilidades para ejercer sus derechos laborales,
educativos, de salud e incluso su acceso a contextos libres de violencia.
Es decir, no se desarrolla de la misma manera socialmente una persona
que es hombre que otra que es mujer. Cada quien habla desde el tipo
de jerarquía social en el que está inserto, pero si esos diferentes niveles
jerárquicos condicionan el acceso a la posibilidad de ejercer derechos a la salud, obviamente que las relaciones de poder entre unos y
otros marcan diferencias.
Hombres y mujeres están insertos en el mercado de trabajo y en
los ámbitos de la escolaridad, pero tradicionalmente existen diferencias
en como unos y otras acceden a ese tipo de espacios de empoderamiento. Incluso quienes estudian mercados laborales entre las mujeres, señalan que hay una mayor inserción laboral de las mujeres, no
necesariamente por un mayor empoderamiento de las mismas sino
por un mayor deterioro de las condiciones de vida de las unidades
GÉNERO E INVESTIGACIÓN SOBRE SALUD: APUNTES PARA ACOMPAÑAR UNA BÚSQUEDA
§
35
domésticas. Por tanto, hay necesidad de que las mujeres salgan a trabajar, muchas de las veces aunque la pareja y los otros hombres de ese
hábitat no estén de acuerdo. Esto lo que refleja es que hay un conflicto
permanente de derechos, en las relaciones entre hombres y mujeres,
cuando existen diferentes nociones de derechos.
c) Estratificación social y asimetrías
Otro elemento más para tratar de hipotetizar como podemos repensar
la salud desde la perspectiva de género, es insertándonos en los contextos de estratificación social; es decir, en el contexto de la toma de
decisiones. Actualmente existen institutos de las mujeres, así como un
día internacional de la mujer, otro por la salud de las mujeres y uno
más en contra de la violencia hacia las mujeres, pero todas esas acciones
e instituciones han sido creadas como acciones afirmativas con el fin
de reparar desigualdades ancestrales hacia las mujeres. Es decir, tradicionalmente no se les ha asegurado el mismo acceso a la toma de
decisiones y al cuidado de la salud. Ahora bien, esto tiene que ver con
la toma de decisiones y con las normas dominantes sobre la sexualidad
y la reproducción, con su carga de doble moral, que permite o prohíbe
diferentes comportamientos a hombres y a mujeres. Esto no únicamente lo reproducen las personas del sexo masculino sino también las
mujeres, ya que ambos viven en una sociedad que tiene un orden y
discurso patriarcal, y de ahí la dificultad para transformarlo.
Un libro de Castañeda (2002) incluye una frase sugerente ya que
señala que “en una sociedad machista todos somos machistas, hasta
las mujeres”, pero más que para identificar culpas, menciona lo anterior
para recordar que las personas de uno y otro sexo aprenden el discurso
y las normas que legitiman dicho orden social. Lo interesante es que
al mismo tiempo señala que “¡en una sociedad machista todos salimos
perdiendo, hasta los hombres!”. ¿Podría documentarse lo anterior de
manera más sistemática, sin victimizar a los hombres ni competir en
atención respecto de programas existentes orientados a disminuir
desigualdades vividas por las mujeres en múltiples espacios de la
cotidianidad?
36
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Elementos políticos
La perspectiva de género es eminentemente política y no una simple
curiosidad de académicas que decidieron llamarle género a una dimensión
distinta a lo que es el sexo biológico; es decir, su origen no es meramente
académico y menos institucionalizado. Si se olvidan estos antecedentes,
se corre el riesgo de trivializarla, adoptándola como lo políticamente
correcto. La perspectiva de género planteada por autoras feministas busca
evidenciar desigualdades y no únicamente diferencias entre personas de
ambos sexos (Scott 1996), además de que no se trata simplemente
de recrearse en dichas desigualdades, sino de buscar la manera de entenderlas y evidenciar que las jerarquías de género son socialmente
construidas y por ende pueden transformarse. Muchas mujeres feministas se han involucrado en el proceso de transformación, pero la
pregunta que podría hacerse es ¿qué podría haber de relevante para que
los hombres participen en esto, si se asume que viven puros privilegios?
Queda claro que modificando las relaciones de género, muchas mujeres
salen ganando, pero lo que no se ha documentado tanto es qué tanto
los hombres salen ganando si se cambian dichos intercambios.
Uno de los antecedentes teóricos, políticos y existenciales, de la
perspectiva de género es el significado y la conciencia de la desigualdad.
Rigoberta Menchú en un libro con Burgos (1989) señala que la conciencia política no le nació porque tuviera claridad teórica de los
derechos humanos, sino porque vivió desigualdad y no se quedó paralizada ante la misma. Algo que afirmaba Graciela Hierro, la fundadora
del programa de Estudios de Género de la UNAM, es que cuando una
mujer toma conciencia de sí como mujer ya es feminista, porque
entonces se da cuenta de lo que socialmente le significa a sí misma y
a la sociedad el ser dicha persona. Esto implica tomar conciencia de
las diferencias y desigualdades que se significan socialmente a partir
de la estructura biológica.
La desigualdad es un antecedente de la perspectiva de género, pero
la aspiración es la transformación social que construya situaciones de
igualdad y de equidad, lo que genera mucha cercanía con la noción
de bienestar que suele asociarse al concepto de salud desde una visión
GÉNERO E INVESTIGACIÓN SOBRE SALUD: APUNTES PARA ACOMPAÑAR UNA BÚSQUEDA
§
37
integral. Algo poco trabajado y que vale la pena problematizar es ¿qué
tipo de derecho humano a la salud tienen los hombres cuando los
modelos de socialización les proponen que no tienen que cuidarse y
además buscar situaciones de riesgo para legitimarse en tantos varones?,
¿cuál es el significado del derecho humano a la salud en el caso de
dichos hombres?
Adoptar la perspectiva de género consiste en evidenciar y documentar cualquier tipo de exclusión y de desigualdad, asociadas a lo
que socialmente significan las diferencias biológicas. Es decir, reparar,
disminuir y evidenciar exclusiones, pero además reconstruirlas entre
mujeres y hombres en etapas de vida específicas, así como insertos en
grupos sociales y en contextos muy particulares, reconociendo la influencia de situaciones socioeconómicas y políticas determinadas, así
como la de culturas religiosas específicas. La perspectiva de género no
resuelve dichas inequidades por nombrarlas, pero sí ayuda a visibilizarlas y a tratar de transformarlas. Es un proceso gradual, que requiere irse decodificando con el fin de contrarrestar el riesgo de
manipularlo.
La cotidianidad
Se proponen algunos ejemplos de temas de salud-enfermedad en la
experiencia de hombres y mujeres, con el fin de mostrar como pueden
tener repercusiones distintas para unos y para otras cuando se tratan
de interpretar desde una perspectiva de género.
(a) El primer tema es la mortalidad en general de los hombres.
Podría desglosarse por edades y se constatan diferentes tipos de causas,
si bien puede afirmarse que los hombres se mueren por “epidemias
simbólicas” (Figueroa 2007). Algunas de estas causas están asociadas
a situaciones violentas (accidentes, homicidios, suicidios), que frecuentemente tienen relación con el consumo de alcohol y consumo
de drogas, los cuales no son una epidemia. No obstante se podría decir
que son una epidemia simbólica, porque se asume que alcoholizándose
38
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
o drogándose los varones pueden llevar a cabo ciertos rituales que
demanda la masculinidad, y en vez de cuestionar los rituales de pasaje
para ser hombre, se acepta la competencia aunque se acabe muriendo
por ello. Al parecer existe un aprendizaje sobre la necesidad de buscar
riesgos y descuidos de manera intencional; el gran problema es que se
trata de modelos de socialización legitimados por la sociedad y aprendidos por la mayoría.
Cuando se piensa en las causas de muerte de las mujeres pasa lo
contrario. También hay una lógica de no cuidado, pero no por negligencia ni por búsqueda de riesgo intencional, sino por un no empoderamiento suficiente para cuidarse y, de paso, por tener que atender
a otros, incluso a los que no se cuidan. Sin generalizar, son muy diferentes los escenarios que viven hombres y mujeres.
No es nada más la violencia de los hombres contra otras personas lo
que aparece en múltiples estudios sobre salud, sino la violencia de los
hombres contra sí mismos. Lo que se está generando es una constante
exposición a riesgos y a descuidos de manera intencional que ha llevado a algunos autores a describirlo como una “negligencia suicida”
(Bonino 1989; de Keijzer 1992). La pregunta es ¿con qué tipo de
políticas públicas trabajamos cuando se concluye que “la masculinidad es un factor de riesgo” (de Keijzer 1995)? Existe experiencia
acumulada respecto de como proceder con factores de riesgo cuando
se puede trabajar sobre de ellos, al margen de su complejidad. No
obstante, si la masculinidad llegara a considerarse como un factor de
riesgo para la salud de hombres y para mujeres, ¿qué política pública
necesitaríamos para contrarrestarlo?
Algunos estudiosos señalan que existe una masculinización de
los cuerpos (Herrera 1999), ya que los hombres aprenden a curtir el
cuerpo marcándolo y dejando huellas de situaciones riesgosas que se
van viviendo, pues esto los legitima como hombres al mostrar su capacidad de resistirlas. Las marcas en el cuerpo acaban siendo recursos
legitimadores de historias heroicas que se pueden contar. La lógica del
auto-cuidado para alguien que aprendió al ser socializado de esa manera
es una gran contradicción; ¿cómo cuidar lo que se tiene que curtir por
medio de la violencia?
GÉNERO E INVESTIGACIÓN SOBRE SALUD: APUNTES PARA ACOMPAÑAR UNA BÚSQUEDA
§
39
En la Universidad de Ann Arbor, en Michigan, hace unos años
hicieron una evaluación para entender por qué los hombres se morían
más pronto que las mujeres, pero más allá de la cuestión epidemiológica. Lo que hicieron fue un modelo estadístico buscando qué factores
estaban asociados a las muertes prematuras de los hombres en múltiples
edades. Incluyeron diversas variables en un modelo estadístico con
datos de veinte países, tanto del norte como del sur, y en un momento
agruparon las bases de datos de hombres y de mujeres. El principal
factor que dio cuenta de las diferencias de muertes entre hombres y
mujeres, fue el hecho de ser hombre. Los investigadores concluyeron
preguntándose si ‘ser hombre es malo para la salud’. Podría ser que
no o que eso es cierto solamente para un cierto tipo de ser hombre.
Ahora bien, si eso fuera así, ¿qué tipo de política pública podría diseñarse en términos de salud para prevenir la mortalidad de los hombres?,
¿los feminizamos o bien cuestionamos los modelos dominantes de
masculinidad?
Las categorías analíticas que se han construido para dar cuenta de
esa sobre mortalidad masculina van desde “el mito del héroe”, hasta
“morir como hombre” pasando por la “masculinidad como factor de
riesgo”. Es tan volátil la identidad masculina que siempre estamos tratando de alcanzarla, aunque para ello se tengan que morir muchos hombres. ¿Cómo construimos colectivamente algunas estrategias para
cuestionar ese tipo muertes tan absurdas? ¡Quizás se requiera inventar
formas más dignas de morir, por contradictorio que parezca, para ello
se necesitaría haber construido formas más dignas de vivir!
(b) Un segundo tema alude a las mujeres y los eventos reproductivos. Sobre dichas mujeres se suele estudiar la fecundidad y la anticoncepción, y algo que se deriva de la literatura sobre comportamientos
reproductivos es que pareciera que se reproducen sólo las mujeres,
no los hombres. La medicina y la demografía hablan básicamente de
la fecundidad de las mujeres. Hay una feminización de la reproducción; las tasas globales específicas de fecundidad, la tasa bruta de
reproducción y el promedio de hijos nacidos vivos solamente son
medidas para las mujeres. Los embarazos de alto riesgo son construidos
40
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
con datos sobre las mujeres: que no se embaracen a ciertas edades,
que no tengan embarazos muy cercanos, o bien que no tengan determinadas características fisiológicas. No se contemplan ni en la
demografía ni en la medicina las características del coautor de ese
embarazo; por ende, todas las políticas y programas de regulación de
la fecundidad inciden sobre las mujeres. Se trata de controlar la fecundidad, la sexualidad, los cuerpos y los derechos de las mujeres; pero ¿y los hombres? En algunos casos aparecen como variables
secundarias de la fecundidad de las mujeres; eso genera que la anticoncepción esté centrada en las mujeres y que no contemple de manera
regular a los hombres (Figueroa 1998).
Esto no es casual, sino que se deriva de referencias culturales de
género que están detrás del tipo de investigaciones sobre fecundidad
que se han venido haciendo en la demografía y en la medicina. No es
extraño que los servicios sobre salud para el embarazo y el parto estén alrededor de las mujeres. No obstante, una de las conclusiones
de estudios sobre el entorno del embarazo y el parto es la necesidad, declarada por las mujeres, de no vivir solas el parto, pues acompañadas dicha experiencia sería más relajada, más disfrutable y más
manejable (Jasis 2000). Las mujeres no necesariamente dicen que
quieren estar acompañadas por un hombre, sino que a veces mencionan
a la mamá, la vecina, la hermana o alguna amiga que les dé cierta
seguridad. No obstante, en ninguna institución gubernamental de
salud de este país se permite el parto acompañado; esto legitima que
éste se viva como un asunto exclusivo de las mujeres.
La mayoría de los anticonceptivos desarrollados intervienen sobre
los cuerpos de las mujeres; casi ninguno está dirigido a los hombres.
Si se interpreta desde la medicina y la demografía que quienes se
reproducen son las mujeres para ellas se desarrollan anticonceptivos.
Por ende, los servicios de salud reproductiva y los de anticoncepción
van dirigidos a dicha población, pero también los abusos a los derechos reproductivos. Las esterilizaciones forzadas en México no fueron
hechas con hombres sino con mujeres; los dispositivos intrauterinos
colocados sin autorización de las personas, se les pusieron a las mujeres, obviamente. No hay casos en que a un hombre le hagan usar
GÉNERO E INVESTIGACIÓN SOBRE SALUD: APUNTES PARA ACOMPAÑAR UNA BÚSQUEDA
§
41
un anticonceptivo sin que dé su consentimiento. Al parecer existe una
sobreprotección a los hombres en la anticoncepción, y en la contraparte, se le dan todas las facilidades a la mujer para que acceda a la
anticoncepción.
Lo anterior se comprueba cuando se reflexiona sobre el alto uso
de la esterilización femenina y el bajo uso de la vasectomía, que son
los métodos más equivalentes, ya que no hay pastillas ni dispositivos
para los hombres. De las personas que usan anticonceptivos en este
país, alrededor de 48% recurren a la esterilización femenina, y 2%, a
la vasectomía; ¿por qué la diferencia? Mucha gente considera “que los
hombres no participan” y esa es una posible lectura, pero otra vertiente
es analizar como son entrenados los personajes de los servicios de salud
para ofrecer los anticonceptivos, por ejemplo, recordando cuáles son
las contraindicaciones para la vasectomía y para la esterilización
femenina.
La Academia Mexicana de Investigación en Demografía Médica
publicó en la década de los ochenta del siglo XX, en coautoría con
el Instituto Mexicano del Seguro Social (institución que ha hecho
más esterilizaciones que ninguna otra, simplemente por la cantidad
de población que atiende), una serie de guías didácticas en las que
afirmaba que no había contraindicaciones para la esterilización femenina, excepto cuando la mujer estaba embarazada; en este caso
–decía–: “hay que esperar a que acabe el embarazo para esterilizarla”.
Es decir, no era una contraindicación neutra. En cambio, las contraindicaciones para la vasectomía incluían que el hombre “estuviera
dudoso de la decisión que estaba tomando; si había tomado la decisión
sobre la base de información errónea; si era inmaduro física o psicológicamente; o bien si era un psicópata”. Al señalar esas precauciones
diferenciales lo que se está haciendo es reproducir las especializaciones de género: la anticoncepción es un asunto de las mujeres y no de
los hombres (Figueroa y Aguilar 2006). Eso explica en parte el uso
diferencial de vasectomía y de esterilización femenina.
Al constatar estas diferencias se les preguntó a médicos y médicas
sobre la razón de lo que a los ojos del grupo de investigación parecían
desigualdades. Lo sorprendente fue que incluso algunas médicas di-
42
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
jeron que no había ningún sesgo: “Lo que pasa es que las mujeres
cuando llegamos a la anticoncepción ya sabemos a qué vamos y en
cambio ustedes que nunca han estado metidos en esto, hay que ponerles
una serie de pruebas para confirmar si entienden de qué se trata”. ¿Será
simplemente que los hombres no participan o que además las instituciones de salud han reproducido las especializaciones de género?
Una pregunta más que es necesario considerar por consecuencia
es ¿cómo se está pensando a los hombres en la salud reproductiva
cuando se retoma la perspectiva de género? La mayor parte de los
estudios y de los programas siguen pensando en los hombres como
actores secundarios en la reproducción, por lo que hay que identificar
como ayudan o como no estorban a las mujeres que se están reproduciendo (Figueroa 1998), mientras que desde una perspectiva de
género, implica pensar a los hombres reproduciéndose. Esto es complicado ya que ni siquiera hay palabras para nombrar las experiencias
reproductivas de los hombres. No únicamente la demografía y la
medicina los han dejado de lado (sin victimizarlos), sino que el lenguaje
cotidiano no describe a los hombres reproduciéndose.
¿Cómo se podría reconstruir una investigación sobre comportamiento reproductivo, que no acarreara nuestras especializaciones de
género ancestrales? La propuesta de este texto consiste en cuestionar
las especializaciones de género y, desde una perspectiva de género,
pensar a las mujeres y a los varones reproduciéndose en términos relacionales, para lo cual hace falta evidenciar la sexualidad, las relaciones
de poder y lo que los cuerpos les significan a hombres y a mujeres
(Figueroa 1998 y 2005). Se necesita investigar el comportamiento
reproductivo con identidades de género que interactúan, pero con
cuerpos y poder de por medio. De otra forma, ¿cómo se van a evitar
embarazos no deseados si se niega que una parte de los mismos se
originan porque no se pueden negociar las relaciones coitales –incluso
con la propia pareja–, lo que a su vez tiene su origen en desigualdades
en las relaciones de poder entre hombres y mujeres, a raíz de especializaciones de género jerárquicas?
GÉNERO E INVESTIGACIÓN SOBRE SALUD: APUNTES PARA ACOMPAÑAR UNA BÚSQUEDA
§
43
(c) El tercer tema a considerar alude al cáncer. Se podría reflexionar
sobre cáncer en mujeres, a través de analizar el cáncer cérvico-uterino
y el cáncer mamario, a la par que se analiza el contexto de los hombres
alrededor del cáncer de próstata. Lo que habría que preguntarse es
qué tipo de acciones se han venido trabajando que puedan mostrar
los factores que condicionan a que una mujer o un hombre revisen su
propio cuerpo con el fin de identificar un posible cáncer. Lo que
muestran las investigaciones sobre los diferentes tipos de cáncer es un
desconocimiento del cuerpo, pero además un temor a tocarse por
auto-erotizarse, y eso dicho por mujeres y por hombres. Existen mujeres que no se exploran las mamas porque afirman “se me figura estarme masturbando”; bueno, ¿y si lo hace el médico?, “no, pues se
aprovecha y a veces abusa de mi”. Entonces ¿qué pensaría si lo hace
una médica?, ¿“cómo se imagina a otra mujer tocándola”? (Poblano,
López y Figueroa, 2004).
Por el lado de los hombres, ¿qué se imaginan los hombres cuando
se les propone hacerse un examen de cáncer de próstata? La típica
broma de los hombres es ¿”y qué tal si me gusta”? También en ellos
existe un desconocimiento del cuerpo y múltiples mitos sobre su
eroticidad cuestionada, pero además, asociados a la forma de aprender
a vivir los modelos de masculinidad, dentro de los cuales tiene un
papel muy importante el miedo a la homosexualidad y la representación de que quien penetra es quien domina en un intercambio sexual
(Gomes, Ferreira, Figueiredo y Carvalho 2008). Hay múltiples silencios
alrededor del cuerpo por falta de referencias sexuales y de género alternativas, así como una percepción casi implícita de que si los cuerpos
se tocan es con relaciones de poder de por medio y con cargas homofóbicas; lo mejor entonces es que no se toquen. Pareciera necesario
reinventar la forma en que las personas se acercan a sus cuerpos y
como los significan, lo cual no es independiente de los aprendizajes
de género, ni el lugar que ocupan en los mismos las diferentes dimensiones de la sexualidad y las relaciones de poder entre personas de uno
y otro sexo.
44
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
(d) Un cuarto tema es el de la salud mental. Es necesario mostrar
las asociaciones que hay entre las especializaciones de género y la salud
mental de las personas. En un libro de Burin, Moncarz y Velázquez
(1991) se presenta la metáfora de “la tranquilidad recetada”, ya que
se muestra que en diferentes contextos sociales si una mujer habla de
que está triste o incómoda por algo, se medicaliza el malestar. Por su
parte, Lara y Salgado (2002) compilan investigaciones sobre salud
mental de las mujeres, en las cuales se muestra que se acaba creyendo que los malestares de las mujeres son productos de su histeria;
por ello, hay que calmarlas de múltiples formas y al final de cuentas, medicarlas. Ha sido una lucha profundamente compleja tratar
de diversificar la forma de interpretar el malestar de la salud mental de
las mujeres.
Otro problema es entender como los hombres resuelven sus malestares. Se ha planteado que existe una demanda insatisfecha de
servicios de salud mental para los hombres; sin embargo, parece tratarse
más de una necesidad que de una demanda. Por los modelos masculinos de socialización de género existe dicha necesidad, pero todavía
no se ha convertido en demanda. Diferentes estudiosos de la masculinidad señalan que existe una crisis de la misma (Connel 1995;
Olavarría 2005) y que el problema es que los hombres no se han dado
cuenta o se resisten a reconocerla, ya que hacerlo los obligaría a tomar
distancia de sí mismos, para lo cual no están entrenados, o bien, no
les interesa intentarlo, en especial en una sociedad que los asume como
punto de referencia.
Otro hecho relevante es la experiencia de profesionales que
atienden infartos, pues llegan a reconocer que un síntoma de infarto
es atendido de manera diferente dependiendo si quien lo sufre es
hombre o mujer. Si es mujer, se interpreta muchas veces que es una histérica y que no tiene motivos para infartarse, pero si es hombre, se
asume que ha de padecer estrés por presiones laborales, y por ende,
se interviene inmediatamente. Lo que reconocen autocríticamente personas que trabajan sobre infartos, es que han intervenido tarde
en algunos casos de mujeres, porque creían que era pura histeria
de la persona. Es decir, asumían que mientras que las mujeres querían
GÉNERO E INVESTIGACIÓN SOBRE SALUD: APUNTES PARA ACOMPAÑAR UNA BÚSQUEDA
§
45
llamar la atención, los hombres sí tenían “motivos válidos” para llegar
a infartarse.
Otro caso a considerar es el análisis de datos sobre suicidios.
Existe una mayor prevalencia de suicidios de hombres que de mujeres, pero a la par se documentan más intentos de suicidios de
mujeres que de hombres (Figueroa 2007). De acuerdo a quienes
trabajan el tema, muchas veces la mujer no quería suicidarse, más
bien estaba demandando ayuda y solicitando atención. Sin embargo,
para que el hombre diga “necesito ayuda” al parecer requeriría inventarse otras formas de ser hombre; por eso muchos hombres en
crisis prefieren optar por una ‘solución definitiva’, temeraria y muchas
veces violenta en extremo. Cuando se trata de leer los procesos de
salud y enfermedad más allá de las diferencias biológicas, se acaba
confirmando la necesidad de otros lentes para interpretar la realidad.
Valdría la pena seguir analizando qué tanto puede aportar la perspectiva de género en este sentido.
Algunos temas pendientes
La investigación es una forma de ejercicio ciudadano, ya que posibilita
nombrar lo que se vive cotidianamente en diferentes ámbitos (algunos
más invisibilizados que otros), así como acompañar a las personas a
tomar conciencia de sí mismas. No se puede ignorar como se aprende
a cuidarse desde los respectivos aprendizajes de género, y centrarse
únicamente en el diseño de programas de salud y en la formación
de personal especializado en el cuidado de la salud de sus pacientes.
Es necesario balancear los análisis, explicitando los riesgos diferenciales
a que se está expuesto desde lo biológico y desde lo social. Otra vertiente a investigar es la de las representaciones sociales que se repiten,
aprenden y reconocen a propósito del cuerpo y de las señales del
mismo, pero sobre todo la legitimidad o no que se asume para cuidarlo.
Paralelamente, vale la pena cuestionar el discurso neoliberal de que
toda la responsabilidad del cuidado de la salud es de los individuos;
las instituciones, los investigadores, las políticas públicas y los
46
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
individuos tienen algo que contribuir en este asunto, y no hacerlo
supone omisiones, algunas de las cuales podrían ser hasta dolosas.
No puede ignorarse que investigar desde una perspectiva de género
puede ser complejo y problematizador hasta para quien investiga, ya que
implica tomar distancia de quien la pone en práctica y es probable
que lo que vea no siempre agrade. La perspectiva de género necesita
combinarse en su análisis con otras desigualdades sociales, ya que de
otra forma se invisibilizan múltiples formas de relaciones de poder, como
la establecidas de acuerdo con la clase social y la etnia, entre otras.
Adicionalmente, con rigor académico y posicionamiento político,
es necesario analizar la influencia del sexo-género de quien es investigado o investigada, los prejuicios de género de quien investiga y el
lenguaje utilizado al nombrar “lo investigado”. Otro elemento central
implica hacer referencia a los supuestos desde donde se recolectan y
analizan datos con perspectiva de género. Para ello, no basta medir
todo en poblaciones para uno y otro sexo, sino cada dato en contexto
y reconstruyendo sus significados de género. La perspectiva de género
podría ayudar a ver elementos que se asumían que no existían, por
ejemplo documentando pérdidas en salud asociadas a las identidades
y relaciones de género y generando datos con ópticas más integrales,
a la vez que documentando procesos de aprendizaje y de transformación de las especializaciones de género. De esta forma es posible
acercarse al género como lectura política además de teórica, a la par
que criterio de estratificación y de filtro estadístico. ¡Vale la pena
intentarlo!
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GÉNERO E INVESTIGACIÓN SOBRE SALUD: APUNTES PARA ACOMPAÑAR UNA BÚSQUEDA
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47
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SEGUNDA PARTE
Salud sexual y reproductiva
Medicina, género y reproducción:
El carácter político de los discursos
y las prácticas profesionales
JOAQUINA ERVITI
RESUMEN: Un elemento central en la reproducción de las desigualdades
(de género) son los significados sociales atribuidos al género, la sexualidad
y la reproducción. Los científicos y profesionales son productores de
significaciones del mundo y al omitir las diferencias de género reproducen
involuntariamente la perpetuación de las desventajas y colaboran en la
reproducción de las jerarquías. En este trabajo se hace una revisión de los
procesos socioculturales e históricos en la construcción social de la mirada
médica sobre las mujeres y sus cuerpos reproductivos. Se muestra cómo
los discursos sobre género y reproducción en los servicios de salud reproductiva normalizan las desigualdades de género y, a través de diversas
regulaciones corporales, sexuales y reproductivas, violentan la autonomía
reproductiva de las mujeres y restringen los derechos reproductivos. Se
identifica el papel de estos profesionales en la reproducción de normas y
dictados de género en las nociones y prácticas sobre la reproducción.
Este trabajo contribuye a mostrar la capacidad de los estudios que
incorporan la perspectiva de género para lograr una mayor comprensión
de los procesos sociales relacionados con la salud reproductiva, la
medicina, y el género. A lo largo del texto se examina el desarrollo del
conocimiento médico científico en el campo de la salud reproductiva,
51
52
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
analizando el papel de la medicina en la construcción del orden social
en las sociedades occidentales. Se pone énfasis en las visiones deterministas y esencialistas que prevalecen en la medicina y su impacto
en la investigación y el uso de la tecnología, así como en las modalidades de práctica médica que se adoptan en este campo. El trabajo
se desarrolla en cuatro secciones. En la introducción se hace un esbozo
de la construcción histórica de la mirada médica sobre las mujeres, a
partir de los razonamientos que se elaboran desde la medicina sobre
las desigualdades sociales entre los géneros en razón de las diferencias
biológicas. A continuación, se examinan los estereotipos de género en
la ciencia médica, tanto en las definiciones y asignaciones de los rótulos de enfermedad como en el uso de metáforas en los textos y
discursos médicos, tomando la histeria y la menstruación como estudios de caso. Posteriormente se analiza el desarrollo desigual de las
tecnologías anticonceptivas en función del género y las consecuencias en la delegación de la responsabilidad reproductiva y del riesgo
de los anticonceptivos a las mujeres. Por último, se exploran las repercusiones del contexto histórico-social y cultural de género en las
prácticas médicas y en las regulaciones y vigilancia de los cuerpos de
las mujeres en relación con los embarazos.
Medicina y género
…a lo largo de cuatro años de facultad de medicina, dos años como
médica residente y 15 años de práctica y enseñanza médica en dos
universidades diferentes, nunca he escuchado en el contexto médico
nada acerca de la naturaleza de la muerte, del cuerpo como máquina,
y aún menos he escuchado pronunciar la palabra ‘ideología’. A pesar
de que las actitudes son frecuentemente discutidas, en general estas
charlas tienden a centrarse en como los médicos son buenas personas o en como se puede ser un buen médico sin ser una buena
persona. Pese a que los conocimientos, las habilidades y las actitudes
conforman la trinidad de la ecuación médica muy pocos las evalúan
y nunca he visto estas evaluaciones como parte integral de un curso
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
53
en las facultades de medicina. Igualmente presentes he encontrado
las nociones de que la medicina es una ciencia, que la ciencia es
objetiva y libre de valores y que sus practicantes, en tanto, son expertos, objetivos y tienen los conocimientos necesarios, saben qué
es lo mejor y lo correcto. (Philips, 1997)
La narrativa de Susan Philips acerca de su experiencia como médica
sugiere el escaso interés entre los profesionales de la medicina sobre
el carácter político de los discursos y las prácticas profesionales. El
hecho de que no se visibilice como los condicionantes de género están
presentes en el saber y la práctica de la biomedicina, facilita la reproducción de estereotipos de género en los que el hombre es visto como
la norma y la mujer como “la otra”. Una revisión de los determinantes
históricos y sociales de la construcción de la mirada médica, del papel
de la biomedicina en la conformación del orden social de género1
(Ehrenreich & English, 1990; Laqueur, 1994; Zola, 1983), y de la
posición de autoridad del ‘saber médico’ como el único conocimiento
autorizado en relación con la salud y la enfermedad, ayuda a la comprensión de las actitudes generizadas de los médicos hacia las mujeres
usuarias de los servicios de salud.
A través de un proceso histórico-social (iniciado en los siglos
XVII-XVIII), la profesión médica, fue asumiendo el ejercicio exclusivo de la atención a la enfermedad bajo la protección, regulación legal
y vigilancia del Estado (Donnangelo, 1994). Este proceso implicó la
exclusión y en muchos casos persecución de practicantes de otras
profesiones que hasta esos momentos habían atendido a las mujeres en sus partos y a los enfermos en sus padecimientos. Las parteras
El género es la construcción sociocultural de la diferencia sexual. Como categoría
analítica, permite analizar las desigualdades sociales relacionadas con la asignación biológicasexual. Scott (1996) señala cuatro elementos básicos en la construcción histórico-social
del género: el sistema de símbolos y representaciones; los conceptos normativos (formulados
y supervisados por las instituciones sociales, entre ellas la medicina); la dimensión política
institucional; y la construcción identitaria. El género es una categoría multidimensional
y, ante todo, relacional.
1
54
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
y las curanderas fueron el centro de la persecución y la exclusión
(Anzures, 1983; Carrillo, 1999; Kunins & Rosenfield, 1991; Rich,
1996). En forma paralela a la institucionalización del ejercicio de la
práctica médica (con diplomas respaldados por el Estado), la biomedicina asumió un papel regulador de la sociedad, como institución
de control social, sustituyendo en parte a las instituciones tradicionales como las religiosas y las legales (Foucault, 1971; Zola, 1983).
La biomedicina se ostenta como depositaria de la verdad, con
expertos supuestamente objetivos y moralmente neutros que emiten
juicios absolutos y frecuentemente definitivos. Desde esta posición,
la medicina ha asumido el control de la población y, por medio de los
procesos de medicalización,2 su intervención y vigilancia se extiende
a toda la sociedad y a todas las áreas de la vida cotidiana, entre ellas la
sexualidad y la reproducción (Zola, 1983). De esta manera, los profesionales de la biomedicina se constituyen en los ejecutores de unos
mandatos socioculturales que en nuestra sociedad naturalizan la
diferencia sexual, definiéndola por sus funciones reproductoras y sus
órganos diferenciados.
En el desarrollo histórico del conocimiento médico, sobre el sexo y
los órganos reproductores masculinos y femeninos, se fueron asignando
jerarquías y valores diferenciados al hombre y a la mujer que contribuyeron a fundamentar las desigualdades de género en la sociedad occidental. En un estudio sobre el proceso histórico-social de la construcción
del sexo en la sociedad y la medicina occidental, Thomas Laqueur (1994)
examina las diferentes etapas del proceso de desarrollo del conocimiento
médico sobre el sexo y su vinculación con la política, el poder y el
Se entiende por medicalización el proceso de expansión de la medicina, como una
de las principales instituciones de control social, particularmente en áreas tradicionalmente
vistas en términos religiosos o morales (Auerbach y Figert, 1995:123). Este proceso de
medicalización y de control ejercido por la medicina en occidente influye en las ideas y en
la manera en que las personas piensan y actúan sobre la salud, la enfermedad y sobre sus
propios cuerpos (Lupton, 2003). Es importante reconocer también la existencia de procesos
de medicalización y procesos de desmedicalización en torno a un mismo fenómeno, especialmente en los niveles micro y meso (Haltmann, 2012).
2
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
55
establecimiento del orden social. Ya en el siglo II se había reconocido la
existencia del cuerpo humano con un sexo único, aunque con una
valoración diferente según fueran hombres o mujeres (los cuerpos
masculinos eran considerados más perfectos que los femeninos):
Galeno, en el siglo II d.C. desarrolló el modelo más aceptado y
duradero de la identidad de los órganos reproductores masculinos
y femeninos, y demostró finalmente que las mujeres eran esencialmente hombres en los cuales una falta de calor vital –de perfección–
se había traducido en la retención, en el interior, de las estructuras
visibles en el hombre. (Laqueur, 1994: 21)
El modelo de los dos sexos diferenciados comenzó a reconocerse
en los textos de anatomía hasta mediados del siglo XVIII. A partir de
este reconocimiento, la biomedicina, la psicología y la ciencia política
fueron asignando espacios y roles de género, basados en características
biológicas, emocionales y de valores que estas ciencias situaron en los
hombres y las mujeres, contribuyendo a la construcción del “orden
natural” del mundo, es decir, a la naturalización3 de las desigualdades
de poder entre los dos sexos opuestos. Los enunciados desde las ciencias
médicas y biológicas sobre la diferencia sexual contribuyeron a naturalizar las normatividades de género:
La opinión dominante, aunque de ningún modo unánime, desde el
siglo XVIII, había sido que había dos sexos opuestos estables, no sujetos
a medida, y que las vidas política, económica y cultural de hombres y
mujeres, sus roles de género, están de algún modo basados en estos
“hechos”. Queda entendido que la biología –el cuerpo estable, ahistórico, sexuado– es el fundamento epistemológico de las afirmaciones
normativas sobre el orden social. (Laqueur, 1994: 25)
Cuando hablamos de naturalización hacemos referencia a una percepción absolutamente esencialista y biologicista del cuerpo humano, que afecta a distintos colectivos
(mujeres, negros, homosexuales) y que lleva implícita su marginación social por razones
biológicas, anulando toda posibilidad de cambio (Esteban, 2006: 11).
3
56
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
En la sociedad occidental, a los hombres se les asignaron características y valores superiores en la escala social (por ejemplo, la responsabilidad) que las adjudicadas a las mujeres (las emociones y la
resignación, entre otras). A ello han contribuido los discursos y las
prácticas sociales, incluidas las prácticas profesionales, donde la dominación del punto de vista masculino está presente, aún de forma
inconsciente. Las mismas mujeres internalizan la mirada de la dominación masculina lo que significa pensar a los hombres como sujetos
y a las mujeres como objetos, y esta visión del mundo se experimenta
como un elemento integral del orden natural de las cosas (Uhlmann
& Uhlmann, 2005). Y, de esta manera, el género ordena espacios y
ámbitos como la reproducción donde la perspectiva femenina domina
aunque subordinadamente frente a la masculina.
Como lo señala Adrienne Rich (1996), las decisiones sobre el
cuerpo y la vida reproductiva de las mujeres ocurren en el marco de
leyes y códigos profesionales (médicos), de sanciones religiosas y
de tradiciones culturales:
¿Cómo han dado a luz las mujeres, quién las ayudó, cómo, por qué?
Estas preguntas no se refieren simplemente a la historia de parteras
u obstetras: son preguntas políticas. La mujer que aguarda su periodo
o en el comienzo del parto, o bien la que yace en la mesa soportando un aborto o empujando un hijo que nace; la mujer que se inserta
el diafragma o traga la píldora diaria, hace todas estas cosas bajo la
influencia de siglos de letra impresa. Sus elecciones –cuando tiene
alguna– se hacen o se proscriben en el contexto de las leyes y los
códigos profesionales, las sanciones religiosas y las tradiciones étnicas,
de cuya elaboración las mujeres, históricamente, han estado excluidas.
(Rich, 1996: 199)
Esto no significa que las mujeres acepten de manera pasiva, sin
resistencias, las regulaciones profesionales y jurídicas. Además, no sólo
los discursos profesionales, también la posición social que ocupan las
personas, es decir, la clase social y el género condicionan la forma en
que las personas piensan, sienten y experimentan el cuerpo, la
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
57
sexualidad, la salud y la enfermedad. Lo anterior incluye reconocer
las capacidades individuales, la agencia social y la autonomía relativa
de los sujetos sociales, así como las experiencias e interacciones sociales
y discursivas, en la construcción de las subjetividades.
Ciencia y estereotipos de género
Mujeres, género y enfermedad
Tanto las prácticas como las interacciones de los médicos/as con las/os
usuarias/as están mediadas por el sexo y el género, en el marco de
los determinantes histórico-sociales y culturales concretos. Existe una
relación entre la construcción social del género y los comportamientos
y actitudes de hombres y mujeres ante la salud, la sexualidad y la reproducción. Para profundizar en esta relación, se han propuesto tres
dimensiones analíticas: la construcción social de las identidades de
género, las relaciones de poder en las interacciones entre hombres y
mujeres, y las desigualdades sociales entre los géneros. Estos elementos
actúan bien como factores de riesgo específicos, como acceso diferencial
a la atención y a recursos y como condicionantes en las interacciones
y en la atención que se brinda en los servicios de salud (Szasz, 1999).
Asimismo el género se vincula estrechamente con patrones muy diferenciados de normatividad sobre el comportamiento y las actitudes
ante la salud, la sexualidad y los embarazos (Szasz, 1998).
Se ha planteado que el género es una práctica social y que en lo
que hacemos y/o expresamos en los encuentros e interacciones sociales
construimos y reproducimos el orden social de género (Bourdieu,
2000; West & Zimmerman, 1987). En este sentido, si se considera al
género como un performance 4 social, éste adquiere una dimensión
colectiva en cualquier forma de interacción social, también en las que
tienen lugar en las instituciones de salud. Las mujeres aprenden a ser
La performatividad hace referencia a la reiteración de normas que preceden y constriñen las acciones del actor (Butler, 1993).
4
58
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
mujeres dentro de estructuras sociales dirigidas hacia el control y
construcción de sus cuerpos y, de esta forma, las interacciones con los
profesionales de la salud contribuyen a controlar y a disciplinar a las
mujeres por medio de sus cuerpos y su sexualidad. Esto no significa
que las mujeres reciban pasivamente el disciplinamiento de sus cuerpos
sino que ellas también toman un papel activo en esta socialización
(Haug, 1992).
Las interacciones que ocurren en los servicios de salud reproductiva
están mediadas tanto por las normatividades sociales en el campo de
la sexualidad y la reproducción (en las que la profesión médica está
facultada para vigilar y controlar) como por la construcción históricosocial de la mirada médica. Una revisión histórica de la relación de la
medicina con las mujeres (siglos XIX y XX, en Estados Unidos) revela
la política sexual de la enfermedad aplicada por la medicina y su contribución a la histerización del cuerpo y de la identidad de las mujeres.
Bárbara Ehrenreich y Deirdre English (1990) muestran como a partir
de la irrupción de los ‘expertos’ (los médicos) en la vida de las mujeres,
comenzó un proceso de patologización y naturalización de las mujeres
como reproductoras, estableciéndose una diferenciación clara en el
diagnóstico y tratamiento de las enfermedades en función del sexo.
Las mujeres, de las clases medias5 y altas fueron confinadas a la casa
y en muchos casos a la inmovilidad pues “los médicos habían establecido que las mujeres estaban enfermas y que esa enfermedad era innata,
derivada de la posesión de útero y ovarios” (p. 154). El doctor Clarke,6
en su revisión de las teorías sobre la naturaleza femenina “llegó a la
Crawford (2006) muestra la importancia de la clase media estadounidense en la
acreditación y prestigio de la medicina occidental. Señala como la emergencia (fines del
siglo XIX y principios del XX) de una clase media profesional que trataba de establecer su
propia autoridad profesional y otros signos de distinción, contribuyó al establecimiento
de un orden simbólico en el que la intervención de la ciencia médica sobre el cuerpo exteriorizaba los signos del progreso.
6 Edward H. Clarke, autor del libro Sex in Educatión, or a Fair Chance for the Girls
(1873) donde revisa las teorías médicas sobre la naturaleza femenina, fue profesor en
Harvard donde tuvo gran influencia en la configuración de la mirada médica sobre
las mujeres.
5
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
59
conclusión de que la educación superior iba a atrofiar a los úteros
femeninos” (Ehrenreich & English, 1990:148).7
El tratamiento recomendado por los expertos (médicos) a los
malestares femeninos fue el reposo, así como evitar la lectura y el
estudio:
La idea del cuerpo femenino como campo de batalla entre el útero
y el cerebro condujo a dos posibles enfoques terapéuticos: uno era
intervenir en el área reproductora, extrayendo los órganos “enfermos”
o fortaleciendo el útero con dosis de nitrato de plata, inyecciones
cauterizaciones, sangrados, etc. La otra posibilidad era atacar directamente el cerebro y obligarle a rendirse. Los médicos no podían
usar en el cerebro las mismas técnicas quirúrgicas que en los ovarios
y el útero, pero descubrieron métodos más sutiles. Entre estos últimos, el más importante fue la cura de reposo, la invención mundialmente famosa del doctor S. Weir Mitchell. La cura de reposo se
basaba en las técnicas que en el siglo XX se han aplicado al lavado
de cerebro: aislamiento total y privación sensorial. (Ehrenreich &
English, 1990:151)
La clave de la cura de reposo residía en la relación médico-paciente:
una relación de confianza total de la mujer en el médico y, de parte
del médico, en la aplicación de la técnica de curación por autoridad.
Ante la persistencia de los síntomas, las mujeres comenzaron a ser
vistas como sospechosas de simulación: “de que muchas mujeres usaban
probablemente la condición de enfermas como forma de escapar a sus
funciones reproductoras y sus obligaciones domésticas” (Ehrenreich
& English, 1990:157). En ese contexto, los profesionales percibieron como un gran avance la identificación y definición del síndrome
que desde su visión padecían las mujeres: una enfermedad a la que se
denominó histeria y que fue considerada como “la más confusa,
Estas explicaciones científicas se exponían en un contexto social donde el movimiento
feminista demandaba el acceso a la educación y a la participación (política) en los espacios
públicos.
7
60
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
rebelde y misteriosa de las enfermedades”. Todavía “durante las primeras décadas del siglo XX, los médicos siguieron considerando la
menstruación, el embarazo y la menopausia como enfermedades físicas y estorbos intelectuales. Se siguió aconsejando a las adolescentes
que estudiaran menos y se sometió a las mujeres maduras a histerectomías indiscriminadas” (Ehrenreich & English, 1990:161).
Estereotipos de género en la ciencia médica:
la reproducción humana
Diversas autoras (Inhorn, 2003; Martin, 1992; Oakley, 2005) han
abordado los estereotipos de género ocultos en el lenguaje científico y
biológico. Bajo la premisa de que la cultura condiciona los descubrimientos y descripciones que hacen los científicos, Emily Martin (1991)
ha argumentado que en las clases de biología se aprenden prácticas y
creencias culturales como si éstas fueran parte del mundo natural. En
esta misma línea, la autora sostiene que la imagen del huevo y el esperma, tal y como son presentados por la ciencia y la biología, se nutren
de viejos estereotipos y definiciones de lo que es ser hombre o ser mujer.
Hay que destacar que estos estereotipos implican no sólo que los procesos biológicos femeninos son menos valiosos que los masculinos sino
que las mujeres valen menos que los hombres.
Al incorporar la perspectiva de género en la investigación científica,
se ha mostrado la gran variedad de metáforas ideológicas y representaciones jerárquicas del cuerpo y de las funciones reproductivas que
contienen los textos médicos. En relación con la menstruación, las
metáforas se configuran en términos productivos8 y tienden en general
La reproducción y especialmente las mujeres fueron representadas a través del lenguaje metafórico como una fábrica de bebés. Y, en tanto los conocimientos científicos son
favorecidos por las condiciones materiales e históricas bajo las que se producen, esta construcción metafórica de la menstruación está moldeada por el contexto cultural del capitalismo en el que se produce. Martin (1992) encontró que aunque las explicaciones de las
mujeres sobre menstruación se parecían a la metáfora de la producción fallida, diferían
según sus relaciones con la producción capitalista. Así las mujeres de la clase media
8
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
61
a definirla en términos negativos: como un desperdicio innecesario
del cuerpo femenino y también como un evento patológico. La mayor
parte de los textos médicos describen el ciclo menstrual como un
proceso destinado a producir un huevo y a preparar el lugar donde
éste se implantará y desarrollará en caso de ser fertilizado.9 La terminología utilizada para describir la menstruación conlleva imágenes
de ‘destrucción’, ‘degeneración’, ‘interrupción’, ‘muerte’, ‘perdida’,
‘despojo’, ‘expulsión’;10 términos todos ellos que no son neutrales sino
que expresan fracaso y descomposición11 (Martin, 1992).
Por el contrario, la fisiología reproductiva masculina es evaluada
de otra manera, incluso como ‘asombrosa’ en términos de la producción de millones y millones de espermatozoides. En este caso, los
textos médicos utilizan expresiones positivas como: “la asombrosa
transformación celular”, o bien que “la característica más increíble de
la espermetatogénesis es la simple magnitud” (Vander et al, 1980:483,
citado en Martin, 1992:48). Bajo esta lógica, los cuerpos y la valoración
de los mismos se piensan en términos de la capacidad de producción
en la que el cuerpo masculino aventaja con mucho al femenino. En
ningún momento, esta producción “innecesaria” de espermatozoides12
es representada como un desperdicio.
establecían espontáneamente el modelo fallo-producción, mientras que las mujeres de la
clase trabajadora proporcionaban relatos más fenomenológicos donde describían su visión
y experiencia de la menstruación.
9 Incluso en algunos textos para estudiantes de medicina se mencionaba que: “la
menstruación es el útero llorando la falta de un bebé” (Ganong, 1985: 63, cit por Martin,
1992: 45).
10 Ver Guyton, Arthur C. Physiology of the Human Body. 6th Edition. Philadelphia:
Saunders College Publishing, 1984: 624 (cit. por Martin, 1992)
11 Por supuesto, no todos los textos contienen tal abundancia de términos negativos
en su descripción de la menstruación. No obstante, Martin (1992) llama la atención de
como a través de disposiciones culturales no reconocidas como es el género, se pueden
filtrar palabras valorativas en los escritos científicos.
12 Aunque los textos hablan de la masiva producción de espermatozoides como ‘insolentemente’ positiva, de hecho, sólo uno de cada 100 billones de espermatozoides llega
a fertilizar al óvulo (Vander et al, 1980:483, cit en Martin, 1992).
62
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
A pesar de que se han realizado revisiones a los textos científicos,
las nuevas versiones, lejos de escapar de los estereotipos y representaciones del huevo y el esperma, replican los esquemas de género de una
forma diferente, aunque manteniendo los estereotipos. Las nuevas
interpretaciones tienden a favorecer las mismas historias, donde los
espermatozoides son representados como activos agresores en busca
del huevo pasivo. Otras representaciones científicas si bien dan al
óvulo un papel más activo lo revisten con estereotipos femeninos en
los que éste es representado como una amenaza, como agresivos y
peligrosos, haciendo un símil de “la mujer fatal que victimiza a los
hombres” (Martin, 1991).
Las metáforas utilizadas en los textos médicos y científicos responden a objetivos políticos no conscientes de instauración y mantenimiento
del orden desigual de género. Estos discursos juegan un importante
papel en las actitudes sociales hacia los procesos reproductivos y en la
manera en como los profesionales y la población significan estos eventos
(Oinas, 1998; Bransen, 1992; Kissling, 1996). En un estudio efectuado
con médicos mexicanos, se constató la existencia de discursos que confirman el mantenimiento de estos esquemas de pensamiento sobre los
cuerpos y los órganos reproductivos (Erviti, 2013).
La importancia de examinar las metáforas contenidas en los textos
de biología y medicina tiene que ver con los diversos efectos sociales
que producen, entre ellos el poder normatizador en la sociedad. Ante
ello, se ha planteado la necesidad de poner énfasis en la ideología
cultural de la menstruación desde la educación escolar para de esta
manera deconstruir los mensajes negativos acerca de los cuerpos de
las mujeres (Allen et al, 2011), y también como una forma de sustraer,
a estas metáforas, el poder de naturalizar las convenciones sociales
acerca del género.
Tecnologías anticonceptivas, riesgo y género
El desarrollo de las tecnologías en el campo de la salud tiene que ver
con las condiciones históricas y sociales concretas, en el marco de una
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
63
cultura y del conocimiento científico que prevalece en este campo.
De esta manera, el desarrollo de determinadas tecnologías reproductivas y hacia qué cuerpos van dirigidas, más allá de la base biológica
que las sustenta, está relacionado con el sistema de símbolos y representaciones, con los significados, las regulaciones y los arreglos sociales
establecidos sobre los cuerpos y la reproducción. La forma en como
las prácticas de género se estructuran en relación con la reproducción
no surge de los referentes biológicos que ésta involucra sino de las
relaciones y significados sociales a los que alude (Connell, 2003). En
este sentido, las evidencias sobre la imposición de métodos anticonceptivos y de esterilizaciones no consentidas revelan la existencia de
valoraciones jerárquicas acerca de la maternidad y los cuerpos de las
mujeres que confirman la intersección de múltiples ejes de opresión
en torno a la reproducción (Petchesky, 1995, 1990), y en los que la
medicina como institución social participa activamente.
Género y anticoncepción
El desarrollo desigual de tecnologías orientadas a prevenir los embarazos ha sido una cuestión fundamental en la preservación del orden
social . El predominio de los anticonceptivos femeninos, desde la
década de 1960, ha disciplinado a hombres y mujeres a relegar la responsabilidad del control de los embarazos a las mujeres. La exclusión
de la masculinidad hegemónica13 del uso de los anticonceptivos constituye una de las principales barreras para la innovación en tecnología
anticonceptiva masculina. De acuerdo a Annandale y Clark, (1996)
las feministas contribuyeron inconscientemente a invisibilizar el cuerpo
Masculinidad alude al significado de ser (y no ser) hombre. Es una categoría social,
un organizador (más o menos coherente) de significados y normas que sintetizan los diversos
discursos sociales sobre lo masculino. La masculinidad hegemónica está en la jerarquía de
las masculinidades posibles y es la representación social dominante de lo masculino. Hace
referencia a como los cuerpos masculinos encarnan prácticas de género, a partir de esquemas
de pensamiento, que segregan espacios sociales y definen ámbitos de poder para hombres
y para mujeres (Connell, 2003).
13
64
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
reproductivo14 de los varones, al ser éste un tema ausente en los primeros análisis feministas sobre el cuerpo. Fue hasta mediados de la
década de 1990 que el cuerpo reproductivo de los varones emergió
en los debates académicos, políticos y en los medios.15 Se ha sugerido
que esta invisibilidad de los varones en el ámbito de la reproducción
es resultado de un pensamiento binario16 que ha dominado incluso
la investigación feminista sobre género y salud y que se ha centrado
más en estudiar a la mujer que al género (Davis, 1997). El trabajo
feminista se orientó a mostrar las consecuencias problemáticas de la
medicalización del cuerpo de las mujeres, por medio de la deconstrucción crítica de los discursos médicos sobre sus cuerpos. No obstante,
muchos de estos trabajos han creado la impresión de que solamente
el cuerpo de las mujeres ha sido sometido a construcciones históricas
y culturales (Oudshoorn, 2004).
El cuerpo de las mujeres como reproductoras entró a formar parte de las estructuras del campo médico desde el siglo XIX y el desarrollo
de la medicina reproductiva a lo largo del siglo XX se centró en los
cuerpos femeninos. Tanto el conocimiento como los diagnósticos y
la terapéutica relacionada con la reproducción han sido moldeados
por los discursos médico y ginecológico, los movimientos de planificación familiar y el movimiento de salud de las mujeres. Ante las
críticas y las demandas surgidas desde el feminismo postestructuralista y los gobiernos de China y de la India, en la Conferencia de Población y Desarrollo, celebrada en El Cairo en 1994, se reconoció que la
reproducción es un ámbito relacional y se expresó la necesidad de
involucrar a los varones en la prevención de los embarazos, como
El término ‘cuerpo reproductivo’ de los varones busca visualizar a éstos como agentes
activos en la reproducción y en los cuidados relacionados.
15 A su visibilidad contribuyó importantemente la difusión, en los medios de comunicación, de la aparición en el mercado del Viagra, una píldora para el tratamiento de la
impotencia masculina.
16 Desde el feminismo y el postestructuralismo se ha reclamado que para abordar en
profundidad las desigualdades de género se requieren análisis que cuestionen las categorías
binarias del pensamiento occidental: mente/cuerpo, hombres/ mujeres, masculino/femenino, razón/emoción, cultura/naturaleza (Esteban, 2006).
14
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
65
corresponsables de los mismos. La realidad es que desde mediados
del siglo XX los anticonceptivos desarrollados han sido preferentemente
para las mujeres, mientras que en lo concerniente a los métodos
masculinos que ayudan a prevenir los embarazos sólo se han perfeccionado los existentes: condones y esterilización.
Esta asimetría en las prácticas anticonceptivas se ha materializado
también en la organización de las instituciones de salud, de las profesiones médicas, las técnicas de laboratorio y la industria químicafarmacéutica. Los argumentos desplegados para sustentar la asimetría
de las intervenciones médicas en los cuerpos reproductivos de las
mujeres y de los varones reúnen visiones esencialistas17 (biologicistas)
del género, las tecnologías y los cuerpos. No obstante, desde una
aproximación constructivista, se puede observar que, más que una realidad basada en la naturaleza, las asimetrías de género en las tecnologías
anticonceptivas son una realidad creada en las prácticas sociales.
(Oudshoorn, 2004)
Desde los estudios de género, se han analizado las conexiones entre
género y tecnologías, desnaturalizando la visión del desarrollo de anticonceptivos sólo para las mujeres como un asunto relacionado con
la biología del aparato reproductor femenino. En este sentido, se ha
argumentado que las tecnologías no reflejan propiedades esencialistas
de los cuerpos sino que materializan resultados de negociaciones,
procesos de selección, contingencias y opciones en tecnologías, es
decir, incorporan valores y prácticas socioculturales. De esta manera, las
tecnologías anticonceptivas desempeñan un importante papel en la
desestabilización o estabilización de las convenciones sociales relacionadas con el género y la reproducción, bien creando nuevas o reforzando las existentes (Oudshoorn, 2003). Los anticonceptivos funcionan
pues como herramientas de delegación y distribución de la responsabilidad y el control sobre los embarazos. De esta manera, la
Las visiones esencialistas tratan de explicar las propiedades de una totalidad compleja, como es la reproducción, basándose en una supuesta verdad interna o una esencia,
en la suposición de que en todos los asuntos reproductivos debe haber un esquema único
decretado por la naturaleza misma y centrado en las diferencias biológicas.
17
66
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
anticoncepción es, en términos foucaultianos (Foucault, 1979), una
tecnología disciplinaria18 que forma parte de la socialización de las
conductas reproductivas.
Otro ejemplo de la capacidad performativa de las tecnologías para
crear o reforzar las identidades de género es la emergencia del movimiento por la salud de las mujeres, en las décadas de 1960 y 1970,
que demandó anticonceptivos más seguros para ellas (Barroso y
Correa, 1991), mientras que en ese contexto no emergió un movimiento por la salud de los hombres. La diferencia en la emergencia
de movimientos sociales relacionados con la salud reproductiva de
las mujeres y los varones puede ser entendida en términos de lo que
Oudshoorn (2003) denomina tecnosocialidad,19 en referencia a que la
gente construye identidades colectivas basadas en la experiencia compartida con tecnologías específicas. La idea de la mujer como la
responsable de la anticoncepción se ha convertido en la narrativa dominante en la cultura occidental y se ha materializado tanto en las
tecnologías anticonceptivas, en los movimientos sociales en salud y
en las identidades de género.
En la fase del desarrollo de las tecnologías sus diseñadores anticipan
y definen preferencias, motivos y usuarios potenciales. Al respecto,
El ‘Estado moderno’ que emergió en el siglo XVII se concentró en el control social
de la población, vigilando que la conducta de los sujetos fuera ‘sana’ y ‘normal’. Para ello,
se apoyó de diversas instituciones sociales como las educativas y la medicina destinadas a
vigilar e impedir actos desviados de la norma. El sexo y los cuerpos fueron los ejes de vigilancia y de aplicación de un nuevo poder disciplinario, el biopoder, un poder que actúa
por medio del establecimiento de normas de comportamiento, que individualiza a los
sujetos y los adhiere a una normatividad (Foucault, 1979).
19 El término tecnosocialidad, es retomado del concepto de “biosocialidad” de Paul
Rabinow (1992) que hace referencia a las consecuencias de la tecnología sobre la existencia
biológica, dando como resultado un ser social con nuevas formas artificializadas de lo biológico. La tecnosocialidad presupone que la tecnología implica siempre un proyecto
histórico-social que supone una finalidad y una determinada relación con el entorno, es
decir, un para qué y un cómo. Esta perspectiva epistemológica redefine la relación entre
sociedad y tecnología. Las tecnosocialidades se refieren a socialidades alteradas por las
tecnologías (Dipaola, 2010).
18
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
67
Oudshoorn (2004) argumenta que la articulación de las identidades de
género de los/las usuarios/as con el desarrollo de las tecnologías anticonceptivas es un elemento fundamental, dado que éstas sólo tienen
éxito si las personas usuarias potenciales encajan en las identidades articuladas por los innovadores de estas tecnologías. Desde esta perspectiva,
la fase de desarrollo de tecnologías anticonceptivas permite entender las
confluencias entre género y tecnologías. De forma que el entorno histórico-social específico para el desarrollo de una tecnología anticonceptiva para hombres puede ser entendido como un nicho cultural, un
espacio en el que los expertos y los participantes articulan y ajustan
identidades no hegemónicas para crear y producir nuevas tecnologías.
En las décadas de 1980 y 1990, la Organización Mundial de la
Salud, ante el desinterés de la industria quimico-farmecéutica, participó
en el desarrollo de anticonceptivos hormonales para hombres. En
los ensayos clínicos, los investigadores dispusieron las respuestas de los
participantes, construyendo representaciones específicas de las identidades masculinas. De esta manera, los participantes en los experimentos con anticonceptivos generaron y articularon identidades
masculinas ajustadas a las proyectadas por los investigadores. En general
se reconocían a sí mismos como diferentes del resto de los varones, lo
que los obligaba a defender y negociar sus nuevas identidades con los
demás varones. Asimismo en la campaña para promover la participación en estos proyectos se diseñó un cartel que aludía a los hombres
como “astronautas en el mundo de los espermas” y hacía uso de imágenes relacionadas con la llegada del hombre a la luna, con la frase
“primer hombre en usar la píldora”, sugiriendo que los varones que
participaran como voluntarios estarían haciendo un acto heroico similar al de los primeros hombres que llegaron a la luna. Las descripciones reportadas por los investigadores y las parejas de los hombres
participantes hacían referencia a la valentía de estos voluntarios
(Oudshoorn, 2003).
Lo expuesto anteriormente sustenta la tesis de que la libertad reproductiva sigue siendo una cuestión política y no tecnológica, ya que
implica transformaciones sociales en la organización de la reproducción
que involucran aspectos que van más allá del desarrollo de tecnologías
68
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
sofisticadas (Petchesky, 1990). Los profesionales de la salud juegan un
importante papel en relación con las tecnologías reproductivas (no
sólo los anticonceptivos, sino también las tecnologías del aborto y la
fertilización in vitro, entre otras), en tanto son ellos los que, bajo
determinadas circunstancias, deciden quiénes y bajo qué condiciones
pueden acceder a las tecnologías reproductivas disponibles, y esto
involucra valoraciones sociales además de restricciones económicas.
Género y distribución del riesgo en tecnologías anticonceptivas
La creación y desarrollo de un método anticonceptivo para los varones
es un asunto primordial en pro del logro de la equidad de género pero
su éxito depende de la manera en que éstos sean percibidos por los
hombres y las mujeres. El hecho de que los varones hayan sido socialmente excluidos de la prevención de embarazos los ha liberado de sufrir
los efectos adversos de los mismos y de la atención de los daños en salud
derivados, no así a las mujeres que han tenido que asumir los riesgos
que conlleva el uso continuado de anticonceptivos (Ringheim, 1996).
Esta distribución diferencial del riesgo en las prácticas anticonceptivas dirigidas a mujeres y hombres ha sido sustentada por los
profesionales (los expertos y los hacedores de políticas) con diversos argumentos, referidos a la biología o a las demandas de las personas
usuarias o posibles usuarias de los anticonceptivos. No obstante,
las críticas se han enfocado en que las nociones legas que hacen referencia a los hombres se han tomado más seriamente que las de las
mujeres.20 Por ejemplo, el bienestar emocional y la sexualidad de
los varones ha sido una cuestión central desde las mismas investigaciones y ensayos clínicos con anticonceptivos masculinos (Oudshoorn,
1999). En el caso de los anticonceptivos femeninos, la atención puesta
a los efectos secundarios a largo plazo ha surgido solamente como
La incorporación de intereses legos para estimar el riesgo de los métodos anticonceptivos presenta un claro patrón de género, en el que mientras se han enfatizado y negociado
los riesgos asociados al uso de los anticonceptivos con los usuarios masculinos esto no ha
ocurrido con las usuarias femeninas (Abraham, 1994).
20
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
69
resultado de esfuerzos de los movimientos vinculados con la salud de
las mujeres (Barroso y Correa, 1991).
La clasificación del riesgo de una nueva tecnología en salud es
resultado de la interacción entre ciencia y política. Son las construcciones retóricas implícitas en el orden social las que ayudan a establecer
el riesgo, la confianza y el conocimiento. Este conocimiento ayuda
asimismo a moldear el orden social, de forma que el riesgo es un
constructo socio-tecnológico y político. Ya desde el planteamiento de
las preguntas que los científicos formulan, implícita y explícitamente, se
están haciendo elecciones de lo que debe considerarse como primordial
o irrelevante en términos de distribución de riesgos en salud. Asimismo,
los procesos mediante los que las observaciones sobre efectos secundarios adversos se registran como riesgos para la salud son resultado
de procesos sociales en el que científicos y otros actores sociales negocian
para lograr los consensos (Van Kammen y Oudshoorn, 2002).
En relación a los anticonceptivos, la estimación de los riesgos no
refleja únicamente los efectos específicos de las sustancias químicas
en el cuerpo, sino que estas estimaciones expresan una evaluación
diferencial, de acuerdo al modelo de riesgo adoptado. Los discursos
dominantes en relación con la prevención de los embarazos han variado a lo largo del tiempo y con ello el modelo de riesgo adoptado.
En las décadas de 1970 y 1980, el discurso de la planificación familiar estuvo dominado por el discurso del control poblacional donde
el riesgo de usar anticonceptivos era comparado con el riesgo de no
usarlos, en términos de los embarazos no deseados y la mortalidad
materna. Una segunda aproximación al tema plantea como utópica
una anticoncepción sin efectos secundarios, sugiriendo la necesidad
de ofertar a las usuarias las diferentes opciones anticonceptivas y la
información respecto a las mismas.
En relación a los efectos colaterales de los anticonceptivos en las
mujeres usuarias de los mismos como dolores de cabeza, cambios de
humor, nervios, variación en el peso, dolor pélvico, entre otras reacciones reportadas por las usuarias, los especialistas determinaron que
éstos no eran prohibitivos. Esto refleja la estimación de riesgo que predomina en el modelo adoptado, el cual enfatiza la necesidad de
70
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
controlar el crecimiento de la población y queda relegado el bienestar
general de las usuarias (Van Kammen y Oudshoorn, 2002).
En la política de anticoncepción para hombres no hay una evaluación de riesgos para ambos miembros de la pareja sino que únicamente se evalúan los riesgos que implica una determinada tecnología
anticonceptiva en los hombres. Existe una baja aceptación de los riesgos
de las tecnologías anticonceptivas en los hombres, tanto en la industria
farmacéutica como en la cultura (Oudshoorn, 1999). Los estudios
sobre el riesgo en los anticonceptivos masculinos se estructuran a
partir de roles y normas de género que construyen determinados estándares de seguridad, en los que la potencia y la libido son cuestiones
centrales a la hora de evaluar la anticoncepción masculina. En el caso
de la anticoncepción femenina, pese a que desde el inicio de la introducción de la píldora anticonceptiva varias mujeres reportaron una
pérdida del deseo sexual, fue hasta 1990 que se iniciaron los estudios
para investigar el impacto de la tecnología anticonceptiva en la conducta sexual de las mujeres (Van Kammen y Oudshoorn, 2002).
A partir de estos antecedentes en el desarrollo de la ciencia y la
tecnología en el ámbito de la reproducción, interesa explorar las consecuencias de estos vínculos entre ciencia, tecnología, sociedad y
política –en relación con la reproducción y el orden social genereizado– sobre las prácticas de atención en salud, las regulaciones médicas
en torno al embarazo y la maternidad, así como sobre los cuerpos y
decisiones de las mujeres.
Regulaciones y prácticas médicas en torno a la reproducción
Estereotipos de género en la práctica médica
Se ha planteado que incluso los actuales cambios pedagógicos21 de la
medicina están imbricados por ideologías tradicionales en las que los
Philips (1997) argumenta sobre los nuevos curriculums médicos que incorporan
metodologías de formación y capacitación de los profesionales de la salud, apoyados por
el abordaje de “la medicina basada en la evidencia”.
21
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
71
estereotipos de género permanecen intactos, y que éstos son reforzados continuamente por los textos médicos y los estándares internacionales establecidos en la práctica. Estos estereotipos tienden a generar
en los médicos la imagen de que el cuerpo masculino tiene la posibilidad
de realizar cualquier actividad humana mientras que el femenino es
visto como un cuerpo con funciones y capacidades limitadas, orientadas a ser una compañera sexual y una madre-máquina (hacedora de
hijos) (Philips, 1997). Esto conlleva que en las consultas médicas, si
el enfermo es un hombre, los y las profesionales tienden a tomar el
sexo del mismo como un elemento sin importancia y cuando la que
demanda atención médica es una mujer el sexo parece ser un factor determinante, de forma que esto les lleva a pensar que sus enfermedades
(al menos en el estereotipo) responden a su biología femenina y al
hecho de ser mujeres.
También se ha sugerido que entre los y las profesionales de la
medicina, prevalece el estereotipo de la mujer hipocondriaca que por
cualquier motivo acude al médico, y que esta imagen es continuamente
reforzada y sustentada entre los mismos profesionales. Se ha mencionado también que en la profesión médica predominan los estereotipos
donde la mujer tiende a verse como una histérica y a quejarse más que
los varones (Philips, 1997). En estos estereotipos, persisten las identidades femeninas construidas por la profesión médica desde el siglo
XIX (Ehrenreich & English, 1992).
Desde la visión de las mujeres esencialmente como reproductoras,
la profesión médica centra su atención en la capacidad reproductiva
de los cuerpos femeninos y en el cumplimiento de regímenes médicos
establecidos para la preparación de los cuerpos ante un embarazo actual
o futuro (Ettorre, 2010). Existe una prescripción social, moldeada y
vigilada por la profesión médica, para planear los embarazos y para
que éstos tengan lugar bajo determinadas circunstancias, en términos de
edad y estado civil. Así, las experiencias de las mujeres con los embarazos, los abortos y la maternidad son moldeadas por los discursos y
las prácticas de los y las profesionales de la medicina y por las políticas
en materia de reproducción, en contextos específicos. En este sentido,
el estigma social asociado con diferentes tipos de maternidad juega
72
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
un papel importante en las interacciones entre profesionales y usuarias,
donde las mujeres que reúnen determinadas características son discriminadas (Ellison, 2003; Erviti et al. 2006).
Las desigualdades en poder, autoridad, prestigio y acceso a recursos moldean los encuentros entre médicos y usuarias, así como
las prácticas profesionales en torno a los eventos reproductivos. Las
jerarquías médicas establecidas, especialmente en contextos hospitalarios, tienden a reproducir y privilegiar una práctica médica
marcada por el dominio de los expertos22 y de sus intervenciones
tecnológicas, discriminando el conocimiento de las mujeres sobre
sus propios cuerpos, incluso en los embarazos. No obstante, en las
interacciones con los profesionales también las mujeres resisten,
negocian y reproducen la hegemonía de la práctica médica, en este
campo (Haug y Lavin, 1983; Lowe, 2005).
La autonomía de las mujeres en términos sexuales y reproductivos
todavía está proscrita socialmente. Las experiencias y prácticas en este
sentido son configuradas por los diversos saberes acreditados (el de la
medicina, entre otros), los cuales se vinculan en mayor o menor medida
con el estigma social asociado al cuerpo y a las conductas de las mujeres
jóvenes y solteras, todo ello en función de determinados estereotipos
de género que se intersectan con otras desigualdades sociales como
clase social, etnia, generación, entre otras.
Políticas regulatorias hacia las mujeres
y los embarazos
La reglamentación acerca de la anticoncepción pone en el centro los
derechos de las mujeres a tomar decisiones libres sobre sus cuerpos.
El debate político y moral en torno a la anticoncepción y la familia
refleja un conflicto de intereses entre las mujeres y los profesionales
de la salud (Barret & Harper, 2000). El discurso médico en torno a
Los médicos se reconocen como los únicos autorizados para hablar de salud: como
los que tienen el conocimiento acreditado, el saber médico.
22
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
73
la anticoncepción, pese a que se autoproclama como moralmente
neutro, refleja los miedos asociados con la idea de la sexualidad femenina como peligrosa (Lupton, 2000). Detrás de las regulaciones
establecidas por los grupos dominantes se esconden ansiedades en
las que la anticoncepción se ha equiparado con la promiscuidad sexual.
Así, en tanto la sexualidad femenina aparece como peligrosa, ésta se
ha convertido en objeto de vigilancia la cual, de alguna manera,
se ejerce por medio de la regulación y el control médico existente en
torno a la anticoncepción.23
Discursivamente esta vigilancia y la necesidad de prescripción
médica se ha justificado por los riesgos colaterales del uso de anticonceptivos, con mayor énfasis para la anticoncepción de emergencia
(Barret & Harper, 2000). Un aspecto central en los estudios sobre el
tema lo constituye la construcción social de las mujeres que usan
anticonceptivos, especialmente anticoncepción de emergencia, como
sexualmente irresponsables, caóticas y desviadas. Así, en el imaginario de muchos profesionales las usuarias de estos anticonceptivos
son caracterizadas como mujeres jóvenes, solteras y mentirosas. Esto
coincide con lo encontrado por Hawkes (1995) respecto a que se considera que algunas mujeres, especialmente las jóvenes son inherentemente menos capaces de controlar su sexualidad. Esta construcción
social y profesional concuerda con la visión dicotómica de las mujeres
como vírgenes/prostitutas y hace referencia al temor hacia la incontrolable y peligrosa naturaleza de la sexualidad femenina, noción
dominante en la ideología judeocristiana que impera en la sociedad occidental, específicamente en la cultura mediterránea y latinoamericana
(Szasz, 1998).
En este contexto, la desaparición de las restricciones relacionadas
con los anticonceptivos, especialmente en referencia a la anticoncepción de emergencia, se han mencionado como un apoyo a la irresponsabilidad. Esta visión está impregnada de nociones que hacen referencia
a una incapacidad de las usuarias para organizar su actividad sexual y
La mayoría de métodos anticonceptivos requieren la prescripción médica, hay pocos
anticonceptivos que puedan ser utilizados sin tener que consultar un médico al respecto.
23
74
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
su conducta. En este mismo sentido, Hawkes (1995) en un estudio
sobre planificación familiar encontró que las palabras ‘responsable’
e ‘irresponsable’ eran continuamente mencionadas durante las conversaciones sostenidas con el personal médico. En la misma línea,
Foster (1995) señala que en algunos textos de ginecología existe una
clasificación de la población usuaria de métodos anticonceptivos,
estableciendo por un lado a las mujeres conscientes e inteligentes y
por el otro a las irresponsables.
Control, vigilancia e intervención sobre los cuerpos de las mujeres
La continua ‘cosificación’24 de las mujeres en las políticas de salud
reproductiva redunda en una continua intervención médica sobre sus
cuerpos. Así, los programas de monitoreo en los servicios de salud
reproductiva se constituyen en instrumentos de la vigilancia y de
control médico sobre los cuerpos de las mujeres (especialmente de las
clasificadas como irresponsables), no así sobre los cuerpos masculinos.25
La lógica de los médicos para intervenir sobre los cuerpos de las mujeres se fundamenta en una construcción marginal de los cuerpos
femeninos26 y en el deber ser profesional de los médicos. Desde la
lógica profesional, los médicos emergen como los actores obligados
a intervenir sobre los cuerpos de las usuarias definidas como irresponsables y en riesgo, en tanto ellos se asumen como los responsables de
evaluar la situación de riesgo reproductivo y de definir las acciones
a seguir en pro de preservar la vida y la salud de las usuarias. De esta
manera, las intervenciones de los médicos en los cuerpos y decisiones
Con el término ‘cosificación’ se hace referencia a la concepción de las mujeres como
objetos para las políticas sobre la reproducción y el no reconocimiento de éstas como sujetos
con capacidad para tomar decisiones éticas sobre sus cuerpos
25 Un ejemplo de la contradicción en las intervenciones médicas para el control y
prevención de enfermedades es el de la vacuna del VPH que dirige sus intervenciones sobre
las mujeres y no sobre los varones que son los transmisores del virus (Valls-Llobet, 2009).
26 Algunos estudios han mostrado que el discurso médico-científico define los cuerpos
femeninos como deficientes (Courtenay, 2000)
24
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
75
de las mujeres, sin el consentimiento de éstas, se tornan no sólo justificables sino deseables (Erviti et al, 2010).
Al argumento de la necesidad de disminuir los riesgos reproductivos, se agrega la exigencia de reducir la tasa de natalidad para lo
que los médicos se presentan como figuras centrales e indispensables.
Ante la construcción profesional de determinadas mujeres como desobedientes y reacias a usar anticonceptivos, los médicos se presentan
a sí mismos como los agentes a intervenir e ‘imponer’ su decisión, de
acuerdo a su valoración profesional, sobre las mujeres incluidas en esta
clasificación. Aunque no todas las mujeres son definidas como incapaces de decidir o irresponsables, en general, es durante la interacción
con las usuarias que los médicos elaboran y asignan determinadas
identidades sociales a las mujeres, desde la lógica profesional de los
riesgos reproductivos (Erviti et al, 2006).
Las intervenciones de los médicos, son presentadas e interpretadas
como necesarias, justificables y basadas en criterios exclusivamente
médicos y por tanto científicos y neutrales, acordes a una construcción
y conceptualización de la práctica médica como políticamente neutra
(Zola, 1983). Esta aparente neutralidad puede ser conceptualizada
como una estrategia política que invisibiliza el contexto social y cultural, así como el orden de género en el que estas respuestas profesionales son elaboradas y enmarcadas. De esta manera, se naturaliza y
legitima la intervención y la dominación que ejerce la medicina
moderna sobre los cuerpos de las mujeres (Ehrenreich e English, 1990)
(especialmente en aspectos reproductivos) promoviendo la generación
de prácticas que son definidas y vividas por los agentes como profesionales, desinteresadas y neutras, pese a que dichas prácticas reproducen
un orden social, corporal y de género determinado.
A modo de conclusión
Los discursos y las prácticas médicas representan un campo de posiciones heterogéneas, donde coexisten resistencias, divergencias y
consensos sobre el papel de control social que ejerce la medicina. Las
76
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
prácticas y discursos profesionales e institucionales están insertas en
un contexto social y político dentro de las cuáles adquieren sentido.
Al respecto, las interpretaciones científicas y médicas son apoyadas
o refutadas por interpretaciones sociales y culturales. La aplicación
de modelos interpretativos que jerarquizan distintas realidades, frecuentemente han llevado a legitimar o naturalizar las desigualdades
sociales, sobredimensionando los roles reproductivos de las mujeres y
considerándolas sólo como reproductoras biológicas. En este trabajo
mostramos las críticas y los argumentos planteados desde los estudios
feministas para desnaturalizar la reproducción y la sexualidad, resaltando el control social que se ejerce sobre los cuerpos, especialmente
sobre los cuerpos de las mujeres (Esteban, 2006).
Este trabajo plantea la necesidad de revisar la definición y jerarquización de los síntomas y malestares femeninos en torno a la reproducción que se hacen desde la biomedicina, que priorizan los
esquemas reproductivistas de la fisiología femenina, como determinantes de las ideologías médicas sobre el ser mujer. El análisis contribuiría a generar nuevas definiciones de las mujeres, que contrastarían
con las actuales que las señalan como “las otras”, “las patológicas”
(Esteban, 2006).
El desarrollo del trabajo se centra en la identificación del carácter
político de los discursos y las prácticas de los profesionales en el ámbito
de la salud reproductiva, más allá del contenido técnico-científico de
las mismas. Desde un discurso ‘autorizado’ por su supuesta cientificidad
se patologiza a las mujeres (Herrera, 2010), sus embarazos y sus cuerpos
reproductivos. En el texto, se revisan los determinantes sociales y estructurales de la percepción de los médicos sobre las mujeres desde
este ámbito. Se muestra como desde la biomedicina, como institución
y profesión, se contribuye a acentuar las desigualdades socio-culturales,
se reproducen los estereotipos de género formulados a lo largo de la
historia: que van desde la mujer que miente y engaña, hasta la mujer
cuyo máximo y permanente deseo es la maternidad.
Quedan pendientes estudios que se enfoquen en la especificidad
de contextos concretos, como el mexicano, para analizar desde la
perspectiva de género el ámbito de la reproducción y las prácticas de
MEDICINA, GÉNERO Y REPRODUCCIÓN: EL CARÁCTER POLÍTICO DE LOS DISCURSOS §
77
los profesionales en la atención de abortos, embarazos no deseados, y
servicios de salud reproductiva en general , donde se expresan posiciones extremas, frecuentemente antagónicas entre lo ‘personal’ y lo
‘profesional’. Algunas de estas posiciones representan una actitud
crítica a la cultura de género y a la ideología dominante en sus contextos sociales y profesionales, sin embargo otras refuerzan las desigualdades sociales y de género.
Este trabajo expone marcos teóricos multidisciplinarios, desde los
estudios de género y la sociología de la salud, para el análisis de fenómenos sociales que se han considerado como propios de la medicina,
así como para comprender, a través de los fenómenos de salud, la
relación entre medicina y sociedad. La idea es promover estudios específicos para impulsar la generación de nuevos conocimientos sobre
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Algunas dimensiones culturales de parejas
con diagnóstico de infertilidad, tratamientos
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MAYRA LILIA CHÁVEZ-COURTOIS
RESUMEN: El tema de la infertilidad abordado desde el campo de la antropología permite entre otras cosas reflexionar respecto de dimensiones
culturales de aquellas personas que padecen el diagnóstico. En este trabajo
dichas dimensiones se abordan desde el conocimiento del campo del
sistema género y del cuerpo simbólico, en los cuales se rescatan las dimensiones culturales que llevan como eje el diálogo constante entre infertilidad
versus reproducción social (procreación). Desde esta postura podemos ver
como las parejas con infertilidad perciben su condición de salud-enfermedad-atención, desde la cual toman la decisión de buscar soluciones
ante la imposibilidad de procrear, misma que adquiere un matiz importante
por las diferencias de género.
En el presente trabajo se expone parte de los resultados de una investigación que se realizó en un instituto de salud de tercer nivel. Es
pertinente mencionar que la pesquisa realizada fue observacional y
descriptiva, tuvo como base la metodología cualitativa fenomenológica
con el fin de rescatar el conjunto de percepciones de un grupo de
personas con infertilidad a través de sus propias narrativas. El trabajo
de campo se desarrolló en el Instituto Nacional de Perinatología,
México que ofrece atención de tercer nivel, y tiene como misión la
83
84
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
atención de embarazos de alto riesgo, así como problemas reproductivos como es el caso de la infertilidad.
Para considerar a las y los informantes, se tomaron en cuenta
cuatro tipos de condición de infertilidad: a) mujeres, quienes eran las
que presentaban diagnóstico de infertilidad; b) hombres, quienes eran
los que presentaban el diagnóstico; c) ambos miembros de la pareja
presentaban este diagnóstico; y d) parejas que se encontraban en
Tratamiento de Reproducción Asistida (TRA). Por cada caso independientemente de quién presentaba infertilidad, se entrevistó a la pareja.
Para ello, se captaron a las y los informantes en tres departamentos de
atención según su condición, el primer grupo se obtuvo en el Departamento de Infertilidad y Esterilidad; el segundo y tercer grupo en el
Departamento de Andrología; y el último, en el Departamento de
Reproducción Asistida.
Por cada grupo se realizaron cuatro entrevistas en profundidad, es
decir, cuatro parejas por servicio dando un total de 32. A cada persona
se le entregó carta de consentimiento informado. El análisis de las
narrativas se realizó con el apoyo del paquete para análisis cualitativo,
Atlas ti v.5, previamente conformadas las categorías de análisis.
Para esta exposición solamente se presentan resultados de las dimensiones culturales de parejas con diagnóstico de infertilidad, comprendidas desde los sistemas género y cuerpo desde el momento en
que se enteran del diagnóstico hasta ser sometidas a tratamientos
alópatas.
Diálogo entre infertilidad vs procreación
en el marco de la demanda social
La infertilidad ha sido estudiada en su mayoría desde el campo de la
biomedicina, y específicamente en el área de la biología de la reproducción, misma que en las últimas décadas ha tenido grandes avances
científicos para la regulación de la procreación. Ofreciendo una variedad
de estudios y tratamientos para las parejas con infertilidad, que van desde
tratamientos hormonales hasta técnicas de reproducción asistida,
ALGUNAS DIMENSIONES CULTURALES DE PAREJAS CON DIAGNÓSTICO DE INFERTILIDAD §
85
dentro de estos los más comunes son la inseminación artificial o la
fertilización in vitro. Dicho abanico de posibilidades ha dado pauta
a que parejas con infertilidad se acerquen a buscar soluciones ante
la demanda sociocultural de la reproducción humana. En ese sentido
los estudios y tratamientos para regular la fertilidad simbolizan una
esperanza a su situación reproductiva, y por ende a su cumplimiento
social y biológico de ser padres.
El cumplimiento social de la procreación conlleva una carga
trascendente en la vida de las persona, pues recordemos que para
cualquier sociedad la reproducción humana es el motor para su continuidad –sea cual sea su manera de expresarse– es por eso que la
exigencia ante tal proceso está cotidianamente presente en las personas
según su cultura. En el caso de las personas con diagnóstico de infertilidad, el cumplimento de dicha demanda en ocasiones los obliga
a convertir la búsqueda del embarazo en la parte medular de su vida,
sobre todo para la mujer. Esto último se expresa de manera categórica
cuando las reflexiones son dadas desde el campo de la antropología
del cuerpo y los estudios de género. En los siguientes párrafos se
explica lo anterior.
El género es comprendido como el “conjunto de prácticas, creencias, representaciones y prescripciones sociales que surgen entre los
integrantes de un grupo humano, en función de una simbolización
de la diferencia anatómica entre hombres y mujeres” (Lamas, 2000:97).
Ahora bien, el sistema de género entendido desde la lectura cultural
occidental de la procreación coloca a ambos géneros en la exigencia
de reproducirse, y ciertamente los define como seres “completos”. En
la sociedad occidental el papel principal de la mujer comúnmente se
representa con la procreación, siendo dicho rol vital en su definición
como persona funcional para la sociedad. Para el caso del hombre su
rol primario es el de proveedor de la familia, es decir, la descendencia
que logre tener a través de la reproducción será su responsabilidad
sobre todo económica.
Desde el otro sistema, el cuerpo, éste es colocado como uno de los
principales actores en el cual se expresa el proceso reproductivo, ya
86
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
que en él recae la “responsabilidad” biológica. Dicho encargo, se pronuncia con el embarazo, parto, lactancia y presencia de esperma.
Es por eso que dicha complejidad de la falta de reproducción
comprendida desde el marco del sistema de género y cuerpo nos lleva
a conocer y comprender a partir de lo empírico, las percepciones de
parejas con infertilidad desde la dimensión de la antropología médica
y simbólica. Esta perspectiva nos permite colocar a las personas como
actores de su propia situación, es decir, sus vivencias expresadas por
ellas mismas dan un panorama de lo que implica socioculturalmente
y desde la perspectiva de género tener diagnóstico de infertilidad,
representación que va más allá del discurso médico.
Por tal, en este trabajo se exponen algunas percepciones de parejas
con infertilidad en edad reproductiva, enfocadas al sistema de género
y cuerpo para conocer dimensiones culturales. Lo que nos lleva a
comprender el proceso reproductivo desde otra mirada, es decir, la
esencia de la comprensión social y cultural de la infertilidad versus
reproducción.
Infertilidad, cuerpo y género
Como preámbulo es necesario mencionar que la construcción genérica,
y por ende las diferencias entre géneros tiene su contenido en la lectura
simbólica que se le da al cuerpo de la mujer y del hombre según la
cultura (Héritier 1996, Lamas 1996, Scott 1990). Desde esa perspectiva
la reflexión de la reproducción humana versus infertilidad tiene su
esencia en el mismo sentido, es decir, su lectura está permeada por la
cultura en la cual se encuentran los protagonistas.
El tema de la procreación en la sociedad occidental desde el enfoque
de género está más encauzado a las mujeres, el cual se simboliza con
el embarazo, parto, y culmina con el rol de la maternidad. Mientras
que en los hombres, la reproducción humana se relaciona con la descendencia simbolizada sobre todo en la continuidad del apellido. Por
tal, en ambos géneros ciertamente la reproducción social ha sido y
sigue presente como una de las metas “obligatorias” en la vida de
ALGUNAS DIMENSIONES CULTURALES DE PAREJAS CON DIAGNÓSTICO DE INFERTILIDAD §
87
los seres humanos; ya que se convierte en una regla social que toda
persona debe de cubrir para ser “bien visto”. A pesar de lo anterior,
existen personas que involuntariamente no pueden procrear por
diversas causas biofisiológicas, psicológicas, etcétera, ya que preexiste
una falta en el funcionamiento de su cuerpo para la procreación, lo
que los coloca socialmente en una posición de vulnerabilidad, obligándolos a buscar respuestas y soluciones (tratamientos para regular la reproducción) para cumplir con la exigencia de la regla social
de la reproducción.
En esta tarea sociocultural –reproducción humana– uno de los
protagonistas sin duda es el cuerpo, el cual como se sabe juega un
papel primordial en el cumplimiento de la procreación, representa
uno de los ejes principales de abordaje para comprender el fenómeno
infertilidad versus procreación.
El cuerpo como eje de análisis permite explorar con detalle los
sentires y emociones del proceso por el cual pasan las mujeres y hombres cuando se someten a los tratamientos para regular la reproducción.
Ya que el cuerpo se convierte en la “máquina receptora” de todos
aquellos instrumentos médicos, y emociones vividas en el momento
de los tratamientos; trayendo como consecuencia entre otros, la presencia del dolor físico o dolor viviente.1 Indudablemente, el cuerpo
como campo de reflexión desde la percepción de los actores nos lleva
a otro pasaje fino para comprender la carga simbólica que sobrelleva
la infertilidad para las mujeres y hombres quienes la padecen.
Pero también el cuerpo entendido desde el sistema de género,
refleja la condición sociocultural de la persona, siempre y cuando se
entienda que la lectura cultural del cuerpo es precisamente la esencia
interpretativa que marca la diferencia entre mujeres y hombres, esto
es, “la diferencia biológica entre los sexos, es decir, entre los cuerpos
masculino y femenino, y muy especialmente, la diferencia anatómica
entre los órganos sexuales” (Bourdieu, 2000:24). Ahora bien, esta
Lerinch: “El dolor viviente, es el dolor experimentado fuera del laboratorio y no
reducido a un código universal de impulsos nerviosos (que) contiene siempre, en lo íntimo,
el encuentro humano con el significado” (Morris, 1994:4).
1
88
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
lectura diferencial de los géneros varía según la cultura, y para comprenderlo es importante el discurso simbólico del funcionamiento del
cuerpo. Veamos por qué.
Considerando lo anterior y ubicando dicha reflexión en la sociedad
occidental, el rol de la maternidad juega un papel culturalmente necesario para las mujeres, ya que el funcionamiento adecuado de su
cuerpo para la procreación la coloca como “verdadera mujer”, pues
está cumpliendo con la función socialmente dada de la reproducción.
Siguiendo la lógica de dicha exigencia social, en el caso de la mujer
con diagnóstico de infertilidad, la percepción por parte de los otros
(sociedad) hacía ella y de sí misma va acorde con lo impuesto socialmente, por lo tanto, la mujer con infertilidad ciertamente es entendida
como aquella que rompe con las reglas culturales de la reproducción
al no poder embarazarse, es decir, es una mujer que no podrá ser
madre; rol que como ya se dijo es uno de los principales que define a
la mujer en la sociedad occidental.
En el caso del hombre, las exigencias sociales se dan, sobre todo,
en el cumplimiento de proveedor de la familia, para lo cual necesita
de la conformación de ésta para jugar su rol. En otro sentido, pero
que va de la mano con lo anterior, es la demanda de su reproducción,
pues en la sociedad occidental una manera de “medir” la virilidad de
los hombres es por medio de la descendencia, de lograr el hijo propio.
Por tal, la pretensión cultural en el caso de los hombres con diagnóstico
de infertilidad los coloca en una posición vulnerable similar a las
mujeres (ambos con sus matices particulares) ya que sin descendencia
no se da la conformación de una familia propia, y por ende, tampoco
demuestran su capacidad reproductiva, es decir, que al igual que la
mujer infértil no responden a las reglas culturales. Esto es, ambos
géneros rompen con la exigencia de la reproducción social.
Ante dicho panorama, la reproducción humana en el caso de las
parejas con infertilidad se convierte en el tema cotidiano, sobre todo
cuando se encuentran en tratamientos para la regulación de la fertilidad.
Pues su necesidad de cubrir con lo culturalmente impuesto para ambos
géneros, los lleva a construir una dinámica de vida que tiene como
esencia la búsqueda de soluciones ante su diagnóstico. En ese sentido,
ALGUNAS DIMENSIONES CULTURALES DE PAREJAS CON DIAGNÓSTICO DE INFERTILIDAD §
89
dichas parejas se someten a una serie de tratamientos alópatas y alternativos que en ocasiones pueden durar varios años.
Con base en lo anteriormente expuesto, es interesante plantearse
algunas preguntas y dar respuestas desde las percepciones y significados
del modus vivendi de las y los propios actores, obviamente relacionadas con la simbolización del cuerpo, como las siguientes: ¿cuáles fueron
los estudios y tratamientos a los que se sometieron? ¿qué sucedió o cómo
fue visto y tratado su cuerpo al momento de los tratamientos y/o estudios
médicos? ¿cuáles fueron las percepciones que tuvieron en el momento
de los tratamientos/estudios alópatas? ¿cambió su cuerpo?
De la misma manera con respecto al sistema de género, siendo las
subsecuentes: ¿Cómo se perciben las mujeres que presentan infertilidad,
dentro de una sociedad que en cierto modo las determina a través de
la maternidad? Para el caso del varón con infertilidad ¿cómo entenderse como hombre, cuando la descendencia es traducida como
prueba de virilidad?
Y en ambos ¿cuáles serían los significados que han construido del
rol de género con la presencia de la infertilidad? O ¿cómo entender
la frustración y desvalorización por no poder lograr sus expectativas
reproductivas?
En los siguientes apartados se presentan respuestas que permitieron
conocer las vivencias de parejas con infertilidad, y cuyo abordaje responde a lo expuesto en este apartado.
Infertilidad y el sistema de género2
La percepción que ambos géneros con infertilidad tienen ante su
condición de salud está completamente permeada con el contenido
cultural que se le ha dado a cada género. Como ya se mencionó, en
la sociedad occidental el papel principal que se le ha otorgado a la
Por principios éticos los nombres de las y los informantes son seudónimos, de esa
manera se garantiza su privacidad.
2
90
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
mujer es la maternidad, en ese sentido la mujer infértil se autoconcibe
insatisfecha al no poder cumplir con dicho rol. Una de ellas, dice:
Pues a veces en ese sentido no me siento como satisfecha, en el
sentido de que no he podido dar a luz, por eso le digo no puedo
embarazarme más bien, no sé si acuerda que le platiqué la vez pasada,
que yo me sentiría realizada si pudiera embarazarme y tener un bebé,
es lo único que me falta, porque lógicamente ya te casaste, ya tienes
una pareja, tienes una carrera, ahora me falta lo último, un bebé
¡¿no?! (Sonia).
Con la narrativa anterior, esta mujer expresa que la maternidad
sería el rol para sentirse completa, siendo la respuesta “esperada” ante
la exigencia cultural a su género. Asimismo, se puede ver que la maternidad no sólo se limita al hijo vivo sino conlleva el deseo de la vivencia del embarazo y parto. En ese sentido, la presencia de la infertilidad
implica para las mujeres la anulación del proceso reproductivo en su
conjunto: embarazo, parto y lactancia. Por tal, las representaciones
simbólicas de la procreación en las mujeres con infertilidad se instalan
en la lectura cultural del proceso biológico; lo que les simboliza el ser
mujer en términos socioculturales.
En caso del varón, a pesar de que no vive físicamente como tal
el proceso reproductivo, la presencia de la infertilidad representa
sentirse vacío como ser humano por el hecho de no “cumplir o tener
descendencia”.
Yo creo que como ser humano tienes que aprender... la infertilidad
significa sentirte vació ¿no?, como sentirte que no estás completo,
como que te hace falta un pedazo de algo, la infertilidad es sentirte
que estás seco ¿no? (Ernesto).
Es de considerar que la autodesvaloración por ambos géneros no
se conforma desde lo individual, sino es consecuencia del contenido
cultural de lo que implica la reproducción humana. Pero también es
cierto, que la sociedad es dialéctica, y por tanto, las personas ante sus
ALGUNAS DIMENSIONES CULTURALES DE PAREJAS CON DIAGNÓSTICO DE INFERTILIDAD §
91
propias circunstancias van tomando decisiones respecto a su estar en
la vida. En ese sentido, algunas personas intentan redefinir su condición de género ante la presencia de la infertilidad.
Pues… yo siento que tenemos el mismo valor, porque no nada más
para… para ser este… mmm… mujer, tienes que ser mamá. Pero
no lo ven así (Andrea).
Una de las informantes reconoce que la maternidad en la sociedad
occidental es considerada como sinónimo de mujer, pero con su narrativa coloca la definición de la mujer más allá de la maternidad. Lo
que permite ver que se da cierta “resignación” ante su falta de procreación reconciliándose con su condición genérica al darle otro “valor”
al rol de la mujer.
En el caso del hombre, uno de ellos comenta:
Ajá. La realidad es difícil, es dura, pero nos hace ser hombres, ser
más hombres. Hombre no es aquel que se dice soy macho y tengo
esto, sino aquel que se sabe enfrentar las circunstancias y trata
de resolverlas. Créame que en estos seis años, cinco-seis años que
he empezado con mi esposa en esto, lo hace a uno crecer interiormente, lo hace a uno madurar (Emilio).
Similar al caso de la mujer, en el hombre se da cierta “resignación”
a la falta de reproducción pues se reconoce que dicha situación es complicada. Ya que ciertamente la infertilidad los sitúa ante una circunstancia vulnerable, que al enfrentarla también los define en su condición
genérica desde otra perspectiva –afrontando su realidad– lo que lo lleva
a ampliar el contenido del ser hombre, colocando la descendencia como
un rol más de éste y no el principal.
Con lo anterior podemos ver la relación estrecha entre la infertilidad y género, que permite comprender parte de las percepciones
culturales que les adjudican a las personas con el padecimiento según
su género en la sociedad occidental. Dándose en algunos casos la
insatisfacción de su rol por la falta de descendencia; y en otros, cierta
92
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
resignación al no cumplir el papel de madre o padre, reconociendo
otros roles también importantes para la definición de persona.
Tratamientos y cuerpo genérico
Como ya se mencionó las personas con infertilidad buscan solución
ante su falta de procreación a través de tratamientos que representan
esperanzas reproductivas. Algunas de las narrativas nos permiten conocer
de qué manera es percibido el cuerpo de cada género durante el proceso
de estudios y/o tratamientos alópatas. Uno de los informantes nos dice:
¿Pero todos han sido espermatobioscopias o que ha sido?...; las espermatobioscopias, como ocho, las demás ha sido pruebas de sangre
(Ernesto).
Como se puede observar, algunos estudios para el caso de los hombres se basan en la extracción de sangre a través de una jeringa siendo
pues el proceso común. Asimismo, se les solicitan espermatobioscopias3
para valorar la viabilidad de una posible fecundación; el propósito de
dicho estudio es conocer la cantidad y calidad del esperma a través
de una muestra de éste. Para el proceso de la obtención de la muestra
los hombres tienen que acudir al departamento de andrología, en el
cual se les indican los pasos a seguir para conseguir la muestra. Posteriormente, los ubican en un cuarto privado para que de manera personal logren obtener su semen y lo coloquen en un recipiente especial
previamente dado. Pero, ¿qué implica para los hombres obtener la
muestra de semen?
La espermatobioscopía directa es la prueba inicial y la más difundida en la valoración
del factor masculino; en gran número de casos es el único estudio con el que se evalúa al
hombre (Juárez y cols.). La espermatobioscopía directa consiste en la toma de una muestra
de semen, obtenida en el laboratorio por medio de masturbación. Se estudian diferentes
factores del líquido seminal y su contenido (Scrib, 2011).
3
ALGUNAS DIMENSIONES CULTURALES DE PAREJAS CON DIAGNÓSTICO DE INFERTILIDAD §
93
Porque… desde que inició mi vida de matrimonio empecé a descubrir otras cosas que eran bochornosas. Entre ésas era que me
pedían una prueba de esperma: “¡híjole, ahora qué hago!”. “Pues sí,
ya sabía uno los procedimientos para llegar a eso: “¡híjole!”. Ya me
decía el doctor o la doctora…: vas a traer una prueba y vamos a
hacerte el análisis seminal: “¡híjole,”. Y pues con todo y pena me
escondía por allá, y adelante (Carlos).
El ritual para obtener la muestra de semen se convierte en un reto
para ellos, ya que los colocan en una situación vulnerable por el hecho
de las implicaciones culturales que se le han atribuido a la práctica de
la masturbación. Lo cual está relacionado evidentemente con la prohibición religiosamente cultural del contacto con ciertas partes del
cuerpo (genitales), es decir, con lo inapropiado, con el tabú. En ese
sentido, el proceso del estudio de la espermatobioscopia –obtención
de la muestra de semen– pone a los hombres en la mira de los otros
(médicos, enfermeras, y otro pacientes) siendo pues un ritual incomodo
pero necesario para poder lograr su objetivo.
Como ya se mencionó, para ellos la relación física de su cuerpo
con los estudios médicos básicamente se da por medio de los fluidos corporales, especialmente la sangre y esperma. Pero también
existen otros estudios, en los cuales es necesario que el personal
médico haga un tacto en las zonas erógenas del paciente; por ejemplo
cuando se realiza un ultrasonido de testículos, que comúnmente va
de la mano con una exploración de la zona tratada. Uno de ellos nos
comparte:
En el ultrasonido testicular también le ponen a uno gel en lo que
es los testículos y pasan la máquina esa del rayo, y lo están… también
fue una doctora y una ayudante; y ¡ay hijo!, igual, igual. Volví a
revivirlo todo porque pues…ellas estaban revisando, estaban observando por la pantalla, y moviendo el aparatito y… “¡ya terminen,
no sean crueles!” (se ríe)....; [¿en ese momento tú cómo sentías tu
cuerpo….?]; No respondía a nada. Porque con vergüenza pues no
responde uno a nada, se bloquea uno completamente (Pablo).
94
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Para el caso de las mujeres, existen varios estudios o tratamientos
alópatas que van desde los hormonales que no son tan invasivos físicamente como aquellos tratamientos convencionales4 en los cuales su
proceso debe darse al interior del cuerpo como por ejemplo, la histerolaparoscopia, histerosalpingografía, histeroscopia, laparoscopia,
ecografía, etcétera, los cuales para su aplicación necesitan utensilios
que se introducen en el cuerpo de la mujer. Asimismo se encuentran
las técnicas de reproducción asistida, siendo las más comunes, la inseminación artificial, y la fertilización in vitro.5
En ellas, los estudios médicos son el pasaje más tormentoso en la
búsqueda de la fertilización, pues es precisamente mediante éstos
donde el cuerpo se convierte en la “máquina receptora” de objetos
ajenos, que van desde una aguja hasta aparatos sofisticados. La experiencia por parte de las mujeres de la “invasión” de los utensilios
médicos en su cuerpo como parte del proceso de los estudios, constituye
representaciones simbólicas que determinan parte de su concepción
del estar en tratamientos para la regulación de la fertilidad.
La histerosalpingografía y la laparoscopia. La primera es un procedimiento ambulatorio
que calcula la permeabilidad tubárica y la cavidad uterina con complicaciones mínimas de
infecciones y sangrado; es sumamente útil para evaluar la permeabilidad tubárica, el diámetro de las trompas y su mucosa. Sin embargo, no se puede utilizar como la única herramienta para el estudio del estado de las trompas, dado que su sensibilidad para evaluar las
adherencias peritubáricas es baja. La laparoscopia realizada en la sala de operaciones bajo
anestesia general permite una evaluación pélvica completa y un examen de las condiciones
extraluminales y peritubáricas, así como la detección de otras afecciones, por ejemplo
endometriosis. La histeroscopia permite la evaluación y la corrección de los defectos de la
cavidad uterina en el mismo procedimiento quirúrgico. La ecografía, histerosonografía y
resonancia magnética (RM) contribuyen al diagnóstico de las alteraciones uterinas y brindan
información sobre el aparato urinario, un blanco importante de investigación en casos de
anomalías congénitas en el desarrollo del aparato genital (Brugo-Olmedo y cols. 2003).
5 La Inseminación Artificial: Consiste en depositar el esperma de la pareja en el útero
de la mujer sin contacto sexual. La Fertilización In Vitro: Es la unión del óvulo y el espermatozoide fuera del cuerpo humano se conserva en condiciones adecuada, y posteriormente
los embriones se trasladan a la cavidad uterina (Pérez 1997 y Speroff 1999).
4
ALGUNAS DIMENSIONES CULTURALES DE PAREJAS CON DIAGNÓSTICO DE INFERTILIDAD §
95
Pero es molesto; es molesto porque te están introduciendo cosas que
no lo usas diario; en segunda son doctores y tienes un poco de pudor;
y bueno, en tercera dices: “¿qué necesidad tengo de estar haciendo
todo esto, por qué tengo que pasar por todo esto?” (Natalia).
Con base a lo anterior se puede observar algunas diferencias genéricas de la invasión física al cuerpo de los estudios o tratamientos,
colocando a la mujer en una posición más vulnerable frente al hombre.
Pues en ella recae sobre todo lo referente al dolor físico.
¿Y cómo es la histerosalpingografía?...; ¡Ay horrible! Bueno el chiste
es de que meten un... contraste hasta las trompas, pero lo inyectan
a presión, yo supongo, y cada presión que inyectan se sienten unos
cólicos horribles, horribles…; ¿Es frío o cómo...? ...; Pues no se
siente frío o caliente, se siente el cólico como que... pues como
cólicos menstruales pero fuertes, fuertes, fuertes (Paula).
Si bien, se menciona de manera simple lo que implica físicamente
someterse a tratamientos o estudios, es real que lo anterior conlleva
una serie de sentimientos e interpretaciones relacionadas con la percepción cultural del manejo y manipuleo del “uso” del cuerpo y de
los fluidos. Ya que las “percepciones sensoriales y o lo sentido, y la
expresión de las emociones parecen la emanación de la intimidad más
secreta del sujeto, pero no por ello menos social y culturalmente modelados” (Le Breton,1998:9).
Es de considerar que en ambos géneros se presentan sentimientos
que florecen al momento de los estudios o tratamientos paralelamente
con las percepciones vividas ante su condición de salud. Desde esta
perspectiva podemos hacer mención del dolor viviente 6 el cual podemos
entenderlo con la siguiente narrativa:
Entendido como el Dolor Viviente, aquel “dolor experimentado fuera del laboratorio
y no reducido a un código universal de impulsos nerviosos (que) contiene siempre, en lo
íntimo, el encuentro humano con el significado” (René Leriche en Morris, 1994:4).
6
96
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
¿Y un dolor más allá del físico, cómo podrías describirlo?…; Mmm….;
Más allá del físico, ¡eh!…; (silencio 5 seg) Pues no… (silencio 5 seg)
no, no… no… más bien el… el dolor es el… el que ahorita siento
es el sentimental…; Ajá, ¿y ese cómo, cómo es?…; Eeeh… de no
ver… bueno, de no lograrlo, ese es el… el que más me afecta. Es…
quizás es… sea el principal en… en mi persona…Es el que… más
me deprime, el que… en el momento. Ya… cuando el… el médico
habla conmigo y me dice: “no te preocupes, hay más posibilidades, estás bien”, ya te vuelves a levantar otra vez, pero sí… yo siento
que ese es el dolor más grande que… que tengo (Blanca).
En ese sentido la infertilidad representa un dolor simbólico que
conlleva la imposibilidad de la procreación, esto es, dicho padecimiento
hace que las personas encaren las complicaciones biofisiológicas desde
el sistema de las representaciones culturales de lo que significa no
poder embarazarse.
Lo anterior no es exclusivo de las mujeres, pues para la pareja la
infecundidad los coloca infértiles a ambos independientemente de
quien tenga el diagnóstico médico, esto es, la vivencia de la pareja
infértil se instala en el hecho de no tener hijos propios, hijos producto
de su relación; por tal no perciben la infertilidad como un “problema”
individual que recae en quien padece el diagnóstico médico. Tanto es
así, que se da una exigencia de la pareja para ser tratados paralelamente
por el personal de salud:
No pues básicamente esa es mi inquietud, que como es posible que
se me impida el acceso a la pareja a la consulta y este caso que es
fertilización. Pues definitivamente es algo que es entre los dos, eso
para mí es inconcebible. Por lo demás, en este momento “no” nos
causa un estrés muy grave, pretendemos ser esposos… Lo que pasa
es que quedan muchas dudas, no es igual como que estuvieras ahí
para saber como están los resultados, ya si hay duda, pues yo le
puedo preguntar: si una trompa está obstruida qué posibilidad hay
de que se pueda con una o si o se puede destapar la otra, miles de
cosas que se pueden preguntar (Gabriel).
ALGUNAS DIMENSIONES CULTURALES DE PAREJAS CON DIAGNÓSTICO DE INFERTILIDAD §
97
Asimismo dicho sentimiento –dolor viviente– también se expresa
corporalmente después de los tratamientos o estudios, pero se da de
manera diferencial entre los géneros. Una de ellas nos dice:
Cuerpo agredido, un cuerpo que ha sido manipulado, un cuerpo
que ha sido alterado en muchas situaciones, desde el simple hecho que
te metes hormonas y te cambia todo, pues que ha sido agredido
básicamente. Y ahora pues pobrecito (Natalia).
El contenido del dolor viviente en las mujeres infértiles está determinado –entre otras cosas– por el proceso propio del estudio, es
decir, la percepción del manipuleo corporal, el dolor físico, y las consecuencias post-estudio son factores que influyen en el entendimiento
“negativo” del dolor viviente corporal: cuerpo agredido.
En el caso del varón, se expresa así:
No, nunca fue desagradable, que me iban a inyectar, adelante,
que me iban a sacar sangre, adelante, no, no fue desagradable
(Rafael).
En el hombre al no ser sometido del todo su cuerpo al momento
de los estudios, su percepción del dolor viviente es diferente en comparación con el de la mujer, pues en ellos la invasión corporal (física)
es mínima en relación con el cuerpo de la mujer, lo cual permea su
interpretación corporal al momento de los estudios o tratamientos
para la regulación de la fertilidad.
Dichas diferencias genéricas en la percepción del cuerpo después
de los estudios o tratamientos, evidentemente están relacionadas por
el tipo de tratamiento para cada género, determinado por la ordenanza
corporal con lo cual se reafirma la inequidad entre mujeres y hombres
en las soluciones alópatas para regular la fertilidad. Lo anterior es parte
del contenido de las diferencias entre los géneros, pues precisamente la
lectura simbólica de dichas diferencias genéricas corpóreas de los estudios o tratamiento es parte del contenido de las dimensiones culturales
de las vivencias en personas con infertilidad según su género.
98
§ LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Conclusiones
Se puede decir que el cuerpo es la “máquina receptora” de cada estudio
o tratamiento para la persona infértil. El cuerpo de la mujer en comparación con el del hombre tiende a ser mayormente irrumpido físicamente siendo consecuencia de su fisiología, y por ende de los tipos
y el número de tratamientos para la regularización de la fertilidad;
mientras en el caso del hombre su relación es meramente con los
fluidos corporales.
En ese sentido desde la lectura simbólica ambos cuerpos genéricos contienen sus propias experiencias, las cuales están permeadas por
las exigencias culturales dadas en la sociedad occidental, colocando
a la mujer en una posición más vulnerable en comparación con el
hombre. Lo anterior por dos razones substanciales: la primera, porque
la demanda respecto a la reproducción recae principalmente en la
mujer; y la segunda, está relacionada con las diferencias del trato de
cuerpo genérico al momento de los tratamientos.
Dicha experiencia simbólica de lo vivido como persona infértil
desde su condición de Género, también conforma sus sentires y emociones, los cuales se moldean según su usanza; derivando diversas pero
diferentes expresiones emocionales como parte del conjunto de las
representaciones simbólicas.
Como corolario, y considerando lo que ya se mencionó en el
presente trabajo respecto al papel del cuerpo genérico. Podemos añadir,
que si bien la esfera médica toma como base principal para la regularización de la fertilidad al cuerpo de la mujer, siendo el “espacio
principal” para la reproducción, nos lleva a pensar que el papel del
hombre cada vez se va desplazando en paralelo con los avances científicos: clonación, donación de embriones, madres subrogadas. Ya que
en la actualidad y sólo como referente, si enfocamos esta discusión al
tema de la clonación, podemos decir que las representaciones culturales
de la descendencia entendidas como la imagen seminal de la paternidad
respecto a las nociones occidentales, cada vez colocan dicha imagen
lejos de la reproducción, pues la ingeniería genética no necesita ciertamente del esperma para la creación de un ser, ya que la manipulación
ALGUNAS DIMENSIONES CULTURALES DE PAREJAS CON DIAGNÓSTICO DE INFERTILIDAD §
99
genética7 realiza la clonación reproductiva (Stolcke, 2010). Trayendo
consecuencias en el ámbito cultural, sobre todo para los hombres que
históricamente han ocupado “la otra parte” en la reproducción social,
representada con el esperma. En ese sentido, la nueva tecnología
compromete el sentido de la paternidad, si tomamos como base al
origen de la fecundación –unión del óvulo y el esperma– dándole pues
un giro a dicho inicio de la procreación: sin relaciones sexuales, sin
fecundación.
En palabras finales, y para continuar posteriormente con la discusión desde la mirada sociocultural podemos preguntarnos ¿cómo
comprender en la actualidad el proceso reproductivo? ¿Aún es necesario
de ambos géneros para la procreación? ¿Será que se vuelve exclusiva
la reproducción social para las mujeres? y… ¿los hombres?, tal vez esto
nos lleve a reflexionar respecto a lo que podemos nombrar inequidad
genérica de la reproducción tecnológica: continuación del uso del cuerpo
de la mujer como máquina receptora, y desplazamiento del cuerpo y sus
funciones del hombre.
Referencias
Bourdieu, Pierre. La dominación masculina. España, Barcelona, Anagrama, 2000
Brugo-Olmedo S, Chillik Claudio, Kopelman Susana, “Definición y causas de la
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Las transformaciones génicas son el conjunto de modificaciones que la ingeniería
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7
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Mujeres sin hijos: circunstancias, razones
y presiones en torno a la “elección” voluntaria
de no ser madres
ALBA ELENA ÁVILA GONZÁLEZ
RESUMEN:
En México, como en muchos países del orbe, los atributos
de género de las mujeres y la identidad femenina han sido tradicional
y hegemónicamente construidos, de manera cuasi natural en torno a
la figura y función materna. Sin embargo, a partir de las últimas tres
décadas del siglo XX, se observa un significativo y creciente número de
mujeres que «eligen» “voluntariamente” permanecer sin hijos y no
ser madres.
¿Cuáles son las condiciones del contexto macrosocial que hacen
posible esta “elección”?, ¿cuáles son las razones que se argumentan y las
experiencias o presiones con las que se enfrentan las mujeres que “deciden” permanecer sin hijos?
El estereotipo cultural de la mujer mexicana, madre abnegada y
“complemento servil del hombre” ha dejado de ser representativo de
lo que viven muchas mexicanas hoy en día. Este estudio trata sobre
todo, de visibilizar los cambios de lugar tradicional y la experiencia
de vida de un grupo de mujeres urbanas, nacidas en la década de los
años cincuenta, pertenecientes a las clases medias e ilustradas y
101
102
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
radicadas en la Ciudad de México.1 Mujeres que han experimentado
procesos de individualización, que se expresan en el giro sociocultural,
que destacan Ulrich Beck y Elisabeth Beck G., de pasar de una condición social de “vivir para los demás a vivir la propia vida”, y por
tanto elegir estilos diferentes y distantes al mandato social y cultural
esperado para ellas, como es el matrimonio tradicional y la maternidad
(Beck, 2003).
Como un primer acercamiento habría que decir que se trata de
mujeres pertenecientes a una generación que fue marcada por los
profundos cambios experimentados en la segunda mitad del siglo XX,
que iniciaron en el caso de México, con el acceso de las mujeres a la
condición ciudadana, el acceso a mayores oportunidades de la educación superior y de ingreso al mercado laboral, el acceso a los métodos
anticonceptivos y a cambios en sus prácticas sexuales provocadas por
lo que ha sido llamada la revolución sexual de los jóvenes, teñida
por los movimientos feministas, los grupos de izquierda, el rock, el
movimiento por la paz, los ambientalistas, etcétera, creando todo ello
una mezcla explosiva que terminó por fracturar la tríada virgen/mujer/
madre, al exigir decidir libre y voluntariamente sobre el destino de sus
cuerpos y por antonomasia de sus vidas.
Este grupo de mujeres han optado, tanto de manera ambigua,
como de manera consciente y voluntaria por no ser madres y algunas
de ellas, tal vez la mayoría, por no ser esposas, ni amas de casa tradicionales. Mujeres transicionales e innovadoras que están disponiendo “libremente” de las capacidades reproductivas de sus cuerpos, al
“elegir” no procrear, sin tener que renunciar por ello al ejercicio de su
sexualidad, la cual no se circunscribe al modelo tradicional que lo
asocia necesariamente con el matrimonio, la familia, la monogamia
y la heterosexualidad.
Mujeres que no encuentran espacios para hablar abiertamente
acerca de su elección o decisión de permanecer sin hijos. Pero sus
Este artículo es parte de un capítulo reelaborado y resumido de la tesis de doctorado
en Antropología, Mujeres sin hijos: El desacato de la maternidad, presentada en la Escuela
Nacional de Antropología e Historia, 2007.
1
MUJERES SIN HIJOS: CIRCUNSTANCIAS, RAZONES Y PRESIONES
§
103
argumentos encuentran eco y presencia en los foros internacionales,
como parte de la lucha de las mujeres feministas por conquistar una
gama de derechos, entre los que se destacan los derechos sexuales y
los derechos reproductivos, comenzando con la autonomía para decidir
sobre sus cuerpos. Esto es, los derechos para tomar decisiones concernientes a su fertilidad y sexualidad, sin tener que sufrir por ello formas
de coerción ni de violencia.
¿Quiénes son estas mujeres que se resisten a cumplir con las “funciones maternas” asignadas a sus cuerpos y a sus vidas, y separan de
facto la sexualidad de la reproducción y eligen un proyecto de vida sin
hijos? ¿Qué factores o qué condiciones socioculturales o socioeconómicas han determinado este hecho social? ¿Qué experiencias y presiones
estigmatizadoras han vivido por llevar a cabo esta elección?
De antemano, puede decirse que las mujeres que “eligen” permanecer sin hijos forman parte de un grupo minoritario. Se trata de
mujeres profesionales de clase media, con altos niveles de educación
(Kelly, 2009). Mujeres numéricamente atípicas en nuestro país y en
el mundo, pero simbólicamente significativas, en la medida que por
un lado reflejan la tendencia del emergente fenómeno demográfico
del “despoblamiento voluntario”, dinks (double income without kids)
o childfree,2 que se está manifestando con mayor claridad en algunos
países del mundo, como son los Estados Unidos de Norteamérica, de
Europa Occidental (España, con un promedio de 1.2 hijo media por
mujer o Italia al igual que Alemania, con un promedio de 1.3 hijo
media por mujer); así como en algunos países de la ex Europa del Este
(Croacia, Rusia), y en algunos países y metrópolis asiáticas (como
Japón, Hong Kong, Singapur, Taiwan y Corea del Sur); pero por el
otro lado, son mujeres que simbólicamente manifiestan la resistencia
a la representación unívoca y esencialista de la categoría mujer y su
asimilación con la figura de la madre. O dicho en palabras de Gilles
Las organizaciones de las personas y parejas sin hijos surgieron en la década de los
años setenta en los Estados Unidos de Norteamérica, pero han ido multiplicándose y diversificándose en grupos autodenominados: Childless, childfree, dinks, zero population,
etcétera. Mismos que pueden consultarse en internet.
2
104
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Lipovestky, son mujeres que inauguran la etapa de “la tercera mujer”,
que expresa el fin de la categoría mujer como algo natural, fijo y estable; de la mujer como el corazón de la familia y reina del espacio
doméstico.
El contexto de la elección
Hay muchas razones, y algunas muy justificadas, por las cuales se desea
no tener hijos. Éstas van desde el reconocimiento y la reflexividad de
la falta de deseos maternales, como de la des-identificación temprana
con la figura o el rol materno, el rechazo físico del embarazo y del
parto, o el temor de no poder ser “suficientemente una buena madre”,
o de asociar la maternidad con la idea de la dominación masculina o
con la limitación y pérdida de libertad, etcétera. De hecho si enumeramos las razones de porqué no, tal vez sean más que las razones de
por qué si tenerlos (Maier, 2008).3 Una razón, sin que esto signifique
que sea “la” razón, se debe a la mirada crítica que las mujeres hacen
sobre el ordenamiento cultural del patriarcado, particularmente al
papel privilegiado de los hombres. Haciendo evidente que en México “la maternidad es obligatoria y la paternidad voluntaria” o que
México es un país donde “hay mucha madre y poco padre”.
Ya no tienes vida propia, no vuelves a leer, no vuelves a coger, no
vuelves a preparar comida para ti. Todo es en función de ellos,
te vuelves una persona subsidiaria; ya no puedes pensar, ya no te
puedes enojar, ya no te puedes pelear con tu marido, si se separan
ya no les va a alcanzar. Es tan brutal el shock de las maternidades y
paternidades reales, que yo no me voy a meter en ese lío, ahora sí
por puro, claro y evidente egoísmo. No me interesa en lo más mínimo (Virginia).
La autora Corinne Maier ha titulado su libro No Kid 40 buenas razones para no tener
hijos, Barcelona, Editorial Península, 2008.
3
MUJERES SIN HIJOS: CIRCUNSTANCIAS, RAZONES Y PRESIONES
§
105
Es por ello que algunas mujeres, al saberse sin pareja o con parejas
inestables, al evaluar que no contaban con el apoyo real y efectivo de
los hombres, al saberse y vivirse sin las redes familiares y sin las condiciones sociales de apoyo al arduo trabajo de la crianza infantil y al
cuidado de los hijos e hijas, al percibir un panorama económico, ecológico y social incierto, por la violencia y el crimen organizado, por
el desempleo, por la falta de agua en el futuro próximo, etcétera,
desistieron de la procreación. Otras mujeres no es que hayan evaluado
nada, simplemente los hijos no formaban parte de su proyecto de vida.
Su deseo era otro (García Colomé, 2004).
Yo decidí no tener hijos por tener ciertas posibilidades, no sólo de
trabajar y ser en cierta forma autónoma e independiente, sino por
incursionar en otros campos, en los que desgraciadamente no se
pueden incursionar cuando se tienen hijos. Me refiero a la autonomía
para ejercitar tu sexualidad, tus formas de amistad, tu estilo de vida,
etcétera (Marta).
Cabe agregar que en esta decisión de no tener hijos se conjugan
factores tanto psicológicos, como de experiencias y trayectorias de
vida. En algunas ocasiones las mujeres contaron con el consenso de sus
parejas, otras veces esta determinación fue motivo de separación y en
otras ocasiones fue más bien la pareja quien propuso el no querer
tener hijos.
Zymunt Bauman en su libro Amor líquido, nos dibuja el horizonte social bajo el cual las personas enfrentan actualmente la decisión
de formar una familia o no formarla. Si bien su texto se refiere a lo
que acontece en las sociedades altamente industrializadas, no dejan
de compartirse ciertas manifestaciones en las sociedades “emergentes”,
como se aprecia en algunos escasos sectores de la Ciudad de México.
En un mundo de incertidumbre y fragilidad en los vínculos
humanos ¿quién quiere tener hijos?
Con la nueva fragilidad de las estructuras familiares, con familias
con esperanza de vida mucho más corta que la expectativa de vida
106
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
individual de cualquiera de sus integrantes, cuando la pertenencia
a un linaje familiar particular se convierte rápidamente en uno de
los “indefinibles” de nuestra moderna era líquida, y la filiación a
alguna de las muchas redes de linaje disponibles se transforma para
cada vez más personas en una cuestión de elección de tipo revocable
y hasta nuevo aviso, un hijo puede aún ser un “puente” hacia algo
más perdurable. Pero esa otra orilla hacia la cual conduce el puente
está cubierta de una bruma que nadie tiene la esperanza de disipar,
y por lo tanto es improbable que despierte grandes emociones, y
menos probable que llegue a inspirar un deseo que mueva a la acción.
Si una súbita ráfaga de viento disipara esa bruma, nadie sabe qué
clase de costa dejaría al descubierto, tal vez no sea un terreno suficientemente firme como para sostener un hogar permanente. Puentes
que no conducen a ninguna parte, o a ninguna parte en particular…
¿Quién los quiere? ¿Para qué? ¿Quién desperdiciaría tiempo y dinero
en diseñarlos y construirlos? (Bauman, 2005: 63).
Las mujeres ante los espejos de la figura
de la maternidad
El interés que ha guiado este trabajo es conocer, ¿cómo experimentan
estas mujeres la condición liminal de no desear ser madres en una
sociedad, donde la figura materna está tan culturalmente sedimentada
y tiene tan alta carga de valoración?
A fin de conocer con mayor profundidad esta problemática se entrevistó a un grupo de 20 mujeres, amigas o conocidas de amigas de la
autora.4 De las cuales quince de ellas son mexicanas, el resto son extranjeras, dos europeas de nacionalidad italiana; una norteamericana
y dos sudamericanas, una argentina y la otra boliviana. Mujeres que
han vivido en el país durante muchos años, al cual han adoptado
como propio, al nacionalizarse como mexicanas. La inclusión de los
Este estudio en cierta forma es de corte autoetnográfico, pues la autora forma parte
de este grupo y cohorte generacional estudiado.
4
MUJERES SIN HIJOS: CIRCUNSTANCIAS, RAZONES Y PRESIONES
§
107
testimonios de las “extranjeras” se justifica en nuestra opinión, por la
similitud de experiencias culturales e ideológicas compartidas por muchas mujeres de esta cohorte generacional de los años de posguerra.
Las entrevistas fueron realizadas durante los años 1995 a 1999,
con base a un formato abierto y flexible. A todas las participantes se
les pidió que relataran sus experiencias y sentimientos vividos a lo
largo de sus vidas, respecto a la condición de no ser madres. Esto es, la
entrevista no se sujetó a un cuestionario guía, con base a una batería
de preguntas divididas por etapas vitales, sino que se buscó que las
mujeres relataran su historia desde su propia estrategia discursiva, y
las preguntas sirvieran para detonar el relato en diferentes ámbitos
que dieran una idea más o menos global: infancia, familia, parejas,
vida universitaria, presiones o estigmatizaciones recibidas, principales
influencias, etcétera.
La pregunta: ¿por qué tienes hijos? es raramente formulada; hay
una suposición muy arraigada de que la maternidad es inevitable,
“natural”, “instintiva” y como tal, no está sujeta a ponerse en duda.
Sobre todo partiendo de la concepción teleológica o evolucionista de
que la trayectoria de la vida consiste en: “nacer, crecer, reproducirse y
morir”; o en su versión religiosa “creced y multiplicaos”, que de manera
tan férrea defiende la jerarquía católica. De hecho una pregunta obligada que surge en una conversación casual entre mujeres es si se tienen
hijos. Y cuando se responde que no se produce un silencio y un esfuerzo
por reencauzar el diálogo.
Cuando me relaciono con gente más bien afín no siento las presiones,
pero es obvio que sí es un peso muy fuerte. Lo sentí una vez muy
fuerte por ejemplo, cuando me encontré con mis amigas de la secundaria, cuando les dije que no tenía hijos abrieron los ojos, porque
siempre dicen lo clásico, ¿quién te va a dar un vaso de agua cuando
estés vieja y enferma?
Ha habido, a veces, discusiones fuertes en ese sentido, para
defender lo que tú piensas y mantener tu punto de vista, porque
casi siempre, como mamás hay una cierta alianza. Y sí, hay gente
que si difieres, hay cierta agresión.
108
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
A mí me parece muy despectivo que se diga que las mujeres que
no tenemos hijos, tenemos que sustituir a los hijos, a través de nuestro
interés por los libros, por una profesión y demás. No sé por qué
trabajamos así tan esquemáticamente. De todos modos tenemos
metida la idea de madre. Si no tuviste un hijo, entonces tienes tal
reacción… agarras un libro, una profesión, los sobrinos, tal, tal, tal.
Yo creo que no, cuando menos esa es mi manera de pensar (Luisa).
Madelyn Cain, autora del exitoso libro The childless revolution,
narra que cuando expuso a un grupo de jóvenes estudiantes, el tema
de “elegir no tener hijos”.
La respuesta al material presentado fue eléctrica. Era claro que estos
estudiantes nunca antes habían hablado abiertamente sobre este
tópico. Era evidente su interés por obtener mayor información sobre
la condición de las personas que eligen permanecer sin hijos (Cain,
2002: xiii).
Otro ejemplo que da cuenta de la carga emocional tan profunda
que encierra hablar de este tema, fue documentada por la socióloga
norteamericana Sharon Hays, quien planteó a un grupo de mujeres
madres jóvenes con hijos pequeños, con quienes trabajó en su investigación la siguiente pregunta:
¿Cómo te sentirías si nunca hubieras tenido hijos?
–Ninguna de mis investigaciones anteriores me preparó para la
intensidad de los sentimientos que expresaron las madres. Casi un
cuarto por ciento de las mujeres con las que hablé en rigor se echó
a llorar cuando les hice esta pregunta. Las respuestas de casi todas
ellas fueron asombrosamente similares –“sola”, “vacía”, “triste”,
“incompleta” “me faltaría algo”– (Hays, 1998: 169).
¿Cómo interpretar estas reacciones y estos silencios o tabúes que
rondan el orden del discurso en el tema de la no maternidad? Ese es el
reto de la ciencia, la cual muchas veces hace preguntas que incomodan,
MUJERES SIN HIJOS: CIRCUNSTANCIAS, RAZONES Y PRESIONES
§
109
que problematizan y que por naturaleza siembran la duda y la sospecha.
Alessandra Bocchetti, lo expuso muy claro en un artículo titulado “La
indecencia de la maternidad”:
La maternidad ha sido ubicada, entre los actos buenos, hasta sagrados. Pero qué hay de “indecente” en la maternidad sólo una mujer
puede decirlo. (…) Por “indecencia” entendemos aquello de lo cual
no se habla, aquello de lo cual se supone que es mejor no hablar
(1992: 232).
Una interpretación hipotética que podría estar latente y no manifiesta en las respuestas y reacciones expresadas por las madres, a quienes
Hays entrevistó, buscaría visibilizar el lado oculto de una institución,
que impone un modelo hegemónico de género que exige a las mujeres
definir su identidad con base a la maternidad, y por ende, a la entrega
amorosa incondicional a los hijos, cueste lo que cueste.
Estas madres en rigor se sienten infelices por todos los sacrificios que
han hecho para criar a sus hijos y envidian la vida relativamente libre,
menos exigente en lo físico y emocional de la mujer sin hijos. Como es
demasiado tarde para que ellas tengan esa vida, tratan de glorificar el
tedioso trabajo de la maternidad, al mismo tiempo que intentan degradar
a quienes tienen lo que ellas en secreto desean (Hays, 1998: 250).
Para validar esta veta analítica, el ejemplo planteado por Nicki
Defago (2005) acerca de los resultados de una encuesta que realizó la
revista Housekeeping en el año 2003 es muy elocuente por la respuesta
de las madres participantes respecto del impacto que los hijos habían
tenido en sus vidas.
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•
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•
90% dijo que se había dañado su carrera.
61% que se había dañado su familia.
60% que había perdido a sus amigos.
50% que se había dañado su vida sexual.
12% que la había llevado al divorcio o a la separación.
110
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Es necesario aclarar que no se trata de contraponer a las mujeres
entre sí –las madres de las no madres– sino de repensar los costes
sociales y emocionales de un modelo hegemónico de género, que
asocia a la mujer esencialmente con la figura de la madre y a la maternidad con el maternazgo.5 Tampoco se trata de realizar un ejercicio
de carácter exclusivamente teórico, sino de proponer una reflexión
ética y política de las implicaciones que tiene el delegar sobre los
hombros de las mujeres la mayor responsabilidad de las funciones
domésticas y de cuidado familiar, cuando actualmente éstas participan
en el mercado laboral y son “ganadoras de pan” al igual que sus parejas
varones. Sin embargo, esta es una problemática que excede lo propuesto
por este trabajo, por lo que no será desarrollada, sino solamente enunciada como un factor de relevancia a considerar entre las razones del
contexto actual de cambio “civilizatorio”.
Los estigmas sociales alrededor
de las mujeres sin hijos
Comúnmente se dice que una mujer que no quiere tener hijos es una
mujer: incompleta, egoísta, inmadura, fría, yerma, que no le gustan
los niños, que no ama lo suficiente a su marido, que se está perdiendo
del amor más grande de la vida, que se va a arrepentir, que se va a
quedar sola, que es una mujer que sufre el típico síndrome de la mujer
profesional moderna o que es víctima de las propuestas del feminismo
radical, en la medida que quiere parecerse a los hombres, etcétera.
Este tipo de concepciones se expresan tanto en las opiniones del
común denominador de la gente, como en las opiniones de algunos
profesionales o expertos. Por no ahondar en las grandes formulaciones provenientes de los campos discursivos del orden de lo religioso,
o de las representaciones de los medios masivos de la televisión (sobre
La distinción entre maternidad y maternazgo o maternaje separa la maternidad
biológica, de la maternidad social, que se refiere a los trabajos de cuidados y servicios de
los hijos/as (Lamas, 1994).
5
MUJERES SIN HIJOS: CIRCUNSTANCIAS, RAZONES Y PRESIONES
§
111
todo en la modalidad de las telenovelas) y del cine, que juntos contribuyen a construir la figura del eterno femenino expresado en el
binomio mujer=madre.
Los testimonios de las mujeres entrevistadas dan cuenta de la diversidad de formas estigmatizadoras y de violencia sutil cotidiana que
han experimentado por su “condición” o “elección” de no querer ser
madres. Comenzando el hecho de carecer de un concepto para definirlas y tener que describirlas desde el prefijo adjetivado, que enfatiza
la falta, la ausencia o la negación, al referirse a las mismas como “mujeres sin hijos”, “mujeres no madres” (Morell, 1994) como una manera de discriminación o de exclusión. Esto es, existe un concepto
para definir a las mujeres solteras, a las viudas, a las divorciadas, a las
lesbianas, pero las mujeres sin hijos no tienen nombre propio, existen
desde lo que no son o no tienen, son por tanto consideradas como
algo incompleto, liminal o ambiguo.
El visibilizar o nombrar a estas mujeres no es suficiente por sí
mismo, da cuenta del lugar estigmatizado en el orden del discurso
hegemónico. Pero:
Si las mujeres sin hijos ofrecen una posibilidad radical, ésta seguramente no puede encontrarse en una política de inclusión, sino
precisamente en nuestra posición como desviadas o alejadas de las
categorías de “mujer” y de “hombre”. Esto es, si hay una potencia
radical, ésta consiste en desestabilizar el estatus ontológico de género.
(Gillespie citada en Hird, 2003:16) (Traducción nuestra).
En nuestra opinión los puntos de quiebre para desestabilizar este
ordenamiento del discurso de género ontológico, binario y patriarcal,
tienen que ver con las transformaciones profundas del proceso globalizador y el cambio “civilizatorio” que se está viviendo el los albores del
siglo XXI. Tiene que ver con el replanteamiento de las formas tradicionales de la identidad génerica y de la identidad sexual, fija, heterosexual
y reproductivista, así como de los cambios y reacomodos en la familia
tradicional nuclear, al reconocerse la diversidad de formas y arreglos
familiares y derechos de las mismas, como del cuestionamiento a la
112
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
división “natural” del trabajo, donde el maternazgo se amplía a las
labores domésticas “propias del sexo femenino”.
En el trabajo doméstico las mujeres invierten un total de 49.6 horas
a la semana y los hombres 7.7 horas a la semana. En el cuidado de
los niños, las mujeres invierten 14.7 horas a la semana y los hombres
sólo 4.7 horas a la semana (Rendón, 2003:87).
Estas inequidades no obstante de vivirse o padecerse de manera
individual o aislada, son el resultado de un pacto social en quiebre,
que debe de replantearse de manera estructural, y donde la desnaturalización del sistema de género binario es una labor pendiente.
Los testimonios de Karla y de Virginia reafirman esta mirada crítica
que cuestiona los papeles tradicionales de género:
Mi esposo me dijo ¡yo sé que no quieres que tengamos un hijo
porque tienes la idea de que tú te vas a quedar sola con el niño!…
y yo le dije ¡por supuesto! Y pensé ¡claro idiota!, cualquier mujer
que tenga amigas, que tenga madre, que tenga hermanas, sabe que
al fin y al cabo ¡una es la que se jode!
La reflexión de Virginia es más amplia, porque pone el punto sobre
las íes al señalar como todo el asunto de los cuidados domésticos recae
sobre las mujeres, con el desentendimiento de los hombres, de las
empresas y del Estado, y donde además todo se resuelve con la subcontratación del trabajo doméstico de otra mujer, que con su labor contribuye a que la supuesta armonía de la división sexual del trabajo
funcione.
Me horroriza la chinga que se paran las madres en esta vida. Me
escandaliza mucho que tengamos una sociedad tan poco organizada
para hacer frente a esa necesidad de los cuidados familiares, que es
la necesidad del cien por ciento de las mujeres. Una sociedad que
no está equipada para que las madres puedan tener una vida más o
menos razonable, humana.
MUJERES SIN HIJOS: CIRCUNSTANCIAS, RAZONES Y PRESIONES
§
113
Útero que no da hijos da tumores
En el campo disciplinario de la salud principalmente de la medicina
occidental predomina el paradigma del sexo disomórfico, que de
acuerdo con Thomas Laqueur es una invención reciente de la historia
moderna:
El sexo tal como lo conocemos fue inventado en el siglo XVIII. Los
órganos de la reproducción pasaron a ser lugares paradigmáticos que
manifestaban la jerarquía. “Las mujeres deben su forma de ser a los
órganos de la generación, y en especial al útero, afirmaba un médico
en el siglo XIX (Laqueur, 1994: 258).
El predominio de este paradigma reproductivista se puede documentar con las coacciones y dificultades que enfrentan las mujeres y/o
las parejas que optan por no reproducirse, cuando asisten a los servicios de atención médica. Por ejemplo Judith Daniluk de la Universidad
de Columbia en Canadá dice lo siguiente:
Los miembros de la comunidad médica, siguen promoviendo el
embarazo y el amamantamiento como curas para una multitud de
malestares, como son los trastornos menstruales, la apoplejía, varias
formas de cáncer, y de enfermedades cardíacas. Asimismo señala
que los médicos persuaden a las mujeres “infértiles”, para que entreguen sus cuerpos a someterse durante años a las experimentaciones
y pruebas médicas, bajo la esperanza de alcanzar algún día el hijo
esperado. Señala también que de acuerdo con los teóricos de la
psicología, las mujeres sin hijos son caracterizadas como egoístas,
como narcisistas y como proclives a sufrir por una “incompletud
de su feminidad” (Daniluk, 1997).
En el caso de las mujeres entrevistadas para esta investigación,
se compartieron los siguientes testimonios que dan cuenta de estas formas de presión pro-natalistas y generadoras de angustia en las
pacientes.
114
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
A mí una sola vez un ginecólogo, al que yo quise muchísimo, me
dijo que era necesario biológicamente tener familia, porque yo estaba
teniendo quistes en los senos, y dijo que eran provocados psicológicamente por mi rechazo a la maternidad. Entonces, ya no lo volví
a ver. Cambié de médico, porque definitivamente yo no creo en eso
(Raquel).
Yo empecé con una enfermedad que se llama endometriosis. No sé
si has oído de esto, se supone que menstruas para afuera, pero con
esta enfermedad tu menstruación se queda adentro y se te van formando “costras”, y empiezas con unos dolores, cólicos y problemas
terribles.
Cuando finalmente el médico me “abre y me limpia”, me dijo
que la única cura para la endometriosis era que yo tuviera hijos.6
Entonces yo le dije que no iba a tener hijos por receta médica,
que de ninguna manera, que mi decisión era no tenerlos. Incluso
no me creyó, o sea de esos médicos machistas y me dijo, es que
quiero hablar con tu marido para ver si él está de acuerdo con esto
y le dije, no tiene que hablar con nadie, pero pos si quiere hable con
él (Emma).
Muchas veces cuando oigo a los ginecólogos a mí se me hacen absolutamente ignorantes: ignorantes de la sexualidad, ignorantes de
los procesos sociales. La forma que yo tengo de enfrentarme a los
ginecólogos, es muy utilitarista. Voy con ellos, me hacen el papanicolau, me revisan y ya.
Pero no los escucho mucho, porque tienen una visión muy
tradicional y limitada de la vida, por lo menos los que yo he
conocido, a lo mejor hay gente mucho más preparada. Pero te
puedo decir que de los que yo he conocido por todos he pasado
por la experiencia de “ya te diste cuenta que la posibilidad de que
Consúltese el libro de Emily Martin The women in the body para constatar el lenguaje
despreciativo de la ciencia médica respecto al cuerpo femenino.
6
MUJERES SIN HIJOS: CIRCUNSTANCIAS, RAZONES Y PRESIONES
§
115
tengas cáncer es más elevada. O sea, no has tenido hijos, por lo
tanto… cáncer de seno”.
Creo que los médicos también tienen una actitud muy de yo
tengo el poder del conocimiento y tú vas a tener que tomar la decisión de hacer lo que yo digo. Pero cuando tú llegas con un médico
y le dices que eres investigadora y no aceptando su actitud, ya no
te echan el rollo (Rocío).
Otro ejemplo de la actitud de los médicos que tratan a las mujeres
como menores de edad, lo ilustra el caso de Gaby. Ella dice:
Yo sí me he encontrado con algunas bronquillas con los doctores,
Antes de casarnos Rogelio y yo pensamos en la posibilidad de que
él se operara o yo me operara, para de veras no tener hijos. En ese
entonces visitamos a un doctor para ver si yo me podía operar, o él
se podía hacer la vasectomía. Bueno, el rechazo del doctor fue
enorme, fue terrible, así de “¡¿cómo se les ocurre pensar en eso?!
Incluso Rogelio dijo, pues que Gaby no se haga nada, yo me puedo
operar, estoy dispuesto. “Es que tú no puedes tomar una decisión
así, ella tiene 29 años, esperen por lo menos a que tenga los 35 que
decida bien”.
Yo te puedo platicar que quizá he visitado 4 o 5 ginecólogos
diferentes, hasta encontrar a uno que no se meta con mi vida, hasta
encontrar a uno que no me abra los ojos de plato y diga, “pero, ¿por
qué no quieres tener hijos?”
A mí me han repetido mil veces que la matriz que no da hijos
da tumores, Y eso lo tengo super asumido. Es vaya, “uno de los
pagos que yo tengo que hacer por mi decisión, porque yo le tengo
respeto a la naturaleza”. Bueno, por algo las mujeres tenemos un
aparato reproductor que está hecho para eso.
Esta idea del destino biológico del cuerpo o de la especificidad de
la capacidad reproductiva potencial de los cuerpos femeninos, como
algo inmanente, que se impone y que “castiga” el hecho contranatural
de rechazar la función materna, es una idea dominante que sostiene
116
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
la amenaza, de tener que “pagar” por contravenir la ley de la Naturaleza, porque se considera que lo que no se usa se atrofia. Y que el “reloj
biológico” imprime dicha naturalidad, que no debe alterarse. En otras
palabras, es tal el peso del mandato de género que asocia que ser mujer
es igual a ser madre, que el “atrevimiento” de las mujeres que deciden
no serlo les genera a algunas de ellas, angustia y culpa, que se reflejará
en el cuerpo a modo de castigo, ya que estos discursos culturales
“construyen” los cuerpos mediante los habitus y la eficacia de la violencia simbólica (Bourdieu y Wacquant, 1995).
Sandra dice:
Yo no creo que la realización de la mujer pase por la maternidad,
pero si la naturaleza te da una estructura de ovarios y de matriz,
quizás el aparato si existe, tiene que funcionar por algo.
La mayoría de las mujeres entrevistadas señalaron que asisten o
asistieron a consulta con psicoterapeutas o de salud mental. Este rasgo nos habla de mujeres con ingresos medios, que tienen capacidad
económica para pagar este tipo de servicios, en los cuales buscan ayuda
para dirimir sus deseos, sus fantasías, sus miedos y angustias personales. Cabe señalar que no todas opinaron haber llevado el tema de los
hijos al análisis. Izquierdo (2004) y Butler (1998) apuntan respecto
de los costos emocionales —como la angustia— que provoca no
cumplir con el mandato del rol de género. Evidentemente, los costos
emocionales son compartidos tanto por las mujeres con hijos como
las sin hijos. Porque “persistir” en el “propio ser” contra el “ser ajeno”
de la identidad social atribuida es instalar la incertidumbre en el mundo
y tener que abordarla desprovista del manto protector, pero también
opresor, del género( Izquierdo, 2004).
Ya sea por elección o por problemas de fertilidad, “la vida de las
mujeres sin hijos, es percibida a los ojos de ciertos psicoterapeutas como una vida vacía, carente de la satisfacción y el calor que trae
consigo la maternidad” (Wollet, 2001). También explica que esta
visión negativa de las mujeres que permanecen voluntariamente sin
hijos está basada en una serie de creencias acerca de la inadecuación
MUJERES SIN HIJOS: CIRCUNSTANCIAS, RAZONES Y PRESIONES
§
117
psicológica, como la falta de una habilidad para comprometerse en
relaciones cercanas e íntimas. Hay una creencia generalizada de que
en la juventud se te permite ser egoísta o “desmadrosa”. Pero cuando
eres madre, sabes que las necesidades del hijo son primero.
Yo revisé mucho esta decisión en mi análisis, y ahí me topé con
posturas muy raras, porque igual tuve una analista mujer, que me
dijo: “es mejor, es mucho más maduro decidir que no vas a tener
hijos, que ser una mala madre”. Que con un analista varón, que hasta
de lesbiana me tachó, porque yo no quería tener hijos, y entonces
tenía torcida mi identidad femenina (Emma).
Maruja cuenta que ella entró en un episodio de crisis por la ambivalencia y la alarma del “reloj biológico” de la maternidad, por lo
cual recurrió al apoyo de su psicoterapeuta.
La verdad nunca, te puedo decir, nunca he reflexionado o profundizado en la cuestión… Es más ni siquiera te puedo decir si
algún día tomé la decisión de no ser madre. Lo que sí te puedo decir
es que a los 35 años tuve así la super crisis. Empecé a soñar mis
abortos y yo estaba asustada porque tenía miedo de que yo llegara
a los 70 años y me fuera a arrepentir de haber abortado, de no haber
decidido tener hijos. O sea, convertirme en una moralista en ese
sentido. Lo traté en el análisis y la analista me tranquilizó diciéndome que no tener hijos era una decisión muy difícil y que era
evidente que a los 35 años la mayoría de las mujeres entrara en
crisis. Me advirtió que es una crisis recurrente, la puedes calmar,
pero más adelante se va a presentar porque es una decisión muy
fuerte. Yo creo que sí es una decisión muy fuerte no tener hijos,
más que tenerlos.
Aún cuando las teorías tradicionales en psicología han sido criticadas por su visión ortodoxa, la mayoría de las teorías del desarrollo
de la feminidad todavía refuerzan la visión esencialmente maternalista, de la inclinación “natural” de las mujeres a cuidar a otros (Hird,
118
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
2003). En síntesis, desde una visión dominante se considera que: “Las
mujeres tienen mayor oportunidad de lograr su madurez psíquica y
emocional cuando aceptan la maternidad que cuando la rechazan”
(Benedek, 1978: 60).
Estos testimonios han sido una muestra del peso de los constreñimientos culturales o de los discursos disciplinarios que han enfrentado
las mujeres por optar la elección de no ser madres. El guión oculto de
este mandato de género está presente de manera transversal en múltiples dimensiones de la vida social, como son por excelencia los
discursos de los medios de comunicación, de la Iglesia católica y de
ciertas políticas públicas pronatalistas, entre otras.
Es importante subrayar que la cultura es un devenir fluctuante y
un campo simbólico en disputa, que se resignifica en contextos socioeconómicos reales, por la agencia de los y las actores sociales que buscan
instituir nuevas formas simbólicas o culturales. Sin embargo, la disputa
no se da sólo a nivel de lo simbólico, sino que tiene una relación
vinculada con el contexto real de las condiciones materiales. Nos referimos en este caso, a los efectos depredadores del modelo económico
neoliberal, que en países subdesarrollados, emergentes o del Sur impone
condiciones de corte neomalthusianas de pobreza, ya que tener un hijo
implica una gran inversión monetaria y un riesgo existencial, que en
tiempos inciertos o líquidos es mejor pensar dos veces.
Como puede apreciarse en el tema de la elección de la no maternidad se articulan dimensiones de diversas índoles, culturales, sociales,
económicas, demográficas, políticas e igualmente psicológicas. Las
presiones o estigmatizaciones son recurrentes en todos estos ámbitos.
El esfuerzo por interpretar los sentimientos maternales como necesidades orgánicas desvele un deseo de disfrazar la maternidad como
una práctica opcional. Si la maternidad llega a ser una elección, ¿qué
será entonces posible? Este tipo de cuestionamiento a menudo engendra
vértigo y terror con respecto a la posibilidad de perder las sanciones
sociales, de abandonar un puesto y un papel social sólidos. Que este
terror sea tan bien conocido le da el mayor de los créditos a la noción
de que la identidad de género descansa en el inestable lecho de roca de
la invención humana (Butler, 1990: 199).
MUJERES SIN HIJOS: CIRCUNSTANCIAS, RAZONES Y PRESIONES
§
119
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postergación o su evitación”, Tesis de maestría en Psicología Clínica, Facultad
de Psicología, UNAM, 2001.
TERCERA PARTE
Violencia e inequidades
de género
Las mujeres ante la ciencia.
1
Sus retos y aportes en género y salud
ELSA SUSANA GUEVARA RUISEÑOR
RESUMEN: El presente texto tiene como objetivo reflexionar sobre el papel
que han desempeñado las mujeres como objetos y sujetos de la medicina
y las ciencias de la salud, antes y después de su institucionalización, pues
si bien su participación en este campo se remonta al inicio de las civilizaciones, sus aportes suelen ser desconocidos y la existencia de múltiples
barreras para incorporarse a los espacios de producción de conocimiento
persisten hasta nuestros días. Pese a que las mujeres han logrado superar
numéricamente a sus pares varones en la matricula estudiantil de las facultades de Medicina, persisten condiciones de exclusión y discriminación
genérica que limitan su participación en la actividad científica, invisibilizan
sus aportes a la ciencia; y obstruyen sus posibilidades para ocupar los espacios de mayor prestigio y reconocimiento en las instituciones científicas
y educativas.
Abordar la salud desde una perspectiva de género implica hacer un
breve recuento de las condiciones sociales e históricas que subyacen a
1
Este trabajo forma parte del proyecto PAPIIT No. IN300411 “Las académicas
como impulsoras de la carrera científica. La visión de sus estudiantes”, financiado por
DGAPA, UNAM.
123
124
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
esta situación, así como hacer visibles los aportes de las mujeres al
campo de la salud y colocar en el centro de la reflexión su relación
con la ciencia. En este texto se da especial énfasis a los desafíos que
han debido superar las pioneras de la medicina, y a aquellos que todavía
enfrentan las estudiantes y académicas para posicionarse como sujetos
epistémicos en el terreno de las ciencias de la salud. Finalmente, se
hace referencia a los aportes de la teoría feminista para dar otro enfoque
a la salud y producir conocimiento con novedosas herramientas teórico-metodológicas que ha permitido reflexionar en torno a diversos
ejes: a) las implicaciones que tienen los valores sociales que subyacen
a las nociones de lo masculino y lo femenino en la salud; b) los juegos
de poder y exclusiones genéricas que tienen lugar en los procesos saludenfermedad; c) los sesgos androcéntricos presentes en las herramientas
conceptuales, epistemológicas y metodológicas que se utilizan en las
ciencias de la salud; y d) la promoción de nuevas herramientas pedagógicas para la enseñanza de la medicina.
Los antecedentes
El conocimiento científico fue un terreno vedado para las mujeres
desde sus orígenes. En plena revolución científica, el conocimiento
que ellas generaron fue descalificado, banalizado o ignorado, y las
protagonistas, perseguidas o ridiculizadas, puesto que sus saberes
retaban al conocimiento oficial y les otorgaban cierto poder que
alteraba su estatus en la sociedad. Las llamadas hechiceras o brujas
son la expresión más acabada de esta persecución que en la Europa
de la Edad Media se ensañó con aquellas mujeres que habían desarrollado un conocimiento propio como curanderas, parteras, cocineras
o nodrizas. Ser calificada como bruja significaba ser perseguida,
torturada o asesinada, eran acusadas de usar sus dotes para hacer
daño y se les culpaba de epidemias o pestes, pues dado que la
mujer era considerada un ser débil, imperfecto y carente de inteligencia, su conocimiento sólo podía ser obra de Satanás (Walewska,
1990; Blazquez, 2008).
LAS MUJERES ANTE LA CIENCIA. SUS RETOS Y APORTES EN GÉNERO Y SALUD
§
125
En esa época, dice Norma Blazquez (2008), la magia era una
práctica ampliamente extendida entre la población, pero ésta se dividía
en magia alta y magia baja. La hechicería, la curación y la adivinación
formaban parte de la magia baja y era practicada especialmente por
mujeres cuyas artes se orientaban a curar, enfermar, atraer la buena
suerte, enemistar o enamorar, su fin era práctico, inmediato y material;
si bien satisfacía importantes necesidades y otorgaba cierto poder a
quienes la ejercían, estas mujeres fueron perseguidas porque su conocimiento se asociaba a fuerzas oscuras. Además, la persecución de las
“brujas” y la violencia hacia ellas, también buscaba garantizar el control
sobre el cuerpo y la sexualidad de las mujeres, terrenos donde ellas
habían sido expertas desde tiempos remotos. En cambio, la magia alta,
reservada sólo para hombres –clérigos o médicos–, tenía un fin espiritual y se ejercía en terrenos como la astrología, la alquimia y la nigromancia, saberes que antecedieron a la ciencia moderna y que tenían
alto prestigio social. Ambos procesos estaban relacionados, pues el
conocimiento de las mujeres representaba una amenaza para el desarrollo
de las instituciones surgidas de los poderes político, religioso y científico que sentaron las bases de la ciencia moderna. A partir de ahí,
los médicos profesionales adquieren el control en las ciencias de la
salud y éstas se constituyen en un campo de saber y poder erigido bajo
los parámetros, intereses y visiones masculinas.
Es sabido que la actividad de las mujeres como comadronas o
parteras era reconocida socialmente 500 años a.C. en la sociedad
egipcia y en la griega, lo mismo que en las culturas prehispánicas de
América. Pero en la Europa de la Edad Media y del Renacimiento
su situación cambió y si bien siguieron ejerciendo estas actividades,
lo hacían recurriendo al conocimiento tradicional que se transmitía de
generación en generación. Incluso, hubo mujeres de la aristocracia
que se interesaban por las ciencias de la salud y que, al no poder acceder
a los estudios formales, reciben la educación en casa con profesores
particulares y cursos específicos donde revisaban textos escritos por
médicos y aprendían recetas, remedios y preceptos. Algunas mujeres
de las clases medias también pudieron asistir a colegios femeninos en
los conventos, pero las mujeres del pueblo, sólo podían convertirse
126
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
en sanadoras no profesionales al servicio de la población campesina
que no tenía ni médicos ni hospitales y vivía en la más absoluta miseria.
Estas médicas sin título aprendían unas de otras y se transmitían experiencias de madres a hijas o entre vecinas. Sus únicos estudios fueron
la experiencia de los partos, propios y ajenos, aunque también recurrían
a libros prestados por médicos amigos y en ocasiones asistían a clases
de anatomía y de cirugía. Pero aún las mujeres más instruidas enfrentaron una constante descalificación de sus saberes y a finales del siglo
XIV, la campaña de los médicos profesionales contra las sanadoras
urbanas instruidas había conseguido su propósito en Europa: los
médicos varones habían conquistado un absoluto monopolio sobre la
práctica de la medicina entre las clases altas, a excepción de la obstetricia, que seguía siendo labor de las comadronas, a pesar de los conflictos de autoridad que se plantearon y del intento de marginarlas a
tareas auxiliares (Alcaraz, 2005).
Acceder a la educación profesional,
la primera batalla
A mediados del siglo XIX el mundo sanitario sufre una profunda transformación: se impone el carácter científico de la medicina, se desarrollan
los conceptos de la higiene y la prevención, y los Estados asumen la
preparación formal de los profesionales que les permitirán enfrentar
sus responsabilidades sanitarias. Si bien ello tuvo importantes beneficios
en la salud de la población, hizo más difícil para las mujeres incorporarse a la medicina, pues se les imponían complicadas barreras para
acceder a la educación formal de las universidades y quedaban fuera
de las comunidades profesionales. Sin embargo siguieron utilizando
los remedios experimentados durante años y que habían servido como
analgésicos, digestivos o tranquilizantes, muchos de ellos preparados
con hierbas que aún hoy forman parte de la farmacología moderna,
pero esto las colocaba en una jerarquía social inferior y sin reconocimiento del gremio médico, así que una de sus principales tareas va a
ser la lucha que emprenden para ingresar a las universidades.
LAS MUJERES ANTE LA CIENCIA. SUS RETOS Y APORTES EN GÉNERO Y SALUD
§
127
Esta lucha tuvo diferentes expresiones en cada país, en México el
cambio para que las mujeres pudieran acceder a la educación formal
se empieza a gestar de manera lenta pero inexorable durante el gobierno
liberal del presidente Benito Juárez, cuyas reformas permitieron a las
mujeres ingresar a las aulas universitarias. Primero, con la ley de educación que hizo obligatoria la instrucción primaria para ambos sexos
promulgada hacia 1861, y después, con la fundación de la Escuela
Secundaria para Niñas en 1869. Sin embargo, la educación de las
niñas en estas instituciones estaba orientada a reforzar el papel de
esposa y madre, mientras se restringía su acceso al conocimiento
científico, pues los programas de estudio sólo contaban con una asignatura en ciencias y las demás estaban relacionadas con la familia y la
formación de valores. En cambio, en la Escuela Nacional Preparatoria
(sólo de varones), contaban con más materias y nueve de ellas estaban
relacionadas con las ciencias, mientras que sólo una estaba orientada
a los valores (González, 2006).
Durante el porfiriato la Secundaria para Niñas se transformó en
la Normal de Profesoras, en 1889 y se creó la Escuela de Artes y
Oficios para mujeres en 1871. Con ello se buscaba incluir a las
mujeres en el proyecto modernizador del país,2 pero se continuaba
limitando su acceso al conocimiento científico, de tal manera que
sólo 14% de sus materias en la Normal de mujeres eran de ciencias
naturales y exactas, mientras en la Normal de Profesores era 19%.
En cuanto al profesorado, los hombres sin excepción enseñaban en
la Normal de varones; en la de mujeres, había docentes de ambos
sexos pero eran los profesores quienes daban las clases de ciencias,
mientras las profesoras impartían economía doméstica, labores
2
Estas políticas educativas enfrentaban posturas encontradas, pues mientras algunos
consideraban que sólo se debía consolidar el papel de las mujeres como educadoras al
interior de la familia, otros pensaban que se les debía educar para participar en tareas más
amplias y con ello erradicar la ignorancia y el atraso que limitaban el progreso de la sociedad.
Entre los primeros estaba el clero católico que se oponía a la educación de las mujeres fuera
del hogar, mientras entre los segundos se encontraban personajes como Gabino Barreda o
Justo Sierra.
128
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
manuales y gimnástica, además ellas ganaban menos que sus colegas3
(González, 2006).
Un acalorado debate se da en aquellos años respecto a la conveniencia de las escuelas mixtas, pues hasta ese momento las escuelas
eran sólo de hombres o mujeres, y esta segregación permitía programas
de estudio diferenciados que las excluían a ellas de la formación científica.4 Se trataba de un ambiente cultural que recogía los argumentos
de connotados pensadores europeos según los cuales existían bases
“científicas” para oponerse a la educación de las mujeres.5 Estos eran
reproducidos en revistas educativas que se dirigían principalmente a
las maestras de primaria para desalentarlas de acercarse al conocimiento
científico, ahí se les recomendaba no estudiar ciencias argumentando
que: “El exceso de instrucción científica ataca el organismo de la mujer
[…] la anemia y el neurosismo se apoderan de ellas y los hijos que
3
Con todo, las mujeres fueron abriendo caminos en distintos frentes y finalmente
logran entrar a la Nacional Preparatoria en 1883, en 1887 se gradúa la primera mujer en
Medicina, en 1898 la primera abogada y en 1910 ingresa a la Universidad la primera
ingeniera. La exclusión de las mujeres de la educación superior era una práctica extendida
en todos los países, pues apenas en 1884 Noruega otorga el derecho de entrada a las mujeres
a las universidades, en Inglaterra en 1869, en Suiza en 1860, Francia en 1880 y Estados
Unidos en 1837 (Alvarado y Becerril, 2010).
4
Quienes pugnaban por mantener esta situación, utilizaban como argumento la
incapacidad de las mujeres para el trabajo intelectual. El director de la Normal de Monterrey
afirmaba: “El hombre necesita una educación viril, ideas de progreso y cierto orden, nociones
científicas […], mientras que la mujer en mi concepto –porque no soy de los que creen
que el cerebro de la mujer es capaz de llegar a trabajos intelectuales de primer orden– su
educación debe ser diversa a los fines a que se encamina la de los varones” (Segundo
Congreso de Instrucción, 1891; citado en González, 2006).
5
Debemos recordar que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres servían
como argumento para justificar la inferioridad intelectual de las mujeres, pensadores como
Montesquieu, Durkheim, Rosseau o Darwin sostuvieron argumentos en ese sentido. Las
mujeres brillantes de esa época desmentían tales supuestos, pero éstas eran consideradas
desviaciones de la naturaleza, Le Bon considerado el padre de la psicología social, escribió
sobre las científicas en 1879: “ellas son tan excepcionales como el nacimiento de cualquier
monstruosidad, tal como por ejemplo, la de un gorila con dos cabezas, consecuentemente
nosotros podemos ignorarlas completamente” (citado por Walewska, 1990).
LAS MUJERES ANTE LA CIENCIA. SUS RETOS Y APORTES EN GÉNERO Y SALUD
§
129
tienen son débiles y enclenques” (El Magisterio Nacional, 1905; citado
por González 2006).
En ese contexto tienen lugar las luchas que debe dar Matilde
Montoya para convertirse en la primer médica mexicana. Ella solicita
su inscripción en la Escuela de Medicina de Puebla donde es aceptada
en una ceremonia pública a la que asistieron el Gobernador del Estado
y destacados miembros de la sociedad, sin embargo, los sectores más
radicales publicaron un artículo encabezado con la frase: “Impúdica
y peligrosa mujer pretende convertirse en médica”. Agobiada por las
críticas, decidió regresar con su madre a la Ciudad de México, donde
por segunda vez solicitó su inscripción en la Escuela Nacional de Medicina y es aceptada en 1882 a los 24 años. Las publicaciones feministas
y un amplio sector de la prensa la apoyaban, pero no faltaron quienes
opinaban que “debía ser perversa la mujer que quiere estudiar Medicina, para ver cadáveres de hombres desnudos”.6 Pese a todo se gradúa
en 1887, establece su consulta (siempre tuvo un consultorio gratuito
y uno de paga) donde atiende principalmente niños y mujeres, y se
retira a una edad avanzada. Participó en asociaciones femeninas como
el “Ateneo Mexicano de Mujeres” y “Las Hijas de Anáhuac”, pero
no fue invitada a ninguna asociación o academia médica que eran
exclusivas para varones. En 1923 asistió a la Segunda Conferencia
Panamericana de Mujeres, que se realizó en esta ciudad y dos años
después, junto con la doctora Aurora Uribe, fundó la Asociación de
Médicas Mexicanas (Carrillo, 2001; Asociación Nacional de Médicas Mexicanas, 2012).
Las feministas que luchaban por el acceso de las mujeres al conocimiento y cuestionaban los discursos dominantes, crearon medios
de difusión para hacer escuchar su voz. El caso más destacado es el de
Violetas del Anáhuac (1887-1889), una publicación hecha por mujeres
6
Como señala Carrillo (2002), ella había solicitado que se cubrieran los cuerpos que
utilizarían en sus prácticas, pues exponerse ante un cadáver desnudo en presencia de su
compañeros varones resultaba un agravio, pero como esto no fue posible se le autorizó a
realizar sola en el anfiteatro sus prácticas de disección, lo que debió ser una tarea por demás
penosa.
130
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
ilustradas de la época que, utilizando el propio discurso civilizatorio
de los sectores progresistas, defiende la igualdad racional entre hombres
y mujeres, promueve la educación científica de su congéneres y empieza a cuestionar los modelos femeninos tradicionales. Se trata de
una aventura intelectual que coloca a las mujeres como nuevos sujetos
vindicativos y que dará lugar a otra publicación denominada La Mujer
Mexicana, y a la primera organización feminista de la que se tiene
noticia en el Distrito Federal: la “Sociedad Protectora de la Mujer”7
(Infante, 2001).
Estas mujeres resultaban atípicas en un país católico y conservador,
pues pertenecían a los sectores medios e instruidos de la capital; estaban
al tanto del movimiento feminista internacional; escribían y se agruparon en torno a un movimiento político ya no sólo literario; y eran
trabajadoras calificadas que ejercían como normalistas o profesionistas.
Una de ellas, Dolores Correa (1853-1924) se distingue porque se
asumió como feminista y cuestionaba que la naturaleza determine la
capacidad intelectual de las mujeres, ella afirmaba: “La mujer ha estado
confinada a un puesto de inferioridad y dependencia respecto al hombre, por leyes sociales, no por leyes naturales” (México Intelectual,
1903); impugnaba los argumentos acerca de las deficiencias que
generaba en las mujeres el estudio de las ciencias y alentaba a sus
alumnas de la Normal para que estudiaran áreas científicas, como
ejemplo ofrecía el caso de la médica Columba Rivera segunda mujer
en titularse en Medicina (texto publicado en México Intelectual, 1903,
citado por González 2006).
Sin embargo, cursar educación superior representaba costos en la
vida personal y amorosa de estas mujeres, que con frecuencia debieron
asistir a la escuela con su madre sentada en el banquillo adjunto, como
ocurrió con Matilde Montoya, y también asumir una vida de solteras,
una situación que representaba un estigma en esa sociedad, pues el matrimonio era un paso obligado para todas las jóvenes y era casi el único
medio de obtener respeto y reconocimiento social. Así ocurrió con
7
La mesa directiva estaba formada por Dolores Correa Zapata (maestra normalista),
María A. Sandoval Zarco (primera abogada) y Columba Rivera (segunda medica titulada).
LAS MUJERES ANTE LA CIENCIA. SUS RETOS Y APORTES EN GÉNERO Y SALUD
§
131
varias de las pioneras de estas luchas quienes no se casaron. Ellas abrieron brecha para el acceso de las mujeres al conocimiento, pero debieron
enfrentar a una sociedad que no permitía conciliar su capacidad intelectual con su condición femenina (Cano, 1991; Carrillo, 2001).
Durante las primeras décadas del siglo XX las mujeres empezaron
a ingresar a las universidades, pero con enormes dificultades para ser
reconocidas y sin que se les permitiera abandonar su posición simbólica
ligada a lo doméstico y la familia, pues ahora ya no se hacía referencia al
daño que el conocimiento hacía a su salud, sino al daño que se hacía
a la sociedad si ellas descuidaban su rol en la familia. Con todo, cada vez
más mujeres se atreven a incursionar en distintas profesiones y para
1936 habían egresado 84 médicas de la Escuela Nacional de Medicina
de la UNAM, superando todas las dificultades familiares, sociales, económicas y culturales de la época (Castañeda y Rodríguez, 2010).
Será hasta la década de los setenta, con la segunda ola del feminismo
y la puesta en vigor de nuevas políticas educativas cuando se eliminan
las barreras formales para que las mujeres accedan a la educación superior. Entonces, dará inicio una nueva fase de la lucha por la equidad,
pues las mujeres enfrentarán otras barreras que limitarán su acceso a
los terrenos más prestigiados de la ciencia, resultado de las asimetrías
de género en las políticas educativas y científicas, las estrategias pedagógicas impuestas en las instituciones de educación superior y las
frecuentes prácticas sexistas de docentes, autoridades y compañeros.
Asimismo, las universitarias deben enfrentar el androcentrismo presente
en los planes y programas de estudios de todas las carreras, que invisibiliza los aportes de las mujeres a la ciencia y excluye las dimensiones
consideradas “femeninas” del conocimiento científico.
La batalla por la equidad en el terreno de la ciencia
Uno de los cambios fundamentales que tiene lugar en la segunda
década del siglo XX es el ingreso masivo de las mujeres a las universidades, pues las necesidades de modernización del país obligaron al
Estado mexicano a ampliar significativamente la matricula en educación
132
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
superior. Eso abrió oportunidades sin precedente para las mujeres que,
entre 1960 y 1982, incrementaron 135% su presencia en estos espacios,
mientras los varones lo hicieron sólo en un 59% en ese mismo lapso
(Cardaci, 2004). Pero además, creció de manera importante su número
en las carreras liberales que, dado su prestigio y reconocimiento social,
habían tenido un absoluto predominio masculino, como la de medicina, donde las mujeres pasaron de constituir un 19% en 1970 a un
65.5% en 2012 (FUNSALUD, 2003; Agenda Estadística UNAM, 2012).
A pesar de ello, las mujeres no han logrado ser mayoría en los puestos
de decisión ni en la planta docente, por ejemplo, las académicas de la
Facultad de Medicina de la UNAM representan apenas 37% del personal académico, y en el área de medicina y ciencias de la salud del
Sistema Nacional de Investigadores, constituyen sólo 20% de quienes
se encuentran en el nivel III, pese a que ahí se concentran carreras
como enfermería donde más de dos tercios de la población estudiantil
son mujeres. (Blazquez, 2012).
Esta situación es resultado de la forma en que funcionan los regímenes de género en las instituciones educativas, que se expresa tanto
en una discriminación territorial y jerárquica presente en la estructura
y organización de estas instituciones educativas,8 como en una variedad de prácticas cotidianas que incluyen acciones abiertas de
discriminación y hostigamiento, así como actos más sutiles de sexismo y descalificación. Con frecuencia estas prácticas pueden pasar
8
En virtud de la discriminación territorial, se relega a las mujeres a ciertas áreas de
la actividad científica, áreas marcadas por el sexo, tales como computar datos astronómicos, o clasificar y catalogar en historia natural. Eso se traduce, entre otras cosas, que
determinadas carreras sean más “femeninas” que otras y en que ciertos trabajos, “feminizados”, adquieran menor valor que otros. O también en que determinados trabajos se
consideren “rutinarios” o no se estimen “teóricos” es decir, importantes por el hecho de ser
realizados por mujeres. La discriminación jerárquica, según la cual científicas capaces y
brillantes son mantenidas en los niveles inferiores de la escala de la comunidad o topan
con un “techo de cristal” que no pueden traspasar en su profesión. Las mujeres están excluidas de facto de las redes informales de comunicación, cruciales para el desarrollo de las
ideas. Es decir, soportan formas encubiertas de discriminación que siguen pautas muy
sutiles (González y Pérez, 2002).
LAS MUJERES ANTE LA CIENCIA. SUS RETOS Y APORTES EN GÉNERO Y SALUD
§
133
desapercibidas por la comunidad académica porque forman parte de
los parámetros culturales con que se codifica a las mujeres, pero para
las universitarias representa un enorme desgaste físico y emocional
enfrentar continuamente estas acciones, que van desde ignorarlas,
menospreciar sus contribuciones o hacerles sentir que no podrán
lograr sus metas, todo ello tiende a desalentarlas y puede llevarlas a
abandonar la idea de incursionar en áreas de mayor prestigio profesional (Guevara, 2009). Estas prácticas no sólo son ejercidas por los
varones, sino por profesoras que legitiman la visión meritocrática y
competitiva del mundo masculino en que se formaron, han aprendido que es la forma de obtener reconocimiento social y asumen los
obstáculos vividos como parte de los costos que deben pagar las universitarias por formarse en especialidades con alto prestigio social. Se
trata, como dice Roberto Castro (2014), de la conformación de un
habitus médico, profundamente autoritario y jerárquico, que asume
como un supuesto implícito la condición de subalternidad de las
mujeres. Este habitus se configura y legitima durante la formación
profesional en las escuelas de medicina, de manera que es asumido
por varones y mujeres como parte de un ethos profesional no cuestionado, ello limita la capacidad de las mujeres para reconocerse como
sujetos vindicativos y para establecer relaciones de solidaridad entre
ellas y con sus alumnas. Un ejemplo de ello lo encontramos en el
testimonio de esta estudiante de medicina:
Tuve un maestro en 2º año que decía que una mujer nunca iba
poder ser cirujana. Pero también las mujeres que son doctoras, veo
que muchas de ellas llevan una cierta amargura, por lo que a ellas
les costó su carrera, ya que antes era más difícil estudiar medicina,
y como que sí conservan esa amargura. Tuve una maestra de gastro
el año pasado, y era la única mujer en su generación de gastroenterólogos, y cada vez que se refería alguna anécdota de su residencia
lo contaba con cierta amargura. Y ahora que nos veía a tantas mujeres
como que en lugar de darle gusto lo veía con cierto recelo y decía:
es que para ustedes es más fácil muchachas, para mí fue más difícil
(Moreno y Cabrera, 2012, p. 206).
134
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
En todas las carreras las estudiantes enfrentan obstáculos asociados
a su condición de género, pero las condiciones de discriminación y
sexismo varían de una carrera a otra dependiendo de los regímenes de
género que priven en cada ambiente profesional, así que éstas se agudizan en carreras donde las jerarquías están fuertemente establecidas.
Por ello, la carrera de medicina se convierte en un terreno propicio
para actuar en contra de las mujeres, estudiantes o docentes, pues la
rigidez de la estructura jerárquica otorga un gran poder a quienes
ocupan las posiciones de mayor jerarquía lo que genera enorme vulnerabilidad entre ellas y limita sus posibilidades de resistencia. En ese
ambiente, el sexismo puede manifestarse mediante elevados niveles
de violencia en contra de las mujeres que incluso llega a la agresión
física, como lo muestra una investigación realizada entre estudiantes
de medicina de la UNAM (Moreno et al, 2012), ahí las chicas y sus
compañeros varones relatan diversas formas de violencia que viven
médicas internas por parte de médicos adscritos, residentes y de algunas médicas, pacientes y personal de enfermería. Los tipos de violencia
son principalmente: hostigamiento sexual, discriminación de género
y menosprecio a su trabajo; poco reconocimiento a su saber e investidura profesional, violencia verbal y psicológica, así como un trato
preferente hacia los varones internos por parte de algunas enfermeras,
médicos adscritos y residentes. Se trata de un clima “crónico de violencia” del que las estudiantes difícilmente pueden escapar, porque no
cuentan con los recursos institucionales, simbólicos ni colectivos para
enfrentar a todo un sistema que actúa en contra de ellas.
Sus aportes al conocimiento
Por ello la lucha de las mujeres no ha cesado, pues una vez que se
derribaron las barreras formales que impedían su acceso a la educación
superior, debieron librar otras batallas para ser reconocidas como
sujetos epistémicos y rescatar los aportes de sus antecesoras. Si bien a
lo largo de la historia han realizado contribuciones invaluables al
conocimiento científico, sus aportes son desconocidos por gran parte
LAS MUJERES ANTE LA CIENCIA. SUS RETOS Y APORTES EN GÉNERO Y SALUD
§
135
de las comunidades profesionales y científicas. Como señala Norma
Blazquez (2008) estos aportes se han mantenido ocultos por tres razones: a) porque su trabajo no se reconocía; b) porque se acreditaba
a otros; c) porque se clasificaba como no científico. Para superar esta
situación se ha impulsado la investigación sobre género y ciencia
orientada, entre otras tareas a: 1) documentar las historias de mujeres
pioneras en diversos campos de conocimiento que las rescaten del
olvido y se reconozca su presencia en la historia de las disciplinas; 2)
difundir los aportes de las mujeres a la ciencia que suelen ser ignorados
o desconocidos por las comunidades académicas porque fueron apropiados por sus colegas varones sin otorgarles reconocimiento; y 3)
destacar la forma en que la incursión de las mujeres en un área de
conocimiento ha cambiado la perspectiva de un campo de estudio, lo
que ha llevado a ampliar el debate teórico y epistemológico para replantear el lugar de las mujeres en la ciencia.
En el primer caso, se ha recurrido tanto a la investigación histórica
y la investigación de campo para documentar los aportes de las mujeres
pioneras. Proyectos como el de Norma Blazquez y Olga Bustos (2008)
contribuyeron a este objetivo al documentar las trayectorias académicas
y personales de científicas contemporáneas que fueron pioneras en
distintos campos de conocimiento y que han resultado en un importante capital para la ciencia en México. Otro ejemplo de esta tarea de
rescate y reconocimiento de las científicas, lo encontramos en las
actividades que realiza el Grupo Mujer Ciencia, quienes promueven
diversos programas de difusión sobre las investigaciones y aportes de
las mujeres científicas en nuestro país. En el caso de la medicina,
destaca el trabajo realizado por Carrillo (2001) y por Castañeda y
Rodríguez (2010), quienes se avocaron a elaborar las biografías de las
médicas pioneras en México, mediante investigaciones que documentan
las condiciones sociales y familiares que permitieron a mujeres como
Matilde Montoya y las primeras 84 médicas mexicanas convertirse en
profesionales de la medicina.
En el segundo caso, diversas investigaciones se han orientado a la
difusión y los aportes de mujeres científicas como: Rosalind Franklin,
Joselyn Bell o Sabina Spielrein en la biología, la astrofísica o el
136
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
psicoanálisis. Ahí es posible conocer sobre la importancia de los
trabajos de Rosalind en la determinación de la estructura del ADN,
descubrimiento por el que J. Watson, F. Crick y M.H. Wilkins obtuvieron el premio Nobel en 1962 sin que nunca hubieran reconocido
los aportes de su colega. En el caso de Bell, ella fue la descubridora
de los pulsares, pero el premio Nobel se lo dieron a A. Hewish el astrónomo que dirigía su tesis. Spielrein publica un artículo en 1912
donde por primera vez aparece la idea de impulso de muerte y su
relación con el impulso sexual, Jung y Freud hicieron uso de sus ideas
pero tampoco le dieron el crédito (Herrera, 1987).
Con estas investigaciones se ha podido hacer evidente que las
mujeres no han estado ausentes de la ciencia, sino que ha sido el silencio y la persistente falta de difusión sobre sus aportes lo que las ha
mantenido en el olvido, además permite cuestionar la tesis de que sólo
aquellas con un talento excepcional lo lograron, pues es evidente que
sólo algunas pudieron superar las barreras que la sociedad les impuso,
muchas de las cuales persisten bajo nuevas modalidades. Ello ha abierto
toda una línea de investigación, en especial en el campo de educación
para la ciencia, que desmiente la tesis de que la escasa presencia de las
mujeres en los puestos más relevantes del campo científico es el resultado de talentos diferentes entre hombres y mujeres (una versión
moderna de la inferioridad intelectual de las mujeres), sino que deriva de la forma en que funcionan los regímenes de género en el terreno
de la educación y la ciencia.
Un ejemplo de ello lo encontramos en el reducido número de
mujeres en el Sistema Nacional de Investigadores, donde 80% de quienes cuentan con nivel III del área de Medicina y Ciencias de la Salud
son varones (Blazquez, 2012), situación que es producto de diferentes
factores asociados al orden de género y no a que los varones tengan
más talento. Los resultados de la investigación de Moreno y Cabrera
(2012) y de Solís, (2014) permiten constatar esta tesis, pues muestran
que mayor proporción de mujeres se interesan por dedicarse a la
investigación, sin embargo, se puede augurar que ellas tendrán más
dificultades para alcanzar sus objetivos que sus compañeros varones, pues viven condiciones más adversas en la carrera y mencionan
LAS MUJERES ANTE LA CIENCIA. SUS RETOS Y APORTES EN GÉNERO Y SALUD
§
137
mayores obstáculos para dedicarse a la investigación, en especial se
refieren a los que impone la comunidad científica, la cual fue calificada como una comunidad elitista y cerrada.
En el tercer rubro de la investigación sobre género y ciencia, se ha
podido destacar la forma en que la incursión de las mujeres en un
área de conocimiento ha cambiado la perspectiva de un campo de
estudio, lo que ha promovido nuevos ejes teóricos y analíticos sobre el quehacer científico y los sujetos de conocimiento. Es decir, al
reconocer que la ciencia se institucionaliza bajo los valores positivistas y racionales de una actividad objetiva, analítica y neutra, valores
que son política e ideológicamente masculinos, es posible cuestionar
el estatuto de universalidad que se le atribuye. Así, las disciplinas al
decantarse de ese discurso androcéntrico que encierra a la ciencia en
marcos interpretativos de la realidad que eliminaron o descalificaron
todas la dimensiones consideradas femeninas como la subjetividad,
los sentimientos o la intuición, se dieron a la tarea de construir nuevos paradigmas que permitieran ampliar los horizontes teóricos y
epistemológicos de la ciencia y construir nuevos parámetros de la
actividad científica (Keller, 1995).
Por tanto, la incursión de las mujeres en el terreno de la ciencia
ha permitido avances sin precedentes en la ciencia misma y en su
lucha para ser reconocidas como sujetos epistémicos; su posición como
científicas las ha colocado en condiciones de cuestionar su propio
estatuto en la sociedad y de aportar nuevas perspectivas en la construcción del conocimiento que benefician a las mujeres y a la humanidad en su conjunto. Han creado herramientas teóricas, conceptuales
y metodológicas que permitieron desmentir los supuestos sobre la
inferioridad intelectual de las mujeres con los cuales se pretendió
descalificar su autoridad epistémica; desmontaron también los presupuestos sexistas y misóginos del conocimiento mediante una crítica
constructiva sobre los criterios sesgados que rigen las prácticas científicas en todas las áreas de conocimiento; y finalmente, utilizaron los
aportes de la teoría feminista para crear nuevas perspectivas en el
abordaje clínico y científico en las ciencias de la salud.
138
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Sus aportes al terreno de la salud
Los aportes de las mujeres al terreno de la salud tienen una larga data,
pues como se mencionaba al principio de este texto, ellas ejercieron
durante siglos como sanadoras, enfermeras y parteras, e incluso ejercieron la cirugía y la medicina preventiva, pero sus actividades siempre
mantuvieron un estatus inferior al de los varones. El caso más ilustrativo
es el de la partería que, durante años no formó parte del quehacer de
la medicina, sino que era una práctica social vinculada al ámbito doméstico donde las mujeres tenían un papel protagónico. Para el siglo
XIX en que se impone el carácter científico de la medicina y la atención
del parto pasa a formar parte de una especialidad médica, las parteras
van a ocupar un lugar subordinado en la estructura sanitaria porque
su conocimiento era considerado como no científico, pese a que tenían
una preparación más amplia y profunda sobre la materia y que ellas
no sólo se encargaban de traer al mundo al bebé, sino también de los
preparativos sociales y del cuidado continuado de la madre. Además, la medicalización del parto con frecuencia tuvo efectos nefastos
en la salud de las mujeres y las privó de un control que habían ejercido
sobre los procesos reproductivos de su cuerpo, en la medida en que
se impuso sobre ellas el saber omnipotente de la medicina y el poder
rotundo de los médicos varones.
Ana Ma. Carrillo (2002) señala que para 1887 año en que Matilde
Montoya se instala en Puebla como partera, tuvo gran clientela porque
las mujeres la preferían dada la poca experiencia que tenían los médicos
de esa época en la obstetricia. Ellos recurrían con frecuencia a prácticas
agresivas que sangraban a las puérperas y embarazadas; imponían la
posición de decúbito supino o francesa que era cómoda para el ginecólogo pero no para las mujeres; hacían una administración irracional
de los ocitócicos, lo que llegaba a causar retención de la placenta;
empleaban el fórceps en casi todos los partos, lo que llegaba a causar
luxaciones al feto o ruptura del útero. Por eso fue que las mujeres
lucharon por tener acceso a la universidad, pues esto les daba legitimidad a su conocimiento y un estatus en la práctica de la medicina
que siempre se les había negado.
LAS MUJERES ANTE LA CIENCIA. SUS RETOS Y APORTES EN GÉNERO Y SALUD
§
139
Además de la obstetricia, las mujeres también incursionaron en
otras áreas como la cirugía y la medicina preventiva, el caso más conocido es el de Mary Wortley Montagu que, a principios del siglo
XVIII, impulsó en el Reino Unido y el resto de Europa medidas preventivas contra la viruela y Mme. D’Arcanville que introdujo el uso
del bicloruro de mercurio como antiséptico en 1766, pero también
se debe a mujeres notables algunos de los avances de la medicina como
a Helen Brooke Taussig (1898-1986) que concibió la idea de la corrección quirúrgica de las malformaciones cardiacas o Ida Hyde (18571945) fisióloga que inventó un micro electrodo para el registro de la
actividad de células (Alic 1991; Rodríguez y Silva, 2003); y más recientemente, algunas mujeres han alcanzado incluso el premio Nobel
en medicina.9
Pero tal vez uno de los aportes más significativos de las mujeres al
terreno de la salud, proviene de las nuevas perspectivas que se proponen
desde la teoría feminista para dar otro enfoque a la salud y producir
nuevo conocimiento con novedosas herramientas teórico-metodológicas.
Ello ha obligado a la comunidad científica a reflexionar en torno a las
implicaciones que tiene en la salud los valores sociales que subyacen
a las nociones de lo masculino y lo femenino; en los juegos de poderes
y exclusiones genéricas que tienen lugar en los procesos salud-enfermedad; en las asimetrías que se derivan de la condición de género de
los sujetos que producen el conocimiento médico, así como los sesgos
9
Entre las pocas afortunadas que se vieron recompensadas con un Nobel en medicina están: Gerty Theresa Radnitz Cori, galardonada en 1947 por sus descubrimientos
sobre el metabolismo del glucógeno y los efectos de la insulina; Rosalyn Yalow, que lo
obtuvo en 1977 por sus trabajos en el desarrollo del radioinmuno ensayo de las hormonas
peptídicas, que permiten diagnosticar ciertas enfermedades como la diabetes; la genetista
estadounidense Barbara McClintock, quien lo obtuvo en 1983 por su descubrimiento de
elementos genéticos móviles; la neurobióloga italiana Rita Levi-Montalcini, que en 1986
lo obtuvo por sus descubrimientos sobre los factores de crecimiento nervioso; en 1988 fue
la química estadounidense Gertrude B. Ellion por sus descubrimientos sobre los principios de tratamientos por medio de drogas; la bioquímica alemana Christiane Nusslein,
que en 1995 lo recibió por su identificación de unos 120 genes de efecto materno que
controlan el desarrollo embrionario temprano (Alcaraz, 2005).
140
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
androcéntricos presentes en las herramientas conceptuales, epistemológicas y metodológicas que se utilizan en las ciencias de la salud.
En el campo de la educación, el feminismo ha colocado en el centro
de la reflexión los regímenes de género presentes en las prácticas cotidianas y las estructuras institucionales de la escuela. Se ha encargado
de analizar la forma en que circulan los micro y los macro poderes en
la academia a partir de las reglas y los mecanismos de evaluación y
reconocimiento que se imponen tanto al alumnado como al profesorado; ha develado como se construyen y legitiman ciertas prácticas de
exclusión genérica mediante los discursos institucionales, los planes y
programas de estudio y las propuestas pedagógicas que se instalan. A
su vez, la investigación educativa ha permitido constatar que si bien
las mujeres han ingresado a la escuela en la misma proporción que sus
compañeros varones, en realidad siguen siendo las “otras” en los espacios educativos, porque la escuela coloca en desventaja a las niñas
y jóvenes mediante los sesgos de género presentes en: sus programas formales (qué se enseña, cómo se enseña); sus programas ocultos
que definen expectativas y aspiraciones respecto de los varones y
las mujeres; la relación del profesorado con sus estudiantes; los lenguajes que se utilizan en el aula; las reglas que les imponen; los espacios
que ocupan unos y otras; los recursos diferenciales a los que tienen
acceso; el poder que detenta cada uno y el distinto valor que reciben sus actos (Mingo, 2006).
Otra de sus aportaciones más luminosas, ha sido la propuesta de
la pedagogía feminista (Maffía, 2007) que replantea los procesos
educativos bajo nuevas modalidades éticas y políticas. Las acciones
que promueve en el contexto específico de la escuela son de gran
trascendencia para facilitar la apropiación del conocimiento por parte de las mujeres, su propuesta de atender las necesidades educativas
de las mujeres y modificar un sistema educativo tradicional que suele
privilegiar las necesidades e intereses de los varones, resulta de la mayor
trascendencia. Al utilizar la posición de autoridad que detentan las
académicas para fomentar relaciones de complicidad y guía con sus
estudiantes, la práctica pedagógica se vuelve una importante herramienta política e intelectual que permitirá a las mujeres enfrentar en
LAS MUJERES ANTE LA CIENCIA. SUS RETOS Y APORTES EN GÉNERO Y SALUD
§
141
mejores condiciones las dificultades asociadas a su posición de género
en las instituciones de educación superior y potenciar sus capacidades
dentro y fuera del aula.
Finalmente, a las mujeres se debe las políticas institucionales sobre
género y ciencia que distintas instituciones académicas norteamericanas
y europeas (Informes MIT 2002; Informe ETAN, 2000; Informe ENWISE, 2004) han impulsado. En estos documentos, se plantea la necesidad de crear medidas que atiendan la desigualdad que viven las
mujeres en el campo de la ciencia, tanto por un principio de justicia
social como por razones de beneficio hacia la ciencia, pues todas las
mujeres que no pueden progresar en la carrera científica representan
una pérdida para cada país, dado el desperdicio de talento y recursos
humanos que no fueron aprovechados. En la Conferencia que llevó a
cabo la Unión Europea en 2012, propone acciones concretas a las
universidades e instituciones científicas como: garantizar que la dimensión de género esté integrada en el currículum de las licenciaturas
y posgrados de toda la universidad, adoptar un plan de igualdad en
su estructura y organización, e incluir en todos los documentos (estadísticas, informes, evaluaciones, participación en los comités) datos
desagregados por sexo.
Destaca también el proyecto genSET de la Unión Europea que fue
el tema del editorial de The Lancet (5 de marzo de 2011) titulado:
“Promoting Women in Science and Medicine” donde se señala la
urgencia de poner en práctica un conjunto de acciones que logren
revertir la condición de inequidad que prevalece en este campo y se
promueva la incorporación de más mujeres médicas a la ciencia. Ahí
se propone que: a) Los líderes reconozcan la importancia de la dimensión del género en la investigación; b) Los científicos (y gestores) deben
ser formados en métodos de análisis del sexo y el género; c) Las evaluaciones y estrategias deben tener una perspectiva de género; d) Los
equipos de investigación, los Comités y grupos deben ser diversos en
cuanto a género; e) Las mujeres que ya trabajan en instituciones científicas deben adquirir mayor visibilidad; y f ) Deben desarrollarse
estrategias especiales para atraer a las mujeres a los cargos de investigación. Con estas propuestas, se busca promover el cambio estructural
142
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
y plantear soluciones que vayan a la raíz de un problema que afecta
no sólo a las mujeres sino a la sociedad toda y a la ciencia misma.
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Pautas de género en el desarrollo del habitus
médico: los años de formación en la Facultad
de Medicina, el internado y la residencia médica1
ROBERTO CASTRO
RESUMEN:
Este artículo documenta el maltrato de género que enfrentan
las estudiantes de medicina en México, mediante el análisis del concepto
de socialización médica, con énfasis en el problema del maltrato a las y los
estudiantes de medicina. En el marco teórico se articulan conceptos de
Foucault y Goffman, con los conceptos nodales de Bourdieu bajo un enfoque de género. Se ilustra mediante diversos ejemplos la manera en que
el espacio de aprendizaje del currículum formal lo es también de reproducción de las jerarquías de género, a través del currículum oculto. Las
mujeres enfrentan diversas formas de desmotivación socialmente inducida
para optar y mantenerse en la carrera de medicina, particularmente en
algunas de sus especialidades. La discriminación se presenta igual bajo
interacciones afectivizadas, que bajo formas muy autoritarias, enfrentan
acoso sexual en clase y en los años de especialización, y no dejan de ser
construidas como sujetos subordinados. Al final se discute la importancia
de estos hallazgos en la constitución del habitus médico. El análisis se realizó
en 14 grupos focales con estudiantes de medicina, internos/as, residentes y
médicos/as especialistas, conducidos por el autor durante 2010 y 2011.
1
Este trabajo apareció publicado previamente en Salud colectiva (Buenos Aires), 10(3)
septiembre-diciembre 2014. La revista es de código abierto, autoriza y fomenta la libre reproducción de artículos publicados en ella, siempre que se cite la fuente original, como se
hace en este caso.
147
148
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Este trabajo forma parte de un proyecto de investigación más amplio,
cuyo objetivo es documentar el origen social del carácter autoritario
del habitus médico, y los efectos de este último en la relación que se
establece con las usuarias de los servicios de salud reproductiva.2 El
análisis se limitará a caracterizar diversos patrones de interacción
docente-alumno que se basan en la desigualdad de género y al mismo
tiempo la reproducen.
Para ello, en la primera parte se analiza el concepto de socialización
médica y se revisa brevemente la literatura más relevante sobre la
materia. En la segunda parte se desarrolla la propuesta de que es
necesario adoptar la terminología de autores como Foucault y Goffman, y que puede vincularse a los efectos de una investigación como
ésta, con los conceptos nodales de Bourdieu bajo un enfoque de género.
En la tercera parte se presentan los hallazgos. Para ello, en primer lugar
se ubica a la escuela de medicina en el más amplio contexto social al
que pertenece; en seguida, se ilustra mediante diversos ejemplos la
manera en que el espacio de aprendizaje del currículum formal lo es
también de reproducción de las jerarquías de género, a través del
currículum oculto. Finalmente se concluye enfatizando la importancia
del análisis presentado y la necesidad de continuar con este tipo de
investigaciones.
El análisis que sigue se basa en 14 grupos focales con estudiantes de
medicina, internos/as, residentes y médicos/as especialistas, conducidos
por el autor durante 2010 y 2011. En total participaron 120 personas
entre personal médico y estudiantes, de los cuales 56 eran hombres y
64 mujeres. De esos 120, 25 eran ginecobstetras, 20 eran especialistas
en medicina familiar, 43 eran residentes en el área de ginecobstetricia,
16 eran internos con planes de especializarse en ginecobstetricia, y 16
eran estudiantes de pregrado. De igual manera, del total de 120 participantes, 26 eran del estado de Morelos, 36 del Distrito Federal, 28 del
Estado de México y 30 del estado de Nuevo León.
2
Proyecto 83466-S financiado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología,
titulado: “Habitus médico y ciudadanía: un estudio sociológico sobre los conflictos entre
el campo médico y los derechos en salud reproductiva en México”.
PAUTAS DE GÉNERO EN EL DESARROLLO DEL HABITUS MÉDICO
§
149
El problema de la socialización de los estudiantes
de medicina3
La socialización4 de los estudiantes de medicina ha sido objeto de
interés científico desde hace tiempo. A fines de la década de los cincuenta y principios de los sesenta del siglo pasado el tema surgió como
objeto de estudio dentro de la sociología médica norteamericana. Dos
escuelas con enfoques diferentes lideraron la investigación en esta
materia: la escuela de Columbia (Merton, Reader y Kendall, 1957),
y la escuela de Chicago (Becker, Geer, Hughes y Strauss, 1961). La
primera adoptó un enfoque funcionalista, y puso el énfasis en la manera en que los estudiantes de medicina adquieren el rol de médicos
actitudinal, técnica y científicamente. La segunda adoptó un enfoque
simbólico interaccionista, y puso el énfasis en el conjunto de estrategias, resistencias y tácticas que desarrollan los estudiantes para aprender
a sobrevivir en la facultad de medicina, así como en las etapas por las
que pasa el self en su transformación hacia su identidad como médicos.
Ambos enfoques, sin embargo, permanecieron silentes con respecto
a las cuestiones de género que dichas transformaciones implican,
debido tanto a que la perspectiva de género no había surgido aún en
las ciencias sociales como un enfoque autorizado, como al hecho de
que en esos años la matrícula femenina en dichas facultades era menor
a 10% (Fox, 1989).
Como resultado de estas investigaciones pioneras y otras que les
siguieron, varios tipos de aprendizajes fueron identificados como cruciales para los estudiantes en su proceso de formación. Destacan entre
ellos el entrenamiento para la “incertidumbre” (donde el estudiante
3
Una versión preliminar de los apartados I y II de este trabajo, han sido publicadas
con variaciones menores en Castro (2014). Dado que se trata de trabajos derivados de una
misma investigación, es explicable que el aparato conceptual de los mismos sea similar. El
resto de los contenidos de ambos trabajos, sin embargo, es enteramente diferente.
4
“Procesos a través de los cuales los individuos adquieren los valores y actitudes, los
intereses, las habilidades y el conocimiento –en una palabra, la cultura– vigentes en el grupo
del cual son, o buscan llegar a ser, miembros” (Merton, Reader y Kendall 1957: 287).
150
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
debe acostumbrarse a la dificultad de diferenciar entre las limitaciones
de conocimiento de la ciencia médica y sus propias limitaciones personales), el entrenamiento para la “atención distante” (donde el estudiante debe aprender a regular su involucramiento personal con los
pacientes), y el entrenamiento para el “manejo de los errores y fracasos”
en su práctica. Común a estos aprendizajes es el surgimiento de cierto
cinismo que los estudiantes y los médicos desarrollan con respecto a
su trabajo, así como en su relación con otros colegas y pacientes (Fox,
1969; Delese, Aultman, Zarconi y Varley, 2009).
De entre las varias vetas de indagación que se han abierto en este
tema en los años recientes, comenzaron a sobresalir las referidas al
maltrato que sufre el estudiantado de medicina, y a las agotadoras
jornadas que deben cubrir los/as residentes, así como a los efectos que
tales aspectos tienen sobre su formación y su práctica. Ello ha ocurrido
tanto en Estados Unidos (ver por ejemplo Baldwin y Daugherty,
1997; Conrad, 1988; Silver, y Glicken, 1990; Baldwin, Daugherty y
Eckenfels, 1991), como en Canadá (por ejemplo, Musselman, MacRae, Reznick y Lingard, 2005), y en países europeos (por ejemplo, Terés,
2006; Rautio, Vappu, Nuutinen, y Laitala, 2005).5 Se habla incluso de
una “cultura” del abuso del estudiantado en las escuelas de medicina, y
se postula que dicha cultura está vinculada a una sistemática “violación
de la dignidad” en los servicios de salud (Kassebaum y Cutler, 1998;
Jacobson, 2009; Rosenberg y Silver, 1984; Sheehan et al., 1990).
En México y América Latina también han aparecido diversos estudios en esta línea, que dejan en claro que el maltrato que sufre el
estudiantado, lo mismo en la facultad de medicina que durante los
años de especialidad, es una experiencia muy frecuente como para ser
pasada por alto. Dicho abuso ha sido descrito, por una parte, como
“una tradición” dentro de la enseñanza médica y, por otra, como un
elemento centralmente constitutivo del “currículum no formal” con
posibles vinculaciones con el tipo de práctica que se ejerce, así como
con el tipo de relaciones que se pueden llegar a desarrollar con los
5
Aquí sólo indicamos algunas referencias ilustrativas.
PAUTAS DE GÉNERO EN EL DESARROLLO DEL HABITUS MÉDICO
§
151
propios colegas (Herrera-Silva, Treviño-Moore y Acosta-Corona 2006;
Loría et al., 2010; Cortés, 2010; Fernández, 2007).
Una rama de estas investigaciones ha enfatizado el “burnout” o
desgaste que este tipo de situaciones representa para la salud de
los estudiantes y residentes, el consecuente riesgo que tales efectos
pueden tener sobre su desempeño profesional (ver por ejemplo,
Maslach y Jackson, 1982; Fahrenkopf et al., 2008; Thomas 2004).
Otra vertiente, de mayor interés para los fines de este trabajo, ha
postulado que la violencia que sufren los/as médicos/as en su formación es el origen de un estilo profesional autoritario, en forma análoga
a lo que postula la investigación sobre child abuse (Iglesias, Saldívar,
Bermúdez y Guzmán, 2005; Kassebaum y Cutler, 1998). Pero los
críticos de este enfoque han advertido que se trata de un modelo limitado en tanto que es demasiado psicológico (y mecánico) y no da
cuenta de las múltiples variaciones que presenta el fenómeno en la
práctica (Hafferty, 2000).
En realidad hace falta un modelo mucho más sociológico que de
cuenta del autoritarismo médico en tanto producto de las condiciones
sociales asociadas a la agenda oculta o no-formal de los años de formación universitaria, así como de los años de residencia y especialización
médica. Como se ha señalado en otros trabajos (Castro, 2011), es en
el conjunto de patrones de interacción vigentes en la escuela y en el
hospital universitario, así como en los esquemas de visión y de división
del mundo promovidos por los mentores en su quehacer cotidiano y
en su interacción con los estudiantes, donde se encuentran las claves
para rastrear la génesis de un self (o “sí mismo”) profesional con propensiones autoritarias. Conviene adoptar la definición de “agenda o
currículum oculto” como el conjunto de “procesos, presiones y restricciones que caen fuera de o están incorporadas al curriculum formal,
y que con frecuencia están desarticulados y [quedan] inexplorados”
(Cribb y Bignold, 1999:197). Un atributo primordial de dicho currículum oculto es la centralidad de las jerarquías y las concomitantes
relaciones de poder que se le asocian (Lempp y Seale, 2004; Eckenfels,
Duaugherty y Baldwin, 1997), y cuyo análisis debe adoptar un enfoque de género. Por lo demás, la importancia de estos factores, y la
152
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
necesidad de estudiarlos dentro de un marco teórico que de cuenta
de la vinculación entre los procesos estructurales del “campo” médico
y la internalización que se hace de ellos en forma de predisposiciones
o habitus ha sido advertida también por otros autores en México
(Consejo y Viesca 2005, 2008) y en otros países (Luke, 2003).
Una propuesta conceptual
Las principales instituciones de la modernidad cumplen primordialmente una función de control y vigilancia y, en el marco de relaciones
específicas de poder, producen discursos (éticos, científicos, jurídicos)
que dominan la vida social y la moldean. Las instituciones carcelarias
(Foucault, 1981), psiquiátricas (Foucault, 1986) y médicas (Foucault,
1983), entre otras, se fincan en la activa construcción de relaciones
de poder que traducen “tecnologías del yo”, es decir, formas de intervención sobre el cuerpo y la mente de las personas que redundan en
patrones de aprendizaje y en el desarrollo de ciertas habilidades que
se asocian, a su vez, con determinadas actitudes (Foucault, 1995).
Desde esta perspectiva, el poder no es sólo, ni principalmente, la fuerza
represiva que emana del Estado y que le permite a éste preservar el
statu quo; sino que es ante todo una fuerza creativa presente en todas
las esferas de la vida social, más allá de los aparatos del Estado, que
“produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; y es
preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el
cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como
función reprimir” (Foucault, 1979: 182).6
Por otra parte, Goffman estudió la realidad social en su nivel más
micro, y pudo documentar, mediante diversos trabajos auténticamente
6
“Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una familia,
entre un maestro y su alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder
que no son la proyección pura y simple del gran poder del soberano sobre los individuos;
son más bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones de posibilidad de su funcionamiento” (Foucault, 1979: 157).
PAUTAS DE GÉNERO EN EL DESARROLLO DEL HABITUS MÉDICO
§
153
ejemplares de investigación empírica, como la interacción social constituye sujetos; en otras palabras, pudo mostrar como el “sí mismo” o
self de los individuos emerge de la interacción de unos con otros, y no
es, como se podría suponer, el reflejo de alguna esencia psicológica,
asocial o ahistórica.7 La interacción social, sus regularidades y sus rupturas, las complicidades con las que se realiza, sus sobresaltos y sus
traiciones, sigue patrones específicos discernibles sociológicamente,
que varían en función de las características de las instituciones y de
los contextos donde se lleva a cabo, así como de los fines que persiguen los actores. Se trata de descubrimientos de amplísimo alcance
que permiten poner en contexto el carácter emergente del “sí mismo”
en función de la interacción social; y el carácter emergente de esta
última en función del contexto donde se presenta. De tal manera que,
pese a su aparente diametral oposición, ambos autores (Foucault y
Goffman) y ambos enfoques son complementarios (Hacking, 2004).
Para establecer una adecuada vinculación entre ambos enfoques,
las categorías de campo y habitus de Bourdieu (2000) son de extrema
utilidad.8 El campo médico abarca al conjunto de instituciones y actores
de la salud que, ubicados en diferentes posiciones, mantienen entre sí
relaciones de fuerza orientadas a conservar, adquirir o transformar esa
forma de capital específico que consiste en la capacidad de imponer
los esquemas dominantes de definición, percepción y apreciación de las
materias propias de la agenda sanitaria, así como de la acción (política,
comercial, científica, profesional) que deriva de ello. Así entendido,
junto con las instituciones de salud propiamente tales, las instituciones
que forman a los nuevos cuadros profesionales que eventualmente
7
“Una escena correctamente montada y representada conduce al auditorio a atribuir
un “sí mismo” [self ] al personaje representado, pero esta atribución –este “sí mismo”– es un
producto de la escena representada y no una causa de ella. Por tanto, el “sí mismo”, como
personaje representado, no es algo orgánico que tenga una ubicación específica y cuyo
destino fundamental sea nacer, madurar y morir; es un efecto dramático que surge difusamente en la escena representada, y el problema característico, la preocupación decisiva
es saber si se le dará crédito o no” (Goffman, 1989: 269. Cursivas en el original).
8
Una descripción más detallada de estos conceptos puede hallarse en Castro, 2013.
154
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
pasarán a formar parte del campo, los agentes que operan estas instituciones, así como los profesores y estudiantes de todas estas especialidades son elementos centrales del campo médico.
El campo médico produce (y es simultáneamente el producto de)
una serie de subjetividades, entre las que nos interesa destacar el habitus médico. Éste es el conjunto de predisposiciones generativas que
resultan de la incorporación de las estructuras objetivas del campo
médico. Tales predisposiciones las adquieren los profesionales de este
campo –en primer lugar los médicos– por medio de la formación que
reciben en la facultad de medicina y en los hospitales de enseñanza.
Al mismo tiempo, dichas predisposiciones se recrean cotidianamente
en su práctica profesional, y engendran conductas “razonables” y de
“sentido común” posibles en tanto profesionales. La coincidencia entre
el campo médico y el habitus médico da lugar a un sentido práctico
propio del campo, es decir, a una práctica cotidiana casi intuitiva,
espontánea, inconsciente (debido a su determinación social de origen),
que permite la realización permanente de conductas eficaces para los
fines del campo.
A partir de estas consideraciones, en este trabajo se busca centrar el
análisis en uno de los aspectos nodales que emergen durante los años de
formación, a saber, el conjunto de mensajes, enseñanzas, conminaciones,
recriminaciones, clasificaciones, etiquetaciones, descalificaciones, regulaciones y jerarquizaciones de género. El estudiantado de medicina y
los/as profesionales de la medicina viven en carne propia o atestiguan
de cerca todas ellas y que, eventualmente, pasan a formar parte del habitus médico. Se trata de “tecnologías del yo” cuya relevancia no ha sido
dimensionada adecuadamente, por cuanto constituyen prácticas pautadas
a través de las cuales el campo médico se legitima y se reproduce.
La importancia del enfoque de género no puede ser subestimado
en este trabajo. El pensamiento feminista ha documentado que un
saber que era propio de las mujeres, el saber de la salud, fue gradualmente expropiado en beneficio de una institucionalidad moderna
dominada por los varones. La alianza histórica entre la ciencia masculina y la medicina moderna implicó también una lucha de género,
que terminó desplazando a las mujeres y confirmándolas en su papel
PAUTAS DE GÉNERO EN EL DESARROLLO DEL HABITUS MÉDICO
§
155
de amas de casa y madresposas (Ehrenreich y English, 1990; Oakley,
1985). Sólo gradualmente pudieron las mujeres regresar al espacio de
la salud, esta vez como profesionistas. Pero la impronta de la exclusión
de las mujeres permanece y, como se verá en seguida, las mujeres deben
tratar de sobreponerse a ella permanentemente.
La dimensión de género en la formación médica
A pesar de la desmotivación socialmente inducida
Conviene comenzar este análisis ubicando el problema de la desigualdad de género y su reproducción en las escuelas de medicina y los
hospitales de enseñanza, en el contexto social más amplio –también
estructurado sobre la base de la dominación masculina– del que las
instituciones educativas forman parte. A lo largo de los catorce grupos focales descritos al principio, se advierten una y otra vez expresiones
que dan cuenta de las dificultades que muchas estudiantes de medicina,
residentes del sexo femenino y médicas especialistas enfrentan regularmente para abrirse paso legítimamente como personas que libremente
eligieron formarse en la profesión médica y mantenerse en ella.
Hay varios testimonios que describen los reiterados mensajes
de desaliento que reciben las mujeres estudiantes de medicina de
parte de, parientes, amigos de la familia, o directamente de los propios padres –a veces de forma muy sutil, en otras de manera franca–.
Por ejemplo, una estudiante de Monterrey narra que un amigo
respetado por su familia le aconsejó elegir una carrera en la que no
tuviera que recibir un salario: “métete a lo que tú quieras hacer sin
que te paguen”:
Roberto: ¿Pero por qué te dijo eso?
Fernanda: Pues que muchas veces supongo que como la mujer es la
que lleva y cuida los hijos en el hogar, o sea a veces todavía en México
está muy, está mucho la idea del machismo de que el hombre es el
que lleva el dinero a la casa, entonces, pues o sea no importa que la
156
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
mujer tenga un trabajo muy, o sea donde gane mucho dinero mientras ella todavía pueda seguir ocupándose del hogar (GF Monterrey,
Núm. 13).9
La noción de que estudiar una carrera es finalmente irrelevante en
tanto que el cometido fundamental de las mujeres es desempeñarse
como amas de casa, esposas y madres de familia, aparece de diversas
formas en el material recolectado. Dos testimonios más al respecto
son muy ilustrativos. En el primero, una estudiante relata lo que le
respondió una amiga de la familia, médica ya mayor, cuando ella
le consultó su opinión acerca de su interés por estudiar medicina:
Me decía, “piénsalo muy bien, te vas a topar con insultos, te vas a
topar con muchas groserías, con mucha gente mala, tus mismos
compañeros, el ambiente no es lo que tú estás acostumbrada”; me
ponía muchas trabas… (Karime, GF Monterrey Núm.13).
En el segundo testimonio, otra estudiante relata que recibe apoyo de sus papás cuando le va mal en algún examen. Pero dicho apoyo
suele venir montado en un sutil mensaje de desaliento, en una invitación, que nunca cesa para que deje esa carrera y estudie algo que le
permita, eventualmente, conciliar la vida familiar con el trabajo (este
último siempre subordinado a la primera):
Pero yo creo que el que nos digan “ya salte de ahí” nos pasa a la
mayoría. A mí en mi caso mi papá es un hombre muy machista,
muy cuadrado en sus ideas y yo no sé si a alguna de ustedes les pasó
que llegabas de un examen de “fisio”, de “farma” y de lo que ustedes
quieran, y llegabas llorando a tu casa y te la pasaste estudiando dos
semanas o no dormiste tres días, y sabes que te fue mal, y mi papá
9
Los testimonios que se presentan en este artículo corresponden a los diversos grupos
focales (GF) realizados, mismos que se identifican según la localidad donde fueron realizados y el número que les corresponde, del 1 al 14. Los nombres de los informantes han
sido cambiados con el fin de preservar su anonimato.
PAUTAS DE GÉNERO EN EL DESARROLLO DEL HABITUS MÉDICO
§
157
llega y dice: “es que para qué te saliste de mecatrónica”… Y yo todavía batallo cada vez que se me ocurre llorar porque estoy estresada,
o llorar porque tengo sueño y no puedo dormir o por lo que quieras, o llegar con tu mamá y decirle “mamá, abrázame”, para que te
digan “para qué te metiste a eso”. Mi papá todavía cree que si yo
me caso, dejo la carrera, dejo de estudiar. Y tengo primos que tienen
hasta apuestas de que yo no termino la carrera (Gina, GF Monterrey,
Núm. 13).
En realidad, estas expresiones afectivizadas de desmotivación son
indicadores de diversos mandatos de género puestos en circulación
nuevamente por los propios familiares. Desde luego, no se trata de
una oposición social que se manifieste de la misma manera en todo
el país, ni que todas las mujeres enfrenten con la misma intensidad.
Se trata más bien de cierta predisposición socialmente inculcada
que, por lo mismo, se mantiene a veces imperceptible, y que se activa
sólo en algunos casos, sobre todo cuando ciertos agentes sociales en
posición de autoridad, se ven conminados a ejercer una función
regulatoria:
Viene un familiar un día y me dice: “la carrera de medicina no se
hizo para las mujeres”… yo dije: “híjole, entonces, ¿qué carreras
habrá para las mujeres?”, le pregunto yo: “la que tú quieras, está
secretaria, ama de casa, esposa… maestra” (Margarita, GF. DF,
Núm. 4).
Es decir, no se trata de una contracorriente (que se opone o mina
el interés de las estudiantes por convertirse en médicas), que derive
de la mala fe o de un plan deliberado para desviarlas de sus objetivos.
Al contrario: se trata de expresiones afectivizadas de orientación
vocacional, de consejería familiar, de solidaridad. Y precisamente por
eso es importante no minimizarlas, pues ahí, en el vehículo por medio
del cual se expresan –el afecto– radica la fuerza contra la cual deben
batirse quienes, pese a todo, persisten en su empeño por estudiar
medicina.
158
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
La escuela de medicina perpetúa patrones de exclusión
Ya en la facultad también pueden ocurrir diversas expresiones autorizadas, destinadas a “poner en su lugar” a las mujeres, a marcarles límites
que no deben traspasar (o asumir los costos si lo hacen), y en fin, a
reproducir las jerarquías y los ordenamientos de género vigentes en
todo el tejido social. Como en el caso anterior, se trata de manifestaciones que se vehiculizan a través de medios dotados de una capacidad
comunicativa particular, que van desde la posición de autoridad del
docente, hasta la sutileza de un sentido del humor suficientemente
ambiguo como para volver muy difícil cualquier intento de reproche.
Por ejemplo, puede ocurrir que en las aulas de clase las mujeres deban
enfrentar y lidiar con diversas expresiones de discriminación de género
que las lleva a ser construidas fundamentalmente como elementos
para el ornato,10 para la diversión o el “ligue”, para el servicio, o bien
como agentes francamente inferiores que no deben, por definición
(por ser mujeres) aspirar a las mejores calificaciones. Así por ejemplo,
una estudiante de Monterrey, que realizaba el internado, comentó:
Hay una materia que se llama competencia comunicativa y hay un
profesor que sí era así, de hecho nos pasaba y decía, todos íbamos
a dar clase pero si traíamos falda teníamos, teníamos diez (Mónica,
GF. Monterrey, Núm. 13).
En otro de los grupos focales, un interno describía a uno de sus
docentes:
O sea, es un adscrito que daba la clase de español, él les decía que
por cada centímetro arriba de la rodilla que trajeran su falda era un
punto al final. Lo decía como en broma pero cierto (José, GF Monterrey, Núm. 12).
10
En un grupo focal se relató que si bien la especialidad de cirugía está vedada para
las mujeres, en ocasiones los cirujanos “invitan” a las estudiantes o a las residentes a entrar
al quirófano para no aburrirse tanto.
PAUTAS DE GÉNERO EN EL DESARROLLO DEL HABITUS MÉDICO
§
159
Se trata en realidad de expresiones de acoso escolar en su vertiente
sexualizada, que se monta en la posición de poder que detenta el docente y que contribuye, a su vez, a reproducir la desigualdad de género
de la cual emana en primera instancia. Una estudiante relató:
Y me dice el doctor: “a ver Elena pasa a dar la clase”, y le digo:
“doctor, yo ya di la clase el día de ayer, hoy le toca a otra persona”
y dice: “no, pero párate”, le digo, “pero no quiero doctor, no traigo
la clase”. Sí la traía, pero yo no me quería parar, me sentía incómoda,
no quería pararme y dice: “por qué no te quieres parar, si queremos
verte todos”, le dije: “no quiero”. Pero eso me costó, yo tenía mi
promedio de exento y cuando va a haber examen me dice: “te vas a
ordinario”, “¿por qué doctor?”, “porque lo digo yo”. Lloré, me dio
diarrea, vomité, hice rabieta, hice de todo y me fui a ordinario. Y
le dije: “¿pero doctor, cuál fue el problema?” “Yo tomo en cuenta
otras consideraciones, yo veo otros aspectos”. Yo me enojé mucho
me molesté y le dije “uta madre doctor, ¿cuáles son esas consideraciones? aquí están mis calificaciones, yo estoy exenta igual que ella”.
Dijo: “No, te vas a ordinario” (Elena, GF Estado de México,
Núm. 11).
Además de servir de vehículo para inculcar la sumisión a la autoridad, las jerarquías vigentes en el salón de clase, dentro de una facultad
perteneciente a una carrera altamente diferenciada en rangos como la
medicina, pueden servir, literalmente, para reproducir la noción de
que las mujeres están, esencialmente, para dar placer. Pero además
de ello, dichas jerarquías también pueden servir para perpetuar la
noción de que el lugar de las mujeres en la Escuela de Medicina es
siempre secundario y subalterno. Esto puede comunicarse a través de
varias formas. Una de ellas, tal como lo relata una especialista de Morelos, es fijando arbitrariamente el tope máximo de calificación que
una mujer puede alcanzar en clases:
… cuando íbamos a hacer el examen, nos presentamos, de los treinta
que íbamos, a lo mejor diez lo presentamos y entonces nos dan los
160
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
papelitos y dice el doctor: “a ver, tome su papelito” y llegamos y
dice: “Yo les digo a las compañeras –éramos dos mujeres– si gustan
hacer el examen es 6 o adiós”. Y yo le decía: “Pero ¿por qué si todavía
no ve nada del tema?”, “Las mujeres no sirven para ser doctoras”.
Entonces nos quedamos mi compañera y yo: “¿lo presentamos, nos
exponemos?”. Y decía el doctor: “el 6 o el extraordinario, así de fácil,
porque las mujeres para la medicina, no, el hombre –nos decía– para
médicos, los mejores médicos, que lo van a ver en la profesión, son
hombres”. Y entonces se fue quedando toda esa situación, en algún
momento nos enfrentamos al examen, aunque le hayamos dicho lo
que nosotros sabíamos, nos dejó 6 y yo veía que nos preguntaba y
él escribiendo, nada más como diciendo: “Apúrate porque ya”. Y
nosotras éramos como relegadas en parte, por algunos médicos
especialistas que nos daban la clase y eso lo empezaba a notar y de
la expresión que el doctor dijo, regularmente a todas las mujeres
nos mandó a extraordinario y tuvieron que recursar la materia, no
sé qué sería del doctor, pero fue algo así que se quedaba marcado
como para siempre; entonces tengo que seguir adelante para demostrarle que lo que me dijo en aquel entonces, que en algún momento
me marcó, demostrarle que sí podemos (Doctora Salmerón, GF
Morelos, Núm. 3).
Los exámenes son la ocasión por excelencia en que los docentes
pueden exhibir y utilizar todo el poder de que disponen para reproducir
las jerarquías de género y de clase en las que se basa su desempeño en
primera instancia. Son también la ocasión para insistir en “poner a las
mujeres en su lugar”, esto es, para recordarles a todos que el papel que
deben desempeñar las mujeres es en primer lugar y ante todo, el de
esposa, pareja sexual o ama de casa. Son ocasión, pues, para descalificar de nuevo a aquellas que están tratando de remontar todos los
prejuicios de género que operan en su contra para convertirse, por
pleno derecho, en profesionales de la medicina. Dos testimonios más
ilustran esta situación. El primero de ellos corresponde a una especialista de Morelos que relató:
PAUTAS DE GÉNERO EN EL DESARROLLO DEL HABITUS MÉDICO
§
161
En esta facultad había un pediatra que es así muy, muy reconocido. Entonces todos le teníamos miedo porque además era muy
estricto, es inteligente, bueno, buen médico, pero es mala persona.
Entonces llegábamos y decía: “A ver, dime tal cosa”… y luego decía:
“No, es que no entiendo –si fallaba uno– no entiendo ¿qué hacen
ustedes aquí?; los hombres tienen la responsabilidad de mantener
una casa, pero las mujeres con que abran las piernas”, y eso lo repetía
constantemente (Doctora González, GF Morelos, Núm. 3).
El segundo testimonio corresponde a otra especialista que se formó
en el estado de Guerrero:
Pues igual, una experiencia similar con el doctor de propedéutica,
lo mismo, en el primer semestre, para mí la verdad fue muy difícil
seguir estudiando medicina; yo tuve que trasladarme a otro lugar
para poder estudiar… Y en cuanto a experiencias similares a las que
platican las doctoras, sí, igual, había un médico que simplemente
la máxima calificación era 7; por ser mujer, 7. Entonces si le contestabas más o menos bien, te hacía máximo 4 preguntas, si a la
segunda fallabas, pues igual te decía: “A ver tú, tienes pinta de cocinera, vete a hacer esto”. O sea luego, luego la agresión. Esto pues
no me pareció para nada, porque digo, no saben cuanto sacrificio
hace uno por estar ahí, entre pagos de renta, entre pagos de muchas
cosas y todavía alejamiento de la familia, como para que te estén
agrediendo o sea, como que eso ya lo captas hasta ahorita, yo lo
capto hasta ahorita; entonces realmente pues no hace uno nada y
te aguantas porque quieres seguir ahí, porque tienes un objetivo
(Doctora Serrano, GF Morelos Núm. 3).
Varios de los testimonios anteriores coinciden en el dato fundamental de que se trata de intervenciones docentes que marcan para
toda la vida y de cuya gravedad las antiguas estudiantes –hoy médicas
especialistas– se han venido dando cuenta al paso del tiempo. Se trata
entonces de una agenda oculta que se disimula, a veces hasta llegar a
confundirse ante la mirada poco preparada, como la de las estudiantes,
162
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
con la propia agenda formal de la carrera. Otros relatos refieren variantes del mismo mensaje, que van desde formas más sutiles, como
la del docente que cada tanto les decía que la medicina es una carrera
demasiado larga para las mujeres, hasta formas abiertamente agresivas
como el caso de un docente que se refería a las estudiantes como gente
que “deberían estar vendiendo verduras en el mercado”. En otros casos
el mensaje pasa por desincentivar a las mujeres a que hagan una especialidad. Una estudiante de pregrado de Monterrey relató lo que un
docente les dijo en clase:
Una mujer no puede pensar nada más en su especialidad porque
tiene que estar al pendiente de su familia, tiene que estar al pendiente
de sus hijos, tiene que estar al pendiente de su esposo.11 (Fernanda,
GF Monterrey, Núm. 13).
Resulta por lo demás reveladora la manera en que reaccionaron
los varones participantes en los grupos focales ante este tipo de aseveraciones. La mayoría de ellos acusaron plena familiaridad con estos
relatos y muchos atestiguaron por su cuenta situaciones parecidas. Sin
embargo, al preguntárseles en qué medida este tipo de abusos y formas
de discriminación se siguen presentando en la actualidad, la mayoría de
los varones respondió que eso ya no existe, versión que fue consistentemente rebatida por las mujeres, que los acusaron de no darse cuenta
porque no tienen que vivir estas situaciones cotidianamente. Y sin
embargo, los varones solían admitir que el acoso a las mujeres sigue
siendo una práctica regular dentro de los años de formación en medicina. Uno de ellos relató:
Hay acoso de los dos lados, pero es más marcado con las mujeres y
siempre se ha visto… en el internado, una doctora que sea bonita
y que tenga buen cuerpo, que esté bien pues, siempre va a tener
mucha ventaja sobre las demás, no sé por qué los médicos somos
11
No hay que perder de vista el carácter normativo de estas expresiones docentes.
PAUTAS DE GÉNERO EN EL DESARROLLO DEL HABITUS MÉDICO
§
163
así. Bueno, somos… [risas], en serio sí es así, le cargas menos la
mano, pero cuando se la merece… sí le das su buena regañadas o
lo que sea, o le da uno sus nalgadas… [se ríe]. O no falta la clásica
doctora que llega del internado, queriéndose ligar a un doctor y ella
siempre va a tener más privilegios que la demás… (Bruno, GF
Estado de México, Núm. 8).
El funcionamiento de la fábrica social puede ser enigmático para
sus propios actores, y con toda certeza en ello estriba parte de la eficiencia con la que opera. Como se muestra en el testimonio anterior, a
veces las cosas ocurren ante la propia “sorpresa” de los protagonistas:
“no sé por qué los médicos somos así”.
Reproducción profesional de la exclusión y la desigualdad de género
Como es previsible, este estilo docente está asociado a la reproducción
profesional de las desigualdades de género donde abiertamente se
proclama que ciertas especialidades médicas no son para las mujeres.
Destacan entre ellas, a partir de los testimonios recolectados, las de
cirugía y urología:
Cuando estaba en primer año, el maestro de histología preguntó a
las mujeres “¿en qué se van a especializar?” Y empezaron a decir de
que trauma, que esto, que lo otro, era como que la idea, estás en
primer año realmente no tienes una gran idea de qué es lo que vas
a hacer, entonces dice “¡Ah qué bueno!”, y “¿quién va a ser cirujano?”
Varios levantaron la mano y entre esos yo levanté la mano y entonces
dice: “¿Por qué las mujeres quieren entrar a cirugía? –dice– se ven
bien machorras”. Así lo dijo en el salón, “se ven muy machorras
queriendo ser cirujanas”, y claro que yo me ofendí (Tamara, GF
Monterrey, Núm. 13).
En torno a la urología existe también un sistemático alejamiento
de las mujeres con respecto a esta especialidad, una especie de aversión
que se retroalimenta con el mito que la sustenta:
164
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Roberto: ¿Por qué sí hay ginecólogos y no urólogas?
Antonio: Es el mito de la sociedad o sea, yo en lo personal no iría
con una uróloga.
Roberto: Imagínate que las mujeres dijeran “yo no iría con un
ginecólogo”.
Erika: La mayoría son ginecólogos.
Antonio: Como que es más común que la mujer vaya a ver al hombre, que el hombre a la mujer.
No sorprende entonces que en la propia operación de los servicios
de salud se vean reproducidas todas las diferencias de género que se
han cultivado y promovido desde el salón de clases:
Erika: Pero como quiera siguen imponiendo los hombres en medicina.
Roberto: ¿Qué imponen?
Erika: Todo en orden, en pedir cosas o sea no es pedir, es exigir, se
tienen que hacer las cosas como ellos digan, es su actitud, todos
están por encima de las doctoras mujeres cirujanos que están ahí.
Antonio: Yo creo que es una de las especialidades donde se ve muy
marcado el rango, bueno no el rango12 sino la división entre hombres y mujeres, es cirugía; por ejemplo, yo estaba rotando ahorita
por plástica y rotan por cirugía general y los dos R1, es un hombre
y una mujer, se ve como le cargan la mano a la mujer y por una
parte está bien porque así, en medicina así aprendes, en cuanto a
la práctica, pero la verdad si le cargan demasiado la mano o sea,
no la ven como compañera sino la ven como trabajadora, lo sientes, le cargan mucho, mucho la mano a la doctora (GF Monterrey,
Núm. 14).
12
La expresión “el rango”, y la inmediata corrección “bueno, no el rango sino
la división…” es expresión de un habitus en vías de colonización que está aprendiendo a
nombrar el mundo en los términos exactos en que prescribe el campo al que pertenece.
PAUTAS DE GÉNERO EN EL DESARROLLO DEL HABITUS MÉDICO
§
165
Si las mujeres son sistemáticamente construidas como inferiores, como agentes cuya carrera debe ser secundaria a su papel de
“madresposas”; si en clase son construidas ante todo como objetos
sexuados antes que como alumnas, como personas con minusvalía
intelectual por ser mujeres; en una palabra, si desde antes de entrar a
la carrera y sobre todo durante la misma, a lo largo de sus años de
formación, las mujeres deben sobreponerse permanentemente a un
conjunto de dispositivos sociales que las cercan y se despliegan en su
entorno para invisibilizarlas, para hacerlas menos, para remitirlas al
lugar de la subalternidad, ¿sorprende que durante su ejercicio profesional tengan constantes dificultades para ser vistas como lo que son,
médicas o especialistas? He aquí un extracto de un grupo focal donde
se ilustra con toda claridad este punto:
Roberto: He escuchado que las mujeres en particular tienen más
dificultad para acreditarse como médicas.
Dr. López: Sí, porque la sociedad influye mucho, a las doctoras les
dicen: “señoritas”.
Dra. Bahena: Yo no volteo.
Dr. López: Eso es no sé, una costumbre o algo que tiene la sociedad
y les dicen a las doctoras: “señoritas”.
Dra. Bahena: Me costó tanto trabajo como para que me digan
señorita.
Dr. López: Y a los hombres nos dicen: “doctor”.
Dra. Bahena: Aunque sea un camillero.
Dr. López: Aunque sea un camillero, esa es totalmente la diferencia,
ahí es abismal: mujeres: señoritas. Hombres: doctores. Y le tienen
respeto y lo que diga el hombre o el doctor. Es el que tiene la razón;
“porque la doctora o la señorita me dijo esto y yo no le creí”.
Roberto: ¿Ustedes sí han vivido eso, doctora Salmerón, doctora
Ruíz? A ver, cuéntenme algo de eso.
166
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Dra. Salmerón: “Me pasa el cómodo”, “me pasa el…”, “señorita ya
se me tapó el suero, para que le diga al doctor”, y luego al camillero:
“doctor, ¿ya me va a revisar?”.
Dra. Bahena: Yo de plano no volteo, si me dicen “señorita”, yo no
volteo, yo creo que hay que darse su lugar, es como permitirle a la
misma gente esa falta de respeto, digo, no, me costó tantos años
para que me digan señorita, digo no por lo que signifique esa palabra,
sino la manera en la que lo dice la gente, estamos los dos juntos,
“señorita”, “oiga doctor”, “oiga, ¿qué le pasa?, las señoritas y ni ellas,
ellas son enfermeras, las que tienen las cofias, ellas tampoco son
señoritas, son enfermeras y yo soy doctora, ¿dígame en qué le puedo
ayudar?”, “¡Ay, perdón!”, y así como eso, bueno, son cosas que bueno,
pues sí, pero no voy a cambiar a toda la gente, verdad, pero he
aprendido a vivir con eso,13 pero sí cuando es preciso y necesario yo
no volteo y no contesto, a lo mejor sí soy un poco grosera, en ese
sentido y si puedo evadir eso, lo evado (GF Morelos, Núm. 3).
Como se señaló al comenzar este trabajo, Goffman descubrió
que el sí mismo, la identidad social de los actores, es un fenómeno que
emerge de la interacción entre ellos, lejos de ser un atributo esencialista
que brille por sí mismo. En el espacio de la medicina se confirma este
principio con sorprendente contundencia. Ya lo había anticipado West
(1984) quien, trabajando con el concepto de “master estatus” (Hughes,
1993), descubrió que en los encuentros médico-paciente con actores
de diferente sexo, los varones perciben ante sí a una mujer (independientemente de que sea médica o paciente), mientras que las mujeres
perciben ante sí a un médico o a un paciente (independientemente
de que sea varón). Es claro que esta distorsión en la percepción –y esta
imposición de la identidad– está presente en todas las personas usuarias
de los servicios de salud, sin importar su sexo. La identidad, el prestigio
que le es concomitante, y la credibilidad de los actores, están mediados
por las desigualdades de género. Los años de formación médica, y el
13
Se aprende a vivir con eso. Se interioriza en forma de habitus.
PAUTAS DE GÉNERO EN EL DESARROLLO DEL HABITUS MÉDICO
§
167
estilo docente que ahí se practica –así se trate de casos no mayoritarios– no son ajenos a esta construcción.
Conclusión
Reviste la mayor importancia estudiar el origen social y los efectos
prácticos de las determinaciones y las desigualdades de género que se
hacen evidentes en la interacción cotidiana entre docentes y el estudiantado de medicina, durante la formación en el pregrado, en el
internado y durante los años de especialización médica. Al basarse en
la desigualdad de género, y al reproducirla, dichas formas de interacción son un vehículo privilegiado por medio del cual se forma el
habitus médico que, a su vez, será funcional en la reproducción de las
estructuras de género propias del campo médico que le dieron origen
en primera instancia. Aunque se presentan a sí mismas como meras
formas de trato a veces jocosas, a veces altaneras, a veces, cuando más,
un tanto abusivas –pero siempre como conductas que sólo remiten a
lo irrelevante–14 estas pautas de interacción constituyen auténticas
“tecnologías del yo”. Constituyen una forma de violencia simbólica
que en la escuela de medicina resulta particularmente funcional; son,
por tanto, formas de micro-poder directamente relacionadas con el
orden institucional de género en pleno funcionamiento. Ello significa
que sobre el “sí mismo” o self de los/as médicos/as que se forman en
esta fábrica social, es posible ejercer un análisis arqueológico15 que
14
“No podemos entender la violencia simbólica de [las instituciones educativas] a
menos de que analicemos en detalle la relación entre las características objetivas de las
organizaciones que la ejecutan y las disposiciones socialmente constituidas de los agentes
sobre los cuales se ejerce” (Bourdieu, 1996: 3, paréntesis añadido para fines de claridad).
15
“Si la arqueología confronta el discurso médico con cierto número de prácticas es
para descubrir unas relaciones mucho menos ‘inmediatas’ que la expresión, pero mucho
más directas que las de una causalidad relevada por la conciencia de los sujetos parlantes.
Quiere mostrar no como la práctica política ha determinado el sentido y la forma del
discurso médico, sino como y con qué título forma ella parte de sus condiciones de emergencia, de inserción y de funcionamiento” (Foucault, 1991: 274).
168
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
remite, en última instancia, al proyecto institucional de dominación
de la modernidad que identificó Foucault.
No está de más insistir en la importancia de realizar esta investigación en el espacio de formación médica: la escuela de medicina y el
hospital de enseñanza. Estos constituyen los escenarios por excelencia
donde se gesta la reproducción de las estructuras de desigualdad de
género y de poder del campo médico en su conjunto. Un campo que,
a la vez, recrea en estas instituciones las condiciones para la producción
de su propia legitimidad. Se trata de prácticas con las cuales los/as
estudiantes están bien familiarizados/as pero cuya trascendencia, sin
embargo, es sistemáticamente desconocida por ellos y ellas.16
La actuación de los profesores que hostilizan, discriminan, utilizan
y humillan a las alumnas en tanto mujeres, es pues producto de un
habitus médico que a su vez comienza a gestarse en los años de formación y que se reproduce puntualmente por medio del ejercicio cotidiano de la profesión. Es decir, de un habitus que es plenamente
concordante con la estructura del campo al que pertenece –el campo
médico– y que explica la naturalidad con que se despliegan dichas
conductas de género; un campo médico que a su vez es parte de un
orden social en el que la desigualdad de género es constitutiva. Al
enfocar así el objeto de estudio es posible, en primer lugar, comprender por qué se puede ser un profesional de la medicina, en toda la
extensión de la palabra, y al mismo tiempo incurrir en este tipo de
conductas discriminatorias cuando se enseña: se requiere examinar
de qué está hecho socialmente el profesionalismo de los médicos. Es
posible, en segundo lugar, darle importancia a las expresiones de resistencia de las alumnas frente a las agresiones de este tipo, y también a
sus estrategias de adaptación frente a las mismas, elementos ambos
16
“La sociología de la educación se ubica en los fundamentos mismos de una antropología general del poder y de la legitimidad. Nos permite, de hecho, comprender los
mecanismos responsables de la reproducción de las estructuras sociales y de la reproducción
de las estructuras mentales que, dado que están genética y estructuralmente vinculadas a
estas estructuras objetivas, favorecen el desconocimiento (misrecognition) de su verdad y
por lo tanto el reconocimiento de su legitimidad” (Bourdieu, 1996: 5).
PAUTAS DE GÉNERO EN EL DESARROLLO DEL HABITUS MÉDICO
§
169
que vehiculizan un habitus en formación. Permite comprender, en
tercer lugar, la naturalidad con que muchos/as estudiantes –sobre
todo varones– viven este tipo de conductas, así como el aparente “desconcierto” que exhiben algunos frente a ellas, para las que no tienen
más explicaciones que atribuirlas a “la costumbre” o a un simple “no
sé por qué a veces somos así los hombres”. Permite advertir, en cuarto
lugar, el papel central que desempeña este currículum no-formal,
oculto, en la reproducción de las jerarquías dentro de la profesión
médica, entre las cuales las de género no son las menos importantes.
Y finalmente, permite comprender por qué resulta tan difícil impulsar cambios concretos en la manera en que se forma a los/as médicos/
as y transformar el estilo autoritario que caracteriza la relación entre
los diferentes rangos de la profesión: si el habitus es la estructura social hecha cuerpo en forma de predisposiciones generativas, atacar
dicha estructura es poner en cuestionamiento la propia subjetividad
de sus actores.17
Con todo, la única vía para el cambio pasa justamente por la objetivación de este tipo de fenómenos, por más incómodos que este
tipo de estudios resulten para el establishment médico. En la fidelidad
a sus propios fines, más que en la complicidad con los poderes fácticos,
estriba la fecundidad de una disciplina como la sociología médica.
Agradecimiento
Debo a Benelli Velázquez la sistematización y análisis preliminar de
los testimonios presentados en este trabajo, así como su apoyo en la
búsqueda de material bibliográfico.
17
“Si puede parecer más fácil reformar la seguridad social o las convenciones ortográficas o el currículum de historia de la literatura, esto se debe a que, al defender incluso
el aspecto más arbitrario de un arbitrario cultural, los detentadores del capital cultural…
están defendiendo no sólo sus acciones, inversiones y valores, sino también algo como su
integridad mental” (Bourdieu, 1996: 6).
170
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
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Violencias cotidianas, acoso laboral y salud
ROCÍO FUENTES VALDIVIESO
RESUMEN: El objetivo del presente artículo es analizar las condiciones en
que laboran las mujeres profesionistas y los conflictos con los que se
enfrentan cotidianamente a varias décadas de su inserción en el mercado
laboral y como la violencia cotidiana y el acoso laboral o mobbing constituyen parte de las múltiples formas de discriminación que viven las mujeres
y que muchas veces inhibe su productividad y sus aspiraciones de realización
personal. La metodología utilizada para la elaboración del presente artículo,
es de corte cualitativa. Los datos se obtuvieron a partir de entrevistas en
profundidad, además de la observación de agresión en mujeres en algunos
ambientes laborales como instituciones y empresas. Los hallazgos mostraron
que las mujeres enfrentan continuamente violencia cotidiana que les provoca
una variedad de emociones que alteran su salud como el miedo, sensación
de cansancio, irritabilidad, pesimismo y, varias de ellas buscan la renuncia
o la jubilación anticipada a su empleo ante el hartazgo emocional.
PALABRAS CLAVE:
agresión, lenguaje, cultura, mujeres.
La incorporación de las mujeres a los ámbitos laborales fuera de los
espacios domésticos tanto en México como en otras partes del mundo,
generó cambios en la vida laboral desde mediados del siglo XX hasta
175
176
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
los inicios del XXI. Por lo que es importante analizar las condiciones
en que laboran las mujeres profesionistas y los conflictos con los que
se enfrentan cotidianamente a varias décadas de su inserción. Las preguntas que se buscaron responder con esta investigación son las siguientes
¿Cómo impacta la violencia cotidiana la vida de las mujeres profesionistas y trabajadoras? ¿Cuándo es violencia cotidiana y cuándo es acoso
laboral? De esta manera, buscamos dar cuenta del proceso de conformación de la violencia cotidiana con características grupales que se ha
conocido en la teoría no necesariamente feminista, como mobbing o
acoso laboral y que repercute de manera negativa en la salud.
Las violencias cotidianas son violencias de género. Desde la perspectiva que señala Marcela Lagarde en su libro Género y feminismo,
“Cada mujer y cada hombre sintetizan y concretan en la experiencia
de sus propias vidas el proceso sociocultural e histórico que los hace
ser precisamente ese hombre y esa mujer; sujetos de su propia sociedad,
vivientes a través de su cultura…” (Lagarde, 2001: 36). Así podemos
decir, que lo que para algunas personas es acoso y violencia para otras
no lo es. Sin embargo, es violencia cuando la acción es intencionada
y lleva el objetivo de dañar a alguien y principalmente a alguna o varias
mujeres. El tipo de acoso al que nos referiremos en este trabajo se le
ha llamado mobbing, cuya traducción del idioma inglés, del verbo to
mob, que se traduce como acosar, no es tan específica en el español,
pero se trata de un acoso grupal que en diversas ocasiones inicia de
manera sutil e individual, que aumenta en intensidad hasta dejar a las
personas acosadas emocional y físicamente discapacitadas.
Actualmente, varias mujeres profesionistas que laboran en una
institución o empresa hablan de manera directa sobre sus experiencias
y los diferentes tipos de agresión que sufren o que padecieron de forma
silenciosa y sutil a lo largo de sus trayectorias laborales (Fuentes, 2009).
Las mujeres reconocen el acoso como un problema; esto es, porque
se ha visibilizado por medio de diferentes movimientos sociales, principalmente del feminista, que las mujeres no deben vivir y trabajar
con violencia (Hirigoyen, 2001; Lagarde, 2001; Lamas, M., 2006).
La metodología utilizada para este trabajo fue de corte cualitativo
y se buscó rescatar las trayectorias laborales de mujeres trabajadoras
VIOLENCIAS COTIDIANAS, ACOSO LABORAL Y SALUD
§
177
principalmente profesionistas, para entender cómo se configura y reproduce un tipo de violencia que alcanza niveles de agresividad psicológica incalculables, misma, que actualmente constituye un componente
esencial de la vida laboral.1 Las entrevistas se aplicaron a diez mujeres
con diversas edades y grados de escolaridad: dos con nivel licenciatura,
tres con maestría, dos con doctorado, una con posdoctorado y dos
estudiantes de doctorado en ciencias sociales.
Los casos que se eligieron fueron los más representativos de lo
que es la violencia cotidiana, y, que por la persistencia de la agresión que
comprendió periodos mayores a seis meses, pasó a ser un acoso laboral
o mobbing. Los datos se obtuvieron a partir de 10 entrevistas seleccionadas de un total de 45 entrevistas en profundidad aplicadas a mujeres
profesionistas que participaron de manera voluntaria por consentimiento informado. El objetivo fue analizar los procesos de acoso
psicológico laboral y sus inicios en un tiempo mayor a seis meses. Los
datos obtenidos se centraron en la percepción y vivencia de las mujeres
en los ambientes laborales.
El artículo se encuentra conformado de la siguiente manera: primero se aborda un marco teórico, retomado de la teoría feminista,
que muestra los argumentos que sustentan los conceptos para el análisis
del tema y, posteriormente, se exponen las reflexiones de los casos,
hasta llegar a las consideraciones finales. Debido a las limitaciones de
extensión del documento no se expondrán los casos.
El feminismo como una herramienta para el estudio
del acoso psicológico laboral (mobbing)
El feminismo como un conjunto de posturas teóricas, ha permitido
reconocer las desigualdades que prevalecen en la sociedad (Blázquez,
2010. Lagarde, 2001). Aunque las posiciones feministas pueden ser
1
Este trabajo tiene su antecedente en una investigación antropológica que inició en
el año de 2009 que trata sobre el Acoso grupal en el trabajo y su relación con la fibromialgia.
Es parte de un proyecto en curso apoyado por el Instituto Politécnico Nacional (IPN).
178
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
heterogéneas, existen dos puntos en los que se tiene consenso, el primero es que el género se encuentra en interacción con otras categorías
como raza, clase, etnia, edad y preferencia sexual; y el segundo plantea
que no es suficiente entender como funciona y como está organizada
la vida social, sino también es necesaria la acción, por lo que uno de
los compromisos centrales del feminismo es el cambio, pero sobre
todo el cambio social progresivo en general (Blázquez, 2010, p. 34).
Por otro lado, Mabel Burín analiza desde el psicoanálisis la subjetividad de las mujeres y los aspectos laborales, observa que existen
elementos objetivos y subjetivos que impiden el desempeño laboral
de las mujeres como resultado de las sociedades patriarcales en las
que están insertas (Burín, 2008). Según esta autora, las subjetividades
femeninas están permeadas por aspectos sociales y culturales que
desde el psicoanálisis son entendidos desde una perspectiva individual,
esto es cuando los sujetos entienden sus procesos de vida. Tales sentimientos moldean los comportamientos y aspiraciones laborales de
las mujeres e impiden de diversas maneras que ellas avancen en los
ascensos, topándose constantemente con el llamado “techo de cristal.”
Este concepto es descrito a partir de su doble inscripción: en su aspecto objetivo, como una realidad discriminatoria hacia las mujeres
existente en la mayoría de las organizaciones laborales, y como una
realidad subjetiva que impone detención y retroceso en los proyectos
de las mujeres.
Así, el techo de cristal se define “como una superficie superior
invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar, que
les impide seguir avanzando. Su carácter de invisibilidad está dado
por el hecho de que no existen leyes ni dispositivos sociales establecidos
ni códigos visibles que impongan a las mujeres semejante limitación,
sino que está construido sobre la base de otros rasgos que, por su
invisibilidad, son difíciles de detectar” (Burín, op. cit.: 38). El miedo
a padecer alguna agresión con violencia y acoso laboral, detiene a
algunas mujeres de seguir avanzando en términos laborales y profesionales; para otras que deciden hacerlo, aún con la violencia cotidiana
y acoso, a veces pagan costos muy altos tanto en su vida personal como
en la salud.
VIOLENCIAS COTIDIANAS, ACOSO LABORAL Y SALUD
§
179
Para Mabel Burín el llamado techo de cristal, “se gesta en la temprana infancia y adquiere una dimensión más relevante a partir de la
pubertad en las niñas”. La importancia del análisis de este fenómeno
en los estadios tempranos de la configuración de la subjetividad femenina se manifiesta cuando comprendemos sus efectos ulteriores, sobre
su salud mental y sus modos de enfermar. Es desde esta perspectiva,
que las subjetividades de las mujeres se moldean para desempeñarse en
los espacios laborales, desde sus formas de redimir sus labores hasta las
maneras de rivalizar entre mujeres. De esta forma se considera que el
techo de cristal, el piso pegajoso, el laberinto y las fronteras, forman
parte de las subjetividades que componen las violencias cotidianas y el
acoso laboral o mobbing. Los datos empíricos nos muestran que son
varias las mujeres que se enfrentan con situaciones que les impide sobresalir y desarrollarse laboralmente, no sólo por las condiciones subjetivas, sino también por las objetivas como son la políticas de las
empresas, las instituciones y las normas que rigen la organización.
Al tratar de entender la subjetividades femeninas con una aproximación de los conceptos propuestos por Mabel Burín, se puede constatar que en los espacios laborales mexicanos, las mujeres se enfrentan
continuamente con los lenguajes sexistas, con el acoso de diferentes
tipos como son el psicológico y el sexual (Castañeda, 2002; Fuentes,
2009; Velázquez, 2006); hecho que les genera malestar y ello las vuelve
vulnerables en los ambientes laborales. Así también manifiestan síntomas diversos que les altera la salud, como rigidez en el cuello, sensación de cansancio acompañado de fatiga excesiva, insomnio, dolor
músculo esquelético discapacitante, frustración, sensación de tristeza;
así al enfermar presentan una sintomatología compleja cuyos diagnósticos médicos y el tratamiento no siempre generan bienestar, pero
sí pueden llegar a provocar una adicción al consumo de antidepresivos
y analgésicos o polifarmacia (Hirigoyen, 2001; Fuentes y Lara, 2011;
Ordorika, 2009).
Actualmente se viven momentos de cambios sociales en los que
las experiencias laborales se están reconfigurando debido a que cada
vez se le exige a la población trabajadora una mayor productividad
por medio de la competición, metas y gratificaciones, éstas últimas se
180
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
dan en bonos o una cantidad mayor del salario, pero las premiaciones
sólo son para algunos/as y no para todos y todas, esta situación crea
entre los y las trabajadores/as tensión y ansiedad en sus espacios laborales, y hace que trabajen jornadas de hasta doce o más horas para
alcanzar los requerimientos de la productividad. Así las formas institucionales generan violencia e incomodidad entre las/os trabajadores
que laboran en ellas, aunque, los modelos de competencias parezcan
menos agresivos y más humanos en un sentido más amplio, las consecuencias de estas políticas de gestión son la provocación de violencias
e insatisfacciones principalmente entre las mujeres profesionistas
(Bustos, 2008).
Por otro lado, Celia Amorós, en una entrevista periodística, señala
que las mujeres que buscan autonomía suelen ser las más agredidas,
pero que también las mujeres reproducen un círculo vicioso en cuanto
a su formación de subordinadas:
El problema de las mujeres es que ya van cojas al mercado de trabajo
y se produce así un círculo vicioso. Entran en desventaja al mercado
laboral por la situación que tienen en la familia, y a su vez, se refuerza
esa situación de subordinación que tienen en la familia por las
condiciones de inferioridad en que se encuentran en el mercado
laboral. La ley de conciliación podría romper en alguna medida ese
círculo vicioso, pero hay que implementarla adecuadamente.
En el lugar de trabajo se manifiestan los aspectos subjetivos y las
maneras en que las mujeres conciben el mundo, es aquí donde se
reproducen las formas patriarcales en las que las mujeres fueron educadas, y por otra parte, los hombres imponen sus propias formas
patriarcales entendidas como el ejercicio del poder, a esto se le puede
llamar, patriarcados locales que se desarrollan en cada institución o
empresa. Al patriarcado local se le define como, el ejercicio de poder
que practican los hombres desde cada una de sus posiciones o jerarquías y en el que participan las mujeres sujetándose a ellos y a sus
deseos. Los hombres establecen pactos y acuerdos entre ellos mismos,
que son aceptados tácitamente hasta institucionalizarse; la alteración
VIOLENCIAS COTIDIANAS, ACOSO LABORAL Y SALUD
§
181
de éstos genera conflicto a los hombres cuando ven invadidos sus
espacios de poder sobre todo en el ámbito laboral; así las instituciones
desarrollan sus propias formas de patriarcado y junto con ello sus
sanciones. Aquellos hombres o mujeres que pongan en riesgo el poder
establecido, son agredidos (as) y pueden llegar a vivir un acoso psicológico laboral severo.
La violencia cotidiana
La violencia cotidiana es aquella que lastima a una persona hombre o
mujer dentro del espacio laboral, es parte del ambiente de trabajo y
se presenta frecuentemente por medio del lenguaje hablado y no hablado o paralenguaje. Se entiende por violencia contra las mujeres,
como “cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause
daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual
o la muerte tanto en el ámbito privado como en el público” (Ley
General de Acceso a las Mujeres para una vida libre de violencia).
Las violencias cotidianas, como su nombre lo indica, son una parte
inherente de la educación y la cultura, son actos pensados para provocar
malestar. Entre las más comunes, están las miradas que recorren los
cuerpos, así sean de hombres o de mujeres, las burlas, las críticas en
la forma de vestir y desempeñarse, la mediatización de la vida personal, la descalificación abierta y constante de los trabajos profesionales
y académicos. De este modo, los ambientes laborales se tornan tóxicos
cuando se anteponen los intereses personales y se disipa el trabajo en
equipo cordial y respetuoso. Se entiende por ambiente de trabajo la
construcción subjetiva de un espacio de interacción; es subjetiva porque se crean espacios idealizados y considerados como propios, puesto que es un lugar donde se labora por una o más horas, asimismo, es
el terreno donde el sujeto desarrolla actividades que se relacionan con
aspectos laborales y académicos o que implican relaciones sociales
mediadas por una relación jerárquica, como: jefe/a-subordinada,
alumna-profesora (or) (Fuentes y Lara, 2011:299).
182
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Por otra parte, el clima laboral es la suma de las sensaciones físicas
y emocionales percibidas por las personas en los lugares donde laboran.
Entre estas sensaciones están la comodidad corporal, las sensibilidades
estéticas y las relaciones sociales; además pueden influir en ellas la
ubicación del puesto de trabajo que ocupa una persona y el tipo de
entorno social en que está inmersa. Un ambiente laboral adecuado,
puede aminorar las relaciones hostiles de quienes trabajan en él, o al
contrario, enfatizarlas (Hall, 1990; Montmolin, 1996).
Por tanto, la violencia laboral es toda acción ejercida en el ámbito
del trabajo que manifieste abuso de poder por parte, del empleador, del
personal jerárquico, de quien tenga la función de mando, de un tercero
vinculado directa o indirectamente con él o quien tenga influencias de
cualquier tipo sobre la superioridad. Esta acción es ejercida sobre el/la
trabajador/a, atentando contra, su dignidad, integridad física, sexual,
psicológica o social, mediante, amenazas, intimidación, maltrato, persecución, menosprecio, insultos, reiteradas bromas sarcásticas, discriminación
negativa, desvalorización de la tarea realizada, imposición, inequidad
salarial, exclusión de las propuestas de ascensos, traslados compulsivos,
acoso psicológico y el acoso sexual (Fuentes y Lara, 2007).
La violencia cotidiana a diferencia del mobbing o acoso laboral, es
circunstancial, en algunas ocasiones es pasajera y a la persona agredida
suele olvidársele el momento de la agresión, mientras que en el mobbing
se trata de un acoso psicológico persistente dirigido hacia una persona
o bien puede ser un grupo de personas, por tanto, para que el acoso se
vaya desarrollando requiere de un proceso que va acompañado de un
periodo de gestación como se ha señalado en investigaciones sobre el
tema de mobbing (Hirigoyen, 2005; M. Parés, 2006; Fuentes y Lara,
A., 2007). El mobbing se considera como un proceso de agresión que
puede ir de lo simple a lo complejo, como se muestra a continuación.
Mobbing o acoso laboral
El mobbing como su nombre lo indica, es un tipo de agresión encubierta que no se había estudiado en México con mayor sistematización
VIOLENCIAS COTIDIANAS, ACOSO LABORAL Y SALUD
§
183
como ahora está ocurriendo, si bien el feminismo ha mostrado que la
violencia hacia las mujeres es histórica, todavía no existen datos cuantitativos que nos permitan conocer y particularizar la frecuencia de
los diversos tipos de violencia en México.
Los antecedentes del mobbing se remontan a los estudios etológicos
que realizó Konrand Lorenz, quien utilizó el término para referirse al
ataque de un grupo de animales pequeños gregarios acosando a un
animal solitario mayor (Lorenz, 1991). Leyman adoptó el término en
la década de los ochenta al toparse con conductas similares en el mundo
laboral (Leyman, 1996). A finales del siglo XX Marie France Hirigoyen,
da cuenta de la complejidad y de lo confuso que aparece este problema
en contextos reales, debido al conjunto de aspectos morales que intervienen en los acosos. Marina Parés, explica que el mobbing, suele proceder
de agresiones entre iguales como colegas o jefes de la misma edad que
tienden a agredirse más que otros en los trabajos (Parés, 2007). Sin
embargo, estudios recientes han mostrado que el acoso laboral es más
profundo y complejo de lo que se puede imaginar. En él intervienen
aspectos subjetivos como es el odio, la xenofobia, la homofobia, y la
discriminación a lo étnico o lo diferente (Fuentes, 2012).
Por otra parte, en México se ha mostrado que los resultados de un
proceso largo y doloroso como es el acoso laboral tienen repercusiones en la salud de quienes lo padecen, pero que, además, tiene efectos
secundarios entre los miembros de las familias de las víctimas (Fuentes
y Lara, 2011a).
El problema no está necesariamente en la acosada, sino en la parte
acosadora; pues subyacen otros aspectos subjetivos, entre ellos los
prejuicios sociales para ejercer el acoso laboral (Hirigoyen, 2001).
Detrás de las políticas institucionales están presentes hombres y mujeres
que representan un cargo, todas ellas llevan consigo un conjunto de
aspectos simbólicos que están atravesados por su cultura de la que no
pueden deshacerse fácilmente (Volio, 2008).
Tales órdenes sociales llevan a la reproducción de prácticas violentas
incuestionables que se perpetúan en la sociedad. La agresión se ve
como cotidiana, normal, tácitamente institucionalizada, cuando no
lo es, y tampoco debe ser aceptada en ninguna de sus formas (Fuentes,
184
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
2012). Las desigualdades sociales dentro de los espacios laborales hace
que la comunidad trabajadora viva tensión y ansiedad, tanto dentro
como fuera de ellos, tal es el caso de los y las profesionistas e investigadores/as que pretenden permanecer en el Sistema Nacional de Investigadores que tienen que demostrar una sobreproducción académica
(SNI) (Álvarez et al., 2010).
Los espacios laborales se convierten en campos de acción para
descargar los sentimientos más crueles como el odio, la envidia, la
ira, pero también, otros como el amor y las relaciones amistosas.
Paradójicamente, la formalización de relaciones amorosas en tales
espacios, pueden desencadenar actos violentos entre pares derivados
de la celotipia causada por tales relaciones, además, cuando de manera
irresponsable se tienen uno o más vínculos amorosos en el mismo
lugar, las relaciones entre compañeros/as de trabajo suelen tornarse
más agresivas por las rivalidades y los celos entre los y las implicadas.
La irresponsabilidad del manejo de los sentimientos y emociones en
las escuelas de educación superior desatan rivalidades entre profesores
y alumnas (os), o bien con la pareja del profesor o la alumna; aunque
las relaciones no sean del todo abiertas y reconocidas, se mediatizan
y provocan agresiones, marginación y rivalidad.
El mobbing se conforma por procesos complejos que no tienen una
explicación específica e inmediata, porque muchas veces la persona
acosadora no sabe por que arremete contra alguien y no puede reconocer
porqué lo hace. La parte acosadora no admite sus sentimientos, prefiere
encubrirlos, justificarlos, antes que aceptarlos y si acaso lo hace, lo guarda
para él o ella mismo (a). De acuerdo con Aaron Beck (2003), este es
uno de los mecanismos más humanos de esconder la vergüenza de los
actos, porque la persona que arremete sutil o abiertamente teme verse
descubierta y que los/as demás se enteren de la miseria humana que
traslada bajo una personalidad aparente de eminencia, líder, profesor/a
emérito/a y más. La investidura de “eminente”, algunas veces, le concede
a otros u otras el poder de agredir y atacar a hombres y mujeres que se
encuentran en situación de debilidad o de subordinación.
Existe una gran diversidad de razones que hacen que una persona
en el puesto de jefatura o un/a colega se convierta en acosador/a u
VIOLENCIAS COTIDIANAS, ACOSO LABORAL Y SALUD
§
185
hostigador/a, también existen ambientes propicios para que este fenómeno se dé con mayor facilidad y rapidez. Pocas veces los/as responsables del personal y la dirección de la institución tienen en cuenta
las rivalidades que se entretejen en su interior y justifican las acciones
con la negación de su importancia. Por otra parte se dan momentos
en que los responsables de personal y la dirección de la institución o
empresa deberían estar más en alerta ya que parecerían ser un buen
vehículo transmisor de tendencias acosadoras, dichos momentos son:
situaciones de crisis como un cambio de dirección, elevada carga de
trabajo, reducción de la jornada o de las horas contratadas sin bajar
el nivel de producción (González et al., 2004).
El proceso del mobbing
El mobbing o acoso laboral, como ya se ha dicho, es parte de un
proceso que puede variar en diversos tiempos, se han sistematizado cinco
fases: a) fase de enamoramiento, b) fase de conflicto y estigmatización,
c) fase de intervención de la empresa, d) fase de marginación y exclusión; e) fase de salida de la organización.
La primera fase o de enamoramiento, se desencadena a partir de
situaciones simples y cotidianas: una pequeña discusión, un saludo
no correspondido por accidente, en un principio es eso, lo simple;
pero pronto se elevará de intensidad, si no es abordado con la suficiente
antelación, se pierde la comunicación y se manejan dobles discursos.
La fase de enamoramiento todavía no es acoso, es desde la perspectiva
de éste trabajo, parte de la violencia cotidiana, es aquí donde se gesta
el acoso, ocurre lo inconfesable, surgen sentimientos diversos como
por ejemplo, la comparación personal. De acuerdo con Aaron Beck
(2003) la comparación personal provoca sufrimiento en los seres
humanos, además que conduce a la envidia. La segunda fase o de
conflicto, es cuando el acoso adquiere comportamientos repetidos, su
intención es causar incomodidad en la persona acosada, hacerle algo
que le duela que sienta el poder de quien le estigmatiza y aísla. La fase
de intervención de la empresa, cuando decide intervenir la línea
186
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
jerárquica, el problema está bastante avanzado y casi siempre se encuentran prejuiciados por las descalificaciones de la persona o grupo
acosador. Sin embargo, existen directivos(as) que sí intervienen y tratan
de ser objetivos(as) sin dejarse llevar por las descalificaciones, rescatan al/la trabajador/a docente o alumnas (os), a través de una investigación y revisión del caso. Esto sucede cuando se trata de directivos(as)
profesionales y con una práctica ética. La fase de marginación surge
cuando las repercusiones del acoso son evidentes tanto en sus relaciones
familiares como en su espacio laboral. En este caso la persona acosada
requiere ayuda médica. La última fase consiste en la salida de la organización, en ésta algunas veces se logran los cambios de departamento
o de zona y otras son despedidas sin mediar palabra ni justificar las
causas de dicho despido.
El origen del mobbing no es el conflicto, sino la “perversión”, entendida como formas de actuar, pensadas y dirigidas a causar daño a
alguien utilizando diversos medios de comunicación (verbal y no
verbal), es también el fallo de los mecanismos de resolución de conflictos; para Rafael Echeverría, el conflicto se resuelve a través de la
comunicación porque abre posibilidades de acción e intervención que
otras interpretaciones no pueden ofrecer (Echeverría, 2007). Sin duda,
la comunicación es indispensable, pero se requiere algo más como la
voluntad y la ejecución de la misma para dejar de acosar.
La acosada no entiende qué pasa, se desfigura su idea de ser aceptada por los otros, atraviesa por un lapso de tiempo para entender
que hay un malestar cuyo origen no puede explicar. Todo cambia, la
autoestima y confianza de la acosada se resienten, la presión a la que
es sometida le inquieta y los cambios en su carácter comienzan a
hacerse evidentes, se vuelve arisca, antipática, desconfiada, solitaria y
silenciosa, camina con la mirada baja o también asume una postura
de indiferencia como un mecanismo de defensa de su autoestima (Beck, 2003). Algunas personas niegan la vivencia de este tipo de
violencia, no quieren reconocerlo porque tal vez les llevaría a solicitar
su renuncia y temen perder su puesto de trabajo. Mientras, que la
persona acosadora algunas veces asume una postura narcisista, de
indiferencia, demuestra su poder, camina erguida, triunfante, algunas
VIOLENCIAS COTIDIANAS, ACOSO LABORAL Y SALUD
§
187
veces sonriente, amable con otros/as colegas o compañeros/as. Atrae
a compañeros/as o colegas hacia sus propósitos; algunos/as se quedan
al margen pero también disfrutan de lo que le pasa al otro/a, así se
vuelven testigos/as mudos/as.
Algunas mujeres se mantienen en su empleo, aunque a precios
altos; sobreviven temporadas de más y menos agresión. En los casos
en que la empresa decide explicar los motivos de la baja lo hace basándose en pruebas estrictamente laborales: falta de rendimiento,
continúas bajas, ausencias en el puesto de trabajo. En otros casos, los/
as colegas envían malas referencias y descalificaciones al nuevo lugar
de trabajo con el fin de acabar con la integridad de la persona acosada.
En ello radica la perversidad del mobbing; los sentimientos que se
desatan no tienen límites, se busca descalificar al otro, anularlo (a).
El acoso laboral puede provocar el suicidio. Durante el proceso de
agresión la comunicación desempeña un papel importante, pues se
comunica también con los gestos y el metalenguaje, como a continuación se muestra.
La comunicación no verbal de las
violencias cotidianas y el mobbing
Los seres humanos comunicamos con nuestros cuerpos, actitudes y
comportamientos, todo ello es significado culturalmente. La violencia
cotidiana tiene diferentes formas de expresión no verbal: los gestos,
las miradas, el movimiento de las manos, las sonrisas burlonas, la
negación de los saludos, los silencios, expresan sentimientos que son
interpretados por él o la receptora (Davis, 2005). Por otro lado, la
descalificación constante dirigida hacia una mujer u hombre como
las burlas acompañadas de sonrisas irónicas, el doble discurso provoca
confusión e incertidumbre. Además, la incertidumbre y las confusiones
generan desconciertos, ello es utilizado por las personas acosadoras
como las oportunidades propicias para hacer incurrir a la acosada en
el error laboral, como por ejemplo, la mala elaboración de un documento necesario para cualquier trámite. Cuando el mobbing aparece
188
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
se manifiestan los odios, es decir, el deseo de anular al otro u otra, con
el acoso psicológico persistente, se escapan las emociones humanas
más miserables; la amabilidad encubierta desaparece para dar paso a
la ira, al deseo de lastimar al otro con una mirada, con la expresión
corporal de los puños cerrados, la respiración entrecortada, algunas
veces aparece el aleteo nasal, algunos(as), no pueden controlar el temblor de su cuerpo cuando observan a su acosada, encorvan los brazos,
les tiembla el labio superior, aparecen las sonrisas burlonas y nerviosas
acompañadas de miradas fijas que se detienen en alguna parte del
cuerpo de la acosada(o) (Fuentes, 2009).
El acoso laboral y sus manifestaciones físicas
en las mujeres
Las mujeres que han vivido este proceso dicen sentirse enojadas, con
un vacío existencial, es para algunas un asesinato emocional. Los datos
empíricos muestran que durante la vivencia de estos procesos, las
personas sienten que pierden el sentido de la vida. Así, en los hallazgos
de la investigación realizada por Fuentes y Lara (2011), se registró que
varias mujeres presentaban un conjunto de síntomas que se asocian
con la fibromialgia. La fibromialgia afecta predominantemente a
mujeres, un hito importante en su historia han sido los estudios epidemiológicos realizados en diversas partes del mundo, los cuales han
concluido que el padecimiento lo sufre aproximadamente entre 2 y 4
por ciento de la población en general y de ese porcentaje 80 y 90 por
ciento de los afectados son mujeres (Martínez, 2008). La fibromialgia
se caracteriza por dolor en diversas partes del cuerpo, cansancio que
no mejora con el reposo, insomnio, hormigueo o calambres en brazos,
o piernas e hipersensibilidad a la presión en diferentes áreas del cuerpo,
dolor de cabeza, intestino irritable, ansiedad acompañada de sensación
de nudo en la garganta con llanto esporádico y depresión.
La etiología de la fibromialgia es desconocida, no es fácil de identificar, es probable que las consecuencias de vivir un largo o corto
proceso de acoso psicológico puedan desencadenarla. La investigación
VIOLENCIAS COTIDIANAS, ACOSO LABORAL Y SALUD
§
189
científica de los procesos de sufrimiento y sus consecuencias en la
salud, contribuye a conocer el conjunto de síntomas que viven mujeres
y hombres que padecen dolor crónico. Aunque es un padecimiento
caracterizado como de mujeres, también los hombres han mostrado
que desarrollaron los síntomas de la fibromialgia aunque de forma
pasajera, es decir, sufrieron de dolores agudos que desaparecieron
después de un tiempo de haber dejado la empresa o el lugar donde
estaban viviendo el acoso, o bien que se olvidaron de los sucesos
traumáticos (Fuentes y Lara, 2011a). No así en las mujeres, quienes
refieren que los dolores suelen ser activados en diversos momentos de
sus vidas, sobre todo cuando han vivido episodios traumáticos como
exposición a la ridiculización pública, descalificación constante y
permanente por parte de sus superiores o subordinados en sus trabajos
(Fuentes y Lara, 2011).
Las mujeres que han vivido acoso sexual en su vida laboral muestran una mayor susceptibilidad al dolor difuso, al desgano emocional
que ha dado origen a una irritabilidad constante en algunas de ellas
(Fuentes y Lara, 2011). En suma, la fibromialgia (FM) se refiere a un
grupo de trastornos comunes reumáticos no articulares, caracterizados por dolor y rigidez de intensidad variable de los músculos, tendones
y tejido blando circundante, y un amplio rango de otros síntomas
(Martínez, 2008).
Las consecuencias de la fibromialgia en la vida laboral de las mujeres son diversas: la primera y más visible cuando se padece fibromialgia suele ser la económica, sobre todo cuando la responsabilidad
del núcleo familiar recae en ellas. Las mujeres al enfermar poco a poco
irán abandonando sus responsabilidades en el trabajo por los constantes permisos para ir a consulta médica. El dolor no comprendido
de la fibromialgia en los espacios laborales hará más susceptible a la
paciente de vivir acoso psicológico laboral o algún tipo de castigo o
maltrato por parte de sus jefes en caso de ausentarse continuamente
por su malestar físico. Al no poder afrontar las consecuencias de la
incomprensión dejará la vía libre al maltratador para “ensañarse” más
con su víctima, esta enfermedad le dará la “razón” en sus constantes
comentarios de “tú no sirves para nada”, “siempre está enferma”,
190
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
“solicita demasiadas incapacidades”, todo ello hace posible que se
argumente en contra de las mujeres con estos padecimientos. La segunda consecuencia es la decadente estabilidad emocional de la víctima
ante una situación de menosprecio sistemático. Todo el colectivo de
enfermos de fibromialgia ha padecido situaciones de incredibilidad,
se les asocia con enfermedades psiquiátricas y no todos los/as médicos/
as saben diagnosticar la enfermedad, así que suelen ser doblemente
maltratadas. La falta de información es uno de los obstáculos para su
diagnóstico.
Percepción de la violencia cotidiana y el acoso laboral
o mobbing entre las mujeres estudiadas.
Resultados de la investigación
Las preguntas iniciales que comprende este trabajo permiten reconocer
que las violencias en las instituciones se forman a través de aspectos
subjetivos como son los sentimientos, emociones y las rivalidades que surgen por las competencias profesionales, y por los objetivos que comprenden las políticas institucionales que cada vez están más orientadas
a una evaluación docente por puntaje y productividad, que asegura la
permanencia laboral o de posibles becas para el estudiantado.
Los diez casos de las mujeres entrevistadas mostraron que el acoso laboral, inició como una violencia cotidiana hasta llegar a un acoso
de tipo laboral o mobbing. Las mujeres entrevistadas perciben que son
continuamente objetos de burlas y bromas tanto en los espacios laborales como los escolares. El blanco del acoso inició con sus cuerpos en
todas ellas, después hubo intromisión en la vida personal.
Las mujeres señalaron que los hombres se mofan y burlan de las
mujeres pero algunas veces no siempre lo consideran como violencia.
Las mujeres se sienten más observadas y evaluadas por sus cuerpos por
colegas y jefes o profesores. Las alumnas perciben que son más reprobadas que los hombres tanto por profesores como por profesoras.
Las alumnas han identificado que algunas profesoras califican
mejor a los hombres que a las mujeres, principalmente cuando las
VIOLENCIAS COTIDIANAS, ACOSO LABORAL Y SALUD
§
191
alumnas son reconocidas, en su entorno, como físicamente atractivas,
o por el contrario, cuando presentan otras características físicas que
no las identifican como atractivas (como por ejemplo, los aspectos
relacionados con el peso). Ellas consideraron el aspecto físico como
uno de los elementos detonantes del acoso.
En las instituciones se observó que aunque las mujeres se quejen
de cualquier tipo de hostigamiento o acoso pocas veces se les hace
caso, para actuar y castigar a los acosadores, sobre todo cuando se trata
de profesores. Las quejas de alumnas o docentes pasan desapercibidas
o bien, fueron turnadas al sindicato, sin que se lograra mayor trascendencia. El sindicato consideró los casos de acoso laboral como problemas de “mujeres”, entendidos como chismes, celos y rivalidad. A
ellas se les ve como las provocadoras de los problemas y casi siempre
se dice que las “mujeres son las peores enemigas de las mujeres”. La
rivalidad entre mujeres está sostenida por las competencias personales,
pero algunas veces son provocadas por los mismos hombres, estas
rivalidades casi siempre obedecen al patriarcado local que se desarrolla
en los espacios laborales. En algunos casos, cuando un hombre no es
correspondido por una mujer u hombre a sus demandas amorosas o
sexuales, se desata el acoso laboral o mobbing, esto es que la jerarquía
organiza el acoso y las demás partes de la institución (colegas, compañeros y trabajadores en general) se hacen cómplices, pues legitiman
las afirmaciones del acosador concediéndole la razón y el poder; estos
comportamientos miméticos son culturales y en términos antropológicos se dan como una muestra de solidaridad entre compañeros y
colegas. El cuadro 1 muestra las conductas con las que inició el acoso,
asimismo la invasión a la vida personal como una de las formas de
descalificación y las manifestaciones en la salud.
Consideraciones finales
En suma, la violencia cotidiana y el mobbing que prevalecen en las
diversas instituciones, empresas y organizaciones tienen serias repercusiones en la salud. Después de un recorrido teórico desde el feminismo
192
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
se puede decir, que las violencias cotidianas como el acoso laboral o
mobbing son la expresión del patriarcado. El mobbing en tanto que es
un proceso largo y prolongado de acoso es una expresión del poder en
los espacios laborales. Se trata de abusos de poder, del goce de lo mal
que les puede ocurrir a las mujeres, se busca desestabilizarlas por cualquier medio. Con el acoso laboral se persigue la aniquilación emocional
de las mujeres que representan una amenaza incluso para otras mujeres.
Las sociedades patriarcales se caracterizan por el poder que ejercen los
hombres en todos los ámbitos de la vida (Lagarde, 2001), por tanto
es difícil que un jefe o un colega que se percibe despreciado por una
mujer no reaccione en contra de ella, pues, casi siempre el rechazo
es significado como el desprecio que debilita su poder masculino. Los
hombres sí pueden ver la desigualdad e inequidad para con las mujeres, sin embargo, rivalizan compiten y tienden a descalificarlas en
diversos momentos de la vida académica y profesional sobre todo
cuando se sienten amenazados en sus espacios laborales.
Se requiere de reflexiones personales, colectivas, de políticas educativas para frenar las rivalidades que trae como consecuencia la violencia sutil, gradual pero igualmente destructiva y dañina para la salud
de las mujeres. Los hombres hablan a favor de las mujeres, sin embargo,
en la práctica cotidiana es difícil que se desprendan de la construcción
patriarcal sostenida por una educación vertical y autoritaria que se
reproduce continuamente en diversas dimensiones de la vida cotidiana
y más aún en los espacios laborales, sobre todo en aquellos donde
existe una organización pobre del trabajo, así como, vacíos de autoridad. Las mujeres, para sobrevivir en estos espacios laborales, algunas
veces se mimetizan con estas agresiones para evitar ser acosadas.
A lo largo de la presente investigación se pudo constatar que varias
mujeres no reconocieron la violencia en sus espacios laborales y que,
en muchas ocasiones, las invitaciones y bromas de los jefes fueron
consideradas como halago. Todas las mujeres entrevistadas presentaron
alteraciones en la salud cuando atravesaron procesos prolongados de
acoso laboral o mobbing como lo muestra el cuadro 1. De la misma
manera, se pudo observar que las propias mujeres se convierten en el
vehículo de la violencia hacia otras mujeres. Las mujeres en tanto que
Cuadro 1
Conductas con las que inició
el acoso psicológico laboral
(violencia cotidiana)
Invasión a la vida personal
(en el ambiente laboral o
estudiantil)
1. Profesionista con nivel
licenciatura
Burlas y bromas de colegas
acompañado de saludos
efusivos.
Chismes, investigaron su vida
personal a través de amigos o
redes virtuales
Ansiedad, sensación de melancolía, hasta
ser diagnosticada como depresiva.
2. Profesionista con nivel
de licenciatura
Propuestas sexuales con
tocamientos de un superior
(jefe).
Investigaron su vida personal a
través de amigos/as.
Ansiedad, dolor corporal generalizado
con sensación de melancolía.
3. Profesionista con nivel
de maestría
Piropos y bromas sobre su
cuerpo.
Investigaron su vida personal a
través de amigos/as, Parientes.
Depresión sensación de baja autoestima,
acompañada de fatiga.
4. Profesionista con nivel
de maestría
Piropos y agresión física
(empujones).
Exageración de su vida personal.
Depresión, fatiga y diagnóstico médico
de fibromialgia.
5. Profesionista con nivel
de maestría
Piropos y propuesta amorosa de
su jefe.
Invasión de su vida personal
ante la negativa amorosa.
Depresión, dolor corporal generalizado y
falta de concentración.
6. Profesionista con nivel
doctorado
Bromas de sus colegas.
Investigaron su vida personal a
través de amigos/as.
Dolor corporal generalizado, sensación de
fatiga, ausencias e hipersensibilidad.
7. Profesionista con nivel
doctorado
Bromas de sus colegas y jefes.
Investigaron su vida personal.
Dolor corporal generalizado y falta de
concentración.
8. Profesionista con
Posdoctorado
Agresiones verbales a partir de
un ascenso de puesto.
Exageración de su vida personal.
Sensación de melancolía, dolor corporal
generalizado y reacciones acneicas.
9. Estudiante de doctorado
Burlas sobre sus estudios.
Exageración de su vida personal.
Hipersensibilidad, dolor corporal
generalizado, sensación de fatiga.
10. Estudiantes de doctorado
Burlas sobre sus estudios.
Exageración de su vida personal.
Falta de concentración y sensación de
persecución.
Casos reportados de acoso
psicológico laboral
VIOLENCIAS COTIDIANAS, ACOSO LABORAL Y SALUD
§
193
Fuente: Elaboración propia con los datos recabados.
Alteraciones en la salud como
consecuencia del acoso
194
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
se han educado dentro de un sistema patriarcal difícilmente se desprenden de tal formación, solamente aquellas mujeres que tienen un
mayor compromiso social y empatía con otras de ellas pueden establecer
pactos con otras mujeres. El feminismo es una amplia posibilidad de
crear reflexiones profundas en las mujeres sobre su condición, y también entender históricamente el desprecio hacia ellas, hecho que puede
llegar a generar cambios sociales y culturales.
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Lenguaje sexista / lenguaje no sexista1
HORTENSIA MORENO ESPARZA
RESUMEN: A partir de un caso claro de sexismo en el lenguaje, se reflexiona
acerca de la índole de este fenómeno socio-lingüístico desde la perspectiva
de la crítica feminista (sobre todo, los planteamientos de Judith Butler)
y del pensamiento de Pierre Bourdieu. Se considera la incidencia de la
reforma del lenguaje y la discusión pública a que ha dado lugar, en especial
entre las autoridades de la Real Academia Española (RAE).
En fecha reciente se construyó, en cada uno los edificios antiguos de
la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, una nueva ala de escaleras.
Como ocurre a menudo en este tipo de espacios, en los entrepisos de
las escaleras hay baños. La asignación del sexo al que se destinan los
sanitarios se indica con letreros suficientemente unívocos. En la mayoría de los baños de Ciudad Universitaria, el icono correspondiente
( / ) se acompaña de una letra: M o H, según el caso.
1
Una primera versión de este artículo fue leída en el ciclo de conferencias y mesas
redondas de la Primera Feria Género y Salud, Facultad de Medicina/Departamento de
Salud Pública/Programa de Estudios de Género y Salud, en octubre de 2010.
197
198
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Las nuevas instalaciones del edificio A entraron en servicio cuando
la obra todavía no estaba totalmente concluida, sino que faltaba precisamente ese rótulo de identificación. Y fue esta particular coyuntura
la que desencadenó la siguiente situación: en la entrada del baño de
mujeres apareció un grafiti de lo más perturbador. En letras trazadas
con plumón negro de grueso calibre, alguien puso: “perras”. En el
umbral del baño del entrepiso siguiente, la misma pluma escribió
“hombres” y remató el letrero con el dibujo de una coronita. Una
coronita de caricatura bastante elocuente, nada ambigua.
Durante las siguientes semanas (semestre 2012-1, de agosto a
noviembre de 2011) se observaron –los martes y los viernes a las nueve
de la mañana, en el camino al aula A-110 donde la autora de este trabajo estaba impartiendo la materia de Semiótica (tercer semestre de la
licenciatura en Ciencias de la Comunicación)– vestigios de las reacciones que el grafiti provocaba entre las alumnas de la facultad. De
manera espontánea, sin mayor alharaca, alrededor de esa palabra se tejió
una trama confusa y dispersa de respuestas escritas. Aunque aparentemente no estaba ocurriendo nada, lo que quedaba claro después de
leer los intentos fallidos por enmendar el entuerto es que esa simple,
insulsa, insignificante palabra tiene un poder innegable. Las estudiantes,
a su pesar, se sintieron interpeladas. Experimentaron esa escritura
como un ultraje lingüístico. Como dice Judith Butler (1997: 1), habían
sido lastimadas por el lenguaje.
Según Butler, la eficacia del insulto está sustentada en una compleja
situación semiótica/comunicativa. En primer lugar, cuando sentimos
que hemos sido lastimadas por una palabra, nos damos cuenta de que
el lenguaje actúa y es capaz de actuar en contra nuestra; es decir, experimentamos “la fuerza del lenguaje” (Butler, 1997: 1).2 En segundo
lugar, el ultraje lingüístico aparece como un efecto no sólo de las
palabras que se dirigen a alguien, sino del modo en que se dirigen. En
el pensar de Butler, este modo constituye al sujeto porque, “al dársele
2
Las traducciones son de H. M.
LENGUAJE SEXISTA / LENGUAJE NO SEXISTA
§
199
nombre a alguien, se le da también, paradójicamente, cierta posibilidad
de existencia social” (Butler, 1997: 2).
¿Qué clase de existencia social es ésta que permite a una persona
reconocerse en un insulto? Un insulto, además, sin un receptor directo,
sino emitido al azar, donde la eficacia del ultraje está determinada
por la posibilidad de que alguien se sienta interpelada; de que “se
dé por aludida” o, como quien dice, de que “se ponga el saco”. ¿Qué
es lo que permite esta interpelación?3 ¿Por qué las chicas que dejaron
constancia de su rabia y frustración se sintieron tan ofendidas ante
esta escritura insulsa?
En tercer lugar, cuando hablamos de un “ultraje” nos estamos
refiriendo a algo muy profundo, a un espacio donde se confunde lo
material, lo estrictamente corporal –como en el daño físico provocado
por una herida– con lo moral.4 Para Butler, el efecto de la emisión/
recepción de un insulto “sugiere que el lenguaje puede actuar de maneras paralelas a la forma en que se inflige dolor y daño físico”. El
problema aquí es equiparar el daño lingüístico con el daño físico, en
la medida en que “la conexión metafórica entre la vulnerabilidad física
y la lingüística es esencial para la descripción de la vulnerabilidad
lingüística en sí”. Hace falta borrar la –en otras circunstancias– clarísima frontera entre lo material y lo moral para poder hacer esta analogía.
Sólo de esta forma es posible que las dimensiones somáticas se extiendan
al “dolor lingüístico” y permitan comprenderlo como una lesión, como
algo que se debe sanar. Porque sin duda, lo que se está amenazando no es solamente la representación del sujeto aludido –de la mujer
o las mujeres que han sido insultadas con el apelativo de “perras”–,
3
La función de interpelar, en la filosofía de Althusser, implica dar existencia o identidad a un individuo o categoría; para ese autor, la interpelación “precede y forma al sujeto”
y parece constituir la condición previa para los actos de habla centrados en el sujeto (Butler,
1997: 24).
4
El término injury, en inglés, significa herida, lesión, daño físico; pero también
significa insulto. He preferido traducir injury con “ultraje” para lograr un efecto equivalente;
se trata de una ofensa grave “de palabra u obra” (Diccionario de la lengua española y nombres
propios, Océano).
200
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
sino su propio cuerpo material en un acto que no se queda en las
palabras (Butler, 1997: 4-5).5
Lo que ocurre con el grafiti en este baño es que sus posibilidades
semióticas trascienden con mucho, por un lado, la significación denotada de la palabra (= plural, hembra de la especie que responde al
apelativo de perro = mamífero doméstico…), y por el otro, la intención
de quienquiera que lo haya perpetrado.6 El sentimiento de ultraje
proviene de un espacio muy profundo, compartido, donde la posibilidad de contestación queda cancelada, porque no existe un epíteto
equivalente para aplicarlo en la entrada del baño de varones del entrepiso siguiente.
La rabia y la frustración de las estudiantes no tienen una salida
vindicativa.7 Escribir “PERROS” a la entrada del baño de los hombres
no significa lo mismo. Otras opciones (como los insultos homofóbicos,
racistas o clasistas) solo conseguirían aislar a ciertos grupos sin incluir
a todos los varones. De esta forma, se sostendría la organización discursiva que subyace la lógica según la cual el hombre –en su acepción
genérica y sin embargo indudablemente masculina– es la medida de
todas las cosas.
5
“El lenguaje puede usarse, en efecto, con múltiples propósitos. Puede emplearse
para describir, ordenar, preguntar, ensalzar o insultar, entre otras muchas acciones, y, desde luego, también puede usarse para discriminar a personas o a grupos sociales” (Bosque,
2012).
6
Sobre la intención de quien realizó la fechoría, es importante señalar que este tipo
de agresiones es bastante común en los ambientes universitarios. En un estudio extensivo
sobre el hostigamiento en universidades de Estados Unidos, Catherine Hill y Elena Silva
(2005) demostraron, por ejemplo, que en un campus de 10 000 estudiantes de licenciatura,
alrededor de 6000 serán hostigados/as. Además, que un número considerable de estudiantes
–41%– admite que ha hostigado a alguien. En la mayoría de los casos, estos/as estudiantes dicen que pensaban que era chistoso, que a la otra persona le gustaba, o que es “sólo
una parte de la vida escolar”.
7
Al final, aparece un solo grafiti en el baño de hombres (“DESANADOS”) cuya ineficacia lingüística demuestra el punto. En cambio, el amasijo de leyendas alrededor del letrero
“PERRAS” recibe, al final, un comentario que seguramente también se considera “chistoso”.
El mismo plumón escribe, por encima del enjambre: “TONS’ GATAS”.
LENGUAJE SEXISTA / LENGUAJE NO SEXISTA
§
201
En cambio, en el apelativo de “perras” se está englobando –con
esa habilidad del sexismo que Celia Amorós ha descrito tan eficazmente– al “colectivo de las idénticas” (es decir, el dispositivo lingüístico
e ideológico a partir del cual se piensa a las mujeres como si fueran
todas lo mismo y diera lo mismo una que otra) en oposición al “colectivo de los iguales” (es decir, el conjunto de los individuos, sujetos,
ciudadanos, cada uno a su vez el modelo de lo humano).
Pero además, y sobre todo, aquí se está expresando un desprecio,
una opinión, un estereotipo. Se está asignando un lugar; se está aludiendo a una cualidad específica: las mujeres, englobadas de manera
general dentro de la categoría, quedan automáticamente sexualizadas,
entre otros motivos, porque las mujeres nunca están definidas como
representantes generales de lo humano, sino sólo como categorías
específicas –femeninas– y, frecuentemente, sexuales. La característica
curiosa es exactamente el exceso de definiciones y categorías (sexuales)
aplicables al significante “mujer”:
Una profusión similar no se encuentra para los hombres, cuya diferenciación entre sí se establece no mediante atributos o estatus
sexuales, sino principalmente mediante su ocupación, o atributos
de humanidad general, por ejemplo, decente, bondadoso, honesto,
fuerte. Los hombres siguen siendo hombres y las mujeres se convierten en categorías específicas en relación a los hombres o a otras
categorías (Black y Coward, 1998: 114-116).
¿Qué significa “sexismo en el lenguaje”?
Desde hace décadas, el feminismo se ha preguntado si la lengua aporta
modos de representar la vida social que actúan insidiosamente para mantener o realzar la desigualdad entre mujeres y hombres. Con esta
pregunta, la investigación sobre las prácticas lingüísticas permite descubrir una amplia pauta de sexismo, según la cual se concibe a las
mujeres como diferentes de los hombres e inferiores a ellos.
202
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Para Bourdieu (1996: 28), el sexismo es un esencialismo: al igual
que el racismo, busca atribuir diferencias sociales históricamente
construidas a una naturaleza biológica que funciona como una esencia
de donde se deducen de modo implacable todos los actos de la existencia. Según Deborah Cameron, la palabra sexismo se acuñó originalmente para referirse a ideas y prácticas que degradan a las mujeres
en relación con los varones. Se trata de un sistema en que las mujeres y los hombres no son simplemente diferentes, sino desiguales.
En ese contexto, el sexismo en el lenguaje “es una manifestación del
sistema, y opera en desventaja de las mujeres” (Cameron, 1992: 99100). Para Donna L. Lillian (2007), el sexismo es la ideología y
práctica de relegar a las mujeres, en virtud de su pertenencia al sexo
femenino, a un nivel inferior al de los hombres en la jerarquía social.
Uno de los espacios sociales donde se produce y reproduce el sexismo
es el lenguaje.
El sexismo en el lenguaje es quizá la forma masiva de injusticia
social más penetrante, más profundamente arraigada desde el punto
de vista psicológico, más difícil de percibir y más resistente al cambio.
De ahí la necesidad de analizar las diferentes maneras en que se
manifiesta, hacer ver sus condiciones, relaciones y situaciones invisibles, además de revisar sus efectos en concordancia con las relaciones
de poder y la subordinación de las mujeres (Fernández, Hernández y
Paniagua, 2005: 127).
La investigación sobre el género y la estructura del lenguaje ha
permitido entender cómo las mujeres son ignoradas, banalizadas y
menospreciadas por las palabras que se usan para describirlas. A las
mujeres se les niega una existencia autónoma al adjudicarles títulos
que las distinguen sobre la base de su estado conyugal. Mientras que
a los hombres se les describe en relación con sus roles ocupacionales
(doctor, ingeniero, licenciado), las mujeres son denominadas en función de su estado civil (señora, señorita) o su situación y responsabilidades familiares (“la mamá de Paquito”).
Durante siglos, la imposibilidad para las mujeres de acceder al
espacio público originó la costumbre de extender el título del marido
a la esposa, en su forma feminizada, de forma que, por ejemplo, la
LENGUAJE SEXISTA / LENGUAJE NO SEXISTA
§
203
esposa del regente era “la regenta”. En México, a doña Josefa Ortiz de
Domínguez todavía la conocemos como “La Corregidora”, aunque
nunca haya ejercido las funciones concomitantes, y con el agravante de que a su marido difícilmente se le recuerda. Este tipo de funciones lingüísticas sobreviven en la actualidad cuando las elecciones
profesionales de mujeres y hombres se segregan mediante términos
ocupacionales característicos (en una cocina de postín, el cocinero
es el chef, mientras que la cocinera es la mayora). Además, muchas
palabras vinculadas a las mujeres tienden a tornarse peyorativas a lo
largo del tiempo (véase West, Lazar y Kramarae, 2000: 182-189).
El lenguaje por lo general nombra a los hombres e invisibiliza a
las mujeres. Fernández, Hernández y Paniagua (2005) caracterizan
formas en que el lenguaje funciona de manera sexista: la agresión
verbal, definida como la denigración mediante la palabra; la descalificación, la minusvalía y la censura, o el uso de palabras ofensivas. Este
equipo de investigación asegura que las mujeres sufren más agresiones
verbales que los hombres (Fernández, Hernández y Paniagua, 2005:
129, 140-141) y se refiere también a la discriminación, definida como
un trato desigual en razón de que las mujeres son valoradas social,
económica y culturalmente como “inferiores a causa de su sexo biológico” (Fernández, Hernández y Paniagua, 2005: 142).
No obstante, la frase “lenguaje sexista” homogeneiza el fenómeno
y puede disfrazar el hecho de que las asunciones sexistas entran al
lenguaje en varios niveles, desde la morfología, las convenciones estilísticas de registros particulares y campos del discurso, y las diferentes
prácticas de representación. Por ejemplo:
Las feministas han notado que siempre parece apropiado para los
hombres tratar a las mujeres como si fueran íntimas o subordinadas.
Las mujeres –como las criaturas– tienden a ser llamadas por su nombre
de pila donde los hombres no lo son; y son recipientes de términos
cariñosos como mi amor, mi reina, corazón, chiquilla, niña, y así
sucesivamente […]. Los varones pueden presumir familiaridad y
superioridad en la elección de sus formas de interpelación […]; ¿qué
es lo que los términos cariñosos significan? […]: connotan intimidad.
204
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Cuando son usados por extraños, son inherentemente irrespetuosos.
Son una declaración unilateral por parte del hombre de que no
necesita meterse en el problema de las formalidades esperadas entre
personas que no son íntimas (Cameron, 1992: 105-106).
Este tipo de usos lingüísticos convierte a las mujeres en “personas
abiertas”, en campo libre para los comentarios de cualquiera, en
cualquier momento, acerca de su apariencia y su conducta. Algunos
comentarios casuales, como los piropos, son ambiguos, y meten a
las mujeres en una trampa: “si aceptan un ‘piropo’, confirman el
derecho de los hombres de tratarlas como ‘personas abiertas’; si lo
ignoran o responden de manera negativa pueden ser acusadas de
rudeza o insultadas” (Cameron, 1992: 107). Desde luego, las mujeres
no tienen derechos recíprocos para tratar a los hombres de manera
similar.
El efecto más importante de los comentarios callejeros, no obstante,
es que son una manera de controlar el espacio público y definir a
las mujeres como intrusas dentro de éste. Todas las mujeres, inclusive
aquellas que consideran “halagadores” los piropos, están conscientes
de ser miradas y medidas de una manera en que los hombres no lo
están, y hace a las mujeres auto-conscientes de una manera que los
hombres no lo son. A veces, la auto-consciencia puede convertirse
en temor, dado que muchos comentarios callejeros no son ambiguos,
sino claramente hostiles (Cameron, 1992: 107).
El sexismo lingüístico es consuetudinario. Como señala Cameron,
puede ser detectado, pero es difícil desmontarlo porque la mayoría
de las veces ocurre en contextos no-regulados, es decir, en el habla
cotidiana, en las interacciones casuales, en los contactos de todos
los días. De modo que nadie ha enunciado o escrito una regla que
diga que las mujeres pueden ser aludidas como “mi reina” o denominadas como “perras”. Es en las otras convenciones sexistas, en las
que están “santificadas por la autoridad de los libros de gramática y
LENGUAJE SEXISTA / LENGUAJE NO SEXISTA
§
205
los diccionarios”, donde se torna más factible intervenir formalmente
(Cameron, 1992: 105).8
La necesidad de intervenir proviene del hecho que señala Cameron
(1992: 109) de que las prácticas lingüísticas tienen una función más
allá de simplemente “reflejar las creencias culturales” sobre la inferioridad y la naturaleza sexual de las mujeres; estas prácticas crean cierta
realidad y son, de hecho, una forma de control y definición social:
la proliferación de términos que funcionan como calumnias sobre la
reputación de las mujeres se usa como arma para mantenerlas en
línea […]; el uso de insultos verbales es casi siempre una parte integral de los incidentes en que las mujeres son asaltadas física y sexualmente […]; el lenguaje en sí mismo constituye un acto de
violencia y recrea activamente las mismas creencias culturales (Cameron, 1992: 109-110).
¿Es posible una reforma del lenguaje?
El feminismo ha hecho una labor muy importante en su intento por
prevenir y combatir el sexismo en el lenguaje, dado que las “prácticas
de denominación” –es decir, los usos comunes del lenguaje mediante
los cuales se nombran e interpretan las cosas– revelan patrones sistemáticos que parecen expresar las actitudes sexistas prevalecientes. Sin
embargo, las personas no “controlamos” el lenguaje de forma individual; por el contrario, en el lenguaje hay un complejo proceso dialéctico
mediante el cual los elementos lingüísticos al mismo tiempo afirman
y contradicen el statu quo.
8
Desde luego, comparto con Bosque la certeza de que la lengua refleja, “especialmente
en su léxico, distinciones de naturaleza social, pero es muy discutible que la evolución de
su estructura morfológica y sintáctica dependa de la decisión consciente de los hablantes
o que se pueda controlar con normas de política lingüística” (Bosque, 2012). Sin embargo,
la discusión que han abierto las propuestas de reforma lingüística aporta elementos para
comprender el problema, como bien lo ejemplifica este autor.
206
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Los cambios en las estructuras sociales requieren el desarrollo de
nuevos vocabularios; pero en vez de concebir el lenguaje como un
simple reflejo de la sociedad o un factor determinante del cambio
social, debe ser visto como un vehículo de ideas y asunciones que se
vuelven, mediante su constante re-actualización en el discurso, tan
familiares y convencionales que dejamos de advertir su significación.
Según Pierre Bourdieu, una acción propiamente política –como
sería la de intervenir en los usos institucionales del lenguaje mediante
una normatividad que los reformase– se vuelve posible cuando los
agentes, que forman parte del mundo social, tienen un conocimiento
(más o menos adecuado) de ese mundo y saben que se puede actuar
sobre éste cuando actúan sobre el conocimiento que de éste se tiene.
Esta acción pretende producir e imponer representaciones (mentales,
verbales, gráficas o teatrales) del mundo. La política comienza con la
denuncia del contrato tácito con que nos adherimos al orden establecido. La subversión política presupone una subversión cognitiva, una
reconversión de la visión del mundo (Bourdieu, 1999b: 96).
Algunas instancias, sobre todo impulsadas desde el movimiento
feminista, han llevado a la consideración social la propuesta de promover un lenguaje inclusivo que se oponga a la práctica que postula
el masculino como universal o como neutral, cuando la experiencia
demuestra que el masculino genérico es, más bien, insidiosamente
ambiguo. Por ejemplo, “el hombre” a veces significa “la humanidad”,
pero a veces significa específicamente a los varones de la especie (como
cuando se afirma: “el hombre primitivo protegía a sus mujeres, hijos,
animales y territorios”).
Por el contrario, la propuesta de un lenguaje inclusivo, no discriminatorio, tiene la intención de que cada una de las personas implicadas en las interacciones sociales sea denominada en igualdad de
condiciones en reconocimiento de su existencia, independientemente
de su sexo. Se intenta también evitar las valoraciones negativas hacia
las personas y hacer visible la violencia de género.
El reclamo del feminismo a participar en la producción de los usos
lingüísticos se basa en ideas que giran alrededor de un núcleo reflexivo:
el que permite entender como la práctica de reconocer y de dar sentido
LENGUAJE SEXISTA / LENGUAJE NO SEXISTA
§
207
al mundo que nos rodea es algo indispensable para vivir en libertad. Quien no le da sentido al mundo, recibe ese sentido como una
imposición (Mañeru, 1999; cita a Douda: 161). El feminismo trata
de poner en evidencia que hay un vacío en los usos del lenguaje: el
vacío de “simbólico femenino”. Lo cual supone cuestionar un edificio
que ha sido construido sobre un como si fuera. Es decir, “hagamos
como si el masculino quisiera decir también femenino”. Y como no
es así, lo que casi se logra es que parezca que lo femenino no existe.
En los cambios de los usos del lenguaje que hoy hacemos circular
algunas mujeres en intervenciones públicas o en escritos, lo que hay
no son reglas nuevas que vengan a sustituir a las anteriores; lo que
hay es simplemente una invitación a pensar y a nombrar el mundo
en primera persona, por tanto a partir de sí, de la propia experiencia
que inexcusablemente es femenina o masculina. No se pretende, además, que esta mirada se vuelva hegemónica o eterna. La reforma en
el lenguaje es una fase, un paso necesario en el camino hacia un mundo
donde este esfuerzo intelectual deje de hacer falta.
Esa invitación a nombrar en femenino y en masculino requiere
ponerse en juego, arriesgar, apostar sobre el significado de las palabras,
dejar abierto el interrogante de cómo usar la lengua para representar mejor al mundo de forma que podamos habitarlo, comprenderlo
mejor y también transformarlo (Mañeru, 1999: 164-165). Reapropiarse
del lenguaje con libertad, sabiendo que la lengua tiene capacidad
suficiente para representar el mundo con las dos formas de lo humano
que conviven en él, lo femenino y lo masculino (Mañeru, 1999: 165).
Las campañas feministas por la reforma del lenguaje han promovido que en la esfera pública el lenguaje sexista –caracterizado como
el uso de afirmaciones que crean, constituyen, promueven o explotan
una distinción injusta e irrelevante entre los sexos– sea evitado. Las
instituciones públicas de muchos países han emitido guías y definido
lo que debe considerarse lenguaje “aceptable” o “inaceptable”. No
obstante, las campañas se han encontrado, tiro por viaje, con una
resistencia tenaz.
Una de las expresiones de esta resistencia se refleja en las burlas y
ridiculizaciones con que se defienden los protectores de la tradición,
208
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
en lo que se ha venido a caracterizar como “políticamente correcto”.
La lingüista Sara Mills ha señalado que una posición “políticamente
correcta” [political correctness] “se caracteriza por una atención excesiva
a las sensibilidades de quienes son vistos/as como diferentes de la
norma (mujeres, gays y lesbianas, gente ‘de color’, discapacitados/as)
y esta actitud se cristaliza en una serie de absurdos inventados por la
prensa” y se lleva a sus últimas consecuencias en las frases de algunos
políticos encumbrados. Cuando los discursos institucionales adoptan
un lenguaje “políticamente correcto”, con frecuencia dan lugar a un
embrollo que mina, quizá de manera deliberada, cualquier intento
por reformar las instituciones. En la lógica del discurso políticamente
correcto, los intentos por abolir el sexismo se ridiculizan y se reducen
al absurdo (Mills, 2003: 89).
Uno de los efectos del conflicto entre las campañas feministas por
la reforma y la respuesta y la ridiculización de algunas de esas reformas ha sido que se vuelve imposible distinguir claramente entre el
sexismo, el anti-sexismo y lo “políticamente correcto”; la naturaleza
del sexismo ha cambiado a lo largo de 15 años a causa de las campañas feministas por la igualdad de oportunidades, de modo que
ahora es menos abierto; se ha convertido en un “sexismo indirecto”
que se manifiesta en el nivel de la presuposición, y también mediante
insinuaciones, ironía y humor (Mills, 2003: 90).
De esta forma, el tema de la equidad de género se integra en el
discurso oficial (“políticamente correcto”) de las instituciones, en un
proceso superficial, sin que se lleven a la práctica las reformas estructurales que la equidad implica. Por lo tanto, una campaña de lenguaje
anti-sexista tiene que plantearse en contraposición a lo que se conoce
como “políticamente correcto”.
Las instituciones hacen un importante esfuerzo en la dirección
de evitar el sexismo en el lenguaje, y este logro debe tener un reconocimiento. No obstante, la aplicación mecánica de fórmulas por
parte de especialistas en las diferentes esferas disciplinarias, pero sin
una verdadera formación en género, puede dar como resultado un
LENGUAJE SEXISTA / LENGUAJE NO SEXISTA
§
209
lenguaje acartonado, y que sin embargo no logre el objetivo de visibilizar, integrar y promover a las mujeres. Las recetas no son eficaces
si no se aplican con sensibilidad lingüística y conciencia de justicia
y equidad.9
Las más acaloradas objeciones
La resistencia al cambio dice mucho acerca de quienes lo requieren y
de quienes lo rechazan. Los esfuerzos de quienes se empeñan en llevar
a cabo reformas sociales siempre se encuentran con grados más o
menos sólidos de oposición cuyo principal sentido es el de mantener
las cosas “tal y como están”. El panorama, en términos muy simples,
enfrentaría formas diversas de conservadurismo con intentos también
variados de modificación de lo que se considera un orden obsoleto,
caduco o agotado.
El feminismo ha hecho propuestas de reforma social que abarcan
muy diversos aspectos de la vida pública y doméstica, cotidiana o
inhabitual. Si se hace un recuento mínimo de los cambios que este
movimiento social ha propiciado tendremos evidencia, quizá, de la
revolución más duradera y penetrante de la historia humana. Un relato de las objeciones que se han esgrimido para impedir todos y cada
uno de los designios del feminismo también es ilustrativo de la tendencia a detener este proceso en aras de la conservación del statu quo.
Durante los siglos XIX y XX, las feministas impulsaron el sufragio
femenino –y se escribieron miles de páginas en libros, periódicos,
panfletos y manuales donde se denunciaba la irregularidad de este
9
Lo peor es que se puede caer, como bien dice Bosque, en el absurdo de imaginar
“que los significados de las palabras se deciden en asambleas de notables, y que se negocian
y se promulgan como las leyes […]; que el sistema lingüístico es una especie de código
civil o de la circulación: cada norma tiene su fecha; cada ley se revisa, se negocia o se enmienda en determinada ocasión, sea la elección del indicativo o del subjuntivo, la posición
del adjetivo, la concordancia de tiempos o la acepción cuarta de este verbo o aquel sustantivo” (Bosque, 2012).
210
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
derecho posible–; las feministas requirieron en varias ocasiones la
reforma del vestido –y se levantaron miles de voces clamando que
era antinatural e inmoral que las mujeres dejaran el polisón o el
corsé–; las feministas solicitaron paulatina pero irreversiblemente la
entrada de las mujeres a todas las actividades del mundo público,
desde el trabajo y la educación hasta el deporte y la política –y hubo
siempre miles de cabezas dispuestas a advertir con pelos y señales de
los enormes peligros que esta invasión entrañaba tanto para la propia
sociedad como para los frágiles e incompetentes cuerpos y mentes
de las mujeres.
En la enorme mayoría de los casos, las reformas sociales que requiere el feminismo configuran una larga y tortuosa conmoción de
nuestra cultura. Y todo parece indicar que la cultura es más difícil
de modificar que todo lo demás. Las costumbres, los hábitos, las tradiciones, todo aquello que constituye los modos de ser de las personas,
materializan de manera tan profunda nuestras identidades que la mera
posibilidad de modificarlas se percibe como una amenaza capaz de
destruir precisamente los fundamentos de nuestro ser.
Sin embargo, los argumentos que se han esgrimido en contra de
las reformas culturales propuestas por el feminismo siempre resultan,
a posteriori, tan absurdos que rayan en el ridículo. A lo largo de los
siglos XIX y XX se aseguraron cosas tan descabelladas como la amenaza
en contra de la capacidad de las mujeres para engendrar si se dedicaban
a las actividades del intelecto. Científicos renombrados aseguraron
que las débiles mentes femeninas no soportarían el “recalentamiento”
generado por un pensar intenso, con la triste consecuencia de que sus
úteros dejarían de dar fruto. También se dijo que las mujeres embarazadas no debían hacer ejercicio físico porque ponían en grave peligro
tanto a sus personas como a sus productos. En fin, habrá que hacer
el inventario de los disparates para regocijo de científicas, atletas y
mujeres comunes y corrientes que hoy viven la revolución de las costumbres como la base de su experiencia.
Tal vez el temor al derrumbamiento del mundo –de ese mundo
que se sustenta en lo que los filósofos denominan “la actitud natural”–
sea una explicación factible para la feroz resistencia de una notable
LENGUAJE SEXISTA / LENGUAJE NO SEXISTA
§
211
cantidad de intelectuales, artistas y académicos a la reforma del lenguaje.
Sin embargo, en el fondo de nuestros corazones, las feministas no
podemos evitar el resquemor, la sospecha de que hay por lo menos un
poquito de mala fe en quienes defienden con tanto entusiasmo el statu
quo. Porque para algunos de ellos no basta con señalar las incoherencias
de las reformas, con aportar buenas razones, razones de peso, gramaticales, tradicionales, institucionales, para detenerlas. No.
En el discurso de los más duros exponentes del conservadurismo
lingüístico hay una hostilidad expresa. No basta con exponer doctos
razonamientos, además hay que insultar, ridiculizar, subrayar la ignorancia y la estupidez de quienes se atreven a proponer, por ejemplo,
la feminización de algún término, o la abolición –¡oh pecado!– del
masculino como genérico. Lo más llamativo es que su autoridad, su
prestigio, su legitimidad en el mundo público –en el campo de las
letras, en el espacio académico– se adorne con el ingenio proverbial
de los grandes cultivadores de la sátira. Y nos dicen: “siglos de tradición
me respaldan: aquí las mujeres no tienen nada qué decir”.
El resquemor, la sospecha. ¿Qué están defendiendo estos señores
tan sabios y bien plantados? ¿La lengua? Perdón, la lengua se defiende
sola. Sin que se ponga en duda el respeto y la admiración auténtica a
su obra literaria, no puede dejar de sentirse una curiosidad también
indudablemente auténtica ante la asiduidad con que Javier Marías
publica sus denuestos de los intentos de las feministas españolas por
reformar el lenguaje.10
Se puede estar de acuerdo en que no está bien, no se vale, hay
razones más que lingüísticas –por ejemplo, estéticas–, para oponerse
a la duplicación machacona de los términos en femenino y en masculino:
niños y niñas, profesores y profesoras, obreros y obreras… Pero ¿y
entonces? Es decir, el señor Marías ¿no ve aquí ningún problema? ¿No
le parece que, si bien la solución no es la óptima, por lo menos es una
solución posible a un reclamo legítimo de reconocimiento social? Que
además ha tenido un éxito indudable en la percepción de la presencia
10
Véase, por ejemplo <http://es.scribd.com/doc/63338942/Lenguaje-Sexista>, <http://
elpais.com/diario/2006/12/17/eps/1166340420_850215.html>.
212
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
de las mujeres en el mundo público. También podemos estar de acuerdo
en que algunas feminizaciones de términos muy rancios y muy vetustos
suenan chirriantes, por ejemplo “miembras”. Y sin embargo, ¿es mejor
seguir diciéndole médico a la pediatra? ¿Insistiremos en que “juez” es
suficiente para designar a un hombre o a una mujer?
La sospecha, el resquemor. ¿Qué están defendiendo estos señores?
A últimas fechas, es necesario comprender las posturas de las autoridades académicas e intelectuales que insisten en criticar, de forma
inclusive cruel, las propuestas de reforma en el lenguaje cuya finalidad
es combatir activamente el sexismo. Uno de los detractores más recalcitrantes del lenguaje no sexista es el escritor y académico de la lengua
Arturo Pérez Reverte. Conviene escuchar los argumentos que esgrime
con seguridad y decisión desde su asiento de la Real Academia
Española:
“Una comisión del parlamento andaluz a la que se encomendó revisar
el ‘lenguaje sexista’ de los documentos de allí, se ha dirigido a la
Real Academia Española solicitando un informe sobre la corrección
de los desdoblamientos tipo ‘diputados y diputadas, padres y madres,
niños y niñas, funcionarios y funcionarias’, etcétera”. Como suele
–recibe cinco mil consultas mensuales de todo el mundo–, la RAE
respondió puntualizando que tales piruetas lingüísticas son innecesarias; y que, pese al deseo de ciertos colectivos de presentar la lengua
como rehén histórico del machismo social, el uso genérico del
masculino gramatical tiene que ver con el criterio básico de cualquier
lengua: economía y simplificación. O sea, obtener la máxima comunicación con el menor esfuerzo posible, no diciendo con cuatro
palabras lo que puede resumirse en dos. Ésa es la razón de que, en
los sustantivos que designan seres animados, el uso masculino designe
también a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos.
Si decimos los hombres prehistóricos se vestían con pieles de animales
o en mi barrio hay muchos gatos, de las referencias no quedan excluidas, obviamente, ni las mujeres prehistóricas ni las gatas (Pérez
Reverte, 2009).
LENGUAJE SEXISTA / LENGUAJE NO SEXISTA
§
213
Y más adelante:
Alguien debería decirles a ciertas feministas contumaces, incluso a
las que hay en el Gobierno de la Nación o en la Junta de Andalucía,
que están mal acostumbradas. La Real Academia no es una institución improvisada en dos días, que necesite los votos de las minorías
y la demagogia fácil para aguantar una legislatura. La RAE tampoco
es La Moncloa, donde bastan unos chillidos histéricos en el momento oportuno para que el presidente del Gobierno y el ministro
de Justicia cambien, en alarde de demagogia oportunista, el título de
una ley de violencia contra la mujer o de violencia doméstica por
esa idiotez de violencia de género sin que se les caiga la cara de
vergüenza (Pérez Reverte, 2009).
No Señores, la Real Academia Española es una institución autoritaria cobijada en una tradición añeja y sustentada en el principio de
“aquí mando yo” y “aquí se hace como yo digo”. “Porque lo digo yo”
(es decir, don Arturo Pérez Reverte):
La lengua española, desde Homero, Séneca o Ben Cuzmán hasta
Cela y Delibes, pasando por Berceo, Cervantes, Quevedo o Valle
Inclán, no es algo que se improvise o se cambie en cuatro años,
sino un largo proceso cultural cuajado durante siglos, donde ningún imbécil analfabeto –o analfabeta– tiene nada que decir al hilo
de intereses políticos coyunturales. La RAE, concertada con otras
veintiuna academias hermanas, es una institución independiente,
nobilísima y respetada en todo el mundo: gestiona y mantiene viva,
eficaz y común, una lengua extraordinaria, culta, hablada por
cuatrocientos millones de personas (Pérez Reverte, 2009).
Parafraseando a Bourdieu (1999b), la eficacia del discurso sexista
procede de la oculta correspondencia entre la estructura del espacio
social en que se produce y la estructura del campo en que se sitúan
los receptores. A través del ejercicio de una competencia técnica, se
214
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
ejerce una competencia social: la del locutor legítimo, autorizado para
hablar, y para hablar con autoridad.
Los académicos, los escritores, los intelectuales que critican, desprecian y desautorizan los intentos por realizar una reforma en el
lenguaje, tienen una autoridad fijada y codificada por los gramáticos
y profesores encargados de inculcar su dominio. Tenemos entonces
un grupo de profesionales investidos con el monopolio del uso legítimo
de la lengua legítima, que producen para su propio uso una lengua
especial, predispuesta a cumplir una función social de distinción en
las relaciones de clase, etnia y género.
Esto significa, en resumen, que el habla –junto con otros marcadores semióticos de identidad– destapa de manera inmediata y evidente
el origen social de las personas. Es, como dice Bourdieu, un indicador
distintivo, un habitus. A partir de la diferencia social, atribuimos a la
forma de hablar valores diferenciales. De ahí, y no de alguna cualidad
inherente a la lengua, es de donde sacamos la superstición de que hay
maneras correctas y maneras incorrectas de hablar. Desde esta creencia
despreciamos a quien dice “haiga” en vez de “haya”; a quien dice “estuata” o “interperie” o “murciégalo”.
A manera de conclusión
El lenguaje no es sólo un medio de expresión, sino también un principio de estructuración que funciona con el apoyo de un grupo que
se reconoce en él. Dice Pierre Bourdieu que todas las prácticas lingüísticas se valoran con arreglo al patrón de las prácticas legítimas,
que son las prácticas de los sujetos sociales dominantes. El poder de
las palabras reside en el hecho de que quien las pronuncia no lo hace
a título personal, ya que es sólo su “portador”: el portavoz autorizado
sólo puede actuar por las palabras en la medida en que su palabra
concentra el capital simbólico acumulado por el grupo que le ha
otorgado ese mandato y de cuyo poder está investido.
La producción simbólica está determinada por este dominio:
quienes ejercen las prácticas legítimas tienen también el poder de
LENGUAJE SEXISTA / LENGUAJE NO SEXISTA
§
215
ejercer la censura para determinar cuáles son las maneras legítimas de
hablar, cuáles son las elecciones legítimas en el lenguaje, cuál es el
“nivel” legítimo del lenguaje, y, por supuesto, también lo que puede o
lo que no puede decirse. De ahí la preocupación por el estilo, y este
cuidar que se diga sólo lo que está bien dicho, esta insistencia en el
“bien decir”, en “hablar como es debido”.
Los miembros de la clase y el sexo dominantes postulan su habitus
lingüístico como la norma. La censura derivada de esta normatividad
proscribe todas aquellas formas lingüísticas que podrían poner en duda
la legitimidad simbólica de ese dominio: la competencia de nuestras
autoridades implica el dominio práctico de un uso de la lengua y el
dominio práctico de las situaciones en las que ese uso de la lengua es
socialmente aceptable.
Los discursos no son únicamente signos destinados a ser descifrados; son también signos de riqueza, de estatus, de poder, de autoridad,
de dominio, de preeminencia, destinados a ser valorados, apreciados,
creídos y obedecidos. La competencia lingüística no es una simple
capacidad: la lengua autorizada crea autoridad; puede ser usada solamente por quienes tienen derecho a la palabra y al poder de que viene
investida la palabra; de esta forma, el estilo es un elemento con arreglo
al cual el lenguaje tendría como objetivo producir e imponer la representación de su propia importancia, contribuyendo así a asegurar su
propia credibilidad.
Al estructurar la percepción que los agentes sociales tienen del
mundo social, la nominación contribuye a construir la estructura de
ese mundo; no hay agente social que no desee tener el poder de nombrar y de hacer el mundo nombrándolo, porque imponer una manera
más o menos autorizada de ver el mundo social contribuye a hacer la
realidad de este mundo.
Cuando las mujeres reclamamos autoridad simbólica para determinar qué se puede decir y como decirlo, reclamamos un poder socialmente reconocido a imponer una cierta visión del mundo social,
reclamamos la posibilidad del consenso respecto del sentido del mundo
social que funda el sentido común. El uso del lenguaje depende de
la posición social de quien lo practica; esa posición rige el acceso a la
216
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
lengua de las instituciones, a la palabra oficial, ortodoxa, legítima; el
acceso a los instrumentos legítimos de expresión permite la participación en la autoridad de las instituciones.
Lo que la reforma del lenguaje institucional realmente señala es la
posibilidad de reconocer una nueva manera de ordenar el mundo.
Esto es, sin duda, perturbador, porque desafía la apariencia de una
verdad inmutable previamente disfrutada por el viejo orden. Como
dice Deborah Cameron, a los conservadores les preocupa el lenguaje
en sí mismo. “La resistencia al cambio lingüístico se relaciona con la
manera en que la gente piensa el lenguaje como un punto fijo en el
flujo de la experiencia, y se aferra a las certezas que siente que están
incorporadas en el lenguaje” (Cameron, 1992: 123).
Como dice Ana Mañeru (1999: 165), las preguntas acerca de la
corrección gramatical –“¿se puede decir de este modo?, ¿se debe decir
así?, ¿es correcto decir…?”– pierden sentido aquí, porque no hay reglas
fijas, sino la voluntad de representar; y lo que está en juego es la eficacia
del procedimiento elegido.11 Lo importante es asumir un criterio
dinámico, porque la realidad cambia a cada instante junto con las
relaciones sociales y las propias personas que participamos de éstas.
Quizás el reto más importante sea entender que no somos, sino que
estamos siendo –así, en gerundio– en nuestros cuerpos sexuados, y el
lenguaje da cuenta de ello.
Referencias
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Black, Maria, y Rosalind Coward. “Linguistic, social and sexual relations: a review
of Dale Spender’s Man Made Language”. En The Feminist Critique of Language / A Reader, Deborah Cameron (comp.). Londres: Routledge, 1998.
11
O como señala atinadamente Bosque (2012), no tiene sentido “pensar que las
convenciones gramaticales nos impiden expresar en libertad nuestros pensamientos o interpretar los de los demás”.
LENGUAJE SEXISTA / LENGUAJE NO SEXISTA
§
217
Bosque, Ignacio. “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, informe, 2012,
disponible en línea: <http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/02/actualidad/1330717685_771121.html> [consulta: 12 de septiembre de 2013].
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LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
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CUARTA PARTE
Nutrición, alimentación
y género
Los trastornos de la conducta alimentaria
en mujeres y hombres
MARÍA DEL CARMEN IÑARRITU PÉREZ
RESUMEN: El presente artículo pretende visualizar las diferencias en las
prevalencias de los trastornos de la conducta alimentaria en mujeres y en
hombres, se examinan las influencias de los factores biológicos, psicológicos
y sociales; se enfatiza el papel que desempeña los roles de género impuestos
por las presiones socioculturales.
Se dará una introducción sobre que son los trastornos de la conducta
alimentaria (TCA) y los criterios diagnósticos que los definen. Posteriormente se comentarán en el apartado de los TCA en cifras, algunos estudios
sobre las diferencias en la prevalencia de estos trastornos en mujeres y en
hombres, con énfasis en los datos encontrados en México. Y finalmente
se comentarán los factores que determinan estas diferencias que se dividen
en factores biológicos, psicológicos y socioculturales, enfatizando en este
último aspecto los roles de género que puedan estar determinando las
diferencias en el riesgo para mujeres y hombres de padecer algún TCA.
Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) han sido definidos
como desórdenes psiquiátricos en los cuales se presentan percepciones
erróneas de la alimentación, el peso y la figura corporal, aunado a un
miedo enfermizo a engordar. De acuerdo con la última revisión del
Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales en su
221
222
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
versión V (DSM-V), publicada a principios de 2013, los TCA se clasifican en: anorexia nerviosa (AN); bulimia nerviosa (BN); trastorno
restrictivo de la ingesta alimentaria; trastorno por atracón (TA); y
trastorno de la nutrición y la alimentación que no se considera en
otras enfermedades.
El diagnóstico diferencial de cada uno de ellos es, a veces, complicado ya que comparten síntomas y conductas, como son la restricción
dietética, la realización de atracones y la autovaloración a partir del
peso y la figura. Resumiendo, la anorexia nerviosa se caracteriza por
una pérdida significativa del peso corporal, debida a una ingesta alimentaria muy por debajo de las necesidades de la persona que la padece
y un miedo intenso a aumentar su peso, acompañado de una alteración
en el modo como experimenta su peso o su figura corporal; la bulimia
nerviosa se caracteriza por la realización de atracones (consumir gran
cantidad de alimento con sensación de pérdida de control sobre lo
que se está comiendo) acompañados de conductas compensatorias
inapropiadas (como son el provocarse el vómito, la utilización de laxantes y/o diuréticos, así como el ejercicio excesivo y los ayunos); el
trastorno por atracón se caracteriza por presentar atracones frecuentes, acompañados de pérdida de control sobre lo que se está comiendo, sin embargo, después de darse el atracón la persona no presenta
conductas compensatorias; y los trastornos de la alimentación y la
nutrición que no se consideran en otras enfermedades (antes llamados
trastornos alimentarios no específicos: TANE) son variantes de AN y
BN pero con síntomas menos acentuados (www.dsm5.org).
Según Saucedo-Molina (2003) el término conducta alimentaria
se refiere al conjunto de acciones que lleva a cabo una persona en
respuesta a una motivación biológica, psicológica y socio-cultural
vinculada con la ingestión de alimentos. La alteración de ésta da origen
a las conductas alimentarias de riesgo (CAR), y al persistir y agravarse
conduce a los ya mencionados trastornos de la conducta alimentaria
(TCA). Las conductas alimentarias de riesgo (CAR) se definen como
aquellas conductas compensatorias características de los TCA, pero
que no pueden definirse como un TCA ya que no cumplen con los
requisitos de severidad y duración. Dichas conductas incluyen la
LOS TRASTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA EN MUJERES Y HOMBRES
§
223
preocupación por engordar, los atracones con sensación de falta de
control, conductas alimentarias restrictivas como son: la práctica
de dietas, ayunos, ejercicio excesivo y consumo de pastillas para
adelgazar, y las conductas alimentarias purgativas que incluyen: el
uso de laxantes, diuréticos y vómito auto provocado, cuyo fin es
bajar de peso.
Varios estudios han encontrado diferencias por sexo en las mediciones de factores que permiten diagnosticar algún trastorno de la
Conducta Alimentaria, examinando las influencias de los factores
biológicos, así como los factores psicológicos en hombres y mujeres,
se ha encontrado que, en general, las mujeres adolescentes se involucran
más que los hombres en conductas para bajar de peso, mientras que
el ideal de cuerpo masculino no necesita la pérdida de peso, sino más
bien el aumento de masa muscular. Estas diferencias por sexo pueden
tener explicaciones a partir de los roles de género impuestos por las
presiones socioculturales.
Se puede decir que las mujeres experimentan una serie de motivaciones que las impulsa hacia algún trastorno alimentario que son
diferentes en los hombres, lo que nos lleva a un sin fin de preguntas:
¿Las diferencias en la prevalencia de los TCA en hombres y mujeres
están determinadas por los roles de género? ¿Pueden generalizarse los
resultados obtenidos de muestras predominantemente de mujeres hacia lo hombres? ¿Se están evaluando a los hombres con los criterios
establecidos para las mujeres? En esta revisión se tratará de responder
a estas preguntas por medio de diferentes perspectivas.
Los trastornos de la conducta alimentaria en cifras
En cuanto a las diferencias en la prevalencia, revisaremos primero los
datos epidemiológicos: Los estudios epidemiológicos muestran que
tanto la anorexia nerviosa (AN) como la bulimia nerviosa (BN) son más
comunes en mujeres que en hombres, en la revisión realizada por Hoek
y Hoeken (2003) encontraron una prevalencia promedio de 0.3% de
anorexia nerviosa en mujeres jóvenes y de 0.1% en hombres. Mientras
224
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
que la prevalencia para bulimia nerviosa fue de 1% en mujeres jóvenes
y 0.1% en hombres jóvenes. Sin embargo, en cuanto al trastorno por
atracón se encontró una prevalencia de 0.6% en mujeres y de 1.9%
en hombres (Striegel-Moore, 2009). Las diferencias por sexo reportadas
también dependen de los síntomas específicos que se estén investigando: las mujeres presentan prevalencias más altas de insatisfacción
con su peso corporal, de realizar dietas para bajar de peso y de utilizar conductas compensatorias inapropiadas (vómito, purga, ayuno)
que los hombres, quienes tienen prevalencias más altas de atracones
y del uso de ejercicio excesivo para controlar su peso (Striegel-Moore,
2009). En cuanto a datos de prevalencia de TCA en México, en la
Encuesta Mexicana de Epidemiología Psiquiátrica (Medina Mora ME,
2003) se encontró que un 0.2% de AN y 0.9% de BN en mujeres
adolescentes de 12 a 19 años de edad.
En México, en la ENSANUT 2012 (Encuesta Nacional de Salud y
Nutrición del 2012) (Gutiérrez y col. 2012), se reportó que la proporción de adolescentes participantes (jóvenes de 10 a 19 años) que
estaban en riesgo de padecer algún TCA por presentar conductas
alimentarias de riesgo fue de 1.3% (1.9% en mujeres y 0.8% en
hombres). Comparando con la encuesta realizada hace sólo 6 años
(ENSANUT 2006: 1.0% en mujeres y 0.4% en hombres adolescentes),
se observa con preocupación que las prevalencias se han duplicado.
Las conductas alimentarias de riesgo más comunes en adolescentes
mexicanos fueron: preocupación por engordar, comer demasiado y
perder el control sobre lo que se come. Entre las conductas de riesgo
para bajar de peso que se reportaron con mayor frecuencia entre las
mujeres adolescentes fue: hacer ayuno, realizar dietas, tomar pastillas,
diuréticos o laxantes. Mientras que en los varones adolescentes fue:
hacer ejercicio para bajar de peso.
En cuanto a las conductas alimentarias de riesgo (CAR), Unikel y
col. (2010) estimaron una prevalencia de 6.8% de estas conductas en
una muestra de estudiantes mexicanas de 15 a 19 años de edad, de
escuelas preparatorias públicas de 17 localidades urbanas en la República Mexicana. Asimismo, encontraron (Unikel y col. 2006) que las
tendencias en cuanto la prevalencia de conductas de riesgo para TCA
LOS TRASTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA EN MUJERES Y HOMBRES
§
225
han ido en aumento en ambos sexos, analizando por grupo de edad
y sexo encontraron que estas conductas aumentan conforme aumenta
la edad en las mujeres siendo las más afectadas las jóvenes entre 18 y
19 años de edad, mientras que en los hombres se presenta el fenómeno
a la inversa, los más afectados son los varones entre 12 y 13 años.
En la Facultad de Medicina de la UNAM, en un estudio realizado
por Morán y col. (2009) encontraron una prevalencia de conductas
de riesgo en estudiantes de medicina de 4.3% (de los cuales 16.2%
eran hombres y 83.7% mujeres).
Tomando en cuenta el efecto del tamaño de las muestras, los criterios diagnósticos y los instrumentos de medición más enfocados a
las mujeres, las diferencias por sexo en los TCA pueden ser menos
pronunciadas de lo que se cree que son. Los TCA en hombres están
subestimados ya que se considera una enfermedad propia de las mujeres, por lo que en los hombres no se diagnostica adecuadamente o
ellos no buscan tratamiento, los estereotipos han propiciado que los
varones sean diagnosticados muy tardíamente. Probablemente con
los nuevos criterios diagnósticos del DSM-V, donde se suprime el
criterio de amenorrea, se encontrarán menores diferencias en las prevalencias de los TCA por sexo.
Un cambio importante en la 5ª. versión del DSM que permitirá
visualizar mejor las diferencias por sexo, es el reconocer como una
entidad aparte el trastorno por atracón. A pesar de las fallas que pudieran presentarse en la evaluación de las prevalencias de los TCA en
mujeres y hombres, es claro que las mujeres se encuentran en mayor
riesgo de desarrollar algún trastorno alimentario, y para explicar estas
diferencias diversos autores han desarrollado teorías que puedan dar
explicaciones más claras al respecto.
Aplicando una teoría feminista Katzman (1997) pone el énfasis
en la importancia de los roles de género asignados a las mujeres, que
las inducen a patrones alimentarios aberrantes y a la insatisfacción y
distorsión de la imagen corporal. La crítica a esta teoría habla de la
sobrevaloración del sexismo y la exclusión de otras opresiones sociales
como son la pobreza, la inmigración y el modelo de la mujer (occidental, blanca, clase media).
226
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
En la cultura occidental la mujer aprende de forma temprana que
sus oportunidades sociales están determinadas por su apariencia, por
lo tanto, las mujeres dan gran importancia en ser atractivas, y para la
sociedad el ser atractiva significa ser delgada. El ideal de delgadez se
comunica por medio del estereotipo dado por la sociedad a la obesidad:
obesidad es mala, delgadez es buena. Conforme los adolescentes se
desarrollan física y emocionalmente se van intensificando las expectativas de sus roles de género. Para las mujeres estos estereotipos enfatizan la importancia del atractivo físico como una dimensión central
su evaluación, y en la cultura occidental el atractivo físico de la mujer
está íntimamente ligado a la delgadez. Mientras que en los hombres
el ideal es tener un cuerpo musculoso, lo que empuja a los jóvenes a
prácticas no saludables que aumenten el volumen muscular.
Una teoría referente a la occidentalización (teoría de la aculturación) (Katzman, 1997) habla de la adopción de modelos culturales
diferentes que provocan la insatisfacción con la imagen corporal. Sin
embargo, esto no explica por qué en todos lados las mujeres presentan
con mayor frecuencia algún trastorno alimentario.
Por otra parte, una teoría sociocultural asegura que la presión
ejercida por los pares, los medios, la familia, la moda sobre las mujeres
para ser delgadas, resulta en una insatisfacción con el propio cuerpo.
Los medios promueven un “ideal de mujer” extremadamente delgada,
quien gracias a su figura podrá ser más atractiva, más deseable y más
exitosa. Este modelo sociocultural presume que la internalización de
los mensajes para ser delgadas son factores causales de la insatisfacción
corporal y de los trastornos alimentarios (Glauert, 2009).
Algunas teorías tratan los problemas de la adopción de los roles
de género como una variable secundaria en lugar de asignarle una
función etiológica específica. Sin embargo, es un hecho que las mujeres
presentan mayores prevalencias de AN y BN, por lo que se necesitan
nuevas formas de examinar la relación entre los trastornos alimentarios
y los roles de género. En el meta-análisis realizado por Murnen y
Smolak (1997), encontraron que las mujeres diagnosticadas con AN
tenían más internalizados los roles de género.
LOS TRASTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA EN MUJERES Y HOMBRES
§
227
Las definiciones operacionales de los roles de género1 y de las
cualidades femeninas tradicionales, especialmente los roles femeninos
han cambiado. Hasta los 1970’s la adherencia a los roles de género se
media utilizando escalas (como ejemplo de estas escalas bipolares está
el Minnesota Multiphasic Personality Inventory) que conceptualizaban
la femineidad y la masculinidad como opuestos. Así, uno podía ser
femenino o masculino, pero no ambos. Esto ha sido criticado por la
definición unidimensional de la femineidad y la masculinidad. Según
Steiner-Adair (2002), al entrevistar a mujeres adolescentes, las cualidades tradicionales de lo deseable para el “ideal de mujer” han cambiado
en los últimos 20 a 30 años, ahora el ideal es la “super mujer”, que es
una mujer que tiene cualidades tanto masculinas (por ejemplo la
asertividad, carrera profesional) como femeninas (la familia, los cuidados) y que se desempeña bien en ambas, y viéndose siempre atractiva.
Sin embargo, también se encontró que las mujeres que adoptan este
patrón de “super mujer”, a quienes por otro lado no se les permite
expresar enojo y frustración de manera abierta, tienen mayor riesgo
de caer en algún tipo de trastorno alimentario. Otra de las explicaciones puede ser la discrepancia entre los roles de género modernos
adoptados por las adolescentes y las expectativas de los padres en
cuanto a los roles de género tradicionales. Esto enfatiza la importancia
de considerar el contexto social en el que el individuo se desempeña
y donde se definen los roles de género, al querer teorizar sobre los
factores de riesgo de los trastornos alimentarios.
Gran parte de la investigación, cuando se habla de la relación de
género y trastornos alimentarios, se centra en la adopción de los roles
de género, sin embargo, han de tenerse también en cuenta ciertas
experiencias de objetivación del cuerpo, como son el acoso y el abuso
sexual, que son factores desencadenantes de los trastornos alimentarios.
Estas experiencias aunadas a los dobles mensajes en cuanto a la sexualidad emitidos por la sociedad, causan graves confusiones sobre todo
1
Roles de género: el papel o rol de género se configura con el conjunto de normas y
prescripciones que dictan la sociedad y la cultura sobre el comportamiento femenino o
masculino. Marta Lamas. “Cuerpo: diferencia sexual y genero”. México, Ed. Taurus. 2002.
228
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
a las adolescentes, siendo esta etapa un tiempo de cambio e intensificación de los roles de género.
Diferencias de riesgo en hombres y mujeres
Para el presente artículo se identificarán algunos factores individuales,
familiares y sociales que determinan las diferencias en el riesgo de
padecer trastornos alimentarios en mujeres y en hombres, ya que los
TCA son una de las psicopatologías que más se diferencian por sexo.
Entre los factores individuales o personales se comentarán algunos
aspectos biológicos (factores hormonales y peso corporal) y psicológicos (baja autoestima, insatisfacción con la imagen corporal, internalización del ideal de delgadez) que determinan las diferencias.
Factores individuales
Factores biológicos: Algunas investigaciones (Racine, 2011) indican
que las hormonas ováricas pueden ser factores biológicos importantes que contribuyen al desarrollo y aumento en el riesgo de trastornos
alimentarios en las mujeres. Los cambios en las hormonas ováricas
durante el ciclo menstrual pueden tener influencia sobre la conducta
alimentaria y la forma como se percibe el cuerpo. La forma de acción
de estas hormonas ováricas es a través de su regulación en la ingesta de
alimentos: El estradiol (forma más importante de estrógeno) provoca
pérdida del apetito, mientras que la progesterona tiene un efecto estimulante para el consumo de alimentos. Esto ha llevado al estudio
del rol de las hormonas ováricas en la presencia de algunos comportamientos relacionados con los trastornos alimentarios, principalmente
los atracones, a lo largo del ciclo menstrual y se ha observado que en
la parte del ciclo donde se aumenta la progesterona, para la preparación
para la concepción (fases lútea y premenstrual), se presentan atracones
con mayor frecuencia que en las otras etapas del ciclo menstrual, con
el estradiol (estrógenos) inversamente asociado a los atracones y la
progesterona positivamente asociada. Por otra parte, además de tener
LOS TRASTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA EN MUJERES Y HOMBRES
§
229
influencia sobre el consumo de alimentos, las hormonas ováricas
también se han relacionado con la etiología y expresión de algunos
síntomas y factores de riesgo para los trastornos alimentarios, como
el deseo de delgadez, la insatisfacción con la imagen corporal y la
restricción dietética. Se ha reportado (Racine, 2012) que los niveles
bajos de estradiol (estrógenos) en la fase premenstrual pueden llevar
a niveles más altos de insatisfacción corporal, así como de un aumento
en el consumo de alimentos ricos en azúcares y grasas. Estos alimentos
tienen un efecto opiode en jóvenes con bulimia, lo que propicia el
aumento en el consumo de este tipo de alimentos. (Hernández, 2003).
Otro factor biológico importante asociado con un aumento en el
riesgo de algún trastorno alimentario es el sobrepeso y la obesidad.
Los estudios transversales que se han llevado a cabo no permiten
identificar la temporalidad en la determinación de los factores de
riesgo, sobre todo en lo que se refiere al sobrepeso y la obesidad. En
un estudio longitudinal realizado por Neumark-Szteiner y col. (2009)
trataron de identificar los factores de riesgo asociados con los trastornos
alimentarios en adolescentes hombres y mujeres con sobrepeso. Se
encontró como factor de riesgo la experiencia de ser obeso en una
sociedad orientada hacia la delgadez y aunque la proporción de adolescentes con sobrepeso era igual entre hombres y mujeres, la presencia
de trastornos alimentarios era el doble para las mujeres que para los
hombres, por la importancia que se le da al peso corporal en la sociedad. También se encontró que comportamientos inadecuados para el
control de peso (como saltarse las comidas, comer muy poco, realizar
ayunos, utilización de sustitutos de alimentos y fumar) aumentaron
el riesgo de padecer algún trastorno alimentario, mientras que comer
una alimentación saludable sin saltarse comidas fue un factor protector
en ambos sexos.
La preocupación por el peso corporal en la niñez y la adolescencia
es considerada factor de riesgo para el desarrollo de trastornos alimentarios. En la pubertad esto se ve exacerbado por la aparición de los
caracteres sexuales secundarios que conllevan aumento de peso y
cambios en la figura corporal. La preocupación por el peso en las niñas,
que se ha reportado (May, 2006) desde muy temprana edad (5 a 9
230
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
años), ha sido predictora de insatisfacción con la imagen corporal y
trastornos alimentarios en la adolescencia. Mientras que los hombres
están preocupados por no ser suficientemente altos y musculosos.
Factores psicológicos
Entre los factores psicológicos que predicen con mayor fuerza algún
tipo de trastorno alimentario son la insatisfacción con la imagen
corporal, la internalización del ideal de delgadez, la baja autoestima,
el perfeccionismo, entre otras. Mientras que son factores protectores
en ambos sexos la satisfacción con la imagen corporal y un alta autoestima. Existen varias diferencias por género asociadas a los aspectos
psicológicos: La depresión y la baja autoestima, según McCabe y
Vincent (2003), son los factores más consistentes que predicen alguna
forma de trastorno alimentario entre las mujeres. Mientras que la
ansiedad y los sentimientos de ineficiencia lo son para los hombres.
Tanto en hombres como en mujeres la baja autoestima es un factor
de riesgo importante para el desarrollo de los TCA en la adolescencia
en ambos sexos.
Varios estudios (Castro, 2007) han relacionado el perfeccionismo
como característica en pacientes con anorexia y con bulimia, así como
factor de riesgo para padecerlos. El perfeccionismo es una característica
de la personalidad donde existe un énfasis excesivo en la organización
y la precisión, una lucha por lograr estándares personales muy altos e
irreales (como es el atractivo físico y la delgadez), aunados a una dura
autocrítica al no poder alcanzarlos, una preocupación excesiva sobre
los propios errores y dudas sobre los logros personales.
La insatisfacción con la imagen corporal se define como “una
evaluación subjetiva negativa del propio cuerpo”, que debe diferenciarse
de la incapacidad para percibir realísticamente el propio peso corporal
(distorsión de la imagen corporal), y la extremada importancia que se
le da al peso en la propia valía. La alta proporción de mujeres (60%
de las mujeres y 30% de los hombres adolescentes que se estudiaron
deseaban cambiar su figura) (Presnell, 2004) que están infelices con
su propio cuerpo es de preocupar, debido a la relación encontrada
LOS TRASTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA EN MUJERES Y HOMBRES
§
231
entre la insatisfacción con la imagen corporal y el desarrollo de los
trastornos alimentarios, baja autoestima y depresión. Aunque las causas
de la insatisfacción con la imagen corporal son múltiples, la teoría
sociocultural es la que parece tener mayor peso en la causalidad.
La internalización (es la incorporación de valores específicos al
grado que se vuelven principios que guían la conducta) del ideal de
delgadez parece llevar a la insatisfacción con la imagen corporal, por
medio de la frustración generada ante la imposibilidad de tener el
cuerpo “ideal”. Se ha considerado a la insatisfacción con la imagen
corporal como un problema que afecta de manera importante a una
proporción elevada de la sociedad. El deseo de ser delgadas es tan
prevalente entre las mujeres que se considera un “descontento normativo”, y no sólo en adolescentes y mujeres jóvenes también se ha
encontrado (Dohnt, 2006) que cada vez más preadolescentes (aproximadamente de 8 a 11 años de edad) están descontentas con su
imagen corporal y desean ser más delgadas. Siendo esta insatisfacción
un factor de riesgo para una baja autoestima, aumento en la sintomatología de trastornos alimentarios, realización de dietas, obesidad y
depresión. Por otro lado, se ha observado (McCreary, 2000) que
mientras en las mujeres la insatisfacción con la imagen corporal tiene
una relación lineal positiva en relación al peso, entre más delgadas
más satisfechas, en los hombres esta relación es curvilínea, esto es,
están insatisfechos cuando tienen un peso por debajo de lo normal o
cuando tienen obesidad.
La aceptación o estima de la propia imagen corporal puede evitar
la internalización de la imagen corporal y por ende el desarrollo de los
trastornos alimentarios en adolescentes de ambos sexos. El deseo de
un cuerpo extremadamente delgado ha sido considerado causa de los
trastornos alimentarios en mujeres por mucho tiempo, sin embargo,
por más de una década se ha considerado que el deseo de muscularidad
en los hombres es un factor de riesgo para una percepción alterada de
su imagen corporal y comportamientos riesgosos de alteración del
cuerpo (ejercicio excesivo, consumo de sustancias) en los hombres
(Flament, 2012). La preocupación excesiva por el peso y la figura
están relacionadas con los trastornos alimentarios, con deficiencias
232
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
nutricionales, depresión, conductas de riesgo y suicidas. En la medida
en que se enfoque la atención y la energía en alcanzar una imagen
corporal ideal, limitan su poder para desarrollarse en otros aspectos
de la vida.
Factores familiares
Entre los factores familiares relacionados con los trastornos alimentarios
está el medio ambiente familiar y la relación padres-hijos: El medio
ambiente familiar es el primer contacto para el desarrollo de los hábitos
alimentarios, sanos o de riesgo, en las niñas y niños y también en
adolescentes. Algunas características familiares que han sido reportadas
como de riesgo para el desarrollo de bulimia nerviosa son: poco contacto y apoyo de los padres, pocos cuidados de parte de las madres y
poca afectividad en las familias, por otro lado, algunas pacientes con
anorexia han reportado: mensajes inconsistentes por parte de los padres
en cuanto a la independencia y autonomía de los adolescentes, padres poco afectivos y controladores, así como madres controladoras y
distantes. Como factor protector se ha encontrado el conocimiento
que tienen los padres de sus hijos e hijas, lo que indica una relación
cercana y afectiva entre los niños y adolescentes y sus padres. En un
estudio realizado por Austin y Smith (2008) reportaron que los valores
culturales tradicionales fueron encontrados como protectores para
evitar la internalización del ideal de delgadez en un grupo de adolescentes mexicanas. A estos valores le llamaron “familismo”, que se refiere
a la conexión emocional entre los miembros de la familia, donde no
hay burlas con respecto a la imagen y donde existe un sentido de
pertenencia y de compromiso.
Los mensajes que los padres dan a los hijos e hijas desempeñan un
papel importante en la etiología de los trastornos alimentarios. Los
comentarios negativos, especialmente de las madres hacia sus hijas
con respecto a su peso, se correlacionan con el desarrollo de los trastornos alimentarios y el deseo de delgadez. También se ha encontrado
esta correlación con respecto a los comentarios negativos externados
LOS TRASTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA EN MUJERES Y HOMBRES
§
233
por los padres, aunque se necesita más investigación a este respecto
(Linville, 2011).
Las relaciones que más se han estudiado son las relaciones madrehija (Linville, 2011). Se ha observado que las hijas de madres que
tienen una concepción más tradicional de los roles de la mujer con
una personalidad perfeccionista, tienden a presentar mayor preocupación por su peso y su apariencia. Por otro lado, casi no se ha estudiado el rol de la experiencia padre-hija en el desarrollo de la preocupación
por el peso corporal. Siendo que tanto las madres como los padres
transmiten mensajes y emiten críticas sobre sus expectativas en cuanto
al peso y la imagen de sus hijas. Maine (2004), en su interesante libro
“Father hunger”, considera que el vacío que experimentan algunas
mujeres cuyos padres están emocionalmente ausentes puede producirles
una imagen corporal irreal y conductas alimentarias de riesgo; por
otro lado, un padre cálido y protector puede reforzar los sentimientos
de aceptación y seguridad de su hija, al sentirse aceptada por los hombres más cercanos en su vida puede sobreponerse a las presiones sociales
por ser delgada. Otra relación familiar que casi no ha sido estudiada
y debería abordarse con mayor profundidad es la relación padre o
madre-hijo varón, en cuanto a su preocupación por el peso corporal,
ya que la prevalencia de hombres con preocupación por su peso y su
figura que lleva a los trastornos alimentarios es cada día más alta.
En la relación padres-hijos, el apoyo familiar juega un papel primordial en el sano desarrollo psíquico y social de los niños. Varios
estudios han demostrado que la integración familiar es parte esencial
del desarrollo de los hábitos alimentarios de los niños y niñas y de los
jóvenes. Aquellos niños y jóvenes que perciben un ambiente familiar como carente de comunicación, apoyo y cuidados y quienes reciben
comentarios negativos en cuanto a su peso tienen un mayor riesgo de
caer en algún trastorno alimentario. Por lo que Loth y col. (2009),
después de preguntar a un grupo de adolescentes en tratamiento por
TCA, dieron una lista de recomendaciones identificadas por los propios
adolescentes, éstas son: aumentar el apoyo familiar, disminuir las
pláticas sobre peso e imagen corporal, así como evitar las burlas, proveer y modelar una alimentación saludable en casa, así como de
234
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
actividad física, ayudar a los niños y adolescentes a construir su propia
autoestima más allá del peso y la apariencia física, animar a los niños
y a las niñas, así como a los jóvenes a expresar sus sentimientos y
entenderlos, aumentar el conocimiento sobre los signos y síntomas
de los trastornos alimentarios y buscar apoyo para sus propios problemas y luchas. Estas son algunas sugerencias de como los padres pueden
ayudar a sus hijos e hijas a desarrollarse con actitudes y comportamientos sanos en cuanto al peso y la alimentación en un ambiente
que promueve lo contrario. Aunque es importante, que no se ponga
toda la culpa en la familia, que está inmersa también en esta cultura
de la delgadez y no sabe de qué manera lidiar con ella. Los medios de
comunicación y la fuerte influencia de los pares también tienen mucho
que ver en este problema (Neumark-Szteiner, 2009).
Factores socioculturales
La prevalencia de los trastornos alimentarios ha aumentado en las
últimas décadas, principalmente en los adolescentes. Este aumento
en la prevalencia puede estar relacionado al aumento en el conocimiento de estos trastornos, pero también está ligado a la adopción
de los ideales de delgadez y belleza perpetuados por la sociedad y los
medios de comunicación. El desarrollo de la imagen corporal en
los adolescentes está influenciado por diversas fuerzas socioculturales,
entre las que están las experiencias con los pares, la familia y los medios.
Los y las adolescentes crean una cultura de la imagen con los pares
gobernadas por normas y expectativas que se moldean y refuerzan por
la sociedad. Estas expectativas moldean los comportamientos y actitudes hacia la propia imagen corporal y obligan a la persona a incorporar la preocupación por una figura delgada como parte imprescindible
de su autoestima. Los amigos son parte muy importante en la adolescencia y contribuyen al desarrollo de su imagen y a las estrategias para
el cambio de la misma. Jones y Crawford (2006) encontraron dos
aspectos de la cultura de la apariencia que se manifiestan entre los
amigos: conversaciones sobre la apariencia y sobre las estrategias para
el cambio (dietas en las mujeres/aumento muscular en los hombres)
LOS TRASTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA EN MUJERES Y HOMBRES
§
235
(Jones, 2006). En cuanto conversaciones sobre la apariencia, éstos
autores encontraron que las mujeres reportaron tener más conversaciones sobre la apariencia con sus amigas y formas de como bajar de
peso (dietas), mientras que los hombres reportaron recibir más burlas
por tener bajo peso y ser poco musculosos y más conversaciones sobre
la manera de aumentar la musculatura.
Actualmente vivimos inmersos en una cultura que sobrevalora la
delgadez y la imagen corporal “perfecta”, por lo que los trastornos
alimentarios pueden considerarse como una enfermedad socialmente
promovida. El bombardeo de imágenes y mensajes a través de los
medios, la publicidad, la moda, la promoción de productos para bajar de peso han logrado la interiorización colectiva de la cultura de la
delgadez y un descontento normativo de la imagen corporal. Una
exposición repetida es necesaria para el proceso de internalización, los
medios han logrado esta clase de estímulos a los que las mujeres están
expuestas constantemente, por medio de las revistas, la televisión, el
cine, la moda. Se ha observado (Foley, 2004) que en los últimos 40
años, en las revistas para mujeres, cada vez las modelos aparecen más
delgadas y mostrando todo el cuerpo (¡no nada más se necesita ser
una cara bonita hay que tener un cuerpo perfecto!), por lo que ésta
constante exposición a cuerpos cada vez más delgados ha logrado la
internalización de la imagen de delgadez.
Otro estudio interesante es el realizado por Brownell y Napolitano
(1995) quienes preocupadas por la exposición de las niñas a ideales
irreales de peso y figura evaluaron las proporciones de la muñeca Barbie
(se han vendido más de 1000 millones de muñecas Barbie en el mundo) comparándolas con las proporciones de una mujer adulta joven
sana, calculando que la muñeca es fabricada a escala de 1/6, correspondería a 1.75m de altura y a un estimado de 91 cm de pecho, 46
cm de cintura y 84 cm de cadera y a 50 kg de peso, ésta muñeca ha
sido comercializada como un modelo adolescente a la moda durante
más de 50 años ¡cuidado ésta es la silueta de una de las imágenes más
admiradas por las niñas!
Por otra parte, en los hombres el deseo de delgadez no es tan pronunciado, más bien ellos desean con mayor intensidad ser más
236
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
musculosos. La sociedad refuerza este estereotipo ligando la idea
de muscularidad con la de masculinidad, llevando a la insatisfacción
con la imagen corporal y de ahí a un tipo de distorsión de la imagen corporal que se ha encontrado principalmente en los hombres y
se ha llamado dismorfia muscular o vigorexia. Los individuos con
vigorexia reportan una preocupación obsesiva por su muscularidad,
al grado que afecta de manera importante su funcionamiento social
y laboral, ya que pasan muchas horas en el gimnasio y pueden llegar
a consumir esteroides anabólicos, con el fin de aumentar su muscularidad, aunque conozcan los graves riesgos para la salud. Siguiendo
con el tema de los juguetes y de su capacidad para internalizar una
imagen corporal “perfecta”, Pope y col. (1999) encontraron que los
muñecos de acción (por ejemplo los GI Joe) han aumentado sus proporciones musculares de manera desmedida a lo largo de sus más de
40 años de existencia, a niveles irreales e incompatibles para la salud,
acompañados con una expresión facial de furia.
Conclusiones
Los trastornos alimentarios son una preocupación en la salud de los
adolescentes y jóvenes de ambos sexos debido al impacto que tienen
éstos en la salud física y mental de aquellos que la padecen. Se ha
estimado que entre las personas que reciben tratamiento, entre el 40
a 60% de ellos se recuperan totalmente. Considerando el alto costo y
la dificultad para la recuperación, son imperativas las acciones en la
prevención de los trastornos alimentarios.
El anhelo de adelgazar o de tener una figura corporal “perfecta”
se ha convertido en un valor central de nuestra cultura, siendo éste
el mayor factor de riesgo para los trastornos alimentarios; es la moda,
los medios de comunicación quienes nos inculcan qué debemos
desear y pensar.
Tanto hombres como mujeres están sometidos a la presión ambiental y cultural de una sociedad donde se rinde culto a la imagen:
la delgadez femenina y la muscularidad masculina. Existe mayor riesgo
LOS TRASTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA EN MUJERES Y HOMBRES
§
237
de alteraciones del comportamiento alimentario en las mujeres y
hombres que más aspiran a encarnar estos ideales estereotipados de
mujer y de varón.
Como se comentó existen varios factores de riesgo para los TCA
en hombres y mujeres, entre los principales están las normas de peso
corporal establecidas por pares, familiares y los medios de comunicación, la cultura de la apariencia, las burlas, las prácticas para el control
de peso como es el realizar dietas restrictivas y ayunos. Por otro lado,
existen factores protectores en contra de estos trastornos, entre los
que se encuentran el apoyo y la cohesión familiar, una atmósfera
agradable en los tiempos de comida, algunos hábitos alimentarios
saludables que se han asociado como factores protectores son el desayunar, el consumo de frutas y verduras y el bajo consumo de refrescos
(Franko, 2008).
Seguramente la obesidad es un problema de salud pública en
todas partes, sin embargo, debe hacerse énfasis, sobre todo en los
adolescentes y adultos jóvenes de ambos sexos, en la importancia de
la prevención y de la excesiva preocupación sobre el peso corporal,
evitando el empleo de conductas de riesgo alimentario, como son
el realizar dietas constantemente para bajar de peso; esto aunado al
reforzamiento de acciones que favorezcan la autoestima, reconociendo
los sentimientos que tienen sobre ellos y sus vidas, así como la promoción de una alimentación saludable y del ejercicio recreativo.
También es importante trabajar con las familias para mejorar las
relaciones y el apoyo familiar. El personal de salud encargado en
tratar la obesidad debe estar consciente del doble riesgo entre obesidad y trastornos alimentarios, para evitar la implementación de
intervenciones que no toman en cuenta el riesgo de padecer trastornos
alimentarios. Al profesorado debe dárseles información adecuada en
las escuelas, junto con un ambiente familiar saludable son factores
esenciales para contrarrestar los mensajes nocivos que favorecen una
imagen corporal patológica.
Aunque las mujeres presenten niveles más altos de insatisfacción
con su imagen corporal, también se ha encontrado datos preocupantes
en cuanto a insatisfacción de la imagen corporal en los hombres.
238
§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Esto sugiere que las intervenciones enfocadas a la prevención de esta
insatisfacción, que puede llevar a trastornos psiquiátricos como la
depresión y los TCA, deben ser para ambos sexos, incrementando el
afecto positivo y el apoyo de pares y familiares. Siempre teniendo
en mente que las mujeres prácticamente todas desean estar más
delgadas y en los hombres está dividido algunos desean ganar peso
y otros perderlo. Por lo que las intervenciones en los hombres deben
darse en ambos polos. Dentro de los programas de prevención de
los TCA se debe tomar en cuenta: que la adolescencia temprana es
una etapa de alta vulnerabilidad en las mujeres. Según Adebe y col.
(2011) los hombres y las mujeres muestran trayectorias diferentes
en el desarrollo de síntomas bulímicos durante la adolescencia y la
transición a la edad adulta. Por lo que las intervenciones de prevención deben enfocarse en las mujeres de 14 a 16 años y en los hombres
al inicio de la década de los 20 años. Se necesita más investigación,
principalmente entre los hombres, para determinar los aspectos
psicológicos que los empujan hacia los TCA, con el fin de poder
desarrollar programas de intervención adecuados y deferenciados
según el sexo y género.
Entender mejor la relación entre la percepción de los adolescentes
de la imagen corporal ideal y su autoestima y el desarrollo de trastornos alimentarios ayudará a formular estrategias educativas para
prevenir la insatisfacción con la imagen corporal y de ahí evitar el
desarrollo de los TCA, mejorar la relación de los y las adolescentes
con sus padres, con el fin de que haya mayor intimidad, el conocimiento de los padres sobre sus hijos e hijas y ayuda efectiva en la
resolución de conflictos.
Los modelos impuestos por una sociedad obsesionada con la
delgadez y la “imagen perfecta” como sinónimo de éxito y aceptación ha llevado a un gran número de jóvenes a padecer algún TCA.
El padre, la madre, las maestras y maestros, los/las entrenadores/
as, el personal de salud tienen la gran responsabilidad de educar
desde la infancia a defenderse de modelos estereotipados del culto
excesivo al cuerpo y a la imagen y de la obsesión por lograr una
perfección irreal.
LOS TRASTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA EN MUJERES Y HOMBRES
§
239
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AUTORES / AS
Dra. Alba Elena Ávila González.
Profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad
Iztapalapa-Departamento de Antropología.
Dra. en Historia, Ana María Carrillo Farga.
Departamento de Salud Pública, Facultad de Medicina, UNAM.
Dr. Roberto Castro.
Investigador del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM), UNAM.
Dra. Mayra Lilia Chávez Courtois.
Investigadora en Ciencias Médicas en la Subdirección de Investigaciones
Comunitarias, Instituto Nacional de Perinatología. Integrante de la
Planta Docente Complementaria del Posgrado en Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
Dra. Joaquina Erviti.
Investigadora del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM), UNAM.
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§
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA SALUD
Dr. Juan Guillermo Figueroa Perea.
Profesor-Investigador de El Colegio de México AC, Profesor de Asignatura de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
Dra. en Antropología, Rocío Fuentes Valdivieso.
Investigadora de la Escuela Superior de Medicina del Instituto
Politécnico Nacional.
Dra. Elsa S. Guevara Ruiseñor.
Profesora de Carrera Titular “B”, Carrera de Psicología de la Facultad
de Estudios Superiores Zaragoza, UNAM.
Nutrióloga María del Carmen Iñarritu Pérez.
Técnica Académica de tiempo completo, Departamento de Salud
Pública, Facultad de Medicina, UNAM.
Dra. Hortensia Moreno Esparza.
Técnica Académica Titular “C” de tiempo completo del Programa
Universitario de Estudios de Género, Profesora de la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.
Maestra Luz María Angela Moreno Tetlacuilo.
Profesora Asociada “C” de Tiempo Completo y Coordinadora
del Programa de Estudios de Género y Salud del Departamento de
Salud Pública de la Facultad de Medicina, UNAM.
Dra. Yuriria A. Rodríguez Martínez.
Profesora de Cátedra del Tecnológico de Monterrey, Campus
Santa Fe; Consultora Independiente en temas de género, salud y
derechos humanos.
La perspectiva de género en la salud
Editado por la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México,
se terminó de imprimir el 9 de mayo de 2016
en Formas e Imágenes, S.A. de C.V., Av. Universidad 1953, 2-E, Copilco el Bajo,
04340, Coyoacán, Ciudad de México,
[email protected]
La composición tipográfica se hizo en Adobe Garamond 11 y 13pts y Alegreya Sans 18pts
Formato 16 × 23 cm, 280 páginas a una tinta, encuadernación rústica
Impresión offset sobre papel Bond de 90 g y cartulina Couché de 120 g
Diseño y diagramación: Leticia Pérez Solís
Tiraje de 300 ejemplares
9 786070 278785
Diez autoras/es aportan textos interesantes y de gran calidad, que
nos llevan a reflexionar sobre la ingente necesidad de incorporar la
perspectiva de género en el proceso salud-enfermedad-atención-educación e investigación, y la importancia de que los profesionales
de la salud incorporen y apliquen dicha perspectiva en su quehacer
cotidiano. Resaltan la urgencia de hacer una diferenciación por sexo
en el estudio clínico del cuerpo humano para comprender mejor
los orígenes de ciertos padecimientos, que inciden directamente
en la salud y enfermedad de las personas, y de poner fin a las
inequidades y desigualdades de género manifestadas lo mismo en
el lenguaje que en la reproducción humana o el ambiente laboral
y de la educación médica.