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El Pequeño Guiñol y otras tragedias

2020

Editorial Del Pequeño Guiñol y otras tragedias ¿Cómo va responder la literatura colombiana de los próximos años ante la gran tragedia que estamos viviendo hoy en el país? Y por gran tragedia no me refiero a la pandemia que nos cambió la vida desde comienzos de 2020; este problema lo irá resolviendo la ciencia: a la hora de escribir estas líneas, ya algunos de los grandes laboratorios, como Pfizer, Moderna y la rdif, habían anunciado que tenían lista la vacuna —el pasado 8 de diciembre, Pfizer y BioNTech comenzaron la vacunación en Reino Unido—, y seguramente la irán distribuyendo por todo el planeta a lo largo del 2021. Ojalá que en el afán por la supremacía del mercado, en la lucha contra la Covid-19 no cometan otros errores graves contra la salud humana. Por nuestra parte, encomendémonos al Ministerio de Salud y Protección Social para que el virus nos encuentre ya vacunados. Volviendo al comienzo, al aludir a “la gran tragedia”que estamos viviendo me refiero a este peligroso coctel de violencia y corrupción, combinado con una alta dosis de deslegitimación del Gobierno, con un presidente que desde que ocupó la silla presidencial —y no digamos que desde que asumió las riendas del país, porque seríamos imprecisos— se ha ocupado más en la búsqueda de legitimar lo ilegítimo que de conducir los destinos de Colombia. Así, siguiéndole la corriente a su partido y sobre todo a su mentor, por el afán de cumplir la promesa de “hacer trizas” el Acuerdo de Paz que con tantas dificultades logró firmar el presidente Juan Manuel Santos con la guerrilla de las Farc en 2016 —y por el cual fue premiado con el Nobel de Paz, para despecho de sus contradictores—, el mandatario de turno le ha dado la espalda también al país, y ha prestado oídos sordos a la gran tragedia humanitaria que se cierne en gran parte del territorio nacional, y contra la cual, a diferencia del mencionado virus, no se ve vacuna posible a corto ni a mediano plazo. Así, a medida que por la negligencia de los responsables desde las instituciones del Estado se han empoderado las bandas criminales en el país, también se han multiplicado las masacres —u “homicidios colectivos”, como ha pretendido llamarlo el Gobierno—, los asesinatos contra líderes sociales, y cada vez ESTUDIOS DE LITERATURA COLOMBIANA 48, enero-junio 2021, ISNN 0123-4412 https://doi.org/10.17533/udea.elc.n48ed01 11 crece más la sombra que se cierne sobre la juventud de Colombia, al tiempo que los grupos ilegales se disputan los territorios y las rutas para el tráfico de drogas. Mientras estos y otros fenómenos como la corrupción en todas las esferas del Estado proyectan cada día una sombra más grande, el presidente de turno le da la espalda al país para concentrar su mirada en una cámara con la que intenta agrandar una imagen que cada vez luce más etérea. Verlo gesticular en la pantalla días tras día, repitiendo un discurso insulso e innecesario, cuando tiene allí a funcionarios mucho más calificados e idóneos para hablar de los procesos relacionados con la pandemia, me recuerda un pasaje de la dedicatoria que dejó César Uribe Piedrahita en su novela Mancha de aceite (1935): En Venezuela no conocí las intrigas capitalinas de las altas esferas oficiales. Si alguien desea conocerlas encontrará documentos suficientes en la crónica palaciega que escribió Fernando González al correr del automóvil que seguía al de “Su Compadre”. Allí están vivos los historiones, los camareros y cortesanos, las mujercillas, el lascivo Capellán alcohólico y resto de los fantoches que figuran en la tragicomedia de ese Gran Griñol (Uribe, 1992, p. 183). Por “Gran Griñol”, o Gran Guiñol, el autor alude al espectáculo del ridículo organizado en torno a Juan Vicente Gómez, el dictador venezolano que en Mancha de aceite tiene su álter ego en el general J. A. Sánchez. Y cuando menciona la crónica palaciega de Fernando González sobre su “Compadre”, alude a la obra Mi Compadre, del escritor y filósofo de Envigado, un relato biográfico en el que se exaltó al dictador venezolano Juan Vicente Gómez, quien efectivamente era su compadre, pues este en 1931 se convirtió en el padrino de bautismo de Simón, el hijo menor del escritor envigadeño. Y a propósito de corrupción, el mismo Uribe Piedrahita ya advertía en su novela sobre los altos índices de corrupción que había en el gobierno colombiano; esa denuncia de entonces nos lleva a pensar que en 85 años no ha habido mejoría sino que, por el contrario, hoy la situación es mucho peor: Porque las compañías hacen alarde de beneficiar a los nativos e imponen un sistema de sobornos que cubre desde los altos personajes del gobierno hasta los más infelices servidores públicos. Por toda esa trama sorda que sospechamos. Porque usan los hombres como simples cartuchos de tiro al blanco y desechan el cascarón. Porque han hecho de este pueblo y de todos los que tienen el infortunio de poseer petróleo, unos pueblos esclavos (Uribe, 1992, p. 241). En tiempos mucho más recientes, el periodista y escritor Juan Gossaín escribió en el prólogo de Que les den cárcel por casa, una compilación de sus crónicas relacionadas con la corrupción en Colombia, cuyo título es bastante elocuente: 12 ESTUDIOS DE LITERATURA COLOMBIANA 48, enero-junio 2021, eISNN 2665-3273 https://doi.org/10.17533/udea.elc.n47ed01 Cicerón, el gran pensador romano, exclamó un día ante el Senado que el crimen más abominable consiste en servirse de un cargo público para el enriquecimiento personal. Lo que quiero decir es que la corrupción es una plaga más destructiva que el coronavirus, porque la corrupción destroza lo visible y lo invisible, lo tangible y lo intocable, lo físico y lo espiritual. De manera, pues, que, para volver a lo que dije al principio, mi único propósito al autorizar la edición de este libro, y el de los editores al publicarlo, es que quede como una constancia histórica de lo que ha sido para Colombia esta época penosa. Que sea un testimonio, aunque nos duela (Gossaín, 2020, s. p.). Volviendo a la dedicatoria de Mancha de aceite, esa imagen de Gran Guiñol me hace pensar en un presidente —expresidente— muy famoso en estos tiempos, ese que tiene facciones y movimientos circenses, y que después de perder la presidencia gritó a los cuatro vientos que le habían robado las elecciones, y lo más gracioso de todo es que muchos republicanos le creyeron, y utilizaron ese pretexto para promover sus odios, aunque él nunca logró demostrar el tal fraude, y por eso muchos de sus propios copartidarios tuvieron la cordura de invitarlo a aceptar la derrota. Y si ese personaje norteño es el Gran Guiñol, en Colombia tenemos a nuestro Pequeño Guiñol, gesticulando incansablemente cada día, en un horario triple a, atendiendo asuntos rutinarios que corresponden a otros funcionarios, mientras el país se ahoga en las inundaciones producidas por el invierno, pero sobre todo por las sangres derramadas por las bandas criminales que campean a lo largo y ancho del país. Cuando veo al Pequeño Guiñol, recuerdo también al personaje de El gran Burundún-Burundá ha muerto, de Jorge Zalamea (2018), de quien el narrador nos cuenta que “Hablaba como se sufre una hemorragia o se padece un flujo. Hablaba como se vacía una carreta de grava. Como revienta una granizada. Como se vuelca un río en catarata. Hablaba el Gran Burundún-Burundá como su nombre lo indica” (p. 50). Así, pues, mientras Colombia se revuelve entre las violencias y la corrupción, mucho más dañina que la misma Covid-19, hoy podemos preguntarnos, sin asomos de exageración: ¿cómo va a responder la literatura colombiana de los próximos años ante la gran tragedia que estamos viviendo hoy en el país? ¿A qué estrategias acudirán los escritores para hacer creíble lo que para un lector desprevenido habría de resultar increíble? Bien lo advirtió Gabriel García Márquez en una entrevista para la rtve: “El gran reto de la novela es que te la creas línea por línea, pero lo que descubre uno es que ya en América Latina, la literatura, la ficción, la novela, es más fácil de hacer creer que la realidad” (Navarro, 1995). Esta sentencia, pronunciada hace 25 años, hoy tiene más vigencia que nunca, si hablamos de corrupción y de violencia en Colombia. ESTUDIOS DE LITERATURA COLOMBIANA 48, enero-junio 2021, ISNN 0123-4412 https://doi.org/10.17533/udea.elc.n48ed01 13 Razón tenía Carlos Rincón, un intelectual que dedicó gran parte de su ejercicio académico al estudio de la literatura y la cultura colombiana —como podrá apreciarse en el dosier con el que se le rinde homenaje en este volumen—, cuando afirmó en la conferencia “Cómo los colombianos llegaron a ser normativamente pluriculturales”, dictada en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia en junio de 2012: […] el estado colombiano no ha sido capaz de proporcionar a su población bienes públicos indispensables: derecho a la vida, habeas corpus, propiedad, leyes, tribunales, escuelas, hospitales, bancos, seguridad. Por lo demás, la violencia ejercida o propiciada por organismos estatales; la infraestructura que está deteriorada, es insuficiente, o no existe; y la corrupción como componente inseparable de las formas de gobernar han sido denunciadas de manera reiterada. Y al igual que en otros estados, las pugnas sangrientas por posesión de tierras e ingresos provenientes de narcotráfico y recursos minerales (Rotberg), en Colombia estas han sido la regla (Rincón, 2020, pp. 304-305). El número 48 Abrimos esta edición con un dosier dedicado al crítico Carlos Rincón, el cual contiene: la presentación —por Alejandro Sánchez Lopera y Juan David Escobar Chacón, coordinadores del dosier—, cuatro artículos, una entrevista y una conferencia. En cuanto a los artículos, en “Colombia inmanente. Escribir la historia desde la estética política (y no desde la mentira)”, Alejandro Sánchez Lopera presenta un análisis de las dos últimas obras de Rincón publicadas en Colombia; en “El cambio en la noción de lectura: Carlos Rincón y la práctica de la teoría literaria”, Pablo Valdivia presenta una ref lexión sobre la génesis de los aportes teóricos de aquel; en “Constelaciones y simulacros: Walter Benjamin y Jorge Luis Borges en la obra de Carlos Rincón”, Juan David Escobar Chacón propone una ref lexión sobre la relación que el estudioso colombiano estableció con dos de sus autores preferidos; y en “Carlos Rincón, editor de Hernando Téllez y Hernando Valencia Goelkel”, Jonathan Beltrán Alvarado propone una comprensión metafórica sobre las tareas que Carlos Rincón cumplió como crítico y editor de las obras de estos dos autores colombianos. En la entrevista “Colombia inmanente: conversación con Jorge Mario Múnera”, Alejandro Sánchez y Juan David Escobar indagan por las ref lexiones del destacado fotógrafo y su experiencia con Carlos Rincón; y en la conferencia “Carlos Rincón: Maestro en Metáforas y Constelaciones”, Sarah González Keelan de Mojica hace un recorrido por la experiencia intelectual de Rincón. Cerramos el dosier con dos textos breves y que estaban inéditos: “Cuando dioses, héroes, duelos y fiestas de la Antigüedad —Lam, Borges, García Márquez— andaban por espacios latinoamericanos”, el boceto del proyecto que Carlos 14 ESTUDIOS DE LITERATURA COLOMBIANA 48, enero-junio 2021, eISNN 2665-3273 https://doi.org/10.17533/udea.elc.n47ed01 Rincón tenía en mente y que no pudo concretarse por su partida, y “Recuerdos de una posible historia del porvenir de Carlos Rincón”, que son las palabras de despedida pronunciadas por Karlheinz Barck en el Instituto Latinoamericano de la Freie Universität de Berlín, por la jubilación de Rincón. Estos son los textos que conforman el homenaje al maestro, considerado uno de los más grandes intelectuales colombianos, y a quien tuvimos durante muchos años, hasta su partida, como miembro del Comité Científico de nuestra revista Estudios de Literatura Colombiana. Va nuestra expresión de gratitud, in memoriam. En la segunda parte de esta edición presentamos un conjunto misceláneo de ocho artículos, una conferencia y cuatro reseñas. Empezamos con “Experimentación y representación en la novela colombiana: Juan Cárdenas, Margarita García Robayo y Juan Álvarez”, donde Andrea Torres Perdigón presenta un análisis de tres obras respectivas de estos escritores colombianos contemporáneos, a partir de las relaciones entre exploración y representación; en “Verdad y performatividad: la personificación ambigua en Fernando Vallejo”, Xavier Villacreses Benavides estudia el concepto de autorreferencialidad en la obra de este escritor antioqueño; en “El verso libre en ‘Poemas de la yolatría’ de Suenan timbres de Luis Vidales”, Luis Eduardo Lino Salvador propone un análisis microtextual en algunos de los poemas que conforman esta obra; en “Silencio y contemplación: rasgos de lo místico en la poesía de Jorge Cadavid”, Daniel Clavijo Tavera explora la relación entre lenguaje poético y mística en la obra de este poeta nortesantandereano; por su parte Juan Carlos Orrego analiza el caso de “Un matrimonio interétnico en Andágueda (1946), de Jesús Botero Restrepo”; Edwin Carvajal Córdoba y Félix Gallego Duque nos presentan un “Estudio de la recensio en la novela El maestro de escuela del escritor colombiano Fernando González”; luego Álvaro Antonio Bernal nos ofrece su lectura “Bogotá: rostros de marginación y delincuencia juvenil en tres cuentos de Luis Fayad”; y con un tema cercano al anterior, Pablo Guarín Robledo nos habla de las “Violencia(s) (in)visible(s) en la obra de Tomás González: los casos de Primero estaba el mar, Temporal y Abraham entre bandidos”, y cerramos con otra visita al mismo escritor del artículo anterior: “Objetos en el espacio doméstico: materialidades, sujetos y prácticas en la novelística de Tomás González” es la propuesta de Wilmar Andrés Ramírez López. “Barranquilla. Ciudad y Literatura en la novela de Andrés Salcedo” es la conferencia que nos presenta Consuelo Posada Giraldo, donde, a partir de la novela El ESTUDIOS DE LITERATURA COLOMBIANA 48, enero-junio 2021, ISNN 0123-4412 https://doi.org/10.17533/udea.elc.n48ed01 15 día en que el fútbol murió, que tiene como protagonista al futbolista brasileño Heleno de Freitas, la autora plantea una reflexión sobre el contraste entre la ciudad real y la ciudad ficticia, a propósito de las representaciones de Barranquilla en la novela. Y al final, viene la acostumbrada sesión de reseñas, donde encontramos cuatro propuestas de lectura: Liany Vento Ventura nos invita a leer Un librero, de Álvaro Castillo Granada; María del Pilar Ramírez Gröbli nos presenta El libro y la vida. Ensayos críticos sobre la obra de Héctor Abad Faciolince, de C. Quesada y K. Vanden Berghe; por su parte Ernesto Mächler Tobar nos presenta la reseña de El agua de abajo, de Juan Leonel Giraldo, y finalmente Sebastián Díaz Martínez nos recomienda Arca e Ira. Con/versaciones en tiempos de deshumanización, de Miguel Rocha Vivas. Esta es, queridos lectores, la propuesta que les trae de la revista Estudios de Literatura Colombiana en su edición 48. Como siempre, les damos las gracias a ustedes por aceptar esta invitación, y a cada uno de quienes de una u otra manera hacen su aporte para esta publicación de la Facultad de Comunicaciones y Filología de la Universidad de Antioquia. A todos, ¡gracias! Andrés Vergara Aguirre Director editor Referencias bibliográficas Gossaín, J. (2020). Que les den cárcel por casa. Bogotá: Intermedio. Navarro, A. C. (1995). La vida según… [Entrevista con Gabriel García Márquez para la rtve]. Rincón, C. (2020). Documentos. Homenaje a Carlos Rincón1937-2018. Rhela. Historia de la Educación Latinoamericana, 22 (34), pp. 293-338, enero-junio. Uribe Piedrahita, C. (1992). Mancha de aceite. En Toá y Mancha de aceite. Medellín: Ediciones Autores Antioqueños, pp. 181-348. Zalamea, J. (2018). El gran Burundún-Burundá ha muerto. Bogotá: Ministerio de Cultura, Biblioteca Básica de Cultura Colombiana. 16 ESTUDIOS DE LITERATURA COLOMBIANA 48, enero-junio 2021, eISNN 2665-3273 https://doi.org/10.17533/udea.elc.n47ed01