Esta comunicación fue presentada en las I Jornadas de Filosofía Antigua y Medieval: “Discursos dominantes y
silencios resonantes en la Historia de la Filosofía. El lugar de la mujer en la filosofía Antigua y Medieval”,
convocadas por el Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), celebradas los
días 6 y 7 de noviembre de 2018
Los Problemas de Eloísa: una obra de Pedro Abelardo
How happy is the blameless vestal’s lot!
The world forgetting, by the world forgot.
Eternal sunshine of the spotless mind!
Each pray’r accepted, and each wish resign’d.
Alexander Pope, Eloise to Abelard
Voy a empezar esta exposición haciéndoles una pregunta y quiero que se digan para
sí con total sinceridad lo primero que se les venga a la mente: ¿quién fue Eloísa? No me
extrañaría si la respuesta fuera “la de Abelardo”, porque es precisamente así como la
mayoría de refiere a ella. 1 De hecho, cuando comencé a preparar este trabajo se me
presentó este mismo inconveniente: ¿cómo nombrar a Eloísa? Es decir, ¿alcanzaba solo con
su nombre, “Eloísa”, para que se supiera a quién me refería? Porque mientras que a los
hombres medievales se los nombra junto a su ciudad de nacimiento, como Anselmo
d’Aosta, o el lugar en donde ejercieron su cargo más alto, como Hugo de San Víctor, o
incluso con el apellido, como Gilberto Crispino, a ella la conoce o bien como Eloísa, así, a
secas; o bien como “la pupila”, “la amante” o “la esposa de” Abelardo, o a lo sumo, “la
sobrina de” Fulberto. Más allá de que la costumbre de nombrar a las mujeres como
pertenencia de un varón sea tan antigua como nefasta, lo cierto es que Eloísa pasó a las
páginas de la Historia de la Filosofía por su relación con Abelardo. Pero, ¿y si les dijera que
es Abelardo el que está en deuda ella?
Comencemos por el principio. Aunque no creo que su biografía les sea desconocida,
conviene repasarla brevemente. Joven parisina proveniente de una familia noble, pasó su
infancia en la abadía de Argenteuil adonde la envió su tío Fulberto para que fuera educada.
Alrededor de sus dieciséis años, Eloísa conocía en profundidad los clásicos latinos y, como
ninguna otra mujer en su tiempo, era capaz de leer griego y hebreo.2 Y a sus dieciséis años
1
Desde luego, hay excepciones. En Patrologia Latina se la llama “Heloissa Paraclitensis” y, siguiendo a
Migne, utilizan “Eloísa del Paracleto”, entre otros: Carmel Marie Posa, The Theology and Spirituality of the
Body in the Writings of Heloise of the Paraclete. PhD. Tesis, University of Divinity, 2009; María Guadalupe
Zavala, “Eloísa del Paracleto: más allá de lo femenino”, en Revista Sentidos, 2011; Angela Lei Parkinson,
Proving Woman: From Heloise to Heloisian. An Examination of the Authenticity Debate Surrounding the
Letters of Heloise of the Paraclete, tesis para el grado de Bachelor of Arts, University of Utah, 2014; y Guido
Ceronetti, L’occhiale malinconico, Milán, Adelphi, 2015. También encontré el trabajo de Adela Muñoz Páez,
Sabias. La cara oculta de la ciencia, Barcelona, Debate, 2017, donde se la llama “Heloísa de Argenteuil”.
2
Al menos eso es lo que le dice Abelardo en una de sus epístolas: “No solo no estás privada de la literatura
latina sino tampoco de la hebrea y de la griega; parece que eres la única en este tiempo que alcanzó la pericia
1
también, conoció a Pedro Abelardo, en aquél entonces el más famoso filósofo de Francia,
con quien pronto entabló un romance. Dos años después, es decir, en 1118, Eloísa dio a luz
a Astrolabio y contrajo matrimonio con Pedro. Pero como estaba mal visto que los filósofos
tuvieran familia, Astrolabio fue enviado a Bretaña para ser criado por las hermanas de
Abelardo y el casamiento se hizo en secreto. Tan secreto que Eloísa se recluyó en un
convento a pedido de su flamante marido. Fulberto, creyendo (no sin motivos) que
Abelardo quería deshacerse de su sobrina, se vengó de él castrándolo. Ese crimen selló el
destino de ambos amantes: él se hizo monje en Saint Denis y ella finalmente tomó los
hábitos en Argenteuil, donde llegó a ser priora.3 Al parecer,4 Eloísa volvió a ver a Abelardo
sólo once años después, en 1129, cuando, tras el desalojo de la congregación por un litigio
jurisdiccional, él le cedió un pequeño oratorio llamado Paracleto, del que nuestra
protagonista sería abadesa hasta 1164, fecha en la que muere.
Ahora bien, todos estos datos, relevantes para entender la vida de Eloísa, no sirven
por sí solos para valorar su aporte a la Historia de la Filosofía. Lo que debemos y vamos a
hacer es adentrarnos en sus pensamientos y su personalidad a través de sus propios escritos.
El grupo más conocido de fuentes, que podríamos llamar Epístolas de Eloísa (Epistolae
Eloisae),5 es el que se encuentra conformado, por una parte, por la correspondencia que
en aquellas tres lenguas”, ep. IX, Traducción propia a partir de edición de E. Smits, “Peter Abelard: Letters
IX-XIV”, Groningen, 1983, p. 234. Esto fue confirmado por el cronista William Godell, en Chronicon, BnF,
Paris, MS lat. 4893, fo. 56v. Cf. Constant Mews, “Introduction to Theologia Scholarium”, ed. E.-M. Buytaert
y Constant Mews, CCCM XIII, Turnhout 1987, p. 291.
3
Esta práctica era bastante frecuente en aquellos tiempos. La madre y el padre del mismo Abelardo se habían
retirado de común acuerdo a un monasterio unos años antes. Cf. Feruccio Bertini, “Eloísa, entre historia y
leyenda”, en Mercedes Arriaga Flórez et al. (eds.), Escritoras y pensadoras europeas, Sevilla, Arcibel
Editores, 2007, p. 76.
4
Nadie duda de la autenticidad de la Historia calamitatum, en la cual Abelardo nos cuenta que volvió a ver a
Eloísa al momento de instalarla en el Parecleto, luego de la expulsión de Argenteuil. Sin embargo, un pasaje
de la primera carta de Eloísa, según Lalanne, diría lo siguiente: “Decidme solamente si podéis, porqué desde
nuestra conversión, que únicamente vos decidiste, me has abandonado del tal forma, olvidado de tal forma,
que no he tenido tu presencia para poder alegrarme, ni tan sólo en tu ausencia una carta para consolarme” (cf.
Ludovic Lalanne, La correspondance littéraire, t. I, 1856.) Esta traducción dejaría en evidencia una clara
contradicción entre los hechos narrados en una y otra carta. Muchos traductores han seguido esta misma línea
de interpretación, manteniendo la discordancia. Ahora bien, Gilson argumenta que si se traduce correctamente
este pasaje, la contradicción se desvanece “pues Eloísa no se lamenta de no haber vuelto a ver nunca más a
Abelardo, sino de su ausencia”. (cf. Etienne Gilson, Eloísa y Abelardo, Navarra, EUNSA, 2004, p. 139). El
pasaje, entonces, diría: “¿Por qué, después de nuestra conversión, a la que sólo tú nos condujiste, devine en
tan grande abandono y olvido para ti? Pues, en tu presencia, ni me has hablado para recrearme, ni en tu
ausencia has escrito una carta para consolarme”.
5
Así lo llama Mary Ellen Waithe en “Heloise”, en ed. Idem, Medieval, Renaissance and Enlightenment
women philosophers A.D. 500-1600 (A History of Women Philosophers v. II), Dordrecht-Boston-Londres,
Kluwer Academic Publishers, 1989, pp. 67-83.
2
mantuvo con Abelardo luego de que se enterara de que él le había escrito a un amigo una
larga carta consolatoria que hoy conocemos como Historia de mis calamidades (Historia
Calamitatum); y por otra, por la correspondencia que mantuvo con Pedro el Venerable
luego de la muerte de Abelardo.6
Quien haya leído la Historia de mis calamidades recordará sin duda la reacción de
Eloísa ante la propuesta de matrimonio. Aunque, como sabemos, ella terminó por ceder, no
lo hizo sin antes resistirse, invocando un singular repertorio de pasajes anti matrimoniales
de Séneca, Agustín y Jerónimo; y de éste, a su vez, refiriéndose a Sócrates, Teofrasto y
Cicerón. Aun cuando este episodio es narrado por Abelardo y no por Eloísa, nos interesa
por lo siguiente: además de ser una primera muestra de su carácter, también lo es de la
amplitud de fuentes que manejaba. Pero esto no es todo. Sospechosamente Abelardo
utilizará esos mismos pasajes en el segundo libro de su Teología Cristiana (Theologia
Christiana), lo cual ha llevado a suponer que, o bien él inventó el discurso de Eloísa en
Historia de mis calamidades o bien, como Muckle ha sugerido, que fue ella quien le
proveyó, aun sin proponérselo, el material sobre el cual tiempo después él trabajaría.7
Por otra parte, en esta versión de los hechos, vemos a una Eloísa que se opone al
matrimonio porque no quiere ser la responsable del irremediable detrimento de la fama de
aquel de quien se esperaba que estuviera consagrado por entero a la filosofía y no a escribir
6
Si bien la autoría de algunas de las cartas que componen el epistolario ha sido puesta en duda (cf. infra), lo
cierto es que la mayor parte de la comunidad académica concuerda en que son auténticas. Existe también otro
conjunto de cartas conocido como las Epístolas de los dos amantes (Epistolae duorum amantium) hallado en
1471 por un monje cisterciense, Giovanni d’Ypres. Sin embargo, la crítica todavía está dividida sobre su
autenticidad y personalmente no he tomado aún posición. Más allá de ello, incluir un análisis en esta
comunicación, por breve que fuera, nos haría exceder el tiempo de lectura propuesto dado que no es posible
hablar de ellas sin hacer referencia a esta cuestión. Entre la cuantiosa producción filosófica y literaria acerca
de estas cartas pude consultarse: Constant Mews, The Lost Love Letters of Heloise and Abelard: Perceptions
of Dialogue in Twelfth-Century France, NuevaYork, St. Martin’s Press, 1999; Peter von Moos, “Die epistolae
duorum amantium und die säkulare Religion der Liebe. Methodenkritische Vorüberlegungen zu einem
einmaligen Werk mittellateinischer Briefliteratur”, en Studi Medievali 44 (2003); Jan Ziolkowski, “Lost and
Not yet Found: Heloise, Abelard and the Epistolae duorum amantium”, en Journal of Medieval Latin 14
(2004), pp. 171-202; Peter Dronke y Giovanni Orlandi, “New Works by Abelard and Heloise?”, en Filologia
Mediolatina 12 (2005), pp. 12-177; Sylvain Piron, “Heloise’s literary self-fashioning and the Epistolae
duorum amantium”, en Lucie Doležalová, Strategies of Remembrance. From Pindar to Hölderlin, Cambridge
Scholars Publishing, 2009, pp.102-162; David Luscombe, The Letter Collection of Peter Abelard and
Heloise, Oxford, Clanrendon Press, 2013, pp. xxxii-xxxiv; y Stephen Jaeger, “The Epistolae Duorum
Amantium, Abelard, and Heloise: An Annotated Concordance”, en The Journal of Medieval Latin, 24 (2014),
pp. 185-224.
7
Cf. Joseph Muckle, “Abelard’s Letter od Consolation to a Friend [Historia Calamitatum]”, en Medieval
Studies 12 (1950), pp. 173-174. Marenbon ha ido un poco más lejos y sostuvo la influencia de Eloísa incluso
sobre el pensamiento ético de Abelardo. Cf. John Marenbon, The Philosophy of Peter Abelard, Cambridge,
Cambridge University Press, 1997, p. 333.
3
poemas y canciones de amor como, de hecho, Abelardo hacía. 8 Lo bueno es que también
contamos con la versión de la propia Eloísa y, si bien es parecida, tiene un matiz un tanto
diferente. Su negativa, antes que una protección a la fama de Abelardo, más bien parece ser
una defensa del amor libre:
“Jamás, Dios sabe, busqué nada en ti a no ser a ti mismo; te deseaba enteramente a
ti, no a tus cosas. No esperaba ni la alianza matrimonial ni ninguna clase de dote.
En una palabra, jamás, como sabes, procuré satisfacer mis deseos sino más bien tu
voluntad.9 Y aunque el título de esposa es visto como santo y distinguido, el
nombre de amiga siempre me pareció más dulce o, si no te indignas, concubina o
puta”.10
Gilson no se equivoca cuando señala que Eloísa no actuó por simples impulsos, sino
que, como buena intelectual, basó su concepción del amor en la filosofía que Cicerón
predica en su libro Sobre la amistad (De amicitia), esto es, que la amistad debe ser
totalmente desinteresada y que la recompensa del verdadero amor no es sino el amor
mismo. 11 Así pues, Eloísa, que eligió argumentar e incluso vivir según esta premisa
ciceroniana, únicamente parece reprocharse a sí misma el haber aceptado un matrimonio
que no quería, es decir, haber actuado en contra de los dictados de su conciencia; pero
jamás se arrepintió de haber cedido a la pasión por Abelardo. Y es precisamente por eso
8
Cf. Eloísa, carta II, trad. Marcela Borelli y Natalia Jakubecki, Cartas de Abelardo y Eloísa, Buenos Aires,
La Parte Maldita, p. 110.
9
Aquí Eloísa realiza un interesante juego de palabras que se pierde en la traducción al castellano, pues se
refiere a su voluptas en contraposición a la voluntas de Abelardo. Si bien ambos términos pueden ser
traducidos por “voluntad”, “voluntas” está más bien asociado al impulso conforme a la razón, en tanto que
“voluptas” se relaciona principalmente con la satisfacción de los sentidos.
10
Eloísa, carta II, trad. cit., p. 109. Abelardo, en su versión, le atribuye a Eloísa palabras parecidas aunque
menos vehementes. Cf. Abelardo, Historia de mis calamidades VII, trad. cit., p. 60.
11
Cf. Gilson, op. cit., p. 69; Cicerón, De amicitia IX, XIV, XXVII. A nivel teórico, Abelardo pudo haber
entendido la amistad y el amor de la misma manera, pero no es tan claro que lo haya vivido así; al menos no
desde el punto de vista de Eloísa que es lo suficientemente inteligente para darse cuenta del olvido en que
cayó por parte de Abelardo una vez castrado, y lo suficientemente vehemente como para decírselo: “Dime, si
es que puedes hablar, yo te diré lo que creo, o mejor aún, lo que todos sospechan: la pasión te unió a mí más
que la amistad; el ardor de la lujuria más que el amor. Por eso, cuando cesó aquel deseo, desapareció al
mismo tiempo aquello que fingías. Esto, mi amor, no es tanto una opinión mía, sino la de todos; no tanto
particular como general; no tanto privada, sino más bien pública. ¡Ojalá fuera creído solo por mí! ¡Y espero
que en nombre de tu amor encuentres algún pretexto que haga calmar un poco mi dolor! ¡Ojalá pudiera
inventar excusas que me oculten de alguna manera tu desprecio!”, Eloísa, carta II, trad. cit., p. 112.
4
que esa pasión jamás la abandonó. Llevaba al menos doce años siendo monja cuando
escribió:
“... los placeres de los amantes en los que ambos nos agitamos fueron tan dulces
para mí que ni me desagradan, ni pueden escaparse de mi memoria. A cualquier
lugar que me dirija, siempre ante mis ojos se imponen los deseos. Ni siquiera
durmiendo sus fantasías son moderadas. Incluso durante la celebración de la misa,
donde más pura debe ser la oración, las obscenas imágenes del deseo se apoderan
de tal modo de mi muy miserable alma, que me dedico más a sus torpezas que a la
oración. Cuando debería llorar por las faltas cometidas, más bien suspiro por lo
que sé que ya no podré cometer”.12
Además de una Eloísa sabiamente apasionada, podríamos decir, este epistolario nos
muestra una Eloísa un tanto inconstante. En su primera carta, le recrimina a Pedro no
haberle escrito hasta entonces como sí lo había hecho a su amigo, diciéndole en su nombre
y en el de las monjas del Paracleto:
“... dígnate, al menos, a escribirnos con frecuencia cartas como aquella, para
detallarnos en qué naufragios aún te agitas. Al menos haznos partícipes de tus
penas y alegrías [...] Porque cualquier cosa que nos escribas no nos ofrecerá un
pobre consuelo, sino que, por el contrario, [...] nos demostrará que aún estamos
presentes en tu memoria”. 13
Pero luego de que Abelardo le respondiera comentándole que su vida se encontraba
en peligro, Eloísa, con ese engañoso plural, le contesta:
“sufrimos con no poca admiración que aquello que debía traernos el remedio del
consuelo, acreciente nuestro desconsuelo, que hayas excitado las lágrimas que
debías mitigar. Pues, ¿quién de nosotras hubiera podido escuchar con los ojos
12
13
Eloísa, carta IV, trad. cit., pp. 132-133.
Eloísa, carta II, trad. cit., pp. 104-105.
5
secos aquello que redactaste [...]? ¡Oh, amor mío! ¿Con qué ánimo concebiste
estas cosas? ¿Y cómo pudiste ser capaz de decirlo?”.14
En cuanto al rol de la mujer, tema recurrente en esta correspondencia, Eloísa no es
menos ambivalente que en sus demandas a Abelardo. He leído varios trabajos en los que se
ha intentado hacer de ella una pionera del feminismo. Es cierto que no se puede negar que
fue lo suficientemente lúcida como para darse cuenta de que la rigurosa Regla de san
Benito bajo la cual vivían las monjas del Paracleto fue establecida por y para hombres, y
que, por tanto, había muchos preceptos que, o no eran fáciles de observar por las mujeres, o
directamente no les incumbían. “¿Y qué más presuntuoso –señala la abadesa– que elegir o
profesar una vida que se desconoce, o hacer votos que no se pueden cumplir?”. 15 Por ese
motivo le pide a Abelardo que redacte una nueva regla tomando en cuenta la condición
femenina. Sin embargo, Eloísa no escapa a la mentalidad de su tiempo, que ve a la mujer
necesitada del vigor masculino y hasta de su guía espiritual, por lo que hace su pedido en
los siguientes términos: “¿Quién exigirá al asno una carga digna de un elefante? ¿Quién impondrá
al niño o al anciano tanto como al adulto? [...], ¿qué se previó para el sexo débil, cuya naturaleza, se
sabe, es aún más frágil y enfermiza?”.16 De todos modos, el problema no es que no escape a la
mentalidad de su tiempo, el problema es que pretendamos exigírselo.
Por su parte, en la correspondencia que mantuvo con Pedro el Venerable encontramos
este sugestivo pasaje que sobre ella escribe el abad de Cluny:
“Yo aún no había traspasado los límites de la adolescencia [...] cuando conocí tu
nombre y tu fama, no tanto por tu piedad, sino más bien por lo virtuoso y laudable
de tus estudios. Pues en aquél entonces se oía de una mujer que, aunque todavía no
estaba libre de los vínculos seculares, dedicaba su tiempo al estudio de las letras y,
lo que era muy raro, a la sabiduría pagana. Ni los placeres del mundo, ni sus
frivolidades, ni sus delicias, podían apartarla de este sano propósito. Mientras casi
todo el mundo se halla atontado por la aborrecible apatía hacia estos estudios, [...]
tú, por el salvaje celo de tu estudio, venciste a todas las mujeres y casi superaste al
14
Eloísa, carta IV, trad. cit., p. 125.
Eloísa, carta VI, trad. cit., p. 168.
16
Eloísa, carta VI, trad. cit., pp. 168- 170.
15
6
conjunto de los hombres. Luego, [...] cambiaste tus grandes estudios por una mejor
disciplina: la lógica por el Evangelio, la física por los Apóstoles, Platón por Cristo,
la academia por el claustro. Elegiste como una verdadera filósofa”.17
No es difícil notar que la temperamental y rebelde Eloísa que le escribe a Abelardo
contrasta con esta sensata y virtuosa mujer que nos presenta el Pedro el Venerable. De allí
que Duby haya sostenido que de estas “dos Eloísas” solo la segunda es la histórica. La
primera, en cambio, sería un invento de algún editor descarado, y el epistolario con
Abelardo, un fraude. Como prueba de ello sostuvo que la cohesión del conjunto nos
permitiría leer, antes que una correspondencia redactada a lo largo de varios años, una
novela epistolar que cierra perfectamente, cuyo personaje principal es el de la “pecadora
obstinada”, lo que daría como resultado un texto edificante que concluye con la sumisión
de la mujer al hombre.18
Pero si bien esta es una hipótesis válida, creo no hay nada de extraño en el hecho de
que una mujer que ha trocado todos los placeres mundanos por dulces horas en compañía
de Cicerón u Ovidio, una “verdadera filósofa” (como la llama el abad de Cluny), sea al
mismo tiempo una “rebelde que se enfrenta al mismo Dios” (como la llama Duby).19 Si tuvo
tanta fuerza de espíritu como para rechazar la vida licenciosa que París le ofrecía a su
juventud, ¿por qué no creer que tuvo la misma fuerza para rebelarse contra todo lo que
consideraba injusto, sea ello el olvido de Abelardo o el castigo de Dios? No es difícil
imaginar que, cuando se enteró de que Pedro había consolado por escrito a un amigo y no a
ella, esa dulce y piadosa monja se haya transformado en una mujer que reclama con
vehemencia el cuidado y afecto que merecía. De hecho, luego de recibir respuestas
esquivas y algunas amonestaciones por parte de Abelardo, Eloísa calmó su ímpetu,
asemejándose bastante a la mujer que describe Pedro el Venerable, aun cuando su pedido
de una nueva regla, más que motivado por genuino interés, pueda interpretarse como la
última excusa que encontró para llamar la atención de aquel que la había olvidado. ¿Por qué
ver dos personas contradictorias y no más bien una y la misma que se comportó tal como su
corazón le fue dictando a lo largo de las diferentes etapas de su vida? Amante, esposa,
17
Pedro el Venerable, carta I a Eloísa, ed. cit., pp. 242-243.
Cf. George Duby, Mujeres del siglo XII, Chile, Andrés Bello, 1998, vol. I, pp. 73-109.
19
George Duby, op. cit., p. 78.
18
7
abadesa y filósofa, las dos Eloísas que cree ver Duby no son sino una sola mujer que
afrontó, como pudo, las alegrías y los sinsabores que convienen a cualquier existencia.
Ahora bien, hasta aquí sin dudas hemos visto a una mujer culta y perspicaz, pero
alguien podría cuestionar si eso alcanza para considerarla “filósofa” como lo acabo de
hacer, retomando las palabras de Pedro el Venerable. Es momento, entonces, de detenernos
en la segunda fuente que compone su legado: los Problemas de Eloísa (Problemata
Heloisae), un texto muy poco conocido y estudiado pero, creo yo, el más interesante.
Se trata de una carta donde, una vez más en su nombre y en el de las monjas del
Paracleto, Eloísa plantea una serie de 42 “quaestiuncula” (preguntitas) acerca de las
Escrituras y le pide a Abelardo que las responda en calidad de guía espiritual de la
congregación. En la actualidad, estas cuestiones se editan junto a las respectivas respuestas
de Pedro, por lo que el resultado es un texto bivocal, escrito “a cuatro manos”, podríamos
decir.
Por lo que sabemos, el interés exegético de la abadesa no se limita a estos 42
problemas. Ella ya le había solicitado a Abelardo que escribiera un comentario a los
primeros pasajes del Génesis, solicitud que efectivamente se tradujo en el texto hoy
conocido como Exposición sobre los seis días (Expositio in Hexameron).20 Pero vayamos a
los Problemata. Como ha notado Mews, la mayor parte de ellos hacen foco en cuestiones
relacionadas con la culpa, el sufrimiento, el amor y el pecado –temas que siempre
fascinaron a Eloísa porque, desde luego, son los que la atravesaban. 21 Y dado que sabía
perfectamente que el sentido literal no era el único posible desde el cual comprender las
enseñanzas bíblicas, sus preguntas apuntan al tropológico, es decir, al moral. 22 Sus dudas
hermenéuticas son tan sutiles que la mayor parte de las veces obligan a Abelardo a
20
“Suplicando pides y pidiendo suplicas, hermana Eloísa, antes querida en el siglo, ahora queridísima en
Cristo, que me extienda en la exposición de estas cosas, tanto más aplicado cuanto consta que son más
difíciles de comprender, y especialmente que te lo explique a ti y tus hijas espirituales. [...] Y porque, como
suele decirse, se debe empezar por el principio, tanto más me ayudan en el exordio del Génesis vuestras
oraciones cuando consta que la dificultad de los restantes [pasajes] es mayor...”, Abelardo, Expositio in
Hexameron, traducción propia a partir de la edición de Mary Foster Romig, en A Critical Edition of Peter
Abelard’s Expositio in Hexameron, Ph.D. disertación, University of Southern California, 1981, p. 5.
21
Cf. Constant Mews, Abelard and Heloise, Oxford, Oxford University Press, 2005, p. 172 y 200. Este es, sin
dudas, uno de los argumentos a favor de su autenticidad.
22
Otros dos niveles hermenéuticos son el anagógico, esto es, el profético; y el sentido alegórico, que se refiere
al significado que está oculto, simbólico. Cf. Juan Casiano, Conferencia XIV.
8
desarrollar respuestas complejas y bastante extensas. 23 En contrapartida, el detalle con el
que están redactadas algunas de las preguntas da la impresión de que Eloísa ya tenía su
opinión formada al respecto, y que, por tanto, no se trataba de problemas que no pudiera
responder por sí sola, sino de problemas cuya solución esperaba poder confrontar con la de
Abelardo.24
Entonces, si dije que para mí los Problemas de Eloísa es la fuente más interesante, es
porque nos permite confirmar ese perfil filosófico que en las Epistolas aparece y
desaparece. Porque, en definitiva, ¿qué es hacer filosofía sino el ser capaz de formular
preguntas que desnaturalicen lo obvio, el poder detectar un problema justo allí donde no
parecía haberlo? Por otra parte, ¿acaso la pregunta misma no sugiere ya una cierta toma de
posición? Eso es, precisamente, lo que vemos hacer a Eloísa en este texto.
Para que puedan darse una idea del tenor de estas preguntas, tomemos por ejemplo el
Problema 8, originado a partir de Juan 8:7 donde se cuenta que Jesús salvó a María
Magdalena de ser lapidada diciendo “quien esté libre de pecado, que arroje la primera
piedra”. Este archiconocido episodio dispara en la abadesa una duda sobre los alcances de
la justicia humana. La lleva a pensar que, dado que no existe nadie sin pecado, bien podría
entenderse que nadie en esta tierra está en condiciones emitir alguna vez un juicio sobre el
comportamiento de otra persona, lo que impediría todo tipo de sanción jurídica.
Con todo, la cuestión más interesante es la 42, con la que se cierra la obra y voy a
cerrar yo esta exposición. En ella Eloísa se limita a preguntar si alguien puede pecar
haciendo lo que el Señor ha permitido o incluso ordenado. Como no cita ningún pasaje
bíblico ni ofrece algún ejemplo concreto, así planteada, la cuestión resulta muy general. Sin
embargo, curiosamente, la respuesta de Pedro es muy específica. Nuestro acceso a Eloísa
está limitado a los textos, pero su esposo sin dudas la conocía mucho mejor, y es por eso
que entiende muy bien adónde apunta: a su corazón. Lo que ella quiere saber, en definitiva,
es cómo el sexo puede ser pecaminoso si el mandato del Génesis es “Creced y
multiplicaos”.25 Abelardo, entonces, reconoce que el asunto es muy complejo, y lanza una
seguidilla de pasajes de las Escrituras y de Agustín en los que se toca el tema, pero poco y
23
Los problemas filosóficamente más relevantes, además de los nombrados aquí, son los: 1, 2, 3, 10, 11, 12,
13, 14, 15 ,16, 18, 19,20, 24, 25,27,28, 42.
24
Cf. Mews, Abelard and Heloise, ed. cit., p. 200; Carmel Posa, “Problemata Heloissae: Heloise’s Zeal for
the Scriptures”, en Journal of Religious History 35, 3 (2001), p. 341.
25
Gn. 1:28.
9
nada dice con sus propias palabras. Esta última pregunta apaga la voz de Abelardo, pero no
su cabeza. Inmediatamente después de contestar los Problemas26 comienza a escribir la
Ética o Conócete a ti mismo, cuya tesis central es que las acciones en sí mismas son
moralmente indiferentes y que lo que ha de juzgarse es sólo la intención con la que se las
realiza. Esta misma idea, por otra parte, aparece más de una vez en las Epístolas de Eloísa,
escritas no mucho tiempo antes. Uno de los pasajes más elocuentes al respecto se encuentra
en la carta VI, donde ella explica que:
“... ninguna cosa exterior mancha al alma, sino aquellas que proceden del corazón,
[...] Pues, a no ser que el alma sea corrompida previamente por una voluntad
perversa, no podrá haber pecado en el cuerpo por aquello que venga desde el
exterior. Es por esta razón que bien se dice que tanto el adulterio como el
homicidio proceden del corazón, pues son perpetuados antes del contacto de los
cuerpos [...] No debe ser juzgado tanto lo que se hace sino la intención con que se
hace, si con ello procuramos agradar a [Dios]”. 27
Así, todo indica –y no soy yo la única en creerlo–28 que, además de los pasajes que
tomó prestados en su Teología Cristiana, además de la confección a pedido del comentario
al Génesis, Abelardo también le debe su más famoso libro a las ideas e inquietudes de
Eloísa, plasmadas tanto en sus Epístolas como en sus Problemas; dos fuentes que,
paradójicamente, hoy forman parte de las Obras completas de Pedro Abelardo.
Pensando, entonces, en la profunda huella que Eloísa dejó en la producción de
Abelardo, quizá se nos permita resignificar aquél dicho “detrás de todo gran hombre hay
una gran mujer” de modo que deje de ser una infausta alabanza al rol que las madres o
26
Al menos según la cronología establecida por Constant Mews, “On Dating the Works of Peter Abelard”, en
Archives dehistoire doctrinale et littéraire du moyen âge 52 (1985), p. 132.
27
Eloísa, carta VI, trad. cit., pp. 185-186. Otros dos pasajes particularmente interesantes son: “Y soy culpable,
muy culpable, pero tú sabes, soy inocente. Pues no es la acción, sino la intención la que confiere culpa. Ni
tampoco el hecho, sino el ánimo con que se hace, lo que considera la justicia divina”, Idem, carta II, trad. cit.,
p. 111; “Y, casualmente, de alguna manera es laudable y se acepta a los ojos de Dios el hecho de que, si se
ofrece un ejemplo con actos, cualquiera sea la intención, no se escandalice con él a la Iglesia...”, Idem, carta
IV, trad. cit., p. 134.
28
Cf. v.g. Mews, Abelard and Heloise, ed. cit., pp. 179 y 201; Mariateresa Fumagalli, Tres historias góticas.
Ideas y hombres de la Edad Media, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2006, pp. 37-54, especialmente p. 42. Por
su parte, John Marenbon, lo sugiere en The Philosophy of Peter Abelard, pp. 77-78.
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esposas cumplen en la esfera privada, y se convierta en una denuncia a la vieja y
lamentablemente aún vigente invisibilidad femenina; una denuncia contra ese resonante
silencio al que no Eloísa a secas, sino Eloísa del Paracleto, como tantas otras mujeres, ha
sido confinada.
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