ARTÍCULOS
,
CRÍTICA
Revista Hispanoamericana de Filosofı́a
Vol. XXXI, No. 92 (agosto 1999): 3–36
EPISTEMOLOGÍA SOCIAL Y CONSENSO EN LA
CIENCIA∗
FERNANDO BRONCANO RODRÍGUEZ
Universidad de Salamanca
1. El conocimiento en contextos sociales y el individualismo metodológico
El conocimiento científico solamente es posible por la existencia de redes sociales de una estructura institucional compleja. En la ciencia se produce un fenómeno de división
social del trabajo que abarca desde la interdependencia de
las disciplinas a la mucho más interesante interdependencia
de los individuos en la resolución cotidiana de problemas.
Se abre así un campo nuevo de reflexión que puede considerarse como epistemología social. Tiene por objetivo la
legitimación del conocimiento ante los desafíos de arguEste trabajo ha sido posible gracias al proyecto PB95-0125-C0604 de la Dirección General de Ciencia y Tecnología del Gobierno
Español. Las varias dicusiones con Ernest Sosa a lo largo del verano
de 1998 en la Universidad de Brown fueron decisivas en la redacción.
Versiones anteriores del trabajo han sido presentadas en el Seminario
de Filosofía de Kansas State University, en Manhattan (Kansas), y en
Santiago de Compostela. Las dos audiencias fueron muy importantes
en la redacción final. Agradezco especialmente a Marcelo Sabatés, John
Eltzer, Javier Echeverría, Wolfang Balzer y a León Olivé sus persistentes dudas. Jesús Vega, como siempre, me ha ayudado en las versiones
finales y en buena parte de las ideas originarias.
∗
3
mentos escépticos que se originan en el carácter social del
conocimiento científico. La mayoría de estos argumentos
se originan en contextos de investigación sociológica y se
reducen a la fórmula “la verdad es lo que la comunidad
afirma que es la verdad”. En esta nueva y peligrosa forma
de escepticismo, las relaciones sociales desempeñan el papel
que los sentidos o la memoria cumplieron en la epistemología tradicional.
En primer lugar, tenemos que despejar una aparente inconsistencia que surge de una doble afirmación: la primera
es que el conocimiento científico es posible solamente gracias a la existencia de redes sociales complejas. La segunda
es el principio de individualismo (ontológico) de que solamente los cerebros individuales pueden producir conocimiento.
Hasta ahora no conocemos otras mentes que las humanas. No hay mentes colectivas. Este principio de individualismo es ontológico, causal, pero no implica necesariamente que la epistemología tenga que ser necesariamente
individualista.1 El conocimiento se produce en las mentes individuales, en los estados mentales portadores de contenido, pero el contenido no es algo que necesariamente se
quede limitado a la frontera establecida por el individuo,
pues los estados mentales portan contenido en la medida en que mantienen relaciones estables y robustas con el
1
Seguiremos aquí la línea de Philip Pettit, 1993, acerca de que es
posible una mezcla de individualismo ontológico acerca de la producción causal del conocimiento y una visión externalista e incluso holista
acerca de los contenidos mentales. Las instituciones y las colectividades
producen información, la almacenan, la transmiten; pero no la explotan
y por eso no producen conocimiento. Sólo las mentes son capaces de
considerar razones y sobrepesar evidencias y, por tanto, producir conocimiento. Éste es el punto de mayor alcance del individualismo que
estamos considerando. Varias conversaciones con el profesor Eltzer y
con León Olivé me han permitido aclarar este punto. Solamente cuando
tenemos conciencia somos capaces de razonamiento reflexivo.
4
medio. El cerebro es un sistema que explota la información que se produce tanto en las estructuras internas como
en las estructuras externas con las que interactúa. Clark y
Chalmers, 1998, han denominado la mente extendida a esta
concepción de la mente. El lenguaje público, la escritura,
los signos, las señas y los múltiples objetos cargados de
significados de los que nos rodeamos son instrumentos sin
los que los cerebros serían casi impotentes. Pensemos en un
matemático al que se le obligase a realizar todos los cálculos mentalmente, sin la ayuda de los instrumentos de la
escritura numérica.2 Una parte de este mundo externo son
los estados mentales de otras personas. Usamos a los otros
como instrumentos de inferencia con la misma confianza
que tenemos en nuestras propias capacidades mentales.
La epistemología tradicional consideraba a las otras mentes como problema epistemológico solamente desde el punto de vista del testimonio en tanto que fuente discutible de
conocimiento. Pero en la epistemología social, la división
social del trabajo es algo más que testimonio. Las otras
mentes son instrumentos genuinos externos de nuestros
sistemas cognitivos. El testimonio es relevante epistémicamente sólo en la medida en que aceptamos la información
de los otros, pero lo que estamos postulando es una capacidad de “manipular” la mente de los otros para conseguir
información, del mismo modo que manipulamos la naturaleza para conseguir información a través de los sentidos
(Lipton, 1997). La fiabilidad del testimonio es sólo una parte de los lazos sociales que nos permiten emplear a otros
como instrumento informacional.
2
Tomaremos aquí la idea de la mente extendida solamente con
carácter heurístico y didáctico: no estamos afirmando que los objetos
externos, las mesas, los libros, los microscopios, formen parte de la
mente, sino la afirmación mucho más débil de que un funcionamiento
adecuado de ella exige la interacción continua con el medio.
5
Antes de seguir por este camino, un breve excursus: un
epistemólogo de orientación individualista todavía podría
contestarnos que el hecho de que necesitemos a los otros
es un hecho irrelevante para la epistemología, aunque pueda interesar a la psicología. Así, podría objetar que existe
una asimetría entre el conocimiento personal y las fuentes
sociales que hace que el carácter social sea algo externo a la
epistemología. Y podría aducir en su favor varias razones,
de las cuales las más relevantes me parecen las dos siguientes: en primer lugar, los otros son agentes intencionales
que pueden engañarnos. A diferencia de las facultades personales, que son escrutables por la conciencia y el juicio,
los otros no; pueden engañarnos independientemente de
las relaciones causales que, por ejemplo, constituyen la fiabilidad de mis sentidos, mi memoria o mis capacidades de
inferencia. El individualista nos concedería que a lo más
que se puede llegar es a una inducción sobre la trayectoria
anterior de los otros, y basar el juicio en esa trayectoria. De
manera que el testimonio es solamente una fuente entre
otras. Repárese en que el propio Descartes es consciente
de esta asimetría cuando postula la necesidad de que exista
Dios como fuente garante del conocimiento, pues ocurre
que Dios podría engañarnos, de modo que, afirma Descartes, sólo el creyente, que sabe por otras fuentes que Dios
no engaña, puede estar seguro de su conocimiento. Y el no
creyente jamás sabrá si Dios le engaña o no, puesto que se
supone que Dios es un agente intencional.3
En segundo lugar, puede añadir el epistemólogo individualista, incluso suponiendo la fiabilidad absoluta de la
otra fuente, siempre permanecerá un déficit que proviene
del hecho de que el razonamiento del otro no es nuestro
3
Esta necesidad de una justificación ulterior ha sido cuidadosamente considerada por Ernest Sosa para criticar el confiabilismo clásico y proponer una versión más fuerte que el propuesto por Nozick y
derivados. Véase Sosa, 1998.
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razonamiento: las razones por las que aceptamos la palabra
del otro no son las razones por las que el otro confía en
lo que dice. De forma que se produce una asimetría en la
justificación que exige que el otro nos dé, juntamente con
la información, las razones de su confianza. Pero entonces
todo consiste en una reducción de sus palabras a nuestra
propia capacidad de juzgar. Repárese en que ésta es la razón
por la que se exige en la ciencia la repetibilidad de los experimentos, lo que explica por qué la revolución científica
exigió el abandono de la autoridad como fuente social de
conocimiento a favor de una epistemología personal. De
modo que el epistemólogo individualista podrá acusarnos
de querer volver a estadios epistemológicos anteriores a la
modernidad.
Estas dos objeciones son serias y hay que reconocer
una dosis de razón. Mas podemos responder aduciendo por
nuestra parte que el epistemólogo individualista en realidad
se ha percatado muy poco de las capacidades individuales,
porque bien puede ocurrir que nuestras capacidades no
nos conviertan en la única autoridad epistemológica. Pensemos, por ejemplo, en el hecho puesto de manifiesto por
los psicólogos de que los sesgos en nuestro razonamiento,
de acuerdo con varios de ellos, son universales e inevitables.
Serían, en esta interpretación, ilusiones cognitivas al modo
de las ilusiones perceptivas. Pero las ilusiones perceptivas
son relevantes epistemológicamente porque nos muestran
la insuficiencia del percepto como fuente de información.
Cuando sufrimos una ilusión perceptiva necesitamos preguntarle algo más a la naturaleza. Por ejemplo, en la ilusión de Lyons, que nos muestra dos líneas como si fueran
desiguales al añadirles dos bordes diferentes, debemos reconstruir la figura para descubrir la igualdad de las líneas,
del mismo modo que al ir a comprar una camisa que combine con la chaqueta le pedimos al vendedor que nos la
muestre en condiciones de luz natural para estar seguros
7
del color. Bien puede ocurrir que, si de hecho sufrimos
ilusiones cognitivas y éstas tienen la importancia que algunos psicólogos sostienen,4 necesitemos el auxilio de otras
mentes para descubrir el error, y, en lo que a nosotros nos
importa, que abandonemos el injustificado reducto de la
primera persona como la única fuente de autoridad epistémica (lo que no significa el abandono de la primera persona
como fuente de autoridad epistémica).
Tomemos ahora un ejemplo que afecta a las objeciones
anteriores: necesito hacer un cálculo complejo, descubro
mis deficiencias y acepto la ayuda de un ordenador. Pongamos por caso, la prueba del teorema de los cuatro colores,
ya que le exige un largo tiempo a un ordenador. El ordenador me da un resultado determinado por sus capacidades
de procesamiento, que yo no conozco o no tengo por qué
conocer. Acepto el resultado y lo incorporo a mi teoría como una prueba definitiva del teorema; pero mi aceptación
del resultado no se limita a la mera aceptación de la palabra del ordenador como testimonio. Es algo más fuerte:
estoy seguro, razonablemente, de que está bien construido
y realiza los cálculos adecuadamente y acepto su palabra
con más tranquilidad que si yo mismo hubiera realizado el
cálculo.
Hay una objeción de orden contrario que todavía tenemos que contestar:5 ¿por qué no abandonamos entonces el
individualismo?, ¿por qué no postulamos directamente que
las comunidades producen conocimiento? Hay una razón
poderosa: las comunidades producen información, pero no
conocimiento. El conocimiento es información más reflexión cuidadosa sobre la validez, y esta reflexión exige con4
Véanse Kahneman y Tversky (1996) y Piatelli-Palmarini (1994)
como defensas de la persistencia de las ilusiones cognitivas y de su
significado social y epistémico.
5
Esta objeción se debe a León Olivé, a quien de nuevo agradezco
las discusiones y clarificaciones de mi punto de vista.
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ciencia, la única capaz de conceder legitimidad a la aceptación de la información. La conciencia activa los contenidos
y toma decisiones epistémicas en función de las relaciones
entre esos contenidos. En una comunidad puede producirse
argumentación, pero son al final las conciencias individuales las que resultan convencidas: la comunidad como tal no
sopesa las razones ni toma decisiones si no es por el medio
vicario del voto o de las autoridades que la representan. Las
comunidades se constituyen como una red de acciones comunicativas entre mentes interdependientes. Pero sólo las
mentes individuales son capaces de interpretar, entender
y aceptar o rechazar las intenciones comunicativas de los
otros. Muchos animales tienen redes sociales; pero solamente los humanos son capaces de acciones comunicativas: el
acto de la proferencia tiene la intención estratégica de manipular la mente ajena para que acepte lo que le decimos.
La mente consciente es, sin embargo, la única que permite
una aceptación legítima de conocimiento. Un doctor puede
manipular la mente de un paciente mediante hipnosis, pero
no habrá acción comunicativa: no existe la alternativa de
que el otro no acepte lo que le digamos.
Para concluir este punto: la epistemología social va más
allá del testimonio, pero se queda más acá de la mente
colectiva. Las redes sociales no sustituyen al cerebro.
2. La calidad epistémica en contextos sociales
Un grupo de autores que se denominan contextualistas (De
Rose, 1995) han propuesto recientemente que se considere
el conocimiento como una relación que tiene un componente necesariamente contextual que determina el estándar
de calidad que estamos aplicando. El estándar de calidad
se mide por el número de alternativas que consideramos
relevantes, y que son las que suministran las posibilidades
escépticas o argumentos derrotadores de nuestro conoci9
miento. Se ha propuesto como ejemplo el concepto de “llano”: cuándo podemos decir de un paisaje o de un plano que
es llano, es algo que depende racionalmente del contexto en
el que estemos examinando el plano. En Castilla el paisaje
es generalmente llano, pero nunca aceptaría este criterio de
llanura para mi mesa de trabajo, y probablemente el criterio
que emplearía para mi mesa de trabajo no sería aceptable
para un diseñador de un espejo astronómico, pongamos por
caso. El escéptico, y especialmente el escéptico filosófico,
es alguien que nos desafía modificando el contexto en el
que hemos definido nuestro estándar de calidad epistémica. Pues bien, si aceptamos este carácter perspectivista o
contextualista de todo conocimiento, podemos introducir
de forma natural en la epistemología el carácter social como un juego de coordinación, en el que se establece un
contexto de calidad socialmente aceptable.
Nuestro argumento es que este contexto de calidad no
puede considerarse un resultado atomista en el sentido, por
ejemplo, de la media de calidad aceptable por los miembros
de una comunidad,6 sino que resulta de una dinámica estrictamente social en la comunidad. Es decir, a menos que
la comunidad de sujetos haya desarrollado una dinámica
adecuada, no se podrá establecer el consenso necesario para este criterio. Antes de llevar más lejos este argumento
debemos reconsiderar un paso dentro del esquema naturalista epistemológico.
Nuestro conocimiento se compone de muchas verdades,
algunas interesantes y otras inútiles, al menos a primera
6
En el caso de las capacidades individuales, podemos considerar
el valor medio de una población como un índice de nuestra capacidad,
pero se trata en este caso del valor de una creencia que no habría sido
producida a menos que la comunidad tuviese ciertos lazos. Piénsese
en el caso de por qué aceptamos las noticias de la televisión como
verdaderas: no es nuestra confianza simple en el presentador, sino
algo más serio y problemático, como confiar en el sistema entero de
producción de informaciones.
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vista. En principio, podría saber el número de pelos que
tiene en la cabeza el portero de la selección de Francia;
pero, racionalmente, no creo que merezca mucho esfuerzo
emprender un programa de investigación para conocerlo.
Sabemos cosas o deseamos saberlas porque son un reservorio potencial de satisfacción de deseos.
La mayor calidad epistémica está profundamente relacionada con esta utilidad potencial de nuestro conocimiento.
Los controles de calidad son, en cierto modo, garantías que
nos damos a nosotros mismos para que en los momentos
adecuados nuestro conocimiento sea útil. Nos preocupa,
por ejemplo, que nuestro coche haya sido sometido a controles de calidad estrictos en la fabricación de las piezas y
en el montaje, y estamos dispuestos a pagar un poco más
por eso. Lo hacemos porque no nos gustaría que el coche
fallase en los momentos más inoportunos, y el control de
calidad nos garantiza, dentro de lo humanamente posible,
que el coche va a durar lo suficiente. Un control de calidad
es así un medio por el que aumentamos la probabilidad de
vida útil o minimizamos la probabilidad de error del coche.
El control de calidad es una comprobación que hacemos
de las propiedades de algo de acuerdo con cierta escala
de medida. En un coche, examinamos la resistencia de las
piezas de acuerdo con escalas que pueden ser más o menos
exigentes, dependiendo de lo estrictos que queramos ser.
En el terreno epistémico, de forma análoga, el mayor o
menor rigor del control de calidad determina el contexto
epistémico en el que nos hemos situado. Supongamos que
vamos a comprar una camisa que haga juego con el traje
que debemos llevar en cierta ocasión. Seguramente en el
momento de la compra le exigiremos más a nuestros sistemas perceptivos y no nos fiaremos de la constancia de color
que tienen en situaciones normales, así que le pediremos
al dependiente que nos deje examinar la camisa a la luz
natural del sol para saber su color con mayor fiabilidad.
11
Hemos actuado como escépticos parciales respecto a nuestros propios sentidos porque, como recordaba Sellars, ya
somos mayores y hemos aprendido que a veces las cosas no
son como parecen ser. En términos más precisos, significa
que hemos aceptado como relevantes las alternativas en las
que la camisa azul de hecho es de un verde pálido o de
un violeta. Un control de calidad más rígido es una expansión de los mundos posibles que determinan la relevancia
de una alternativa incorporando posibilidades nuevas no
consideradas hasta ahora y dotándolas de una probabilidad
suficiente.
La utilidad, el rigor de los controles de calidad y los
contextos epistémicos están, de este modo, profundamente
relacionados. Y hay un sentido en el que racionalmente podemos considerar más o menos relevantes las alternativas
escépticas que nos modifican el contexto de conocimiento. Así, el escepticismo pirroniano contra las propiedades
secundarias estaba perfectamente justificado en el comienzo de la Edad Moderna puesto que el aristotelismo había
llenado la naturaleza de propiedades cualitativas que impedían la matematización de la realidad. Pero no podemos
exigir impunemente un cambio de contexto de calidad sin
simultáneamente decir quién paga los costos del control de
calidad y con qué objeto debemos situarnos en otro contexto más riguroso. De modo inverso, el sujeto cognoscente
no es ni puede ser la única autoridad en la determinación
del contexto de calidad epistémica relevante, en un sentido
muy similar al modo en que el agente no puede ser considerado la única autoridad en la determinación del valor
moral de una acción.
Desde este marco vamos a considerar ahora cómo el conocimiento ha llegado a tener un carácter social que no se
puede reducir a la simple suma del conocimiento de los
sujetos individuales. La idea es que el contexto de calidad
epistémica que instauran las formas colectivas de conoci12
miento no puede ser establecido por la acción cognitiva individual sin una clase de acción cognitiva colectiva añadida.
La utilidad de estas formas de conocimiento se extiende a
un dominio mucho más amplio que el de la mente individual en las diversas alternativas que es capaz de imaginar
en su estado cognitivo actual. Este carácter extendido del
conocimiento, que se convierte así en un bien público, se
sostiene solamente en la medida en que el contexto epistémico es lo suficientemente riguroso y, consecuentemente,
los controles de calidad asociados. Del mismo modo que
ciertas virtudes como la justicia son virtudes esencialmente sociales, el conocimiento considerado como bien público
tiene un carácter esencialmente social. Nuestro argumento
es que esta característica es contingente al conocimiento.
Ha adquirido este carácter en virtud de que ciertas comunidades humanas han tenido una historia singular en esta
dirección y solamente en la medida en que se mantenga el
estatuto conseguido permanecerá esta característica.
3. Una historia hobbesiana del origen del conocimiento
Nuestro argumento es que el trabajo cooperativo en el terreno del conocimiento es relevante epistémicamente cuando tiene efectos sobre la calidad epistémica de las creencias
que mantienen los sujetos, los únicos capaces de mantenerlas. Podemos traducir este criterio en la idea de que hay
un conjunto de normas o patrones de conducta que definen la calidad epistémica que no podrían ser seguidos a
menos que en la comunidad se dieran ciertas condiciones
de relación.
El caso en el que estamos pensando es claramente el
de la ciencia moderna. La ciencia es un tipo específico de
institución que se desarrolla sobre formas anteriores de organización del conocimiento. Se originó por la confluencia
de circunstancias históricas peculiares que dieron origen a
13
instituciones y normas de comportamiento epistémico que
consideramos el sustrato del método científico. En ciertas
épocas los gobernantes reunían a los sabios en ciertos lugares o “casas de la sabiduría” para tener disponible el mejor
conocimiento, los mejores cerebros y los mejores maestros.
Pero lo que ocurre con la ciencia es algo diferente. No es
simplemente un lugar donde se reúnen los sujetos que se
dedican a investigar.7 De modo similar a lo que ocurre con
otras instituciones sociales, la acumulación cuantitativa da
paso a cambios cualitativos. Así, en cierto momento se forman tradiciones disciplinarias, se establecen controles de
calidad aceptables, se formulan normas más o menos precisas de comportamiento en la investigación y se desarrolla
lo que llamamos método científico, que, en realidad, no es
más que un conjunto de normas de calidad que operan en
varios niveles, algunos cognitivos y otros sociales.
Cabe, pues, pensar en una historia similar a la hobbesiana respecto al origen de los contextos sociales de conocimiento. Porque debemos diferenciar claramente entre
nuestro carácter social como personas o como especie, y el
carácter social del conocimiento. No en todas las épocas ha
tenido esta relevancia el carácter social. Durante muchos siglos el conocimiento ha permanecido en un estado artesanal
basado en las relaciones de aprendizaje maestro-alumno. El
maestro transmitía su saber y, en la medida de lo posible,
sus métodos y capacidades a sus alumnos directos, quienes, en el mejor de los casos, creaban su propia escuela y
continuaban la tarea. El carácter social en este caso es evidente, pero trivial y en buena parte fastidioso. Recordemos,
en este sentido, que la epistemología moderna, cartesiana,
7
Aunque en algunos momentos de su historia puede que no haya
sido más que esto; como la Royal Society, por ejemplo, que en sus
primeros momentos no es mucho más que un escaparate en el que
los investigadores exponen sus resultados, quizás motivados por cierto
afán de competencia respecto a otros investigadores.
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se fundó en buena medida para separar el argumento de
autoridad derivada del maestro de la autoridad epistémica
real que debía limitarse a las relaciones actuales entre la
creencia y la base de su justificación. Acudir a la autoridad
del maestro se convirtió en la Edad Moderna en paradigma
de error epistémico radical. En adelante se diferenciará entre el origen del conocimiento, que bien puede estar en la
autoridad social de la relación maestro-alumno, y la justificación del conocimiento, que consiste en una relación entre
una creencia y sus posibles evidencias socavadoras, de cuya fortaleza sólo la razón del individuo tiene la autoridad
legítima de juicio.
La ciencia contemporánea instaura una especie de producción industrial que se separa del trabajo artesanal cognitivo, para continuar con nuestra analogía, no sólo en cuanto a la especialización de cada individuo o grupo en un
dominio específico del conocimiento, sino más allá, en la
creación de una compleja red de actividades cognitivas interdependientes, tanto en el nivel del contenido como en el
de la justificación. La autoridad individual no se elimina,
pero se convierte en insuficiente como autoridad epistémica. La novedad de la ciencia moderna está en que, por un
lado, multiplica las capacidades cognitivas del grupo por la
dedicación específica de todas las capacidades individuales
a tareas concretas, como ya señaló Adam Smith: la especialización por sí misma aumenta la riqueza de las naciones,
pues hace que cada individuo se dedique específicamente
a aquello para lo que está mejor preparado; pero, por otro
lado, la novedad radica en que la red de actividades afecta
también a los contextos de relevancia epistémica. La ciencia moderna crea nuevos contextos y estándares de calidad
epistémica que exigen necesariamente la existencia de un
grupo. Y en este sentido se modifica la relación social tradicional.
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En este contexto, tenemos ahora un problema de coordinación de sujetos individuales, incluso en sus mejores disposiciones epistémicas. Supongamos un problema práctico
como el de organizar la salida de un edificio en una amenaza de incendio: si los individuos coordinan sus conductas,
conseguirán salir a tiempo; si no coordinan sus conductas, no conseguirán salir a tiempo. La propiedad de la acción reside en la capacidad de cooperación de cada uno
de los individuos, quienes tienen que ceder parte de su
autoridad en la acción para coordinarla con las acciones
de los otros. Y esta coordinación es independiente de si
la acción es realizada o no por sujetos racionales. Incluso
parece que no siempre es mejor ser perfectamente racional en ese contexto: si todos son máximamente racionales,
considerarán que lo más racional para ellos es adelantarse
a los demás y llegar antes a la puerta. Si esta conducta
es eficiente o no depende de cuestiones externas, como el
número de agentes que tomen esa decisión, la velocidad a
la que escapen y la capacidad de flujo de la salida. Si ésta
es pequeña para el número de personas que han decidido
escapar, las consecuencias son catastróficas.
Del mismo modo, en la ciencia se presentan problemas
similares de coordinación. Si los agentes coordinan sus trabajos, llegan a resultados de una calidad epistémica aceptable; si no coordinan sus trabajos, no llegan a esos mismos resultados. Pero la coordinación no puede realizarse de
cualquier forma: cada uno debe ceder autoridad epistémica
a los otros agentes o, si se quiere, siguiendo el planteamiento que hemos realizado anteriormente, puede usarlos como
instrumento de su propio razonamiento, y, paralelamente,
el trabajo personal que se realiza para el bien común debe
cumplir los máximos estándares de calidad que uno sea
capaz de desarrollar. Pero los agentes no tienen por qué
coordinar sus conductas para buscar el desarrollo del conocimiento, sino, por ejemplo, para ser ricos o para obtener
16
prestigio y poder. Supongamos que el resultado fuese, no
obstante estos intereses espurios, un resultado verdadero:
¿podríamos afirmar en este caso que la comunidad conoce
que p? La intuición es que no, que la coordinación y el
mantenimiento de la coordinación deben haberse producido en virtud de la capacidad del sistema para preservar
ciertas capacidades epistémicas.
La historia hobbesiana tiene impacto epistémico sólo en
la medida en que el problema de la coordinación no sea un
problema trivial. Lewis, 1969, estipula que una norma es
una coordinación de expectativas entre individuos donde
cada uno espera de los otros que se comporten adecuadamente respecto a la norma. En segundo lugar, la norma
debe suponer un máximo de utilidad. En tercer lugar, debe
haber un conocimiento compartido de que esta situación es
beneficiosa para todos. La cuestión es si la consecución de
estas condiciones es trivial en el sentido de que la dinámica de agentes individuales interactuando libremente sigue
una trayectoria convergente hacia esta solución independientemente de cualesquiera condiciones. Pero el logro de
la coordinación no es trivial; necesitamos una explicación
de las condiciones de posibilidad de esta emergencia. Y no
lo es si ocurre que en la situación original los agentes se
encuentran sometidos a dilemas de racionalidad. Entiendo
aquí por situación original algo muy similar a lo que se
entiende en las teorías del contrato social: no necesariamente una situación histórica sino una situación ideal en la
que suponemos a los agentes y en la que o bien no están
sometidos a constricciones o bien somos nosotros los que
imponemos las constricciones (caso de Rawls). Pues bien,
en esta situación original puede ocurrir que al agente tomado individualmente le sea más provechosa una situación
de no cooperación con otros.
Hay una historia muy divertida que cuenta A. Koestler
sobre Tycho Brahe y Kepler en The Sleepwalkers y que
17
ejemplifica muy bien estos posibles dilemas de racionalidad: Tycho Brahe había contratado a Kepler para que éste
le resolviese matemáticamente el problema de la órbita de
Marte, un problema que Tycho Brahe sabía que desbordaba sus capacidades matemáticas. Tycho Brahe disponía de
todos los datos observacionales necesarios, que había ido
acumulando a través de una larga vida de observaciones;
por otra parte, para Tycho la solución del problema significaría un apoyo importante a su teoría del sistema solar.
Para Kepler los datos observacionales de Tycho eran un regalo del cielo, pues eran lo que necesitaba para desarrollar
sus cálculos copernicanos que deberían probar la simetría
de los movimientos celestes. Parecería a primera vista que
el acuerdo era tan sencillo que una simple exposición de
los deseos personales debería llevar inmediatamente a un
intercambio de habilidades y resultados. Pero las cosas no
eran tan sencillas en la realidad. Para Tycho, la posesión
personal de los datos era todo su patrimonio personal, del
que dependían su prestigio y sus contratos. Sin ellos no
era más que un astrónomo entre otros. Además, su sistema era profundamente inconsistente con el copernicano
y había razones astronómicas, filosóficas y religiosas para defenderlo frente a él. Para Kepler, las cosas no eran
distintas: tenía un proyecto que desbordaba claramente lo
que Tycho le pedía; es más, de llevarse completamente a
cabo, el sistema de Tycho se mostraría inútil. Necesitaba,
además, muchos más datos que los de la órbita de Marte; en
realidad, necesitaba incluso para resolver el problema todo
tipo de datos para situar la órbita de la Tierra y establecer
el sistema de referencia desde el cual observar. El resultado fueron dos años de tensiones insoportables entre dos
personalidades fuertes, una exigiendo resultados matemáticos con los mínimos datos posibles, y la otra exigiendo
los datos necesarios. Según cuenta Koestler, lo que bien
puede ser leyenda, Kepler solamente pudo resolver su pro18
blema cuando, en los primeros instantes de la muerte de
Tycho, se apropió de los manuscritos y los puso a salvo de
los discípulos y herederos de Tycho. Los otros discípulos
de Tycho, creyendo que lo valioso de su legado eran los
instrumentos, se apresuraron a robar la parte equivocada.
No tardaron en descubrir su error. Esta historia, sea o no
fiel a lo que realmente ocurrió, parece verosímil.
4. Condiciones de emergencia de una solución fiable
Cuando surge este tipo de cuestiones entre científicos o
académicos, las respuestas habituales se pueden clasificar
según dos modelos que se identifican con el homo economicus y con el homo ethicus, respectivamente. En el primero se considera que el sujeto cognitivo es un calculador
económico que intercambia bienes con otros. La ciencia,
como cualquier otro sistema económico, sería en este modelo un sistema en el que los agentes intercambian bienes
que tienen ciertas propiedades que los hacen valiosos. El
mercado libre generaría un sistema de recompensas y castigos suficientes para producir sistemas de equilibrio que
maximicen la utilidad general. La segunda respuesta, que a
veces se ofrece al tiempo que la primera, sostiene que el
cemento de la ciencia es un código ético que los investigadores internalizan en sus fases de aprendizaje. Investigadores como Merton y, más recientemente, Javier Echeverría
y D. Resnik han estudiado conjuntos de normas que están
incorporadas en la ciencia sin las cuales la institución no
sería viable. Estas normas estarían incorporadas a priori en
los esquemas de acción científica resolviendo los dilemas
de racionalidad mediante la constricción de las normas de
acción.
La tensión entre los dos modelos es un problema general de filosofía de los valores que afecta e infecta toda
la vida social; mas, por ello mismo, también afecta a una
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institución intrínsecamente normativa como la ciencia. No
estamos planteando el tema general de cuál es el origen de
los valores (epistémicos), sino el de cuáles son las condiciones por las que los sujetos individuales pueden prestarse
a colaborar en tareas epistémicas cuando podrían hacerlo
de manera individual. Y, sobre todo, cómo esta colaboración no se reduce a una simple suma de las capacidades
individuales, sino que aumenta el contexto de calidad del
conocimiento; es decir, los sujetos colaboran porque esta
colaboración aumenta la calidad del conocimiento. En el
modelo de mercado, los agentes intentan maximizar sus
intereses personales que son epistémicos y no epistémicos,
es decir, buscan el aumento de conocimiento, pero también ciertas formas de recompensa en forma de prestigio,
poder interno, riqueza, influencia social, etc. En el modelo
kantiano, los científicos se someten de una u otra forma a
un código de comportamiento que es un reflejo en el plano
social de las reglas metodológicas del método científico. El
modelo kantiano presupone un sujeto que ha internalizado
reglas que lo convierten en una especie de altruista epistémico. El modelo de mercado solamente supone agentes
epistémica y moralmente interesados, que no necesariamente trabajan en pro de objetivos generales, sino tan sólo a
favor de los suyos propios. La cuestión es si el modelo de
mercado permite garantizar el cáracter de bien público del
conocimiento y si el modelo kantiano es compatible con
una forma naturalista de explicar la aparición de normas
socialmente aceptadas. Traducido a términos económicos,
se trata de si el modelo kantiano permite garantizar una
distribución social de esfuerzos que sea eficiente y si el
modelo económico permite garantizar una distribución de
esfuerzos que sea epistémicamente fiable.
Volvamos de nuevo al caso de Tycho Brahe y de Kepler.
El problema que plantea este episodio de interacción cognitiva es que, desde el punto de vista económico, tanto el
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caso en el que ninguno colabora como el caso en el que ambos colaboran constituyen igualmente equilibrios que han
de ser considerados eficientes. El modelo no nos explica
por qué debería ser elegida la cooperación en vez de la
explotación de uno por el otro. Y el problema del modelo
kantiano es que no explica por qué una vez que la norma
ha sido instaurada y que cada uno de ellos puede predecir la conducta del otro, alguno de ellos no va a usar ese
conocimiento para defectar.
Podemos traducir esta tensión en constricciones que debe cumplir un proceso de aparición de normas epistémicas
que sea fiable y al mismo tiempo compatible con el naturalismo. La institución colectiva del conocimiento será fiable
si instaura normas de comportamiento cognitivo en los sujetos que establecen estándares de calidad epistémica más
rigurosos que los que existirían si estas normas no se cumpliesen. La institución será compatible con el naturalismo,
por otra parte, si el proceso de instauración y estabilización
de las normas no acude a instancias externas o superiores
que imponen las normas, pues entonces generaríamos un
recurso ad infinitum en la explicación de las normas.
1. Condición de automantenimiento
Un grupo de normas es automantenida si la dinámica de
los intereses de los agentes que pertenecen al colectivo desarrolla mecanismos autónomos de mantenimiento. Uno de
estos mecanismos es la reciprocidad. Entendemos por reciprocidad un sistema de juego limpio sostenido sobre las
expectativas de que el otro se comportará cooperativamente
en respuesta a nuestra acción cooperativa, y que se comportará competitivamente en respuesta a nuestra acción competitiva. Así, Tycho puede esperar de Kepler que ofrecerá
lo mejor de sí mismo en respuesta a su oferta de datos
empíricos; pero Kepler también puede esperar que Tycho
21
gastará tiempo y recursos propios, incluso por encima de
sus intereses inmediatos, en vengarse si Kepler no responde
adecuadamente a las normas. Es posible que la ciencia moderna haya sido posible por la aparición de un principio de
reciprocidad en el comportamiento, en el sentido de que se
haya normalizado la capacidad de ofrecer resultados a otros,
pero también una capacidad hipercrítica para no perdonar
los defectos cognitivos de los otros. Una distribución adecuada de capacidades de generosidad carnapiana y crueldad
popperiana podría tener la fuerza de un posible mecanismo
automantenido. El miedo a la reacción pública sería, desde
este punto de vista, el principal mecanismo psicológico de
sostenimiento de las comunidades científicas.
La diferencia de la ciencia y las comunidades cognitivas
con otros sistemas sociales es que este mecanismo de premios y castigos debe ser interno, pues solamente los agentes
cognitivos implicados tienen la capacidad de juzgar cuándo
una conducta ha sido cooperativa y cuándo no lo ha sido.
Las comunidades científicas han desarrollado sus propios
sistemas de premios y castigos en forma de instituciones,
como el peer-review, exposiciones públicas en reuniones y
otros tantos sistemas conocidos por los investigadores. Este
sistema automantenido genera esta impresión de “república autónoma de las ciencias” que ha sido reivindicada por
autores como Michel Polanyi y que ha sido criticada igualmente por autores como Feyerabend y algunos sociólogos
constructivistas.8
8
Una vez que adoptamos este criterio de automantenimiento, observamos algunos dilemas serios ante los que se encuentran las aproximaciones constructivistas. Por una parte defienden que todo el conocimiento es una construcción social determinada por los intereses de
la sociedad; por otra parte, los análisis etnometodológicos que aplican,
por ejemplo Latour y Woolgar, enfatizan los elementos endogámicos
y corporativistas del conocimiento. Ambas afirmaciones se encuentran
en tensión porque lo lógico es que induzcan una salida no cooperativa
entre las partes de la comunidad para beneficiarse de los intereses
22
La condición de automantenimiento ha sido argumentada de manera muy convincente, desde mi punto de vista,
por Binmore en la discusión entre las formas de utilitarismo de Harsany versus el contrato social del Rawls de A
Theory of Justice. Es una condición naturalista que me parece necesaria para cualquier explicación de la aparición de
normas que, en algún sentido, “limpia” el campo de otras
posibles soluciones menos eficientes. En términos de teoría de juegos, desarrolla la tesis de que TIT-FOR-TAT limpia
el juego de otras posibles estrategias menos eficientes. La
cuestión es si la reciprocidad es suficiente como explicación
del éxito epistémico de la cooperación, pues la reciprocidad es compatible, por ejemplo, con formas no eficientes
sociales. Pensemos en el caso de tres agentes: Kepler, Tycho y el
archiduque Fernando II, que representa en este caso a la sociedad:
¿por qué van a colaborar Kepler y Tycho cuando les puede ser más
beneficioso simplemente servir a los intereses de Fernando II de manera individual? Feyerabend, mucho más consistentemente que muchos
constructivistas, ha abogado a favor de una evaluación directa de los
resultados de la ciencia por parte del juicio público de los ciudadanos,
precisamente porque quiere disolver los sistemas de cooperación interna de la ciencia que él considera perniciosos cultural y políticamente.
La propuesta es consistente, y lo que es más importante, es consistente
con los epistemólogos que no creen en el efecto de la cooperación
social como algo relevante epistémicamente. Implicaría un sistema de
patronazgo individual en el que la sociedad establecería relaciones con
cada uno de los científicos, uno a uno de acuerdo con sus capacidades.
De hecho, éste fue el comienzo de la ciencia en el Renacimiento y
en algunas sociedades anteriores. El arte y la ciencia se desarrollaron
paralelamente en el Renacimiento bajo un sistema de patronazgo. El
arte se ha mantenido en ese sistema pasando a un sistema de mercado
individual de obras. La ciencia, por el contrario, unió el sistema de patronazgo con el sistema cooperativista que imperaba en la universitas
medieval y en las sociedades secretas de la Edad Moderna y generó el
sistema cuasiautónomo que conocemos. La tesis que sostengo es que,
aunque esta propuesta es consistente, llevaría a procesos de menor
calidad epistémica, porque abriría muchas más oportunidades para el
uso estratégico de la retórica: Fernando II tendría que convertirse en
un escéptico a la altura de Kepler y Tycho para evitar ser explotado
por ellos.
23
desde el punto de vista epistémico en el sentido que estamos sosteniendo aquí. Si hay, por ejemplo, un tercer actor
como la sociedad que podría representar Fernando II, una
solución de este tipo es una coalición de Tycho y Kepler
para explotar a Fernando II.
2. Condición de bien público del conocimiento
Desde el punto de vista epistémico, el conocimiento debe
ser verdadero; pero desde el punto de vista naturalista y
fiabilista que estamos desarrollando, debe ser útil. Hemos
sostenido al principio que la utilidad es utilidad referida a
un dominio mayor que el de los intereses del sujeto que
desarrolla el conocimiento. Encontrar una salida para uno
mismo en el incendio de una discoteca es útil; pero lo que
buscamos es una salida para todos los que están en la discoteca, y esa condición no es compatible con muchos tipos de
soluciones. La propuesta de los epistémicamente realistas es
que la búsqueda de leyes universales e independientes de la
mente es el camino más eficiente para conseguir creencias
realmente útiles; pero no vamos a discutir el controvertido
tema del realismo. La cuestión que debatimos es si el sistema de normas defiende o no un conocimiento útil en este
sentido modal y transcendente a los intereses parroquianos
de cada comunidad.
En el caso de la ciencia contemporánea, las diversas comunidades producen conocimiento que es útil para sus proyectos actuales de investigación, pero que debe o debería
serlo para proyectos futuros y para proyectos de otras comunidades con premisas cognitivas y prácticas diferentes.
Muchos críticos de la idea de que la verdad explica el éxito han argumentado que en ocasiones las creencias falsas
producen consecuencias útiles en la acción. Por ejemplo, la
astronomía ptolemaica nos permite navegar en las noches
estrelladas con la misma fiabilidad que la copernicana. Pe24
ro la cuestión es si la astronomía ptolemaica mantiene su
utilidad, por ejemplo, cuando tenemos que construir un
péndulo de Foucault. Si el único objetivo es la utilidad parroquiana, no dudo que sería posible encontrar explicaciones sofisticadas para que la astronomía ptolemaica sea útil
construyendo péndulos de Foucault; pero inmediatamente podemos aducir otro contexto completamente diferente,
como es el de la observación de paralajes interestelares,
etc. Lo que nos importa, pues, es que nuestros productos intelectuales preserven su utilidad de manera máxima
en condiciones cambiantes de aplicación y contexto. Esta
preservación de la utilidad podemos considerarla un bien
público que excede la utilidad obtenida por cada uno de
los agentes implicados en el proceso.
Nos encontramos en este caso con un problema que posiblemente no puede ser resuelto solamente con un sistema de premios y castigos recíprocos, porque tenemos que
explicar cómo ha sido posible un sistema cooperativo que
produce bienes cuyo valor es distinto de la recompensa que
recibe cada uno de los participantes, y que además depende también del número de participantes en la cooperación.
Cualquier bien se convierte en un bien público simplemente si no excluimos a nadie de su disfrute, haya o no haya
participado en su producción. De hecho, los bienes públicos no necesitan tener ninguna propiedad extraña, basta
con que los gastos de exclusión sean mayores que la utilidad de disfrute del bien público. En el caso de la pintura,
por ejemplo, podemos considerarla como un bien público
si la mostramos en los museos, o como un bien privado si
entra en un sistema de mercado de coleccionistas. No es
imposible, al menos en teoría, imaginar mundos en los que
el conocimiento se convirtiese en un bien exclusivo del que
pudieran disfrutar sólo aquellos individuos o clubes que
cumplieran ciertas condiciones o pagasen el costo. Algunos
intentos de patentar resultados científicos parecen ir en esa
25
dirección; pero me parece que los costos de la exclusividad
son socialmente insoportables. Imaginemos que hacemos
exclusivo a nuestro grupo el disfrute de cierto teorema. A
causa de las interdependencias informacionales, tendríamos
que garantizar que nadie que no pertenezca al grupo pueda
acceder no solamente al teorema, sino a todas las premisas
y al conocimiento necesario para su descubrimiento, lo que
implicaría reformar por grados el sistema de enseñanza, etc.
Claramente, los costos crecerían de manera exponencial con
respecto a la utilidad de la exclusividad.
Reparemos, pues, en que podemos sostener cierto consecuencialismo respecto al valor epistémico del conocimiento
y sostener al mismo tiempo serias dudas acerca de la posibilidad de mantener este sistema simplemente con individuos interesados sólo en lo suyo. Independientemente de
que sean o no conscientes de ello, la producción colectiva
de conocimiento exige cierto número de altruistas cooperadores. Los economistas han estudiado el problema de los
bienes públicos como un problema especial de dilemas de
racionalidad. A diferencia del caso de Tycho-Kepler, en
el que solamente necesitamos el acuerdo entre dos agentes, los dilemas de bienes públicos implican la cooperación
colectiva de numerosos agentes. En el caso de la ciencia,
por ejemplo, nos encontramos con el problema histórico
de que la mejor física es tan buena como el peor de los
instrumentos matemáticos de los que depende. Newton no
pudo desarrollar la mecánica hasta que no se desprendió del
lastre de las matemáticas de la proporcionalidad, preanalíticas, que le planteaban problemas prácticos dificilísimos
para resolver las curvas no construibles mediante métodos
de regla y compás. Y no necesitó colaborar con nadie porque él mismo fue el creador de los nuevos instrumentos;
aunque, realmente, como también él mismo lo reconoció, lo
hizo subido a los hombros de gigantes como Isaac Barrow
o Descartes y Galileo.
26
Muchos historiadores y sociólogos piensan que este tipo
de razonamientos pertenecen a la historia heroica y a los
cuentos de hadas. Pero el problema que proponemos es
realmente serio: con meros actores recíprocos no despega
un sistema de provisión de bienes públicos tan complejo
como el de la ciencia. El sistema de reciprocidad permite explicar que, una vez que hemos alcanzado un sistema
de normas, éste tienda a autorreforzarse por varios mecanismos de expectativas sobre las reacciones de otros; pero
no explica por sí mismo una dinámica que tienda a incrementar la colaboración. El sistema de reciprocidad se basa
en mecanismos internos cognitivos por los que los agentes
tienen expectativas acerca de cuál será la reacción de otros
a su propia conducta. Los mecanismos cognitivos pueden
variar, sin embargo, cuando cambiamos algunos parámetros del contexto social. Los economistas especialistas en
teoría de juegos han desarrollado modelos matemáticos de
situaciones de dilema en los que cabe el surgimiento de
colaboración en grado creciente. Se trata de complementar
mecanismos evolutivos con mecanismos cognitivos.
Repárese en que, desde el punto de vista epistémico,
nos salimos ahora de una descripción internalista. Nos encontramos ahora con que la racionalidad cognitiva de los
agentes debe ser complementada con ciertas características
que surgen del contexto social, que son o pueden ser especialmente favorables para el aprendizaje de la cooperación.
Pero esta nueva condición no es ajena al fiabilismo. El fiabilismo exige que ciertos procesos sean fiables, pero no exige
que los procesos sean necesariamente internos. Algunas características benevolentes del medio pueden ser necesarias.
Pensemos, por ejemplo, en una capacidad extraordinaria
como la constancia de color que tienen nuestros sistemas
visuales. Es una característica de gran sensibilidad y precisión en contextos normales; pero bajo una iluminación de
sodio, la luz amarilla que habitualmente se emplea en el
27
alumbrado público, nuestros sistemas perceptivos confunden completamente los colores. Esto no nos hace ser escépticos en circunstancias normales respecto a la fiabilidad
de nuestra vista. La condición evolutiva de que en ciertos
sistemas sociales es más probable el surgimiento de colaboración no debe ser entendida, pues, como una explicación
milagrosa cuando faltan otras, sino como una tesis empírica del fiabilismo que debe ser comprobada empíricamente,
pero que tiene hasta el momento una aceptación bastante
generalizada entre los matemáticos de teoría de juegos. Se
trata de la condición que examinaremos a continuación.
3. La condición del tamaño adecuado de la comunidad
cognitiva
Ya Mancur Olson, 1965, observó que las condiciones de
dilemas de racionalidad en contextos de cooperación cambiaban cuando modificábamos el tamaño del grupo y el
número de interacciones entre los miembros. Así, mientras
que en una gran ciudad es muy costoso conseguir que los
ciudadanos colaboren, por ejemplo, no tirando basura al
suelo, es fácil explicar por qué habitualmente es más sencillo conseguirlo en un piso compartido por cuatro personas o
por una familia. En un grupo pequeño es más probable que
se estabilicen estrategias más interesantes desde el punto
de vista de la colaboración que TIT-FOR-TAT; por ejemplo,
estrategias en las que se perdona más de una defección y
otra serie de variantes que han estudiado los teóricos de
juegos. En las simulaciones no se necesitan agentes especialmente lúcidos, basta con que recuerden, por ejemplo,
cuál fue la actitud en la última colaboración con un agente
determinado. Esta memoria es algo que no exige grandes
costos cognitivos en pequeños grupos en los que la interacción es frecuente. En estos contextos puede aprenderse
a colaborar mediante mecanismos como los del manteni28
miento de la reputación. La reputación es algo que modifica
la estrategia de juego. El agente ya no mira solamente la
utilidad de la acción inmediata, sino la utilidad respecto al
mantenimiento de la reputación. Es la razón por la que los
capos de la mafia están dispuestos a vengarse, no importa
el costo que tenga la venganza, incluida la propia vida. Una
amenaza es sumamente efectiva cuando, paradójicamente,
nunca se lleva a cabo; pero para eso es necesario que los
otros agentes sepan que el otro está dispuesto a pagar todos
los costos necesarios para que la venganza sea efectiva. Y
lo mismo ocurre con lo contrario, con la colaboración.
Ahora bien, la modificación de la utilidad estratégica de
las acciones es relativa a las capacidades de procesamiento
de relaciones sociales de cada uno de los agentes. Y nuestra
tesis es que con agentes limitados desde el punto de vista
cognitivo, la capacidad de establecimiento de relaciones sociales estables probablemente tenga un límite superior y haya parámetros estables acerca del número de componentes
de un grupo en el que puede surgir y ser estable un sistema
de normas automantenido. En el caso de las comunidades
científicas, esta cuestión es sumamente importante, porque
el sistema es automantenido y autónomo. Si pensamos en
un estadio, por ejemplo, el número de personas que respetan ciertas reglas de comportamiento es ilimitadamente
alto; pero el sistema de autoridad es externo, quizás determinado por la propia estructura arquitectónica del estadio,
y aun así, en casos de pánico colectivo, observamos cómo
el acuerdo social de las normas se pierde rápidamente.
En la ciencia tenemos dos procesos que se han producido
conjuntamente y que curiosamente abundan en la idea de
que los tamaños del grupo son relevantes para el surgimiento y mantenimiento de las normas. Por una parte, sabemos
que el número de científicos ha crecido de manera exponencial desde que tenemos datos fidedignos cuantitativos.
Por otra parte, los mismos estudiosos, como Solla Price y
29
D. Crane, han detectado la relativa estabilidad del número
de participantes en lo que se han llamado “colegios invisibles”, que es el grupo en el que los miembros se reconocen
como pares o reconocen autoridades mutuas, y en el que
se llevan a cabo las críticas que contribuyen al desarrollo.
Sorprendentemente, estos colegios tienen un número similar de individuos independientemente de la disciplina o la
especialidad.
Si ponemos en comunicación ambos datos, vemos que
presentan cierta forma de inconsistencia. Pero reparemos
en que simultáneamente la ciencia contemporánea ha sufrido un no menor y espectacular proceso de subdivisión
en ultraespecialidades. Hay razones internas de especialización que explican esta división; pero también hay otras que
obedecen a esta relativa estabilidad de los grupos. Repárese
solamente, por citar un ejemplo más cercano a los filósofos,
en la lógica formal. Todavía en 1950 algunos filósofos podían considerarse simultáneamente lógicos en general y filósofos en general. Carnap, por ejemplo. Si pensamos en la
situación actual de multiplicidad de especialidades lógicas,
observamos que ni siquiera los especialistas son capaces
de estar al tanto no ya de los desarrollos, sino siquiera de
las especialidades relevantes. Un especialista en recursión
probablemente podrá citar, pero no estar familiarizado con
los desarrollos en lógica borrosa o en lógicas de la creencia,
que, a su vez, pueden ser investigadas simultáneamente en
especialidades de tradiciones diferentes como la ingeniería
robótica, la inteligencia artificial y la lógica tradicional.
Ni siquiera los más ultrainternalistas defensores de la
autonomía de la ciencia dejarán de reconocer la existencia
de un elemento de contingencia en la deriva de las disciplinas. A pesar de que los constructivistas siempre pueden
encontrarle una explicación externalista, mi hipótesis es
que el mantenimiento de cierta constancia en el tamaño
de los grupos refleja el precio de la colaboración cognitiva.
30
La heterogeneidad en los grupos no es buena ni mala en sí
misma; sin embargo, unida a sistemas de colaboración basados en el control mutuo, permite estabilizar esos mismos
sistemas en agregados tan enormes como los que componen
el sistema de la ciencia contemporánea. El hecho de que las
comunidades científicas tiendan a mantener los lazos interpersonales relativamente fuertes, debido a una constancia
en el número, hace que puedan sobrellevar los problemas
de “free-riders”, y a mantener altos los estándares de calidad epistémica. El crecimiento masivo no ha impedido la
estabilización de comunidades, refutando a quienes predijeron el fin de los lazos comunitarios bajo el peso de la masa
(Ortega), la dinámica de las relaciones sociales (Marx), la
ubicuidad del poder (Foucault).
En la ciencia, además de los lazos internos, recordemos
la condición anterior, existe la interdependencia entre las
comunidades que refleja la interdependencia de los contenidos en los que reside la preservación de la utilidad. Estas
relaciones intercomunitarias no implican que estemos postulando que los grupos se convierten en individuos, poniendo en grave riesgo el individualismo metodológico y con
ello el naturalismo. No es necesario: se pueden considerar
los grupos como filtros de intereses y niveles de exigencia epistémica relativamente estables bajo el intercambio y
la renovación de sus componentes. Los científicos individuales compiten por conseguir las fuentes de información
más novedosas y relevantes, compiten por ser escuchados y
compiten porque sus ideas se acepten y difundan entre las
comunidades más exigentes. Y lo mismo que ocurre con los
investigadores en fase de producción madura, ocurre con
los investigadores en formación. Y los componentes de las
comunidades tienen interés en servir de filtro para escoger
a los mejores miembros y mantener su estatuto epistémico,
imponiendo formas de comportamiento y seleccionando a
31
quienes tienen la apariencia promisoria de cumplir las normas y estándares de calidad del grupo.
No es exclusiva de la ciencia esta doble dinámica. Marcel
Proust describe en A la búsqueda del tiempo perdido cómo
los círculos de la clase alta parisina estaban embarcados en
una dinámica similar para preservar la exquisitez (o cursilería, depende de la perspectiva) de su círculo. La diferencia
entre la ciencia y un sistema de clubes como las tertulias parisinas es la interdependencia cognitiva de todos los
clubes. No es la exquisitez cognitiva de un club lo que
importa, sino el que sus resultados sean útiles para el resto
de los clubes, sólo esta condición sostiene la estabilidad de
una comunidad. En otro caso se producen dinámicas de
tensión y división. De forma inversa, entre miembros de
distintas comunidades que comparten similares problemas
e intereses, que a veces son marginales en sus grupos, se
producen fenómenos de convergencia que conducen a nuevas comunidades. Ésta es la razón fundamental por la que
se producen especialidades a tanta velocidad.
Las especialidades no son solamente fruto de especializaciones de teorías generales que se aplican a campos diferentes, ni de la subdivisión de dominios en subdominios,
sino también, y a veces es mucho más importante, son
fruto de la convergencia de campos alejados en esfuerzos
de conectar investigaciones. Piénsese en la reciente convergencia de neurofisiólogos, psicólogos y matemáticos de
computación: la comunidad de intereses personales refleja
interdependencias cognitivas sobre las que descansa, al fin
y al cabo, el valor de la ciencia como empresa social que
paga el resto de la sociedad.
Nótese, para acabar, que esta condición de tamaño de
grupo y dinámica de comunidades, a diferencia de las dos
anteriores, es una condición empírica, puesto que deriva
de la comprobación de nuestras limitaciones como agentes
cognitivos capaces de cooperación en ciertas circunstancias.
32
Pero, por la misma razón, abre un campo de colaboración
entre la sociología, la psicología y la epistemología. La tesis
que sostenemos es que la dinámica evolutiva que conduce a
la cooperación es una dinámica que depende de la creación
de medios sociales suficientemente benévolos. Del mismo
modo que los psicólogos desarrollan teorías de cómo es posible la racionalidad en condiciones de limitaciones cognitivas, podemos plantearnos las condiciones de posibilidad de
la racionalidad colectiva sin presuponer situaciones ideales
de normas preexistentes.
5. La contingencia del conocimiento en contextos
colectivos
Nunca se enfatizará con suficiente fuerza la contingencia
e historicidad del carácter colectivo actual de ciertas formas del conocimiento como las que representa la ciencia.
Tienen razón los epistemólogos individualistas cuando sospechan que se trata de un resultado marginal de nuestras
capacidades: mientras que la evolución biológica nos ha
dotado de capacidades y virtudes constitutivas, sólo la deriva histórica ha permitido estos acuerdos más o menos
estables que han conducido, en no más de dos siglos, al
fenómeno contemporáneo de la ciencia. La extraña mezcla
de escepticismo organizado y trabajo cognitivo altruista ha
producido una amplificación de los contextos de calidad
epistémica que no sabemos si podría haberse producido de
otra forma; pero el resultado han sido formas de virtudes
cognitivas públicas que hay que añadir a las individuales.
Este proceso difiere sutilmente del equilibrio reflexivo amplio que postulara Rawls como proceso de fundamentación
de las normas. En el proceso de deriva histórico hay elementos cognitivos y reflexivos racionales por parte de los
agentes, y hay elementos de selección de variaciones que
no han sido necesariamente conscientes. Lo que importa es
33
si los equilibrios resultantes entre los intereses y capacidades de los agentes son suficientemente fiables respecto a
los retos escépticos relevantes. El fiabilismo no exige como
condición de conocimiento el saber que se sabe. Tampoco
se exige la completa intencionalidad del proceso; en otro
caso tendríamos que eliminar buena parte de nuestras capacidades personales. Y lo que es más importante, tampoco se
exige ninguna necesidad lógica o histórica en el desarrollo
del conocimiento.
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Sosa, Ernest, 1998, “Knowledge in the Best Circles”, Journal of
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Recibido: 18 de febrero de 1999
35
SUMMARY
Knowledge becomes social when the cooperation of a community
organizing the work in a distributed way is necessary in order
to produce it. In this social case the epistemology acquires some
special characteristics because the epistemic quality must be
guaranteed in the framework of a social division of cognitive
labor. The problem is that scientific communities suffer of the
same free-rider problems as other cases of collective action. In
this context the paper proposes a consensus model based in the
idea of a self-maintained social contract.
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