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Los Problemas de Eloísa: una obra de Pedro Abelardo

How happy is the blameless vestal's lot! The world forgetting, by the world forgot. Eternal sunshine of the spotless mind! Each pray'r accepted, and each wish resign'd. Alexander Pope, Eloise to Abelard Voy a empezar esta exposición haciéndoles una pregunta y quiero que se digan para sí con total sinceridad lo primero que se les venga a la mente: ¿quién fue Eloísa? No me extrañaría si la respuesta fuera "la de Abelardo", porque es precisamente así como la mayoría de refiere a ella. 1 De hecho, cuando comencé a preparar este trabajo se me presentó este mismo inconveniente: ¿cómo nombrar a Eloísa? Es decir, ¿alcanzaba solo con su nombre, "Eloísa", para que se supiera a quién me refería? Porque mientras que a los hombres medievales se los nombra junto a su ciudad de nacimiento, como Anselmo d'Aosta, o el lugar en donde ejercieron su cargo más alto, como Hugo de San Víctor, o incluso con el apellido, como Gilberto Crispino, a ella la conoce o bien como Eloísa, así, a secas; o bien como "la pupila", "la amante" o "la esposa de" Abelardo, o a lo sumo, "la sobrina de" Fulberto. Más allá de que la costumbre de nombrar a las mujeres como pertenencia de un varón sea tan antigua como nefasta, lo cierto es que Eloísa pasó a las páginas de la Historia de la Filosofía por su relación con Abelardo. Pero, ¿y si les dijera que es Abelardo el que está en deuda ella? Comencemos por el principio. Aunque no creo que su biografía les sea desconocida, conviene repasarla brevemente. Joven parisina proveniente de una familia noble, pasó su infancia en la abadía de Argenteuil adonde la envió su tío Fulberto para que fuera educada. Alrededor de sus dieciséis años, Eloísa conocía en profundidad los clásicos latinos y, como ninguna otra mujer en su tiempo, era capaz de leer griego y hebreo. 2 Y a sus dieciséis años 1 Desde luego, hay excepciones.

Esta comunicación fue presentada en las I Jornadas de Filosofía Antigua y Medieval: “Discursos dominantes y silencios resonantes en la Historia de la Filosofía. El lugar de la mujer en la filosofía Antigua y Medieval”, convocadas por el Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), celebradas los días 6 y 7 de noviembre de 2018 Los Problemas de Eloísa: una obra de Pedro Abelardo How happy is the blameless vestal’s lot! The world forgetting, by the world forgot. Eternal sunshine of the spotless mind! Each pray’r accepted, and each wish resign’d. Alexander Pope, Eloise to Abelard Voy a empezar esta exposición haciéndoles una pregunta y quiero que se digan para sí con total sinceridad lo primero que se les venga a la mente: ¿quién fue Eloísa? No me extrañaría si la respuesta fuera “la de Abelardo”, porque es precisamente así como la mayoría de refiere a ella. 1 De hecho, cuando comencé a preparar este trabajo se me presentó este mismo inconveniente: ¿cómo nombrar a Eloísa? Es decir, ¿alcanzaba solo con su nombre, “Eloísa”, para que se supiera a quién me refería? Porque mientras que a los hombres medievales se los nombra junto a su ciudad de nacimiento, como Anselmo d’Aosta, o el lugar en donde ejercieron su cargo más alto, como Hugo de San Víctor, o incluso con el apellido, como Gilberto Crispino, a ella la conoce o bien como Eloísa, así, a secas; o bien como “la pupila”, “la amante” o “la esposa de” Abelardo, o a lo sumo, “la sobrina de” Fulberto. Más allá de que la costumbre de nombrar a las mujeres como pertenencia de un varón sea tan antigua como nefasta, lo cierto es que Eloísa pasó a las páginas de la Historia de la Filosofía por su relación con Abelardo. Pero, ¿y si les dijera que es Abelardo el que está en deuda ella? Comencemos por el principio. Aunque no creo que su biografía les sea desconocida, conviene repasarla brevemente. Joven parisina proveniente de una familia noble, pasó su infancia en la abadía de Argenteuil adonde la envió su tío Fulberto para que fuera educada. Alrededor de sus dieciséis años, Eloísa conocía en profundidad los clásicos latinos y, como ninguna otra mujer en su tiempo, era capaz de leer griego y hebreo.2 Y a sus dieciséis años 1 Desde luego, hay excepciones. En Patrologia Latina se la llama “Heloissa Paraclitensis” y, siguiendo a Migne, utilizan “Eloísa del Paracleto”, entre otros: Carmel Marie Posa, The Theology and Spirituality of the Body in the Writings of Heloise of the Paraclete. PhD. Tesis, University of Divinity, 2009; María Guadalupe Zavala, “Eloísa del Paracleto: más allá de lo femenino”, en Revista Sentidos, 2011; Angela Lei Parkinson, Proving Woman: From Heloise to Heloisian. An Examination of the Authenticity Debate Surrounding the Letters of Heloise of the Paraclete, tesis para el grado de Bachelor of Arts, University of Utah, 2014; y Guido Ceronetti, L’occhiale malinconico, Milán, Adelphi, 2015. También encontré el trabajo de Adela Muñoz Páez, Sabias. La cara oculta de la ciencia, Barcelona, Debate, 2017, donde se la llama “Heloísa de Argenteuil”. 2 Al menos eso es lo que le dice Abelardo en una de sus epístolas: “No solo no estás privada de la literatura latina sino tampoco de la hebrea y de la griega; parece que eres la única en este tiempo que alcanzó la pericia 1 también, conoció a Pedro Abelardo, en aquél entonces el más famoso filósofo de Francia, con quien pronto entabló un romance. Dos años después, es decir, en 1118, Eloísa dio a luz a Astrolabio y contrajo matrimonio con Pedro. Pero como estaba mal visto que los filósofos tuvieran familia, Astrolabio fue enviado a Bretaña para ser criado por las hermanas de Abelardo y el casamiento se hizo en secreto. Tan secreto que Eloísa se recluyó en un convento a pedido de su flamante marido. Fulberto, creyendo (no sin motivos) que Abelardo quería deshacerse de su sobrina, se vengó de él castrándolo. Ese crimen selló el destino de ambos amantes: él se hizo monje en Saint Denis y ella finalmente tomó los hábitos en Argenteuil, donde llegó a ser priora.3 Al parecer,4 Eloísa volvió a ver a Abelardo sólo once años después, en 1129, cuando, tras el desalojo de la congregación por un litigio jurisdiccional, él le cedió un pequeño oratorio llamado Paracleto, del que nuestra protagonista sería abadesa hasta 1164, fecha en la que muere. Ahora bien, todos estos datos, relevantes para entender la vida de Eloísa, no sirven por sí solos para valorar su aporte a la Historia de la Filosofía. Lo que debemos y vamos a hacer es adentrarnos en sus pensamientos y su personalidad a través de sus propios escritos. El grupo más conocido de fuentes, que podríamos llamar Epístolas de Eloísa (Epistolae Eloisae),5 es el que se encuentra conformado, por una parte, por la correspondencia que en aquellas tres lenguas”, ep. IX, Traducción propia a partir de edición de E. Smits, “Peter Abelard: Letters IX-XIV”, Groningen, 1983, p. 234. Esto fue confirmado por el cronista William Godell, en Chronicon, BnF, Paris, MS lat. 4893, fo. 56v. Cf. Constant Mews, “Introduction to Theologia Scholarium”, ed. E.-M. Buytaert y Constant Mews, CCCM XIII, Turnhout 1987, p. 291. 3 Esta práctica era bastante frecuente en aquellos tiempos. La madre y el padre del mismo Abelardo se habían retirado de común acuerdo a un monasterio unos años antes. Cf. Feruccio Bertini, “Eloísa, entre historia y leyenda”, en Mercedes Arriaga Flórez et al. (eds.), Escritoras y pensadoras europeas, Sevilla, Arcibel Editores, 2007, p. 76. 4 Nadie duda de la autenticidad de la Historia calamitatum, en la cual Abelardo nos cuenta que volvió a ver a Eloísa al momento de instalarla en el Parecleto, luego de la expulsión de Argenteuil. Sin embargo, un pasaje de la primera carta de Eloísa, según Lalanne, diría lo siguiente: “Decidme solamente si podéis, porqué desde nuestra conversión, que únicamente vos decidiste, me has abandonado del tal forma, olvidado de tal forma, que no he tenido tu presencia para poder alegrarme, ni tan sólo en tu ausencia una carta para consolarme” (cf. Ludovic Lalanne, La correspondance littéraire, t. I, 1856.) Esta traducción dejaría en evidencia una clara contradicción entre los hechos narrados en una y otra carta. Muchos traductores han seguido esta misma línea de interpretación, manteniendo la discordancia. Ahora bien, Gilson argumenta que si se traduce correctamente este pasaje, la contradicción se desvanece “pues Eloísa no se lamenta de no haber vuelto a ver nunca más a Abelardo, sino de su ausencia”. (cf. Etienne Gilson, Eloísa y Abelardo, Navarra, EUNSA, 2004, p. 139). El pasaje, entonces, diría: “¿Por qué, después de nuestra conversión, a la que sólo tú nos condujiste, devine en tan grande abandono y olvido para ti? Pues, en tu presencia, ni me has hablado para recrearme, ni en tu ausencia has escrito una carta para consolarme”. 5 Así lo llama Mary Ellen Waithe en “Heloise”, en ed. Idem, Medieval, Renaissance and Enlightenment women philosophers A.D. 500-1600 (A History of Women Philosophers v. II), Dordrecht-Boston-Londres, Kluwer Academic Publishers, 1989, pp. 67-83. 2 mantuvo con Abelardo luego de que se enterara de que él le había escrito a un amigo una larga carta consolatoria que hoy conocemos como Historia de mis calamidades (Historia Calamitatum); y por otra, por la correspondencia que mantuvo con Pedro el Venerable luego de la muerte de Abelardo.6 Quien haya leído la Historia de mis calamidades recordará sin duda la reacción de Eloísa ante la propuesta de matrimonio. Aunque, como sabemos, ella terminó por ceder, no lo hizo sin antes resistirse, invocando un singular repertorio de pasajes anti matrimoniales de Séneca, Agustín y Jerónimo; y de éste, a su vez, refiriéndose a Sócrates, Teofrasto y Cicerón. Aun cuando este episodio es narrado por Abelardo y no por Eloísa, nos interesa por lo siguiente: además de ser una primera muestra de su carácter, también lo es de la amplitud de fuentes que manejaba. Pero esto no es todo. Sospechosamente Abelardo utilizará esos mismos pasajes en el segundo libro de su Teología Cristiana (Theologia Christiana), lo cual ha llevado a suponer que, o bien él inventó el discurso de Eloísa en Historia de mis calamidades o bien, como Muckle ha sugerido, que fue ella quien le proveyó, aun sin proponérselo, el material sobre el cual tiempo después él trabajaría.7 Por otra parte, en esta versión de los hechos, vemos a una Eloísa que se opone al matrimonio porque no quiere ser la responsable del irremediable detrimento de la fama de aquel de quien se esperaba que estuviera consagrado por entero a la filosofía y no a escribir 6 Si bien la autoría de algunas de las cartas que componen el epistolario ha sido puesta en duda (cf. infra), lo cierto es que la mayor parte de la comunidad académica concuerda en que son auténticas. Existe también otro conjunto de cartas conocido como las Epístolas de los dos amantes (Epistolae duorum amantium) hallado en 1471 por un monje cisterciense, Giovanni d’Ypres. Sin embargo, la crítica todavía está dividida sobre su autenticidad y personalmente no he tomado aún posición. Más allá de ello, incluir un análisis en esta comunicación, por breve que fuera, nos haría exceder el tiempo de lectura propuesto dado que no es posible hablar de ellas sin hacer referencia a esta cuestión. Entre la cuantiosa producción filosófica y literaria acerca de estas cartas pude consultarse: Constant Mews, The Lost Love Letters of Heloise and Abelard: Perceptions of Dialogue in Twelfth-Century France, NuevaYork, St. Martin’s Press, 1999; Peter von Moos, “Die epistolae duorum amantium und die säkulare Religion der Liebe. Methodenkritische Vorüberlegungen zu einem einmaligen Werk mittellateinischer Briefliteratur”, en Studi Medievali 44 (2003); Jan Ziolkowski, “Lost and Not yet Found: Heloise, Abelard and the Epistolae duorum amantium”, en Journal of Medieval Latin 14 (2004), pp. 171-202; Peter Dronke y Giovanni Orlandi, “New Works by Abelard and Heloise?”, en Filologia Mediolatina 12 (2005), pp. 12-177; Sylvain Piron, “Heloise’s literary self-fashioning and the Epistolae duorum amantium”, en Lucie Doležalová, Strategies of Remembrance. From Pindar to Hölderlin, Cambridge Scholars Publishing, 2009, pp.102-162; David Luscombe, The Letter Collection of Peter Abelard and Heloise, Oxford, Clanrendon Press, 2013, pp. xxxii-xxxiv; y Stephen Jaeger, “The Epistolae Duorum Amantium, Abelard, and Heloise: An Annotated Concordance”, en The Journal of Medieval Latin, 24 (2014), pp. 185-224. 7 Cf. Joseph Muckle, “Abelard’s Letter od Consolation to a Friend [Historia Calamitatum]”, en Medieval Studies 12 (1950), pp. 173-174. Marenbon ha ido un poco más lejos y sostuvo la influencia de Eloísa incluso sobre el pensamiento ético de Abelardo. Cf. John Marenbon, The Philosophy of Peter Abelard, Cambridge, Cambridge University Press, 1997, p. 333. 3 poemas y canciones de amor como, de hecho, Abelardo hacía. 8 Lo bueno es que también contamos con la versión de la propia Eloísa y, si bien es parecida, tiene un matiz un tanto diferente. Su negativa, antes que una protección a la fama de Abelardo, más bien parece ser una defensa del amor libre: “Jamás, Dios sabe, busqué nada en ti a no ser a ti mismo; te deseaba enteramente a ti, no a tus cosas. No esperaba ni la alianza matrimonial ni ninguna clase de dote. En una palabra, jamás, como sabes, procuré satisfacer mis deseos sino más bien tu voluntad.9 Y aunque el título de esposa es visto como santo y distinguido, el nombre de amiga siempre me pareció más dulce o, si no te indignas, concubina o puta”.10 Gilson no se equivoca cuando señala que Eloísa no actuó por simples impulsos, sino que, como buena intelectual, basó su concepción del amor en la filosofía que Cicerón predica en su libro Sobre la amistad (De amicitia), esto es, que la amistad debe ser totalmente desinteresada y que la recompensa del verdadero amor no es sino el amor mismo. 11 Así pues, Eloísa, que eligió argumentar e incluso vivir según esta premisa ciceroniana, únicamente parece reprocharse a sí misma el haber aceptado un matrimonio que no quería, es decir, haber actuado en contra de los dictados de su conciencia; pero jamás se arrepintió de haber cedido a la pasión por Abelardo. Y es precisamente por eso 8 Cf. Eloísa, carta II, trad. Marcela Borelli y Natalia Jakubecki, Cartas de Abelardo y Eloísa, Buenos Aires, La Parte Maldita, p. 110. 9 Aquí Eloísa realiza un interesante juego de palabras que se pierde en la traducción al castellano, pues se refiere a su voluptas en contraposición a la voluntas de Abelardo. Si bien ambos términos pueden ser traducidos por “voluntad”, “voluntas” está más bien asociado al impulso conforme a la razón, en tanto que “voluptas” se relaciona principalmente con la satisfacción de los sentidos. 10 Eloísa, carta II, trad. cit., p. 109. Abelardo, en su versión, le atribuye a Eloísa palabras parecidas aunque menos vehementes. Cf. Abelardo, Historia de mis calamidades VII, trad. cit., p. 60. 11 Cf. Gilson, op. cit., p. 69; Cicerón, De amicitia IX, XIV, XXVII. A nivel teórico, Abelardo pudo haber entendido la amistad y el amor de la misma manera, pero no es tan claro que lo haya vivido así; al menos no desde el punto de vista de Eloísa que es lo suficientemente inteligente para darse cuenta del olvido en que cayó por parte de Abelardo una vez castrado, y lo suficientemente vehemente como para decírselo: “Dime, si es que puedes hablar, yo te diré lo que creo, o mejor aún, lo que todos sospechan: la pasión te unió a mí más que la amistad; el ardor de la lujuria más que el amor. Por eso, cuando cesó aquel deseo, desapareció al mismo tiempo aquello que fingías. Esto, mi amor, no es tanto una opinión mía, sino la de todos; no tanto particular como general; no tanto privada, sino más bien pública. ¡Ojalá fuera creído solo por mí! ¡Y espero que en nombre de tu amor encuentres algún pretexto que haga calmar un poco mi dolor! ¡Ojalá pudiera inventar excusas que me oculten de alguna manera tu desprecio!”, Eloísa, carta II, trad. cit., p. 112. 4 que esa pasión jamás la abandonó. Llevaba al menos doce años siendo monja cuando escribió: “... los placeres de los amantes en los que ambos nos agitamos fueron tan dulces para mí que ni me desagradan, ni pueden escaparse de mi memoria. A cualquier lugar que me dirija, siempre ante mis ojos se imponen los deseos. Ni siquiera durmiendo sus fantasías son moderadas. Incluso durante la celebración de la misa, donde más pura debe ser la oración, las obscenas imágenes del deseo se apoderan de tal modo de mi muy miserable alma, que me dedico más a sus torpezas que a la oración. Cuando debería llorar por las faltas cometidas, más bien suspiro por lo que sé que ya no podré cometer”.12 Además de una Eloísa sabiamente apasionada, podríamos decir, este epistolario nos muestra una Eloísa un tanto inconstante. En su primera carta, le recrimina a Pedro no haberle escrito hasta entonces como sí lo había hecho a su amigo, diciéndole en su nombre y en el de las monjas del Paracleto: “... dígnate, al menos, a escribirnos con frecuencia cartas como aquella, para detallarnos en qué naufragios aún te agitas. Al menos haznos partícipes de tus penas y alegrías [...] Porque cualquier cosa que nos escribas no nos ofrecerá un pobre consuelo, sino que, por el contrario, [...] nos demostrará que aún estamos presentes en tu memoria”. 13 Pero luego de que Abelardo le respondiera comentándole que su vida se encontraba en peligro, Eloísa, con ese engañoso plural, le contesta: “sufrimos con no poca admiración que aquello que debía traernos el remedio del consuelo, acreciente nuestro desconsuelo, que hayas excitado las lágrimas que debías mitigar. Pues, ¿quién de nosotras hubiera podido escuchar con los ojos 12 13 Eloísa, carta IV, trad. cit., pp. 132-133. Eloísa, carta II, trad. cit., pp. 104-105. 5 secos aquello que redactaste [...]? ¡Oh, amor mío! ¿Con qué ánimo concebiste estas cosas? ¿Y cómo pudiste ser capaz de decirlo?”.14 En cuanto al rol de la mujer, tema recurrente en esta correspondencia, Eloísa no es menos ambivalente que en sus demandas a Abelardo. He leído varios trabajos en los que se ha intentado hacer de ella una pionera del feminismo. Es cierto que no se puede negar que fue lo suficientemente lúcida como para darse cuenta de que la rigurosa Regla de san Benito bajo la cual vivían las monjas del Paracleto fue establecida por y para hombres, y que, por tanto, había muchos preceptos que, o no eran fáciles de observar por las mujeres, o directamente no les incumbían. “¿Y qué más presuntuoso –señala la abadesa– que elegir o profesar una vida que se desconoce, o hacer votos que no se pueden cumplir?”. 15 Por ese motivo le pide a Abelardo que redacte una nueva regla tomando en cuenta la condición femenina. Sin embargo, Eloísa no escapa a la mentalidad de su tiempo, que ve a la mujer necesitada del vigor masculino y hasta de su guía espiritual, por lo que hace su pedido en los siguientes términos: “¿Quién exigirá al asno una carga digna de un elefante? ¿Quién impondrá al niño o al anciano tanto como al adulto? [...], ¿qué se previó para el sexo débil, cuya naturaleza, se sabe, es aún más frágil y enfermiza?”.16 De todos modos, el problema no es que no escape a la mentalidad de su tiempo, el problema es que pretendamos exigírselo. Por su parte, en la correspondencia que mantuvo con Pedro el Venerable encontramos este sugestivo pasaje que sobre ella escribe el abad de Cluny: “Yo aún no había traspasado los límites de la adolescencia [...] cuando conocí tu nombre y tu fama, no tanto por tu piedad, sino más bien por lo virtuoso y laudable de tus estudios. Pues en aquél entonces se oía de una mujer que, aunque todavía no estaba libre de los vínculos seculares, dedicaba su tiempo al estudio de las letras y, lo que era muy raro, a la sabiduría pagana. Ni los placeres del mundo, ni sus frivolidades, ni sus delicias, podían apartarla de este sano propósito. Mientras casi todo el mundo se halla atontado por la aborrecible apatía hacia estos estudios, [...] tú, por el salvaje celo de tu estudio, venciste a todas las mujeres y casi superaste al 14 Eloísa, carta IV, trad. cit., p. 125. Eloísa, carta VI, trad. cit., p. 168. 16 Eloísa, carta VI, trad. cit., pp. 168- 170. 15 6 conjunto de los hombres. Luego, [...] cambiaste tus grandes estudios por una mejor disciplina: la lógica por el Evangelio, la física por los Apóstoles, Platón por Cristo, la academia por el claustro. Elegiste como una verdadera filósofa”.17 No es difícil notar que la temperamental y rebelde Eloísa que le escribe a Abelardo contrasta con esta sensata y virtuosa mujer que nos presenta el Pedro el Venerable. De allí que Duby haya sostenido que de estas “dos Eloísas” solo la segunda es la histórica. La primera, en cambio, sería un invento de algún editor descarado, y el epistolario con Abelardo, un fraude. Como prueba de ello sostuvo que la cohesión del conjunto nos permitiría leer, antes que una correspondencia redactada a lo largo de varios años, una novela epistolar que cierra perfectamente, cuyo personaje principal es el de la “pecadora obstinada”, lo que daría como resultado un texto edificante que concluye con la sumisión de la mujer al hombre.18 Pero si bien esta es una hipótesis válida, creo no hay nada de extraño en el hecho de que una mujer que ha trocado todos los placeres mundanos por dulces horas en compañía de Cicerón u Ovidio, una “verdadera filósofa” (como la llama el abad de Cluny), sea al mismo tiempo una “rebelde que se enfrenta al mismo Dios” (como la llama Duby).19 Si tuvo tanta fuerza de espíritu como para rechazar la vida licenciosa que París le ofrecía a su juventud, ¿por qué no creer que tuvo la misma fuerza para rebelarse contra todo lo que consideraba injusto, sea ello el olvido de Abelardo o el castigo de Dios? No es difícil imaginar que, cuando se enteró de que Pedro había consolado por escrito a un amigo y no a ella, esa dulce y piadosa monja se haya transformado en una mujer que reclama con vehemencia el cuidado y afecto que merecía. De hecho, luego de recibir respuestas esquivas y algunas amonestaciones por parte de Abelardo, Eloísa calmó su ímpetu, asemejándose bastante a la mujer que describe Pedro el Venerable, aun cuando su pedido de una nueva regla, más que motivado por genuino interés, pueda interpretarse como la última excusa que encontró para llamar la atención de aquel que la había olvidado. ¿Por qué ver dos personas contradictorias y no más bien una y la misma que se comportó tal como su corazón le fue dictando a lo largo de las diferentes etapas de su vida? Amante, esposa, 17 Pedro el Venerable, carta I a Eloísa, ed. cit., pp. 242-243. Cf. George Duby, Mujeres del siglo XII, Chile, Andrés Bello, 1998, vol. I, pp. 73-109. 19 George Duby, op. cit., p. 78. 18 7 abadesa y filósofa, las dos Eloísas que cree ver Duby no son sino una sola mujer que afrontó, como pudo, las alegrías y los sinsabores que convienen a cualquier existencia. Ahora bien, hasta aquí sin dudas hemos visto a una mujer culta y perspicaz, pero alguien podría cuestionar si eso alcanza para considerarla “filósofa” como lo acabo de hacer, retomando las palabras de Pedro el Venerable. Es momento, entonces, de detenernos en la segunda fuente que compone su legado: los Problemas de Eloísa (Problemata Heloisae), un texto muy poco conocido y estudiado pero, creo yo, el más interesante. Se trata de una carta donde, una vez más en su nombre y en el de las monjas del Paracleto, Eloísa plantea una serie de 42 “quaestiuncula” (preguntitas) acerca de las Escrituras y le pide a Abelardo que las responda en calidad de guía espiritual de la congregación. En la actualidad, estas cuestiones se editan junto a las respectivas respuestas de Pedro, por lo que el resultado es un texto bivocal, escrito “a cuatro manos”, podríamos decir. Por lo que sabemos, el interés exegético de la abadesa no se limita a estos 42 problemas. Ella ya le había solicitado a Abelardo que escribiera un comentario a los primeros pasajes del Génesis, solicitud que efectivamente se tradujo en el texto hoy conocido como Exposición sobre los seis días (Expositio in Hexameron).20 Pero vayamos a los Problemata. Como ha notado Mews, la mayor parte de ellos hacen foco en cuestiones relacionadas con la culpa, el sufrimiento, el amor y el pecado –temas que siempre fascinaron a Eloísa porque, desde luego, son los que la atravesaban. 21 Y dado que sabía perfectamente que el sentido literal no era el único posible desde el cual comprender las enseñanzas bíblicas, sus preguntas apuntan al tropológico, es decir, al moral. 22 Sus dudas hermenéuticas son tan sutiles que la mayor parte de las veces obligan a Abelardo a 20 “Suplicando pides y pidiendo suplicas, hermana Eloísa, antes querida en el siglo, ahora queridísima en Cristo, que me extienda en la exposición de estas cosas, tanto más aplicado cuanto consta que son más difíciles de comprender, y especialmente que te lo explique a ti y tus hijas espirituales. [...] Y porque, como suele decirse, se debe empezar por el principio, tanto más me ayudan en el exordio del Génesis vuestras oraciones cuando consta que la dificultad de los restantes [pasajes] es mayor...”, Abelardo, Expositio in Hexameron, traducción propia a partir de la edición de Mary Foster Romig, en A Critical Edition of Peter Abelard’s Expositio in Hexameron, Ph.D. disertación, University of Southern California, 1981, p. 5. 21 Cf. Constant Mews, Abelard and Heloise, Oxford, Oxford University Press, 2005, p. 172 y 200. Este es, sin dudas, uno de los argumentos a favor de su autenticidad. 22 Otros dos niveles hermenéuticos son el anagógico, esto es, el profético; y el sentido alegórico, que se refiere al significado que está oculto, simbólico. Cf. Juan Casiano, Conferencia XIV. 8 desarrollar respuestas complejas y bastante extensas. 23 En contrapartida, el detalle con el que están redactadas algunas de las preguntas da la impresión de que Eloísa ya tenía su opinión formada al respecto, y que, por tanto, no se trataba de problemas que no pudiera responder por sí sola, sino de problemas cuya solución esperaba poder confrontar con la de Abelardo.24 Entonces, si dije que para mí los Problemas de Eloísa es la fuente más interesante, es porque nos permite confirmar ese perfil filosófico que en las Epistolas aparece y desaparece. Porque, en definitiva, ¿qué es hacer filosofía sino el ser capaz de formular preguntas que desnaturalicen lo obvio, el poder detectar un problema justo allí donde no parecía haberlo? Por otra parte, ¿acaso la pregunta misma no sugiere ya una cierta toma de posición? Eso es, precisamente, lo que vemos hacer a Eloísa en este texto. Para que puedan darse una idea del tenor de estas preguntas, tomemos por ejemplo el Problema 8, originado a partir de Juan 8:7 donde se cuenta que Jesús salvó a María Magdalena de ser lapidada diciendo “quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. Este archiconocido episodio dispara en la abadesa una duda sobre los alcances de la justicia humana. La lleva a pensar que, dado que no existe nadie sin pecado, bien podría entenderse que nadie en esta tierra está en condiciones emitir alguna vez un juicio sobre el comportamiento de otra persona, lo que impediría todo tipo de sanción jurídica. Con todo, la cuestión más interesante es la 42, con la que se cierra la obra y voy a cerrar yo esta exposición. En ella Eloísa se limita a preguntar si alguien puede pecar haciendo lo que el Señor ha permitido o incluso ordenado. Como no cita ningún pasaje bíblico ni ofrece algún ejemplo concreto, así planteada, la cuestión resulta muy general. Sin embargo, curiosamente, la respuesta de Pedro es muy específica. Nuestro acceso a Eloísa está limitado a los textos, pero su esposo sin dudas la conocía mucho mejor, y es por eso que entiende muy bien adónde apunta: a su corazón. Lo que ella quiere saber, en definitiva, es cómo el sexo puede ser pecaminoso si el mandato del Génesis es “Creced y multiplicaos”.25 Abelardo, entonces, reconoce que el asunto es muy complejo, y lanza una seguidilla de pasajes de las Escrituras y de Agustín en los que se toca el tema, pero poco y 23 Los problemas filosóficamente más relevantes, además de los nombrados aquí, son los: 1, 2, 3, 10, 11, 12, 13, 14, 15 ,16, 18, 19,20, 24, 25,27,28, 42. 24 Cf. Mews, Abelard and Heloise, ed. cit., p. 200; Carmel Posa, “Problemata Heloissae: Heloise’s Zeal for the Scriptures”, en Journal of Religious History 35, 3 (2001), p. 341. 25 Gn. 1:28. 9 nada dice con sus propias palabras. Esta última pregunta apaga la voz de Abelardo, pero no su cabeza. Inmediatamente después de contestar los Problemas26 comienza a escribir la Ética o Conócete a ti mismo, cuya tesis central es que las acciones en sí mismas son moralmente indiferentes y que lo que ha de juzgarse es sólo la intención con la que se las realiza. Esta misma idea, por otra parte, aparece más de una vez en las Epístolas de Eloísa, escritas no mucho tiempo antes. Uno de los pasajes más elocuentes al respecto se encuentra en la carta VI, donde ella explica que: “... ninguna cosa exterior mancha al alma, sino aquellas que proceden del corazón, [...] Pues, a no ser que el alma sea corrompida previamente por una voluntad perversa, no podrá haber pecado en el cuerpo por aquello que venga desde el exterior. Es por esta razón que bien se dice que tanto el adulterio como el homicidio proceden del corazón, pues son perpetuados antes del contacto de los cuerpos [...] No debe ser juzgado tanto lo que se hace sino la intención con que se hace, si con ello procuramos agradar a [Dios]”. 27 Así, todo indica –y no soy yo la única en creerlo–28 que, además de los pasajes que tomó prestados en su Teología Cristiana, además de la confección a pedido del comentario al Génesis, Abelardo también le debe su más famoso libro a las ideas e inquietudes de Eloísa, plasmadas tanto en sus Epístolas como en sus Problemas; dos fuentes que, paradójicamente, hoy forman parte de las Obras completas de Pedro Abelardo. Pensando, entonces, en la profunda huella que Eloísa dejó en la producción de Abelardo, quizá se nos permita resignificar aquél dicho “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” de modo que deje de ser una infausta alabanza al rol que las madres o 26 Al menos según la cronología establecida por Constant Mews, “On Dating the Works of Peter Abelard”, en Archives dehistoire doctrinale et littéraire du moyen âge 52 (1985), p. 132. 27 Eloísa, carta VI, trad. cit., pp. 185-186. Otros dos pasajes particularmente interesantes son: “Y soy culpable, muy culpable, pero tú sabes, soy inocente. Pues no es la acción, sino la intención la que confiere culpa. Ni tampoco el hecho, sino el ánimo con que se hace, lo que considera la justicia divina”, Idem, carta II, trad. cit., p. 111; “Y, casualmente, de alguna manera es laudable y se acepta a los ojos de Dios el hecho de que, si se ofrece un ejemplo con actos, cualquiera sea la intención, no se escandalice con él a la Iglesia...”, Idem, carta IV, trad. cit., p. 134. 28 Cf. v.g. Mews, Abelard and Heloise, ed. cit., pp. 179 y 201; Mariateresa Fumagalli, Tres historias góticas. Ideas y hombres de la Edad Media, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2006, pp. 37-54, especialmente p. 42. Por su parte, John Marenbon, lo sugiere en The Philosophy of Peter Abelard, pp. 77-78. 10 esposas cumplen en la esfera privada, y se convierta en una denuncia a la vieja y lamentablemente aún vigente invisibilidad femenina; una denuncia contra ese resonante silencio al que no Eloísa a secas, sino Eloísa del Paracleto, como tantas otras mujeres, ha sido confinada. 11