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Opiniones sobre Ia arqueología:
s/'t, definición j, st¿s relaciones'
J.
Miguel Rivera Dorado
U
Cuando un pueblo pierde ei
sentido vital del pasado,
se
extingue.
P¡vesr
Las viejas arqueologías
Es indiscutible que la arqueología, en sentído amplio, nace como una nobie curiosidad
noble en su aspecto social más
-entendiendo
que como juicio de valor- por la antigüedad clásica, muy especialmente grecorromana. Si nos
dejamos llevar por ese al parecer incontenible impulso de dar fechas de origen a todos los fenómenos intelectuales significativos. en la historia
de la humanidad, podemos aceptar que el Renacimiento es el período en que los objetos, estilos
y maneras clásicos son puestos en circulación y
aceptados como timbre de prestigio y buen gusto
por ciertos grupos o clases sociales que emergen
penosamente de la larga convalecencia medieval.
Durante cuatro sigios esta especie de <arqueofagia> va a imprimir carácter a la búsqueda y el
interés por los elementos materiales producidos
en un pasado más o menos remoto y, con frecuencia, bastante idealizado. Las reliquias arqueológicas son consideradas exclusivamente como reliquias, es decir, como objetos sometidos
por.sí mismos y en sí mismos a un culto estético,
independientemente de su importancia o significación como vestigios-testigos de unos modos de
vida y manifestaciones de un determinado comportamiento sociocultural. Esta tendencia, como
veremos más adelante, sigue vigente con ligeras
variantes en muchos humanistas y eruditos que
forman en las filas de los estudiosos del arte y de
la historia antiguos.
El afán coleccionista corre paralelo durante el
siglo xrx a las orientaciones naturaiistas que han
puesto de moda las polémicas entre Cuvier y Lamarck. Las obras de Darwin y el desarrollo de
la geología son el telón de fondo del surgimiento
de la mal llamada prehistoria 2. Boucher de pér-
Ce':E¡'eí;: e lj;si,,rria
r i vergiCaci Cc:r-,
P,
1',;ten se
thes desentierra los nada artísticos utensilios y artefactos del remoto hombre de las cavernas, y
pone una nota más de convulsión en el duelo
infinito entre ateos librepensadores y los seguidores de las interpretaciones más ortodoxas de los
textos bíblicos. Aceptada en general la gran antigüedad geológica del hombre, se inicia el estudio de sus productos materiales en un terreno intelectual cercano al de la también naciente paleontología. Tan encontrado está este movimiento
con el de los anticuarios esteticistas, que el recfazo al descubrimiento de un verdadero arte paleolítico es unánime en el mundo científico a finales del xrx.
Otras arqueologías, las que abren lh expedición
de Napoleón a Egipto y las aficiones de los diplomátícos europeos en los países del Cercano Oriente, se pueden incluir sin dificultad bajo la denominación común de <históricas)), en el sentido
más tradicional del término 3. Los desciframien-
'
I El origen de este ensayo fue una conferencia pronunciada hace algún tiempo en el Museo Nacional de
Etnología de Madrid. Aunque he revisado y ampliado
el primer borrador,
es posible detectar todavía en el
estilo de la exposición y en la forma de presentar ciertos temas el objetivo de comunicación directa que se
pretendía.
2 Mal llamada
si al término le damos la connotación
de estadio, es decir, Ie aplicamos una caracterización
U
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cultural por amplia que ésta sea, como se hace freJ
cuentemente. En este sentido, sería'ridículo suponer una
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homología entre los auriñacienses europeos y los incas
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americanos por el mero hecho de que ambas culturas
o
son prehistóricas.
ó
3 Entiendo como arqueología histórica o historicista
ó6
Ia, que_ pretende solamente construir secuencias tempou
rales de acontecimientos únicos, secuencias irreversibles
y no recurrentes en las cuales lo singular es significaz
f
tivo. I:a arqueología que llega a concluir, por ejemplo,
que Akenatón contrajo matrimonio con Neiertiti, módiF
a
ficó las creencias oficiales egipcias, construyó Tetl-elU
Amarna y murió probablemente asesinado. La arqueoloE
gía- típicamente difusionista puede incluirse en este aparll-
tado, si bien int¡oduce como dimensiópJ4isiea la espacial: trata de interpreta¡ los fenórndños _*,c_ulturales ten
términos de acontecimientos anteriy'¡ds clue se mueyen
en el espacio; todo objeto, todo fdÉmpnb tiene r¡n,origen y una difusión, y estos dos a$peifds
la
"explicaq,i
ocurrencia en un momento y lugar dpte\minadoi
(cf. Wtri-
te,
1945).
':-r).
o)
1\
cn
Miguel Rivera Dorado
tos de las intrincadas escrituras egipcias, mesopotámicas, cretenses o anatólicas, conducen a la
elaboración de listas dinásticas y a la preocupación por los hechos políticos, las invasiones y las
batallas. Recapitulando, tendríamos: arqueología
esteticista, arqueología naturalista y arqueología
histórica. Con unas notas comunes a todas ellas:
el gusto por el coleccionismo, la erudición como
objetivo, el desprecio por ciertos materiales de
tipo vulgar o considerados irrelevantes, el sentido estrictamente descriptivo de muchos estudios,
la valoración personal, etc. No obstante, la arqueología naturalista crea en seguida instrumentos tipológicos
y
clasificatorios mucho más per-
fectos que los de las otras dos, que la ponen en
el camino de la sistematización de los conocimientos que se van adquiriendo a.
También a mediados del siglo xrx surge otra
vieja arqueología, como derivado algo bastardo
del interés británico por los pueblos exóticos por
los que el Imperio se extiende. Es la arqueología
que podemos llamar etnográfica, y que tiene sus
raíces en la necesidad de dotar de carccterización a los grupos humanos que ocupan las capas
cronológicas más bajas en los esquemas de la antropología evolucionista. Esta tarea de mera especulación, a la que se aplican gentes tan diversas como Tylor, Morgan o Marx, deja, sin embargo, el poso de unos ensayos de interpretación
que mucho más tarde van a ser la plataforma de
lanzamiento de las nuevas arqueologías.
Los caminos por los que avanzan los seguidores y cultivadores de estos campos de estudio
convergen en el personalismo metodológico (si
es que podemos emplear este término). Cada
investigador propone su manera de hacer y concebir la arqueología, lo que no es obstáculo
para que se mezclen a menudo posiciones que,
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principio, se adscribían en exclusiya a una
en
an
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sola
de las cuatro corrientes mencionadas. Quizá
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f
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único
aspecto en el que todos se van poniendo
el
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:o de acuerdo es en la adopción progresiva de las
o más refinadas técnicas de recuperación de los objetos; a medida que los geólogos, físicos o quími6
u cos van proporcionando instrumentos de campo
z y laboratorio. Cuando, ya avanzado nuestro siglo,
se muestra la utilidad de la fotografía aérea, los
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directores de excavación pudientes corren a eno
tu
E cargar vuelos de prospección; se descubre la téc-
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g)
nica de fechamiento por radioca¡bono, e innecesario es decir que hoy sería calificado de verdadero retrógrado quien no recogiese en la tierra
un buen puñado de restos orgánicos, para someterlos a complicado y costoso proceso en los
laboratorios especializados. Desde luego que tal
actitud parece en general positiva, pero, desgraciadamente, la inquietud por incorporar las técnicas más avanzadas no se acompaña de semejante deseo de progreso en el camino de la interpretación de los resultados y de la elaboración
teórica. Hasta tal punto esta asimetría de las
viejas' arqueologías continúa vigente hoy, que
muchos de los llamados <buenos arqueólogoso 1o
son por sus dotes de excavadores, sin que de los
datos obtenidos tan trabajosamente saquen luego
otro provecho que el de publicarlos en toda su
abundante desnudez, y con lujo de excelente papel y cuidadas ilustraciones. También se daba,
y se da, como consecuencia de tan absurda especialización, la aberrante dicotomía de arqueólogo
de campo y arqueólogo de gabinete
últi-este de
mo en confusa connivencia con el practicador
la historia antigua-, el primero con su trabajo,
mecánico y su buen oficio artesano de buscador
de tesoros, y el segundo especulando sobre observaciones ajenas que raramente se ajustan a la
problemática de su interés.
A mediados del siglo xx el balance de las arqueologías centenarias es francamente desalentador: excavaciones sin justificación alguna, miles
de cacharros mudos almacenados en los museos,
caza incontrolada a la pieza o la tumba excepcional, preocupaciones pueriles como la expuesta
recientemente en un periódico de gran difusión
donde se afirma que: <el aspecto más deplorable de nuestra ignorancia sobre las culturas del
Peleolítico se refiere al vestido>, y un acopio
real de conocimientos sobre las culturas y las
sociedades de1 pasado que, trascendiendo el área
de 1o tecnológico, se podría resumir en muy pocas
cuartillas. Bajo la consigna de que hay que excavar más y el argumento de que no se han acumulado aún suficientes datos, los aficionados a este
apasionante entretenimiento siguen atiborrando
salas y depósitos de piedras y pucheros, y consumiendo papel en interminabies y detalladas descripciones de objetos, construcciones y enterramientos en las que las cuidadosas mediciones,
planos, lbtografías y dibujos, forman un imponente arsenal que f.uerza el respeto del neófito.
Frente a esta situación, al filo de los años cuarenta algunos investigadores empiezan a pregun-
tarse para qué ese despilfarro de tiempo y de
dinero, y a considerar bastante pírrica la victoria
alcanzada sobre las tinieblas del pasado a base
de una discipiina-catálogo de elementos de cultura material.
a Sistematización sería la tendencia a ordenar y exponer los hechos de manera que puedan ser controlados
o verificados por cualquier otro investigador.
Opiniones sobre la arqueologia: su definición y sus relacion€s
I
j
'
Lo arqueologío como ciencia
.
Esbozado el camino inicial recorrido por la arqueología, conyiene discutir ahora un plnio tundamental en orden a aclarar algunos conceptos
y delimitar el marco en que se inscriben sus fines
y procedimientos.
De manera un tanto automática son muchos
los humanistas que, atraídos por el fulgor de las
ciencias contemporáneas, se denominan a sí mismos científicos. En su mayoría, ni son tal cosa
ni han pensado tampoco en serlo jamás, pero las
modas intelectuales
y
semánticas son más fuertes
Las. analogías_etnográficas perm¡ten construir
viejo indio waika de venezu-era y er pe'sonal'e
vor religioso,
_
cosas>, o <Cuerpo de doctrina metódicamente ordenado que constituye un ramo particular de los
conocimientos humanos>. Son posiblemente definiciones inútiles por imprecisus, ¿u qué podemos
Ilamar conocimiento cierto?, o ¿qué ^es una doctrina metódicamente ordenada? Esia clase de con_
fusionismo justifica a muchos de los pretendidos
científicos, porque Zquién es capaz de negar que
un agricultor, por ejemplo, tiene conocimiento
cierto de las cosas referidas a su activid ad?, y
óquién que algunos ensayos especulativos son un
cuerpo de doctrina metódicamente ordenada? Va_
yamos, pues, a los filósofos de la ciencia. celo_
hiñtesis relativas a todos los
ii'ül¿ii¡¿" ,ivá-¿J ¡'Jiiá'JJ
?spectos de Ia vída socíal. En la ilustración. un
dirigen a la divinidad con la misma--óiá1" ¿"'f.r-
U
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z
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F
J
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que su propio espíritu crítico. Se suele partir de
un prejuicio bastante extendido y que, más o menos, se resume así: l. El desarrollo de la ciencia
caracteúza el avance intelectual de nuestra épo-
,2. Es prestigioso hacer ciencia y desprestigioso hacer algo distinto. j. El hacer ciencla no re_
ca.
quiere más que una cierta <seriedad> en el orden
expositivo y en la aplicación de las técnicas al
trabajo concreto. Como es evidentel estas tres
afirmaciones son falsas.
El término ciencia aparece ¡mbiguo en el
Díccionario ldeológico de la Lengui Española
de Iulio Casares: <Conocimiento cierto de Ias
5
sos guardianes
de la pureza
o
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epistemológica, y
o
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aceptemos en principio sus juicios. Hempel dice
que ciencias empíricas son <aquellas que preten_
den explorar, describir, explicar
y
piedecir los
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acontecimientos que tienen lugar en el mundo en
que vivimosr; las llama empíricas, contrariamen_
te a la lógica y la matemática pura, porque sus
enunciados deben confrontarse con los hechos de
nuestra experiencia, es decir, sólo son aceptables
si están convenientemente apoyados en una base
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q)
en sus cuatro etapas fundamentales: exploración,
cn
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empírica (Hempel, 1973). A mi entender, ésta
es una magnífica síntesis del método científico
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U)
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Miguel Rivera Dorado
descripción, explicación y predicción. Marshall
Walker, un practicador de la ciencia en funciones
de metodólogo, afirma en un librito por demás brillante que el propósito del pensamiento científico
es el de postular un modelo conceptual de la naturaleza, con el que se pueda predecir exactamente el comportamiento observable en ella (Walker, 1968). No entraré aquí a puntualizar lo que
estos y otros autores entienden por explicación
y modelo, existen buenos manuales que discuten
y definen tales conceptos. Baste con señalar que
el método científico requiere de generalizaciones,
es decir, de'leyes en las que queden incluidos los
hechos y fenómenos estudiados; leyes que suelen ser principio hipotéticas, y cuyas implicaciones deben ser sometidas a contrastación o verificación. Sin leyes no hay predicción, y sin predicción no hay ciencia. El presidente de Scientilic American, Gerard Piel, ha escrito en alguna
parte que la objetivación del conocimiento que
tiene lugar en la ciencia afirma la primacía del
individuo y convierte en irreversiblemente absurda la apelación a cualquier autoridad por encima
de su percepción, de su juicio o de su conciencia.
a tratar, entonces, si la arqueología
o puede ser llamada propiamente ciencia.
El primer paso lo daremos de la mano de Richard S. Rudner (1973) cuando deja bien senPasemos
debe
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tado que las ciencias sociales son metodoiógicamente iguales a las demás cíencias y que su método es sin duda <la exposición rczonable sobre
la que basa la aceptación o el rechazo de una
hipótesis o teoría>. En otras palabras, la justificación lógica de todas las ciencias tiene forzosamente qué ser la misma porque, de lo contrario,
dejarían de ser ciencias s. La arqueología, como
ya expuso premonitoriamente hace más de treinta
años Vere Gordon Childe (1946), debe ser incluida entre las llamadas ciencias sociales.
Veamos, ¿la arqueología puede, con sus técnicas habituales, explorar, describir, explicar y predecir los acontecimientos ocurridos en las sociedades y culturas del pasado?; si la respuesta es
afirmativa, y yo creo que debe serlo, entonces la
arqueología puede obtener el mismo ststus científico que otros campos del conocimiento. La objeción de que hasta el momento no haya cumplido
esos requisitos no es prueba de su impotencia,
sino de la falta de propósito de los arqueólogos,
o de que todavía no se han encontrado los instrumentos conceptuales y técnicos . más adecuados
para culminar hasta la última de las etapas. EI
camino, en todo caso, está siendo desbrozado con
increíble rapidez: teoría general de sistemas, estadística, ecología, elaboración de modelos de varios tipos, lógica positivista, perfeccionamiento de
las clasificaciones, son otras tantas herramientas
marcos de referencia utilizados con frecuencia
o
creciente por los arqueólogos orientados científicamente. Llevaría muchas páginas la mención de
la bibliografía en que cristalizan esos ensayos,
pero una simple ojeada a la reyista American
Antiquíty de los últimos años muestra el ritmo
con que los cambios se están produciendo. No
hay nada en el tipo particular de trabajo de los
arqueólogos que les impida aplicar el razonamiento hipotético-deductivo, establecer hipótesis
(entendidas como relaciones lógicas entre dos o
más variables que son observables en el registro
arqueológico; cf. Binford, 1968), construir leyes
verificarlas y hacer predicciones. Es un error
creer que no existe posibilidad de experimentación en arqueología; desde luego que no será ei
y
tipo de experimento a que nos tienen acostumbrados las ciencias físicas, pero, como alguien ha
dicho, el arqueólogo dispone de toda la historia
de la especie humana como laboratorio en el cual
observar regularidades y fenómenos y contrastar
hipótesis. La experimentación se transforma en
arqueología en comprobación de regularidades
causales, en rigurosas comparaciones, en formulación de inferencias y aplicación de analogías.
Otras objeciones pueden referirse a la imposibilidad de observar o recongcer todos los rasgos
de las culturas antiguas necesarios para el pianteamiento de las hipótesis. El arqueólogo recoge
sólo una parte, a veces mínima, de los productos
materiales y no materiales del grupo humano por
el cual se interesa. Siendo esto cierto, lambién
lo es que no existen limitaciones inherentes a una
categoría particular de materiales, que las barreras provienen frecuentemente del escaso desarro11o o del desacierto de las estrategias de investigación, y que el registro arqueológico, sean los
vestigios que sean y aparezcan en cualesquiera
condiciones, es un rompecabezas en el que faltando algunas fichas siempre podremos averiguar
su forma y sentido por los vacíos que observamos y a partir de las relaciones entre las piezas
de que disponemos. En cualquier caso' y aun
aceptando el conocimiento fragmentario que brinda la excavación, siempre se puede hacer ciencia
con los elementos disponibles; la única condición
es que la investigación se oriente desde el prins Entiendo aquí por metodología las bases lógicas de
todo trabajo científico. En un sentido más restrictivo,
método hace referencia a la manera en que se lleva a
cabo el análisis, la ordenación y la interpretación de
los datos (que no debe confundi¡se con el marco conceptual que orienta tal interpretación, al cual dobe llamárse teóría). Técnica, sin embargo, es solamente el
procedimiento práctico empleado para la obtención de
esos datos.
Opiniones sobre la arqueología: su definición y sus relaciones
cipio a un problema concreto que pueda manejarse en términos de los datos que se espera obtener del trabajo de campo. Con esos datos se
puede construir un modelo que se convertirá en
ley predictiva luego de la correspondiente contrastación. Las excayaciones resultan inútiles, yistas
desde esta perspectiva, si no se va a ellas con
problemas previos y planes de trabajo que expliciten la manera en que se va a procurar resolverlos.
Quizá el último, y posiblemente el más grave,
de los inconvenientes que se aducen para descalificar como científica a la arqueología y en su
conjunto a las llamadas disciplinas humanísticas,
es el carácter peculiarísimo de su objeto de estudio. Ahora la objeción es filosófica y se Íesume
en que el comportamiento del ser humano se origina en instancias, y obedece a pautas, incontrolables por el observador, que el lugar del hombre
en la naturaleza es privilegiado y que está dotado
de <algo" que le hace libre y, por lo tanto, imprevisible.
Somos muchos los que creemos que se puede
aplicar al estudio del hombre el método característico de las ciencias llamadas naturales, aceptando desde luego las limitaciones que la ética
o la moral pueden imponer al procedimiento experimental. Se afirma que el hombre es capaz
de reflexión crítica sobre sí mismo, que sabe de
su finitud y se organiza en términos de tal tipo de
conocimientos, que puede crear, conservar y transrnitir cultura, pero esos y otros rasgos semejantes
no son más que las singularidades de la especie
a que pertenece, del mismo modo que las aves
vuelan, el lobo es incapaz de rcalizar la fotosíntesis y ciertos seres vivientes responden de deter-
minada manera a estímulos cromáticos o sonoros.
Es innegable que el hombre surge y vive de la
naturaleza, que establece relaciones de dependen-
cia y simbiosis con otras especies, que se define
y se proyecta desde y hacia lo natural, que su
historia, en fin, puede contemplarse como una
'parte de la historia global del universo, ya que
su conducta y su pensamiento no se conciben sin
las referencias al medio en el que se desenvuelve
y al que trata de adaptarse. Es Edgar Morin (1974)
quien ha escrito: <iCómo es posible no percatarse de que lo más biológico
sexo, la muerteque está más impreges a un mismo tiempo lo -el
nado de símbolos de culturalr> La trampa en la
que ha caído el antropocentrismo es que al inventar el hombre la ciencia para mejor conocer a sus
vecinos, sus clientes y sus víctimas en el mundo
natural, se ha convertido irremediablemente también en objeto potencial de ese mismo método
de conocimiento. La ciencia no ha obtenido aún
respuestas a muchas cuestiones sobre el comportamiento humano y apenas dispone de axiomas
o leyes sobre los fenómenos socioculturales, pero
tampoco conocemos las dimensiones del universo
y las teorías atómicas se encuentran sometidas a
permanente revisión. Lo que importa es la validez del procedimiento; sólo hace pocas décadas
que el hombre se'ha atrevido a estudiarse a sí mis-
mo científicamente, mientras que lleva siglos haciendo tal cosa con su entorno físico. Teniendo
muy en cuenta la particular orientación axiológica de la civilización occidental, se puede concluir que nada hay que impida aplicar con éxito el método científico al estudio de las sociedades
humanas, pasadas o actuales, ningún indicio que
nos haga suponer fundadamente que el hombre
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Un yacimiento arqueológico es la
expresión ejemplar de la cultura
del pasado: sí el arqueólogo no
posee la adecuada fo¡mación
antropológica y los medios lécnicos
para lfevar adelante la excavación,
destruiré gran parte de la
valiosa información qué allí se
eneuentra. En la foto, el si¡io
de lngapirca, en la sie¡ra del
Ecuador,
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g)
5
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lv{iguel Rivera Dorado
y su cultura escapan al asombroso orden de la
naturaleza.
No trato de mantener, entiéndase bien, que la
única forma de hacer arqueología es la científica.
Lo que quiero poner en claro es que sólo se pueden denominar científicos aquellos estudiosqs y
aquellos trabajos dirigidos según el método de las
ciencias. Quizá es hasta conveniente que perduren
otras formas de acercamiento a la realidad cultural, pero también puede ser deseable que se
preseryen los yacimientos arqueológicos lnás importantes para los proyectos que se hagan responsables de un más alto nivel de eficiencia noieológica. Si a la arqueología científica se puede
enfrentar un ¿para qué?, sobre el que volveré
más adelante, a la arqueología intuitiva, especialmente en algunas de sus manifestaciones menos
poéticas y creadoras, se la puede acusar de fran-
camente estéril.
En un libro de Angel Palerm (1974) sobre la
historia de la etnología se dice que lo que realmente cambia con la época es el modelo normativo al que debe adaptarse la práctica de la disci
plina antropológica; hoy este modelo normativo
es el de las ciencias naturales, pero en el siglo
pasado era el de la historia, y aun antes se aceptó
ia guía de la filosofía y de la teología' El investigádor mismo forma parte de una tradición de la
que difícilmente puede renegar. El momento actual para las disciplinas antropológicas, y por lo
tanto para la arqueología, se caracteriza por estar
inserto en una corriente <cientifista> que es nuestro estilo particular de intentar conocer. No hay
aquí actitudes modales, sino la firme convicción
de que la tradición intelectual es, a la vez que
acumulativa, selectiva, y que si se ha llegado a la
ciencia después de pasar por la filosofía y la religión, es porque existe la creencia de que esa
*n.tu de aproximarnos al mundo en que viviu
ü,
zq mos es la que mejor nos puede dar razón de cómo
¡- ese mundo es.
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o
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Arqueología Y antroqología
Acabo de escribir que la arqueología es una
z disciplina antropológica. En concreto, es una rama
de lá antropología cultural: si ésta estudia las
F
o
culturas en general, la arqueología se especializa
U
en ias culturas del pasado. Dado su campo de
lFacción particular, emplea trnas técnicas de trabajo qué no son las de1 etnólogo. Frente a la obseivación participante, a las encuestas y los informantes, el arqueólogo utiliza la excavación
como forma de proveerse de los datos necesarios'
Fuera del terreno de las técnicas' y de las servillCE
6
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O
dumbres impuestas a
la interpretación por el ca-
rácter de los materiales manejados, el resto de
las inquietudes del arqueólogo coinciden, o deben
coincidir, punto por punto, con las del etnólogo.
Ambos tratan de obtener argumentos nomotéticos sobre el comportamiento cultural y social del
ser humano que les permitan establecer predicciones.
Por extrañas razones, solamente comprensibles
en parte, muchos antropólogos, sobre todo los del
Viejo Mundo y muy especialmente los que siguen
a la escuela británica, no aceptan a ia arqueología
como ciencia social, y miran con cierto menosprecio y absoluto desinterés los avances y la probiemática de esta disciplina' Digo que sólo me 1o
explico en parte porque me niego a creer que semejante miopía Provenga exclusivamente de las
viejas raíces antihistóricas de algunos vetustos
pero frondosos árboles del funcionalismo inglés'
Si esto fuera así, se podrían extraer dos jugosas
consecuencias: que hay antropólogos que todavía
limitan irresponsablemente los objetivos de
su
campo de estudio, y que el dogmatismo y la etnolo-
gía no están tan reñidos como pretenden los más
óonspicuos manuales introductorios. De igual modo que un arqueólogo no puede serlo si antes no
se reconoce como antropólogo, un etnólogo debe
aceptar su deuda con unas investigaciones que le
proporcionan datos sobre procesos culturales que
iruo t.ttido lugar en una dimensión temporal y
espacial de límites insospechados' La riqueza del
material comparativo de que dispone la arqueología, y la variedad de las culturas en las que incuisiona, son otros factores que no puede desdeñar quien pretenda trabajar en una ciencia, de la
sociedad. Pero mucho más importante es el tiempo. Solamente la arqueología puede estudiar fenóo miles
-"not socioculturales a través de cientos
estarea.de
ingente
de años, para ella queda la
durante
cultural
clarecer lás razones del cambio
períodos cronológicos inabarcables para el etnóiogo. Po, eso se ha escrito que <"'los datos de
la arqueología son los únicos que pueden usarse
para contrastar y confirmar las generalizaciones
sobre el cambio evolutivo en las sociedades h¡rmanas, y de ahí que la singularidad de la arqueología como ciencia sea que considera los fenómenoi .n evolución. Así, si la arqueología es algo'
es antropología evolutiva> (Watson, s' f', citado
por Waüon, Leblanc y Redman, 1971)' Lo cual
de copur""" una aportación sustancial al cuerpo
6' Que los
general
nocimientos áe la antropología
,
Er
l" qt" l"
*qt."l"gf" rc*i9 t""l"t"-
de búsqueda de regularidade.s' que
nista en el^sentido"t.*
permitan generalizaciones- en procesos de camblo cor
i".".i.iltti?"t sémeiantes. Este movimiento' que culmi-
Opiniones sobre la arqueología: su definición y sus relaciones
arqueólogos y los etnólogos sean en la práctica
curopea hermanos separados se debe más a estos
últimos que a los primeros. Después de las sugesrivas aportaciones del siglo pasado, a las que me
he referido como arqueología etnográfica, los etnólogos se han preocupado más bien poco del millón de años anterior a los grupos humanos que
ellos observan. Esta actitud les ha hecho perder
ia perspectiva diacrónica que parece insustituible
para discernir la naturaleza de tantas instituciones, valores, creencias y modos de vida en conjunto de las sociedades actuales. Por supuesto
que no se trata de volver a la fiebre de los orígenes, sino de situar el estudio del cambio en sus
eorrectas coordenadas, es decir, las que pasan por
el trabajo arqueológico.
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Strauss. Tan absurdo resulta que un etnólogo no
se interese, por ejempio, en los procesos que condujeron a la aparición de los primeros estados en
el Cercano Oriente, como que un arqueólogo se
desentienda sistemáticamente de las monografías
de campo y los planteamientos teóricos de los an'
tropólogos de las diferentes escuelas.
Hay pocos arqueólogos que tengan conciencia
de que o son antropólogos o no son nada. Algunos emplean analogías etnográficas, pero con frecuencia de manera acientífica o inconveniente'
Tales analogías son, por otro lado, absolutamente
necesarias, de forma que el mecanismo para toda
reconstrucción o interpretación arqueológica consiste, pura y simplemente, en analogías. Hasta tal
punto ésta es la vía de conexión con el trabajo
-r.
.&'
Un vieio cementerio en la costa
del Pe¡ú, tota¡mente saqueado
por los buscadores Ce tesoros
y traficantes de objetos ant¡guos,
es buena muestra de la
destrucción de datos
arqueológicos en aquellos países
en los que la protección
gubernamental es ínsuficiente.
":
"¡
Hay que reconocer igualmente que la clase de
arqueología que se hace en algunos países occidentales, entre ellos el nuestro, merece ser mirada
con desdén por los antropólogos. Pero ésa no es
razén suficiente para excluir esta disciplina del
panorama antropológico, sino antes llevar a cabo
una crítica que estimule la superación de las deficiencias. Nombres y obras de arqueólogos actuales, como Binford, Spaulding, Flannery, Sanders,
Renfrew, Hammond, y tantos otros, son la garantía de que se ha iniciado una revisión en profundidad del sentido mismo de las investigaciones
arqueológicas. Lo que a su vez deben procurar los
etnólogos es conocer esta nueva arqueología que,
para tranquilidad de 1os antropólogos sociales,
trata temas de función, de estructura social, de
parentesco y de simbolismo con la misma soltura
con que io hacen Leach, Evans-Pritchard o Lévi-
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de los etnólogos, a la vez que uno de los problemas metodológicos fundamentales de la arqueolo-
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gía científica, que creo de interés resumir aquí
las ideas expuestas al respecto por cinco autores
preocupados por el tema. De esta digresión podemos obtener abundantes criterios que ayuden
a delinear las posibilidades del campo de investigación que se ocupa del pasado de la huma-
J
c
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o
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E
nidad.
Kwang-Chih Chang (1967) considera la arqueología y la etnología como dos subdisciplinas de la
antropología, pero ve la creciente especializacíón !F
como un obstáculo en los necesarios canaies de in- €
zf
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na con |ulian Steward en etnología y con investigadores también norteamericancs, como Sanders o Flannery,
en arqueología, es uno de los que parecen más fructí-
feros en cuanto a lograr una disciplina científica que
no prescinde de las coordenadas tempoespaciaies.
ar-)
O
t:
Miguel Rivera Dorado
tercomunicación entre investigadores que persiguen objetivos de estudio semejantes. Uno de los
intereses comunes es el tipológico, es decir, el
establecimiento de clasificaciones con intención
teórica tendente a descubrir formas de vida y
comportamiento. Pero el arqueólogo no dispone
de las categorías de conceptualización de los creadores de los artefactos, y por lo tanto no puede
aprehender el antiguo sistema cognoscitivo que
ha condicionado la conducta, limitándose en consecuencia a probar diferentes clasificacicnes en
busca de la más significativa a efectos de interpretación.
La analogía es el aparato teórico principal mediante el cual un arqueólogo se beneficia de los
informes etnológico's. Se trata de una correlación
entre artefactos y comportamiento basada en el
quica de la especie humana), o de los aspectos
concretos altamente diferenciados, se llega a la
identificación final de las regularidades causaies
y a la reconstrucción histórica.
|ames Deetz (1968) está de acuerdo en que las
inferencias significativas a partir del registro arqueológico, que conciernen a los sistemas culturales responsables de su existencia, dependen de la
comprensión de la forma en que la cultura se
refleja en sus productos. El comportamiento es
un producto cultural perecedero y no puede obtenerse directamente por los arqueólogos, pero ciertos vestigios
edificios, artefactosreflejan ese -yacimientos,
comportamiento de manera sistemática. Conociendo cómo diferentes niveles y tipos
de conducta humana pueden afecfar sus productos materiales, se llega a discernir válidamente
respecto a la significación de los conjuntos ar-
conocimiento general del hombre y la cultura,
y en el supuesto de que existen regularidades culturales. El procedimiento es la reconstrucción de
los sistemas socioculturales, colocando cada elemento en su contexto preciso y poniendo de manifiesto las interdependencias que dan nzón de
su forma y significado.
Etnólogos y arqueólogos estudian los modos de
vida de los grupos humanos, los primeros a partir de la gente, los segundos a partir de las cosas,
pero ambos campos son interactuantes. Los problemas de evolución social, por ejemplo, difícilmente pueden ser resueltos sin recurrir a la dimensión esencialmente diacrónica de la arqueolo-
gía. El cambio social estudiado etnológicamente
proporciona patrones de relaciones causales y
hace explícitas las situaciones en que tales relaciones funcionan, pero sólo la arqueología cuenta
con suficiente perspectiva temporal como para
que esas situaciones puedan ser <experimentadas> en todo momento de su desarrollo.
Elman R. Service (1964) contempla la reconsw
z trucción histórico-cultural como la base de las
F
lJ relaciones entre arqueología y etnología, y la
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revitalización de los estudios sobre evolución como
un importante factor en el acercamiento de ambas disciplinas. Las reconstrucciones históricas
se logran mediante comparaciones de rasgos y
atributos que representan a diferentes culturas,
pero la entidad de esas posibles relaciones depen'le: a) de semejanzas en culturas que descienden
{e una tradición común, separada luego en varias
manifestaciones; á) de difusión o alguna forma
de contacto cultural; c) de paralelismos casuales
o convergencias adaptativas. Descubriendo la naturaleza de la relación, a través, por ejemplo, del
análisis de las posibilidades limitadas del medio,
del estudio de los llamados <universales> (depen-
dientes de
la
admitida unidad fisiológica
y psi
queológicos.
Las investigaciones de Deetz y sus colegas en
la escuela denominada <<nueva arqueologíao, cuyo
teórico máximo es Le'*'is R. Binford, han puesto
de manifiesto la viabilidad de la construcción de
modelos para la interpretación de los datos arqueológicos a partir de analogías etnográficas específicas, muy especialmente en ei área del suroeste de los Estados Unidos, donde la tradición
cultural ha podido superar el impacto de la conquista y la implantación de las modernas sociedades occidentales
7.
Para Lewis R. Binford el objetivo básico de la
arqueología es la explicación de las semejanzas y
diferencias culturales. Sólo el arqueólogo está en
disposición de explicar los procesos evolutivos
de las culturas, y en esta tarea puede utilizar la
interpretación de algunos fenómenos observables
en el registro etnográfico. Lo importante, sin embargo, es la construcción de modelos del tipo de
la variabilidad en la forma, estructura y funcionamiento de los sistemas culturales. Aunque mu-
cha de esta información puede provenir de la
lo esencial es que las analogías deben
convertirse en postulados, y éstos en hipótesis
verificables, porque únicamente mediante la verietnografía,
ficación de hipótesis lógicamente relacionadas coh
series de proposiciones teóricas, podemos agrandar
o disminuir el valor
explicativo de las interprei
taciones. En realidad, nuestro conocimiento tenderá a ser exacto en la medida en que podamos
verificar los postulados sin importar su origen
(analogía etnológica u otro cualquiera válido para
inspirar la construóción de modelos).
7 Véase, a este respecto, la obra de Watson, Leblanc
Redman (1971), de Ia que existe traducción española
en Alianza Editorial bajo el título E/ m¿todo cientílico
en Arqueología.
y
Opiniones sobre la arqueología: su definición y sus relaciones
Se considera que los datos etnográficos pueden
jugar dos papeles fundamentales en la investiga.-ión arqueblógica: primero, sirven para verificar
hipótesis que tratan de relacionar cultura material
c¿rn comportamiento; segundo, pueden servir como base para modelos de relaciones sociales parriculares que son postuladas como contexto de
una estructura observada arqueológicamente. El
acercamiento entre etnólogos
y
arqueólogos
se
hará más intenso cuando ambos especialistas recojan datos sobre las mismas variabies o cuando
trabajen sobre unidades socioculturales compa-
rables (Binford, 1968).
Petgr f. Ucko (1969) señala que el uso primario de paraleios etnográficos permite ampliar
el horizonte en la interpretación de los restos excavados por los arqueólogos. Ahora bien, sólo en
casos muy excepcionales se logra una perfecta
correlación entre los actos de ia sociedad A y los
vestigios del yacimiento B. Por lo generai, el empleo cuidadoso de los datos etnológicos ha servido para establecer la posibilidad de variadas
razones o causas para un tipo determinado de
práctica cultural.
Este escepticismo relativo de Ucko respecto a
ia aplicación de analogías, se debe en parte a la
categoría particular de materiales que ha tratado
de interpretar. Las prácticas funerarias se asocian
comúnmente en arqueología a un conjunto de
creencias y vida espiritual que incluye la existencia de un mundo de ultratumba. Es indudable
que desde el punto de vista etnográfico la situación no es tan simple, y que los objetos colocados
en los enterramientos pueden ser pruebas de la
creencia en un más allá, símbolos de stetus, o
simplemente huellas sentimentales del tipo de las
cosas que se depositan en los cementerios de perros de Europa y Estados Unídos. Esto quiere decir que en la medida en que tratemos con rasgos
que son producto de la ideología y no de las necesidades primarias, debe aumentar la prudencia
en el uso de analogías etnográficas, y que ia interpretación se hace más difícil porque habrá que
recurrir a la verificación repetida de los modelos
hipotéticos con datos adicionales independientes
tomados del registro arqueológico. Quizá se puede concluir que las limitaciones no provienen de
la insuficiencia de los yacimientos, sino de la incapacidad metodológica y de los defectos de las
estrategias de investigación: excavaciones mal
planeadas y peor resueltas junto a procedimientos
de interpretación escasamente científicos.
¿Cómo llegar a este manejo hábil del procedimiento analógico con 1a escasa o nula formación
antropológica que reciben los arqueólogos? Siempre me ha preocupado la falta de seguridad, que
se traduce a veces por ignorancia llana, con que
muchos arqueólogos españoles emplean términos
conceptos básicos como cultura, sociedad, civi-
y
lización, estadio, fase, difusión, cambio, clase,
etcétera. No obstante, los que los emplean están
reconociendo inconscientemente su dependencia
del cuerpo de principios de la etnología. Cuando
esos y otros investigadores acepten explícitamente que están estudiando la cultura humana, y no
sóio desenterrando cuidadosamente objetos di-
versos, se habrá dado un paso adelante para
que la arqueología recupere su verdadera función. Cuando los arqueólogos se den óuenta del
enorme caudal de sugerencias y posibilidades que
encierran para ellos las investigaciones sobre nues-
tros contemporáneos primitivos, cuando
hayan
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Detalle de una tl¡mba saqueada
en la costa p€ruana.
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Miguel Rivera Dorado
En América no hay solución de continuidad entre las viejas prácticas culturales precolombínas
En las fotografías, indios mayas hacen ofrendas ante esculturas arqueológícas.
convivido con, y observado detenidamente la manera de ser y de actuar de los cazadores, de ios
pastores y agricultores, de las bandas, las tribus,
los clanes y los linajes, de las familias extensas,
de las hermandades de sangre, de las sociedades
secretas y las cofradías, cuando penetren en los
ritos de paso, en las leyendas, en los cuentos, en
las ceremonias de fertilidad, en los cultos propiciatorios, cuando vean de cerca cómo se hace la
cerámica, cómo se construye una choza
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tribuye el espacio en su interior, cómo se siembran los campos y se recoge la cosecha, entonces,
y sólo entonces, estarán en disposición, y tendrán
la necesaria justificación, para destruir excavando
las huellas de la conducta y la forma de vida de
un grupo humano antiguo cuya experiencia histórica es, para nosotros, única e irreemplazable.
Esto parece, obviamente, mucho más importante
que dominar a la perfección el oficio de excavador, porque la manera de que la tierra que el
arqueólogo levanta nos hable de las gentes que
la poblaron es haciendo correctamente las preguntas y sabiendo buscar en las cosas
respuesta.
habitaciones, templos, esqueletos- la -objetos,
En nuestro país, y a lesar de que muchas cátedras uniyersitarias se denominan de prehistoria
y etnología, la relación entre ambas disciplinas es
prácticamente nula. El estudiante aprende y repite interminables listas de rasgos, complicados nom-
y
las de los indígenas actua
bres de industrias antiguas, pero difícilmente
flexiona sobre la incidencia que sus estudios p
den tener en un mejor conocimiento de los p
cesos de evolución de las culturas y las sociedac
ni contempla su aprendizaje en el campo y er
laboratorio como una prcparación para investi
sobre el comportamiento humano. Algunos ar
mentan que aún son escasos los datos y que, I
tanto, todo ensayo de interpretación tiene que
especulativo, pero ese miedo confesado a la t
boración de teorías ya fue criticado hace ai
por |ulian Steward cuando escribía que <..
evidente que jamás conoceremos todos los de
lles de la historia cultural y que no hay nect
dad de aplazar las formulaciones teóricas ha
el día en que todos los arqueólogos dejen d
cansar sus palas y todos los etnólogos cierren
libros de notas. A menos que la antropología
interese principalmente en lo único, en lo exót:
y en los fenómenos particulares no recurrent
es necesario intentar esas formulaciones, no i
porta cuán tentativas puedan ser. Son ellas
que nos capacitarán para plantear nuevas clar
de problemas y dirigirán la atención hacia
nuevos tipos de datos que han sido ignorados
t
pasado. La recolección de hechos por sí n
ma es un procedimiento científico insuficien
los hechos existen sólo en tanto que están relac
nados con teorías, y las teorías no son destruic
el
Opiniones sobre la arqueología: su deñnición y sus'relaciones
por los hechos, sino que son reemplazadas por
nr.uut teorías que explican mejor los hechos"
(Sreward, 1949).
No nos hemós emancipado de la cultura del
oasado; por el contrario, somos su producto' Des'
cubrir las raíces de las formaciones sociales actuales pasa inexorablemente por el método arqueológico. Si pretendemos comprender la <(naturakia" del hombre a través de la historia de la hu-
manidad, ¿qué mejor tarea para el antropólogo
que interpretar paulatinamente las huellas dejadas en la tierra por las generaciones que nos precedieron?; peto no confundamos los medios con
ios fines,-porque si hacemos de la clasificación de
los cacharros hallados en las excavaciones el objetivo úrnico, la sociedad responderá con aquel
comentario de Kiuckhohn (1957): la actividad intelectual de estos <cazadores de reliquias> está
en el mismo nivel aproximadamente que la de
ios coleccionistas de sellos. Queremos reconstruir
e interpretar las culturas desaparecidas a partir
de los escasos eiementos que podría proporcionar
un bolso de mujer, pero no por ello se debe acabar como especialista en reconocer las múltiples
formas de las polveras femeninas.
Un ejemplo: El desarrollo
de la arqueología americana
El interés por las antiguas culturas americanas
se inicia desde los primeros momentos del descubrimiento y colonización de América por los
españoles. Los europeos que van llegando en el
siglo xvl se preguntan, una vez establecida con
claridad la idea de que se hallan en un Nuevo
Mundo, quiénes son las gentes que lo pueblan y
de dónde y cuándo han venido a esas tierras. Las
respuestas son las apropiadas a la mentalidad de
la época, y se recurre a los fenicios, egipcios, escitas o celtas para explicar los orígenes de las
civilizaciones a las que se enfrentan los conquistadores. Las diez tribus perdidas de Israel, o los
supervivientes de la Atlántida son otras referencias frecuentes. Los cronistas, Durán, Oviedo, etc.,
trazan curiosas genealogías y exponen su particular opinión al respecto, e incluso alguno como
Iosé de Acosta afirma que los indígenas han llegado desde Asia en tiempos remotos. Es el perío-
do que Willey y Sabloff (1974) han llamado <especulativo> y que llega hasta me{.iados del siglo xIx. Es entonces cuando los cambios trascendentales para las ciencias del hombre que tienen
lugar en Europa, con la publicación de las obras
de Darwin, los trabajos de Boucher de Pérthes
y de Lyell, el triunfo del evolucionismo y de las
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tendencias naturalistas, producen consecuencias
inmediatas al otro lado del Atlántico. En 1856'
Samuel F. Haven publica su Archaeology of the
{Jnited States, obra en
la que se tratan con es-
cepticismo las viejas teorías acerca de la población
del continente americano'
Se entra en un nueYo período al que se ha calificado de <clasificatorio-descriptivo>, en el cual
se descubren y visitan cientos de ruinas que son
descritas con detalle, y en las que en ocasiones se
realizan excavaciones con el fin de recuperar la
mayor cantidad posible de objetos antiguos. Curiosamente, y a pesar de las influencias europeas,
no se pone todavía ninguna atención a los problemas de estratigrafía y cronología. Estas cuestiones empezarán a tenerse en cuenta en las primeras décadas del siglo xx, en el período llamado
<histórico-clasificatorio>, gracias a los trabajos
de europeos como Max Uhle, norteamericanos
como N. C. Nelson, A. Kidder, G. C. Vaillant, o
hispanoamericanos como Manuel Gamio o fulio
C. Tello. Surge la preocupacién por la construcción de secuencias regionales y aparecen las pri
meras síntesis generales. Es también el momento
de los hallazgos más antiguos, las industrias de
cazadores especializados en Norteamérica, la asociación con restos de fauna extinguida, las polémicas renovadas en torno a la cronología absoluta del hombre americano y las vías de penetración en el continente.
A partir de 1948, fecha en que se publica la
obra fundamental de W. Taylor, A Study of Archaealogy, la orientación de la arqueología americana irá derivando hacia una problemática centrada en la interpretación de los materiales excavados, se formulan las primeras inferencias de
tipo sociológico y surge finalmente la escuela que,
agrupada alrededor de la obra de Binford, se cou
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nócerá como <(nueya arqueología>, en la cual se
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pondrán en cuestión los métodos y los objetivos
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perseguidos en los períodos anteriores.
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presentan
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Cuatro aspectos principales se
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arqueología
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la base de las diferencias
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América hasta la actualidad de grupos indígenas
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que son descendientes directos de las poblaciones precolombinas. 2. Estrecha relación, acadé'
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mica y de campo, entre arqueología y etnología'
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3. Un peculiar marco de investigación y docencia
Fque incluye organización administrativa, departamentos universitarios, patrocinio de grandes fun- ct)
daciones, etc. 4. Estímulo a la investigación arqueológica por parte de los diferentes sistemas
políticos, que ven en ella un camino para el afian'
|Fzamiento de la identidad nacional.
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Miguel Rivera Dorado
El hecho de que los arqueólogos americanistas
trabajen sobre culturás cuya continuidad temporal
es evidente, facilita el uso de algunos de los mecanismos metodológicos esenciales para la inter-
pretación de los vestigios antiguos. En Eurcpa,
las analogías que pueden conducír a Ia identificación funcional de los complejos arqueológicos
tienen que ser de tipo general, mientras que en
América pueden ser de tipo histórico, es decir,
cabe la posibilidad de construir modelos a partir
de las pautas de comportamiento obseryables en
los grupos que ocupan u ocupaban recientemente
la zona de trabajos, y en los cuales se presumen
, afinidades genéticas con los prehistóricos. Este
hecho, el de la conexión entre indios antiguos e
indios modernos, ha conducido ineludiblemente a
la interdependencia entre arqueología y etnología.
El segundo punto, en parte consecuencia lógica
del anterior, es el de la dependencia conceptual
y teórica de la arqueología con respecto a la antropología cultural. En América Ia arqueología
constituye un área de especialización dentro de la
antropología; la única diferencia estriba en que
los etnólogos investigan sociedades vivas y los
arqueólogos sociedades desaparecidas, pero ambos buscan reconstruir las formas de vida en colectividad de grupos humanos ajenos o no al del
investigador, con el fin último de formular leyes
generales de comportamiento que expliquen los
procesos de cambio y las semejanzas y diferencias en los distintos sistemas culturales. Esta
orientación supone que los arqueólogos siguen
puntualmente'el ritmo de los debates y transformaciones que se operan en el campo antropológico, y que hay arqueólogos que se pueden calificar
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de evolucionistas, funcionalistas, historicistas, ecologistas o estructuralistas, o bien interesados en
sistemas de parentesco, formas de organización
social y política, economía primitiva, simbolismo
y creencias, aculturación, etc. Todo ello incide,
como es natural, en la preparación y desarrollo
del trabajo de campo, en la elección de los sitios
a excavar y en las técnicas de muestreo, en los
procedimientos analíticos y, muy especialmente,
en los enfoques interpretativos. Nace así una arqueología encaminada a la resolución de problemas concretos que tienen su origen en las inquietudes y categorías antropológicas manejadas por
el arqueólogo.
Para llevar a cabo su tarea, el marco docente
y de prácticas de investigación eh que se forman
los especialistas es el de los departamentos universitarios de antropología y el de las instituciones
dedicadas a las ciencias sociales, lo cual facilita
también ciertas estrategias de las que se puede
destacar el énfasis en los estudios interdiscipli_
narios. Cada vez es más frecuente que los pro-
yectos de campo cuenten con la colaboración
directa de historiadores, demógrafos, ecólogos,
lingüistas, etc., contemplando todos desde su pers-
pectiva particular las posibles soluciones al problema propuesto por los arqueólogos. Las variadas y regulares fuentes de financiación son otro
aspecto positivo que permite los ambiciosos proyectos y estimula el desarrollo acelerado que caracteriza
a la arqueología
americana.
Por último, en algunos países del Nuevo Mundo la actividad arqueológica se ha visto potenciada desde los respectivos gobiernos dada la especial configuración sociológica y los avatares políticos de su historia reciente. En otras palabras, el
descubrimiento, estudio y conservación de los vestigios del pasado tienen menos el significado de
protección
al patrimonio artístico o cultural
que
de recuperación y puesta en yalor de las raíces de
la nacionalidad. Esta circunstancia es fundamental para comprender la situación profesional y ei
compromiso sociopolítico de muchos investigadores.
Ciertamente, algunos de los rasgos enumerados
como peculiares de la arqueología americana han
tenido o tienen su contrapartida en Europa. No
se pueden olvidar los trabajos pioneros de Gordon Childe en la línea del materialismo cultural,
o los de G. Clark sobre economía prehistórica;
incluso, más recientemente, los libros del malogrado David Clarke han supuesto un hito en el
terreno metodológico, y lo mismo puede decirse
de Colin Renfrew y de muchos de sus discípulos
y colaboradores. Pero, con todo, en los países del
continente y especialmente en el área del Mediterráneo se sigue trabajando mayoritariamente de
espaldas a las nuevas orientaciones que han mo-
dificado radicalmente la investigación americanista. Por otro lado, siempre estaremos obligados
a considerar singular el objeto de estudio de la
arqueología americana; esas culturas, que no son
sino un segmento del largo proceso evolutivo que
llega hasta nuestros días, pueden tener paralelos
en Africa o en Asia, pero difícilmente en una Europa que ha conocido a través de su historia una
cadena de revoluciones sociales y tecnológicas de
tanta extensión y profundidad. Ello implica un
esfuerzo de abstracción en el arqueólogo europeo,
porque los vestigios materiales que excaya y estudia no son la huella de sus ancestros inmediatos
ni le proporcionan información sobre el pasado
cultural aún vigente entre algunos de sus com-
patriotas, sino que representan formas de vida
ejemplares en el lento progreso de la humanidad.
Opiniones sobre la arqueología: su definición y sus relaciones
Arqueología, ¿para qué?
Llego al final de este ensayo con una pregunta
que resume algunas de las inquietudes expuestas
hasta ahora, y de cuya respuestá depende el lugar
que la sociedad asigne a los arqueólogos, estudiosos que todavía son mirados con recelo o, en el
mejor de los casos, con benévola sonrisa por mu-
chas personas consideradas como razonables y
sensatas.
Hay quien piensa que la profesión de un individuo es asunto que tiene que ver con 1o que
cada cual cree que constituye la felicidad. De tal
manera que el ejercicio de la arqueología se encaminaría exclusivamente a hacer felices a sus
practicadotes. Otros, indudablemente más idealistas, suponen que el conocimiento, de cualquier
especie que éste sea, engendra desarrollo y, en
consecuencia, felicidad social. Algunas de estas
personas entienden por conocimiento el empírico,
y colocan los límites de la ciencia allí donde la
experiencia coloca los suyos. Todavía una variedad más sofisticada pretende que el método cien-
tífico contribuye a la lucha permanente del hombre por la supervivencia y, por tanto, a paliar el
deseo humano de seguridad
y
bienestar. En este
sentido también, el conocimiento explícito de los
procesos culturales que tuvieron lugar en el pasado, otorgaría a los seres humanos la capacidad
de prevenir errores futuros en situaciones semejantes. Por último, ciertos filósofos creen que el
hombre está irremediablemente obligado a la búsqueda de su propia significación como ser vivo entre otros seres de la naturaleza. Esta postura justificaría quizá la antropología como la búsqueda
de un sentido a nuestra existencia, de una explicación para la vida en la tierra por medio de un
mejor conocimiento del yo personal, conocimiento
que sólo se alcanzaría a través de la experiencia
vital
ajena.
Es posible que la justificación de la arqueología
descanse en una síntesis de todas estas opciones,
o que simplemente
se halle en la peculiar orientación cognoscitiva de la llamada civilización occidcntai, y por tanto obedezca a razones propias
de nuestra historia y de nuesira evoluciór cultu-
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Las diferentes etapas de la excayación argueolégica perm¡ten la recuperación de una información abundante, pero no const¡tuyen
más que un medio de aproximación a la realidad. Sin una or¡entac¡ón teórica y la formulación previa de problemas, las técnicas
de obtención de datos resultan inútiles.
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Miguel Rivera Dorado
ral. La ruptura con los mitos, y más tarde con la
filosofía, ha impuesto otras alternativas que den
razón del pasado, y entre ellas los occidentales
hemos ido perfeccionando el método arqueológico como más adecuado para conocer al hombre
expresado
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en sus realizaciones materiales. Y la
labor es inmensa: extraer del suelo, de los vestigios apenas sugeridos, de las leves huellas que
el tiempo y la naturaleza han respetado, la vida
de los cientos de grupos humanos que han poblado
toda la superficie del planeta desde hace más de
un millón de años. Por medio de esas indagaciones, el arqueólogo puede mostrar a los ciudada-
nos de hoy cuáles son los resortes de su propia
conducta social.
Son tantos todavía los signos ocultos, y tan
dura la tarea de ordenar y comprender su mensaje, que probablemente la meta no se alcance
jamás, pero me parece un esfuerzo digno de la
orgullosa inteligencia de nuestra especie.
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