Nº. 21, enero de 2019
Jorge Luis Borges y las guerras mundiales
Jorge Luis Borges and World Wars
Efraín Kristal
(University of California)
[email protected]
RESUMEN
Lejos de echar a la historia por la borda con sus relatos fantásticos y
sus abstracciones filosóficas, Borges recurrió a ambos para ofrecer
ideas más allá de las posibilidades del mero realismo. El presente artículo demuestra cómo no hay ninguna contradicción entre el acercamiento de Borges a la literatura fantástica y las lecciones que se pueden
extraer de los mecanismos con los cuales hizo todo lo posible para evitar los prejuicios del nacionalismo y la xenofobia en la construcción de
su mundo literario.
Palabras clave: Jorge Luis Borges; nacionalismo; Pierre Menard;
Ludendorff; nazismo.
ABSTRACT
Far from throwing history overboard with his fantastic stories and philosophical abstractions, Borges used them to offer ideas beyond the possibilities of mere realism. This article demonstrates how there is no
contradiction between Borges’ approach to fantastic literature and the
lessons that can be learned from the mechanisms with which he did
everything possible to avoid the prejudices of nationalism and xenophobia in the construction of his literary world.
Keywords: Jorge Luis Borges; Pierre Menard; Ludendorff; Nazism;
nationalism.
Efraín Kristal
LA Primera Guerra Mundial marcó la vida y la formación literaria
de Jorge Luis Borges. Como él mismo lo recordó en notas autobiográficas cuando empezaba a publicar sus primeros libros: “He
estudiado en Ginebra durante el triste decurso de la guerra y en
1918 fui a España con mi familia. Allí empezó mi desparramada
actividad literaria”1 (Borges, Textos recobrados 234). La estadía
de Borges en Suiza había sido originalmente concebida como un
largo paseo por Europa que el padre de Borges había querido hacer antes de perder la vista por la misma enfermedad congénita
que su hijo heredaría, pero la Primera Guerra Mundial estalló un
par de meses después de su llegada, y la familia Borges permaneció en Suiza hasta que la guerra terminara, y no hicieron los viajes
y paseos que habían previsto. Al concluir la guerra los Borges pasaron un año en España antes de regresar a Buenos Aires.
En Ginebra Borges hizo estudios secundarios en una escuela francesa donde también aprendió el latín. En 1917 aprendió
el alemán por su cuenta. Dos de sus mayores descubrimientos literarios fueron la poesía expresionista alemana, y la poesía de
Walt Whitman que leyó en traducción alemana. Ello es menos
extraño de lo que podría parecer a primera vista porque en Alemania Whitman era considerado como uno de los poetas centrales sobre la guerra moderna por sus poemas sobre la Guerra Civil
de los Estados Unidos, y los poetas expresionistas alemanes que
trataron temas bélicos se habían inspirado en Whitman. En su
libro sobre la recepción de Whitman en Alemania Walter
Grünzweig ha señalado que Whitman fue traducido por primera
vez durante la Guerra franco-prusiana, y durante varias décadas
los traductores alemanes se limitaron a su poesía bélica, sin duda
porque la guerra civil de los Estados Unidos había sido el conflicto bélico más devastador en la memoria occidental hasta el de
la Primera Guerra Mundial, y desde la Guerra franco-prusiana
(1870-71) Europa occidental había vivido un período de relativa
paz hasta que estallara la Primera Guerra Mundial.
Borges leyó a Whitman en la traducción de Johannes Schlaf
(1862-1941) para quien la obra maestra de Whitman era “When
1 Nótese que la fecha de la cita es 1900, pero no voy a explicar por qué él usó
esta fecha incorrecta en este período de su vida.
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Lilacs Last in the Dooryard Bloom’d” (“Cuando las lilas florecieron
por última vez en la puerta del jardín”), un poema con momentos
que coinciden con las preocupaciones y las imágenes de algunos
poetas de la Primera Guerra Mundial:
I saw battle-corpses, myriads of them,
And the white skeletons of young men, I saw them,
I saw the debris and debris of all the slain soldiers of the war,
But I saw they were not as was thought,
They themselves were fully at rest, they suffer’d not,
The living remain’d and suffer’d, the mother suffer’d,
And the wife and the child and the musing comrade suffer’d,
And the armies that remain’d suffer’d.
Vi cadáveres de batallas, numerosos cadáveres,
Y también vi esqueletos blancos de hombres jóvenes,
Vi escombros y también vi restos de soldados muertos por la
guerra,
Pero no los vi como se podía suponer,
Ellos descansaban en paz, ya no sufrían,
Los que sufrían eran los vivos que quedaban: la madre sufría,
Y la esposa y la criatura y el camarada pensativo sufrían,
Y los ejércitos que quedaban, también sufrían2.
(Whitman 466)
Los poetas expresionistas también se inspiraron en los
poemas de Whitman que reconocen el dolor y compadecen el sufrimiento del enemigo, y el deseo de una hermandad humana
ante las atrocidades de la guerra, como en “Reconciliación”:
La guerra con todos sus hechos carniceros […]
Mi enemigo ha muerto, un hombre tan divino como yo yace
muerto,
Lo veo donde yace, blanco —veo su cara y lo veo quieto en el
ataúd— me acerco,
Me inclino y con mis labios rozo ligeramente la cara blanca en
el ataúd.
War and all its deeds of carnage […]
For my enemy is dead, a man divine as myself is dead,
I look where he lies white—faced and still in the coffin—I draw
near,
Bend down and touch lightly with my lips the white face in the
coffin.
(Whitman 453)
2
Todas las traducciones del inglés son mías.
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Borges fue el primer traductor de la poesía expresionista
alemana al castellano, y en sus reflexiones y observaciones sobre
el expresionismo alemán los vínculos con la poesía de Walt Whitman son de rigor: “Vehemencia en el sentir y en el cantar, abundancia de imágenes, una suposición de universal fraternidad en
el dolor: he aquí el expresionismo. Palabra desbocada y anchurosa que abarca demasiadas desemejanzas y cuya latitud incluye
enfiladas del menor aprendiz de Whitman” (Textos recobrados
178). Borges sabe muy bien que el expresionismo existía antes de
que la Primera Guerra Mundial estallara, pero insiste en que el
significado del movimiento artístico depende de la guerra. En el
prólogo a una de sus breves antologías de poesía expresionista
que él mismo tradujo, Borges dijo que “en trincheras, en lazaretos, en desesperado y razonable rencor, creció el expresionismo.
La guerra no lo hizo, mas lo justificó” (Inquisiciones 157).
Fue en España, después de que la guerra terminara, que
Borges empezó a publicar sus poemas y sus traducciones; y aunque la guerra había terminado hace dos años, Borges publicó varios poemas con temas que corresponden a los que se escribían
durante el conflicto. En uno de sus primeros poemas, con el título
de “Trinchera”, Borges canta la angustia de “hombres color de
tierra [que] naufragan en la grieta más baja” (Textos recobrados
40) y una de sus primeras traducciones trata el tema de los traumas y trastornos que sufrieron algunos soldados que sobrevivieron al combate: “Con almas llenas de suicidio y demencia/
erraban como perros por las calles/ y hablaban en voz baja con
los astros/ y hablaban en voz baja con los canes…” (cfr. Textos
recobrados 39)3.
Para Borges la Primera Guerra Mundial fue un conflicto
insensato, y también consideraba una insensatez las expresiones
de los nacionalistas franceses que deseaban humillar a Alemania
después de la guerra, como a los nacionalistas alemanes que buscaban la revancha. Es por eso que, después de la guerra, Borges
tradujo la poesía de Wilhelm Klemm, que incluye versos como los
siguientes: “Mi corazón es amplio como Alemania y Francia
reunidas /Y lo atraviesan todas las balas del mundo” (cfr. Textos
recobrados 180).
3 La traducción de este poema de Simón Jichlinski, “Velut Canes”, es de Borges
(Textos recobrados 1997).
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Parábolas, una de las primeras obras narrativas de Borges, contiene dos partes, la primera se llama “La lucha”, y la segunda “Liberación”. Son textos en los que aparecen temas,
inspirados en la literatura de la Primera Guerra Mundial, a los
que regresaría durante toda su obra literaria: el primero es la memoria de un combate cuerpo a cuerpo en el que la identidad del
sobreviviente se confunde con la del hombre que ha matado; y el
segundo es sobre el sentimiento de ansiedad de un individuo que
ha sobrevivido al cautiverio.
Cuando Borges regresó a la Argentina y empezó su carrera
literaria tuvo muy presente la Primera Guerra Mundial. Escribió
numerosas reseñas de libros de historia, de testimonio y de ficción que salían en inglés, francés y alemán sobre la guerra. Es
notable que Borges identificara el significado de El fuego de
Henri Barbusse, Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque, o La Guerra como experiencia interior de Ernst Jünger antes de que éstos y otros libros fueran consagrados como obras
indispensables para la memoria de la Primera Guerra Mundial.
Borges deploró el Tratado de Versalles que humilló a Alemania, pero deploró aún más el fenómeno del nacionalsocialismo
en Alemania, desde sus comienzos; y escribió numerosos artículos condenando el auge del nazismo, el antisemitismo y la política
cultural de los Nazis, la cual, según Borges, estaba reñida con lo
mejor de la cultura alemana de hoy y del pasado.
Si para Borges no hubo un lado inocente en la Primera
Guerra Mundial, no tenía ninguna duda de que el nacionalsocialismo era un peligro vital para el mundo entero y una lastra para
la cultura, y que el pacifismo o el silencio no eran respuestas adecuadas a la beligerancia de Hitler y de sus simpatizantes. Aunque
el joven Borges había simpatizado con la Revolución Rusa, en los
años 30, Borges tampoco tenía ninguna confianza en el comunismo.
En Buenos Aires Borges fue vituperado por sectores importantes del ambiente literario de Argentina que simpatizaban
con el fascismo italiano y con el nacionalsocialismo en Alemania.
Ya ha sido muy comentado que Crisol, una revista literaria conservadora, acusó a Borges de esconder sus antepasados judíos y
que Borges respondiera a esa acusación en las revistas Megáfono
con ironía, lamentando que no tuviera los ancestros judíos que
sus enemigos le imputaban.
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“Pierre Menard, autor del Quijote”
El impacto de la Primera Guerra Mundial y el aumento de las
simpatías fascistas y nacionalsocialistas en Europa y en Argentina en la década de los años treinta es un contexto perdido para
el primer gran relato de Borges, “Pierre Menard, autor del Quijote”, publicado en 1939, pocos meses antes de que estallara la
Segunda Guerra Mundial. La mayoría de los críticos que han trabajado este relato hacen hincapié en sus aspectos literarios y filosóficos, en su exploración del relativismo de lecturas e
interpretaciones, en la invención de un género literario que mezcla la forma del ensayo con la ficción. El asunto central del relato
es la indeterminación de la escritura: la idea de que dos textos
sintácticamente idénticos pueden tener significados encontrados. Esta idea ha inspirado a filósofos de tendencias analíticas y
continentales, y algunos de los mayores críticos y teóricos literarios han resaltado su importancia. Para Gérard Genette el relato
de Borges es la meditación más importante que se ha hecho sobre
la lectura de un texto literario, George Steiner lo considera la reflexión más profunda sobre la traducción y Harold Bloom lo considera como una de las mayores meditaciones sobre la influencia
literaria.
En el momento más citado de la historia –que Michael
Wood considera el mejor chiste de toda la literatura– el narrador
compara dos textos sintácticamente idénticos, el primero es del
Quijote de Cervantes y el segundo es del Quijote de Pierre Menard, para insistir en que uno es claramente superior al otro:
Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de
Cervantes. Este, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera
parte, noveno capítulo):
…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de
lo presente, advertencia de lo por venir.
Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio lego”
Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la
historia. Menard, en cambio, escribe:
…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de
lo presente, advertencia de lo por venir.
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La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard
no define la historia como una indagación de la realidad sino
como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió (Borges, Obras completas
449).
No cabe duda de que el narrador del relato interpreta el
mismo texto de una manera cuando piensa en él como un texto
de Cervantes, y de otra manera cuando piensa en el mismo texto
como de Menard, pero es importante recordar que el que hace
esta observación no es Borges sino su narrador4. En varias ocasiones Borges expresó ideas sobre su personaje que son muy ajenas a las de su narrador. El tono de Borges cuando hablaba de su
personaje era más mesurado, desprovisto de prejuicios a favor de
Menard o en contra de Cervantes:
Pierre Menard no desea sobrecargar al mundo con más libros.
Y, aunque su destino es el de ser un hombre de letras, no le interesa la fama. Escribe para sí mismo y decide hacer algo sumamente discreto. Escribirá un libro que ya está presente, que está
muy presente, El Quijote5 (Borges, Conversations 15).
El narrador del relato de Borges escribe con un tono agresivo que no corresponde al del propio Borges, y los prejuicios con
los que insiste en la superioridad del texto de Menard, tampoco
corresponden a las ideas de Borges. El narrador de Borges, y este
es un punto que no ha sido advertido por ningún estudioso de
Borges, estuvo inspirado por nada menos que Erich von Ludendorff, el comandante supremo de las fuerzas armadas alemanas
y dictador de su país durante la Primera Guerra Mundial. Después de la guerra Ludendorff organizó con Hitler el fracasado
Putsch de Múnich de 1923 y fue también el teórico de la guerra
total en los años 1930. En Der Totale Krieg (1937: La guerra total) Ludendorff insiste en el derecho de Alemania de atacar a las
poblaciones civiles de sus enemigos y de llevar a cabo acciones
Un aspecto importante de este pasaje se ha prestado a numerosas confusiones cuando los críticos suponen que la opinión del narrador de Borges corresponde a la opinión de Borges, como en el caso siguiente: “Borges lleva a cabo
una comparación textual entre la obra de Cervantes y la obra de Pierre Menard. Los dos textos, nos dice, ‘son verbalmente idénticos’, pero el segundo es
infinitamente más rico. Borges también señala que el Quijote de Menard es
más sutil y más ambicioso que el de Cervantes. ¿No hay una influencia nietzscheana claramente en su obra?” (Stabb, Jorge Luis Borges 96).
4
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bélicas sin tener que declarar la guerra. Ludendorff era un racista
entusiasta de las mitologías germánicas y enemigo de las religiones monoteístas. Como lo ha notado el historiador Robert B. Asprey, Ludendorff estaba obsesionado con los miembros de razas
y religiones “cuyas conspiraciones e intrigas prevenían le realización de la misión divina de Alemania” (The German High Command at War 491). A Ludendorff le preocupaba la propagación
de la circuncisión entre los gentiles que él consideraba una táctica
de los enemigos de Alemania, entre ellos judíos y masones, para
debilitar la virilidad del hombre alemán.
Borges publicó tres textos relacionados con Ludendorff en
la época de la redacción de “Pierre Menard, autor del Quijote”:
una reseña de su libro sobre La guerra total, una nota sobre una
revista que Ludendorff editaba y una reseña de un libro de Liddell Hart que contenía un capítulo sobre Ludendorff. Aunque La
guerra total se publicó en 1935, Borges la reseño en 1937, después de la muerte de Ludendorff, cuando las imágenes de Hitler
en su entierro dieron la vuelta al mundo. En su reseña del libro
Borges cita su tesis central con incredulidad y asombro: “La guerra es la expresión más alta de la voluntad vital de los pueblos.
Por consiguiente, la nueva política totalitaria debe subordinarse
a la guerra totalitaria” (Borges, “Der Totale Krieg”, Textos Cautivos. Ensayos y reseñas en El Hogar 338). Borges también señala
con alarma que “la doctrina de Ludendorff exige la dictadura militar, no sólo en el común sentido criollo de gobierno ejercido por
militares, sino en el de una dictadura de exclusivos propósitos
bélicos” (338). Borges también cita la tesis de Ludendorff según
la cual las obras de algunos autores cosmopolitas de Alemania,
aun las de Goethe, son contraproducentes para el bienestar de
Alemania porque menguarían la determinación de los soldados
alemanes al enfrentarse con sus enemigos. Borges termina su reseña anticipando “las vastas matanzas millonarias que profetiza
Ludendorff” (338) y que sucedieron pocos años después.
Borges también reseñó un libro de Liddell Hart en el cual
el historiador británico expresa su alarma ante los escritos de Ludendorff. Liddell Hart pierde el tono calmado que lo caracteriza
cuando habla de Ludendorff: “A Ludendorff no le molestan los
hechos históricos cuando éstos presentan obstáculos a su fe, y
para promover su idea de la unidad alemana ofrece una receta
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antiquísima que consiste en la liquidación de cualquiera que exprese o que entretenga ideas contrarias” (220-221).
Poco antes de la muerte de Ludendorff Borges había escrito una nota sobre la revista bi-mensual Desde el sagrado manantial de la fuerza alemana (Am heiligen Quell Deutscher
Kraft) que tenía una circulación de 100.000 ejemplares, y que
incluía artículos sobre hechos de actualidad, ideas filosóficas e
incluso literarias. Muchos de los ejemplares llevaban caricaturas
racistas. Según Borges: “La revista de Ludendorff Desde el sagrado manantial de la fuerza alemana prosigue en Munich su
campaña implacable y quincenal contra los judíos, contra el papado, contra los budistas, contra la masonería, contra los teósofos, contra la Sociedad de Jesús, contra el comunismo, contra el
doctor Martín Lutero, contra Inglaterra y contra la memoria de
Goethe” (De la vida literaria 313).
La voz del narrador de “Pierre Menard, autor del Quijote”
en el comienzo del relato recuerda al tono polémico y algunas de
las preocupaciones que Borges había resumido en sus notas sobre Ludendorff:
La obra visible que ha dejado este novelista es de fácil y breve
enumeración. Son, por lo tanto, imperdonables las omisiones y
adiciones perpetradas por Madame Henri Bachelier en un catálogo falaz que cierto diario cuya tendencia protestante no es
un secreto ha tenido la desconsideración de inferir a sus deplorables lectores –si bien éstos son pocos y calvinistas, cuando no
masones y circuncisos (Borges, Obras completas 444).
Llama la atención el tono racista, la naturaleza desdeñosamente agresiva de su prosa y el lenguaje acusatorio que presupone una actitud de superioridad racial y religiosa. Llama la
atención el ataque a los masones y a los circuncisos, dos de las
obsesiones de Ludendorff.
Según el narrador de “Pierre Menard” la influencia de
Nietzsche en el Quijote de Pierre Menard es “irrefutable” (Borges,
Obras Completas 449). La interpretación nietzscheana del Quijote de Pierre Menard depende de la noción de que la “verdad” es
el producto de la voluntad humana, algo que sucede en la historia, en vez de algo que se descubre o que se establece con evidencias. La interpretación nietzscheana del Quijote de Pierre
Menard no es irrefutable, es simplemente plausible cuando el narrador cita el siguiente texto de Pierre Menard fuera de su
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contexto: “…la verdad, cuya madre es la historia, émula del
tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y
aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”.
Para refutar la “irrefutabilidad” de la interpretación del
narrador, basta citar la frase de Don Quijote que antecede a la
frase citada por el narrador de Borges:
Habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el
rencor ni la afición, no le hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de
las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir (Cervantes, Don Quixote 95).
En el relato hay una contradicción entre dos propuestas
del narrador que ponen en tela de juicio a todos sus juicios: (1)
que “el texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico” (Borges,
Obras completas 449), y (2) que Pierre Menard ha enriquecido
el arte de la lectura por medio “del anacronismo deliberado y de
las atribuciones erróneas” (Obras completas 450). La segunda de
estas propuestas es probablemente más cercana a la práctica interpretativa del narrador.
En cualquier caso la idea de que la verdad es un acto creativo, y no algo que se pueda cerciorar o determinar, es consistente
con los argumentos de Ludendorff sobre la creación de verdades
para el pueblo alemán cuando hace una exhortación para el renacimiento del espíritu alemán:
El enunciado de Fichte según el cual el ser alemán y tener carácter son sinónimos es irrefutable. […] Que la nación encuentre hombres regocijándose en su responsabilidad como los
generales en el frente para guiarla, con firme voluntad y tenacidad en su cometido. Así se podrá restaurar la vida nacional sumergida, e inspirarla con entusiasmo fresco y poderoso. Los
hombres que desean lo mejor para la nación se unirán con todas
nuestras fuerzas creativas en una gran acción creativa.
The saying of Fichte, that to be a German is to have character
are synonymous beyond controversy, must again become the
truth. […] May the nation now find men rejoicing in their responsibility like the generals in the front, to lead it, firm of will
and tenacious of their aim, and to restore the sunken national
life and inspire it with fresh and powerful enthusiasm, men
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who followed by all that is best in the nation, will unite all our
creative forces in great creative action (Ludendorff 434).
En sus propios ensayos Borges parece refutar las ideas de
Ludendorff, como cuando dice: “Las ilusiones de patriotismo no
tienen término. […] Fichte, a principios del siglo XIX, declaró que
tener carácter y ser alemán es, evidentemente, lo mismo” (Otras
inquisiciones 36).
No hace falta saber que el narrador del relato de Borges
pudo haber estado inspirado en Ludendorff para darse cuenta de
que es racista, autoritario y poco afable, que no es digno de confianza y que su descripción del proyecto de Pierre Menard no encuadra con el proyecto de Pierre Menard tal como se puede
deducir del mismo relato, y ya vimos que no coincide con las observaciones que el propio Borges hizo sobre el proyecto de su personaje en sus propios comentarios al relato. El narrador es
contradictorio y engañoso y su manera de ser engañoso refuerza
la posición que Borges articuló en un ensayo sobre la ética y la
literatura en el que insiste en que lo que más importa en el análisis ético de la literatura no es el texto literario en sí, sino la constitución ética de quien está haciendo la interpretación:
Quizá no hay libros inmorales, pero hay lecturas que lo son, claramente. El Martín Fierro fue escrito para demostrar que el
ejército convierte en vagabundos y en forajidos a los hombres
de campo; es leído inmoralmente por quienes buscan los placeres de la ruindad, de la crueldad (pelea con el moreno), del sentimiento de los canallas y de la bravata orillera. […] Vedar la
ética es empobrecer la literatura (Borges en Sur 297).
La versión de Pierre Menard de Don Quijote no es, como
lo afirma el narrador, infinitamente superior a la de Cervantes a
quien se acusa de ser inferior, circunstancial, y cliché, pero en el
contexto de esta historia, la interpretación del narrador nos
ayuda a comprender que un proyecto literario supuestamente
inocuo puede ser cooptado, y que las obras literarias son susceptibles no solamente a una multiplicidad de lecturas, sino también
a la manipulación. En el contexto en el que Borges escribió su
relato, él quería cambiar el enfoque de los que condenan a las
obras literarias a la condena de quienes, como su narrador, manipulan sus interpretaciones de las obras literarias para fines nacionalistas, racistas o xenofóbicos.
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Meses después de que publicara “Pierre Menard, autor del
Quijote” estalló la Segunda Guerra Mundial y Borges inmediatamente escribió ensayos para condenar al nazismo, pero también
a sus compatriotas que simpatizaban con los proyectos militares
de Hitler, a quien Borges abominaba. En un artículo publicado
en 1939 Borges escribió sobre sus temores que una victoria alemana podría desencadenar las tendencias fascistas latentes de su
propio país:
Es posible que una derrota alemana sea la ruina de Alemania;
es indiscutible que su victoria sería la ruina y el envilecimiento
del orbe. No me refiero al imaginario peligro de una aventura
colonial sudamericana; pienso en los imitadores autóctonos, en
los Uebermenschen caseros, que el inexorable azar nos depararía. Espero que los años nos traerán la venturosa aniquilación
de Adolf Hitler, hijo atroz de Versalles (Borges en el Sur 28).
El primer relato que Borges publicara después de que estallara la Segunda Guerra mundial fue, “Tlön, Uqbar Orbis Tertius”. Pocos han visto hasta qué punto este relato es una alegoría
de la subida del nazismo. El narrador de la historia que es también su protagonista descubre una conspiración extravagante
que consiste en concebir un universo alternativo. Los conspiradores, a lo largo de muchos años durante los cuales la conspiración se heredaba de una generación a otra, han producido una
enciclopedia en la cual un universo llamado “Tlön” se comporta
según el idealismo filosófico de George Berkeley. El relato pasa
de lo extravagante a lo fantástico cuando el universo, hasta en sus
leyes físicas, se empieza a transformar siguiendo el diseño de los
conspiradores.
En “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” la creación de una enciclopedia incide en la transformación del universo, pero el cambio
también requiere la participación activa de muchos individuos.
No es una coincidencia que los conspiradores sean racistas y
deseen que el mundo se acople a sus ideas preconcebidas. Su deseo de imponer una visión filosófica particular en el universo
puede leerse como una alegoría de la imposición de una visión
del mundo racista como la que inspiró a los nazis.
La enciclopedia que transforma al universo –la imposición
de un orden universal confeccionado por un puñado de individuos e impuesto en muchísimos más– tiene consecuencias nefastas que el narrador del relato propone como una angustiosa
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alegoría de la subida del racismo y del totalitarismo. El narrador,
al comienzo entretenido y hasta fascinado por el intento de imaginar un universo alternativo, se sentirá horrorizado por el cambio que se está llevando a cabo ante sus propios ojos y se siente
consternado por la voluntad, primero de algunos y luego de muchos, de aceptarla, como si se sintieran atraídos por un vórtice de
eventos que no podrán controlar.
Con agria ironía, el narrador compara la transformación
de su universo con el ascenso del nazismo, del antisemitismo y
del estalinismo: “Hace diez años bastaba cualquier simetría con
apariencia de orden —el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo— para embelesar a los hombres. ¿Cómo no someterse a Tlön, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta
ordenado?” (Borges, Obras completas 442-43). El comentario
del narrador es consistente con los temores que Borges expresó
en sus ensayos de los años 40 de que el nazismo alemán pudiera
triunfar y crear una transformación histórica inaguantable.
Borges publicó “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” en 1940 y
poco después publicó un ensayo en el que deploraba “lo indiscutible, que los directores del Tercer Reich procuran el imperio universal, la conquista del orbe” (Borges en Sur 31), y en el mismo
ensayo acusó, con tajante ironía, a quienes no habían tomado
parte en contra del nazismo: “Es infantil impacientarse; la misericordia de Hitler es ecuménica; en breve (si no lo estorban los
vendepatrias y los judíos) gozaremos de todos los beneficios de
la tortura, de la sodomía, del estupro y de las ejecuciones en masas” (32).
Los ensayos de Borges sobre la Segunda Guerra antes y
después de la escritura de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” comparten un tema central con el de su relato: que para comprender las
perversidades históricas y políticas del presente es a veces necesario mirar hacia las ideas perversas del pasado, que podrían haber parecido caprichos pasajeros en su propio tiempo, pero que
pueden contribuir a las calamidades del futuro, entre ellas las
ideas al parecer ridículas de Erich von Ludendorff cuando interpretaba el significado de Fichte y de otros autores alemanes del
pasado: “Los hechos políticos proceden de especulaciones muy
anteriores y suele mediar mucho tiempo entre la divulgación de
una doctrina y su aplicación. Hitler, horrendo en públicos
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ejércitos y en secretos espías, es un pleonasmo de Carlyle (1795)
y aun de J. G. Fichte (1762-1814)” (Obras completas 103).
El mismo año de 1941 en el que escribió los dos ensayos
que acabamos de citar, Borges escribió uno de sus relatos más
famosos, “El jardín de senderos que se bifurcan”, otra historia situada en un ambiente bélico. Es la historia de un hombre chino
que trabaja en Londres como espía para Alemania durante la Primera Guerra Mundial y que asesina a un hombre llamado Albert
para llevar a cabo una misión, el bombardeo de una ciudad llamada Albert. Para su desconcierto, el hombre chino descubre que
el hombre que necesita matar para cumplir con su misión es un
sinólogo llamado Albert, que conoce mejor la historia de sus propios ancestros que él jamás hubiera imaginado. En el momento
en el que la historia se convierte en un cuento fantástico, Albert
le explica a Yu Tsun que uno de sus ancestros escribió un libro
que prefigura, o que quizás predetermina, las experiencias que
ellos mismos están viviendo, además de muchos otros mundos
posibles. Aunque siente respeto y reverencia por Albert, Yu Tsun
lo asesina, y la razón del asesinato tiene que ver con su raza: “No
lo hice por Alemania, no. Nada me importa un país bárbaro. Lo
hice, porque yo sentía que el Jefe [alemán] tenía en poco a los de
mi raza —a los innumerables antepasados que confluyen en mí.
Yo quería probarle que un hombre amarillo podía salvar a sus
ejércitos” (Obras completas 473).
Según Luis Andrés Murillo, el asesinato fue “un acto nihilista de violencia narrado como si fuera un dilema existencial”
(137), y llega a esa conclusión desenmascarando los subterfugios
del acto homicida de su protagonista. Lo que se podría añadir al
análisis de Murillo es un comentario que todavía nadie ha resuelto y que tiene que ver con el conocimiento que Borges tenía
de la Primera Guerra Mundial. Murillo se pregunta si las precisiones históricas con las que el relato comienza son una falsificación deliberada de los hechos históricos:
En la página 242 de la Historia de la Guerra Europea de Liddell
Hart, se lee que una ofensiva de trece divisiones británicas
(apoyadas por mil cuatrocientas piezas de artillería) contra la
línea Serre-Montauban había sido planeada para el veinticuatro de julio de 1916 y debió postergarse hasta la mañana del día
veintinueve. Las lluvias torrenciales (anota el capitán Liddell
Hart) provocaron esa demora –nada significativa, por cierto
(Borges, Obras completas 472).
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Dentro del mundo del relato de Borges esta historia importa porque da a entender que la misión del espía chino no tuvo
ningún efecto significativo en el trascurso de la guerra, y por lo
tanto que el asesinato de Albert fue inconsecuente. Eso dicho, es
importante notar, como lo hizo Andrés Murillo, que las precisiones históricas no corresponden a la historia de la Primera Guerra
tal como la recuenta Liddell Hart que es citado como la fuente de
estos datos. Algunos críticos literarios creen que Borges pudo haber cometido un error cuando tomó apuntes del libro de Liddell
Hart y otros le atribuyen a Borges la voluntad posmoderna de oscurecer los hechos históricos de su relato. Ninguna de estas suposiciones es útil. Para comprender el trabajo literario de Borges
vale la pena citar el momento relevante de libro de Liddell Hart:
El primero de Julio, después de una semana de bombardeos
prolongados, la cuarta armada británica atacó con trece divisiones en un frente de quince millas, al norte de la Somme, y los
franceses con cinco divisiones en un frente de ocho millas, sobre todo en el sur del río, donde el sistema defensivo de los alemanes estaba menos desarrollado. Las preparaciones al
descubierto, y el largo bombardeo habían eliminado toda posibilidad de sorpresa, y frente a la resistencia alemana, débil en
números, pero fuerte en organización, el ataca fracasó a lo largo
de casi todo el frente británico. […] Las pérdidas fueron horriblemente fuertes (Hart 250).
Lo primero que hace falta constatar es que Liddell Hart
está discutiendo el comienzo de la batalla del Somme que fue una
de las más grandes derrotas de Inglaterra en su historia militar.
El lector de las secciones del libro de Liddell Hart se dará cuenta
de que la mayoría de los elementos de la nota de Borges están en
el libro de Liddell Hart con variantes, y la razón principal de estos
cambios es porque el mundo histórico de Yu Tsun no es el de la
Primera Guerra Mundial tal como está registrada en los libros de
historia, sino como una variante de la Primera Guerra Mundial
prefigurada en el libro de su ancestro.
Cualquiera que lea las secciones relevantes del libro de
Liddell Hart con cuidado, o cualquiera que conozca los detalles
de la batalla de la Somme, se habría dado cuenta que los hechos
históricos tal como los presenta Borges no pueden corresponder
a los hechos históricos tal como sucedieron, porque todas las preparaciones para la batalla, como lo dice Liddell Hart, se llevaron
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a cabo a plena vista a propósito porque el propósito de la batalla
del Somme era el de desviar tropas alemanas de Verdún, donde
los alemanes estaban a punto de romper las defensas francesas
para ganar un libre acceso a París6. En otras palabras cualquiera
que conozca los hechos históricos reales, sabría que si había una
batalla para la cual el espionaje no venía al caso, esta batalla era
la del Somme, y también sabrían que el bombardeo de la ciudad
de Albert no vendría al caso porque ya había sido bombardeada
por la artillería alemana sin ningún beneficio militar porque los
dos ejércitos estaban protegidos en las trincheras. El espionaje
alemán, que venía al caso en este momento, no estaba en el frente
occidental, sino en el Mar del Norte, donde las fuerzas navales
inglesas habían bloqueado a las fuerzas navales de Alemania; y el
espía más interesante de ese momento fue el peruano Ludovico
Hurwtiz-Zender que fue capturado y condenado a muerte en
1916, acusado de proveer informaciones sobre movimientos navales a la inteligencia alemana.
Si en el mundo ficticio del relato de Borges el asesinato de
Albert no ayudó a la misión del espía, el asesinato hubiera sido
aún más insensato en el mundo real, y Luis Andrés Murillo tiene
razón cuando subraya el nihilismo del personaje inspirado por
prerrogativas racistas y nacionalistas. Yu Tsun no siente ningún
remordimiento por el crimen que comete. Siente remordimiento
y contrición por haber matado a un hombre en particular, aunque
sintió la necesidad de hacerlo por razones de orgullo racial. A Yu
Tsun le duele haber matado a Albert, pero sus prerrogativas raciales prevalecen sobre la reverencia y el respeto que siente por
un hombre que le reveló el significado de su propio pasado familiar y cultural.
En 1942 las tres historias que he discutido con algunas
más, entre ellas “La librería de Babel” y “La lotería de Babilonia”,
se reunieron en un libro con el título El jardín de senderos que
ser bifurcan con el que se presentó a Borges para el premio nacional de Argentina. El premio se otorgó a un escritor menor cuyos temas eran nacionales, y el jurado tomó la medida inusual de
publicar un comunicado de prensa para explicar por qué no se lo
otorgaron a Borges y en el texto se advierte un ataque a Borges
6 El comandante alemán que tuvo que tomar la decisión de desviar tropas alemanas de Verdún al Somme, y que también llevó a cabo el uso del gas como
un arma militar, fue Erich von Ludendorff.
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por sus simpatías por los aliados y por el tipo de literatura que
los fascistas consideraban decadente:
El jurado entendió que no podía ofrecer al pueblo argentino (...)
con el galardón de la mayor recompensa nacional, una obra
exótica y de decadencia que oscila, respondiendo a ciertas desviadas tendencias de la literatura inglesa contemporánea, entre
el cuento fantástico, la jactanciosa erudición recóndita y la narración policial; oscura hasta resultar a veces tenebrosa para
cualquier lector, aún para el más culto (excluimos a posibles iniciados en la nueva magia)– juzgamos que hizo bien (Helft 108).
Este es el contexto en el que Juan Domingo Perón hizo su
entrada en la escena política argentina y, tenga o no tenga la razón, Borges siempre asoció a Perón con el nazismo.
Según John King el grupo literario de Borges “explícitamente defendió la causa de los aliados y con frecuencia dio a entender que la política argentina de neutralidad estaba formulada
por tendencias fascistas en el interior del gobierno. Los temores
de que el fascismo se había asentado en Argentina parecieron
confirmados con la subida de Perón. Su triunfo electoral a comienzos de 1946 proyectaría una sombra sobre las celebraciones
que acogieron la paz en Europa y marcaría un punto de inflexión
en la historia argentina” (King 95).
Después de la Segunda Guerra Mundial y de los juicios de
Núremberg, Borges escribió “Deutsches Requiem”, un relato sobre las consecuencias nefastas del fascismo y del antisemitismo,
aun después de la derrota del nazismo, dando a entender que el
final de la guerra no significó necesariamente el final del legado
que produjo el Holocausto. El protagonista del relato de Borges
es un criminal nazi impenitente, el subcomandante del campo de
concentración Tarnowitz, que redacta un texto sobre su propia
vida mientras espera su ejecución después del juicio que lo condenó por sus crímenes en contra de muchos judíos.
Otto Dietrich zur Linde siente orgullo porque su padre,
Dietrich zur Linde, se había distinguido en el sitio de Namur durante la Primera Guerra Mundial, en una campaña bajo el comando de Erich von Ludendorff en la que Alemania atacó a una
Bélgica neutral con la esperanza de una rápida captura de París.
Según Otto Dietrich zur Linde, él se hizo miembro del Partido
Nazi en 1929 y querría participar en una guerra, pero perdió una
pierna en 1930 cuando se encontraba cerca de una sinagoga
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donde estaba supuestamente cometiendo un acto de vandalismo.
Según su propia narrativa agonizó en el hospital, no porque temiera la muerte sino porque le dolía no participar en la invasión
de Checoslovaquia. Su crisis personal se resuelve cuando se persuade a sí mismo de la superioridad de su trabajo como administrador en un campo de concentración sobre lo que podía haber
logrado como un soldado.
El relato ofrece una ventana hacia el pensamiento de un
criminal que se siente orgulloso de haber perdido toda compasión hacia sus prójimos en nombre de un acercamiento metafísico a la vida que justifica la injusticia y el crimen. Es, como el
protagonista de “El jardín de senderos que se bifurcan”, un asesino nihilista, pero sin los dilemas de Yu Tsun, su antecedente.
Es por ello que lo más escalofriante de su confesión no es la falta
de remordimiento por los crímenes que ha cometido, sino su convicción de que su visión del mundo ha triunfado y va a prevalecer
aun cuando estuvo del lado de los que perdieron la Segunda Guerra Mundial en los campos de batalla. Al meditar en su desarrollo
personal el criminal cita su capacidad de perder toda capacidad
de piedad por David Jerusalem, un individuo cuya dignidad y voluntad de vivir zur Linde insiste que logró destrozar. Según Otto
zur Linde, David Jerusalem era un poeta judío que él dice haber
admirado profundamente y que destruyó porque quería llevar a
cabo todas sus obligaciones sin ningún sentimiento de compasión: “Ignoro si Jerusalem comprendió que si yo lo destruí, fue
para destruir mi piedad. Ante mis ojos, no era un hombre, ni siquiera un judío; se había transformado en el símbolo de una detestada zona de mi alma. Yo agonicé con él, yo morí con él, yo de
algún modo me he perdido con él: por eso fui implacable” (Borges Obras completas 579).
En el momento más preocupante de su narrativa Otto zur
Linde dice:
Fui severo con él; no permití que me ablandaran ni la compasión ni su gloria. Yo había comprendido hace muchos años que
no hay cosa en el mundo que no sea germen de un Infierno posible. Determiné aplicar ese principio al régimen disciplinario
de nuestra casa y…
La oración se interrumpe por puntos suspensivos que no
son del narrador sino del editor del texto de la historia que decide
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eliminar una sección de su narrativa, una decisión que explica en
una nota al pie de la página: “Ha sido inevitable, aquí, omitir algunas líneas” (579).
Con estos puntos suspensivos y esta nota al pie, Borges
llega a uno de los mayores momentos, acaso el mayor momento,
de la literatura ética del siglo XX latinoamericana, cuando el editor ficticio interviene para decirle a su lector que ha cortado la
sección del testimonio en la cual el criminal nazi estaba a punto
de describir cómo él había supuestamente destrozado al hombre
judío por el cual había sentido una gran admiración. El relato de
Borges ofrece mucho que pensar sobre la mente criminal de un
nazi, pero Borges no está dispuesto a darle voz al sentido de orgullo que el criminal desea expresar por sus métodos, y tampoco
está dispuesto a humillar la dignidad de sus víctimas al describir
cómo su humanidad fue violada. El narrador continúa socavando
la autoridad de Otto zur Linde cuando añade una nota para indicar que David Jerusalem nunca existió como figura histórica o
literaria, pero que hay una realidad escalofriante detrás de las declaraciones de las fabricaciones del criminal, es decir que “fueron
torturados en Tarnowitz muchos intelectuales judíos” (579) bajo
sus órdenes. Otto zur Linde siente orgullo cuando dice que llevó
a David Jerusalem a la locura y al suicidio por su ingenuidad,
pero su arrogancia es desmentida cuando lamenta que su “laboratorio” en el campo de concentración fue destrozado en un bombardeo antes de su propia captura. El editor, entonces,
demuestra que la narración de zur Linde es un subterfugio metafísico para cubrir sus crímenes en contra de la humanidad, y una
invitación para desenmarañar sus artificios.
Zur Linde afirma que experimentó un sentimiento de regocijo después de la derrota del nazismo, el movimiento al que
había dedicado su vida. Su primera especulación sobre su alegría
incluye la posibilidad de un reconocimiento de culpabilidad secreta por sus crímenes: “Ensayé diversas explicaciones; no me
bastó ninguna. Pensé: Me satisface la derrota, porque secretamente me sé culpable y sólo puede redimirme el castigo” (580),
pero rechaza esta y otras especulaciones hasta llegar a la que considera la verdadera razón de su felicidad, es decir, que así como
la mutilación de su cuerpo le permitió servir una causa mayor que
la de ser soldado, así la derrota de la Alemania nazi en la guerra
traerá al mundo los ideales del nazismo:
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Hitler creyó luchar por un país, pero luchó por todos, aun por
aquellos que agredió y detestó. No importa que su yo lo ignorara; lo sabían su sangre, su voluntad. El mundo se moría de
judaísmo y de esa enfermedad del judaísmo, que es la fe de Jesús; nosotros le enseñamos la violencia y la fe de la espada. […]
Muchas cosas hay que destruir para edificar el nuevo orden;
ahora sabemos que Alemania era una de esas cosas. Hemos
dado algo más que nuestra vida, hemos dado la suerte de nuestro querido país. Que otros maldigan y otros lloren; a mí me regocija que nuestro don sea orbicular y perfecto (579).
Las intervenciones del editor ficticio de Borges desenmascaran la visión filosófica de su protagonista como una fantasía
metafísica obscena —una sin embargo con repercusiones aun
después de que la guerra haya terminado, y que hay que tener en
cuenta en el presente. Las intervenciones del editor transforman
la explicación del criminal de su orgullo en un llamado a la introspección para los que ganaron la guerra con respecto a los residuos de la visión nazi del mundo que se ha fijado en la visión
contemporánea de las cosas: “Se cierne ahora sobre el mundo
una época implacable. Nosotros la forjamos, nosotros que ya somos su víctima” (581). Hay una moraleja en el relato de Borges
sobre la sobrevivencia de los impulsos totalitarios después de la
guerra en el corazón de los vencedores. Para concluir cabe citar
un comentario de Borges sobre sus propios escritos y sobre la relación entre la literatura y la guerra. Es un comentario, relevante,
pero poco advertido:
Quiero añadir algunas palabras sobre el problema que el nazismo propone al escritor. Mentalmente, el nazismo no es otra
cosa que la exacerbación de un prejuicio del que adolecen todos
los hombres: la certidumbre de la superioridad de su patria, de
su idioma, de su religión, de su sangre. Dilatada por la retórica,
agravada por el fervor o disimulada por la ironía, esa convicción
candorosa es uno de los temas tradicionales de la literatura. No
menos candoroso que ese tema sería cualquier propósito de
abolirlo. No hay, sin embargo, que olvidar que una secta perversa ha contaminado esas antiguas e inocentes ternuras y que
frecuentarlas, ahora, es consentir (o proponer) una complicidad. Carezco de toda vocación de heroísmo, de toda facultad de
política, pero desde 1939 he procurado no escribir una línea que
permita esa confusión. Mi vida de hombre es una imperdonable
serie de mezquindades; yo quiero que mi vida de escritor sea un
poco más digna (Borges, Borges en Sur 303).
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El don de Borges como escritor de ficciones no es el de
echar a la historia por la borda con sus relatos fantásticos ni con
sus abstracciones filosóficas. Borges podía recurrir a éstas para
ofrecer ideas más allá de las posibilidades del mero realismo. No
hay ninguna contradicción entre el acercamiento de Borges a la
literatura fantástica y las lecciones que se pueden sacar de los
mecanismos con los cuales hizo todo lo posible para evitar los
prejuicios del nacionalismo y la xenofobia en la construcción de
su mundo literario.
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Recibido: 31 de octubre de 2018. Revisado: 30 de noviembre de 2018.
Publicado: 31 de enero de 2019. Revista Letral, n.º 21, 2019, pp. 160182. ISSN 1989-3302.
DOI: http://dx.doi.org/10.30827/RL.v0i21.8104
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