Revista Española de Neuropsicología 6, 1-2: 75-84 (2004)
Copyright© 2004 de REN
ISSN: 1139-9872
Capítulo 4
Emoción como experiencia
Oscureciendo lo obvio
Mientras que nuestros esfuerzos analíticos para determinar la esencia de
la emoción mediante definiciones elaboradas son inútiles, nuestra autoinspección común y nada sofisticada no encuentra dificultad en identificarla
con las experiencias subjetivas. Estas experiencias son, de hecho, mucho
más concretas y definitivas que aquellas elicitadas por la percepción de los
eventos externos. En la consciencia de eventos externos siempre hay
ambigüedad y dudas con respecto a su naturaleza precisa o, en algunos
casos, a su propia ocurrencia: ¿He visto algo moverse allí afuera o me han
engañado mis ojos? ¿He oído mi nombre o el nombre de otra persona?
Con las experiencias emocionales hay menos ambigüedad. No sólo sé si
estoy o no experimentando emociones, sino que estoy bastante seguro de
incluso las diferencias aún sutiles de su cualidad, que explican el hecho de
que soy consciente del prácticamente inagotable número de estados distintos
de sentimientos, aunque puede que no tenga un nombre para cada uno de
ellos. De toda la variedad de experiencias, sólo aquellas sensaciones
corporales son tan concretas y ciertas como las emociones, seguramente
porque ambas son experiencias de ese segmento del mundo físico que
definitivamente es mío, mi cuerpo físico.
Por muy seguros que estemos sobre el hecho de que las emociones son
concretas y son experiencias reales, la mayoría de nuestras teorías científicas
niegan este hecho u obscurecen su perfecta simplicidad con elaboradas
definiciones que hacen preguntarnos si nuestra certeza es una forma de autoengaño. Pero teorías y definiciones aparte, no hay mundo más real y más
sólido que el mundo de nuestra experiencia consciente; no hay hechos más
reales ni más sólidos que los hechos de la experiencia. Las teorías y las
hipótesis racionales sobre esos hechos y sus causas van y vienen. Sin
embargo, los hechos en sí se mantienen, siempre exigiendo mejores
explicaciones.
No es sorprendente entonces que no haya ninguna ciencia que no
comience con unos datos de la experiencia, y cuyo último objetivo no sea la
explicación de estos datos. Y no importa si esta información sea la
percepción de un espectro de colores a través de un prisma, o la sensación de
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presión cuando estamos sumergidos en agua profunda. De hecho, las
ciencias no tienen otro comienzo que la de los datos de la experiencia. Esto
es obvio, pero es una verdad que, paradójicamente, mucha gente ha pasado
por alto. Todos afirman tener conocimiento del hecho de que las ciencias
empíricas son llamadas así porque son ciencias basadas en la experiencia.
Pero cuando esto se refiere a la ciencia empírica de la psicología, un amplio
dominio de hechos empíricos, especialmente aquellos que son propiamente
de esta ciencia, no son a veces tenidos en cuenta. Sí, admiten muchos
psicólogos, deseamos explicar las experiencias emocionales, pero ya que son
subjetivas e inaccesibles públicamente, debemos guiarnos por sus correlatos,
signos observables y conductuales y estudiarlos. Una vez que esta maniobra
táctica se lleva a cabo y el foco del énfasis ya no se pone en los hechos
subjetivos a explicar, los vínculos entre ellos y las explicaciones científicas
se vuelven altamente tenues hasta que el objetivo principal de la cuestión
prácticamente se olvida. Y, cuando la no sofisticada y común autoinspección nos recuerda el objetivo principal, o cuando el público
“inexperto” demanda explicaciones para los estados anímicos
experimentados o sentimientos transitorios, los psicólogos recurren, no sin
cierta vergüenza, a excusas del tipo “la emoción se encuentra entre los
procesos psicológicos más difíciles de definir y comprender.” O, apuntan
hacia las relaciones entre las estructuras cerebrales y las conductas
emocionales o a teorías cargadas de impenetrables verbalismos, y afirman
estar en el camino para descubrir las causas de las emociones.
Pero cuando nos paramos y contemplamos en qué, exactamente,
consisten nuestros logros científicos actuales, encontramos que no forman
segmentos interconectados de un solo camino o de caminos convergentes
hacía el descubrimiento , que sería una característica definitiva de progreso.
En cambio, encontramos que están formando un laberinto de caminos sin
dirección obvia. Siguiendo uno de ellos divisamos la actividad del tálamo,
siguiendo otro, la relación entre las hipótesis sobre los procesos cognitivos y
como responden las personas a los cuestionarios sobre sus sentimientos, aún
un tercero, sobre la agresividad de los animales y torrentes eléctricas
artificialmente inducida en sus cerebros. Reconocemos, por supuesto, y con
merecida satisfacción, la importancia de nuestros diversos logros, aunque
fragmentarios, y esperamos que tarde o temprano desenredaremos y
aclararemos los caminos trenzados y los hagamos converger hacia la lejana
meta. Pero al haber perdido la clara visión del objetivo, estamos obligados a
juzgar cuál de los caminos se encuentra más cerca de él, cuál lleva el camino
más recto hacía la meta.
El objetivo, repetimos, es ahora como siempre, comprender las
experiencias emocionales. Pero para comprender cualquier experiencia
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primero hay que comprender su objeto, comprender, es decir, de qué
experiencia es la experiencia. Para ello debemos dejar de evadir la
experiencia en sí. También hemos de deshacernos del miedo irracional de
que estudiando las experiencias volvemos a modos de conducta precientíficos. El miedo es absurdo, sin base y contraproducente. Sólo hay un
punto sólido de partida hacía la búsqueda de los antecedentes de las
experiencias emocionales como de cualquier experiencia, ya sea dentro del
dominio del entorno externo, del cuerpo o del cerebro, y esa es la naturaleza
de la experiencia en sí. Vamos a empezar desde ese punto.
Lo primero que se conoce sobre la experiencia es que siempre tiene un
contenido. No existe algo como la experiencia de nada o consciencia de la
nada, aunque a menudo hablemos metafórica y erróneamente de este modo.
O hay consciencia, en cuyo caso hay consciencia de algo, o no hay
consciencia en absoluto. No hay necesidad de entrar en este punto en una
discusión teórica que nos lleve lejos de nuestro tema principal, aunque
existen algunas discusiones que apoyan esta propuesta y junto a ella la
opinión de la autoinspección expresada en esta proposición. En cualquier
caso, podemos estar de acuerdo en que la consciencia de las experiencias
emocionales son experiencias de algo y nunca de nada, con lo cual, aunque
hubiera una posibilidad de experimentar la nada no se aplicaría a nuestra
discusión.
Una segunda característica de toda experiencia consciente es que es
verdadera en sí misma, aunque a menudo estén equivocados con respecto a
los atributos “objetivos” físicos o fisiológicos del objeto cuyo contenido
representa. Esto, lejos de ser una oscura paradoja metafísica, es un punto de
tremenda importancia práctica. Ha sido discutido a menudo y más a menudo
pasado por alto u olvidado. El olvido de este punto es responsable de la
tendencia, muy difundida , de desconfiar de las experiencias subjetivas. Con
lo cual debemos tratarlo y explicarlo una vez más.
Franz Brentano, uno de los fundadores de la psicología moderna, fue uno
de los primeros en afirmar que una experiencia consciente era siempre real y
verdadera en sí misma aunque a veces no exacta con respecto a la naturaleza
específica de su objeto.
El fenómeno internamente aprehendido
James lo cita diciendo,
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EMOCIÓN COMO EXPERIENCIA
Son verdaderos en sí mismos. Como aparecen – de
esto la evidencia con el cual son aprehendidos es una
garantía –son en realidad.
Vamos entonces a explicar el significado de esta afirmación con un
ejemplo de la vida cotidiana: Mientras me ducho tengo la convincente
impresión de que mi teléfono está sonando. Escucho de nuevo con atención a
través del ruido del agua, y tengo la misma experiencia auditiva de nuevo.
Cierro el grifo del agua y salgo de la ducha para descubrir que mi teléfono de
hecho está sonando. En este caso afirmo que la consciente experiencia
auditiva mientras estaba en la ducha fue cierta y verídica. Cierta, porque la
tuve y mientras la tuve no necesité de otra garantía de su realidad. El hecho
de que me llevó a salir de la ducha puede ser considerado como un
testimonio adicional a su realidad y como medio para que se pueda dudar
que tuviera semejante experiencia. Llamo a la experiencia verídica
sencillamente porque a parte de ser verdadera y real, también correspondió
con su referente en el mundo externo, el verdadero sonar del teléfono.
Supón ahora que tengo una similar y convincente impresión pero que en
el momento que salgo de la ducha, me doy cuenta de que mi teléfono no
podía estar sonando ya que veo que está descolgado y recuerdo haberlo
descolgado antes de meterme en la ducha. Mi experiencia en este caso no fue
verídica, pero sí real y cierta como el caso previo. No sólo pareció tan real,
sino que además me llevó a realizar la misma acción que en el otro caso.
Debe ponerse de manifiesto, en este punto, que el término “verídico”
utilizado aquí, no tiene nada que ver con la noción metafísica de veracidad o
verdad absoluta. Incluso las percepciones verídicas más comunes pueden ser
ilusiones ya que nunca se puede decir que correspondan a la verdadera
naturaleza siempre desconocida de sus objetos. La solidez e impenetrabilidad
de los cristales o metales, por ejemplo, es obviamente una ilusión dada la
opinión de la física actual con respecto a la estructura atómica de la materia,
una opinión, además, que puede cambiar mañana. Como con el amplio
vacío, escasamente poblado de átomos, que nuestro aparato visual y táctil
percibe como rocas sólidas o varillas de hierro, lo mismo ocurre con todos
los demás objetos y eventos. Nuestra percepción se queda corta en capturar
su naturaleza final. Sin embargo, entre las limitaciones constitucionales de
nuestro sistema perceptivo podemos y mantenemos la distinción entre las
experiencias verídicas y las no verídicas. La distinción se hace sobre bases
pragmáticas, es decir, sobre las bases de la utilidad. Aseguro que mi
experiencia de una pared es verídica porque no puedo ver a través de ella,
porque no la puedo traspasar y porque otros compartiendo mi constitución
están de acuerdo con mi afirmación. Además, considerar las paredes como
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objetos sólidos y no como superficies penetrables (que podrían resultar ser)
es mucho más conveniente, mucho más útil para mis actividades cotidianas.
Para cualquier propósito práctico, las paredes son sin duda sólidas. También
para todo propósito práctico, las vías del tren son paralelas y no convergen
en un punto como fiablemente me informa mal mi experiencia visual real.
Llamo a esto último una experiencia ilusoria porque cuando llego al punto
en el que vi a las vías converger las encuentro tan separadas la una de la otra
como en cualquier otro punto a lo largo de su extensión.
El hecho de que las experiencias subjetivas a veces resulten ser ilusiones
y otras veces alucinaciones es a menudo considerado una razón suficiente
para negar que las experiencias son reales, merecedora de una seria atención
y de ser explicada por una teoría científica. Las ilusiones y las alucinaciones
son candidatas legítimas, no menos que las percepciones verídicas, para ser
explicadas. De hecho, la razón por la que podemos clasificar las experiencias
como verídicas o ilusorias es porque examinamos su relación con su
referencia externa. Llamamos a la percepción verídica en aquellos casos en
los que encontramos que los atributos sentidos de la percepción están en
correspondencia con los atributos del objeto, determinado por otras
observaciones o instrumentos independientes; llamamos a la experiencia
ilusoria en los casos en los que no se encuentra ninguna correspondencia;
finalmente, llamamos a la experiencia alucinación cuando no podemos
encontrar un objeto que se relacione con la experiencia.
Este examen preliminar es sólo el comienzo de toda investigación
científica. En el caso de la experiencia emocional lo que debemos
preguntarnos primero es ¿de qué hace consciente la experiencia emocional?
y luego determinar si esta consciencia es verídica o ilusoria y
subsecuentemente identificar los factores responsables de su ser verídico o
ilusorio y describir los mecanismos que son responsables de esto. No hace
falta decir que nada de lo anteriormente mencionado podría ser llevado a
cabo con éxito, si desde el principio pasamos por alto lo que queremos
explicar, porque hemos decidido de antemano que no es real o
suficientemente verdadero o tan real como sus señales o conductas
concomitantes.
Para responder la cuestión fundamental con respecto a lo que es el objeto,
el contenido o la referencia de la experiencia emocional, ninguna otra
herramienta es apropiada o necesaria, ninguna teoría, ningún artilugio,
ningún instrumento de medición excepto la auto-inspección. Pero no importa
lo obvio que sea la necesidad del uso deliberado de la auto-inspección, no
importa que sea usada inevitablemente incluso por aquellos que niegan su
eficacia, la auto-inspección rara vez es admitida sin consideraciones. Una
vez más, el hecho obvio y simple de que la auto-inspección es el único
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método apropiado con el que acercarse a las cuestiones fundamentales es
enturbiado por pensamientos y prejuicios mal enfocados: Preferimos no
atender a un método tan fuertemente asociado con una psicología filosófica
obsoleta, un método que sólo puede darnos información privada y subjetiva,
especialmente cuando esa información ofende nuestras preconcepciones con
respecto a lo que deben ser las emociones.
Forzaremos la necesidad de emplear la auto-inspección mientras
procedemos con este estudio. Siendo optimistas, también la psicología
moderna puede que supere sus inseguridades, y reconozca el hecho de que
sus raíces provienen de la filosofía, deje de sentirse avergonzada del ancestro
que comparte con todas las demás ciencias y emplee con fidelidad y
abiertamente el método usado por sus antepasados filósofos con considerable
éxito.
El testimonio de la autoinspección
Probablemente no sea una coincidencia que en la mayoría si no en todos
los idiomas, la emoción se denomina con palabras que también denotan
movimiento o sensaciones somáticas. Seguramente sea porque intentamos
comunicar lo más exactamente posible nuestras convicciones tácitas de que
el contenido de estas experiencias es sin duda la consciencia de un
movimiento físico dentro de nuestro cuerpo. ¿Es justificada esta convicción?
¿Es nuestra consciencia verídica? La auto-inspección ciertamente nos
llevaría a creer que lo es. Pero antes de que podamos formular objetivamente
alguna conclusión, deberíamos concebirle a la autoinspección una escucha
que fuera imparcial.
La opinión sobre la auto-inspección en este punto es tan inequívoca en el
caso de prolongados estados emocionales o de humor como lo es en el caso
de los sentimientos transitorios, aunque en el primer caso no es siempre tan
fácilmente obtenida. Hay dos razones, que reflejan dos aspectos de la misma
realidad, que no permite darnos cuenta inmediatamente de que los estados de
humor consisten en la consciencia de eventos somáticos. El primero tiene
que ver con nuestros hábitos conceptuales y lingüísticos, el segundo con la
naturaleza de los sucesos somáticos en sí.
Hablamos de las emociones y las consideramos estados discretos que
surgen de un hipotético paisaje plano, afloran grupos de rocas o árboles
solitarios en las llanuras. Consecuentemente, apenas podemos evitar notarlos
contrastando drásticamente con el fondo, de acuerdo con nuestras
expectativas, y apenas podemos evitar no verlos si no contrastasen tan
drásticamente. Sin embargo, si eliminamos estas expresiones verbales, y los
conceptos e imágenes que implican, notaríamos que nuestro paisaje
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experiencial, lejos de ser un fondo plano donde las emociones están
superpuestas, sería más parecido a la superficie del mar en constante
agitación. Una atenta auto-inspección revelaría que siempre estamos
sintiendo emociones, que las experiencias emocionales no son adiciones de
fuera, sino características de una constante fluctuación de experiencias.
También revelaría que los estados de ánimo están hechos de una sucesión de
diversas sensaciones mucho menos intensas que las emociones transitorias,
con lo cual se notan menos fácilmente. En cuanto a las distintas diferencias
entre los diferentes estados de ánimo, nos daremos cuenta que son debidos a
diferentes conjuntos de sensaciones al igual que los sentimientos transitorios.
La segunda razón por la que estados anímicos son menos fácilmente
reconocidos como conjunto de sensaciones somáticas es porque los sucesos
somáticos que dan lugar a las sensaciones no son ni repentinos en la
activación ni en la disipación, ni involucran al cuerpo en la misma medida
que los eventos transitorios, especialmente los provocados por una
emergencia. De este modo, las sensaciones a las que dan lugar no aparecen
tan intensas ni tan distintas, y llevan a la impresión, que es entonces
cristalizada en palabras e imágenes, de que durante la mayor parte del tiempo
nuestra vida interna es afectivamente plana, desprovista de sensaciones
concretas.
No obstante, la existencia de un tono afectivo presente se hace obvio tan
pronto como las circunstancias inducen cambios en la cualidad afectiva del
estado de ánimo. La transición incluso de leve euforia en leve depresión,
aburrimiento o indiferencia es entonces claramente reflejada por cambios de
postura, grado y cualidad de habla y es claramente sentida como cambio en
sensaciones internas. La ligereza da lugar a la pesadez, cansancio, tirantez,
debilidad en los músculos y articulaciones. Y, al igual que con los
sentimientos transitorios, en cuanto desaparecen estas sensaciones el estado
anímico desaparece. No hay disforia sin pesadez, cansancio o debilidad y
tirantez ni tampoco puede haber un estado anímico eufórico mientras
persistan estas sensaciones.
Que la experiencia emocional es la consciencia de los cambios somáticos
es mucho más evidente en el caso de las emociones transitorias, aquellas
precipitadas por respuestas automáticas a situaciones externas de emergencia
y aquellas precipitadas por el estímulo cuidadosamente evaluado, o por los
recuerdos y pensamientos privados. Estas emociones cortas en el tiempo
producen notables cambios en los procesos fisiológicos que contrastan
drásticamente con el patrón de la actividad fisiológica que le precedió y que
explican nuestro estado anímico actual. Es este mismo contraste el que capta
nuestra atención y crea la impresión de que los estados emocionales son
añadidos a un emocionalmente descolorido fondo experiencial.
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¿Cuales son entonces los atributos de las experiencias emocionales o las
circunstancias que las rodean que nos inducen a creer que consisten en ser
consciente de los sucesos somáticos? Primero, recordando la afirmación de
Brentano, las experiencias hablan por sí mismas en este punto. Si Brentano
tiene razón, lo único que tenemos que hacer es escuchar sus mensajes que es
otra forma de decir inspeccionémonos atentamente. El principal mensaje es
que las experiencias emocionales reflejan fielmente los atributos de sus
objetos, el conjunto de eventos somáticos, y no los atributos del estimulo
precipitante. Como ya hemos mencionado, la experiencia emocional no
comienza en cuanto es percibido un estímulo externo representando miedo.
No refleja en otras palabras el comienzo de la percepción externa del coche a
gran velocidad, en nuestro ejemplo del incidente de tráfico. Ni tampoco
comienza tan pronto como la respuesta de emergencia de los músculos
esqueléticos comienza a extenderse. Sino más bien notamos que el comienzo
coincide con el comienzo de las sensaciones viscerales y la duración es la
duración de esta agitación visceral somática. Es cierto que aún podemos
sentir las manos húmedas, pegajosas y frías y taquicardia cuando ya no
experimentamos miedo. Aunque esto no quiere decir que la duración de
nuestro miedo no era co-extensiva con la duración de la agitación visceral
somática. Sólo significa que las propiedades inerciales de toda reacción
fisiológica no son iguales y que algunas persisten mientras que otras vuelven
a su estado y nivel de funcionamiento normal. La duración al igual que el
comienzo de la experiencia de miedo fue co-extensiva con la duración del
patrón de cambios somáticos que constituyó su objeto.
A fin de que no se nos acuse de llevar a cabo un razonamiento circular,
donde primero asumimos miedo como consciencia de un patrón fisiológico y
luego mostramos la experiencia como co-temporal con ese patrón, debemos
señalar que no estamos suponiendo nada ni argumentando nada.
Sencillamente estamos mencionando la coincidencia de dos hechos. Es
verdad que confiando en la auto-inspección no podríamos distinguir estos
dos hechos. Forman una única e indivisible experiencia, principalmente,
consciencia de los sucesos somáticos. Pero también es verdad que podemos
separar la consciencia de los eventos somáticos de los eventos en sí mismos
mediante la grabación de estos eventos por medios mecánicos junto con
nuestros propios signos marcando el comienzo y la terminación de nuestra
consciencia de estos eventos, o, si se prefiere, nuestro miedo. Semejante
experimento, que probaría la veracidad de nuestra experiencia, es factible,
pero requiere un conocimiento independiente del patrón general de eventos
somáticos que es típico de la experiencia de miedo. El hecho de actualmente
no está disponible ningún conocimiento preciso no desvirtúa la verdad
fundamental de la experiencia de miedo siendo co-temporal con un conjunto
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de eventos fisiológicos, ni tampoco sugiere que la experiencia no fue
verídica. Sólo apunta a un vacío obvio en nuestro conocimiento empírico.
Sin embargo, hemos de ser menos demandantes y fiarnos de la observación
de las señales visibles de estos cambios somáticos incluyendo signos
esqueléticos como expresiones faciales, y estaríamos con muchas más
posibilidades dando testimonio de la veracidad de la experiencia. De hecho,
es lo que hacemos en nuestra vida diaria: Observando a otros, hemos llegado
a saber que una ola de furia coincide muy de cerca con el cambio del color
de la piel y la congestión facial y suponemos que la ira disminuye cuando
estos signos disminuyen.
Similarmente, la impresión de que la intensidad de las experiencias
emocionales particulares se relaciona con la intensidad de los cambios
fisiológicos también apoya la veracidad de las experiencias. No vamos a
entrar ahora en una discusión detallada sobre la naturaleza de la intensidad
de las experiencias, si puede ser cuantificada y a que aspectos de los cambios
fisiológicos corresponde de forma precisa. No obstante, creemos y asumimos
que otros sienten la alegría y la angustia o el miedo de forma más intensa
mientras mayor sea la activación somática, mayor será el número de
músculos contrayéndose, más visible serán los temblores, más cogestionada
esté la cara, más fuertes sean los latidos del corazón, más grandes estén las
pupilas de los ojos. Por el contrario, no podemos afirmar que la intensidad de
nuestros sentimientos sigue a la intensidad o la claridad o la duración del
pensamiento o la percepción del objeto que induce la emoción, que es
también el objeto-emocionalmente-sentido. De hecho, cuando nuestro
sentimiento está en la cumbre, la consciencia del objeto-emocionalmentesentido se disipa y en su lugar aparece una aguda y clara consciencia del
propio objeto del sentimiento, el cuerpo en sí en agonía o exultación.
Igualmente apoyando la veracidad de las experiencias afectivas se
encuentra otro fenómeno que describimos anteriormente. Es posible,
dijimos, experimentar la emoción sin ser conscientes de un objetoemocionalmente-sentido. Uno puede estar intensamente consciente de ideas
y pensamientos que se esperan sean elicitadoras de las emociones sin
experimentar éstas, pero uno nunca puede experimentar la emoción a menos
que, y hasta que los procesos corporales hayan cambiado. Esta información
de auto-inspección, una vez más, aparte de ser verdadera y genuina en sí
misma, defiende con firmeza que las experiencias emocionales son verídicas.
Todos los casos apuntan a la misma conclusión donde experimentamos
una transición de un estado emocional a otro diferente. ¿Qué es lo que marca
la transición de miedo al sentimiento placentero de tranquilidad y seguridad
una vez que notas que el ruido que oíste no es el de un motor del avión
funcionando mal, sino del tren de aterrizaje que se está preparando para un
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EMOCIÓN COMO EXPERIENCIA
aterrizaje seguro? ¿Es una nueva idea, el reconocimiento de la naturaleza del
ruido? Más bien no. Aún puedes ser consciente de las ideas anteriores. De
hecho puede que te regañes a ti mismo por ser tan “susceptible” de creer que
un motor del avión se había estropeado. Pero eso no afecta tu sentimiento de
seguridad. No es entonces el cambio de ideas lo que explica el cambio en tu
sentimiento. El cambio se debe al hecho de que la sensación de
“hundimiento” en la boca de tu estomago ya no se encuentra allí. Ahora
puedes atribuir, si lo deseas, la desaparición de esta sensación a la idea de
que “es falso que el motor se rompió, es verdad que el ruido es del tren de
aterrizaje.” De hecho, estarías en lo cierto identificando este cambio de ideas
como el que ocasiona la desaparición de la sensación de “hundimiento” en la
boca del estómago. Pero el hecho permanece, tu miedo desapareció porque
tus ideas terminaron con la desaparición de las sensaciones somáticas que
constituían tu miedo, y la aparición, en su lugar, de otras sensaciones.
Finalmente, la veracidad de las emociones como la consciencia de
sucesos somáticos se encuentra virtualmente fuera de disputa en las
situaciones donde el cuerpo está entumecido e irresponsivo debido a fatiga
extrema o por el consumo de drogas, o alcohol. Sabemos claramente
entonces que el estímulo externo, ideas, pensamientos y recuerdos han
perdido su poder de hacernos reaccionar emocionalmente como lo harían en
otra circunstancia porque el cuerpo se ha vuelto irresponsivo. ¿No es esta
una de las razones por las que entumecemos nuestro cuerpo a través del
consumo de drogas?
La variedad de evidencias que corroboran que la emoción es consciencia
veraz de eventos somáticos es virtualmente inagotable. Sin embargo, como
hemos admitido en avance, ninguna excluye la posibilidad, por muy remota
que sea, de las experiencias que pueden resultar tan verdaderas, sean no
obstante ilusiones o alucinaciones. Es posible, por ejemplo, que el objeto
actual de la experiencia emocional no sea el conjunto de sensaciones
somáticas sino un conjunto de comandos neuronales creados dentro del
cerebro que imitan los mensajes aferentes que hubiesen constituido la actual
sensación somática. Pero de esto hablaremos de nuevo en los siguientes
capítulos.
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