Hacia una apuesta
etnográfica para la
glotopolítica
Virginia Zavala
Recebido em: 30 de janeiro de 2020
Aceito em: 6 de março de 2020
Virginia Zavala es Ph.D en Sociolingüística por la Universidad de
Georgetown en Estados Unidos y
profesora principal de la Pontificia
Universidad Católica del Perú en
la especialidad de Lingüística. Sus
investigaciones abordan la problemática del lenguaje y la educación,
con un foco en el quechua, y desde
una perspectiva etnográfica, interdisciplinaria y de análisis del discurso.
Pontificia Universidad Católica del
Perú
Contato:
[email protected]
Peru
Caracol, São Paulo, N. 20, jul./dez. 2020
Dossiê
PALABRAS CLAVE:
glotopolítica; etnografía;
análisis textual, perspectiva
crítica
Resumen: Este artículo argumenta que la perspectiva histórica y crítica
adoptada por la glotopolítica podría enriquecerse con el enfoque
etnográfico. A partir del involucramiento sostenido del investigador a
lo largo de un tiempo prolongado en un lugar (o lugares) específicos
y la combinación –y contraste– de varias fuentes de información y
observación, la etnografía permite situar los textos en su contexto de
producción y comprender mejor qué es lo que estos “hacen” a nivel
de las prácticas sociales. Desde una conceptualización de la etnografía
como método, metodología y teorización profunda, se ejemplificará
lo anterior a partir de una disputa por la representación del quechua
entre dos tipos de comunidades de práctica involucradas en el
desarrollo de políticas lingüísticas en el Perú. Se sostendrá que la
“mirada interna” que consigue la etnografía permite explicar mejor los
procesos implicados en la construcción de ideologías lingüísticas.
KEYWORDS: glotopolitics;
ethnography; textual analysis;
critical perspective
Abstract: This article argues that the historical and critical perspective
adopted by glotopolitics would be enriched by the ethnographic
approach. Based on the sustained involvement of the researcher
over a long period of time in a specific place (or places) and the
combination– and contrast – of various sources of information and
observation, ethnography makes it possible to situate texts in their
contexts of production and to better understand what they “do” at
the level of social practices. From a conceptualization of ethnography
as a method, methodology and deep theorizing, the above will
be exemplified with a dispute over the representation of Quechua
between two types of communities of practice involved in the
development of language policies in Peru. It will be argued that the
“internal perspective” achieved by ethnography allows for a better
explanation of the processes involved in the construction of language
ideologies.
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Hacia una apuesta etnográfica para la glotopolítica
Virginia Zavala
1.
INTRODUCCIÓN
Desde hace varias décadas, el estudio social del lenguaje se ha ido distanciando de una perspectiva más descriptiva y positivista para abordarlo desde
la noción de práctica social y siempre en vínculo con el ejercicio del poder. La
diferencia entre la sociolingüística crítica del norte global y la antropología
lingüística norteamericana es cada vez más difícil de establecer, pues ambas
corrientes muestran un gran número de puntos de convergencia en el estudio
del lenguaje desde una mirada sociocultural (Bucholtz y Hall, 2008; Heller,
Pietikainen y Pujolar; 2018). En el contexto hispano, la glotopolítica como
perspectiva de estudio se suma a las anteriores corrientes para comprender la
imbricación entre el lenguaje y la política, no solo en el marco de decisiones
institucionales, sino también de los entornos sociales “en los que se tematiza
el lenguaje en la construcción y negociación de un orden social donde está
en juego la distribución del poder” (Del Valle, 2017, 22-23). Esta perspectiva glotopolítica se ha interesado por enriquecer el campo más clásico de
las políticas lingüísticas desarrollado en los países del norte, a partir de un
enfoque interdisciplinario, crítico e historiográfico. Como señala Del Valle
(2017), la perspectiva histórica es la que permite ver la relación dinámica e
inseparable entre el lenguaje y sus condiciones de producción.
En este trabajo, me gustaría argumentar que la perspectiva histórica
adoptada por la mirada glotopolítica necesita de la etnográfica para situar
los textos en su contexto de producción y para comprender mejor qué es
lo que los textos “hacen” a nivel de las prácticas sociales. Sobre la base
de una serie de trabajos etnográficos que he desarrollado a lo largo de mi
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carrera, analizaré las ideologías lingüísticas sobre el quechua por parte de
dos comunidades de práctica (Lave y Wenger, 1991) involucradas en el
desarrollo de políticas lingüísticas en el Perú, aunque me centraré más en
una de ellas. Específicamente, discutiré cómo los “expertos” del quechua
desde diferentes espacios institucionales construyen una versión del quechua
y de lo quechua, y jóvenes activistas emergentes disputan esta manera de
construir la realidad. Para poder entender bien las razones que subyacen
a estos desacuerdos, no solo analizaré diferentes tipos de textos a partir de
un esfuerzo contextualizador, sino que también echaré mano de entrevistas
y conversaciones con los actores sociales que los produjeron, y de observaciones de las prácticas en las que éstos se utilizaron. La presentación de la
información etnográfica no pretende ser exhaustiva, pues estará al servicio
de la discusión teórica y metodológica.
2.
LENGUAJE, PRÁCTICA SOCIAL Y PERSPECTIVA ETNOGRÁFICA
Los estudios críticos del lenguaje, en los que se incluye la mirada glotopolítica, lo abordan como una práctica social que siempre tiene consecuencias
en la conformación de la sociedad. Las prácticas del lenguaje equivalen
a conjuntos de actividades que son centrales a la organización de la vida
social, están ideológicamente definidas, y reflejan (y construyen) diferentes
sentidos de vida social en el marco de relaciones de poder. Como lo recuerda
Bourdieu (1997), las prácticas son acciones con una historia, que se encargan
de articular el mundo material con el simbólico. Dicho de otra manera:
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la vida social está impregnada de prácticas de diferente tipo (educativas,
religiosas, bancarias, recreativas, etc.) y las prácticas lingüísticas siempre
forman parte de otras.
Sabemos que los textos son las instancias en las que se materializa el objeto
de estudio de la glotopolítica (Del Valle, 2017). Sin embargo, como los textos
siempre se desarrollan como parte de las prácticas sociales, el reto consiste
en no perdernos en el análisis textual, sino en situarlo siempre en acciones
particulares. Después de todo, los textos siempre se deben analizar como
“discursos”, en tanto huellas de un proceso de producción que involucra
a grupos sociales particulares en condiciones históricas concretas (Arnoux
y Nothstein, 2013). A diferencia de una serie de corrientes de análisis del
discurso, la perspectiva glotopolítica no prioriza el análisis de las estructuras
discursivas sino, más bien, la comprensión de los procesos históricos, esto con
el objetivo de identificar las condiciones materiales que posibilitan o dificultan la producción de los discursos estudiados. En ese sentido, la glotopolítica
estudia la materialidad del discurso en función de otros fenómenos que se
buscan explicar, como el nacionalismo, el neocolonialismo o los procesos
de integración regional, siempre en diálogo con disciplinas como la historia,
los estudios culturales o la sociología de la literatura. No obstante, para
tal fin, no solo resulta útil el análisis histórico, sino también la perspectiva
etnográfica. El proyecto etnográfico consiste en describir e interpretar las
prácticas que organizan la experiencia cotidiana de la gente desde las voces
de los actores sociales involucrados. Como tal, nos desafía a que nuestra
unidad de análisis ya no sean los textos sino las prácticas (donde emergen
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los textos) y nos ayuda precisamente a cerrar la brecha entre el análisis del
texto y el análisis del contexto (Scollon y Scollon, 2004, Pennycook, 2010).
A contraposición de lo que a veces se suele creer, la etnografía no constituye solo un método específico, que implicaría, por ejemplo, hacer entrevistas
a profundidad. Si bien la etnografía se asocia con métodos particulares, es
importante situarla también como una metodología y como una teorización profunda de las acciones humanas (Lillis, 2008). Más allá de métodos
puntuales, la etnografía como metodología supone el involucramiento
sostenido del investigador a lo largo de un tiempo prolongado en un lugar
(o lugares) específicos y la combinación (y contraste) de varias fuentes de
información y observación. Esto último implica el uso de por lo menos dos
métodos básicos: la observación (participante y no participante) de prácticas
y la conversación informal con las personas. El objetivo del involucramiento
prolongado y la combinación de diversos métodos es llegar a comprender
los significados situados, complejos y dinámicos de las prácticas de los participantes desde una mirada émica o, en otras palabras, desde una mirada
“interna” a los sujetos que participan en la investigación. Esto, a su vez, nos
lleva a concebir la etnografía como una teorización profunda que ayuda
a comprender la brecha ontológica entre texto y contexto. Desde esta conceptualización más amplia, la etnografía nos permite relacionar el análisis
textual comprendido éticamente desde la mirada del investigador con las
comprensiones informadas émicamente por los participantes del estudio en
un contexto histórico particular. Así, una etnografía propone un argumento
sobre un problema social en torno a cómo lo ven sus propios actores.
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La glotopolítica ha echado mano de la categoría teórica de las ideologías linguísticas “como elementos fundamentales en la identificación y
análisis de los regímenes de la normatividad en las cuales necesariamente
se interpretan las prácticas lingüísticas” (Arnoux y Del Valle 2010, 10). No
obstante, si bien las ideologías lingüísticas pueden expresarse en diferentes
tipos de textos, también es importante rastrear los procesos a partir de los
cuales se solidifican. El enfoque etnográfico nos permite acercarnos –con
un mayor poder explicativo– a estos procesos indexicales por medio de
los cuales las formas lingüísticas van articulándose con tipos de personas,
situaciones y contextos en el marco de valoraciones específicas (Irvine y Gal,
2000, Blommaert, 2006).
En suma, entonces, la mirada etnográfica nos da pistas para entender qué
tipo de acciones desarrollan las personas con los textos, tanto en términos
inmediatos como más ideológicos. Para tal fin, no solo es importante realizar
un análisis contrastivo a nivel de los textos, sino entre los textos, las observaciones de las acciones donde se inscriben estos textos y las conversaciones
con los actores sociales involucrados en la producción, distribución y consumo de los mismos. Esta triangulación, entre materiales pero también entre
tipos de datos recogidos, me han ayudado a entender mejor las diferentes
formas en las que emergen las representaciones del quechua y lo quechua a
través de variados tipos de procesos; cómo estas representaciones están vinculadas a intereses o ideologías sociales, culturales, políticos o económicos
particulares; qué tensiones existentes en la sociedad revelan; y cuáles son las
consecuencias sobre cómo son posicionados diferentes tipos de hablantes.
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3.
LA DISPUTA POR EL QUECHUA
3.1. Los expertos del quechua en la construcción de diferencia y desigualdad
Durante un periodo de trabajo etnográfico prolongado en varios espacios empecé a darme cuenta de que, dentro de la población de hablantes
de quechua, se estaba erigiendo una comunidad de práctica de “expertos”
del quechua quienes se estaban construyendo como hablantes autorizados
y legítimos de la lengua para diferenciarse del resto. A través de un proceso
de recursividad fractal (Irvine y Gal, 2000), que replicaba las relaciones
de poder entre el castellano y las lenguas originarias, desarrollaban una
distinción entre “los que saben quechua” y “los que no saben quechua” a
partir de ideologías lingüísticas particulares. Este fenómeno muestra que
la diferencia puede equivaler a desigualdad, no solo entre lo que llamamos
“lenguas”, sino también al interior de ellas (Blommaert, 2004), y que todo
análisis de política lingüística debe tomar en cuenta estas dinámicas.
Daré un poco de contexto. Este grupo de quechuahablantes a los que
estoy llamando “expertos” fueron socializados en la lengua originaria en
comunidades rurales durante su primera infancia y, luego de pasar por la
educación básica y estudiar para ser maestros de escuela, en la mayoría de
los casos, ante la necesidad de implementar la educación intercultural bilingüe en el país durante las décadas de 1980 y 1990, fueron capacitados por
lingüistas en diferentes tipos de programas. La formación de estos maestros
se realizó desde una lingüística descriptiva poco crítica que tenía una visión
de la lengua como un código delimitado y objetivado. Actualmente, estos
“expertos” viven en ciudades, hablan principalmente español y trabajan como
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especialistas de Educación Intercultural Bilingüe en oficinas del Ministerio
de Educación, enseñan quechua en universidades o laboran en ONGs que se
ocupan de cuestiones educativas. Esta demanda creciente por el quechua se
sitúa en un contexto en el que el discurso sobre los derechos lingüísticos sigue
siendo fuerte, pero el quechua está surgiendo como un recurso económico
que provee acceso a empleos y capital material (Del Percio et al., 2017). Por
lo tanto, ahora tienen poder económico y simbólico, y representan una clase
media quechua urbana educada.
Quisiera puntualizar que este fenómeno resulta nuevo con relación a
lo que sucedía en la década de 1970 en el Perú. En esa década se oficializó
el quechua y se empezó a implementar la educación intercultural bilingüe
desde el Estado en el marco de una reforma educativa y de movimientos
sociales que lucharon por una reforma agraria y por el empoderamiento
económico de los campesinos. No obstante, ambas medidas fueron impulsadas básicamente por intelectuales y lingüistas de la capital. Al decir de
Hornberger (1995), en aquel contexto de políticas de arriba hacia abajo, la
población quechua hablante fue el grupo de interés invisible.
Volviendo sobre lo anterior, es importante señalar que los maestros de
aula están influenciados por las ideologías de los expertos en quechua y que
muchos de estos expertos también han sido maestros antes de adquirir mayor
autoridad sobre los asuntos relacionados con la lengua. Los maestros pueden
eventualmente convertirse en expertos cuando obtienen títulos, dominan el
registro de los expertos y aprenden a ser como ellos. Dado que la experticia
es algo que la gente hace en lugar de algo que la gente tiene, esta se alcanza
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a través de prácticas lingüísticas en el marco de las prácticas sociales (Carr,
2010). Es precisamente la perspectiva etnográfica la que tiene el potencial
de capturar estos matices sobre los procesos implicados en la configuración
de las prácticas sociales.
Desde un posicionamiento que les otorga mayores recursos económicos y
simbólicos, este sector de hablantes de quechua empezó a construir una distinción entre ellos y los otros, a partir de una serie de ideologías lingüísticas.
Así, por un lado, alimentan la idea de que el verdadero hablante de quechua
es aquel que domina un quechua estandarizado que no está influido por el
español, que sabe escribir con el alfabeto estándar y que tiene una consciencia
gramatical explícita. Por otro lado, también refuerzan una ideología de la
autenticidad, para la cual hablar quechua encarna una identidad “quechua”
ligada a una cultura ancestral (ver más en Zavala, 2019). Para el propósito
de este artículo, y por falta de espacio, me concentraré en el primer aspecto.
Lo que pasaré a analizar se enmarca en el fenómeno de la normatividad o
de los regímenes de normatividad como lugar principal del carácter político
del lenguaje. Mostraré cómo una entidad con autoridad o un sujeto de escucha
(Flores y Rosa, 2015) impone una norma construida para legitimarse frente a
otros y ejercer poder. En este caso, sin embargo, esta entidad (o este sujeto de
escucha) está representada por una comunidad de hablantes de quechua que
han sido cooptados por el Estado y el discurso oficial en los procesos de política
lingüística. En alineación con los pilares teóricos de la glotopolítica, este caso
que presento muestra cómo las representaciones en torno al quechua se negocian
y disputan en los límites entre políticas institucionales y prácticas cotidianas.
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Estas controversias en torno a prácticas normativas entre los propios
miembros de comunidades minorizadas han sido estudiadas discursivamente, históricamente pero también etnográficamente en diversos contextos
latinoamericanos (ver King, 2001 y Wroblewski, 2012 en relación a los
kichwas en Ecuador; Guerrettaz, 2020, en relación a los mayas en México;
y Lagos, Espinoza & Rojas, 2013, en relación a los mapuches en Chile) y
en otras latitudes (ver Urla, 2015 para el caso del vasco; Jaffe, 1999 para el
del corso; y O’Rourke y Ramallo, 2013, para el del gallego, entre otros). En
todos los casos, la etnografía ha servido, no solo para desarrollar un análisis
más orientado a los actores, sino también para dar cuenta de la forma en
que el significado se va construyendo siempre de forma situada, en el marco
de acciones y como parte de procesos.
3.2. La opción etnográfica y lo que nos permite entender
Desde una etnografía multisituada (Marcus, 1998), desarrollada en algunas regiones del sur andino y también en Lima, me topé con una multiplicidad de textos que me fueron revelando lo expuesto anteriormente. Esto
no significa, sin embargo, que siempre las etnografías empiecen con análisis
textuales pues, a veces, se puede llegar a los textos luego de observar alguna
práctica o de conversar con alguien sobre algún tema.
En relación a los textos, revisé manuales escolares para la enseñanza
del quechua, tanto a nivel de la educación básica como de cursos regulares
para adultos, y pude constatar que se colocaba mucho énfasis en la escritura
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estandarizada pero también en la gramática y el conocimiento metalingüístico. Uno de los manuales para adultos (que no necesariamente se estaban formando como profesores) en la región de Apurímac, elaborado por
expertos de quechua que trabajaban en una ONG de la región, señalaba las
siguientes consignas (entre muchas otras): “Extrae palabras largas del cuento
que leíste y separa la raíz y los sufijos”, “Identifica la frase nominal en las
siguientes oraciones”, “Leemos y completamos en los puntos suspensivos la
vocal o semivocal según corresponde” (Zavala, et al., 2014). Si bien desde
mi formación de lingüista esto no me resultaba muy extraño, el contacto
con otros textos me ayudó a tomar distancia y buscar explicaciones para este
hecho que, a primera vista, podía resultar un poco obvio y banal.
Más allá de estos textos educativos, en esta misma región, encontré copias
de periódicos locales donde un grupo de expertos había publicado breves
notas sobre el quechua algunos años antes, lo que sí me pareció un poco más
“extraño” debido al contexto donde aparecían. A pesar de que los títulos de
estas notas incluían frases como: “Aprendamos a leer y escribir en quechua”
o “¿Te gustaría aprender quechua?”, el contenido de las notas siempre era
metalingüístico. Se incluyó el título “fonemas del quechua” con el listado
de fonemas oclusivos, fricativos, nasales, laterales, vibrantes y semiconsonantes; o la clasificación “los sufijos flexivos de caso” con sus diferentes tipos
(nominativo, genitivo y acusativo). Estas notas aparecían como parte de
noticias locales sobre crímenes o anuncios publicitarios de ropa masculina.
Cuatro años después, ya en Lima, tuve la oportunidad de estudiar el
proceso de evaluación del dominio de la lengua originaria por parte de los
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docentes como requisito para enseñar en las escuelas de Educación Intercultural Bilingüe y obtener una bonificación económica. Estas evaluaciones,
construidas por expertos quechuas que trabajaban en el Ministerio de Educación (y algunos de los cuales procedían de la región de Apurímac), solo
permitían el uso de ciertas características léxicas, estructurales y discursivas
vinculadas a la lengua indígena estandarizada y definida políticamente,
y terminaban borrando (Irvine y Gal, 2000) las prácticas lingüísticas de
muchos hablantes bilingües, especialmente de los jóvenes. Por ejemplo, en
las rúbricas de la evaluación, se pedía a los profesores que produjeran un
quechua normalizado evitando el uso de “léxico innecesario” del español,
órdenes sintácticos que pudieran tener una “influencia del español”, formas
léxicas que no son de su “propia” lengua y patrones de entonación que no
se consideran “auténticos”. Esta manera de evaluar a los docentes estaba
bastante naturalizada entre los evaluadores expertos de esa lengua, para
quienes el quechua estandarizado era equivalente al “quechua” a secas. El
contraste entre estas rúbricas y los otros textos recogidos me ayudaron a ir
tomando distancia sobre la práctica social implicada.
Todos estos ejemplos (las consignas en manuales escolares, las notas en
periódicos y las rúbricas de las pruebas para evaluar el dominio del quechua),
entre otros más, fueron revelando que estos textos se inscriben en prácticas
sociales a partir de las cuales se legitima solo un tipo de hablante o aprendiz
de quechua: aquel que sabe escribirlo con el alfabeto estandarizado, conoce
la gramática de forma explícita y lo habla desde un registro estándar que
separa los recursos asociados al quechua y al español de forma estricta.
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Ahora bien, esta información de tipo textual pudo ser complementada con
observaciones de algunos procesos donde se utilizaban los textos y con
conversaciones con algunos sujetos involucrados. Así, fui dándome cuenta
de los procesos de producción textual pero, también, de la forma en que los
textos eran interpretados por aquellos que los consumían, todo lo cual me
ayudó a ir explicando mejor el fenómeno.
Estas observaciones y conversaciones (o entrevistas) se complementaron
entre sí y, a su vez, complementaron el análisis textual. Las observaciones
de índole participante y no participante se enriquecen mutuamente cuando
una se apoya en la otra, pues se observa para participar y se participa
para observar (Guber, 2001, Brice Heath & Street, 2008). Sin embargo,
si bien se observa mejor cuando se participa, una participación muy intensa
siempre implica el riesgo de que el investigador pierda distancia y olvide su
papel para entender la conducta de la gente. A partir de las observaciones
de aula de los cursos para adultos (donde participé muchas veces como
alumna) pude darme cuenta de la forma en que los expertos del quechua
enfatizaban el alfabeto estándar y los términos gramaticales para construir
una distinción con sus estudiantes, muchos de los cuales conocían ya la
lengua y eran bilingües con diferentes trayectorias. Participar en los cursos
como alumna (y poder interactuar con otros alumnos) me permitió situarme
en ese rol, medir un punto de vista “más interno” y percibir algunos matices
que podían perderse de vista desde una mirada más distante. Además, en
el caso específico de materiales educativos, es fundamental observar cómo
estos se usan en el aula, pues los maestros pueden no hacer uso de ellos o
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utilizarlos de diversas maneras. También pude participar en otros tipos de
eventos, donde asumí diversos roles.
El contraste entre las observaciones y lo que emerge en las entrevistas es
importante, pues muchas veces las personas no terminan haciendo lo que
dicen que hacen a la hora de ser entrevistadas. Así, por ejemplo, cuando les
pregunté a los expertos sobre su propuesta pedagógica para enseñar quechua,
varios solían mencionar el enfoque comunicativo con bastante solvencia,
mostrando una contradicción con su enseñanza (ver casos similares en Jaffe,
2015, sobre el corso; Avineri, 2014, sobre el Yiddish; y Guerrettaz, 2020,
sobre el maya). Esto muestra que las “generalizaciones de los miembros”
(Scollon & Scollon, 1994) que emergen en las entrevistas son parciales, pues
las personas no suelen ser conscientes de algunos aspectos significativos de
sus propias prácticas sociales. Así entonces, resulta fundamental que lo que
las personas dicen se complemente con observaciones de lo que hacen en
diferentes actividades y se anote aquello que está fuera de la conciencia del
participante.
Asimismo, las observaciones del proceso de evaluación del dominio
de la lengua originaria también me ayudaron a notar cómo, durante las
calificaciones de las pruebas, los evaluadores estaban enfocados en ser muy
estrictos con el puntaje que otorgaban a los maestros evaluados y solían
bajarles puntos, lo cual pudo ratificar el análisis textual. En cuanto a los
periódicos con notas en quechua, no pude conversar con los actores sociales
involucrados, pues ya me encontraba en otro lugar cuando tuve acceso a
ellos. Esta conversación hubiera sido muy útil para rastrear el proceso de
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producción y entender el marco más amplio de las prácticas en las que se
publicaron estas notas. Me limité entonces a establecer conexiones entre
este material y los otros que pude recolectar.
Otro tipo de observaciones no solo me permitieron ir reconstruyendo
las prácticas, sino también ir percibiendo el sentir de los actores sociales y
la forma en que estos consumían las ideologías dominantes. En una oportunidad, por ejemplo, pude presenciar una reunión en la municipalidad de
la ciudad de Andahuaylas en Apurímac, liderada por expertos del quechua,
donde diversos tipos de actores estaban discutiendo el futuro de la lengua
en la región. Cuando la reunión terminó, la gente comenzó a dispersarse
y pude escuchar el comentario que emitió una funcionaria municipal ante
algunos expertos:
Yo veo que en el alfabeto quechua o en la escritura se viene forzando
muchos términos, porque el quechua a mi modo de ver no se debe hacer
tan difícil; si es un instrumento de comunicación, debemos comunicarnos
con naturalidad, con espontaneidad, no importa si mezclamos el quechua y
el castellano, pero de a pocas iremos avanzando. Pero, sin embargo, a veces,
somos criticados, si utilizamos mal el quechua o mal algunos términos (…)
cuando uno quiere estudiar o quieres practicar la escritura, se te hace tan
difícil porque los estudios pues lo han forzado, me parece sí, por eso decía,
discúlpenme si me equivoco, están forzando y están haciendo más difícil
de lo que se piensa el quechua.
Si bien la funcionaria no lo hace explícito, en este extracto, que emergió fuera
de una entrevista formal y como parte de un evento observado, revela que es
consciente de que un grupo que estaría “forzando” la propuesta del desarrollo
de la lengua en la región y de que los otros, como ella, se sienten “criticados”
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y finalmente excluidos. Se podría añadir mucho más sobre este extracto, pero
un análisis textual más extenso sobrepasa el objetivo de este trabajo.
En contraste con las observaciones, las conversaciones informales y entrevistas en profundidad con diversos actores sirven para entender el sentido que
las prácticas sociales tienen para ellos. Esta reflexión de los actores sobre sus
propias prácticas sociales es fundamental y solo se consigue entrevistando.
En el caso del fenómeno analizado, no solo me interesaban las reflexiones
de los propios expertos, sino sobre todo las de aquellos que consumían esta
representación construida por los primeros. Si bien muchos expertos no
eran totalmente conscientes de la forma en que enseñaban o evaluaban el
dominio de la lengua originaria por parte de los maestros (y por eso era
necesario mirar los textos y las prácticas), las entrevistas a los que consumían las ideologías lingüísticas de los expertos fueron clave para entender
la recepción de este discurso.
Ahora bien, las conversaciones con las personas no solo deben enmarcarse en entrevistas formales grabadas y agendadas con anticipación, pues
muchas veces los mejores datos emergen en los márgenes de lo que se
intenta grabar de modo más sistemático (Bucholtz y Hall 2008). Tal es
el caso de otra conversación que tuve con un profesor de quechua de una
universidad en Andahuaylas (Apurímac) cuando fui a observar su clase.
Si bien mi meta era esa, la conversación que emergió de modo informal
minutos antes de que el profesor empezara su práctica y la anécdota que
me contó me revelaron la forma en que el discurso de los expertos estaba
“incapacitando” a muchas personas vinculadas con el quechua. Al decir
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de Blommaert y Jie (2010), “Las anécdotas son los diamantes en bruto en
las entrevistas de campo”.
Profesor: Llevé quechua en la universidad cuando estudiaba derecho
y obtuve una nota de 13 promedio, “pucha”, dije,
“no, no, no puede ser, ¿cómo? hablo quechua
yo puedo hablar el quechua mejor que el castellano y ¿cómo 13?”
y el profesor, pues, manejaba todo,
ahí me di cuenta que no sabía quechua.
Virginia: ¿Cómo no iba a saber si era de lengua materna quechua?
Profesor: Hablaba pero no podía escribir.
Virginia: Pero eso no significa no saber, solo significa no saber escribir.
Profesor: Para mi autoconcepto no sabía quechua.
El caso de este profesor es interesante pues se trata de una persona que está
en proceso de convertirse en experto (en ese momento empezaba a enseñar
quechua en una universidad y también trabajaba en una ONG elaborando
materiales educativos en esta lengua), pero que recuerda el momento en que
se matriculó en quechua como alumno universitario y estaba subordinado
al discurso de los expertos (la frase “El profesor, pues, manejaba todo’ hace
alusión a la forma de actuar del experto). Sin embargo, no es plenamente
consciente de este discurso y lo reproduce sin cuestionarlo. También es
importante llamar la atención sobre mi participación en la conversación,
pues yo desafío su respuesta a partir de dos pedidos de enmienda bastante
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categóricos (“¿Cómo no iba a saber si era de lengua materna quechua?” y
“pero eso no significa no saber, solo significa no saber escribir”) y, a pesar de
esto, él sigue sin cuestionar su perspectiva. Si bien mi participación puede
percibirse como un poco “entrometida” para los parámetros de algunos
paradigmas cualitativos, las respuestas del profesor me sirvieron para darme
cuenta de cuán enraizado está el discurso analizado. Además, este ejemplo
muestra las contradicciones y dilemas de una persona que está en el proceso
de convertirse en experto, pero que todavía arrastra los efectos de su formación. Una de las características del trabajo etnográfico es precisamente que
no simplifica la complejidad de las observaciones y de las entrevistas desde
una perspectiva positivista de la investigación (Blommaert y Jie, 2010). En
lugar de intentar aprehender la realidad desde lógicas lineales, dicotómicas y
de causa efecto, la etnografía opta por hacerlo en términos más rizomáticos,
donde la multiplicidad, impredecibilidad y complejidad resultan centrales.
Los datos recogidos de conversaciones con diferentes actores sociales
pueden incluso ser más breves y menos estructurados. Así por ejemplo,
durante un tiempo prolongado, las conversaciones informales con una
multiplicidad de personas en diversos contextos y tiempos (taxistas, mozos
en restaurantes, gente en la calle en general) me facilitaron darme cuenta
de que el quechua, y sobre todo la escritura de la lengua, se percibía como
“difícil”. Esta opinión salió de forma recurrente una y otra vez, y pudo complementar las interacciones más prolongadas que tuve con otras personas en
relación a sentirse excluidas del proyecto de desarrollo del quechua. Si bien
podrían percibirse como sueltos y poco sistemáticos, tales datos puntuales,
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recogidos en una variedad de circunstancias (y anotados en un cuaderno),
sirven eventualmente para armar el rompecabezas final y conseguir más
densidad en el argumento. Como señala Blommaert y Jie (2010), la etnografía
también requiere “recolectar basura” a lo largo de un tiempo prolongado,
en el sentido de recoger fragmentos de información que, a primera vista,
no parecieran ser tan necesarios para la investigación.
Todo el recuento anterior muestra que el análisis textual siempre debe
enmarcarse en abordar las prácticas sociales de las que son parte, pues son
las prácticas sociales las que finalmente nos interesa entender. Más allá del
apoyo en un enfoque histórico, esto también implica una mirada etnográfica que, a su vez, supone observar las prácticas y recoger el sentido que los
actores involucrados les dan a las mismas. La etnografía constituye una
investigación de tipo inductivo y recursivo que supone ir integrando los
fragmentos dispersos e ir haciendo conexiones entre pedacitos de información
recogidos en diferentes niveles, tiempos y lugares. En un inicio esto puede
ser frustrante, pero se va encontrando orden en el caos.
3.3 Los jóvenes y la reacción a los expertos
Si bien no voy a dedicarle mucho espacio a esta sección, sí me parece
importante señalar que el discurso de los expertos ha comenzado a generar
resistencias desde la última década y que la mirada de la etnografía es útil
para entender estas dinámicas que se vienen desarrollando en el país. Dentro de los actuales procesos de globalización, una comunidad de práctica
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Hacia una apuesta etnográfica para la glotopolítica
Virginia Zavala
de jóvenes bilingües en zonas urbanas (sobre todo en Lima) se encuentra
contrarrestando estas acciones de guardianía de los expertos y colocando
la agencia juvenil en el centro de las iniciativas de las políticas lingüísticas.
Desde una mirada glotopolítica, se trata de discursos disidentes, inseparables
de la generación de subjetividades alternativas e imbricados en lo político
desde los márgenes de los discursos oficiales (Arnoux & Bentivegna 2019).
La vida social en el siglo XXI ha producido un nuevo escenario sociolingüístico en el Perú, en el que los repertorios, experiencias y trayectorias de
muchas personas en relación al quechua no encajan dentro de las categorías
fijas ni en la vigilancia de las fronteras lingüísticas y étnicas que los expertos
que ejercen poder han reproducido en torno a la categoría de lo quechua y
de los hablantes de quechua. En el Perú, son los jóvenes, especialmente los
universitarios quechuas, quienes están construyendo una versión diferente de
la lengua y de lo quechua. Este fenómeno debe enmarcarse en un escenario
en el que esos jóvenes tienen mucho más acceso a la educación superior y
utilizan los nuevos medios de comunicación con regularidad, lo que les
ofrece grandes posibilidades de reflexión crítica y comunicación con un
público más amplio, que comparte preocupaciones similares.
Mi atención a este fenómeno surgió en el año 2014 cuando vi en Internet
un video de un joven que cantaba rap en quechua. Lo contacté por messenger
y pude conversar con él. Luego, me di cuenta no solo de que había otros que
cantaban hip hop, reggaeton, trap, pop o rock clásico en quechua, sino de que
se estaba formando un movimiento de jóvenes activistas que están cambiando
las representaciones en torno al quechua y lo quechua. Este movimiento
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también incluye a blogueros, comunicadores, poetas, editores de revistas en
quechua y profesores que dictan la lengua en diferentes lugares de la ciudad
de Lima. Con el tiempo, pude constatar cómo se estaba conformando una
comunidad de práctica de “difusores” de la lengua (así se han comenzado
a llamar ellos mismos) y cómo empiezan a diferenciarse de los expertos. En
palabras de un joven cusqueño que dobla películas de Disney, estos expertos
serían “un grupo de quechua hablantes antiguos que mitifican un poco el
tema del quechua y quieren ser demasiado exquisitos pero, al mismo tiempo,
en ese intento de generar su exquisitez, caen en ciertas torpezas”.
El trabajo etnográfico con estos jóvenes ha implicado el análisis de una
variedad de tipos de textos: letras de canciones de rap, manuales para la
enseñanza del quechua elaborados por ellos mismos, posts e interacciones en
Facebook y otras plataformas digitales, diversos tipos de escritos publicados
en revistas, entre otros; pero siempre articulados con múltiples entrevistas
y repetidas observaciones. En las entrevistas (que usualmente son más de
una por entrevistado) he podido recoger las ideologías lingüísticas que se
están reconfigurando desde esta comunidad de práctica. Asimismo, mis
observaciones de una variedad de prácticas me han ayudado a acceder a
“escenarios glotopolíticos” (Castro y Del Valle, 2019) donde los jóvenes
negocian representaciones y subjetividades con relación a los recursos lingüísticos. Tal es el caso de eventos culturales, donde se reúnen para difundir
el quechua, o clases de quechua dictadas por ellos mismos en diferentes
lugares de Lima. A partir de las entrevistas y de las observaciones he podido
ir entendiendo la lógica de una política lingüística mucho más incluyente,
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Hacia una apuesta etnográfica para la glotopolítica
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que busca legitimar a una mayor cantidad de hablantes en el marco de un
paradigma pos-tradicional de revitalización lingüística (Pietikäinen, et al.,
2016, ver Zavala, 2019 para un mayor desarrollo).
Quisiera terminar esta sección con dos puntos que no desarrollé cuando
me refería a los expertos y que también definen la etnografía. El primero
es de carácter metodológico y se refiere al tipo de entrevistas que se pueden
hacer. Si bien las mismas capturan el sentido que les dan los participantes a
sus prácticas sociales, esta información puede a veces resultar muy general
(Scollon y Scollon, 1994). Por eso, en el caso del fenómeno que estoy presentando, las entrevistas a los jóvenes fueron complementadas con “historias
de vida” de participantes focales. Los testimonios de vida, historias orales
o estudios de caso de participantes específicos contribuyen a capturar la
riqueza de la experiencia individual de los miembros, en contraste con la
práctica social generalizada. Las múltiples conversaciones con varios jóvenes
revelaron cómo las ideas y sentimientos sobre el lenguaje están articulados
con sus vidas sociales, biografías e historias; y con los discursos disidentes
que colectivos juveniles despliegan actualmente con relación a la lengua
originaria. Más allá del contexto histórico general, la historia personal
de los sujetos de la investigación también ayuda a comprender los procesos
estudiados y enriquece los datos etnográficos.
El segundo punto se refiere a la importancia de la reflexividad y a
explicitar el posicionamiento del investigador en todo proyecto etnográfico. En lugar de esconder mis ideas en relación a las lenguas originarias y
mostrarme como imparcial, siempre he intentado investigar con los suje224
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tos involucrados a partir de métodos más abiertos, interactivos y dialógicos
(Cameron, et al., 1992). En ese sentido, no solo les he mostrado mis resultados en diferentes momentos de la investigación con el fin de recibir críticas, sino que he tratado de compartir con ellos mis marcos teóricos y las
ideas que voy procesando conforme avanza el recojo de mis datos. Esto no
solo mejora nuestra comprensión de lo que observamos (como vimos en el
extracto anterior con el profesor de quechua), sino que permite compartir
el conocimiento académico y, en muchos casos, empoderar a algunos actores sociales participantes de la política lingüística, tal como ha ocurrido
con muchos jóvenes con los que he trabajado.
4.
REFLEXIONES FINALES
El estudio social del lenguaje se ha potenciado mucho en las últimas
décadas, gracias a diversas corrientes que están optando por articular una
mirada interdisciplinaria, crítica, histórica y etnográfica. Aunque la etnografía puede ser difícil de implementar cuando se trata de datos históricos,
sí puede acompañar a una diversidad de investigaciones sobre las representaciones del lenguaje en entornos glotopolíticos contemporáneos. Desde
los pilares de la glotopolítica, sabemos que la lengua constituye un terreno
para la construcción de relaciones de diferencia y desigualdad. No obstante,
considero que “el análisis discursivo, la lectura ideológica y la historificación”
(Arnoux y Del Valle, 2010, 19) necesitan de la etnografía para alcanzar un
mayor poder explicativo de los fenómenos abordados. La etnografía ayuda
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precisamente a visibilizar a las personas como actores sociales y las fronteras
como productos de la acción social (Heller, 2020. Los textos serían solo
expresiones de estos procesos.
La glotopolítica y los estudios críticos del lenguaje nos permiten combinar la práctica, la ideología y la economía política en el estudio de las
lenguas originarias, el bilingüismo y las políticas lingüísticas en nuestra
región. Si vinculamos la lengua con la economía política podemos explicar
los procesos de diferenciación y desigualdad social en un contexto en el que
algunas personas pueden convertir o intercambiar eficazmente sus recursos
lingüísticos en otras formas de capital, mientras que otras no. Este caso de
los expertos en quechua muestra cómo ciertas formas y prácticas verbales de
la lengua indexan posiciones de clase que están conectadas con la propiedad
y el control sobre los medios de producción (Irvine 1989). El conocimiento
de la literacidad, la gramática y el quechua estandarizado ha adquirido valor,
puede ser intercambiado por bienes materiales y ahora beneficia a un grupo
específico de hablantes de quechua, que se erigen como los que “saben quechua” para mantener sus privilegios. Por lo tanto, no basta con posicionar a
las lenguas como medios de comunicación o marcadores de identidad, ya
que también constituyen competencias valoradas en los mercados de trabajo. De hecho, estas batallas por los significados en torno al quechua no
solo reflejan una economía de las ideas sino también privilegios simbólicos
y materiales, que están vinculados a empleos, salarios, oportunidades para
enseñar la lengua, acceso a publicaciones, entre otros recursos. El enfoque
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etnográfico se suma al enfoque histórico para ayudarnos a entender mejor
los procesos implicados en este fenómeno.
Al igual que el análisis del discurso con perspectiva crítica, la etnografía
también constituye un emprendimiento crítico y contrahegemónico (Blommaert y Jie, 2010), que ayuda a deconstruir representaciones y a asumirlas
como problemas y no como hechos. Desde una mirada interna a los actores
sociales involucrados, enriquece el estudio de la historia de las ideas lingüísticas otorgándole un mayor poder explicativo. Si la sociolingüística crítica y
la antropología lingüística del norte global tienen un largo recorrido abordando el lenguaje con una perspectiva etnográfica, creo que la glotopolítica
podría sumarse a estos desarrollos.
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