La Manzana de la Discordia • Vol. 4 No. 2 • julio-diciembre 2019 • pp. 206-211 • Universidad del Valle • E-ISSN 500-6738
Historia de la prostitución y el lenocinio en México
History of Prostitution and Lenocinio in Mexico
Reseñado por Sergio Moreno Juárez
Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, México. Historiador. Doctor en Historia por la Universidad
Nacional Autónoma de México y coordinador del Seminario Interinstitucional de Historia de las Juventudes
(Instituto Mora, Ciudad de México).
[email protected] | https://orcid.org/0000-0003-1543-3573
DOI: 10.25100/lamanzanadeladiscordia.v14i2.8785
Recibido: 14 de agosto de 2019. Aprobado: 18 de diciembre de 2019
Reseña
Reseña del libro Bailón, Fabiola. (2016). Prostitución y lenocinio en México, siglos XIX y XX. México: Fondo de
Cultura Económica, Secretaría de Cultura (Biblioteca Mexicana), 270 p., ilus. [ISBN: 978-607-16-4422-0]
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Sergio Moreno Juárez
Palabras clave: prostitución, lenocinio, trata de personas, reglamentarismo, abolicionismo.
Keywords: prostitution, lenocinio, human trafficking, regulation, abolitionism.
A finales de mayo de 2017, participé en la presentación del libro Prostitución y lenocinio en
México, siglos XIX y XX en la librería Voces en Tinta, ubicada en la Zona Rosa de la ciudad
de México. El evento –organizado por el historiador y activista LGBT Alonso Hernández
(Archivos y Memorias Diversas, A.C.)– me permitió entablar un sugerente diálogo con la
autora de la obra, la historiadora Fabiola Bailón Vásquez (Universidad Autónoma Benito
Juárez de Oaxaca), y la activista trans Alexandra Rodríguez de Ruiz (El/La para Trans
Latinas). La charla abundó en múltiples aspectos del ejercicio de la prostitución en la ciudad
de México: sexoservidoras y sexoservidores cisgénero y transgénero, prostitución infantil,
trata de personas, violencia feminicida, zonas rojas, alta incidencia y vulnerabilidad.
Las diversas lecturas que realizamos a la obra coincidieron en la prevalencia de la
vulnerabilidad como el principal factor que determina el acceso de mujeres, varones y niños –
desprovistos de los medios necesarios para garantizar su subsistencia diaria– en el ejercicio de
la prostitución. Bailón Vásquez enfatizó que la prostitución femenina se encuentra vinculada
actualmente con la “economía criminal” por los altos ingresos que genera la explotación
sexual de las mujeres, comúnmente privadas de oportunidades de desarrollo personal y
socioprofesional. Esta situación se complejiza aún más en el contexto nacional debido al alto
grado de violencia física, psicológica y sexual ejercida sobre los cuerpos femeninos y
feminizados, la opresión patriarcal, el narcotráfico y los desplazamientos forzados.
Mi intervención –en aquella ocasión– retomó el ensayo “Whorephobia’ isn’t a Threat to
Feminism –but Ignoring the Abuse of Women is” de la periodista británica Julie Bindel para
abundar en la propuesta del abolicionismo feminista. Bindel critica la normalización de la
prostitución –realizada por algunas feministas liberales, progresistas y queers/cuirs de la
“nueva ola”– porque al concebirla como una forma de identidad sexual, empoderamiento y
libre elección, banaliza todo tipo de violencia ejercida en contra de las mujeres que la ejercen.
Del mismo modo, Bindel advierte que la concepción de la prostitución como una práctica
sexual tolerada o aceptable (re)inserta a las víctimas de trata y explotación –principalmente
mujeres y niñas pobres– en una de las industrias más lucrativas a nivel global, perpetuando su
deshumanización, cosificación y estigmatización en beneficio de las bonanzas
supranacionales y la invisibilidad de los proxenetas, lenones y prostituyentes.1
Julie Bindel es heredera del movimiento abolicionista que impulsó la feminista y reformista
británica Josephine E. Butler (1828-1906) hacia la segunda mitad del siglo XIX. El
movimiento abolicionista nació como respuesta a la campaña de extensión de las Contagious
Diseases Acts a todo el Reino Unido en 1869. Estas leyes –cimentadas en la doble moral
victoriana– fueron instauradas en los puertos y guarniciones ingleses en 1864, 1866 y 1869
1
Julie Bindel advierte que su postura abolicionista ha sido objeto de severas críticas, sobre todo a partir del año
2005, cuando dictó una conferencia sobre las violencias infligidas a las mujeres en la industria del sexo y una
joven feminista la increpó al considerar que su concepción estaba mediada por su odio a las prostitutas. Incluso,
fue denominada “putofóbica” en un intento por deslegitimar su postura feminista abolicionista (Bindel, 2017).
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para frenar el avance de las enfermedades venéreas entre los miembros activos del ejército y
la marina. Sin embargo, violentaban las garantías constitucionales de las mujeres al
considerarlas sospechosas de ejercer la prostitución, estigmatizaban a las prostitutas y
criminalizaban a las jóvenes obreras al imponer su inspección rutinaria médico-sanitaria y al
privarlas arbitrariamente de su libertad.
Josephine E. Butler inició, junto con otras feministas y reformistas británicas –entre ellas
Elizabeth Wolstenholme (1833-1918) y Florence Nightingale (1820-1910)–, una intensa
campaña abolicionista a través de la instauración de la Ladies National Association for the
Repeal of the Contagious Diseases Acts (1869) y, posteriormente, la Federación Abolicionista
Internacional (1875). Las leyes de enfermedades contagiosas fueron abolidas en 1886, pero
Butler continuó su cruzada en contra de la prostitución infantil –consiguiendo elevar la edad
del consentimiento de los 13 a los 16 años en 1885– y el reglamentarismo en la India británica
en 1897.
Fabiola Bailón Vásquez asume esta postura abolicionista en Prostitución y lenocinio en
México, siglos XIX y XX, estudio pormenorizado que parte de la concepción del comercio
sexual y la trata de personas con fines de explotación sexual como un fenómeno social de
largo aliento que hunde sus raíces en el periodo colonial. Dividida en cuatro capítulos, la obra
realiza un acercamiento documentado a poco más de dos siglos de historia de las prácticas
sexuales vinculadas con el ejercicio de la prostitución, la violentación de los cuerpos
femeninos y la dinámica prostibularia y reglamentarista del estado mexicano. Además,
incluye un anexo fotográfico con doce registros que dan cuenta del control implementado por
la estructura estatal, visibilizando a las mujeres que se aferraron a la vida ejerciendo la
prostitución en la ciudad de México y Oaxaca.
Desde la introducción, Bailón Vásquez entroniza el contenido general de la obra y su
especificidad entre la amplia historiografía sobre la prostitución mexicana, mayormente
centrada en la ciudad de México decimonónica y porfiriana. Tendencia historiográfica que
contravino la autora con la entrega previa de su tesis doctoral titulada Mujeres en el servicio
doméstico y en la prostitución. Sobrevivencia, control y vida cotidiana en la Oaxaca
porfiriana, publicada en 2014 por El Colegio de México. La prostitución y el lenocinio en
México, señala Bailón Vásquez, forman parte de un proceso histórico fundamentado en el uso
y deshumanización de los cuerpos femeninos, así como en su violentación, discriminación y
estigmatización durante los siglos XIX y XX, periodo que comprende la implementación de la
moderna estructura estatal y la consecuente imposición de un sistema de control y vigilancia.
En el primer capítulo, titulado “La prostitución como un ‘mal necesario’”, Bailón Vásquez se
remonta al periodo colonial en busca de los orígenes de esa concepción ambigua. La
prostitución –concebida como un “mal necesario” para la preservación del orden natural de
las cosas– fue tolerada por la sociedad novohispana para preservar el honor de algunas
mujeres en detrimento de aquellas, sexualmente disponibles, a las que accedían los varones
con mediación de alcahuetas y lenones. Las autoridades civiles y eclesiásticas persiguieron y
castigaron –en un primer momento– a esos intermediarios por considerar que “atentaban
contra un principio básico del cristianismo que era la caridad, al incitar o alcahuetear mujeres
que podían encontrarse en una situación de gran necesidad” (2016, p. 24). En cambio,
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victimizaron y estigmatizaron a las prostitutas por “corromper la vida moral”, sin cuestionar
el comportamiento sexual y la calidad moral de los prostituyentes (2016, p. 22).
La concepción del “mal necesario” fue retomada de san Agustín (354-430 d.C.) y santo
Tomás de Aquino (1225-1274) por teólogos, médicos e higienistas hispanos y novohispanos
para diferenciar a la mujer como un ente corruptible y corruptor, razón por la cual se cuidó
celosamente su castidad y calidad moral. Sin embargo, en el siglo XVIII, la práctica médicohigienista revirtió parcialmente esa concepción al convertir a las prostitutas en agentes
nocivos para el bienestar social; es decir, dejaron de ser víctimas del abandono y el
desenfreno sexual para devenir seres perversos y enfermos. Esta concepción perduró hasta el
siglo XIX, cuando la moderna estructura estatal asumió el control de la prostitución como
medio de contención de las enfermedades venéreas.
El ejercicio de la prostitución experimentó severas modificaciones en el periodo de regulación
estatal al adquirir un cariz lucrativo incentivado por la movilidad socio-espacial y la demanda.
Además, la adopción del sistema de regulación francés a mediados del siglo XIX supuso su
profesionalización ante la instauración de burdeles reglamentados. Cabe destacar que la
regulación ha permitido el estudio de la prostitución en la actualidad, pues los registros
ofrecen atisbos de experiencias de vida y estrategias de sobrevivencia y resistencia. Pese a
ello, desconocemos ese otro tipo de prostitución –más doméstica o individual– que evadió el
registro, el chequeo médico y el encierro al realizarse de manera esporádica en espacios
privados o en la vía pública de manera anónima.
En el segundo capítulo, Bailón Vásquez analiza “La expansión del reglamentarismo”,
evidenciando la común adaptación de los reglamentos capitalinos a las experiencias locales
sin atender las peculiaridades de uso y apropiación de los cuerpos femeninos, como la
prevalencia del enamoramiento y la seducción para enganchar a las jóvenes de zonas rurales,
la llegada masiva de mujeres extranjeras por los puertos de Veracruz, Manzanillo y Acapulco,
o el secuestro de niñas y adolescentes en el interior de la república para ser prostituidas en la
frontera. Esta práctica persiste en la ciudad de Tijuana, “ciudad del pecado” frecuentada por
ciudadanos estadounidenses ávidos de “estrenar” niñas “nuevecitas” o “vírgenes”.
El reglamentarismo fue un modelo médico-higienista, legal y administrativo de vigilancia y
control de la prostitución que se instituyó en Francia en la década de 1820, pero rápidamente
se expandió por la Europa continental durante el segundo tercio del siglo XIX. El “sistema
francés”, como suele ser denominado, llegó a México antes de la instauración del Segundo
Imperio (1863-1867) tras el decreto del primer reglamento de prostitución de la ciudad de
México en abril de 1862, pero a instancias del emperador Maximiliano de Habsburgo (18321867) se inició su expansión a las provincias para prevenir la propagación de la sífilis entre
los efectivos de las tropas francesas invasoras. No obstante, el proceso de expansión fue –
como advierte Bailón Vásquez– lento y heterogéneo debido a las largas distancias, la falta de
presupuesto y personal, los intereses locales y familiares, y la corrupción de los funcionarios
públicos.
La expedición de reglamentos a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del XX,
reestructuró la organización socio-espacial de la ciudad de México y los centros urbanos del
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interior de la república al desplazar el “mundo de la prostitución” hacia la periferia mediante
la creación de zonas de tolerancia que incluso perduran hoy en día (Bailón, 2016, p. 99).
Independientemente de su efectividad, el estado legitimó la prostitución y cualquier tipo de
vejaciones cometidas dentro y fuera de sus zonas de adscripción debido a que los intersticios
legales y la corrupción sistémica facilitaron la actuación de proxenetas y lenones motivados
por las bonanzas que derivan de la explotación sexual.
En “El camino hacia un abolicionismo de Estado (1911-1940)” Bailón Vásquez advierte el
interés del estado mexicano por tratar de revertir uno de los problemas de mayor impacto
social que, contradictoriamente, incentivó: el ejercicio de la prostitución y la trata con fines de
explotación sexual. El estado mexicano modificó su política reglamentarista –chequeo
médico, prostíbulos, adscripción zonal o barrial, matronas como intermediarias– a través de la
tipificación y persecución del delito de lenocinio. Sin embargo, su penalización no contuvo la
proliferación de lenones y proxenetas ni aminoró la demanda de servicios sexuales y, por el
contrario, acrecentó la vulnerabilidad de la población femenina. La autora concluye que el
abolicionismo de Estado “no generó medidas preventivas o de atención, ni en contra de la
impunidad o la corrupción” tras la clausura de los burdeles y la prohibición de la prostitución
colectiva, forzando su desplazamiento –individual o colectivo– a las calles (Bailón, 2016, p.
162).
En el cuarto y último capítulo, Bailón Vásquez enuncia los “Cambios y continuidades en la
segunda mitad del siglo XX”. Los cambios fueron sustanciales a nivel jurídico para
perfeccionar la postura estatal de persecución del comercio sexual y la explotación de la
prostitución ajena, pero hubo continuidad en las formas de uso, abuso y explotación de las
mujeres por parte de actores locales en complicidad con instancias gubernamentales
nacionales e internacionales. Está de más mencionar que la industria del sexo –al igual que el
narcotráfico– no conoce límites ni barreras socio-espaciales o temporales.
En este último capítulo, Bailón Vásquez sintetiza el esfuerzo estatal por expandir el
abolicionismo al interior de la república, dejando entrever que las dinámicas locales en
consonancia con el crimen organizado y la corrupción sistémica, resistieron y burlaron los
embates jurídicos y policiales. También analiza el caso más emblemático de la prostitución
mexicana, el de las poquianchis, para demostrar que el abolicionismo estatal se fundamentó
en la feminización de la explotación sexual al culpar a las matronas de los excesos sexuales, el
relajamiento moral y la trata de personas sin cuestionar la violencia ejercida por los varones –
lenones, proxenetas, prostituyentes– ni mejorar las condiciones de vida de la población
femenina. Por el contrario, vulneró aún más a las prostitutas al permitir e incentivar su control
por varones que externaron su “odio de género”, así como su deseo de poder y control a través
del uso de la violencia física, sexual y psicológica (2016, p. 220).
Finalmente, Bailón Vásquez ofrece un apartado con las conclusiones generales de la obra,
desde el cual insiste que la violencia masculina y la vulnerabilidad formaron “parte de la vida
cotidiana de las mujeres insertas en la prostitución” durante los siglos XIX y XX (p. 238). Del
mismo modo, refiere el escaso interés del estado mexicano por sus mujeres al preocuparse
más por la implementación de políticas públicas encaminadas a la simulación reglamentaria y
persecutoria sin atender de fondo el problema humanitario que supone la prostitución y la
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trata de personas con fines de explotación sexual. Por último, advierte un escenario desolador,
sórdido y hostil para el ejercicio de la prostitución en los albores del siglo XXI, un contexto
signado por la violencia masculina, la vulnerabilidad femenina,
la variabilidad y la complejidad del fenómeno, una situación heterogénea en
el país, una serie de políticas ambiguas, una creciente criminalización hacia
las mujeres explotadoras, una escasa atención hacia los padrotes por parte
del Estado, una gran corrupción e impunidad, una serie de intereses de muy
diverso tipo, la nula atención hacia el papel de los demandantes y una
carencia total de medidas estatales de prevención o de atención dirigidas a
las mujeres (2016, p. 239).
Como se puede apreciar, el estado mexicano ha evitado implementar medidas viables para
reducir la vulnerabilidad de la población femenina. Además, las condiciones actuales de
subsistencia de la mayoría de la población son ínfimas, por eso es común que mujeres, niños,
jóvenes y personas en situación de calle –sectores desprovistos de oportunidades laborales,
educativas, de vestido y vivienda o, incluso, del pleno reconocimiento de sus derechos
humanos fundamentales, como el acceso a una vida digna y libre de violencia– se inserten en
la industria del sexo. Quizás el abolicionismo feminista enarbolado por Butler, Bindel y
Bailón Vásquez modifique esta situación o, por lo menos, suprima la deshumanización que
conlleva la industria del sexo –de lo cual da cuenta esta obra– a partir del cuestionamiento y
erradicación de la cultura patriarcal, la doble moral, la opresión capitalista y los privilegios
sexuales masculinos para construir, finalmente, otro tipo de relaciones sociales, económicas y
erótico-afectivas más equitativas.
Otras Referencias bibliográficas
Bindel, Julie (2017). Whorephobia’ isn’t a Threat to Feminism – but Ignoring the Abuse of
Women
is.
The
Independent.
Recuperado
de
https://www.independent.co.uk/voices/whorephobia-queer-feminism-fourth-wavesex-work-prostitution-a7631706.html.
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